1. A) DIEZ RAZONES PARA ALABAR A DIOS
El primer capítulo de Efesios describe las bendiciones que Dios le da a usted y a todos los creyentes en Cristo Jesús.
Que estas diez razones para alabar a Dios vengan a su mente a menudo mientras usted recuerda todo lo que Dios ha
hecho por usted.
1. Porque Él lo ha bendecido con toda bendición espiritual
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los
lugares celestiales en Cristo (v. 3).
A Dios le encanta bendecir a su pueblo. A causa de que sus bendiciones espirituales están aseguradas en el cielo, no
están limitadas por nuestras acciones o por el tiempo terrenal. Están basadas en Su carácter y en Su propósito para
usted.
2. Porque Él lo ha escogido
Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él (v.
4)
Ningún cristiano comprende por qué Dios lo escogió, pero en Su gracia Él lo hizo. Usted era parte de su plan divino
antes que el tiempo comenzara. ¿No lo motiva esa gracia a amarlo y a vivir para Él aun más?
3. Porque Él lo ha predestinado y adoptado
En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su
voluntad (v. 5).
Predestinado significa «escogido de antemano». La obra de Dios en su vida garantiza que Él cumplirá Su plan
perfecto para usted: que usted sea adoptado en Su familia. A causa de lo que Jesús hizo en la cruz, cuando usted
cree, se convierte en un hijo o hija del Dios Viviente.
4. Porque Él lo ha redimido
Para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado. En Él tenemos
redención mediante su sangre (v. 6–7a).
Dios envió a su Hijo para pagar el precio que lo compraría a usted; para librarlo de la prisión de la consecuencia de su
pecado. El precio que Dios pagó no fue en plata ni oro, sino en la sangre preciosa de Su propio Hijo (1 Pedro 1:18–
19). ¡Dios lo ha hecho a usted libre!
5. Porque Él lo ha perdonado
[Nosotros tenemos] el perdón de nuestros pecados (v. 7b).
A causa del sacrificio de Jesús, Dios ya no cuenta la deuda de su pecado contra usted. Él ha perdonado todos sus
pecados. Esto significa que Él ya no recuerda ninguna de sus transgresiones. ¡Usted es sin mancha ante Él! Usted
puede estar seguro de su perdón continuo hoy… y aun mañana.
6. Porque Él ha hecho abundar su gracia sobre usted
… según las riquezas de su gracia que ha hecho abundar para con nosotros (v. 7c-8a)
La gracia de Dios significa «Su favor inmerecido». Dios le da a usted lo que no merece. Usted ha sido bendecido con
vida, aliento, compañerismo con Él, y muchísimo más. Dios anhela darle gracia a las personas, y cuando Él da, Él da
abundante y extravagantemente.
7. Porque Él nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad
2. En toda sabiduría y discernimiento nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según el beneplácito que se propuso
en Él, … es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra
( v. 8b–10).
El misterio que Dios reveló a través de Jesús es su plan de salvación. Dios también ha dado a conocer su deseo de
que todos los creyentes estén unidos en un mismo cuerpo, la Iglesia. No hay división entre hombre y mujer, esclavo o
libre, judío o gentil. Somos uno en Cristo.
8. Porque Él ha proporcionado una herencia eterna
En Él también hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las
cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo,
seamos para alabanza de su gloria (v. 10b–12).
Al presente, Dios le ha dado a usted todas las recompensas de la salvación, incluyendo la paz con Dios y ser
coheredero con Cristo. En el futuro, usted heredará todas las riquezas espirituales del cielo. Este regalo es para el
bien de usted y para Su gloria.
9. Porque Él lo ha sellado en Cristo
En Él también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo
creído, fuisteis sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa (v. 13).
Dios lo ha «sellado», o marcado, a usted como propiedad de Él a través de la presencia del Espíritu Santo en su vida.
Este sello fue una acción permanente que le da la seguridad de que usted es hijo de Dios, teniendo derecho a Sus
riquezas y a Su bondad.
