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LA FAMILIA ANTE LOS CONSUMOS DE DROGAS.




     EL PAPEL DE LA FAMILIA ANTE LOS
   CONSUMOS DE DROGAS DE SUS HIJOS
ADOLESCENTES: SITUACIÓN ACTUAL DE LOS
 CONSUMOS, MODELO ECOSISTÉMICO DE
COMPRENSIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS Y
   ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES.



               FÁTIMA SIEIRA TORRADO
     UNIVERSIDAD DE DEUSTO. INSTITUTO DEUSTO DE
                DROGODEPENDENCIAS.
 MÁSTER UNIVERSITARIO EN DROGODEPENDENCIAS Y OTRAS
                    ADICCIONES.
          TUTORA: ANA MARTÍNEZ-PAMPLIEGA
                      15-09-2010




                          1
ÍNDICE


INTRODUCCIÓN............................................................................................................3
CAPÍTULO 1: SITUACIÓN ACTUAL............................................................................4
          1.1. Tipos de drogas y consumo por parte
               de los adolescentes...........................................................................................5
          1.2. De la experimentación con las drogas al uso
               problemático de ellas.......................................................................................7
          1.3.Características de los adolescentes consumidores de drogas........................10


CAPÍTULO 2: MODELO ECOSISTÉMICO DE COMPRENSIÓN DEL
                     CONSUMO DE DROGAS.....................................................................12


CAPÍTULO 3: FAMILIA Y DROGAS...........................................................................36
          3.1. Impacto de los consumos de drogas en la familia.........................................36


CAPÍTULO 4: LOS ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES
                     Y SU IMPORTANCIA
                     ANTE EL CONSUMO DE DROGAS....................................................44
          4.1. Situación actual de la familia.......................................................................46
          4.2. Estilos educativos parentales........................................................................49
          4.3. La percepción y aceptación de los hijos
                de los estilos educativos parentales..............................................................53
          4.4. Los estilos educativos y prevención de drogodependencias........................55


CONCLUSIONES...........................................................................................................65


REFERENCIAS..............................................................................................................68




                                                             2
INTRODUCCIÓN


       El método de trabajo y estudio empleado para la realización de este trabajo,
 ha sido una revisión bibliográfica de artículos publicados los últimos diez años, a
 excepción de algún artículo de la década de los noventa. Además de contar
 también con una serie de libros que me han ayudado a asimilar e interpretar el
 gran entramado social que engloba la familia y su particularidad. Todos ellos,
 estarán detallados en las referencias al final del trabajo.
          Los objetivos que se pretenden conseguir con este trabajo son los
 siguientes:
      •     Conocer las sustancias y los consumos que llevan a cabo los
            adolescentes.
      •     Analizar los factores de riesgo que influyen en el consumo de drogas en
            los adolescentes, haciendo hincapié en los factores de riesgo y de
            protección en la familia.
      •     Conocer las características de los adolescentes consumidores de drogas y
            de sus familias, examinando las variables familiares que influyen en
            dicho consumo.
      •     Integración de los factores de riesgo y protección hacia el consumo de
            drogas, en un modelo ecosistémico.
      • Comprender los diferentes estilos educativos y su función en la
            prevención de las drogodependencias, así como su valor en la presencia
            de consumos/abusos de drogas por parte del adolescente.




                                        3
CAPÍTULO 1) SITUACIÓN ACTUAL


       Desde el momento en el que nacemos, la familia es la primera institución
social que nos encontramos. Por lo tanto es la primera toma de contacto en un
ambiente socializador, y un contexto de desarrollo esencial, que debe preparar al
sujeto para adaptarse a la sociedad, el aprendizaje de valores, normas y
comportamientos (Rodrigo y Palacios, 1998). Parson (1980) integra a la familia en
el sistema social más amplio, con la atribución funcional de mantenimiento de
pautas y manejo de tensiones. Estas funciones son las que vehiculizan la
transmisión de valores, actitudes y comportamientos, y posibilitan la conservación
de una identidad estructural, a través de la adaptación a los cambios externos y el
manejo de los conflictos internos (Megías et al., 2002). Es importante que en la
familia exista un ambiente abierto que acoja a los hijos en sus incertidumbres y
experiencias; que fomente su autoestima y autoaceptación; que les ayude a valorar
el esfuerzo y a soportar la frustración; que les transmita responsabilidad y premie la
confianza y la sinceridad (CEAPA, 2008), ya que es un contexto fundamental para
el desarrollo positivo y armónico de chicos y chicas (Arranz, 2004).
       La familia debe estar presente durante todo el desarrollo del niño, pero sobre
todo tiene un papel fundamental durante la adolescencia, ya que se van a dar
cambios llamativos con la maduración física y sexual, que afectarán a la forma en
que los adolescentes se ven a sí mismos y a cómo son vistos y tratados por los
demás. El aumento en la producción de hormonas sexuales asociado a la pubertad
va a tener una repercusión importante sobre las áreas emocional y conductual
(Arranz, 2004). El ámbito cognitivo también va a tener mucha trascendencia,
porque va a afectar a la manera en que los adolescentes piensan sobre ellos mismos
y sobre los demás, permitiéndoles una forma diferente de apreciar y valorar las
normas que hasta ahora habían regulado el funcionamiento familiar (Arranz, 2004).
       Se asume que la adolescencia es la edad crítica para el inicio en el consumo
de drogas, y que el papel de la familia y el grupo de iguales junto con las relaciones
que establezca, entre otras, con las drogas, son variables relevantes de su desarrollo
evolutivo (Martín, 2000).


                                        4
Es en esta etapa, en la cual los padres empiezan a tener más preocupación
por sus hijos y los consumos de drogas. Los jóvenes empiezan a tener curiosidad,
un afán exploratorio ante la vida de los adultos que los lleva a querer experimentar
sensaciones nuevas, el deseo de integrarse en un grupo, ... Pero como dicen Funes y
Ochoa (1996), la mayor parte de los consumos deben            entenderse en clave
evolutiva, en clave adolescente. Consumir sustancias psicoactivas permite satisfacer
ciertas necesidades de los adolescentes.


            1.1. Tipos de drogas y consumo por parte de los adolescentes.

       Según la encuesta ESTUDES (2008), los consumos de drogas por parte de
los estudiantes de secundaria de 14 a 18 años, han sido el alcohol, el tabaco, el
cannabis, y los tranquilizantes o pastillas para dormir. Un 81,2% ha consumido
bebidas alcohólicas alguna vez en la vida, un 44,6% tabaco, un 35,2% el cannabis y
un 17,3% tranquilizantes o pastillas para dormir. La proporción de consumidores
actuales de estas sustancias, es decir aquellos que las han consumido alguna vez en
los 30 días previos a la entrevista, fue de 58,5%, 32,4%, 20,1% y 5,1%,
respectivamente. El consumo del resto de sustancias (cocaína, éxtasis,
alucinógenos, anfetaminas, inhalables volátiles, heroína, etc.) es mucho más
minoritario, situándose entre el 1% y el 6% la proporción de estudiantes que las han
probado alguna vez y entre el 0,5% y el 2% la proporción de consumidores
actuales.

