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BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL Sala Pablo VI Miércoles 13 de junio de 2012
        La experiencia personal de Pablo en la oración

                               El color amarillo en letras o de fondo indica texto de la catequesis.
                               http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/inde
                               x_sp.htm
                               Presentación diseñada por Emilio Perucha Herranz , 1 de agosto 2012.
Queridos hermanos y hermanas:

El encuentro diario con el Señor y la recepción frecuente de los sacramentos permiten abrir nuestra
mente y nuestro corazón a su presencia, a sus palabras, a su acción.




                                                               La oración no es solamente la
                                                               respiración del alma,
                                                               sino también, para usar una imagen,
                                                               el oasis de paz en el que podemos
                                                               encontrar el agua que alimenta nuestra
                                                               vida espiritual y transforma nuestra
                                                               existencia.

                                                               Y Dios nos atrae hacia sí,
                                                               nos hace subir al monte de la santidad,
                                                               para que estemos cada vez más cerca
                                                               de él,
                                                               ofreciéndonos a lo largo del camino luz
                                                               y consolaciones.
Esta es la experiencia personal a la que
hace referencia san Pablo en el capítulo 12
de la Segunda Carta a los Corintios,
sobre el que deseo reflexionar hoy.

Frente a quienes cuestionaban la
legitimidad de su apostolado,
no enumera tanto las comunidades que
había fundado,
los kilómetros que había recorrido;
no se limita a recordar las dificultades y las
oposiciones que había afrontado para
anunciar el Evangelio,

sino que indica su relación con el Señor,
una relación tan intensa que se caracteriza
también por momentos de éxtasis,
de contemplación profunda (cf. 2 Co 12, 1);

así pues,
no se jacta de lo que ha hecho él,
de su fuerza, de su actividad y de sus
éxitos,
sino que se gloría de la acción que Dios ha
realizado en él y a través de él.
De hecho, con gran pudor narra el
momento en que vivió la experiencia
particular de ser arrebatado hasta el
cielo de Dios.

Recuerda que catorce años antes del
envío de la carta «fue arrebatado —así
dice— hasta el tercer cielo» (v. 2).

Con el lenguaje y las maneras de quien
narra lo que no se puede narrar,
san Pablo habla de aquel hecho incluso
en tercera persona;
afirma que un hombre fue arrebatado al
«jardín» de Dios, al paraíso.

La contemplación es tan profunda e
intensa que el Apóstol no recuerda ni
siquiera los contenidos de la revelación
recibida,
pero tiene muy presentes la fecha y las
circunstancias en que el Señor lo aferró
de una manera tan total,
lo atrajo hacia sí,
como había hecho en el camino de
Damasco en el momento de su
conversión (cf. Flp 3, 12).
San Pablo prosigue diciendo que
precisamente para no engreírse por la
grandeza de las revelaciones recibidas,

lleva en sí mismo una «espina» (2 Co 12, 7),
un sufrimiento,

y suplica con fuerza al Resucitado que lo libre
del emisario del Maligno,
de esta espina dolorosa en la carne.

Tres veces —refiere— ha orado con
insistencia al Señor para que aleje de él esta
prueba.

Y precisamente en esta situación,

en la contemplación profunda de Dios,
durante la cual «oyó palabras inefables,
que un hombre no es capaz de repetir» (v. 4),

recibe la respuesta a su súplica.
El Resucitado le dirige unas
palabras claras y tranquilizadoras:

«Te basta mi gracia; la fuerza se
realiza en la debilidad» (v. 9).

El comentario de san Pablo a estas
palabras nos puede asombrar,
pero revela cómo comprendió lo que
significa ser verdaderamente
apóstol del Evangelio.

En efecto, exclama:
«Así que muy a gusto me glorío de
mis debilidades,
para que resida en mí la fuerza de
Cristo.

Por eso vivo contento en medio de
las debilidades,
los insultos,
las privaciones,
las persecuciones y
las dificultades sufridas por Cristo.
Porque cuando soy débil, entonces soy
                                                                   fuerte» (vv. 9b-10);
                                                                   es decir, no se jacta de sus acciones,
                                                                   sino de la acción de Cristo que actúa
                                                                   precisamente en su debilidad.

