1. LA FAMILIA ANTE LOS CONSUMOS DE DROGAS.
EL PAPEL DE LA FAMILIA ANTE LOS
CONSUMOS DE DROGAS DE SUS HIJOS
ADOLESCENTES: SITUACIÓN ACTUAL DE LOS
CONSUMOS, MODELO ECOSISTÉMICO DE
COMPRENSIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS Y
ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES.
FÁTIMA SIEIRA TORRADO
UNIVERSIDAD DE DEUSTO. INSTITUTO DEUSTO DE
DROGODEPENDENCIAS.
MÁSTER UNIVERSITARIO EN DROGODEPENDENCIAS Y OTRAS
ADICCIONES.
TUTORA: ANA MARTÍNEZ-PAMPLIEGA
15-09-2010
1
2. ÍNDICE
INTRODUCCIÓN............................................................................................................3
CAPÍTULO 1: SITUACIÓN ACTUAL............................................................................4
1.1. Tipos de drogas y consumo por parte
de los adolescentes...........................................................................................5
1.2. De la experimentación con las drogas al uso
problemático de ellas.......................................................................................7
1.3.Características de los adolescentes consumidores de drogas........................10
CAPÍTULO 2: MODELO ECOSISTÉMICO DE COMPRENSIÓN DEL
CONSUMO DE DROGAS.....................................................................12
CAPÍTULO 3: FAMILIA Y DROGAS...........................................................................36
3.1. Impacto de los consumos de drogas en la familia.........................................36
CAPÍTULO 4: LOS ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES
Y SU IMPORTANCIA
ANTE EL CONSUMO DE DROGAS....................................................44
4.1. Situación actual de la familia.......................................................................46
4.2. Estilos educativos parentales........................................................................49
4.3. La percepción y aceptación de los hijos
de los estilos educativos parentales..............................................................53
4.4. Los estilos educativos y prevención de drogodependencias........................55
CONCLUSIONES...........................................................................................................65
REFERENCIAS..............................................................................................................68
2
3. INTRODUCCIÓN
El método de trabajo y estudio empleado para la realización de este trabajo,
ha sido una revisión bibliográfica de artículos publicados los últimos diez años, a
excepción de algún artículo de la década de los noventa. Además de contar
también con una serie de libros que me han ayudado a asimilar e interpretar el
gran entramado social que engloba la familia y su particularidad. Todos ellos,
estarán detallados en las referencias al final del trabajo.
Los objetivos que se pretenden conseguir con este trabajo son los
siguientes:
• Conocer las sustancias y los consumos que llevan a cabo los
adolescentes.
• Analizar los factores de riesgo que influyen en el consumo de drogas en
los adolescentes, haciendo hincapié en los factores de riesgo y de
protección en la familia.
• Conocer las características de los adolescentes consumidores de drogas y
de sus familias, examinando las variables familiares que influyen en
dicho consumo.
• Integración de los factores de riesgo y protección hacia el consumo de
drogas, en un modelo ecosistémico.
• Comprender los diferentes estilos educativos y su función en la
prevención de las drogodependencias, así como su valor en la presencia
de consumos/abusos de drogas por parte del adolescente.
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4. CAPÍTULO 1) SITUACIÓN ACTUAL
Desde el momento en el que nacemos, la familia es la primera institución
social que nos encontramos. Por lo tanto es la primera toma de contacto en un
ambiente socializador, y un contexto de desarrollo esencial, que debe preparar al
sujeto para adaptarse a la sociedad, el aprendizaje de valores, normas y
comportamientos (Rodrigo y Palacios, 1998). Parson (1980) integra a la familia en
el sistema social más amplio, con la atribución funcional de mantenimiento de
pautas y manejo de tensiones. Estas funciones son las que vehiculizan la
transmisión de valores, actitudes y comportamientos, y posibilitan la conservación
de una identidad estructural, a través de la adaptación a los cambios externos y el
manejo de los conflictos internos (Megías et al., 2002). Es importante que en la
familia exista un ambiente abierto que acoja a los hijos en sus incertidumbres y
experiencias; que fomente su autoestima y autoaceptación; que les ayude a valorar
el esfuerzo y a soportar la frustración; que les transmita responsabilidad y premie la
confianza y la sinceridad (CEAPA, 2008), ya que es un contexto fundamental para
el desarrollo positivo y armónico de chicos y chicas (Arranz, 2004).
La familia debe estar presente durante todo el desarrollo del niño, pero sobre
todo tiene un papel fundamental durante la adolescencia, ya que se van a dar
cambios llamativos con la maduración física y sexual, que afectarán a la forma en
que los adolescentes se ven a sí mismos y a cómo son vistos y tratados por los
demás. El aumento en la producción de hormonas sexuales asociado a la pubertad
va a tener una repercusión importante sobre las áreas emocional y conductual
(Arranz, 2004). El ámbito cognitivo también va a tener mucha trascendencia,
porque va a afectar a la manera en que los adolescentes piensan sobre ellos mismos
y sobre los demás, permitiéndoles una forma diferente de apreciar y valorar las
normas que hasta ahora habían regulado el funcionamiento familiar (Arranz, 2004).
Se asume que la adolescencia es la edad crítica para el inicio en el consumo
de drogas, y que el papel de la familia y el grupo de iguales junto con las relaciones
que establezca, entre otras, con las drogas, son variables relevantes de su desarrollo
evolutivo (Martín, 2000).
4
5. Es en esta etapa, en la cual los padres empiezan a tener más preocupación
por sus hijos y los consumos de drogas. Los jóvenes empiezan a tener curiosidad,
un afán exploratorio ante la vida de los adultos que los lleva a querer experimentar
sensaciones nuevas, el deseo de integrarse en un grupo, ... Pero como dicen Funes y
Ochoa (1996), la mayor parte de los consumos deben entenderse en clave
evolutiva, en clave adolescente. Consumir sustancias psicoactivas permite satisfacer
ciertas necesidades de los adolescentes.
1.1. Tipos de drogas y consumo por parte de los adolescentes.
Según la encuesta ESTUDES (2008), los consumos de drogas por parte de
los estudiantes de secundaria de 14 a 18 años, han sido el alcohol, el tabaco, el
cannabis, y los tranquilizantes o pastillas para dormir. Un 81,2% ha consumido
bebidas alcohólicas alguna vez en la vida, un 44,6% tabaco, un 35,2% el cannabis y
un 17,3% tranquilizantes o pastillas para dormir. La proporción de consumidores
actuales de estas sustancias, es decir aquellos que las han consumido alguna vez en
los 30 días previos a la entrevista, fue de 58,5%, 32,4%, 20,1% y 5,1%,
respectivamente. El consumo del resto de sustancias (cocaína, éxtasis,
alucinógenos, anfetaminas, inhalables volátiles, heroína, etc.) es mucho más
minoritario, situándose entre el 1% y el 6% la proporción de estudiantes que las han
probado alguna vez y entre el 0,5% y el 2% la proporción de consumidores
actuales.
En relación con la edad, es importante señalar que a los 15 años ya se
encuentran consumidores de casi todas las sustancias en porcentajes significativos
(Megías, Elzo, Rodríguez, Megías y Navarro, 2006).
Respecto al uso de drogas, hay que decir, que en los últimos años, ha habido
un cambio en la realidad del consumo, y no sólo cuantitativamente sino
cualitativamente. Según la FAD 2009, las nuevas situaciones de consumo se
perciben desde la normalidad porque, se asocian los consumos con el desarrollo de
ciertos procesos de integración y de adaptación a determinadas dinámicas sociales
generales. Así, los consumos dejan de ser una alarma de desestructuración social
para pasar a estar relativamente aceptados por la sociedad.
5
6. Los consumos de droga, se llevan a cabo sobre todo los fines de semana,
siendo la droga estrella el alcohol, caracterizándose por la ingesta de grandes
cantidades en cortos períodos de tiempo. Los consumos de drogas, suelen
realizarse en lugares públicos como discotecas, pubs o en la calle (Gómez, 2006).
Un sector de adolescentes y jóvenes asocian el disfrute del ocio y de las relaciones
sociales con el uso de sustancias (Espada, Méndez, Griffin y Botvin 2003).
En relación a la diferencia del consumo en cuestión de género, la última
encuesta ESTUDES (2008), dice que las chicas consumen alcohol, tabaco y
tranquilizantes con más frecuencia pero en menor cantidad, mientras que los chicos
consumen drogas ilegales en mayor proporción. En el resto de drogas, siempre son
más altas las prevalencias de usuarios varones: dos chicos por cada chica para el
cánnabis y el éxtasis, las anfetaminas y los alucinógenos, y prácticamente el
cuádruple en el caso de la cocaína.
En relación a las drogas ilegales el éxtasis es la droga estimulante con
mayor porcentaje de consumidores habituales, aunque la más consumida por parte
de los adolescentes es el cannabis, aunque este consumo en la mayoría es
básicamente recreativo, destinado a los momentos de ocio. El 9,4 % dice fumar
cannabis todos los días. Respecto a esto, se puede plantear un interrogante sobre en
qué medida este comportamiento de consumo puede estar incidiendo en las parcelas
de la socialización y del desarrollo educativo (Megías et al., 2006).
Todos estos consumos no se dan de forma aislada, sino que la realidad es
que se da un claro dominio del policonsumo, siendo estos en situaciones puntuales
y en cantidades desmesuradas. Según Megías, et al., (2006) se dan tres tipos de
policonsumo. El primero sería el modelo de psicoestimulantes y cannabis. Un
segundo tipo es el que combina las dos sustancias legales, alcohol y tabaco y que
también incorpora la utilización del cannabis. Por último, un tercer tipo que es de
carácter residual y que estaría encabezado por la heroína, acompañado de otro tipo
de drogas.
Una investigación llevada a cabo por Navarro y Palacios (2002), reveló que
la aparición de efectos positivos en el uso de drogas supone que más sujetos valoren
correcto su uso aunque sean sustancias ilegales, y a la inversa, la presencia de
6
7. efectos negativos conlleva mayor rechazo a su consumo aunque sean sustancias
legales. Es decir, los jóvenes se guían principalmente por los efectos positivos o
negativos de la sustancia y no tanto por su status legal.
1.2. De la experimentación con las drogas al uso problemático de
ellas.
En la mayoría de los adolescentes suele aparecer el interés por la
experimentación y la búsqueda de sensaciones (Martínez y Alonso, 2003). Las
sustancias que usan los adolescentes son de consumo muy generalizado, en las que
se inician muy precozmente, que se podría considerar como una especie de rito de
tránsito que marca el final de la niñez (Delaney, 1995), y que pueden considerarse
como ciertos riesgos que deben resolverse en un momento de transición evolutiva
(Schulenberg y Maggs, 2002).
Baumrind (1987) y Jessor (1992), dicen que fumar, beber, consumir drogas
ilegales o la actividad sexual precoz pueden ser útiles de cara a ganar la aceptación
del grupo de iguales, a conseguir autonomía respecto a los padres o a afirmar la
madurez y marcar el fin de la niñez, de forma que aquellos jóvenes que hayan
experimentado con estas sustancias puedan sentirse posteriormente más satisfechos
y seguros.