       En relación con la edad, es importante señalar que a los 15 años ya se
encuentran consumidores de casi todas las sustancias en porcentajes significativos
(Megías, Elzo, Rodríguez, Megías y Navarro, 2006).

       Respecto al uso de drogas, hay que decir, que en los últimos años, ha habido
un cambio en la realidad del consumo, y no sólo cuantitativamente sino
cualitativamente. Según la FAD 2009, las nuevas situaciones de consumo se
perciben desde la normalidad porque, se asocian los consumos con el desarrollo de
ciertos procesos de integración y de adaptación a determinadas dinámicas sociales
generales. Así, los consumos dejan de ser una alarma de desestructuración social
para pasar a estar relativamente aceptados por la sociedad.



                                           5
Los consumos de droga, se llevan a cabo sobre todo los fines de semana,
siendo la droga estrella el alcohol, caracterizándose por la ingesta de grandes
cantidades en cortos períodos de tiempo.         Los consumos de drogas, suelen
realizarse en lugares públicos como discotecas, pubs o en la calle (Gómez, 2006).
Un sector de adolescentes y jóvenes asocian el disfrute del ocio y de las relaciones
sociales con el uso de sustancias (Espada, Méndez, Griffin y Botvin 2003).

       En relación a la diferencia del consumo en cuestión de género, la última
encuesta ESTUDES (2008), dice que las chicas consumen alcohol, tabaco y
tranquilizantes con más frecuencia pero en menor cantidad, mientras que los chicos
consumen drogas ilegales en mayor proporción. En el resto de drogas, siempre son
más altas las prevalencias de usuarios varones: dos chicos por cada chica para el
cánnabis y el éxtasis, las anfetaminas y los alucinógenos, y prácticamente el
cuádruple en el caso de la cocaína.

       En relación a las drogas ilegales el éxtasis es la droga estimulante con
mayor porcentaje de consumidores habituales, aunque la más consumida por parte
de los adolescentes es el cannabis, aunque este consumo en la mayoría es
básicamente recreativo, destinado a los momentos de ocio. El 9,4 % dice fumar
cannabis todos los días. Respecto a esto, se puede plantear un interrogante sobre en
qué medida este comportamiento de consumo puede estar incidiendo en las parcelas
de la socialización y del desarrollo educativo (Megías et al., 2006).

       Todos estos consumos no se dan de forma aislada, sino que la realidad es
que se da un claro dominio del policonsumo, siendo estos en situaciones puntuales
y en cantidades desmesuradas. Según Megías, et al., (2006) se dan tres tipos de
policonsumo. El primero sería el modelo de psicoestimulantes y cannabis. Un
segundo tipo es el que combina las dos sustancias legales, alcohol y tabaco y que
también incorpora la utilización del cannabis. Por último, un tercer tipo que es de
carácter residual y que estaría encabezado por la heroína, acompañado de otro tipo
de drogas.

        Una investigación llevada a cabo por Navarro y Palacios (2002), reveló que
la aparición de efectos positivos en el uso de drogas supone que más sujetos valoren
correcto su uso aunque sean sustancias ilegales, y a la inversa, la presencia de


                                        6
efectos negativos conlleva mayor rechazo a su consumo aunque sean sustancias
legales. Es decir, los jóvenes se guían principalmente por los efectos positivos o
negativos de la sustancia y no tanto por su status legal.


             1.2. De la experimentación con las drogas al uso problemático de
             ellas.

       En la mayoría de los adolescentes suele aparecer el interés por la
experimentación y la búsqueda de sensaciones (Martínez y Alonso, 2003). Las
sustancias que usan los adolescentes son de consumo muy generalizado, en las que
se inician muy precozmente, que se podría considerar como una especie de rito de
tránsito que marca el final de la niñez (Delaney, 1995), y que pueden considerarse
como ciertos riesgos que deben resolverse en un momento de transición evolutiva
(Schulenberg y Maggs, 2002).

       Baumrind (1987) y Jessor (1992), dicen que fumar, beber, consumir drogas
ilegales o la actividad sexual precoz pueden ser útiles de cara a ganar la aceptación
del grupo de iguales, a conseguir autonomía respecto a los padres o a afirmar la
madurez y marcar el fin de la niñez, de forma que aquellos jóvenes que hayan
experimentado con estas sustancias puedan sentirse posteriormente más satisfechos
y seguros.

       Por otra parte, no todos los adolescentes prueban las drogas, y de los que las
prueban, muchos experimentan con ellas o hacen consumos ocasionales. Sólo una
parte las consume de forma habitual o en cantidades y frecuencia preocupantes
(Vielva, 2001). Este grupo de sujetos de corta e intensa vida como consumidores de
sustancias aparece en diversos estudios y suele recoger en torno al 10% de
adolescentes o jóvenes (Schulenberg, Wadsworth, O´Malley, Bachman y Johnston
1996; Tucker, Orlando y Ellickson, 2003). Funes (2009) dice, que la actitud
predominantemente experimentadora no tiene que ver con adolescencias difíciles ni
con situaciones problemáticas, aunque puede extremarse en ellas. Los adolescentes
que mejor valoran su situación social en la escuela y aquellos que están
precariamente son los más atraídos por descubrir y experimentar. Unos porque se
sienten aceptados sin mayores dificultades y les atrae la experimentación, otros


                                        7
porque esperan, quizás, que su nuevo mundo adolescente les proporcione algo
diferente de lo que viven cada día.

          Un estudio de Martínez, Fuertes, Ramos y Hernández (2003), ha probado
que a mayor edad del adolescente, mayor probabilidad de consumir tabaco, alcohol,
embriagarse y consumir otras drogas; y a la inversa, a mayor edad, menor
percepción de afecto/apoyo y supervisión/control parental. Se puede deducir de
esto, que es importante diferenciar entre las trayectorias del consumo, distinguiendo
entre unos consumos que serían normativos y relativamente benignos, y otros
consumos, que pueden distinguirse por tardíos y ascendentes, que serían más
desadaptativos.      No todos los estudios coinciden en considerar al grupo de
iniciación precoz como el de más riesgo, ya que en algunos casos, son los
adolescentes que comienzan algo más tarde, pero cuyo consumo sigue una clara
trayectoria ascendente, quienes muestran en la adultez temprana los niveles más
altos de dependencia y abuso (Hill, White, Chung, Hawkins y Catalano, 2000;
Muthen y Shedden, 1999).

          Un estudio llevado a cabo por Oliva, Parra y Sánchez (2007), indicó que el
consumo de sustancias en la adolescencia temprana no guarda relación con
problemas comportamentales años después. Sin embargo, cuando el consumo tiene
lugar en la adolescencia media o tardía, sí está asociado a problemas de conducta,
probablemente porque se trata de un consumo más intenso y con motivaciones
distintas a la experimentación. Los adolescentes que presentaban el consumo más
bajo obtuvieron las puntuaciones más bajas en autoestima y más altas en problemas
emocionales, aunque fueron quienes mostraron un mejor ajuste conductual. El
consumo en un determinado momento de la adolescencia no está relacionado con la
autoestima o el ajuste emocional en ese momento, aunque si se observó que un
mayor consumo en la adolescencia temprana o media se relaciona con mayor
autoestima y con menor incidencia de problemas emocionales en la adolescencia
tardía.

