Relatos reales sobre la guerra en El Salvador. Marvin Galeas vivió la guerra como periodista de Radio Venceremos, la emisora que transmitía diariamente desde las montañas salvadoreñas. Como protagonista de una de las guerras más cruentas de América Latina, cuenta estos episodios bélicos que a la vez están llenos de una intensa calidez humana.
En estas crónicas la guerra se muestra como lo que es, una expresión brutal, de la lucha política por el poder. Pero también devela las facetas más fascinantes y profundas de los seres humanos que protagonizan el conflicto.
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2. CRÓNICASDE
GUERRA
Para contar la guerra
A Sandra, Jeannette, Macelita, Abril y Michelle, mi mayor tesoro.
A Don Enrique y Fabricio, por el hogar donde nacieron estas crónicas.
A Janet, por el descubrimiento.
A Eduardo por la amistad y la pasión por el periodismo.
A Manuel Meléndez, el maestro.
Marvin Galeas
3. PRÓLOGO
Marvin Galeas es un columnista atípico. Sus temas,
enfoques y lenguaje son inusuales en el periodismo
salvadoreño. Suele escribir en primera persona y
lo que dice genera debate. Hay quienes no están de
acuerdo con sus conclusiones, pero ninguno puede
afirmar que lo que cuenta es mentira. Por otra parte,
tampoco es extraño que algunos de sus textos sean
recortados, enmarcados y colgados en las paredes
de oficinas, talleres, mercados y casas particulares.
Las historias que suele contar, y la forma en que
lo hace, tocan fibras profundas de la memoria y la
sensibilidad. Las más entrañables tienen que ver
con la guerra.
Pero Marvin sabe que la mera narración de una
sucesión de combates, por muy intensa que sea,
no pasa de registro oficioso si no se tensa la prosa
periodística hasta la frontera de la literatura. Como
el viejo Homero, sabe que detrás de cada arma hay
un muchacho o una muchacha con sus historias de
amor y de desencuentros, sus temores y esperanzas,
sus dudas y nostalgias, sus recuerdos.
Y, como el poeta Roque Dalton, cree que, en última
instancia, un soldado no es más que un uniforme
lleno de suspiros. Marvin está consciente de que el
lenguaje frío, puramente denotativo, es demasiado
estrecho para comunicar los casi infinitos matices
Prólogo
4. de la pasión y los sentimientos involucrados en la
batalla.
Por eso en la construcción de sus frases y en
la estructura de sus historias hay, a veces sin
que sea evidente y con una prudente economía,
encadenamientos de endecasílabos, aliteraciones
y encabalgamientos, metáforas, imágenes y otros
recursos propios de la alta poesía. Pero también
hay ecos de la cadencia sonora y de la atmósfera
sentimental de los boleros, de los giros propios del
comic, de la calle y de los evangelios. Así es como
cuenta y canta la guerra. Esa es su particularidad,
el sello de sus crónicas.
Juan Villoro, ese joven maestro del más expresivo
de los géneros periodísticos, ha definido
inmejorablemente la crónica como “literatura
bajo presión”. Es evidente que Marvin comparte
ese juicio. Y así, al relato de una muerte o de un
encuentro amoroso, de una fuga nocturna y sigilosa
por entre las filas enemigas, o del famoso “minuto
loco” en el que se condensa todo el volumen de fuego
y el punto máximo de la voluntad de combate, suele
sumar olores, colores, texturas, climas, actitudes
corporales y expresiones faciales como elementos
rigurosamente contextuales que, trascendiendo el
nivel puramente informativo, ritman y ahondan el
suceso referido.
Prólogo
5. Marvin Galeas vivió diez años pegado al mando
guerrillero del frente estratégico de la guerra civil
salvadoreña. Pero no fue un comandante, y en
términos estrictos tampoco fue un combatiente.
Aunque portaba un fusil y estaba expuesto al
poderoso volumen de fuego de un ejército armado,
entrenado y financiado por los Estados Unidos, su
trabajo era periodístico y estuvo siempre ligado a la
ya legendaria Radio Venceremos, que emitía su
señal desde las montañas de Morazán.
Esa Radio jugó un papel de primera importancia.
No sólo porque informaba, orientaba, agitaba y
moralizaba a los combatientes revolucionarios en
todo el país, sino, sobre todo, porque al no poder
silenciarla, el ejército gubernamental no podía
sustentar su afirmación de que estaba ganando la
batalla.
Precisamente por eso es que la captura o el
aniquilamiento del personal de la Venceremos se
volvió una obsesión para los militares. Precisamente
por eso es que la radio se movía junto a la comandancia
insurgente y a las comunicaciones estratégicas.