Por otra parte, no todos los adolescentes prueban las drogas, y de los que las
prueban, muchos experimentan con ellas o hacen consumos ocasionales. Sólo una
parte las consume de forma habitual o en cantidades y frecuencia preocupantes
(Vielva, 2001). Este grupo de sujetos de corta e intensa vida como consumidores de
sustancias aparece en diversos estudios y suele recoger en torno al 10% de
adolescentes o jóvenes (Schulenberg, Wadsworth, O´Malley, Bachman y Johnston
1996; Tucker, Orlando y Ellickson, 2003). Funes (2009) dice, que la actitud
predominantemente experimentadora no tiene que ver con adolescencias difíciles ni
con situaciones problemáticas, aunque puede extremarse en ellas. Los adolescentes
que mejor valoran su situación social en la escuela y aquellos que están
precariamente son los más atraídos por descubrir y experimentar. Unos porque se
sienten aceptados sin mayores dificultades y les atrae la experimentación, otros
7
8. porque esperan, quizás, que su nuevo mundo adolescente les proporcione algo
diferente de lo que viven cada día.
Un estudio de Martínez, Fuertes, Ramos y Hernández (2003), ha probado
que a mayor edad del adolescente, mayor probabilidad de consumir tabaco, alcohol,
embriagarse y consumir otras drogas; y a la inversa, a mayor edad, menor
percepción de afecto/apoyo y supervisión/control parental. Se puede deducir de
esto, que es importante diferenciar entre las trayectorias del consumo, distinguiendo
entre unos consumos que serían normativos y relativamente benignos, y otros
consumos, que pueden distinguirse por tardíos y ascendentes, que serían más
desadaptativos. No todos los estudios coinciden en considerar al grupo de
iniciación precoz como el de más riesgo, ya que en algunos casos, son los
adolescentes que comienzan algo más tarde, pero cuyo consumo sigue una clara
trayectoria ascendente, quienes muestran en la adultez temprana los niveles más
altos de dependencia y abuso (Hill, White, Chung, Hawkins y Catalano, 2000;
Muthen y Shedden, 1999).
Un estudio llevado a cabo por Oliva, Parra y Sánchez (2007), indicó que el
consumo de sustancias en la adolescencia temprana no guarda relación con
problemas comportamentales años después. Sin embargo, cuando el consumo tiene
lugar en la adolescencia media o tardía, sí está asociado a problemas de conducta,
probablemente porque se trata de un consumo más intenso y con motivaciones
distintas a la experimentación. Los adolescentes que presentaban el consumo más
bajo obtuvieron las puntuaciones más bajas en autoestima y más altas en problemas
emocionales, aunque fueron quienes mostraron un mejor ajuste conductual. El
consumo en un determinado momento de la adolescencia no está relacionado con la
autoestima o el ajuste emocional en ese momento, aunque si se observó que un
mayor consumo en la adolescencia temprana o media se relaciona con mayor
autoestima y con menor incidencia de problemas emocionales en la adolescencia
tardía.
Es posible que una actitud adolescente conservadora y de evitación de
riesgos esté asociada a una menor incidencia de algunos problemas
comportamentales y de salud; sin embargo, esas actitudes tan precavidas pueden
conllevar a un desarrollo deficitario en algunas áreas, como el logro de la identidad
8
9. personal, la autoestima, la iniciativa personal, la tolerancia ante el estrés o las
estrategias de afrontamiento (Oliva et al., 2007). Respecto a esto, la familia tiene
que estar muy atenta a si se producen consumos en sus hijos adolescentes, de qué
forma, su frecuencia, la cantidad consumida en cada ocasión, el contexto en el que
se produce su consumo,…porque los consumos son como una transición entre la
infancia y el mundo adulto, y en la mayoría de los casos no tienen mayor
relevancia. Aunque hay que tener cuidado porque muchas veces las drogas no son
el problema, sino las consecuencias negativas que su consumo puede acarrear no
sólo por la sustancia, sino también por las características del sujeto consumidor y
los condicionantes sociales (Vega, 2006). Muchas veces, si se ahonda en las
verdaderas razones del consumo, no es difícil encontrar motivaciones ocultas como
la necesidad de llenar vacíos, de suplir carencias, de afrontar la angustia, la
impotencia y el miedo. La dificultad de gestionar los propios sentimientos incita a
chicos y chicas a emplear el alcohol y las drogas ilegales para intentar superar la
ansiedad, cambiar su personalidad o darse valor frente a los demás. En ellos se
observa también una explosiva combinación entre su baja percepción del riesgo y
su alta conciencia de invulnerabilidad. Cuando dicen que controlan la sustancia, lo
que están intentando explicarnos es que en realidad se aferran a ella. Esa
vinculación les lleva a creer equivocadamente que no dependen de todo lo demás,
que pueden prescindir de todo eso (CEAPA, 2008).
Y, no hay que olvidarse de que es necesario transmitirles a los adolescentes
que es necesario consumir de una forma responsable, no sólo por problemas de
salud, sino también porque puede haber otros factores de riesgo como las relaciones
sexuales sin protección, los accidentes de tráfico por la pérdida de reflejos, la
desinhibición, la euforia, causada por el alcohol, o las intoxicaciones y la
embriaguez (Espada, Méndez, Griffin y Botvin, 2003).
9
10. 1.3. Características de los adolescentes consumidores de drogas.
Los adolescentes que se inician en un consumo de drogas y deriva en un
abuso y/o adicción a ellas, es porque no desarrollaron un proceso de completa
“individualización-relacional”, es decir, una insuficiente diferenciación individual y
una inadecuada capacidad de mantener dicha diferenciación al interactuar en los
grupos en los cuales participa, lo que constituiría un factor de enorme riesgo de
adherirse a conductas patológicas que ellos presenten (Rees y Valenzuela, 2003).
Esto según Sarué (1991), constituye una muestra de la escasa autonomía que tiene
el adolescente respecto al sistema familiar y, recíprocamente, los padres respecto de
él. El consumo de drogas, y sus problemas asociados, favorece y estimula la
mantención de la escasa autonomía, ya que la familia desalienta la emancipación
del adolescente, culpabilizando al consumo de drogas como causa de este fracaso,
distrayéndose así la mirada respecto de la disfuncionalidad en la cual la totalidad de
la familia está inmersa.
En términos generales, las características de los jóvenes consumidores o/y
abusadores de drogas serían las siguientes, según Rees y Valenzuela (2003) de
acuerdo al MMPI-I:
− Pobre planteamiento de las conductas, bajo control de impulsos y escasa
capacidad de desarrollo personal.
− Presencia de impulsos destructivos y agresivos que tienden a dirigirse sobre
lo socialmente establecido, conductas que pueden ir desde la hostilidad
verbal hasta la agresión física hacia otras personas.
− Tendencia a la fantasía, la cual puede llegar a alterar su juicio de realidad. Si
esto último es llevado al extremo, estos jóvenes corren el riesgo de llevar a la
acción, sin mayor control o mediación, sus descargas destructivas contra el
ambiente.
− Frecuente abuso de drogas y/o alcohol; presencia de marcado egocentrismo e
individulismo: el concepto de sí mismos es pobre e intenta ser compensado
con fantasías narcisistas, en las que el joven se siente fuerte y omnipotente
para llevar a cabo sus ideas.
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11. − Marcadas dificultades en el ajuste social con relaciones interpersonales
marcadas por la superficialidad, la desconfianza y el aislamiento.
− Pueden albergar sentimientos profundos de inseguridad y ser muy
susceptibles al rechazo.
− Dado que les cuesta aceptar las consecuencias y las responsabilidades
interpersonales profundas, no suelen responder o racionalizan y culpabilizan
a otros de sus actos amenzantes.
De acuerdo a la tipología forense de Megargee, estos jóvenes se pueden
caracterizar como:
− Jóvenes que provienen de familias frías, inestables, destruidas y/o privadas
socioeconómicamente.
− Tienden a conseguir menos logros educacionales. En cuanto al área
formativo-laboral, destaca el hecho de que la cuarta parte de los jóvenes no
tienen ningún tipo de ocupación (ni estudian ni trabajan) en el momento de
solicitar ayuda en algún centro. Los déficit educativos y laborales son
problemas frecuentemente asociados al uso de drogas. A causa del uso de
drogas, es habitual que el joven descuide, si no abandona los estudios, o se
encuentre en una situación laboral inestable (Secades y García, 2006).
− Se ven a sí mismos como fuertes, asertivos y con mucha experiencia, pero
poseen una escasa capacidad para establecer relaciones interpersonales
significativas, lo que suele provocar que estén en permanente conflicto con
los demás y que se muestren hostiles y suspicaces.
− Su pronóstico no es muy bueno y requieren de ambientes seguros y
estructurados (Conace, 1998)
11
12. CAPÍTULO 2: MODELO ECOSISTÉMICO DE COMPRENSIÓN DEL
CONSUMO DE DROGAS.
Revisando la literatura sobre los factores de riesgo y de protección familiar
en el consumo de drogas, se puede constatar que no existe un modelo global e
integrador que permita clasificar los factores de riesgo y de protección relacionados
con las drogas.
Por todo esto, siguiendo el modelo ecológico de Brofenbrenner (1987) y
analizando este modelo en base a otras problemáticas, Gracia (1994) y Palacios,
Jiménez, Oliva y Saldaña (1998, 2003), se da la siguiente organización de factores y
contextos expresados en el cuadro más abajo.
Este modelo ecosistémico permite ordenar de forma coherente cuatro niveles
de análisis de los factores y procesos explicativos relacionado con las
drogodependencias. Estos niveles son:
a) Desarrollo ontogenético: La herencia que aportan los padres desde sus
familias de origen a la situación familiar actual y al rol parental.
b) El microsistema: Representa el contexto inmediato donde el hijo se
desenvuelve: familia, amigos, ...
c) El exosistema: Representa, en términos de Bronfenbrenner (1977, 1979)
"las estructuras sociales, tanto formales como informales (por ejemplo, el mundo del
trabajo, el vecindario, redes de relaciones sociales, la destribución de bienes y
servicios), que no contienen en sí mismas a la persona en desarrollo, aunque rodean y
afectan el contexto inmediato en el que se encuentra la persona y, por lo tanto,
influyen, delimitan o incluso determinan lo que ocurre allí".
d) El macrosistema: Representa los valores culturales y sistemas de creencias
que permiten y fomentan el consumo de drogas o alcohol a través de la influencia
que ejercen en los tres niveles: el individuo, la familia y la comunidad (Belsky,
1980).
En la tabla se presenta el modelo ecosistémico del consumo de drogas en
adolescentes. Posteriormente el microsistema familiar será analizado en detalle, dado
el objetivo de esta tesina, y la importancia de este microsistema en la comprensión
del consumo de drogas por parte del adolescente.
12
13. Desarrollo
ontogenético Microsistema familiar Exosistema Macrosistema
- Falta de FAMILIA TRABAJO SITUACIÓN
capacidad 1. Subsistema conyugal - Conflictos. ECONÓMICO-
empática. (padres) - Desempleo. SOCIAL
- Formación - Conflicto marital. - Insatisfacción - Accesidibidad a
académica - Desajuste. laboral. las drogas.
baja. - Estrés. - Tensión en el - Aceptación
- Historia de - Frecuencia de muertes y trabajo. cultural del
disarmo- separaciones en la infancia castigo corporal
nía y ruptura y adolescencia. VECINDARIO en la educación
familiar. - Rupturas frecuentes. - Aislamiento. de los niños.