          Es posible que una actitud adolescente conservadora y de evitación de
riesgos     esté   asociada   a   una   menor   incidencia   de   algunos   problemas
comportamentales y de salud; sin embargo, esas actitudes tan precavidas pueden
conllevar a un desarrollo deficitario en algunas áreas, como el logro de la identidad

                                         8

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LA FAMILIA ANTE LOS CONSUMOS DE DROGAS

  • 1. LA FAMILIA ANTE LOS CONSUMOS DE DROGAS. EL PAPEL DE LA FAMILIA ANTE LOS CONSUMOS DE DROGAS DE SUS HIJOS ADOLESCENTES: SITUACIÓN ACTUAL DE LOS CONSUMOS, MODELO ECOSISTÉMICO DE COMPRENSIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS Y ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES. FÁTIMA SIEIRA TORRADO UNIVERSIDAD DE DEUSTO. INSTITUTO DEUSTO DE DROGODEPENDENCIAS. MÁSTER UNIVERSITARIO EN DROGODEPENDENCIAS Y OTRAS ADICCIONES. TUTORA: ANA MARTÍNEZ-PAMPLIEGA 15-09-2010 1
  • 2. ÍNDICE INTRODUCCIÓN............................................................................................................3 CAPÍTULO 1: SITUACIÓN ACTUAL............................................................................4 1.1. Tipos de drogas y consumo por parte de los adolescentes...........................................................................................5 1.2. De la experimentación con las drogas al uso problemático de ellas.......................................................................................7 1.3.Características de los adolescentes consumidores de drogas........................10 CAPÍTULO 2: MODELO ECOSISTÉMICO DE COMPRENSIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS.....................................................................12 CAPÍTULO 3: FAMILIA Y DROGAS...........................................................................36 3.1. Impacto de los consumos de drogas en la familia.........................................36 CAPÍTULO 4: LOS ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES Y SU IMPORTANCIA ANTE EL CONSUMO DE DROGAS....................................................44 4.1. Situación actual de la familia.......................................................................46 4.2. Estilos educativos parentales........................................................................49 4.3. La percepción y aceptación de los hijos de los estilos educativos parentales..............................................................53 4.4. Los estilos educativos y prevención de drogodependencias........................55 CONCLUSIONES...........................................................................................................65 REFERENCIAS..............................................................................................................68 2
  • 3. INTRODUCCIÓN El método de trabajo y estudio empleado para la realización de este trabajo, ha sido una revisión bibliográfica de artículos publicados los últimos diez años, a excepción de algún artículo de la década de los noventa. Además de contar también con una serie de libros que me han ayudado a asimilar e interpretar el gran entramado social que engloba la familia y su particularidad. Todos ellos, estarán detallados en las referencias al final del trabajo. Los objetivos que se pretenden conseguir con este trabajo son los siguientes: • Conocer las sustancias y los consumos que llevan a cabo los adolescentes. • Analizar los factores de riesgo que influyen en el consumo de drogas en los adolescentes, haciendo hincapié en los factores de riesgo y de protección en la familia. • Conocer las características de los adolescentes consumidores de drogas y de sus familias, examinando las variables familiares que influyen en dicho consumo. • Integración de los factores de riesgo y protección hacia el consumo de drogas, en un modelo ecosistémico. • Comprender los diferentes estilos educativos y su función en la prevención de las drogodependencias, así como su valor en la presencia de consumos/abusos de drogas por parte del adolescente. 3
  • 4. CAPÍTULO 1) SITUACIÓN ACTUAL Desde el momento en el que nacemos, la familia es la primera institución social que nos encontramos. Por lo tanto es la primera toma de contacto en un ambiente socializador, y un contexto de desarrollo esencial, que debe preparar al sujeto para adaptarse a la sociedad, el aprendizaje de valores, normas y comportamientos (Rodrigo y Palacios, 1998). Parson (1980) integra a la familia en el sistema social más amplio, con la atribución funcional de mantenimiento de pautas y manejo de tensiones. Estas funciones son las que vehiculizan la transmisión de valores, actitudes y comportamientos, y posibilitan la conservación de una identidad estructural, a través de la adaptación a los cambios externos y el manejo de los conflictos internos (Megías et al., 2002). Es importante que en la familia exista un ambiente abierto que acoja a los hijos en sus incertidumbres y experiencias; que fomente su autoestima y autoaceptación; que les ayude a valorar el esfuerzo y a soportar la frustración; que les transmita responsabilidad y premie la confianza y la sinceridad (CEAPA, 2008), ya que es un contexto fundamental para el desarrollo positivo y armónico de chicos y chicas (Arranz, 2004). La familia debe estar presente durante todo el desarrollo del niño, pero sobre todo tiene un papel fundamental durante la adolescencia, ya que se van a dar cambios llamativos con la maduración física y sexual, que afectarán a la forma en que los adolescentes se ven a sí mismos y a cómo son vistos y tratados por los demás. El aumento en la producción de hormonas sexuales asociado a la pubertad va a tener una repercusión importante sobre las áreas emocional y conductual (Arranz, 2004). El ámbito cognitivo también va a tener mucha trascendencia, porque va a afectar a la manera en que los adolescentes piensan sobre ellos mismos y sobre los demás, permitiéndoles una forma diferente de apreciar y valorar las normas que hasta ahora habían regulado el funcionamiento familiar (Arranz, 2004). Se asume que la adolescencia es la edad crítica para el inicio en el consumo de drogas, y que el papel de la familia y el grupo de iguales junto con las relaciones que establezca, entre otras, con las drogas, son variables relevantes de su desarrollo evolutivo (Martín, 2000). 4