10. Porque Él ha garantizado su herencia
[El Espíritu Santo] nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida
de Dios, para alabanza de su gloria (v. 14).
La presencia del Espíritu Santo en su vida es una promesa, un primer pago, de los tesoros que serán suyos en el
cielo. Cuando usted vaya al cielo, morará con Dios plenamente. Hay más en camino. ¡Qué razón tan maravillosa para
alabar a Dios!
Se otorga el permiso para imprimir este artículo, o la lista en su totalidad, sin alteraciones y sin ser editada para al
único propósito del lector.
B) ¿POR QUÉ ALABAR Y ADORAR A DIOS?
¿Por qué razón debemos exaltar a Dios?
Hay un millón de motivos para hacerlo, lo cual iremos viendo poco a poco. Pero en este artículo me enfocaré en
algunas de las razones por las cuales nos corresponde y es nuestro deber rendirle exaltación a Dios.
Para empezar, la alabanza y la adoración es algo que Dios demanda y espera de parte de cada uno de sus hijos,
pues fuimos concebidos y creados para adorarle.
Además, no solo Dios espera alabanza de sus hijos, sino también de toda persona. Rendirle adoración al Señor es el
ideal para el hombre; aunque en realidad, el ser humano no lo cumpla a cabalidad.
En la palabra de Dios se nos exhorta repetidas veces a rendirle honor a Dios por medio de nuestra alabanza y
adoración. Pero en muchos otros pasajes no solo se nos exhorta a hacerlo, sino que se nos presenta también como
un mandato, como una orden; como algo que tenemos que hacer. Así, la alabanza a Dios no es una opción; es un
mandato divino. Veamos más al respecto.
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Pero, ¿por qué Dios demanda y espera de nosotros alabanza y adoración hacia él? Bueno, simplemente, porque le
pertenecen. Por eso mismo: porque le corresponden, porque son de él. Así de sencillo.
Un padre terrenal merece el respeto de sus hijos por el solo hecho de ser su padre. Dios, por ser Quien es, merece
toda gloria, honra, honor y loor. Y esto, porque sí; y punto. Esto no es cuestionable; es algo inherente a él, a su
divinidad.
3. “…Para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los
siglos. Amén.”
1 Pedro 4:11
Aquí se nos menciona que a Dios pertenece la gloria; es decir, que es suya, de su sola propiedad. Es algo inherente a
su persona y de nadie más. No es algo que le damos o concedemos a él; es algo que es de él y nadie se lo puede
quitar.
”Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria ni mi alabanza…”
Isaías 42:8
Además, no solo le pertenece la gloria al Señor, sino que únicamente él y nadie más que él es digno de recibirla. Por
eso mismo: porque la merece, porque es digno de ella, es que el Señor está esperando, con todo derecho, lo que a él
le corresponde.
“Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado…”
Salmos 18:3
“Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado…”
Salmos 48:1
“Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen
y fueron creadas.”
Apocalipsis 4:11
En el verso anterior se nos indica además por qué razón Dios es digno de recibir toda gloria: porque solo él creó todas
las cosas y por él subsisten. Por eso es que nadie más es digno de todo el honor.
Si hubiere alguna persona u otro ser que pudiese atribuirse a sí mismo esta potestad de haber “creado todas las
cosas y que por sí mismo es que todo existe”, entonces éste también podría demandar que se le diese gloria y honra.
Pero como no es así, entonces, ninguno tiene derecho a exigir tal gloria, ¿no le parece? Esa potestad es solo del Rey
de reyes y Señor de señores; el único grande y magnífico:
“He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le
son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus
animales para el sacrificio. Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en
menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?”