- Ignorancia - Falta de apoyo - Aprobación
sobre las 2. Subsistema parental. social. cultural del uso
características - Actitudes y conductas - Rechazo social. de
evolutivas del hacia el uso de - Vecindario drogas/alcohol.
niño y sus drogas/alcohol. peligroso. - Crisis
necesidades. - Ausencia de apoyo económica y de
- Pobres parental. NIVEL bienestar social.
habilidades - Ausencia de calidad y SOCIOECONÓMI - Edad mínima
interpersona- consistencia de la CO DE LA para comprar
les. comunicación. FAMILIA alcohol.
- Poca - Bajas aspiraciones sobre la - Estrés económico. - Incumplimiento
tolerancia al educación de los hijos. - Inestabilidad. de la Ley a nivel
estrés. - Depresión/ansiedad. - Inseguridad. local.
- Problemas - Disciplina ineficaz. - Precio del
psicológicos o - Fata de amor, cercanía y alcohol y otras
trastornos afecto. drogas.
emocionales. - Falta de apoyo social al - Publicidad y
hijo. medios de
- Falta de atención, comunicación.
supervisión y control
parental.
- Falta de cohesión.
.- Falta de conexión.
- Técnicas de disciplinas
coercitivas.
- Falta de establecimiento
de normas y límites.
- Falta de habilidades para
hacer frente a conflictos.
- Falta de tolerancia al
estrés.
- Hostilidad.
- Sobreprotección e
instrucción en la vida
13
14. privada del adolescente.
3. Subsistema amigos.
- Grupo de amigos o grupo
de pares.
4. Adolescente.
- Actitudes, creencias y
valores.
- Baja autoestima.
- Conocimiento sobre las
drogas.
- Deseo de
experimentación.
- Estrés.
- Falta de autocontrol.
- Falta de habilidades y
recursos sociales.
- Falta de seguridad.
- Familia.
- Grupo de pares o grupo de
amigos.
- Inmadurez.
FACTORES DE COMPENSACIÓN
Microsistema Exosistema
FAMILIA - Seguridad y prosperidad económica
- Apoyo y calidez en la interacción
familiar.
- Esfuerzos obtenidos por parte de
padres y profesores.
- Habilidades interpersonales
adecuadas.
- Vinculos afectivos positivos.
1. Subsistema conyugal.
- Apoyo entre la pareja.
2. Subsistema parental.
- Apoyos sociales efectivos.
- Calidad en la comunicación
parentofilial.
- Dedicación y cercanía.
- Establecimiento de reglas.
- Implicación con el medio escolar.
- Normas culturales adecuadas.
14
15. - Responsabilidad parental compartida.
Según Clayton (1992), los factores de riesgo son aquellos atributos o
características de un individuo, condición situacional, y/o contexto ambiental los
cuales incrementan la probabilidad del uso y/o abuso de drogas.
En relación a la definición, hay que tener en cuenta que no es necesaria la
presencia de todos y cada uno de los factores de riesgo para que se produzca el
comportamiento desviado, de la misma forma que la aparición de uno de ellos no
determina necesariamente la ocurrencia del mismo de forma causal (Laespada,
Iraurgi y Aróstegi, 2004).
Por otro lado, los factores de protección, serían lo opuesto a los factores de
riesgo, o siguiendo la definición que aportan Pérez-Gómez y Mejía-Motta (1998),
serían atributos individuales, condición situacional, ambiente o contexto que reduce
la probabilidad de ocurrencia de un comportamiento desviado. Con respecto a las
drogas, los factores de protección reducen, inhiben o atenúan la probabilidad del uso
de sustancias (Laespada, et al., 2004).
- Microsistema familiar.
Se defiende que la familia desempeña un papel central en el desarrollo de las
personas, no sólo es porque garantiza su supervivencia física y satisface sus
necesidades emocionales, sino también porque es dentro de ella donde se realizan los
aprendizajes básicos que son necesarios para el desarrollo adecuado de la persona en
la sociedad (Vielva, 2001). Es por ello, que la familia es uno de los principales
factores, ya sea de riego o de protección, en la implicación de cualquiera de sus
miembros en conductas de drogodependencia. Es evidente por tanto, la vinculación
entre el consumo de drogas y un ambiente familiar deteriorado. El comportamiento
de cualquier persona dependerá de las relaciones que se den en su situación familiar
(Martínez, 2001).
15
16. 1. Subsistema conyugal.
Se sostiene que la crianza de los niños en familias con alto nivel de conflicto
es un factor de riesgo importante tanto para el desarrollo de trastornos de conducta en
general (Bragado, Bersabé y Carrasco, 1999) como para el consumo de sustancias
(Otero, Mirón y Luengo, 1989).
Son las dimensiones relacionadas con la existencia de conflictos entre el
adolescente y sus padres y con el consumo familiar, las que predicen un mayor riesgo
de que el joven se implique en el uso de cualquier tipo de sustancias tanto legales
como médicas. Así, pues, el hecho de que existan disputas frecuentes entre el joven y
sus padres y entre éstos entre sí, predice una probabilidad mayor de que este beba,
fume o consuma fármacos o derivados (Berkowitz y Perdins, 1986; Otero et al.,
1989; Piercy, Volk, Prepper y Sprenkle, 1991; Friedman y Utada, 1992).
Los problemas de pareja, tienen un impacto negativo en las pautas de
crianza, facilitando la aparición de comportamientos perturbadores en los hijos. Las
dimensiones del conflicto entre padres han mostrado significación estadística y en
todos los casos se presentan como factores de riesgo la intensidad, el hecho de que el
hijo se perciba como motivo del conflicto de los padres, la inestabilidad de la
relación marital y la frecuencia de los conflictos (Sanz, Iraurgi, Martínez-Pampliega
y Cosgaya, 2006).
Dentro de las variables familiares de mayor interés en relación al campo de
las drogodependencias se encuentra en conflicto marital (Sanz et al., 2006).
Son frecuentes las investigaciones que apuntan a la existencia de un nexo
entre el conflicto marital y las conductas problemáticas por parte de los hijos. Malkus
(1994) al comparar dinámicas familiares entre familias con un miembro adolescente
drogodependiente puso de manifiesto que los adolescentes que perciben a sus padres
como parejas "felices" se encuentran en el último de los grupos. Fueron similares los
resultados de Ruiz, Lozano y Polaino (1994), quienes afirman que el grado de
estabilidad de la pareja de padres influye directamente en los patrones de consumo de
alcohol y drogas ilegales en los hijos. Muñoz-Rivas y Graña (2001) mostraron que
una de las dimensiones que predecían mayor riesgo del uso de sustancias por parte
del adolescente era la existencia de conflictos entre los padres. Entre los mecanismos
explicativos de la relación entre el conflicto marital y el consumo de drogas por parte
16
17. de los hijos se hallan variables familiares relevantes como la disciplina, la hostilidad
y el afecto.
Los conflictos matrimoniales actuarían sobre el consumo de sustancias por
parte de hijos e hijas a través del aumento de relaciones coercitivas de los padres y
por un deterioro en las prácticas de crianza (Sanz, 2006).
Los estudios indican que la intensidad y la frecuencia del conflicto marital,
el estilo del conflicto, su manera de resolución y la presencia de intermediarios a fin
de aminorar los efectos del conflicto, son los más importantes predictores para la
adaptación de los hijos (Kelly, 2000).
Precisamente son los hijos de familias divorciadas que presentan un alto
nivel de conflicto, quienes experimentan más problemas de desajuste emocional y
problemas de conducta (Ellis, 2000). Por el contrario, los padres que han tenido
menos conflicto marital tienen mejores relaciones con sus hijos/as después de la
separación, lo cual está asociado a un funcionamiento más adaptativo por parte de
éstos (Tschann, Johston, Kline y Wallerstein, 1989).
Una relación afectuosa protege a los progenitores del consumo, mientras
que unas relaciones inadecuadas, con un alto grado de conflicto y falta de
vinculación entre padres e hijos aumenta el riesgo de problemas de conducta como el
consumo de alcohol y de otras drogas.
Respecto a las drogas, son escasos los estudios que han vinculado las
relaciones matrimoniales con el consumo de drogas (Pollard, Catalano, Hawkins y
Arthur, 1997; Secades y Fernández-Hermida, 2001).
Los conflictos matrimoniales actuarían sobre el consumo de sustancias por
parte de hijos e hijas a través del aumento de relaciones coercitivas de los padres y
por un deterioro en las prácticas de crianza (Fichman et all. 1994; Kaplan, 2001).
El estudio llevado a cabo por Sanz, Martínez, Iraurgi y Cosgaya (2007),
permite asegurar que el conflicto entre los padres se asocia a una mayor
experimentación de los hijos con las drogas. Otros factores de riesgo del consumo se
hallaron en el tipo de relación que los hijos perciben de sus padres. A este respecto,
percibir un tipo de trato basado en el amor, hostilidad y desprocupación por parte de
la madre y un modelo de relación basado en la hostilidad y control del padre se
mostrarían asociados a una mayor probabilidad de consumir drogas.
17
18. La relación de amor del padre y control de la madre, y las puntuaciones más
altamente valoradas por los hijos respecto a las otras formas de relación, son las que
han ofrecido un efecto protector respecto al riesgo de ser consumidor. El riesgo de
experimentar con drogas se asociaría a una percepción de baja cohesión y
adaptabilidad entre los miembros familiares, propio de familias disfuncionales.
Al consumo de drogas se llega a través de la afiliación con iguales
problemáticos. Por lo tanto, cabe señalar que más que la estructura familiar , lo que
repercute negativamente en los hijos es el funcionamiento familiar inadecuado (Sanz
et al., 2004).
En muchas ocasiones los padres se encuentran con que la educación de sus
hijos es una tarea para la que no han sido preparados y que, sin embargo, les obligará
a enfrentarse a más de una situación conflictiva conscientes de que su actuación
puede resultar decisiva para el futuro de su hijo. Los padres responden de muy
diversas maneras ante estos conflictos; algunos intentan huir de los problemas, pasan
menos tiempo en casa, se refugian en sus trabajos, rehúyen la comunicación con el
hijo problemático, etc., otros intentan cambiar sus práctricas educativas o su forma de
intervención educativa buscando con ello una solución definitiva al problema,
algunos buscan ayuda externa y otros se reafirman en sus propios estilos educativos
(Buendía, 1999; 253-254)
La frecuencia de muertes y separaciones en la infancia y adolescencia,
pueden llegar a ser un factor de riesgo para el consumo de drogas. En estas familias
existe una proporción tres veces superior a la de un grupo control de ausencia de uno
de los progenitores, ya sea por muerte, divorcio, separación o abandono.
Normalmente este progenitor suele ser el padre en el caso de muerte o abandono
(Sanz et al. 2004). Algunos estudios han encontrado una proporción superior de
muertes, separaciones, divorcios, abandonos o enfermedades severas de algún
familiar cercano en familias con problemas de abuso de drogas. Se plantea la
posibilidad de que la toxicomanía sea un síntoma que manifiesta las dificultades
familiares para defenderse de la desesperanza y elaborar el duelo por la pérdida de
uno de los miembros (Vielva, 2001).
18
19. 2. Subsistema parental.