  • 5. Es en esta etapa, en la cual los padres empiezan a tener más preocupación por sus hijos y los consumos de drogas. Los jóvenes empiezan a tener curiosidad, un afán exploratorio ante la vida de los adultos que los lleva a querer experimentar sensaciones nuevas, el deseo de integrarse en un grupo, ... Pero como dicen Funes y Ochoa (1996), la mayor parte de los consumos deben entenderse en clave evolutiva, en clave adolescente. Consumir sustancias psicoactivas permite satisfacer ciertas necesidades de los adolescentes. 1.1. Tipos de drogas y consumo por parte de los adolescentes. Según la encuesta ESTUDES (2008), los consumos de drogas por parte de los estudiantes de secundaria de 14 a 18 años, han sido el alcohol, el tabaco, el cannabis, y los tranquilizantes o pastillas para dormir. Un 81,2% ha consumido bebidas alcohólicas alguna vez en la vida, un 44,6% tabaco, un 35,2% el cannabis y un 17,3% tranquilizantes o pastillas para dormir. La proporción de consumidores actuales de estas sustancias, es decir aquellos que las han consumido alguna vez en los 30 días previos a la entrevista, fue de 58,5%, 32,4%, 20,1% y 5,1%, respectivamente. El consumo del resto de sustancias (cocaína, éxtasis, alucinógenos, anfetaminas, inhalables volátiles, heroína, etc.) es mucho más minoritario, situándose entre el 1% y el 6% la proporción de estudiantes que las han probado alguna vez y entre el 0,5% y el 2% la proporción de consumidores actuales. En relación con la edad, es importante señalar que a los 15 años ya se encuentran consumidores de casi todas las sustancias en porcentajes significativos (Megías, Elzo, Rodríguez, Megías y Navarro, 2006). Respecto al uso de drogas, hay que decir, que en los últimos años, ha habido un cambio en la realidad del consumo, y no sólo cuantitativamente sino cualitativamente. Según la FAD 2009, las nuevas situaciones de consumo se perciben desde la normalidad porque, se asocian los consumos con el desarrollo de ciertos procesos de integración y de adaptación a determinadas dinámicas sociales generales. Así, los consumos dejan de ser una alarma de desestructuración social para pasar a estar relativamente aceptados por la sociedad. 5
  • 6. Los consumos de droga, se llevan a cabo sobre todo los fines de semana, siendo la droga estrella el alcohol, caracterizándose por la ingesta de grandes cantidades en cortos períodos de tiempo. Los consumos de drogas, suelen realizarse en lugares públicos como discotecas, pubs o en la calle (Gómez, 2006). Un sector de adolescentes y jóvenes asocian el disfrute del ocio y de las relaciones sociales con el uso de sustancias (Espada, Méndez, Griffin y Botvin 2003). En relación a la diferencia del consumo en cuestión de género, la última encuesta ESTUDES (2008), dice que las chicas consumen alcohol, tabaco y tranquilizantes con más frecuencia pero en menor cantidad, mientras que los chicos consumen drogas ilegales en mayor proporción. En el resto de drogas, siempre son más altas las prevalencias de usuarios varones: dos chicos por cada chica para el cánnabis y el éxtasis, las anfetaminas y los alucinógenos, y prácticamente el cuádruple en el caso de la cocaína. En relación a las drogas ilegales el éxtasis es la droga estimulante con mayor porcentaje de consumidores habituales, aunque la más consumida por parte de los adolescentes es el cannabis, aunque este consumo en la mayoría es básicamente recreativo, destinado a los momentos de ocio. El 9,4 % dice fumar cannabis todos los días. Respecto a esto, se puede plantear un interrogante sobre en qué medida este comportamiento de consumo puede estar incidiendo en las parcelas de la socialización y del desarrollo educativo (Megías et al., 2006). Todos estos consumos no se dan de forma aislada, sino que la realidad es que se da un claro dominio del policonsumo, siendo estos en situaciones puntuales y en cantidades desmesuradas. Según Megías, et al., (2006) se dan tres tipos de policonsumo. El primero sería el modelo de psicoestimulantes y cannabis. Un segundo tipo es el que combina las dos sustancias legales, alcohol y tabaco y que también incorpora la utilización del cannabis. Por último, un tercer tipo que es de carácter residual y que estaría encabezado por la heroína, acompañado de otro tipo de drogas. Una investigación llevada a cabo por Navarro y Palacios (2002), reveló que la aparición de efectos positivos en el uso de drogas supone que más sujetos valoren correcto su uso aunque sean sustancias ilegales, y a la inversa, la presencia de 6
  • 7. efectos negativos conlleva mayor rechazo a su consumo aunque sean sustancias legales. Es decir, los jóvenes se guían principalmente por los efectos positivos o negativos de la sustancia y no tanto por su status legal. 1.2. De la experimentación con las drogas al uso problemático de ellas. En la mayoría de los adolescentes suele aparecer el interés por la experimentación y la búsqueda de sensaciones (Martínez y Alonso, 2003). Las sustancias que usan los adolescentes son de consumo muy generalizado, en las que se inician muy precozmente, que se podría considerar como una especie de rito de tránsito que marca el final de la niñez (Delaney, 1995), y que pueden considerarse como ciertos riesgos que deben resolverse en un momento de transición evolutiva (Schulenberg y Maggs, 2002). Baumrind (1987) y Jessor (1992), dicen que fumar, beber, consumir drogas ilegales o la actividad sexual precoz pueden ser útiles de cara a ganar la aceptación del grupo de iguales, a conseguir autonomía respecto a los padres o a afirmar la madurez y marcar el fin de la niñez, de forma que aquellos jóvenes que hayan experimentado con estas sustancias puedan sentirse posteriormente más satisfechos y seguros. Por otra parte, no todos los adolescentes prueban las drogas, y de los que las prueban, muchos experimentan con ellas o hacen consumos ocasionales. Sólo una parte las consume de forma habitual o en cantidades y frecuencia preocupantes (Vielva, 2001). Este grupo de sujetos de corta e intensa vida como consumidores de sustancias aparece en diversos estudios y suele recoger en torno al 10% de adolescentes o jóvenes (Schulenberg, Wadsworth, O´Malley, Bachman y Johnston 1996; Tucker, Orlando y Ellickson, 2003). Funes (2009) dice, que la actitud predominantemente experimentadora no tiene que ver con adolescencias difíciles ni con situaciones problemáticas, aunque puede extremarse en ellas. Los adolescentes que mejor valoran su situación social en la escuela y aquellos que están precariamente son los más atraídos por descubrir y experimentar. Unos porque se sienten aceptados sin mayores dificultades y les atrae la experimentación, otros 7
  • 8. porque esperan, quizás, que su nuevo mundo adolescente les proporcione algo diferente de lo que viven cada día. Un estudio de Martínez, Fuertes, Ramos y Hernández (2003), ha probado que a mayor edad del adolescente, mayor probabilidad de consumir tabaco, alcohol, embriagarse y consumir otras drogas; y a la inversa, a mayor edad, menor percepción de afecto/apoyo y supervisión/control parental. Se puede deducir de esto, que es importante diferenciar entre las trayectorias del consumo, distinguiendo entre unos consumos que serían normativos y relativamente benignos, y otros consumos, que pueden distinguirse por tardíos y ascendentes, que serían más desadaptativos. No todos los estudios coinciden en considerar al grupo de iniciación precoz como el de más riesgo, ya que en algunos casos, son los adolescentes que comienzan algo más tarde, pero cuyo consumo sigue una clara trayectoria ascendente, quienes muestran en la adultez temprana los niveles más altos de dependencia y abuso (Hill, White, Chung, Hawkins y Catalano, 2000; Muthen y Shedden, 1999). Un estudio llevado a cabo por Oliva, Parra y Sánchez (2007), indicó que el consumo de sustancias en la adolescencia temprana no guarda relación con problemas comportamentales años después. Sin embargo, cuando el consumo tiene lugar en la adolescencia media o tardía, sí está asociado a problemas de conducta, probablemente porque se trata de un consumo más intenso y con motivaciones distintas a la experimentación. Los adolescentes que presentaban el consumo más bajo obtuvieron las puntuaciones más bajas en autoestima y más altas en problemas emocionales, aunque fueron quienes mostraron un mejor ajuste conductual. El consumo en un determinado momento de la adolescencia no está relacionado con la autoestima o el ajuste emocional en ese momento, aunque si se observó que un mayor consumo en la adolescencia temprana o media se relaciona con mayor autoestima y con menor incidencia de problemas emocionales en la adolescencia tardía. Es posible que una actitud adolescente conservadora y de evitación de riesgos esté asociada a una menor incidencia de algunos problemas comportamentales y de salud; sin embargo, esas actitudes tan precavidas pueden conllevar a un desarrollo deficitario en algunas áreas, como el logro de la identidad 8