Isaías 40:15-18
También se nos dice en la palabra de Dios:
“Tributad a Jehová, oh familias de los pueblos, dad a Jehová la gloria y el poder. Dad a Jehová la honra debida a su
nombre…”
Salmos 96:7,8
Se nos manda aquí a que le demos a Dios la honra debida a su Nombre. Esto no nos indica solo el hecho de darle la
gloria adecuada a su Nombre; sino más bien, darle la gloria que le debemos, la gloria que le corresponde, la
gloria que se merece su Nombre.
En la versión “Dios Habla Hoy” este mismo versículo anterior dice: “Den al Señor la honra que merece”. Y en la “Reina
Valera Contemporánea” se nos dice también en ese mismo pasaje: “¡Tributen al Señor la honra que merece su
nombre!”
Me llama la atención las palabras que parecen aquí en este pasaje del Salmo 96:7-8 : las palabras tributar y dar, las
cuales nos indican una "acción de entregar a otro".
Analizando más a fondo el término tributar, éste es definido en diccionarios como:“Pagar o entregar en
obligación cierta cantidad o cuota, ya sea el vasallo a su señoro el súbdito o ciudadano al Estado.” Significa
además: “Dar muestras de gratitud y veneración.”
Desde tiempos inmemoriales los tributos han sido y son una manera en que el vasallo o el ciudadano retribuye a su
señor o al Estado una parte de lo que recibe de éste. En nuestros tiempos actuales se les llama impuestos. Dentro del
sistema social humano, el propósito o justificación del tributo es proporcionarle al Estado o gobernantes los recursos
para actuar de manera tangible en beneficio de sus afiliados. Lamentablemente, no siempre quien recibe el tributo
cumple a cabalidad con ese fin para el cual se le entregó. Pero, independientemente de lo anterior, los tributos son
obligatorios, ineludibles e inapelables.
Si aún de los tributos humanos no se puede escapar y quien hace evasión de los mismos está expuesto a una
sanción e incluso, a la cárcel; cuánto más, el tributarle honor y gloria a Dios es algo que no se puede refutar ni eludir.
Más que eso, es nuestro deber hacerlo, porque es algo que le debemos a Dios.
“Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y (dad) a Dios lo que es de Dios…”
Marcos 12:17
En este versículo anterior el Señor Jesús hace una comparación entre la obligación humana de entregar al
gobernante lo que se le adeuda, y la obligación o deber del hombre para con Dios, de entregarle lo que le debemos y
que Dios se merece. También se nos dice en otro pasaje:
4. “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra,
honra. No debáis a nadie nada…”
Romanos 13:7,8
Y si esto nos lo dice el apóstol Pablo en lo referente a la relación con nuestro prójimo, ¡cuánto más es aplicable a
nuestra relación con Dios!
Ahora bien, aunque los estados terrenales necesiten de los tributos o impuestos para poder actuar en pro de su
nación, nuestro Señor no necesita de nosotros para nada.
Tengamos también en claro que aunque el Señor demanda y espera alabanza y adoración (porque, obviamente, le
pertenecen y es merecedor de ellas), Dios no necesita ni en lo más mínimo de nuestra alabanza ni adoración. Él no es
un ser incompleto que necesite de un elemento externo para sentirse completo. Tampoco es inseguro ni tiene
problemas de autoestima, como para andar "pidiendo" que le adoremos, porque si no, "le hace falta". ¡No! Él sabe
Quién es. No necesita recibir gloria de nadie para sentirse bien o seguro de sí mismo; ni tampoco, para ser más
grande o poderoso. Absolutamente no.
Dios quiere que le exaltemos porque al alabarle y adorarle, somos nosotros quienes recibimos bendición.
CUANDO LE RENDIMOS GLORIA Y HONOR AL SEÑOR, NOS ALINEAMOS CON EL PROPÓSITO DIVINO QUE ÉL
CONCIBIÓ PARA NOSOTROS.
Y entonces, eso desencadena toda una serie de beneficios y bendiciones de parte de Dios hacia nuestras vidas.
Por eso es que él insta a todos a honrarle: porque él sabe que es para nuestro propio bien.