                                                                   Reflexionemos un momento sobre este
                                                                   hecho,
                                                                   que aconteció durante los años en que
                                                                   san Pablo vivió en silencio y en
                                                                   contemplación,
                                                                   antes de comenzar a recorrer Occidente
                                                                   para anunciar a Cristo,

                                                                   porque esta actitud de profunda
                                                                   humildad y confianza ante la
                                                                   manifestación de Dios es fundamental
                                                                   también para nuestra oración
                                                                   y para nuestra vida,
                                                                   para nuestra relación con Dios y
                                                                   nuestras debilidades.



De la mano del padre recibimos el don del espíritu y la vocación
Ante todo, ¿de qué debilidades habla el Apóstol?
¿Qué es esta «espina» en la carne?
No lo sabemos y no lo dice, pero su actitud da a entender que toda dificultad en el seguimiento de
Cristo y en el testimonio de su Evangelio se puede superar abriéndose con confianza a la acción del
Señor.


                                                    San Pablo es muy consciente de que es un «siervo
                                                    inútil» (Lc 17, 10)
                                                     —no es él quien ha hecho las maravillas, sino el
                                                    Señor—,
                                                    una «vasija de barro» (2 Co 4, 7),
                                                    en donde Dios pone la riqueza y el poder de su
                                                    gracia.


                                                                         Job en desgracia y
                                                                         al final de sus días.
En este momento de intensa oración
contemplativa,
san Pablo comprende con claridad cómo
afrontar y vivir cada acontecimiento,
sobre todo
el sufrimiento,
la dificultad,
la persecución:

en el momento en que
se experimenta la propia debilidad,
se manifiesta el poder de Dios,

que no nos abandona, no nos deja solos,
sino que se transforma en apoyo y fuerza.

Ciertamente, san Pablo hubiera preferido
ser librado de esta «espina»,
de este sufrimiento;

pero Dios dice:
«No, esto te es necesario.
Te bastará mi gracia para resistir y para
hacer lo que debes hacer».

Esto vale también para nosotros.
El Señor no nos libra de los males,
pero nos ayuda a madurar
en los sufrimientos,
en las dificultades,
en las persecuciones.

Así pues, la fe nos dice que,
si permanecemos en Dios,
«aun cuando nuestro hombre exterior se vaya
desmoronando,
aunque haya muchas dificultades,
nuestro hombre interior se va renovando,
madura día a día precisamente en las pruebas» (cf.
2 Co 4, 16).

El Apóstol comunica a los cristianos de Corinto
y también a nosotros que
«la leve tribulación presente nos proporciona una
inmensa e incalculable carga de gloria» (v. 17).
En realidad,
hablando
humanamente,
no era ligera la
carga de las
dificultades;

era muy pesada;

pero en
comparación con el
amor de Dios,
con la grandeza de
ser amado por Dios,

resulta ligera,

sabiendo que la
gloria será
inconmensurable.
Por tanto,
en la medida en que
crece nuestra unión con el Señor y
se intensifica nuestra oración,

también nosotros vamos a lo esencial
y comprendemos que no es el poder
de nuestros medios,
de nuestras virtudes,
de nuestras capacidades,
el que realiza el reino de Dios,

sino que es Dios quien obra maravillas
precisamente a través
de nuestra debilidad,
de nuestra inadecuación al encargo.

Por eso,
debemos tener la humildad de no confiar
simplemente en nosotros mismos,
sino de trabajar en la viña del Señor,
con su ayuda,
abandonándonos a él como frágiles
«vasijas de barro».
San Pablo refiere dos revelaciones particulares que cambiaron radicalmente su vida.
La primera —como sabemos— es la desconcertante pregunta en el camino de Damasco:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9, 4),
pregunta que lo llevó a descubrir y encontrarse con Cristo vivo y presente,
y a oír su llamada a ser apóstol del Evangelio.




                                                                                La segunda son
                                                                                las palabras que
                                                                                el Señor le dirigió
                                                                                en la experiencia
                                                                                de oración
                                                                                contemplativa
                                                                                sobre las que
                                                                                estamos
                                                                                reflexionando:

                                                                                «Te basta mi
                                                                                gracia;

                                                                                la fuerza se
                                                                                realiza en la
                                                                                debilidad».
Sólo la fe,
confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que no nos abandona,
es la garantía de no trabajar en vano.