  • 9. personal, la autoestima, la iniciativa personal, la tolerancia ante el estrés o las estrategias de afrontamiento (Oliva et al., 2007). Respecto a esto, la familia tiene que estar muy atenta a si se producen consumos en sus hijos adolescentes, de qué forma, su frecuencia, la cantidad consumida en cada ocasión, el contexto en el que se produce su consumo,…porque los consumos son como una transición entre la infancia y el mundo adulto, y en la mayoría de los casos no tienen mayor relevancia. Aunque hay que tener cuidado porque muchas veces las drogas no son el problema, sino las consecuencias negativas que su consumo puede acarrear no sólo por la sustancia, sino también por las características del sujeto consumidor y los condicionantes sociales (Vega, 2006). Muchas veces, si se ahonda en las verdaderas razones del consumo, no es difícil encontrar motivaciones ocultas como la necesidad de llenar vacíos, de suplir carencias, de afrontar la angustia, la impotencia y el miedo. La dificultad de gestionar los propios sentimientos incita a chicos y chicas a emplear el alcohol y las drogas ilegales para intentar superar la ansiedad, cambiar su personalidad o darse valor frente a los demás. En ellos se observa también una explosiva combinación entre su baja percepción del riesgo y su alta conciencia de invulnerabilidad. Cuando dicen que controlan la sustancia, lo que están intentando explicarnos es que en realidad se aferran a ella. Esa vinculación les lleva a creer equivocadamente que no dependen de todo lo demás, que pueden prescindir de todo eso (CEAPA, 2008). Y, no hay que olvidarse de que es necesario transmitirles a los adolescentes que es necesario consumir de una forma responsable, no sólo por problemas de salud, sino también porque puede haber otros factores de riesgo como las relaciones sexuales sin protección, los accidentes de tráfico por la pérdida de reflejos, la desinhibición, la euforia, causada por el alcohol, o las intoxicaciones y la embriaguez (Espada, Méndez, Griffin y Botvin, 2003). 9
  • 10. 1.3. Características de los adolescentes consumidores de drogas. Los adolescentes que se inician en un consumo de drogas y deriva en un abuso y/o adicción a ellas, es porque no desarrollaron un proceso de completa “individualización-relacional”, es decir, una insuficiente diferenciación individual y una inadecuada capacidad de mantener dicha diferenciación al interactuar en los grupos en los cuales participa, lo que constituiría un factor de enorme riesgo de adherirse a conductas patológicas que ellos presenten (Rees y Valenzuela, 2003). Esto según Sarué (1991), constituye una muestra de la escasa autonomía que tiene el adolescente respecto al sistema familiar y, recíprocamente, los padres respecto de él. El consumo de drogas, y sus problemas asociados, favorece y estimula la mantención de la escasa autonomía, ya que la familia desalienta la emancipación del adolescente, culpabilizando al consumo de drogas como causa de este fracaso, distrayéndose así la mirada respecto de la disfuncionalidad en la cual la totalidad de la familia está inmersa. En términos generales, las características de los jóvenes consumidores o/y abusadores de drogas serían las siguientes, según Rees y Valenzuela (2003) de acuerdo al MMPI-I: − Pobre planteamiento de las conductas, bajo control de impulsos y escasa capacidad de desarrollo personal. − Presencia de impulsos destructivos y agresivos que tienden a dirigirse sobre lo socialmente establecido, conductas que pueden ir desde la hostilidad verbal hasta la agresión física hacia otras personas. − Tendencia a la fantasía, la cual puede llegar a alterar su juicio de realidad. Si esto último es llevado al extremo, estos jóvenes corren el riesgo de llevar a la acción, sin mayor control o mediación, sus descargas destructivas contra el ambiente. − Frecuente abuso de drogas y/o alcohol; presencia de marcado egocentrismo e individulismo: el concepto de sí mismos es pobre e intenta ser compensado con fantasías narcisistas, en las que el joven se siente fuerte y omnipotente para llevar a cabo sus ideas. 10
  • 11. − Marcadas dificultades en el ajuste social con relaciones interpersonales marcadas por la superficialidad, la desconfianza y el aislamiento. − Pueden albergar sentimientos profundos de inseguridad y ser muy susceptibles al rechazo. − Dado que les cuesta aceptar las consecuencias y las responsabilidades interpersonales profundas, no suelen responder o racionalizan y culpabilizan a otros de sus actos amenzantes. De acuerdo a la tipología forense de Megargee, estos jóvenes se pueden caracterizar como: − Jóvenes que provienen de familias frías, inestables, destruidas y/o privadas socioeconómicamente. − Tienden a conseguir menos logros educacionales. En cuanto al área formativo-laboral, destaca el hecho de que la cuarta parte de los jóvenes no tienen ningún tipo de ocupación (ni estudian ni trabajan) en el momento de solicitar ayuda en algún centro. Los déficit educativos y laborales son problemas frecuentemente asociados al uso de drogas. A causa del uso de drogas, es habitual que el joven descuide, si no abandona los estudios, o se encuentre en una situación laboral inestable (Secades y García, 2006). − Se ven a sí mismos como fuertes, asertivos y con mucha experiencia, pero poseen una escasa capacidad para establecer relaciones interpersonales significativas, lo que suele provocar que estén en permanente conflicto con los demás y que se muestren hostiles y suspicaces. − Su pronóstico no es muy bueno y requieren de ambientes seguros y estructurados (Conace, 1998) 11