Según Aseltine (1995), la influencia parental es crucial en la iniciación
temprana en el uso de drogas, mientras que los pares se convierten en una influencia
predominante en la iniciación tardía; por eso la importancia de la atención y
supervisión parental está íntimamente conectada con el problema de los amigos, que
aparecen como la principal fuente de riesgo adolescente, ya que los padres tienen
una responsabilidad directa sobre el comportamiento de sus propios hijos con
independencia del ambiente que los rodea (Valenzuela, 2006). Las variables
derivadas del sistema familiar van a ser fundamentales para explicar una conducta
desajustada.
El desarrollo de unas relaciones íntimas, significativas y duraderas, aquellas
que son susceptibles de proveer apoyo social (Van Aken y Asendorpf, 1997),
dependen también de la calidad de las relaciones familiares (Honess y Robinson,
1993; Sánchez-Queijada y Oliva, 2003). Diferentes autores han señalado que los
padres regulan activamente el contexto social del niño y del adolescente, potenciando
o inhibiendo su acceso a recursos sociales fuera de la familia (Parke, 2004). Así, los
padres influyen en una selección positiva o negativa del grupo de iguales a través del
mayor o menor grado de coerción, control y afecto de las prácticas parentales
(Engels, Knibbe, De Vries, Drop y Breukelen, 1999; Simons, Chao, Conger y Elder,
2001). Otros autores han constatado que la calidez y apoyo parental contribuye a
unas relaciones más satisfactorias fuera de la familia (Dekovic y Meeus, 1997; Gold
y Yanof, 1985) ya que la calidad de las relaciones familiares facilitan o dificultan el
adecuado aprendizaje en valores y habilidades sociales básicas (Jiménez, Musitu y
Murgui, 2006).
Bajo un clima familiar de falta de cercanía y afecto entre padres e hijos, el
adolescente no recibe una valoración positiva ni siente la experiencia de inclusión y
aceptación familiar, por lo que sus necesidades de ser reconocido y querido no están
satisfechas. Esto puede hacer que el joven busque esta satisfacción en otros grupos y
acepte cualquier condición, como consumir sustancias, para ser aceptado. En este
sentido, muchos autores manifiestan que la existencia de una relación positiva entre
el hijo y sus padres o uno de ellos es un potente disuasor para el inicio en el consumo
de drogas (Vielva, 2001).
19
20. Además de que la relación con los padres ejerce una importante influencia
en el consumo de drogas, la existencia de unas buenas relaciones entre padres e
hijos/as puede servir como un factor de resistencia capaz de reducir la influencia de
los iguales en el consumo (Cantón y Justicia, 2000).
La mayoría de los estudios coinciden en que las interacciones padres-hijo
caracterizadas por la ausencia de conexión (Brook , Gordon, Whiteman y Cohen,
1990; Pons, Berjano y García, 1996) parecen estar relacionadas con la iniciación de
los jóvenes adolescentes es el uso de drogas.
De forma contraria, las relaciones familiares positivas basadas en un
profundo vínculo afectivo entre padres e hijo correlacionan con una menor
probabilidad de que la juventud presente problemas de conducta (Tasic, Budjanovac
y Mejovsek, 1997) y se inicie el consumo de sustancias (Brook, Gordon, Whiteman y
Cohen, 1986; Selnow, 1987). El estudio de Rodríguez et al. (2007) reveló que los
jóvenes que han consumido alguna vez en su vida, parecen percibir un menor apoyo
y calidez por parte de los miembros de la familia.
Las familias con algún miembro toxicómano tienden a describirse, por una
parte, como desvinculadas, es decir, sus miembros no se apoyan unos a otros, hay
escasa cohesión familiar y no hay cercanía, y por otra, como rígidas, esto es, con
poca capacidad para flexibilizarse y adaptarse a los cambios producidos por alguno
de sus miembros o en el entorno en que viven. Uno de estos cambios precisamente lo
constituye la etapa evolutiva de la adolescencia, cuando el hijo desea acceder a
mayores cuotas de autonomía (Vielva, 2001).
El adolescente verificará las "ventajas" sociales del uso de sustancias,
cuando desarrolle su propia conducta social, en interacción con su grupo de iguales.
El sistema peculiar de relaciones que cada adolescente ha establecido con sus padres
a lo largo de todo su proceso de socialización, es una variable decisiva para definir
otros factores de profundidad más inmediata, como entre otros, el autoconcepto del
jóven, sus estilos de relación social, así como diversas variables de personalidad
-locus de control, vulnerabilidad a la presión grupal, tolerancia a la frustración,
estabilidad emocional etc. (Pons, 1998).
Unas relaciones familiares positivas y un profundo vínculo afectivo entre
padres e hijos, van unidos a una menor probabilidad de que los jóvenes tomen drogas
20
21. y tanto el ambiente familiar global como las relaciones entre sus miembros parecen
relevantes para predecir este consumo (Hundleby y Girard, 1980; Jessor y Jessor,
1977; Kandel, 1978; Mercer y Kohn, 1980; Mercer et al., 1978; Spevak y Pihl,
1976).
Con los adolescentes es frecuente, llegada esta etapa de cambio que se
establezca una cierta incomunicación de la que los padres suelen responsabilizar a
sus hijos, aunque lo cierto es que la comunicación es un asunto interpersonal, y
puede decirse que los padres también son responsables del deterioro que a veces se
produce en ella. Según Buendía (1999), los padres altamente comunicativos son
aquellos que utilizan el razonamiento para obtener acuerdos con el adolescente.
Suelen explicar las razones de su acción y piden opinión al hijo y le llaman a
expresar sus argumentos, de tal forma que pueden modificar sus comportamientos en
función de los argumentos del hijo. Por el contrario, los padres con bajo nivel de
comunicación caracterizan a aquellos que no acostumbran a consultar a los hijos en
la toma de decisiones que le afectan.
Durante la adolescencia, son muchos los obstáculos que dificultan una buena
comunicación: por ejemplo, una gran parte de los mensajes que los padres dirigen a
sus hijos están plagados de críticas a sus errores, referencias a defectos, sarcasmos y
ridiculizaciones. Si se tiene en cuenta que los adolescentes están construyendo su
identidad, y pueden tener muchas dudas con respecto a su valía personal, es de
esperar que sean muy sensibles a estas críticas y no muestren excesivo interés por
iniciar o mantener unos intercambios comunicativos (Arranz, 2004).
El sentimiento de no ser comprendido y aceptado en su propia personalidad
es inherente a la puntuación alta en, al menos los factores reprobación, presión hacia
el logro y rechazo, así como a la puntuación baja en el factor comprensión y apoyo.
La explícita expresión de agresividad contenida en el factor castigo, así como la más
sutil caracterizada por la utilización premeditada del afecto como medio para influir
sobre la conducta del hijo, presente, de nuevo, en reprobación, son indicios de una
dificultad en la expresión afectiva y comunicativa familiar (Pons, 1998).
Una investigación llevada a cabo por Jiménez et al., (2006), ha constatado
que las relaciones que se dan entre la familia y las relaciones personales del
adolescente han resultado en su mayoría lineales y positivas, cuando se trata de
21
22. variables de funcionamiento positivo en la familia (cohesión, adaptabilidad,
sastisfacción, comunicación abierta con ambos padres) y, lineales y negativas,
cuando se trata de variables de funcionamiento negativo en la familia (problemas de
comunicación con ambos padres). Parece que la calidad de las relaciones familiares
puede operar en un doble sentido: potenciando la capacidad del adolescente para
desarrollar relaciones de apoyo fuera de la familia cuando las relaciones familiares
son positivas, o bien inhibiendo esas capacidades cuando dichas relaciones son
problemáticas. El hecho de sentirse amado, estimado y protegido por el padre es uno
de los principales recursos que posee el adolescente para no implicarse en el
consumo de alcohol y hachís, (Musitu y Cava, 2003). Es un efecto directo y
protector de la cohesión familiar y del apoyo social del padre en el consumo de
hachís y que viene a confirmar los resultados de otros autores (Farrell y Barnes,
1993; Musitu et al., 2001; Musitu y Cava, 2003) pero no un efecto mediador, ya que
el apoyo social deja de ser significativo cuando predecimos el consumo desde ambas
dimensiones.
La comunicación familiar con referencia al problema concreto de las drogas,
tiene un protagonismo especial en la vida del joven (Comas, 1990; Graña y Muñoz-
Rivas, 2000), porque las prácticas educativas basadas en la facilidad para establecer
comunicación y en la expresión de afecto, apoyo y comprensión, juegan un papel
decisivo en el ajuste social y emocional del hijo (Pons, 1998).
Las drogas parecen satisfacer aquello que no se ha encontrado en la familia,
como los sentimientos de bienestar, y los grupos de pares parecen ser el eslabón final
en la búsquedada de un sentimiento de bienestar en el mundo de las drogas (Nuño,
Rodríguez y Álvarez, 2006).
Otra variable a tener en cuenta son los estilos educativos, que se pueden
definir como las actuaciones o pautas de conducta que expresan las madres y padres,
en su relación con los hijos e hijas. Hacen referencia al tipo de normas, disciplina y
supervisión que los progenitores ofrecen de forma sistemática a sus hijos e hijas
(Vielva, 2001).
La vida familiar de los no usuarios está normatizada por un mayor número
de reglas, y éstas son percibidas como más consistentes que las que están presentes
en el contexto familiar de los usuarios (Rodríguez, Pérez y Córdoba, 2007).
22
23. Respecto a la disciplina familiar, la variable control o seguimiento paterno
ha sido asociada a la etiología del abuso de drogas en la adolescencia (Muñoz y
Grana, 2001). Kandel y Andrews (1987) encontraron que factores como la ausencia
de implicación maternal, la ausencia o inconsistencia de la disciplina parental y las
bajas aspiraciones de los padres sobre la educación de sus hijos, predecían su
iniciación en el uso de drogas. Las habilidades de los padres para manejar la vida
familiar y para implicarse en la vida del hijo, fundamentalmente mediante la
supervisión de actividades y el establecimiento de normas y límites de convivencia,
se presentan como una variable clave (Vielva, 2001).
Castro (1994), ubica el control paterno como uno de los factores de riesgo
más importantes asociados al consumo de drogas entre los estudiantes de educación
media básica en nuestro país.
Pears, Capaldi y Owen (2007) señalan que la existencia de poca disciplina y
el escaso control inhibitorio, son factores que median en la “transmisión
intergeneracional” del consumo de drogas.
Tal y como apuntan varios autores (Hawkins et al., 1992; Mendes, 2007;
Pears et al., 2007; Sanders, 2000), las pautas de crianza inadecuadas son un factor
clave a la hora de explicar los consumos de drogas en adolescentes. De la misma
forma, la existencia de prácticas de crianza adecuadas basadas en la cercanía
emocional y prácticas disciplinarias consistentes que van a promover el desarrollo de
la autoestima y el autocontrol en los jóvenes son una variable protectora frente a las
conductas problema entre las que se encuentra el consumo de drogas (Dwairy, 2004;
Serbin y Kart, 2004; Wills et al., 2007).
La sobreprotección e intrusión de los padres en la vida privada de sus hijos,
es otro factor a tener en cuenta . Algunos adolescentes pueden consumir drogas
porque perciben a sus progenitores como invasores de su intimidad, posesivos y
sobreprotectores. El consumo de sustancias vendría a ser un mecanismo para
conseguir un mayor margen de intimidad y separación (Vielva, 2001).