Así la gracia del Señor fue la fuerza que acompañó a san Pablo en los enormes trabajos para difundir el
Evangelio
y su corazón entró en el corazón de Cristo,
haciéndose capaz de llevar a los demás hacia Aquel que murió y resucitó por nosotros.
En la oración, por tanto, abrimos nuestra alma al Señor para que él venga a habitar nuestra debilidad,
transformándola en fuerza para el Evangelio.

Y también es rico en significado el verbo griego con el que san Pablo describe este habitar del Señor en
su frágil humanidad; usa episkenoo, que podríamos traducir con «plantar la propia tienda».



                                                                              El Señor sigue plantando
                                                                              su tienda en nosotros,
                                                                              en medio de nosotros:

                                                                              es el misterio de la
                                                                              Encarnación.

                                                                              El mismo Verbo divino,
                                                                              que vino a habitar en
                                                                              nuestra humanidad,

                                                                              quiere habitar en
                                                                              nosotros,
                                                                              plantar en nosotros su
                                                                              tienda,
                                                                              para iluminar
                                                                              y transformar nuestra
                                                                              vida
                                                                              y el mundo.
La intensa contemplación de Dios que experimentó san Pablo recuerda la de los discípulos en el monte
Tabor, cuando, al ver a Jesús transfigurarse y resplandecer de luz, Pedro le dijo: «Maestro, ¡qué bueno
es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9,
5). «No sabía qué decir, pues estaban asustados», añade san Marcos (v. 6).



                                                                        Contemplar al Señor es,
                                                                        al mismo tiempo,
                                                                        fascinante y tremendo:

                                                                        fascinante,

                                                                        porque él nos atrae hacia sí
                                                                        y arrebata nuestro corazón hacia lo
                                                                        alto,
                                                                        llevándolo a su altura,
                                                                        donde experimentamos la paz,
                                                                        la belleza de su amor; y

                                                                        tremendo,
                                                                        porque pone de manifiesto
                                                                        nuestra debilidad,
                                                                        nuestra inadecuación,
                                                                        la dificultad de vencer al Maligno,
                                                                        que insidia nuestra vida,
                                                                        la espina clavada también en
                                                                        nuestra carne.

  "Misa de San Francisco de Borja". José Segrelles Albert (1885-1969)
En la oración,
en la contemplación diaria del Señor
recibimos la fuerza del amor de Dios

y sentimos que son verdaderas las palabras de san Pablo a los cristianos de Roma,
donde escribió:
«Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni
potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 38-39).
En un mundo en el que corremos el peligro de confiar solamente en la eficiencia y en el poder de los
medios humanos,
en este mundo estamos llamados a redescubrir y testimoniar el poder de Dios que se comunica en la
oración,


                                                                            con la que crecemos cada
                                                                            día conformando nuestra
                                                                            vida a la de Cristo,

                                                                            el cual —como afirma san
                                                                            Pablo—

                                                                            «fue crucificado por causa
                                                                            de su debilidad,
                                                                            pero ahora vive por la
                                                                            fuerza de Dios.

                                                                            Lo mismo nosotros:

                                                                            somos débiles en él,
                                                                            pero viviremos con él por
                                                                            la fuerza de Dios para
                                                                            vosotros» (2 Co 13, 4).


                                                                             Nota: En las diapositivas
                                                                             siguientes se incluyen datos
                                                                             sobre la oración y el poder de
                                                                             Dios.
Nota: Catecismo Iglesia Católica: La oración como Alianza
2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora
es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces del alma
o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios,
la expresión de la oración es vana.

2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo "me
adentro"). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios
puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar
de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en
relación: es el lugar de la Alianza.

2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre;
brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios
hecho hombre.
"De dos maneras -advierte Santo Tomás- se puede recibir espiritualmente a
Cristo.
Una en su estado natural, y de esta manera la reciben espiritualmente los
ángeles, en cuanto unidos a Él por la fruición de la caridad perfecta y de la
clara visión, y no con la fe, como nosotros estamos unidos aquí (en la Tierra) a
Él. Este pan lo esperamos recibir, también en la gloria.
Otra manera de recibirlo espiritualmente es en cuanto contenido bajo las
especies sacramentales, creyendo en Él y deseando recibirlo
sacramentalmente.
Y esto no solamente es comer espiritualmente a Cristo, sino también recibir
espiritualmente el sacramento" (Suma Teológica III, 80, 2).