  • 12. CAPÍTULO 2: MODELO ECOSISTÉMICO DE COMPRENSIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS. Revisando la literatura sobre los factores de riesgo y de protección familiar en el consumo de drogas, se puede constatar que no existe un modelo global e integrador que permita clasificar los factores de riesgo y de protección relacionados con las drogas. Por todo esto, siguiendo el modelo ecológico de Brofenbrenner (1987) y analizando este modelo en base a otras problemáticas, Gracia (1994) y Palacios, Jiménez, Oliva y Saldaña (1998, 2003), se da la siguiente organización de factores y contextos expresados en el cuadro más abajo. Este modelo ecosistémico permite ordenar de forma coherente cuatro niveles de análisis de los factores y procesos explicativos relacionado con las drogodependencias. Estos niveles son: a) Desarrollo ontogenético: La herencia que aportan los padres desde sus familias de origen a la situación familiar actual y al rol parental. b) El microsistema: Representa el contexto inmediato donde el hijo se desenvuelve: familia, amigos, ... c) El exosistema: Representa, en términos de Bronfenbrenner (1977, 1979) "las estructuras sociales, tanto formales como informales (por ejemplo, el mundo del trabajo, el vecindario, redes de relaciones sociales, la destribución de bienes y servicios), que no contienen en sí mismas a la persona en desarrollo, aunque rodean y afectan el contexto inmediato en el que se encuentra la persona y, por lo tanto, influyen, delimitan o incluso determinan lo que ocurre allí". d) El macrosistema: Representa los valores culturales y sistemas de creencias que permiten y fomentan el consumo de drogas o alcohol a través de la influencia que ejercen en los tres niveles: el individuo, la familia y la comunidad (Belsky, 1980). En la tabla se presenta el modelo ecosistémico del consumo de drogas en adolescentes. Posteriormente el microsistema familiar será analizado en detalle, dado el objetivo de esta tesina, y la importancia de este microsistema en la comprensión del consumo de drogas por parte del adolescente. 12
  • 13. Desarrollo ontogenético Microsistema familiar Exosistema Macrosistema - Falta de FAMILIA TRABAJO SITUACIÓN capacidad 1. Subsistema conyugal - Conflictos. ECONÓMICO- empática. (padres) - Desempleo. SOCIAL - Formación - Conflicto marital. - Insatisfacción - Accesidibidad a académica - Desajuste. laboral. las drogas. baja. - Estrés. - Tensión en el - Aceptación - Historia de - Frecuencia de muertes y trabajo. cultural del disarmo- separaciones en la infancia castigo corporal nía y ruptura y adolescencia. VECINDARIO en la educación familiar. - Rupturas frecuentes. - Aislamiento. de los niños. - Ignorancia - Falta de apoyo - Aprobación sobre las 2. Subsistema parental. social. cultural del uso características - Actitudes y conductas - Rechazo social. de evolutivas del hacia el uso de - Vecindario drogas/alcohol. niño y sus drogas/alcohol. peligroso. - Crisis necesidades. - Ausencia de apoyo económica y de - Pobres parental. NIVEL bienestar social. habilidades - Ausencia de calidad y SOCIOECONÓMI - Edad mínima interpersona- consistencia de la CO DE LA para comprar les. comunicación. FAMILIA alcohol. - Poca - Bajas aspiraciones sobre la - Estrés económico. - Incumplimiento tolerancia al educación de los hijos. - Inestabilidad. de la Ley a nivel estrés. - Depresión/ansiedad. - Inseguridad. local. - Problemas - Disciplina ineficaz. - Precio del psicológicos o - Fata de amor, cercanía y alcohol y otras trastornos afecto. drogas. emocionales. - Falta de apoyo social al - Publicidad y hijo. medios de - Falta de atención, comunicación. supervisión y control parental. - Falta de cohesión. .- Falta de conexión. - Técnicas de disciplinas coercitivas. - Falta de establecimiento de normas y límites. - Falta de habilidades para hacer frente a conflictos. - Falta de tolerancia al estrés. - Hostilidad. - Sobreprotección e instrucción en la vida 13
  • 14. privada del adolescente. 3. Subsistema amigos. - Grupo de amigos o grupo de pares. 4. Adolescente. - Actitudes, creencias y valores. - Baja autoestima. - Conocimiento sobre las drogas. - Deseo de experimentación. - Estrés. - Falta de autocontrol. - Falta de habilidades y recursos sociales. - Falta de seguridad. - Familia. - Grupo de pares o grupo de amigos. - Inmadurez. FACTORES DE COMPENSACIÓN Microsistema Exosistema FAMILIA - Seguridad y prosperidad económica - Apoyo y calidez en la interacción familiar. - Esfuerzos obtenidos por parte de padres y profesores. - Habilidades interpersonales adecuadas. - Vinculos afectivos positivos. 1. Subsistema conyugal. - Apoyo entre la pareja. 2. Subsistema parental. - Apoyos sociales efectivos. - Calidad en la comunicación parentofilial. - Dedicación y cercanía. - Establecimiento de reglas. - Implicación con el medio escolar. - Normas culturales adecuadas. 14
  • 15. - Responsabilidad parental compartida. Según Clayton (1992), los factores de riesgo son aquellos atributos o características de un individuo, condición situacional, y/o contexto ambiental los cuales incrementan la probabilidad del uso y/o abuso de drogas. En relación a la definición, hay que tener en cuenta que no es necesaria la presencia de todos y cada uno de los factores de riesgo para que se produzca el comportamiento desviado, de la misma forma que la aparición de uno de ellos no determina necesariamente la ocurrencia del mismo de forma causal (Laespada, Iraurgi y Aróstegi, 2004). Por otro lado, los factores de protección, serían lo opuesto a los factores de riesgo, o siguiendo la definición que aportan Pérez-Gómez y Mejía-Motta (1998), serían atributos individuales, condición situacional, ambiente o contexto que reduce la probabilidad de ocurrencia de un comportamiento desviado. Con respecto a las drogas, los factores de protección reducen, inhiben o atenúan la probabilidad del uso de sustancias (Laespada, et al., 2004). - Microsistema familiar. Se defiende que la familia desempeña un papel central en el desarrollo de las personas, no sólo es porque garantiza su supervivencia física y satisface sus necesidades emocionales, sino también porque es dentro de ella donde se realizan los aprendizajes básicos que son necesarios para el desarrollo adecuado de la persona en la sociedad (Vielva, 2001). Es por ello, que la familia es uno de los principales factores, ya sea de riego o de protección, en la implicación de cualquiera de sus miembros en conductas de drogodependencia. Es evidente por tanto, la vinculación entre el consumo de drogas y un ambiente familiar deteriorado. El comportamiento de cualquier persona dependerá de las relaciones que se den en su situación familiar (Martínez, 2001). 15
  • 16. 1. Subsistema conyugal. Se sostiene que la crianza de los niños en familias con alto nivel de conflicto es un factor de riesgo importante tanto para el desarrollo de trastornos de conducta en general (Bragado, Bersabé y Carrasco, 1999) como para el consumo de sustancias (Otero, Mirón y Luengo, 1989). Son las dimensiones relacionadas con la existencia de conflictos entre el adolescente y sus padres y con el consumo familiar, las que predicen un mayor riesgo de que el joven se implique en el uso de cualquier tipo de sustancias tanto legales como médicas. Así, pues, el hecho de que existan disputas frecuentes entre el joven y sus padres y entre éstos entre sí, predice una probabilidad mayor de que este beba, fume o consuma fármacos o derivados (Berkowitz y Perdins, 1986; Otero et al., 1989; Piercy, Volk, Prepper y Sprenkle, 1991; Friedman y Utada, 1992). Los problemas de pareja, tienen un impacto negativo en las pautas de crianza, facilitando la aparición de comportamientos perturbadores en los hijos. Las dimensiones del conflicto entre padres han mostrado significación estadística y en todos los casos se presentan como factores de riesgo la intensidad, el hecho de que el hijo se perciba