ACERTIJO DE POSICIÓN DE CORREDORES EN LA OLIMPIADA. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
Prólogo
1. Prólogo
Motivado pornuestros respectivos ciclos vitales, nunca practiqué
con mi amigo Manuel Verdier Martín la espera nocturna a los jabalíes
-recechos y jabatos decimos en la alta serranía de Huelva. Nuestros
lazos de amistad se trabaron en la primera década de los años 2000
cuando yo daba por terminada mi convulsa etapa como cazador.
Ahora me invita a que le prologue sus relatos cinegéticos aunque
nunca le acompañara en aguardo alguno. Quizás sea consecuencia de
que un día no lejano le animé a que publicara sus vivencias de las
esperas del jabalí y me ofrecí a escribir el prólogo. La verdad es que
nuestra reciente amistad se ha cimentadosobre la sinceridad, la ayuda
mutua, el respeto a nuestras creencias, en aceptar que hay diferentes
maneras de interpretar el mundo y por tanto nuestras vidas, además
de compartir el jamón y el tomate rosado que son partes de las
esencias naturales que nos ofrece la Sierra.
Ambos nos hemos lamentado de no habernos conocido antes,
no sólo para hablar entonces de lo mundano o divino sino para
disfrutar juntos de esos trances tan maravillosos y mágicos que, a
veces, nos regala la diosa Diana o el arte de la Cinegética. Siempre le
digo a Manolo que ¡otro gallo le hubiera cantado si llega a frecuentar
conmigo las quebradas sierras de Aroche y Cortegana! Y él, que ha
leído mi libro autobiográfico Arochones, se ríe con esa ternura de niño
que tiene y se ve envuelto en mis correrías por los montes de La
Bájena y Maribarba u observa detenidamente la rara cabeza de un
arochón disecada por mi abuelo en 1880 mientras me habla de
muchos de los misterios que encierra la espera a los jabalíes, de sus
éxitos y batacazos.., así los dos nos vemos inmersos en diversos
relatos que van entremezclando los escenarios y a sus narradores para
parecernos que siempre fuimos compañeros en las noches alunadas,
porque sin conocernos los dos pateábamos algunas madrugadas los
mismos encinares e incluso recibíamos idéntica ayuda de gentes del
lugar, como fue el caso de Francisco Frías en tierras linderas de
Picureña y la Contienda.
2. Ahora ManuelVerdier le ha dado forma a esas vivencias suyas en
su libro Esperas para el recuerdo que nos ofrece y en el que le afloran
espontáneamente los sentimientos soterrados hacia los amigos
desaparecidos a quienes él nombra directamente sin necesidad de
presentación alguna pero mostrándose como un cazador intenso en
los numerosos parajes que frecuentó. Nos adelanta que el fin de su
obra es distraer al lector. ¡Y bien que lo consigue con sus veinte
relatos reales que participan de lo singular e inusual! Manuel Verdier
es cazador que ha bebido de las aguas de la Ética venatoria y nos
recuerda que la grandeza de la caza reside en que las piezas -en este
caso los jabalíes- deben tener la oportunidad de la supervivencia y el
cazadormostrarse siempre como un ser en continuos esfuerzos para
no caer en lo que llanamente él llama "tirador". Coincido con él en
que el primer esfuerzo de cualquier buen cazador tiene que ser la
memorización de los escenarios: conocer las encinas con las bellotas
más dulces, dónde escurren las primeras gotitas de miel, cuáles son
los refugios oportunos para que los jabalíes saquen viento al encinar
por donde después corretearán, dominar la noche para intentar -con
astucia y sabiduría- vencer a los vientos variables y caprichosos. Y el
escenario también conlleva inherente la belleza en tardes otoñales,
sentirse distante él de la playa para llamar amigo al campo La
Alameda que hace suyo y nombra como si fuese sus entrañables
Vicente o Lorenzo,o guiarse por las agujas de los rayos solares sobre
el poniente,o sorprenderse ante una cañada propia de los magos a la
que él guiña tal como propina la propia Naturaleza ante la que se
esfuerza por no aparecer como un intruso sino conformar con ella
una simbiosis perfecta para que cuando llegue el momento en que a
sus oídos lleguen las primeras jaras partidas no se le rompa también
su corazón aunque su cuerpo se haga una piedra. Sí, hacerse todo
oído para percatarse de la presencia cercana de la pieza cuando
raramente llegue ese silencio casi eterno que sigue al primer roce de
las pezuñas contra la hojarasca y que marca los pasos de un cochino
viejo y cuando,consumadoeltiro, dialogue consigo mismo para darse
respuesta a las terribles preguntas surgidas de pronto sobre la certeza,
la duda, la esperanza o el desánimo. Preguntas con respuestas muy
rápidas que sólo pararán, si llega el caso, tras el relajamiento final que
sigue con la cobra del animal tirado.