 Fue recomendada vivamente por el Concilio de Trento (D 881), y ha sido
practicada por todos los santos, con gran provecho espiritual.
Sin duda, constituye una fuente de gracias para quien la practique fervorosa y
frecuentemente. Más aún:
puede ocurrir que con una Comunión Espiritual muy fervorosa se reciban
mayor cantidad de gracias que con una Comunión Sacramental recibida con
poca devoción.
Además la Comunión Sacramental no puede recibirse más que una sola vez
por día, y la Espiritual puede repetirse muchas veces.

Modo de hacerla: No se prescribe ninguna fórmula determinada [en las
diapositivas siguientes se incluyen tres].
Basta un acto interior por el cual se desee recibir la Eucaristía.
Es conveniente que abarque tres actos:
a) Un acto de Fe, por el cual renovamos nuestra firme convicción de la
presencia real de Cristo en la Eucaristía.
b) Un acto de deseo de recibir sacramentalmente a Cristo y de unirse
íntimamente con Él. En este deseo consiste formalmente la Comunión
Espiritual;
c) Una petición fervorosa, pidiendo al Señor que nos conceda espiritualmente
los mismos frutos y gracias que nos otorgaría en la Eucaristía realmente
recibida.
Fragmentos de: A. Royo Marín | : Teología Moral para Seglares.
Queridos amigos, en el siglo pasado Albert Schweitzer, teólogo protestante y premio Nobel de la paz,
afirmaba que
«Pablo es un místico y nada más que un místico», es decir,
un hombre verdaderamente enamorado de Cristo y tan unido a él que podía decir: Cristo vive en mí.

La mística de san Pablo no se funda sólo en los acontecimientos excepcionales que vivió,
sino también en la relación diaria e intensa con el Señor, que siempre lo sostuvo con su gracia.




                                                 Comunión Espiritual
                                                 Señor,
                                                 creo que todas las sangres y cuerpos, que se
                                                 conservan de milagros eucarísticos, son un solo
                                                 cuerpo y una sola sangre
                                                 creo que el Cuerpo y Sangre de Cristo alimenta el
                                                 alma y el cuerpo espiritual de los creyentes, e incluso
                                                 el cuerpo material en la vida de muchos santos.
                                                 [Deseo recibir sacramentalmente a Cristo y así
                                                 unirme íntimamente con Él].
                                                 Te pido, Señor, que esta unión íntima, me conceda
                                                 realizar totalmente todos mis talentos,
                                                 al mejor servicio de tu Voluntad; cuyo número,
                                                 capacidad y, sobre todo tu influencia benefactora en
                                                 esos talentos, desconozco.

                                                 Comunión Sacramental Se omite la frase entre
                                                 paréntesis.
La mística no lo alejó de la realidad; al contrario, le dio la fuerza para vivir cada día por Cristo y para
construir la Iglesia hasta los confines del mundo de aquel tiempo.
La unión con Dios no aleja del mundo, pero nos da la fuerza para permanecer realmente en el mundo,
para hacer lo que se debe hacer en el mundo.

Así pues, también en nuestra vida de oración tal vez podemos tener momentos de particular intensidad,
en los que sentimos más viva la presencia del Señor,
pero es importante la constancia, la fidelidad de la relación con Dios,
sobre todo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios.
Sólo si somos aferrados por el amor de Cristo, seremos capaces de afrontar cualquier adversidad,
como san Pablo, convencidos de que todo lo podemos en Aquel que nos da la fuerza (cf. Flp 4, 13).

Por consiguiente, cuanto más espacio demos a la oración, tanto más veremos que nuestra vida se
transformará y estará animada por la fuerza concreta del amor de Dios.
Así sucedió, por ejemplo, a la beata madre Teresa de Calcuta, que en la contemplación de Jesús, y
precisamente también en tiempos de larga aridez, encontraba la razón última y la fuerza increíble para
reconocerlo en los pobres y en los abandonados, a pesar de su frágil figura.

La contemplación de Cristo en nuestra vida —como ya he dicho— no nos aleja de la realidad, sino que
nos hace aún más partícipes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos hacia sí en la
oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a todos los hermanos en su amor.