Pero para aquellos que se resisten a aceptar y reconocer a Dios como lo que es: el solo Soberano, Rey de reyes y
Señor de señores (1 Timoteo 6:15,16 , Apocalipsis 17:14), de todas maneras tendrán que reconocerlo un día (a las
buenas o a las malas), al final de los tiempos, porque la Biblia así lo dice:
"Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios."
Romanos 14:11
"Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo (a Cristo Jesús), y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para
que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y
toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre."
Filipenses 2:9-11
El apóstol Juan también cuenta en el Apocalipsis:
"Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en
ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los
siglos de los siglos."
Apocalipsis 5:13
Quienes hoy le reconocemos como Dios y Señor y le rendimos gloria, lo hacemos con deleite aquí en esta tierra y lo
seguiremos haciendo con deleite durante toda la eternidad en la vida eterna.
Pero aquellos que se rehúsan a hacerlo aquí en esta vida terrenal, de todos modos tendrán que doblegarse un día
ante el Rey Supremo para declarar con su propia lengua que él es el Señor. Pero entonces ya será muy tarde, pues
será al fin de los tiempos para condenación. Hasta el diablo mismo y todos sus demonios tendrán que postrarse y
reconocer que Jesús es el Señor, antes de ser lanzados para siempre al lago de fuego. Tal es la magnitud de la
grandeza de Dios, a quien debemos dar gloria, honra y honor.
Dios es el gran YO SOY (Éxodo 3:14); él está en su trono y todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3); él es
todopoderoso (Génesis 17:1) y omnipotente (Éxodo 6:3); siempre ha existido y existirá (Apocalipsis 1:8); su grandeza
es inescrutable (Salmo 145:3) y no hay nadie semejante a él (Éxodo 15:11).
Así que Dios nunca ha dependido ni dependerá jamás de nuestra alabanza y adoración como algo que él necesite,
como algo que le hiciese falta para ser Quien es. Sin importar si usted decide o no alabarle y adorarle, él continuará
reinando en su trono y permanecerá siendo Dios. Y gústele o no, él seguirá siendo siempre digno de toda alabanza y
adoración. Si usted decide no honrarle, el problema es suyo, y quien se pierde las bendiciones es simplemente usted,
no Dios.
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos
hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a
todos vida y aliento y todas las cosas.”
Hechos 17:24-25
Usted y yo desapareceremos un día:
“Cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un
poco de tiempo, y luego se desvanece.”
Santiago 4:14
5. Pero solo Dios permanecerá eternamente:
“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre…”
Salmo 45:6
“el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede
ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.
1 Timoteo 6:16
El tributar honor a Dios viene siendo una pequeña, ínfima y minúscula manera en que podemos (si fuera válido el
término en este caso) “retribuirle” a Dios algo de lo mucho y lo tanto que él ha hecho, hace y hará por nosotros. Y
utilizo la palabra “retribuir” solo como una figura comparativa, ya que nunca jamás nada de lo que hagamos podrá
devolver, pagar o compensar (ni siquiera en lo más mínimo) ninguna de las cosas que Dios hace por nosotros. Más
bien, creo que la expresión correcta sería que el tributar honor y gloria a Dios es una manera en la que
podemos mostrarle nuestra devoción, amor y gratitud a él.
PIÉNSELO BIEN: ¡QUÉ FÁCIL NOS LO PONE EL SEÑOR, CUANDO, SIN TENER CÓMO PAGARLE, LO ÚNICO
QUE ÉL ESPERA DE NOSOTROS ES NUESTRA GRATITUD, ALABANZA Y ADORACIÓN!