Se ha demostrado en numerosos estudios que una disciplina parental
ineficaz acompañada de fracaso académico en los hijos y de la presión ejercida por
los compañeros constituyen importantes predictores de conductas antisociales en los
23
24. adolescentes (Dishion, Patterson, Stoolmiller y Skinner, 1991).
No basta tener una buena relación con los padres: el desempeño parental en
atención, supervisión y control del comportamiento adolescente juega un rol
estratégico. Padres efectivamente involucrados mejoran la relación con los hijos y
ciertas disposiciones específicas del control adolescente no sólo no menoscaban, sino
que se asocian directamente con la calidad de la relación parental (Valenzuela, 2006),
También, las actitudes y conductas paternas hacia las drogas se ha asociado
repetidamente con la iniciación de los adolescentes en el consumo de tóxicos y con la
frecuencia de uso de los mismo (Brook et al., 1990; Pons, 1998).
En una investigación realizada en Valencia con adolescentes, la mayor de
las diferencias encontradas en cuanto a exposición a riesgo en usuarios y no usuarios
es la relativa a la accesibilidad y el uso de drogas en la familia de los usuarios, así
como la mayor permisividad ante situaciones que pueden resultar un riesgo para la
salud e integridad física del adolescente (Rodríguez et al., 2007). El acceso y
permisividad familiar ante el uso de drogas se mantiene como un factor de riesgo
significativo para los adolescentes. El uso de drogas en la familia de los usuarios, así
como una actitud favorable en el grupo familiar ante el uso de estas sustancias, se
presenta como el elemento que marca la mayor diferencia (Pons, 1998).
En cuanto al consumo familiar, se evidencia que el uso de alcohol por parte
del padre es el principal predictor del mismo tipo de consumo en el adolescente (Oei,
Fae y Silva, 1990; Aubà y Villaví, 1993; Alonso y Del Barrio, 1994; Campins, Hereu,
Roselló y Vaqué, 1996), mientras que, el uso de drogas médicas e ilegales aparece
explicado por el consumo habitual de tranquilizantes por parte de la madre, que
señalan a esta variable como importante indicador pronóstico de una mayor
implicación del hijo en el uso de tóxicos (Otero, Mirón y Luengo, 1989; Recio et al.,
1992).
En el caso del alcohol y el tabaco, su consumo es mayoritario entre los
adolescentes, ya que es una droga legal y socialmente aceptada y la influencia
familiar es, si cabe, más decisiva, dado el carácter institucionalizado de esta
sustancia.
Los adolescentes que más consumen, pertenecen a familias en las que el
consumo alcohólico es habitual. El efecto de modelado de una práctica habitual en
24
25. algunas familias es uno de los factores que puede explicar la ingesta abusiva de sus
miembros más jóvenes (Pons, 1998).
El que la madre beba se asocia a un mayor riesgo de que sus hijos fumen y
beban, y el que ambos padres beban se asocia a un mayor riesgo de que sus hijos lo
hagan. La influencia de los padres sobre el consumo de tabaco y alcohol de sus hijos
no está mediado por el estilo general de vida, sino directamente por su propio
ejemplo al consumir tabaco y alcohol, y especialmente por el hecho de que la madre
beba (Kovacs et al., 2003).
El consumo de bebidas alcohólicas no es una conducta que se dé en los
adolescentes de manera aislada sin relación alguna con lo que ocurre en sus
contextos sociales inmediatos, especialmente en el familiar; es, al contrario, un
comportamiento cargado de significado social que refleja tanto la vulnerabilidad a la
presión grupal, como las expectativas de mejor integración grupal a través de una
conducta socialmente normativa, variables ambas que encuentran su origen en los
procesos de socialización familiar (Pons, 1998).
Queda claramente demostrado que el uso de drogas por parte de los padres
es un factor de riesgo asociado a que los hijos también consuman, pero además, otro
grupo de estudios señalan que la existencia de consumos de drogas en los padres está
relacionado con la presencia de problemas psicopatológicos en los hijos, destacando
la presencia de trastornos de la conducta, depresión y trastorno por déficit de
atención e hiperactividad en los hijos (Marmorstein, Iacono y McGue, 2008;
Merikangas, Dierker y Szatmari, 1998; Ohannessian et al., 2004; Westermeyer, Yoon
y Thuras, 2006).
3. Subsistema amigos.
La pandilla es el marco de referencia que ayuda a afianzar la identidad
adolescente frente al mundo adulto y satisface el sentimiento de afiliación o
pertenencia a un grupo de iguales. Según Comas (1992), la probabilidad de beber
aumenta si el adolescente se integra en un grupo que consume alcohol, por influencia
indirecta del modelado de los compañeros o directa de la presión de grupo al instigar
a la bebida mediante invitaciones explícitas. Simons (1994) y Thornberry (1987)
25
26. corroboran la importancia del grupo de pares como uno de los factores de riesgo más
importantes, si no el más importante, en el uso de drogas legales e ilegales en los
adolescentes.
4. Adolescente
Funes (2009), dice que ser adolescente es una condición de riesgo para los
riesgos. Es decir, el adolescente se acerca en muchas ocasiones y/o situaciones a
conductas de riesgo que él no conoce. Para él es un descubrimiento, y por lo tanto no
conoce cuales deben de ser sus conductas para gestionar determinado riesgo.
La adolescencia no es una etapa de estabilidad y por lo tanto el impacto de
las conductas arriesgadas irá en proporción al grado de estabilidad y control
emocional que el adolescente tenga. Frente a la concepción de la asunción de riesgos
como un problema, especialmente durante la adolescencia, habría que admitir la idea
del riesgo como una oportunidad para el desarrollo y el crecimiento personal
(Lightfoot, 1997). Desde esta perspectiva, algunas de las conductas problemáticas del
adolescente funcionarían como indicadores de la transición a un estado más maduro
(Irwin y Millstein, 1992; Jessor, 1998).
Siguiendo a Elzo, Comas, García, Laespada y Vielva (2000), no puede
haber vida sin riesgos. No se puede pensar que se pueden eliminar todos los riesgos
y que la experiencia de superación y evitación de riesgos forma parte fundamental
del vivir, del crecer, del madurar y del ser libres. Una hipotética sociedad sin riesgos
sólo podría ser una sociedad muerta.
La experimentación, es una fase clave en la adolescencia, en la cual se
quieren percibir nuevas sensaciones, sentimientos, estados de ánimo,… y acercarse
un poco más al mundo adulto, porque muchas de las pautas del consumo de drogas
no son consustanciales a la población juvenil, son más bien aprendidas de sus adultos
que, de forma consciente o inconsciente, transmiten en sus estilos de vida, universos
de valores y estructuraciones del tiempo libre pero también en sus consumos, en el
modo de relacionarse con las sustancias y la importancia que se le concede a las
mismas (Laespada, 2009).
26
27. La falta de seguridad y la inmadurez, son dos características esenciales de la
adolescencia, por lo que van a influir en la decisión del sujeto en consumir drogas o
no. La falta de seguridad puede llevar a que sean más influenciables por el grupo de
pares, que se constituye también como una poderosa fuerza que influye en la
configuración del carácter y los valores del adolescente (Reino, Ferreiro, Domínguez
y Rodríguez, 1995). Además, bajo los efectos de las drogas parece que las
inseguridades desaparecen y se tiene la impresión de que se es capaz de todo. Las
creencias y valores sobre lo que el adolescente piensa sobre las drogas, sobre sus
efectos, lo que implica consumir y lo que experimenten con ellas, arrojan un balance
subjetivo positivo o negativo que determinará la ocurrencia o no del consumo
(Laespada et al., 2004). Según Pons y Berjano (1999), el sujeto aceptaría consumir
porque además de mantener una actitud permisiva, ha experimentado personalmente
el consumo de esa sustancia en determinados ambientes y de esta forma ha podido
consolidar o desmentir las creencias provenientes del medio sociocultural sobre ella.
Dos factores importantes son, el conocimiento y la accesibilidad a las
drogas. Antes de que los adolescentes prueben las drogas, lo que saben de ellas,
generalmente provienen de los medios de comunicación, la familia, los amigos y la
escuela, pero es ahora cuando esos conocimientos adquiridos de forma pasiva buscan
ser contrastados de forma activa (Laespada et al., 2004). La relación que cada joven
establezca con el fenómeno de las drogas vendrá determinado por múltiples factores
pero, sin duda, la disponibilidad de las mismas para los potenciales sujetos
consumidores es un factor que correlaciona claramente con el consumo. La
trasmisión de una información real y veraz sobre las drogas y sus efectos, lejos de ser
ineficaz, permite intervenir sobre los niveles de consumo (Johnston, 1995). Se ha
demostrado que la fácil accesibilidad a la droga es un factor de alto riesgo en el inicio
y mantenimiento del consumo (Vallés, 1996) y que cuanto más alta es la
permisividad, entendida como los valores y actitudes sociales favorables al consumo,
las cifras de consumo tienden a ser mayores (Luengo, Romero, Gómez, García y
Lence, 1999).
Las habilidades o recursos sociales son aquellas conductas realizadas por un
individuo en un contexto interpersonal que expresa sentimientos, actitudes, deseos,
opiniones o derechos de un modo adecuado a la situación, respetando esas conductas
27
28. en los demás y, que generalmente resuelve los problemas inmediatos de la situación
mientras reduce la probabilidad de que aparezcan futuros problemas (Vicente y
Caballo, 1986). La adolescencia es un período de apertura al mundo social, y muchas
de estas habilidades aún no están configuradas, por lo que una persona con
problemas para expresar sus sentimientos, opiniones o desenvolverse adecuadamente
en su entorno, será más vulnerable e influenciable por su grupo.
La autoestima o la valoración de uno mismo están en continuo cambio
durante toda la vida, pero la adolescencia es una etapa decisiva para la formación de
los mismos. Las personas con un autoconcepto positivo muestran menos
vulnerabilidad ante situaciones de riesgo o individuos influyentes, al contrario que
las que carecen de este rasgo psicológico (Laespada, 2004). Por otro lado, Brendgen,
Vitaro, Turgeon, Poulin y Wanner (2004), manifiestan que es posible que exista un
“lado oscuro” de la autoestima y que una autoestima muy elevada en determinadas
dimensiones (social y física) indique un mayor riesgo de implicación en problemas
de carácter externalizante.
Distintos autores señalan que mientras la autoestima es un importante
recurso de protección frente a problemas de carácter internalizante como la
depresión, no está tan claro que sean los adolescentes con baja autoestima los que se
impliquen en mayor medida en problemas externalizantes como la conducta delictiva
y el consumo de sustancias (Butler y Gasson, 2005; Emler, 2001).
En este sentido, en la literatura se encuentran dos tipos de resultados en
función del tipo de medida utilizado para evaluar el constructo de autoestima. Por un
lado, en los trabajos en los que se utilizan medidas globales de autoestima se
obtienen, generalmente, relaciones de protección, es decir, una relación significativa
entre la alta autoestima y el bajo consumo de sustancias (Laure, Binsinger, Ambard y
Friser, 2004; Nóbrega, Ferreira, Paredes y Anjos, 2004; Schroeder, Laflin y Weis,
1993). Estos estudios señalan, por tanto, que la evaluación positiva del sí mismo es
un aspecto fundamental para el funcionamiento adaptativo del individuo (Harter,
1990; Taylor y Brown, 1994).