3. Manuel Verdier nos mete de lleno en sierras casi vírgenes para
que participemos de noches con pesadillas que son consecuencias de
no haber tenido la oportunidad de memorizar previamente el
escenario de caza y haberse sumergido en un mundo idealpara vencer
incluso el desánimo y el frío que le abate,o nos hace subir (sube) por
empinadas cuestas impulsado por un presagio de éxito que le hace
sentirse a gusto. Montes del Andévalo o la Sierra en donde Manolo
descarga sus emociones que le hacen jadear (que le provocan
constantes jadeos e inquietudes, noches enteras repletas de fatales
excesos de confianza, de la fuerza complementaria del amigo que
soporta su peso al atravesar la rivera, de un ritual constante al que él
califica como bendito. Y los estados emocionales que le provocan los
sufrimientos de la angustia y la desesperación están descritos
magníficamente. Con dos palabras resume el autor todos los hechos
narrativos y descriptivos que encierran sus relatos. Con esa capacidad
suya de la síntesis consigue estimular al lector y ayudarle a configurar
el carácter o el rostro de las personas con quienes comparte las
noches de aventuras. Abundan las descripciones paisajísticas que
evidencian su afán por la observación de la flora que le circunda en
unos montes embrujados y encantados en donde llegan a ocurrir
escenas casi surrealistas.
En el relato titulado Un aguardo agitado, Manuel Verdier se sitúa en
un medio muy distinto al de la Sierra; en este caso,excepcionalmente,
vive la noche a orillas del río Odiel en tierras más marinas que
serranas. A uno que nunca recechó en ningún paraje de la Costa -no
olvidemos que sólo fui recechero serrano-, le ha fascinado la inclusión
de tal correría nocturna plagada de sobresaltos; pero sobre todo la
acomodación del autor al medio en que ocurren los sucesos. Me
refiero a cómo la historia está contada con un extenso y preciso
vocabulario referido al campo semántico de lo marino: a la acción de
alcanzar el lugar idóneo la llama desembarcar; al lugar de la espera,
playita; además de referencias a la proa de un bote. Descripciones en
contrapunto con las que hace del monte San Cristóbal desde las
lejanas tierras de Zalamea, al que califica como azul estandarte.
Incluso el amigo que le acompaña con un faro en una recóndita y
minúscula playita, allá en tierras de Gibraleón adonde los pizarrales
del Andévalo van a morir, es retratado perfectamente: no con
4. adjetivos sino con verbos plenos de precisión que expresan la
inexperiencia y los miedos del acompañante.
Otras veces, como sucede en el relato Un gurumelo de ocho arrobas y
diez libras, Manuel Verdier refleja su atracción por esos hombres
singulares que dominan una sierra concreta, su maestría al buscar los
rastros de los cochinos, saber dónde están encamados, cuáles son sus
preferencias alimentarias o adivinar qué recorrido nocturno
acometerán o cuáles serán sus pasos de recogida en las altas horas de
la madrugadao en los primeros rayos del amanecer. Especial empatía
muestra hacia Domingo,el Mierro, que le puso en bandeja el cochino
de su vida.