Marvin estuvo ahí, en ese punto donde se concentraba
la información vital de la guerra, celosamente
resguardado y también obsesivamente acosado. En
todo caso, un lugar de privilegio que hacía posible
una visión panorámica de los acontecimientos. No
Prólogo
6. sólo la evolución de las grandes batallas, no sólo el
conocimiento inmediato y de primera mano de las
más importantes decisiones políticas. También la
vivencia cotidiana de los jefes y los combatientes en
los campamentos y en los momentos de pausa. Todo
eso que no está en los himnos, ni en los partes de
guerra. Eso que nace y muere en el día a día, y que
irremediablemente se pierde si no hay una pluma
elocuente que lo consigne para la historia.
El individuo en guerra, signado siempre por la
proximidad del momento en que se mata o se
muere, expresa lo mejor y lo peor de sí mismo.
Contra la inercia de quienes han optado por relatar
exclusivamente la cara heróica de la gesta insurgente,
y el lado oscuro del adversario, Marvin se esfuerza
por encontrar ese punto en que ambos extremos
se funden, más allá de los fines perseguidos y de
las ideologías, en la universal condición humana
expuesta a esa situación límite en que todo, incluso
la moral y la ética, se relativizan.
Estas páginas han sido escritas por alguien que odia
la guerra precisamente porque la experimentó en
carne propia. No hay aquí la menor concesión a esa
perversa creencia de que toda acción, cualquiera que
sea, está de antemano justificada por la supuesta
nobleza de la causa que se defiende. O al contrario:
de que todo lo que se hace en la trinchera adversaria
es malo por definición. Este punto de vista incomoda
Prólogo
7. a muchos, es cierto. Pero es que la verdad misma
es incómoda, y decirla sin ambigüedades tiene su
riesgo. Pero también tiene sus compensaciones. El
cariño de muchos lectores, por ejemplo.
Las mañanas de los jueves son especiales para mí.
Antes que el desayuno o cualquier otra cosa tomo
el periódico y busco con cierta ansiedad la columna
de Marvin. Sé que es un ritual que comparto con
muchísimos compatriotas. Y cada jueves se refrenda
mi cariño y mi admiración por ese periodista que
tiene el poder de conmoverme con sus relatos, y que
es mi hermano mayor y mi principal referente en
los avatares del oficio periodístico.
Geovani Galeas
Prólogo
9. Crónicas de Guerra
Pág.
Vuelta a Casa ................................................. 17
Adiós a las Armas I ....................................... 21
Adiós a las Armas II ..................................... 25
La Sangre de los Pericas ................................ 30
El Fusilamiento de Miguel Ramírez ............. 33
Fuego desde el Cielo I .................................... 36
Fuego desde el Cielo II .................................. 40
Crónica de una Guerrilla I ........................... 44
Crónica de una Guerrilla II .......................... 49
Crónica de una Guerrilla III ........................ 53
Crónica de una Guerrilla IV ......................... 58
Crónica de una Guerrilla V ........................... 63
Crónica de una Guerrilla VI ......................... 70
Los Quince Años de Marinita ....................... 73
Índice
10. Crónicas de Guerra
Días de Radio ................................................ 77
Los Tres Mosqueteros .................................... 80
El Cumpleaños del Coronel .......................... 84
Diana La Cazadora ....................................... 88
El Lado Oscuro de la Luna ........................... 93
Los Hermanos de Chiyo ................................ 97
La Novia de Peter Pan .................................... 101
Los Médicos de la Guerra ............................. 106
La Noche de las Luciérnagas ........................ 111
Corazón Partío ............................................... 115
Patria Chiquita Mía ....................................... 118
La Batalla del Moscarrón I ........................... 121
La Batalla del Moscarrón II ......................... 127
La Batalla del Moscarrón III ....................... 132
La Batalla del Moscarrón IV ........................ 137
Índice
11. Crónicas de Guerra
Cuando el Heroísmo era Cotidiano .............. 142
Los Aretes que le Faltan a la Luna ............... 146
Las Mujeres de la Guerra .............................. 150
Seis Horas de Angustia I ............................... 154
Seis Horas de Angustia II ............................. 158
Crónica de un Secuestro I ............................. 162
Crónica de un Secuestro II ............................ 166
Crónica de un Secuestro III .......................... 170
La Primera Guerra I ...................................... 175
La Primera Guerra II ..................................... 180
La Primera Guerra III ................................... 185
La Retirada del Guerrero ............................... 190
Diciembre en la Vida ..................................... 194
Los Niños de la Guerra I ............................... 198
Los Niños de la Guerra II ............................. 202
Índice
12. Crónicas de Guerra
El Milagro de Maradona .............................. 206