Por otro lado, algunos trabajos que utilizan medidas multidimensionales
contestan esta visión tradicional de la autoestima, e indican que elevadas
puntuaciones en determinados dominios de la autoestima (autoestimas social y física)
28
29. pueden constituir un potencial factor de riesgo para el desarrollo de problemas de
conducta de carácter externalizante como la conducta delictiva y violenta, y el
consumo de sustancias (Jiménez, Estévez, Musitu, Murguiz., en prensa; Musitu y
Herrero, 2003; O’Moore y Kirkham, 2001).
En el estudio de Jiménez et al. (2006), los resultados fueron ambivalentes,
aunque deja claro que las percepciones que el adolescente tiene de la calidad de las
relaciones en su contexto familiar (el grado de vinculación entre sus miembros, de
expresividad y de conflicto) influyen en su autoestima. Destaca la ausencia de
relación entre el conflicto familiar y las autoestimas social y física. Una posible
explicación a este resultado podría ser que los problemas en el contexto familiar no
presenten una relación significativa con estos dominios de la autoestima porque,
posiblemente, durante la adolescencia estos dos ámbitos de la vida (la capacidad para
hacer amigos y la satisfacción con el propio aspecto físico) dependan en mayor
medida de los feedbacks percibidos de otras personas significativas ajenas al
contexto familiar, fundamentalmente los iguales. Respecto de la relación entre la
autoestima y el consumo de sustancias, cabe destacar que los resultados apoyan la
tesis de que no existe un efecto homogéneo y protector de los distintos tipos de
autoestima frente a la implicación del adolescente en problemas de carácter
externalizante como el consumo de sustancias. Por un lado, se confirma que las
autoestimas familiar y escolar constituyen una protección frente a este tipo de
conductas de riesgo (Wild, Flisher, Bahna y Lombard, 2004); por otro lado, los
resultados apoyan la idea de Brendgen, Vitaro, Turgeon, Poulin y Wanner (2004),
según la cual es posible que exista un “lado oscuro” de la autoestima y que una
autoestima muy elevada en determinadas dimensiones (social y física) indique un
mayor riesgo de implicación en problemas de carácter externalizante. En este
sentido, es necesario tener en cuenta que el consumo de sustancias es una conducta
fundamentalmente social durante la adolescencia y que el consumo moderado u
ocasional es relativamente normativo en el contexto cultural español (Observatorio
Español sobre Drogas, 2004). De este modo, es factible pensar que los adolescentes
que consumen ciertas sustancias con los iguales se autoperciban como “seres sociales
normales” e incluso se autoevalúen positivamente (Musitu y Herrero, 2003).
El estrés es un factor asociado a la conducta adictiva (Nadal, 2008). La
29
30. adolescencia va acompañada de un aumento del estrés vital, ya que implica hacer
frente a una serie de retos y nuevas obligaciones que coinciden con los cambios
biológicos y físicos de la pubertad y con fluctuaciones en el funcionamiento
emocional, cognitivo y social. Las presiones académicas, la imagen corporal, el
desarrollo de la identidad sexual, el logro de una creciente autonomía con respecto a
los padres y madres, la aceptación por parte del grupo, etc., constituyen, sin duda,
fuentes potenciales de estrés en la adolescencia. Especialmente, la adolescencia
media (de 14 a 16 años) se considera un periodo ‘cumbre’ a lo largo del ciclo vital
para la ocurrencia de acontecimientos vitales estresantes (Windle y Windle, 1996).
Como consecuencia, a menudo se experimenta depresión y otras emociones
negativas. Esto ha llevado a sugerir que el consumo de alcohol y tabaco (Wills, 1986;
Wills, McNamara, Vaccaro y Hirky, 1996) y de otras drogas (Arellanez-Hernández,
Díaz, Wagner-Echeagaray y Pérez, 2004; Griffin, Séller, Botvin y Díaz, 2001)
podrían representar intentos disfuncionales de manejo de estas dificultades de
adaptación. Es por ello que se ha asociado el estrés vital como factor de riesgo para
el consumo de drogas en adolescentes (Wills, 1986; Windle y Windle, 1996).
Piko (2001), Thoressen y Eaglestone, (1983), sostienen que el uso de drogas
se puede entender como una conducta inadaptativa de afrontamiento dirigida a
aliviar es estrés, aunque el consumo con este fin contribuya, por el contrario, a
exacerbarlo (González 1992; Piko 2001). Asimismo, se ha encontrado que
adolescentes no consumidores de drogas tienen un repertorio más amplio de
respuestas de afrontamiento en comparación con los consumidores (González, 1992;
Needler, Lavee, Su, Brown y Doherty, 1988; Newcomb, Maddahian, Skager y
Bentler, 1987). De la misma manera, la prevalencia de síntomas de depresión
aumenta en relación directa con el consumo, mientras que éste se asocia
directamente con una menor percepción de riesgo y una más alta accesibilidad de
drogas, a la vez que se encuentran diferencias en los niveles de cohesión y
adaptabilidad familiar asociadas al incremento del consumo (Arellanez et al., 2004).
El impacto del estrés sobre el uso de drogas se puede moderar por la
disponibilidad de estrategias de afrontamiento efectivas (Denoff, 1987; Vaccaro y
Willsta, 1998), mientras que también se ha señalado que el consumo puede contribuir
al empobrecimiento de los recursos de ajuste (Anda, Javidi, Jefford y Komorowski,
30
31. 1991; Mary y Russo, 1991).
Un estudio llevado a cabo por Calvete y Estévez (2008), obtuvieron unos
resultados en los cuales mostraron que el número de estresores experimentado es un
factor asociado al consumo de drogas en la adolescencia. Estos resultados son
consistentes con numerosos estudios que han demostrado que el estrés vital predice
el consumo de drogas en adolescentes. En particular, los acontecimientos vitales
negativos se han asociado al consumo de tabaco (Wills et al., 1996), alcohol (Wills,
1986; Windle y Windle, 1996) y otras drogas (Arellanez-Hernández et al., 2004;
Biafora, Warheit, Vega y Gil, 1994; Unger et al., 2001). Windle y Windle (1996),
además, encontraron que esta asociación puede ser diferente dependiendo de la
magnitud y naturaleza de los acontecimientos estresantes.
Es además un estilo resultante en buena medida de pautas cada vez más
permisivas de crianza, las cuales fallan en el establecimiento de límites y disciplina
adecuados (Young, 1999). Estos resultados tienen, por tanto, implicaciones para la
intervención en las adicciones, y sugieren que las acciones formativas dirigidas a
padres y madres, que resalten la importancia del establecimiento de límites y el
desarrollo de la tolerancia a la frustración, pueden contribuir positivamente a la
prevención primaria de conductas adictivas.
Además, la ocurrencia de acontecimientos estresantes se presentan como un
factor de riesgo, si bien su influencia parece estar afectada por el estilo más o menos
impulsivo de afrontamiento de los mismos.
Respecto a lo anterior, se encuentra el autocontrol, que es la capacidad del
ser humano para dirigir y controlar su propia conducta y sus sentimientos. McCown
y DeSimone (1993), dicen que en la impulsividad se combinan aspectos como la
dificultad para valorar las consecuencias de la propia conducta, un estilo rápido y
poco meditado a la hora de tomar decisiones sin considerar alternativas y una
resolución de problemas poco efectiva, sin planificar el propio comportamiento y sin
capacidad para ejercer autocontrol sobre él.
Las características del funcionamiento familiar se relacionan con el consumo
de sustancias de los hijos adolescentes porque se relacionan significativamente con el
desarrollo de su autoestima, tanto la protectora como la de riesgo. El equilibrio de
fuerzas entre estos dos tipos de autoestima del adolescente se relaciona
31
32. significativamente con la implicación de éste en un mayor o menor consumo de
sustancias. Parece positivo tener en cuenta el contexto familiar con el objeto de
facilitar un clima cohesivo, donde las ideas se puedan expresar libremente y se
reduzcan los conflictos y tensiones, de modo que se favorezca una autoevaluación
positiva del adolescente. Sin embargo, parece necesario al mismo tiempo mostrar
cautela en aquellos programas de potenciación de la autoestima como un recurso de
protección frente al consumo de sustancias en adolescentes, ya que no es evidente
que las relaciones entre las diferentes dimensiones de la autoestima y el consumo de
ciertas sustancias sea de carácter homogéneo y protector en la edad adolescente.
Otro de los factores relacionales es la familia, la cual va a poseer un papel
importante en el consumo/abuso de drogas por parte de sus hijos. Los padres con
hijos adolescentes tienen una gran responsabilidad de cara al futuro desarrollo
saludable de sus hijos; los esfuerzos por mantener unas relaciones basadas en el
afecto, el apoyo y unos niveles consensuados de supervisión y control son algunos de
los pilares en los que asentar esa responsabilidad (Martínez, Fuertes, Ramos y
Amapar, 2003).
Está ampliamente contrastado que la calidad de las relaciones familiares es
crucial para determinar la competencia y confianza con la que el adolescente afronta
el periodo de transición de la infancia a la edad adulta (Butters, 2002; Steingberg y
Sheffield, 2001). Estas relaciones influyen en cómo los jóvenes negocian las
principales tareas de la adolescencia (adquisición de la identidad y autonomía), la
medida en que se encuentran implicados en problemas comportamentales
generalmente asociados a este periodo (conductas de riesgo como el consumo de
sustancias) y la habilidad de establecer relaciones íntimas y significativas y duraderas
fuera del contexto familiar (Honess y Robinson, 1993). Se ha comprobado que un
clima familiar conflictivo y unas pobres relaciones familiares- escaso poyo, baja
cohesión o vinculación, rechazo y deficiente comunicación percibidos en el contexto
familiar- predicen el consumo de hachís, alcohol y tabaco (Butters, 2002; Mc Gee,
Williams, Poulton y Moffit, 2000; Musitu et al., 2001).
En la actualidad se acepta que tanto la familia como los pares pueden ser
responsables de transmitir elementos positivos y negativos. Los adolescentes de
familias desestructuradas son los que están más influidos por los pares (Kandel,
32
33. 1996; Steinberg y Sheffield, 2001), que es la influencia más importante en la
adolescencia (Hoffman, 1994; Simons, Wu, Conger y Lorenz, 1994; Vink, Willensen
y Boomsma, 2003).
Kandel (1996) apunta que la influencia de los pares se ha sobreestimado, y
que la familia tiene más influencia de lo que se plantea sobre la conducta desviada de
los hijos, de forma directa, a través del modelado, el reforzamiento social y la calidad
de la interacción padres-hijos. Y de forma indirecta, influyendo en el tipo de amigos a
los que se afilia su hijo: esta influencia se basa en la conducta que tienen los padres
(conducta desviada de los padres) y en la calidad de la interacción padres-hijos
(técnicas de crianza inadecuadas, falta de proximidad y prácticas de disciplina
inadecuadas).
Por otro lado, encontramos factores de compensación, que pueden proteger a
los adolescentes frente al consumo/abuso de drogas, ya que según la Teoría del
Desarrollo Social propuesta por Hawkins y cols. (1992) es un enfoque teórico que
describe cómo existen procesos protectores que parecen incidir en la reducción de
problemas de comportamiento, en los cuales se encuentra la familia.