“Sacrifica a Dios alabanza y paga tus votos al Altísimo. El que sacrifica alabanza me honrará…”
Salmo 50:14,23
Eso es lo único valedero que podemos darle, pues ninguna de nuestras obras le impresiona a él. Aún lo mejor o más
bueno de nosotros es como nada, delante de Dios:
“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia…”
Isaías 64:6
Dios nos insta a rendirle loor, porque como mencionamos hace poco, ello redunda en nuestra propia
bendición. Existen incontables razones por las cuales recibimos bendición a nuestras vidas cuando le alabamos y
adoramos, así como también se rompen cadenas y penetramos en el mundo espiritual, obrándose maravillas. (Acerca
de las bendiciones que la alabanza a Dios trae consigo, veremos más adelante, en el capítulo intitulado “Hay poder en
la alabanza y adoración”).
El tributar honor a Dios, aunque es nuestra obligación, no es algo gravoso(como lo es el caso de los tributos
terrenales); sino, todo lo contrario: ha de brotar espontáneamente como fruto de un corazón agradecido con su Señor
y podemos hallar sumo deleite en exaltarle.
Cuando le alabamos y le adoramos estamos reconociendo su señorío sobre nuestras vidas y sobre todo el
universo; aceptamos que él es inmensamente superior a nosotros y nos rendimos voluntariamente ante su
incomparable deidad. En otras palabras, aceptamos y reconocemos que él es digno y merecedor de toda la gloria, y
por eso se la damos; movidos también por nuestro amor y gratitud hacia él.
En resumidas cuentas, Dios demanda y espera de nosotros alabanza y adoración porque, por derecho propio, le
pertenece y la merece; pero no necesita de ella. Más bien, nosotros necesitamos de Dios, y el rendirle honor a él
redunda en nuestro propio beneficio y bendición. Aquel que voluntariamente exalta a Dios está reconociendo su
señorío sobre su vida, le ama y está agradecido con él.
C) ¿POR QUÉ ALABAR? - NANCY LEIGH DEMOSS
Deberíamos alabar al Señor porque Dios ama la alabanza y busca adoradores (Jn. 4:23). La alabanza es importante
para Él; cada vez que lo alabas, estás cumpliendo uno de los deseos más profundos de su corazón.
Deberíamos alabar al Señor, porque la alabanza es nuestra primera y eterna función en el cielo. En Apocalipsis 4 —5,
Dios da al apóstol Juan una visión del trono en el cielo. En aquella visión, Juan ve más de cien millones de ángeles
(5:11) que están totalmente dedicados, día y noche, a adorar a Aquel que está sentado en el trono y al Cordero que
está a su diestra (4:6-8; 5:12). Los santos y los ciudadanos del cielo que han ido antes que nosotros están también allí
alabando y adorando al Señor. En cierto sentido, cuando alabamos al Señor aquí en la tierra, estamos haciendo un
“ensayo general” de lo que haremos en el cielo por la eternidad. ¿Estás “practicando” a fin de prepararte para el
concierto de alabanza eterna en el cielo?
Deberíamos alabar al Señor, porque Él ha mandado que le adoremos. ¿Sabías que el mandamiento que más se
repite en toda la Palabra de Dios es el mandamiento de “alabar al Señor”? (Sospecho que podría ser el mandamiento
más olvidado también).
Deberíamos alabar al Señor, porque Él se merece nuestra alabanza y adoración. Solo Él es digno “de recibir la gloria
y la honra y el poder” (Ap. 4:11). Él es Dios sobre todos los dioses, es Rey sobre todos los reyes, es Señor sobre
todos los señores. No hay nadie como Él en el cielo o en la tierra. Él es digno de toda nuestra alabanza.
Deberíamos alabar al Señor, porque hemos sido creados para agradarle, y la alabanza le agrada. ¿Te has preguntado
alguna vez cuál es tu propósito aquí en esta tierra? Cuando alabas a Dios, estás cumpliendo el máximo propósito de
haber sido creada.
6. Deberíamos alabar al Señor, porque nos lleva a su presencia y hace descender su gloria. El Salmo 22:3 nos dice que
en realidad Dios habita entre las alabanzas de su pueblo. Como lo expresó un predicador: “La alabanza es el domicilio
de Dios”. El salmista nos invita y nos dice: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza”
(Sal. 100:4).