El Último Hippie ........................................... 212
El Chele Rucks y la Guerra ........................... 215
Un “Thriller” Espeluznante .......................... 219
Los Internacionalistas I ................................ 223
Los Internacionalistas II .............................. 227
La Extraña Mujer del Río Sapo .................... 231
El Llano del Muerto ...................................... 235
Crónica de los Paramilitares ......................... 239
El Día que se Firmó la Paz ............................ 242
Respuestas I ................................................... 246
Respuestas II ................................................. 251
La Mala Noche de Valentina ......................... 255
Enciende mi Fuego ........................................ 257
La Virgen de La Candelaria ...........................261
Índice
13. Crónicas de Guerra
El Diablo en el Colegio .................................. 265
Aquel Gol del 86 ............................................ 269
Auge y Caída de Lito Bercián ........................ 272
El Pectoral de la Muerte ................................ 276
“San Mago, Patrón del Estadio” ................... 280
El Catedrático de la Zurda ............................ 283
Sed de Poder ................................................... 287
El Año del Gato ............................................. 291
El Zoológico de Cristal .................................. 295
El Café de los Poetas Muertos ....................... 299
El Hombre que no Mató a Fidel Castro ........ 303
Sangre en el Paisaje ....................................... 307
La Última Noche de Plutarco Joya ............... 311
Colombianos en Amsterdam ......................... 315
Historia de una Muchacha ........................... 319
Índice
14. Crónicas de Guerra
Regina y Eliseo .............................................. 323
Boleto para el Infierno .................................. 327
Lucerito, Caderas de Fuego ........................... 331
Bolero ............................................................ 335
Tres Libros Rojos ............................................ 339
El Extraño Mundo de los Mediocres ............ 343
Una Mente Brillante ...................................... 347
Fantasma en el Paraíso ................................. 350
La Importancia de Llamarse Pablo .............. 354
La Gran Aventura de Leer ............................. 358
Entre El Quijote y Niurka Desnuda .............. 362
Crónica de la Oficina .................................... 366
El Adiós de los Poetas ................................... 370
El Milagro de las Palabras ............................ 374
El Arte de Escribir ........................................ 378
Índice
15. Crónicas de Guerra
Fantasías Animadas ...................................... 382
Nena ............................................................... 384
Raquel Marcela y su Generación................... 389
Fantomas y la Gata sobre el Tejado Ardiente. 393
Las Grandes Letras ........................................ 397
La Camisa Negra ........................................... 401
Una Postal de la Ciudad ................................ 404
Noventa Minutos de Vértigo .......................... 408
Nostalgia por la Salsa ................................... 412
La Casa de los Perla .......................................415
Héroes Anónimos .......................................... 419
Algo Personal ................................................. 422
Las Tristísimas Muertes de Pancho y Corina.. 426
El Nombre de mi Hija.................................... 430
El Señor de los Relojes .................................. 435
Índice
16. Crónicas de Guerra
La Vida sin Blacky .........................................440
La Maestría de Sandra .................................. 443
Carta Abierta a Jeannette Mercedes .............. 447
Mensaje en una Botella ................................. 452
Índice
17. VUELTA A CASA
Como Ulises “El Astuto”, después de 20 años de guerra
y de rondar por el mundo, he vuelto a casa. Sólo que
no soy un héroe ni me estaba esperando ningún perro
llamado Argoz. Ni había ninguna Penélope tejiendo y
destejiendo para entretener por toda una eternidad a
los pretendientes.
A Ulises le tocaron 10 años de guerra y otros 10
perdido por esos caminos de Dios, entre cíclopes
terribles y sirenas encantadoras de hombres, que no
lo dejaban marchar (al menos ese cuento le echó
a Penélope). A mí me tocaron también los 10 años
de guerra y los otros 10 me los pasé enredado en
islotes de clanes indescifrables, encantadores de
serpientes, saltimbanquis y prestidigitadores. No
muy diferentes en cuanto a lo mítico, a los cíclopes
y sirenas de Ulises.
Pero, como Ulises, he vuelto a casa. A diferencia
del héroe de Ítaca, yo no protagonicé ninguna
gran batalla ni inventé trampas para aniquilar al
enemigo. La guerra sólo la presencié. Muy de cerca,
eso sí. Oí los gritos pavorosos de los heridos en los
improvisados hospitales entre la maleza. Sentí el
olor de la sangre caliente derramándose hacia el
infierno. Conocí una clase de miedo que jamás en
mi vida he vuelto a sentir.