Gracias.
Saludos al Congreso eucarístico internacional.
Dirijo ahora mi afectuoso pensamiento y mi saludo a la Iglesia en Irlanda, donde, en Dublín, en presencia
del cardenal Marc Ouellet, mi legado, se celebra el 50º Congreso eucarístico internacional sobre el tema
«La Eucaristía: comunión con Cristo y entre nosotros».

                                                                       Numerosos obispos, sacerdotes,
                                                                       personas consagradas y fieles
                                                                       laicos procedentes de los
                                                                       distintos continentes participan
                                                                       en este importante
                                                                       acontecimiento eclesial.
                                                                       Es una magnífica ocasión para
                                                                       reafirmar la centralidad de la
                                                                       Eucaristía en la vida de la Iglesia.

                                                                       Jesús, realmente presente en el
                                                                       Sacramento del altar con el
                                                                       supremo sacrificio de amor en la
                                                                       cruz, se entrega a nosotros; se
                                                                       hace nuestro alimento para
                                                                       asimilarnos a él, para hacernos
                                                                       entrar en comunión con él.

                                                                       Y a través de esta comunión
                                                                       estamos unidos también entre
                                                                       nosotros; nos hacemos uno en él;
                                                                       miembros los unos de los otros.

                                                                       Deseo invitaros a que os unáis
                                                                       espiritualmente a los cristianos
                                                                       de Irlanda y del mundo, orando
                                                                       por los trabajos del Congreso,
                                                                       para que la Eucaristía sea siempre
                                                                       el corazón palpitante de la vida
                                                                       de toda la Iglesia.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos de España, México, Puerto Rico,
Venezuela y otros países latinoamericanos.

Invito a todos a dedicar más tiempo a la oración, para que nuestra vida sea transformada y animada por
la fuerza concreta del amor de Dios, y así afrontar cada adversidad, convencidos de que todo lo
podemos en Aquél que nos conforta.

Muchas gracias.

