1. Érase una vez un padre que tenía tres hijos. El padre cayó enfermo y
llamó al notario para hacer un testamento. Lo que le dijo el padre al notario
era:
-Lo único que tengo es un burro y se lo daré al hijo más perezoso.
El padre murió, y los hijos no preguntaron por lo que les había dejado.
Entonces el notario les llamó y les contó que su padre les había dejado una
herencia. Los tres hermanos fueron al notario. El notario les comunicó que el
más perezoso de los tres se llevaría un burro.
Le preguntó primero al hermano mayor. Le contesto que no le
apetecía hablar, pero el notario le advirtió que si no lo decía lo metería a la
cárcel. Entonces le contó que una vez se le metió una brasa ardiendo al
zapato y no se movió. Hasta que sus amigos se dieron cuenta y se la
apagaron. El notario exclamó ¡Tú si que eres perezoso!
Luego le preguntó al hermano mediano. Le dijo que una vez se cayó al
mar y no se movió porque no le apetecía, hasta que un barco lo vio y lo
rescató. Y el notario afirmó:
- ¡Ah, si hubiese sido yo el dueño de ese barco te dejaría a ver cuanto
aguantabas!
Más tarde le llamó al pequeño y el pequeño le afirmó:
-a mi llévame a la cárcel que no me apetece hablar. Y el notario exclamó:
-¡Sin duda el burro es para ti! Y le dio el burro.