Vuelta a casa
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18. Vi en otros ojos la mirada del convencido, del que
destruye las fronteras entre el amor y el odio y que
marcha hacia la muerte inevitable, en pos de un
ideal que resultó ser de pacotilla.
Los viejos héroes han engordado, no conducen a
ningún pueblo a los ríos de leche y miel, no son
vanguardia de nada, les molesta que les hablen de
aquellos a los que persuadieron para dar la vida
“por la justicia social” y que hoy, olvidados de todos,
chapalean en la miseria y la tristeza.
“Es que la guerra no la hicimos por proyectos
personales, sino para ayudar al país”. Es fácil
decirlo desde el aire acondicionado. Difícil de
comprenderlo en el ranchito de la desesperanza.
Los viejos héroes han perdido el estilo.
Se convencieron, no sin amarguras y frustraciones,
que no serán los Kadafis ni los Kim Il-sung de por
estos lados (gracias a Dios). Ahora se mal matan
por un puestecillo de elección popular, un cargo en
el partido o alguna “oenegé” desperdigada.
Los imagino en esas noches de luna llena con esa
interrogante en la cabeza que molesta como una
espina en el zapato. ¿Valieron la pena el muerterío
y la devastación? Yo me la respondí hace rato.
Definitivamente no. El costo en vidas causado por
la prédica del fanatismo, la utopía y el odio hace que
Vuelta a casa
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19. el vaquero de la publicidad de Marlboro parezca un
benefactor de la humanidad. Pero he vuelto a casa.
Algo trasquilado, pero contento porque puedo besar
a la Penélope que tuve la fortuna de encontrar en
el camino. Por las hijas inventadas a golpe de amor
y de ternura. Por la felicidad que hay en las cosas
simples de la vida. Por los nuevos amigos que abren
su corazón como casas de muchas ventanas.
¿Qué anda haciendo uno de simple mortal metido
en cosas de luchadores por el poder a toda costa,
diestros en la conspiración, duchos en la brutalidad
y la componenda, expertos en la destrucción de
puentes y sentimientos? De regreso a lo mío, muy
lejos de los fríos pasillos de la táctica y la estrategia.
Vivir del trabajo cotidiano y de esta pasión por el
periodismo, emocionarme hasta el infinito por un
gol de la selección nacional de fútbol y por las buenas
notas que en matemáticas obtuvieron las niñas.
Ulises “El Astuto” regresó a casa para volver a ser
el rey de Ítaca. A preparar la próxima guerra. A
vivir los sobresaltos que produce el poder (y los
tercos pretendientes de Penélope). Yo regreso
definitivamente a casa para celebrar la inmensa
alegría que provocan la sonrisa y los besos de
mis hijas, resolver los pequeños conflictos de la
cotidianidad, enorgullecerse por las cosas bien
hechas y enderezar las mal hechas, crecer. Vivir. Los
Vuelta a casa
19
20. días que pasan, hacen que la guerra y el prolongado
camino de vuelta a casa, parezcan una mala noche
que no debe volver a ocurrir.
Vuelta a casa
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21. ADIÓS A LAS ARMAS I
La guerra, para mí, terminó en marzo de 1989. Era
una noche de verano, llena de brisa suave y de estrellas.
Junto a Maravilla y tres guías habíamos caminado
varias horas la noche anterior y parte de ese día, por
territorio fronterizo hondureño evadiendo las patrullas
militares. Estábamos escondidos tras unos arbustos, a
unos 150 metros de la carretera hacia Tegucigalpa.
Teníamos una media hora de tensa espera cuando
un vehículo se detuvo brevemente en la carretera.
Una sombra se bajó y corrió rauda hacia donde
estábamos. Era José, el encargado de la estructura
clandestina en Honduras. Yo lo había conocido
ocho años atrás en Managua, antes de irme para el
frente. Traía una pizza y un pollo encebollado. Se
los dio a los guías.
Ellos y nosotros teníamos años sin probar un bocado
de esas ricas comidas. Se me hizo agua la boca. José
nos dijo que el carro regresaría en unos minutos y que
nos iba a dar una señal: “encender y apagar las luces
tres veces”. Entonces desapareció por donde había
venido. Maravilla y yo, al ver la señal, tendríamos
que correr agazapados a campo traviesa hasta la
carretera y meternos rápidamente en el auto.
Esperamos. Habían pasado unos 20 minutos cuando
vimos la señal. Maravilla me dijo que él, como
Adiós a las armas I
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22. caraqueño que era, recordaba totalmente cómo se
abría la puerta de un carro y que a lo mejor yo no.