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  • 1. BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL Sala Pablo VI Miércoles 13 de junio de 2012 La experiencia personal de Pablo en la oración El color amarillo en letras o de fondo indica texto de la catequesis. http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/inde x_sp.htm Presentación diseñada por Emilio Perucha Herranz , 1 de agosto 2012.
  • 2. Queridos hermanos y hermanas: El encuentro diario con el Señor y la recepción frecuente de los sacramentos permiten abrir nuestra mente y nuestro corazón a su presencia, a sus palabras, a su acción. La oración no es solamente la respiración del alma, sino también, para usar una imagen, el oasis de paz en el que podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y transforma nuestra existencia. Y Dios nos atrae hacia sí, nos hace subir al monte de la santidad, para que estemos cada vez más cerca de él, ofreciéndonos a lo largo del camino luz y consolaciones.
  • 3. Esta es la experiencia personal a la que hace referencia san Pablo en el capítulo 12 de la Segunda Carta a los Corintios, sobre el que deseo reflexionar hoy. Frente a quienes cuestionaban la legitimidad de su apostolado, no enumera tanto las comunidades que había fundado, los kilómetros que había recorrido; no se limita a recordar las dificultades y las oposiciones que había afrontado para anunciar el Evangelio, sino que indica su relación con el Señor, una relación tan intensa que se caracteriza también por momentos de éxtasis, de contemplación profunda (cf. 2 Co 12, 1); así pues, no se jacta de lo que ha hecho él, de su fuerza, de su actividad y de sus éxitos, sino que se gloría de la acción que Dios ha realizado en él y a través de él.
  • 4. De hecho, con gran pudor narra el momento en que vivió la experiencia particular de ser arrebatado hasta el cielo de Dios. Recuerda que catorce años antes del envío de la carta «fue arrebatado —así dice— hasta el tercer cielo» (v. 2). Con el lenguaje y las maneras de quien narra lo que no se puede narrar, san Pablo habla de aquel hecho incluso en tercera persona; afirma que un hombre fue arrebatado al «jardín» de Dios, al paraíso. La contemplación es tan profunda e intensa que el Apóstol no recuerda ni siquiera los contenidos de la revelación recibida, pero tiene muy presentes la fecha y las circunstancias en que el Señor lo aferró de una manera tan total, lo atrajo hacia sí, como había hecho en el camino de Damasco en el momento de su conversión (cf. Flp 3, 12).
  • 5. San Pablo prosigue diciendo que precisamente para no engreírse por la grandeza de las revelaciones recibidas, lleva en sí mismo una «espina» (2 Co 12, 7), un sufrimiento, y suplica con fuerza al Resucitado que lo libre del emisario del Maligno, de esta espina dolorosa en la carne. Tres veces —refiere— ha orado con insistencia al Señor para que aleje de él esta prueba. Y precisamente en esta situación, en la contemplación profunda de Dios, durante la cual «oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir» (v. 4), recibe la respuesta a su súplica.
  • 6. El Resucitado le dirige unas palabras claras y tranquilizadoras: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad» (v. 9). El comentario de san Pablo a estas palabras nos puede asombrar, pero revela cómo comprendió lo que significa ser verdaderamente apóstol del Evangelio. En efecto, exclama: «Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo.
  • 7. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (vv. 9b-10); es decir, no se jacta de sus acciones, sino de la acción de Cristo que actúa precisamente en su debilidad. Reflexionemos un momento sobre este hecho, que aconteció durante los años en que san Pablo vivió en silencio y en contemplación, antes de comenzar a recorrer Occidente para anunciar a Cristo, porque esta actitud de profunda humildad y confianza ante la manifestación de Dios es fundamental también para nuestra oración y para nuestra vida, para nuestra relación con Dios y nuestras debilidades. De la mano del padre recibimos el don del espíritu y la vocación
  • 8. Ante todo, ¿de qué debilidades habla el Apóstol? ¿Qué es esta «espina» en la carne? No lo sabemos y no lo dice, pero su actitud da a entender que toda dificultad en el seguimiento de Cristo y en el testimonio de su Evangelio se puede superar abriéndose con confianza a la acción del Señor. San Pablo es muy consciente de que es un «siervo inútil» (Lc 17, 10) —no es él quien ha hecho las maravillas, sino el Señor—, una «vasija de barro» (2 Co 4, 7), en donde Dios pone la riqueza y el poder de su gracia. Job en desgracia y al final de sus días.
  • 9. En este momento de intensa oración contemplativa, san Pablo comprende con claridad cómo afrontar y vivir cada acontecimiento, sobre todo el sufrimiento, la dificultad, la persecución: en el momento en que se experimenta la propia debilidad, se manifiesta el poder de Dios, que no nos abandona, no nos deja solos, sino que se transforma en apoyo y fuerza. Ciertamente, san Pablo hubiera preferido ser librado de esta «espina», de este sufrimiento; pero Dios dice: «No, esto te es necesario. Te bastará mi gracia para resistir y para hacer lo que debes hacer». Esto vale también para nosotros.