como motivo del conflicto de los padres, la inestabilidad de la relación marital y la frecuencia de los conflictos (Sanz, Iraurgi, Martínez-Pampliega y Cosgaya, 2006). Dentro de las variables familiares de mayor interés en relación al campo de las drogodependencias se encuentra en conflicto marital (Sanz et al., 2006). Son frecuentes las investigaciones que apuntan a la existencia de un nexo entre el conflicto marital y las conductas problemáticas por parte de los hijos. Malkus (1994) al comparar dinámicas familiares entre familias con un miembro adolescente drogodependiente puso de manifiesto que los adolescentes que perciben a sus padres como parejas "felices" se encuentran en el último de los grupos. Fueron similares los resultados de Ruiz, Lozano y Polaino (1994), quienes afirman que el grado de estabilidad de la pareja de padres influye directamente en los patrones de consumo de alcohol y drogas ilegales en los hijos. Muñoz-Rivas y Graña (2001) mostraron que una de las dimensiones que predecían mayor riesgo del uso de sustancias por parte del adolescente era la existencia de conflictos entre los padres. Entre los mecanismos explicativos de la relación entre el conflicto marital y el consumo de drogas por parte 16
  • 17. de los hijos se hallan variables familiares relevantes como la disciplina, la hostilidad y el afecto. Los conflictos matrimoniales actuarían sobre el consumo de sustancias por parte de hijos e hijas a través del aumento de relaciones coercitivas de los padres y por un deterioro en las prácticas de crianza (Sanz, 2006). Los estudios indican que la intensidad y la frecuencia del conflicto marital, el estilo del conflicto, su manera de resolución y la presencia de intermediarios a fin de aminorar los efectos del conflicto, son los más importantes predictores para la adaptación de los hijos (Kelly, 2000). Precisamente son los hijos de familias divorciadas que presentan un alto nivel de conflicto, quienes experimentan más problemas de desajuste emocional y problemas de conducta (Ellis, 2000). Por el contrario, los padres que han tenido menos conflicto marital tienen mejores relaciones con sus hijos/as después de la separación, lo cual está asociado a un funcionamiento más adaptativo por parte de éstos (Tschann, Johston, Kline y Wallerstein, 1989). Una relación afectuosa protege a los progenitores del consumo, mientras que unas relaciones inadecuadas, con un alto grado de conflicto y falta de vinculación entre padres e hijos aumenta el riesgo de problemas de conducta como el consumo de alcohol y de otras drogas. Respecto a las drogas, son escasos los estudios que han vinculado las relaciones matrimoniales con el consumo de drogas (Pollard, Catalano, Hawkins y Arthur, 1997; Secades y Fernández-Hermida, 2001). Los conflictos matrimoniales actuarían sobre el consumo de sustancias por parte de hijos e hijas a través del aumento de relaciones coercitivas de los padres y por un deterioro en las prácticas de crianza (Fichman et all. 1994; Kaplan, 2001). El estudio llevado a cabo por Sanz, Martínez, Iraurgi y Cosgaya (2007), permite asegurar que el conflicto entre los padres se asocia a una mayor experimentación de los hijos con las drogas. Otros factores de riesgo del consumo se hallaron en el tipo de relación que los hijos perciben de sus padres. A este respecto, percibir un tipo de trato basado en el amor, hostilidad y desprocupación por parte de la madre y un modelo de relación basado en la hostilidad y control del padre se mostrarían asociados a una mayor probabilidad de consumir drogas. 17
  • 18. La relación de amor del padre y control de la madre, y las puntuaciones más altamente valoradas por los hijos respecto a las otras formas de relación, son las que han ofrecido un efecto protector respecto al riesgo de ser consumidor. El riesgo de experimentar con drogas se asociaría a una percepción de baja cohesión y adaptabilidad entre los miembros familiares, propio de familias disfuncionales. Al consumo de drogas se llega a través de la afiliación con iguales problemáticos. Por lo tanto, cabe señalar que más que la estructura familiar , lo que repercute negativamente en los hijos es el funcionamiento familiar inadecuado (Sanz et al., 2004). En muchas ocasiones los padres se encuentran con que la educación de sus hijos es una tarea para la que no han sido preparados y que, sin embargo, les obligará a enfrentarse a más de una situación conflictiva conscientes de que su actuación puede resultar decisiva para el futuro de su hijo. Los padres responden de muy diversas maneras ante estos conflictos; algunos intentan huir de los problemas, pasan menos tiempo en casa, se refugian en sus trabajos, rehúyen la comunicación con el hijo problemático, etc., otros intentan cambiar sus práctricas educativas o su forma de intervención educativa buscando con ello una solución definitiva al problema, algunos buscan ayuda externa y otros se reafirman en sus propios estilos educativos (Buendía, 1999; 253-254) La frecuencia de muertes y separaciones en la infancia y adolescencia, pueden llegar a ser un factor de riesgo para el consumo de drogas. En estas familias existe una proporción tres veces superior a la de un grupo control de ausencia de uno de los progenitores, ya sea por muerte, divorcio, separación o abandono. Normalmente este progenitor suele ser el padre en el caso de muerte o abandono (Sanz et al. 2004). Algunos estudios han encontrado una proporción superior de muertes, separaciones, divorcios, abandonos o enfermedades severas de algún familiar cercano en familias con problemas de abuso de drogas. Se plantea la posibilidad de que la toxicomanía sea un síntoma que manifiesta las dificultades familiares para defenderse de la desesperanza y elaborar el duelo por la pérdida de uno de los miembros (Vielva, 2001). 18
  • 19. 2. Subsistema parental. Según Aseltine (1995), la influencia parental es crucial en la iniciación temprana en el uso de drogas, mientras que los pares se convierten en una influencia predominante en la iniciación tardía; por eso la importancia de la atención y supervisión parental está íntimamente conectada con el problema de los amigos, que aparecen como la principal fuente de riesgo adolescente, ya que los padres tienen una responsabilidad directa sobre el comportamiento de sus propios hijos con independencia del ambiente que los rodea (Valenzuela, 2006). Las variables derivadas del sistema familiar van a ser fundamentales para explicar una conducta desajustada. El desarrollo de unas relaciones íntimas, significativas y duraderas, aquellas que son susceptibles de proveer apoyo social (Van Aken y Asendorpf, 1997), dependen también de la calidad de las relaciones familiares (Honess y Robinson, 1993; Sánchez-Queijada y Oliva, 2003). Diferentes autores han señalado que los padres regulan activamente el contexto social del niño y del adolescente, potenciando o inhibiendo su acceso a recursos sociales fuera de la familia (Parke, 2004). Así, los padres influyen en una selección positiva o negativa del grupo de iguales a través del mayor o menor grado de coerción, control y afecto de las prácticas parentales (Engels, Knibbe, De Vries, Drop y Breukelen, 1999; Simons, Chao, Conger y Elder, 2001). Otros autores han constatado que la calidez y apoyo parental contribuye a unas relaciones más satisfactorias fuera de la familia (Dekovic y Meeus, 1997; Gold y Yanof, 1985) ya que la calidad de las relaciones familiares facilitan o dificultan el adecuado aprendizaje en valores y habilidades sociales básicas (Jiménez, Musitu y Murgui, 2006). Bajo un clima familiar de falta de cercanía y afecto entre padres e hijos, el adolescente no recibe una valoración positiva ni siente la experiencia de inclusión y aceptación familiar, por lo que sus necesidades de ser reconocido y querido no están satisfechas. Esto puede hacer que el joven busque esta satisfacción en otros grupos y acepte cualquier condición, como consumir sustancias, para ser aceptado. En este sentido, muchos autores manifiestan que la existencia de una relación positiva entre el hijo y sus padres o uno de ellos es un potente disuasor para el inicio en el consumo de drogas (Vielva, 2001). 19