Una singularidad propia de Esperas para el recuerdo reside en que el
autor intercala con destreza algunos avatares personales que no
pertenecen propiamente al hecho narrativo principal y que encajan
perfectamente con las escenas narradas, anécdotas que le sirven para
cortar de golpe la acción y que llegan a provocar en el lector un
interesante desconcierto ante dichas pausas que suelen contener
bastante belleza, como consigue en una de sus múltiples bajadas por
la extensa ribera del Chanza en busca de emociones que le llegarán
enseguida cuando busque el modo de contrarrestar las sombras de la
luna o cuando escuche los alcahuetes sonidos de los mirlos, el ulular
del cárabo o lleguen esos segundos eternos que preceden al lance
final. Pero para que éste resulte exitoso, Manuel Verdier antes ha
estudiado muy bien el comportamiento animal y como resultado
diseña estrategias basadas en las preferencias de los jabalíes para
restregarse si él está apostado cerca de una baña,¡verdaderas lecciones
de botánica y de un hombre reflexivo!, o intenta soluciones a esos
vientos desconcertantes que soplan a media tarde o busca de
antemano puntos referenciales para situar en el lugar exacto al
cochino oculto entre las sombras.
A un cazador se le debe calificar como tal no según se comporte
ante la noche triunfante sino ante los errores cometidos. Es verdad
que el aprendizaje viene dado con el error tras el error, pero hay que
ser consciente de que "muchas veces las circunstancias se conjuran en
contra" del cazador y que sólo la pasión por paladear los pocos
instantes que lleguen nos animarán en el proceso del aprendizaje.Esta
5. idea anteriorestá muy presente en sus relatos: vendrán las noches en
que se falla la pieza disparada o no se cobre de inmediato. Entonces,
la madrugadaserá agitada y nuestro cerebro adormecido será incapaz
de ensartarla escenas vividas, y en ese caos mental se atropellarán los
elementos que han formado parte del fatal instante. Mientras no
ocurre esa desesperación, Manuel Verdier se describe en posición de
agazapado y convertido en parte del rocho que acaba de subir,
mirando los matorrales que cobran esa vida especial que otorga la
oscuridad de la noche y teniendo a la persistencia como escudo ante
sus flaquezas.
Interesante nos resulta la especial espera a los jabalíes que realiza
en tierras valencianas, sobre todo la fijación que hace del habla
referida al medio geográfico en que se efectúa la espera que resultará
muy excitante. También nos pone en contacto con gentes de las
tierras portuguesa del Algarve y Alentejo de las que el autor resalta su
espíritu afable y comedido. Noches de lua cheia en tierras lusitanas
para saborear un cobro de artesanía por un humano con viento de
can. Escenas que a quien haya practicado las esperas le recordarán
momentos parecidos cuando una res herida en la barriga tome la
cuesta arriba y a varias decenas de metros deje enganchadas partes de
sus tripas para morir con fijeza en el lugar donde haya iniciado la
bajada.
Algunos de sus relatos parecen pintados con una paleta de
múltiples colores: rojo, malva, turquesa, blanco, marrón oscuro..., que
hablan de los tenues cirros, el sangrante sol o ponen el color
adecuado a cuanto pisa o ve a su alrededor por tierras de Lepe y
Villablanca; pero esa sensibilidad no la pierde el autorcuando el vuelo
repentino de una perdiz le presagia que vivirá un momento dulce o
cuando es consciente de la atmósfera olorosa que nos envuelve y
pone en aviso al jabalí adulto y nos parece que se esconde cuando su
bulto desaparece en un tric-trac de secuencias rapidísimas. Otros
relatos encierran enseñanzas que, aunque sí se corresponden con el
primitivo hombre cazador-recolector, nada tienen que ver con el
hecho de las esperas a los jabalíes; sin embargo encajan perfectamente
con la narración y consiguen que nos sintamos sensibles ante los
prehistóricos dibujos de la cueva de La Araña en tierras de Bicorp.