  • 10. El Señor no nos libra de los males, pero nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones. Así pues, la fe nos dice que, si permanecemos en Dios, «aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, aunque haya muchas dificultades, nuestro hombre interior se va renovando, madura día a día precisamente en las pruebas» (cf. 2 Co 4, 16). El Apóstol comunica a los cristianos de Corinto y también a nosotros que «la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria» (v. 17).
  • 11. En realidad, hablando humanamente, no era ligera la carga de las dificultades; era muy pesada; pero en comparación con el amor de Dios, con la grandeza de ser amado por Dios, resulta ligera, sabiendo que la gloria será inconmensurable.
  • 12. Por tanto, en la medida en que crece nuestra unión con el Señor y se intensifica nuestra oración, también nosotros vamos a lo esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, de nuestras capacidades, el que realiza el reino de Dios, sino que es Dios quien obra maravillas precisamente a través de nuestra debilidad, de nuestra inadecuación al encargo. Por eso, debemos tener la humildad de no confiar simplemente en nosotros mismos, sino de trabajar en la viña del Señor, con su ayuda, abandonándonos a él como frágiles «vasijas de barro».
  • 13. San Pablo refiere dos revelaciones particulares que cambiaron radicalmente su vida. La primera —como sabemos— es la desconcertante pregunta en el camino de Damasco: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9, 4), pregunta que lo llevó a descubrir y encontrarse con Cristo vivo y presente, y a oír su llamada a ser apóstol del Evangelio. La segunda son las palabras que el Señor le dirigió en la experiencia de oración contemplativa sobre las que estamos reflexionando: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».
  • 14. Sólo la fe, confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que no nos abandona, es la garantía de no trabajar en vano. Así la gracia del Señor fue la fuerza que acompañó a san Pablo en los enormes trabajos para difundir el Evangelio y su corazón entró en el corazón de Cristo, haciéndose capaz de llevar a los demás hacia Aquel que murió y resucitó por nosotros.
  • 15. En la oración, por tanto, abrimos nuestra alma al Señor para que él venga a habitar nuestra debilidad, transformándola en fuerza para el Evangelio. Y también es rico en significado el verbo griego con el que san Pablo describe este habitar del Señor en su frágil humanidad; usa episkenoo, que podríamos traducir con «plantar la propia tienda». El Señor sigue plantando su tienda en nosotros, en medio de nosotros: es el misterio de la Encarnación. El mismo Verbo divino, que vino a habitar en nuestra humanidad, quiere habitar en nosotros, plantar en nosotros su tienda, para iluminar y transformar nuestra vida y el mundo.
  • 16. La intensa contemplación de Dios que experimentó san Pablo recuerda la de los discípulos en el monte Tabor, cuando, al ver a Jesús transfigurarse y resplandecer de luz, Pedro le dijo: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9, 5). «No sabía qué decir, pues estaban asustados», añade san Marcos (v. 6). Contemplar al Señor es, al mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante, porque él nos atrae hacia sí y arrebata nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su altura, donde experimentamos la paz, la belleza de su amor; y tremendo, porque pone de manifiesto nuestra debilidad, nuestra inadecuación, la dificultad de vencer al Maligno, que insidia nuestra vida, la espina clavada también en nuestra carne. "Misa de San Francisco de Borja". José Segrelles Albert (1885-1969)
  • 17. En la oración, en la contemplación diaria del Señor recibimos la fuerza del amor de Dios y sentimos que son verdaderas las palabras de san Pablo a los cristianos de Roma, donde escribió: «Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 38-39).
  • 18. En un mundo en el que corremos el peligro de confiar solamente en la eficiencia y en el poder de los medios humanos, en este mundo estamos llamados a redescubrir y testimoniar el poder de Dios que se comunica en la oración, con la que crecemos cada día conformando nuestra vida a la de Cristo, el cual —como afirma san Pablo— «fue crucificado por causa de su debilidad, pero ahora vive por la fuerza de Dios. Lo mismo nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios para vosotros» (2 Co 13, 4). Nota: En las diapositivas siguientes se incluyen datos sobre la oración y el poder de Dios.
  • 19. Nota: Catecismo Iglesia Católica: La oración como Alianza 2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana. 2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza. 2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.