En la dedicación del templo de Salomón, un coro masivo, acompañado de ciento veinte que tocaban la trompeta, a sí
como otros instrumentos musicales, “alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, porque su misericordia es
para siempre” (2 Cr. 5:13). En ese momento, “la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (v. 14).
¿Quieres ver la gloria de Dios? ¿Quieres estar cerca de Él? A través de la alabanza, podrías llegar hasta su trono y al
lugar de su más íntima presencia.
Deberíamos alabar al Señor, porque la alabanza es una cura para la sequía espiritual. Dios nos ha creado de tal
manera que tenemos sed de Él. Cuando pretendemos que las cosas y las personas de esta tierra sacien nuestra sed,
nos secamos y nos decepcionamos. Pero cuando levantamos nuestros ojos a Él en alabanza, nuestro corazón se
llena. Un día, cuando David se estaba escondiendo del rey Saúl en el desierto de Judá, y se sentía seco y necesitado,
descubrió este poderoso secreto:
“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida
donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu
misericordia que la vida; mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos. Como de
meollo y de grosura será saciada mi alma, y con labios de júbilo te alabará mi boca” (Sal. 63:1-5).
¿Estás espiritualmente seca y sedienta? Comienza a alabar al Señor, y Él te llenará de sí mismo hasta que tu sed se
sacie y tu copa rebose.
Deberíamos alabar al Señor, porque la alabanza derrota a Satanás. Satanás odia la alabanza, po rque odia a Dios y
odia todo lo que exalte o agrade a Dios. Una de las estrategias de Satanás es hacer que nos centremos en nosotros
mismos; en nuestras necesidades, nuestros problemas, nuestras circunstancias, nuestros sentimientos. Cuando
alzamos nuestros ojos, aunque estén llenos de lágrimas, y decidimos alabar al Señor, el plan de Satanás es destruido,
y Dios gana la victoria en nuestra vida.
Cuando Satanás tentó a Jesús para que cayera y le adorara, Él le respondió: “Al Señor tu Dios adorarás” (Mt. 4:10). Al
momento que Jesús expresó su compromiso de adorar solo a Dios, “el diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron
ángeles y le servían” (4:11).
¿Te ha estado atormentado Satanás con dudas y temores? ¿Sientes que eres atacada con la tentación a pecar?
Trata de alabar al Señor, y verás cómo Satanás huye.
Finalmente, deberíamos alabar al Señor, porque la alabanza nos hace libres de la esclavitud espiritual. Acuérdate de
Jonás. Sentado en el vientre de un gran pez, comenzó a clamar al Señor, primero en humillación, después en
adoración. Tan pronto como el profeta arrepentido dijo: “Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios” (Jon. 2:9),
“mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra” (v. 10).
La alabanza precede a la liberación y nos prepara para ella. Acuérdate de Pablo y Silas. En medio de la noche, presos
en un calabozo romano de Filipos, dejaron de pensar en sus heridas y alzaron sus ojos con himnos de alabanza. Dios
se agradó tanto de ellos, que envió un pequeño acompañamiento celestial en forma de un terremoto que sacudió los
cimientos de la prisión y provocó que las puertas se abrieran de par en par (Hch. 16:11-34).
¿Estás viviendo en alguna clase de prisión? Tal vez eres esclava de tu pasado, de recuerdos dolorosos, de fracasos
pasados, de las expectativas de otros o de algunos hábitos que te esclavizan. Tu prisión podría ser la consecuencia
de tu propia desobediencia, como en el caso de Jonás. O podría ser el resultado del agravio de otros, como en el caso
de Pablo y Silas. Si has pecado, entonces, desde luego, el arrepentimiento es el primer paso. Después, levanta tu
corazón en la celda de tu prisión, alaba al Señor y observa cómo Dios comienza a abrir las puertas. Tus
circunstancias podrían cambiar o no; pero tú cambiarás; tu corazón será liberado; Dios te hará libre.