Esa intercalación de una escena de la recolección de la miel dignifica
6. la historia de unos jabalíes que se comportan como sifuesen de granja
porque nunca antes habían sido fogueados. También nos llama la
atención la historia vivida en El Jarrama: lo de menos son sus tres
reses cobradas en una noche, lo sorpresivo es la intuición mostrada
por Manuel Verdierpreviendo el comportamiento poco amistoso de
otro cazador contiguo a él quien, por su poca destreza, falló cuatro
reses y no supo rumiar su derrota. Sus reflexiones evidencian que la
caza lleva implícita los distintos comportamientos del ser humano y
que es mucho más que el simple triángulo cazador-pieza-disparo.
Referencias mítica a las sierras de Aroche, encaramado en encinas
soltizas sabiendo que el comportamiento de los jabalíes es
imprevisible y que no existen para él las conductas invariables, en
momentos en que el habla interior manifiesta la grandeza de las
esperas, solo o acompañado de su amigo Manolo González
saboreandoel momentodulce de unas escenas a la vieja usanza en El
Tintillo. Entrañable resulta la noche vivida con su hija Clara en
Montecillo: ¡Todo es mío, soy dueño del tiempo y el lugar!, exclama
Manolo, porque esa debe ser una de las pretensiones del buen
cazador, abarcar todo lo que sus sentidos perciben, acercar las cosas
atractivas hacia él y pausar el tiempo.
Añade unos apuntes finales, como epílogo a estas semblanzas
suyas de cuarenta y cinco años de esperas a los jabalíes, con historias
casi increíbles sucedidas a amigos íntimos. La más atractiva de todas
se refiere a Canito, un hombre al que nos lo presenta con su dejo de
habla valverdeña y que sufrió en su cuerpo las graves consecuencias
de un mal llamado cazador que osó adentrarse en los secretos de la
espera a los jabalíes sin haber alcanzado ser siquiera un mediocre
tirador.
No se olvida el autor de aclararnos muchos de los términos
lingüísticos que utiliza a lo largo de los capítulos narrados, que
resultan enriquecedores sobre todo a aquellos serranos que
únicamente hemos practicado las esperas a los jabalíes en parte de la
Sierra de Huelva, especialmente en los montes de Aroche, Cortegana,
Rosal de la Frontera, Almonaster, La Nava, Cumbres Mayores y
Cumbre de San Bartolomé.Poca diversidad podemos aportar a estas
referencias del habla pues, salvo algunas excepciones, es muy parecida
en aquellos términos municipales. En cambio, Manuel Verdier se
7. muestra muy observador y con mucho acierto anota características
propias de cómo se expresan los hombres del Andévalo, la Costa, los
cazadores valencianos y, sobre todo, se siente atraído por el lenguaje
cinegético que usan los portugueses del Alentejo, y él con mucho
esmero nos acerca las palabras y expresiones foráneas que constituyen
parte importante de la forma de expresión de sus relatos.
Esperas para el recuerdo es un libro de vivencias de caza que tienen
mucha fuerza expresiva y que es rico en la diversidad de contenidos y
escenarios en los que Manuel Verdier ha pasado muchas horas,
porque para él la espera a los jabalíes ha sido parte sustancial de su
vida, que las ha necesitado para vivir múltiples emociones, serenarse,
sensibilizarse, hacerse reflexiones vitales y al mismo tiempo fortificar
sus actitudes ante el mundo o desarrollar sus propias aptitudes. La
lectura de este libro llevará a muchos cazadores a que ellos mismos
reescriban muchas de las historias narradas, que las hagan suyas y
alcancen ese deleite que provoca lo atractivo y a cuyo punto
culminante de placer llamamos clímax, orgasmo o éxtasis tal como
nombraban los místicos. Si los lectores de este libro se sienten felices
mientras leen los veinte relatos, entonces esos instantes que a Manuel
Verdier le parecieron eternos se hará realidad y será entonces cuando
de verdad habrá conseguido pausar el imparable caminar del tiempo.
José Luis Lobo Moriche
Cortegana,otoñode 2016