La magnitud del apoyo y calidez de la interacción familiar, así como el
establecimiento de reglas familiares y un monitoreo adecuado constituyen factores
protectores significativos dentro del contexto familiar (Rodríguez et al. 2007). La
calidad de las relaciones parentofiliales y la cohesión familiar garantizan la salud
psicológica de los individuos al mediatizar los efectos nocivos de los estresores
crónicos. “La consistencia, responsabilidad y seguridad en las relaciones familiares
facilitan el desarrollo de individuos sanos dentro del grupo, brindándoles
estabilidad, previsibilidad en las reacciones y consecuencias de diferentes
comportamientos y situaciones, sensación de entendimiento y control del medio en
que viven y claridad en las responsabilidades que cada uno de los miembros
desempeña en la familia” (Pérez-Gómez, y Mejía-Motta, 1998). Los adolescentes
que perciben mayor cohesión entre los miembros de su familia y una labor de
control por parte de su madre son los que presentan una menor probabilidad de
consumir drogas (Sanz, 2006).
Según la investiagión realizada por Martínez, Fuentes, Ramos y Hernández
(2003), los chicos y chicas que percibieron mayor afecto/poyo y supervisión/control
33
34. parental por parte de sus padres, se implicaron menos en conductas de riesgo
relacionadas con el consumo de drogas; es decir, el consumo de alcohol, tabaco y
otras drogas fue menor y se embriagaron menos que aquellos adolescentes que
percibieron menos afecto/apoyo y supervisicón/control parental: Estas asociaciones
se mantuvieron incluso cuando se controlaban los efectos de la edad y de la edad de
inicio del consumo, dos de los predictores más potentes de la frecuencia de
consumo. Estos resultados concuerdan con otros trabajos realizados recientemente
(DiClemente et al. 2001; Gosselin et al. 2000; Muñoz-Rivas y Graña 2001), lo que
vendría a confirmar que unas relaciones entre padres e hijos caracterizadas por la
proximidad, calidez, apoyo y afecto, conllevan menores riesgos para la salud de los
adolescentes. Tanto el afecto/apoyo como la supervisión/control parental, no son
procesos estáticos, sino que están sujetos a continuas negociaciones entre padres e
hijos en el devenir de los años adolescentes. Por lo tanto, lo verdaderamente útil no
tiene que ver con la cantidad de control y supervisión, sino con el hecho de que esas
negociaciones lleven a niveles de supervisión comúnmente aceptados.
Por otro lado, aspectos como el nivel cultural, el rendimiento académico, la
implicación con el medio escolar y los refuerzos obtenidos por parte de padres y
profesores, entre otros, determinan en mayor medida las características
diferenciales de los adolescentes no consumidores frente a los consumidores (Ruiz
Carrasco y otros, 1994, Pollar et al. 1997).
Los padres con mayor formación académica tienen mejores prácticas
parentales -mejor comunicación, mejor estilo educativo, etc-, y por lo tanto tienen
menores factores de riesgo para el consumo de drogas de sus hijos. La presencia de
un estilo educativo apropiado y un menor consumo de los hijos correlaciona con la
asistencia a las convocatorias del centro escolar y el interés manifestado por los
padres en tales convocatorias, lo que indica que los chicos menos consumidores son
aquéllos cuyos padres están más involucrados en su educación escolar, lo que alude
al efecto protector de dicha actividad parental (Al-Halabi et al., 2009).
La eficacia de las estrategias educativas de la prevención primaria, es decir,
de la anticipación de los factores de riesgo, supone la acción directa y responsable
de los padres como agentes activos, pues ellos son quienes, en ocasiones, los
propician sin ser conscientes (Pons, 1998).
34
35. Para Bry (1996), una buena relación entre los miembros de la familia,
cercana, duradera y sin conflictos, junto con unos métodos de disciplina adecuados
a la edad actúan como factor de prevención del consumo. En general, parece que un
buen funcionamiento familiar en términos de buena comunicación, implicación y
dedicación, afecto, cercanía de los padres, etc., correlacionan positivamente con
una menor implicación en conductas problema por parte del adolescente,
confirmándose la capacidad de la familia como agente preventivo frente a las
conductas desviadas.
35
36. CAPÍTULO 3: FAMILIA Y DROGAS
En muchas ocasiones, no se sabe si es la propia dinámica familiar quien
propicia la toxicomanía o, si debido a ésta, existe esa dinámica familiar
disfuncional (Charro y Martínez, 1995).
Lo que es un hecho claro es la relación entre familia y farmacodependencia,
no sólo como factor desencadenante, sino también como factor de mantenimiento
de la situación (García, 1990). De igual modo, la influencia de la familia puede
actuar de modo contrario, haciendo decrecer el riesgo de uso de drogas en los
jóvenes (Bahr, Marcos y Maughan, 1995).
3.1. Impacto de los consumos de drogas en la familia.
El clima social en el que se mueve un individuo tiene una influencia
importante en todas las esferas de su desarrollo personal y social (Pumar, Ayerbe,
Espina, García, Santos, 1995).
En estudios de familias con un miembro abusador y/o adicto a alcohol y/o
drogas se han podido identificar patrones conductuales disfuncionales recurrentes
tanto en los padres (sobreprotección materna, en particular hacia el hijo que
desarrolla la conducta; padre distante o ausente, o bien excesivamente castigador,
autoritario o violento) como en el adolescente (dependiente e inadaptado, con
problemas conductuales, comportamiento antisocial, abandono escolar e iniciación
precoz de la vida sexual), existiendo frecuentemente también un hermano
parentalizado (Stanton y Todd, 1994).
Ferreira (1968) habló de un estancamiento en la vida familiar y describió un
estilo interaccional de las familias de toxicómanos caracterizado por la falta de
comunicación y negociación, la frustración y la hostilidad. Kirschenbaum, Leonoff,
Maliano (1974) describen ciertos patrones interaccionales que caracterizan a las
familias de drogadictos: Estilo autoritario de los padres, alto conflicto, falta de
intimidad, críticas frecuentes hacia el hijo, aislamiento emocional, falta de placer en
las relaciones siendo frecuentes la depresión y tensión, coalición de los padres
contra el hijo y conflictos sexuales entre los padres.
36
37. Needle, Lavee, Su, Brown y Doherty (1988) estudiaron el clima familiar en
familias de toxicómanos y encontraron que existía menor cohesión y flexibilidad,
más acontecimientos estresantes, más cambios y más tensión en los padres
comparada con un grupo de control.
Es importante para prevenir el consumo de sustancias, los grados de
cohesión, adaptabilidad, fortaleza y unión familiares, y la felicidad de los padres.
En un estudio llevado a cabo por Rees y Valenzuela (2002), se sacaron las
siguientes conclusiones sobre las familias con un miembro drogodependiente.
Aunque se tiende a prejuiciar que el porcentaje de separaciones es alto en
estos casos, en estas familias llama la atención que en dos tercios están presentes
ambos progenitores. Cuando existe sólo un progenitor en el hogar, frecuentemente
es la madre, aunque según resultados empíricos resulta menos eficaz para el
establecimiento y regulación de los límites, aunque suelen utilizar la estrategia de
los vínculos afectivos como modo de manejar los conflictos con los hijos.
En esta investigación se ha encontrado que un porcentaje alto de familias de
adolescentes abusadores de drogas corresponden a estructuras familiares rígidas y
con baja cohesión familiar.
En las familias "normales" observaron cambios en la estructura del sistema
familiar como consecuencia de procesos normativos propios de las distintas etapas
del ciclo vital familiar. Ello se refleja en una disminución de la cohesión y
flexibilidad familiar cuando se alcanza la etapa con hijos adolescentes,
agudizándose lo anterior en la etapa de emancipación de los hijos. Sin embargo, el
adolescente de una familia "normal" percibe su sistema familiar menos cohesionado
y flexible que sus padres y el observador, lo cual se explica, como una muestra de
los intentos del adolescente por diferenciarse de la familia y por lo tanto alcanzar la
individualización (Jaes, 1991). Sin embargo, los sujetos de esta investigación
evaluaron a sus familias con una mejor cohesión y flexibilidad que la pesquisada
por el observador, y por lo tanto, a diferencia de adolestentes de familias "normales"
una interpretación posible es que esto represente una menor diferenciación y
entonces ulitice el uso de la droga como un recurso de individuación patológica.
En el estudio de Pumar et al., (1995), la baja cohesión y la rigidez
encontradas coincide con los resultados de Needle et al. (1988). La baja cohesión y
37
38. expresividad y el alto control coinciden con la percepción del hijo de unas pautas de
crianza caracterizadas por el control sin afecto. En estas familias, existe menor
unión afectiva y sus relaciones parecen basarse más en aspectos formales, esta falta
de calor emocional ya fue señalada por Jonshon y Pandina (1991).
Para Minuchin (1992), la familia es un sistema que opera a través de pautas
transaccionales, las cuales, al repetirse, establecen reglas y patrones que le dan
estructura al sistema, definiendo toda una gama de conductas y facilitando una
interacción recíproca entre sus integrantes.
Minuchin define límites como "el conjunto de reglas o normas que designan
quiénes participann y de qué manera lo hacen en un subsistema determinado; es
decir, definen los roles que tendrá cada uno de los miembros en relación con los
otros".
Existen tres tipos de límites:
a) Claros: son aquellos que pueden definirse con precisión permitiendo a los
miembros del sistema el desarrollo de sus funciones sin interferencias, así como el
contacto con otros sistemas.
b) Difusos: los límites difusos hacen referencia a que los miembros de la
familia no saben con precisión quién debe participar, cómo y en qué momento; hay
una falta de autonomía entre los miembros del sistema: se aglutinan, manifestando
excesiva "lealtad" entre ellos, y hay invasión de subsistemas.
c) Rígidos: son las reglas que caracterizan a los subsistemas como
desligados, cuando los miembros de la familia son demasiado independientes sin
mostrar lealtad ni pertenencia.
Para Minuchin, la presencia de límites difusos o rígidos indica la posibilidad de
presencia de problemas psicológicos en algún o algunos de los miembros del
sistema.
Noone y Reddig (1976) y Coleman (1984) hablan de que existen límites
difusos en las familias de toxicómanos y Coleman destaca que existe un proceso
circular en el que algunas características familiares pueden jugar un papel etiológico
en la toxicomanía y, por otro lado, ésta puede provocar alteraciones en el
funcionamiento familiar.
Soria, Montalvo y González (2004), encontraron que tanto en las familias
38
39. nucleares, reconstituidas y monoparentales, se identificaron límites difusos. En
cuanto a las familias nucleares, había falta de comunicación clara y precisa entre la
pareja, lo que impedía establecer acuerdos y reglas en cuanto a la convivencia y
educación con los hijos, aunque en algunas el padre establecía reglas claras hacia los
hijos, no siendo así en el caso de la madre. En las familias monoparentales se
reportó que las madres no mantenían las mismas reglas y en las familias
reconstituídas había un trato diferencial hacia hijos e hijastros. A la hora de pedir
ayuda a sistemas del exterior, los límites difusos también fueron predominantes.
Todas las familias pedían apoyo a otros sistemas, lo cual conllevaba la intromisión
en asuntos familiares, como toma de decisiones, hacer planes y en cuanto a la
educación de los hijos, situación que causó muchos conflictos en todos los tipos de
familia.
En el estudio de Pumar et al. (1995), los adictos percibían el ambiente
familiar diferente a la muestra normativa y describían el ambiente familiar como
más adecuado que sus madres. Las madres describían a sus hijos como "lejos del
ideal", al igual que lo hallado por Stanton et al. (1979). Llama la atención en este
estudio que las madres perciben bajo control y límites efectivos mientras que el
adicto percibe lo contrario, lo cual puede estar asociado a que la madre tiene
expectativas más altas en ese área.