  • 20. "De dos maneras -advierte Santo Tomás- se puede recibir espiritualmente a Cristo. Una en su estado natural, y de esta manera la reciben espiritualmente los ángeles, en cuanto unidos a Él por la fruición de la caridad perfecta y de la clara visión, y no con la fe, como nosotros estamos unidos aquí (en la Tierra) a Él. Este pan lo esperamos recibir, también en la gloria. Otra manera de recibirlo espiritualmente es en cuanto contenido bajo las especies sacramentales, creyendo en Él y deseando recibirlo sacramentalmente. Y esto no solamente es comer espiritualmente a Cristo, sino también recibir espiritualmente el sacramento" (Suma Teológica III, 80, 2). Fue recomendada vivamente por el Concilio de Trento (D 881), y ha sido practicada por todos los santos, con gran provecho espiritual. Sin duda, constituye una fuente de gracias para quien la practique fervorosa y frecuentemente. Más aún: puede ocurrir que con una Comunión Espiritual muy fervorosa se reciban mayor cantidad de gracias que con una Comunión Sacramental recibida con poca devoción. Además la Comunión Sacramental no puede recibirse más que una sola vez por día, y la Espiritual puede repetirse muchas veces. Modo de hacerla: No se prescribe ninguna fórmula determinada [en las diapositivas siguientes se incluyen tres]. Basta un acto interior por el cual se desee recibir la Eucaristía. Es conveniente que abarque tres actos: a) Un acto de Fe, por el cual renovamos nuestra firme convicción de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. b) Un acto de deseo de recibir sacramentalmente a Cristo y de unirse íntimamente con Él. En este deseo consiste formalmente la Comunión Espiritual; c) Una petición fervorosa, pidiendo al Señor que nos conceda espiritualmente los mismos frutos y gracias que nos otorgaría en la Eucaristía realmente recibida. Fragmentos de: A. Royo Marín | : Teología Moral para Seglares.
  • 21. Queridos amigos, en el siglo pasado Albert Schweitzer, teólogo protestante y premio Nobel de la paz, afirmaba que «Pablo es un místico y nada más que un místico», es decir, un hombre verdaderamente enamorado de Cristo y tan unido a él que podía decir: Cristo vive en mí. La mística de san Pablo no se funda sólo en los acontecimientos excepcionales que vivió, sino también en la relación diaria e intensa con el Señor, que siempre lo sostuvo con su gracia. Comunión Espiritual Señor, creo que todas las sangres y cuerpos, que se conservan de milagros eucarísticos, son un solo cuerpo y una sola sangre creo que el Cuerpo y Sangre de Cristo alimenta el alma y el cuerpo espiritual de los creyentes, e incluso el cuerpo material en la vida de muchos santos. [Deseo recibir sacramentalmente a Cristo y así unirme íntimamente con Él]. Te pido, Señor, que esta unión íntima, me conceda realizar totalmente todos mis talentos, al mejor servicio de tu Voluntad; cuyo número, capacidad y, sobre todo tu influencia benefactora en esos talentos, desconozco. Comunión Sacramental Se omite la frase entre paréntesis.
  • 22. La mística no lo alejó de la realidad; al contrario, le dio la fuerza para vivir cada día por Cristo y para construir la Iglesia hasta los confines del mundo de aquel tiempo. La unión con Dios no aleja del mundo, pero nos da la fuerza para permanecer realmente en el mundo, para hacer lo que se debe hacer en el mundo. Así pues, también en nuestra vida de oración tal vez podemos tener momentos de particular intensidad, en los que sentimos más viva la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad de la relación con Dios, sobre todo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios.
  • 23. Sólo si somos aferrados por el amor de Cristo, seremos capaces de afrontar cualquier adversidad, como san Pablo, convencidos de que todo lo podemos en Aquel que nos da la fuerza (cf. Flp 4, 13). Por consiguiente, cuanto más espacio demos a la oración, tanto más veremos que nuestra vida se transformará y estará animada por la fuerza concreta del amor de Dios.
  • 24. Así sucedió, por ejemplo, a la beata madre Teresa de Calcuta, que en la contemplación de Jesús, y precisamente también en tiempos de larga aridez, encontraba la razón última y la fuerza increíble para reconocerlo en los pobres y en los abandonados, a pesar de su frágil figura. La contemplación de Cristo en nuestra vida —como ya he dicho— no nos aleja de la realidad, sino que nos hace aún más partícipes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos hacia sí en la oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a todos los hermanos en su amor. Gracias.
  • 25. Saludos al Congreso eucarístico internacional. Dirijo ahora mi afectuoso pensamiento y mi saludo a la Iglesia en Irlanda, donde, en Dublín, en presencia del cardenal Marc Ouellet, mi legado, se celebra el 50º Congreso eucarístico internacional sobre el tema «La Eucaristía: comunión con Cristo y entre nosotros». Numerosos obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos procedentes de los distintos continentes participan en este importante acontecimiento eclesial. Es una magnífica ocasión para reafirmar la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar con el supremo sacrificio de amor en la cruz, se entrega a nosotros; se hace nuestro alimento para asimilarnos a él, para hacernos entrar en comunión con él. Y a través de esta comunión estamos unidos también entre nosotros; nos hacemos uno en él; miembros los unos de los otros. Deseo invitaros a que os unáis espiritualmente a los cristianos de Irlanda y del mundo, orando por los trabajos del Congreso, para que la Eucaristía sea siempre el corazón palpitante de la vida de toda la Iglesia.
  • 26. Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos de España, México, Puerto Rico, Venezuela y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dedicar más tiempo a la oración, para que nuestra vida sea transformada y animada por la fuerza concreta del amor de Dios, y así afrontar cada adversidad, convencidos de que todo lo podemos en Aquél que nos conforta. Muchas gracias.