De manera que salió corriendo primero. Lo seguí.
Corrimos. Al llegar a la carretera, Maravilla tropezó
y cayó redondo al suelo. Desde el suelo y con la barba
polvosa, abrió la puerta del carro. Ya adentro me
dijo que se acordaba cómo funcionaba una manija,
pero que se le había olvidado por completo que las
carreteras tienen cunetas. Tenía casi una década de
no subirme a un carro. El tibio olor de la tapicería,
la gasolina y el aire acondicionado me produjeron
una sensación de tranquilidad.
Nos dieron documentos hondureños falsos y una
leyenda que memorizamos rápidamente, por si
nos paraba un retén militar. Nos acomodamos en
el asiento de atrás. De pronto comencé a reírme
por la caída de Maravilla. Pero la risa era también
nerviosa. Tenía muchos años durmiendo en el suelo
y con ropa, con la mochila de almohada, mi radito
de música y noticias, y el fusil al lado. Casi una
década sin ver un pedazo de hielo ni la luz eléctrica.
Casi una década sufriendo aguaceros, bombardeos
y reuniones de colectivo.
No podía creer que estaba vivo y fuera del frente de
guerra. Estaba súper flaco, pero muy saludable. El
ejercicio y el aire puro contrarrestaban los rigores de la
guerra. Pensaba en mi familia. En las calles y las luces
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23. de una ciudad. En vagar por allí, sin el permanente
temor a que un cohete de helicóptero o una bomba de
avión me descuartizara como a un pollo. Sin el fusil
M-16 como una prolongación del brazo.
Llegamos a Tegucigalpa, a una casa de clase media
alta. Allí un matrimonio formado por un par de
profesionales nos recibió. Nos mostraron nuestro
cuarto: dos camas calientes, con almohadas y frazadas.
Era la primera vez que íbamos a dormir en una
cama y no en el suelo. Cuando nos percatamos de
que teníamos que dormir sin ropa, no paramos de
reírnos. La dueña de la casa nos dio una comida que
nos pareció digna de los dioses del Olimpo.
Hasta nos ofreció un trago de whisky. ¡Caracoles! la
última vez que habíamos probado licor había sido
clandestinamente en 1985, un trago llamado “eructo de
tigre” o algo así, fabricado en las sacaderas de la Villa
El Rosario. Por poco nos perfora el estómago. La gracia
nos había costado un rapapolvo de los comandantes y
un plantón de una hora durante una semana.
En Tegucigalpa estuvimos como 20 días, mientras
nos preparaban pasaportes falsos. El mío estuvo
listo primero. Maravilla tendría que esperar por no
sé qué problemas. Mi pasaporte era hondureño, en
él me llamaba Julio, tenía los ojos negros y pesaba
ciento setenta libras. La verdad es que ni me llamaba
Adiós a las armas I
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24. así, ni tenía los ojos negros y mucho menos pesaba
170 libras. Pesaba menos de 130. Me dijeron que, si
me preguntaban algo en la aduana, dijera que había
estado enfermo y que, debido a la enfermedad había
enflaquecido y que los ojos se me habían aclarado.
No me convenció mucho el argumento. Pero no
podía hacer nada. A la frontera de El Espino me
fue a dejar una muchacha de unos 23 años, bonita
y elegante. Tenía el cabello castaño y revuelto.
Cuando dentro del auto el viento le movía el pelo,
yo pensaba en un poema de Leonel Rugamas que
decía “la rabia de tu pelo”. Ella, durante el camino,
me repitió la leyenda para que me la aprendiera:
“Yo era un estudiante hondureño de ingeniería que
iba para Costa Rica”.
Llevaba instrumentos de dibujo en la maleta de
mano. Pero si a alguien en la aduana hondureña se
le hubiese ocurrido ponerme a dibujar, por ejemplo
un capulín, hubiesen descubierto el fraude. La chica
me acompañó durante los trámites en la aduana.
Los agentes, extasiados ante tanta belleza, no me
prestaron la más mínima atención. Cuando me
sellaron el pasaporte de salida, respiré con alivio.
Ella se despidió. Me quedé solo. Fue en ese momento
cuando un oficial me llamó: “Venga, por favor”. Se
me enfrió el guarapo y el corazón me dio un vuelco.
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25. Fui donde el tipo. El sujeto me dijo: “Aquí ha dejado
olvidado su maletín”. Me volvió el alma al esqueleto.
Respiré con alivio y crucé, casi corriendo, el puente
hasta llegar a la aduana nicaragüense.
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