El bajo nivel de conflicto percibido es relacionado por los autores con el
hecho de que la familia se centra en el problema de la droga y deja de lado otros
problemas familiares, con el deseo de ofrecer una imagen socialmente aceptable y
que la sobreimplicación de madre e hijo hace difícil la aceptación del conflicto.
Johnson y Pandina (1991) estudiando familias de toxicómanos encontraron que la
actitud de tolerancia sobre el uso de alcohol del hijo y la falta de calor emocional en
las relaciones padres-hijo son los dos aspectos que más influyen en el consumo de
drogas del hijo.
La comunicación es otro aspecto relevante que merece atención dentro de las
relaciones familiares. En las familias con un hijo drogadicto, la comunicación entre
éste y los padres es defectuosa (Brook et al., 1983) y ocurren con más frecuencia
percepciones interpersonales erróneas (Gantman, 1978). Kaufman (1981), de
acuerdo con Kirschenbaum et al. (1974), señala que la comunicación en estas
39
40. familias a menudo tiende a ser excesivamente intelectual o racional, con ausencia de
expresión de sentimientos íntimos.
La importancia de la comunicación paterno-filial, debe de darse para que
exista un adecuado intercambio que sirva para orientar y encauzar al adolescente en
la búsqueda de su identidad, al mismo tiempo que se le permita sentirse querido y
apoyado. Cuando esto no existe y se da incomunicación entre padres e hijos, pueden
existir consecuencias serias para el adolescente (Franco, 1994). En referencia al
consumo de drogas, numerosos autores destacan dificultades en la comunicación de
las familias de drogodependientes (Charvoz, Bodernmann, Hermann, 2002;
McArdle et al. 2002; Lyons, 1996; Spooner, 1999).
Las familias con algún miembro drogadicto reciben principalmente
retroalimentación negativa. En este caso, el término retroalimentación hace
referencia a la información que se maneja en la familia como el sistema de regular
su propia conducta (Soria et al., 2004).
Las relaciones de insatisfacción respecto al medio socializador familiar, han
sido señaladas como destacado factor a tener en cuenta en el consumo de drogas en
los adolescentes (Elzo, 1996; Protinsky y Shilts, 1990).
Vielva, Pantoja y Abeijón (2001), encuentran que existe una menor
satisfacción con el funcionamiento familiar, tanto desde la percepción de los hijos
como de los padres, en aquellas familias en las cuales los hijos consumen menos
drogas, lo cual sugiere que la falta de satisfacción podría estar en la base del
consumo.
En estas familias no son reconocidas las características positivas del
adolescente drogadicto, los demás integrantes de la familia permanecen al pendiente
de las características negativas del adolescente drogadicto y lo rechazan por ello. El
adolescente sintomático no es considerado para la formación de alianzas entre
hermanos o con la madre (Soria et al., 2004).
En estas familias, existe menos compenetración y apoyo mutuo, menos
estimulo a actuar libremente y a expresar directamente los sentimientos, menos
intereses intelectuales, culturales, sociales y recreativos (Pumar et all. 1995). Las
puntuaciones bajas en intereses intelectuales, culturales, sociales y recreativos
coinciden con los resultados de Penk, Robinowitz, Kidd y Nisle (1979) y Kosten,
40
41. Novak y Kleber (1984) y puede deberse al menor nivel profesional de los padres y a
que la atención que les exige la conducta del hijo les resta dedicación a otros
intereses.
Los escasos intereses culturales y recreativos pueden indicar un mayor
aislamiento social, previo y/o posterior a la toxicomanía.
En las familias de toxicómanos las relaciones familiares son más pobres,
existiendo menos opción para desarrollarse afectiva e intelectualmente, como ya
señalaron Kosten et al. (1984), lo cual puede estar asociado al desarrollo de la
toxicomanía como forma de llenar un vacío afectivo y ante el fracaso en las
relaciones sociales por no haberse entrenado en el hogar (Pumar et al., 1995).
Con respecto a las conductas disruptivas, en el informe de Secades y Garcia,
(2006), un 63% de las familias informan de la existencia de las mismas. Los daños
en el domicilio y las agresiones a algún familiar aparecen con cierta frecuencia,
aunque en menor medida que las faltas de respeto. También se han descrito robos de
dinero y aislamiento del adolescente.
El consumo de drogas ha sido siempre asociado a eventos estresantes de la
familia. No pasa inadvertido que la convivencia familiar cuando alguno de sus
miembros adolece una enfermedad o es usuario de drogas está marcada por un
continuo y alto nivel de estrés (Coviello, Alterman, Cacciola, Rutherford y Zanis,
2004; Vecino, 1990).
Se encuentran asociaciones positivas entre la comunicación, la satisfacción y
los recursos, y negativas entre éstas y el estrés familiar. Un mayor grado de
comunicación en la familia se asocia a una mayor satisfacción, mientras que un
mayor nivel de estrés implicaría una menor comunicación o un nivel de satisfacción
más deficitario (Iraurgi, Sanz y Martínez, 2003).
Un estudio llevado a cabo por Becoña, López, Míguez, Lorenzo y Fernández
(2009), señala que las madres cuyos hijos han consumido alguna vez tabaco,
cannabis y/o cocaína tienen más sintomatología depresiva que las madres cuyos
hijos nunca han consumido estas sustancias. Y también han tenido más síntomas de
depresión en la última semana, las madres cuyos hijos han fumado tabaco y/o
cannabis en los 6 últimos meses.
En este estudio han encontrado relación entre los síntomas de depresión y
41
42. ansiedad, rasgo en las madres y, el consumo de determinadas sustancias, tabaco,
cocaína y cannabis en los hijos, no obstante no han encontrado ninguna relación con
el consumo de copas de alcohol, quizás por lo extendido que está el consumo de esta
sustancia entre los jóvenes.
Sin embargo, el estudio de Iraurgi et al. (2003) lo que destaca de los
resultados es el bajo nivel de estrés familiar percibido por los pacientes que inician
tratamiento. Una posible explicación podría encontrarse en la relajación que los
pacientes, y quizá también la familia, experimentan al iniciarse un proceso
terapéutico que reduce la tensión familiar ante la expectativa de una solución para el
problema de adicción. Una posible verificación de la hipótesis subyacente a esta
propuesta consistiría en examinar los indicadores de funcionamiento familiar
durante un procesos de recaída, donde el estrés volvería a presentarse y las otras
dimensiones se verían también alteradas (Iraurgi et al., 2003).
Un estudio de Delgado y Pérez, (2004) constató que el hecho de tener o no
un vínculo afectivo con un consumidor tuvo un peso importante en la predicción de
las conductas codependientes de las personas. Sin embargo, al analizar
específicamente las mediciones de codependencia, de baja autoestima y de los
aspectos familiares, se encontró que solamente el hecho de haber tenido durante la
infancia padres con estilos de autoridad emocionalmente coercitivos, y los niveles
altos de conductas de ayuda autonegligentes, discriminan adecuadamente entre la
condición de tener o no un vínculo con un consumidor de sustancias psicoactivas.
Brown y Lewis, (1995); Cermack, (1986); Margolis y Zweben, (1998),
apoyaron la existencia de la codependencia como una condición que desarrollan
quienes viven o comparten una relación afectiva importante con un consumidor.
En las personas que dependen afectivamente de un consumidor de sustancias
psicoactivas, el comportamiento del consumidor es controlado por el
comportamiento de la persona codependiente y viceversa: la persona codependiente
convierte al consumidor en su principal prioridad y vive en función de él o de ella.
Hay varias hipótesis, eventualmente complementarias, que deben ser
exploradas, por lo cual el comportamiento del codependiente no se extingue, aun
cuando sus esfuerzos recurrentes por evitar el consumo no sean exitosos: la
existencia de ganancias secundarias; el logro ocasional de pequeños cambios que
42
43. parecen prometedores; el temor a consecuencias peores si se abandona al
consumidor; el sentirse en parte responsable de lo que ocurre; la ocurrencia
intermitente de períodos de abstinencia que el codependiente asocia a su propia
conducta.
Por lo tanto, la familia representa el vínculo más importante a través del cual
el individuo aprende a convivir y a relacionarse con los demás, por ello es muy
importante el apoyo que se reciba de ella (Soria et al., 2004).
En los últimos años están apareciendo múltiples estudios que analizan los
estilos de crianza (democrático, permisivo y autoritario) y su relación con las
conductas problema en los jóvenes, siendo el estilo democrático (cercanía emocional
y prácticas disciplinarias adecuadas) el que promueve el desarrollo de capacidades
(estrategias de afrontamiento adaptativas, autoestima, autocontrol, competencia…)
que van a ser protectoras frente al desarrollo de conductas problema (Kumpfer y
Jhonson, 2007). Todo ello sugiere que actuar sobre la familia es un eje fundamental
a la hora de prevenir la aparición de conductas problema en los adolescentes
(Becoña et al., 2009).
43
44. CAPÍTULO 4: LOS ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES Y SU
IMPORTANCIA ANTE EL CONSUMO DE DROGAS.
A partir de los años treinta y cuarenta, dos movimientos tan diferentes como
el freudiano y el conductista se ocuparon del estudio de los estilos educativos de los
padres. Estas líneas de investigación coincidían, sin embargo, en destacar los efectos
de las pautas educativas parentales sobre la personalidad y el desarrollo de los hijos
(Ceballos y Rodrigo, 1998;) Por ejemplo, según la teoría psicoanalítica, si la madre
mostraba hacia su hijo una actitud de rechazo y hostilidad, la personalidad del niño
quedaría gravemente afectada (Levy, 1943). Desde el enfoque conductista y del
aprendizaje social, se estimaba que las diferencias en el desarrollo de los niños eran
debidas a los distintos ambientes familiares a los que éstos estaban expuestos (Sears,
MacCoby y Levin, 1957).
Durante los años cincuenta, sesenta y setenta, un buen número de estudios
demostró la existencia de patrones básicos en cuanto a los estilos educativos que
manifiestan los padres (Baumrind, 1971; Ruiz y Esteban, 1999; González-Anleo,
1999; Musitu, Román y Gracia, 1998).
El interés por el tema de las pautas educativas de los padres no sólo no
remitió en las siguientes décadas, sino que siguió muy vigente y se ha reactivado en
la actualidad (Ceballos y Rodrígo, 1998).
Hoy en día, los estudios sobre las pautas educativas de los padres están
dando un giro en la manera de comportarse y de pensar sobre la educación de los
hijos. Primeramente, se está lejos de mantener una postura pasiva sobre el niño, ya
que se entiende que las relaciones padres-hijos son bidireccionales. Las acciones de
los padres tienen consecuencias sobre los hijos, pero también los hijos infuyen sobre
los padres de modo decisivo. Entre los hijos existen diferencias de edad, sexo y
temperamento, que contribuyen a que los padres seleccionen para ellos una
respuesta educativa individualizada. Asimismo, la variabilidad de las situaciones
educativas es tal que demanda una respuesta flexible por parte de los padres a la
hora de valorar el comportamiento de los hijos (Ceballos y Rodrigo, 1998).
Una práctica parental se considera eficaz si resulta adecuada a las
44