Durante el reinado de Felipe II, España alcanzó su máximo poder como potencia europea. Gobernó de forma personal todos sus territorios, que incluían España, Portugal, los Países Bajos, Milán y Nápoles. Luchó contra el avance del protestantismo y la herejía, y se enfrentó a Inglaterra e intentó someter la rebelión en los Países Bajos, aunque finalmente fracasó en este último objetivo. Su política religiosa intolerante y las guerras continuas debilitaron paulatinamente el imperio español