  • 20. Además de que la relación con los padres ejerce una importante influencia en el consumo de drogas, la existencia de unas buenas relaciones entre padres e hijos/as puede servir como un factor de resistencia capaz de reducir la influencia de los iguales en el consumo (Cantón y Justicia, 2000). La mayoría de los estudios coinciden en que las interacciones padres-hijo caracterizadas por la ausencia de conexión (Brook , Gordon, Whiteman y Cohen, 1990; Pons, Berjano y García, 1996) parecen estar relacionadas con la iniciación de los jóvenes adolescentes es el uso de drogas. De forma contraria, las relaciones familiares positivas basadas en un profundo vínculo afectivo entre padres e hijo correlacionan con una menor probabilidad de que la juventud presente problemas de conducta (Tasic, Budjanovac y Mejovsek, 1997) y se inicie el consumo de sustancias (Brook, Gordon, Whiteman y Cohen, 1986; Selnow, 1987). El estudio de Rodríguez et al. (2007) reveló que los jóvenes que han consumido alguna vez en su vida, parecen percibir un menor apoyo y calidez por parte de los miembros de la familia. Las familias con algún miembro toxicómano tienden a describirse, por una parte, como desvinculadas, es decir, sus miembros no se apoyan unos a otros, hay escasa cohesión familiar y no hay cercanía, y por otra, como rígidas, esto es, con poca capacidad para flexibilizarse y adaptarse a los cambios producidos por alguno de sus miembros o en el entorno en que viven. Uno de estos cambios precisamente lo constituye la etapa evolutiva de la adolescencia, cuando el hijo desea acceder a mayores cuotas de autonomía (Vielva, 2001). El adolescente verificará las "ventajas" sociales del uso de sustancias, cuando desarrolle su propia conducta social, en interacción con su grupo de iguales. El sistema peculiar de relaciones que cada adolescente ha establecido con sus padres a lo largo de todo su proceso de socialización, es una variable decisiva para definir otros factores de profundidad más inmediata, como entre otros, el autoconcepto del jóven, sus estilos de relación social, así como diversas variables de personalidad -locus de control, vulnerabilidad a la presión grupal, tolerancia a la frustración, estabilidad emocional etc. (Pons, 1998). Unas relaciones familiares positivas y un profundo vínculo afectivo entre padres e hijos, van unidos a una menor probabilidad de que los jóvenes tomen drogas 20
  • 21. y tanto el ambiente familiar global como las relaciones entre sus miembros parecen relevantes para predecir este consumo (Hundleby y Girard, 1980; Jessor y Jessor, 1977; Kandel, 1978; Mercer y Kohn, 1980; Mercer et al., 1978; Spevak y Pihl, 1976). Con los adolescentes es frecuente, llegada esta etapa de cambio que se establezca una cierta incomunicación de la que los padres suelen responsabilizar a sus hijos, aunque lo cierto es que la comunicación es un asunto interpersonal, y puede decirse que los padres también son responsables del deterioro que a veces se produce en ella. Según Buendía (1999), los padres altamente comunicativos son aquellos que utilizan el razonamiento para obtener acuerdos con el adolescente. Suelen explicar las razones de su acción y piden opinión al hijo y le llaman a expresar sus argumentos, de tal forma que pueden modificar sus comportamientos en función de los argumentos del hijo. Por el contrario, los padres con bajo nivel de comunicación caracterizan a aquellos que no acostumbran a consultar a los hijos en la toma de decisiones que le afectan. Durante la adolescencia, son muchos los obstáculos que dificultan una buena comunicación: por ejemplo, una gran parte de los mensajes que los padres dirigen a sus hijos están plagados de críticas a sus errores, referencias a defectos, sarcasmos y ridiculizaciones. Si se tiene en cuenta que los adolescentes están construyendo su identidad, y pueden tener muchas dudas con respecto a su valía personal, es de esperar que sean muy sensibles a estas críticas y no muestren excesivo interés por iniciar o mantener unos intercambios comunicativos (Arranz, 2004). El sentimiento de no ser comprendido y aceptado en su propia personalidad es inherente a la puntuación alta en, al menos los factores reprobación, presión hacia el logro y rechazo, así como a la puntuación baja en el factor comprensión y apoyo. La explícita expresión de agresividad contenida en el factor castigo, así como la más sutil caracterizada por la utilización premeditada del afecto como medio para influir sobre la conducta del hijo, presente, de nuevo, en reprobación, son indicios de una dificultad en la expresión afectiva y comunicativa familiar (Pons, 1998). Una investigación llevada a cabo por Jiménez et al., (2006), ha constatado que las relaciones que se dan entre la familia y las relaciones personales del adolescente han resultado en su mayoría lineales y positivas, cuando se trata de 21
  • 22. variables de funcionamiento positivo en la familia (cohesión, adaptabilidad, sastisfacción, comunicación abierta con ambos padres) y, lineales y negativas, cuando se trata de variables de funcionamiento negativo en la familia (problemas de comunicación con ambos padres). Parece que la calidad de las relaciones familiares puede operar en un doble sentido: potenciando la capacidad del adolescente para desarrollar relaciones de apoyo fuera de la familia cuando las relaciones familiares son positivas, o bien inhibiendo esas capacidades cuando dichas relaciones son problemáticas. El hecho de sentirse amado, estimado y protegido por el padre es uno de los principales recursos que posee el adolescente para no implicarse en el consumo de alcohol y hachís, (Musitu y Cava, 2003). Es un efecto directo y protector de la cohesión familiar y del apoyo social del padre en el consumo de hachís y que viene a confirmar los resultados de otros autores (Farrell y Barnes, 1993; Musitu et al., 2001; Musitu y Cava, 2003) pero no un efecto mediador, ya que el apoyo social deja de ser significativo cuando predecimos el consumo desde ambas dimensiones. La comunicación familiar con referencia al problema concreto de las drogas, tiene un protagonismo especial en la vida del joven (Comas, 1990; Graña y Muñoz- Rivas, 2000), porque las prácticas educativas basadas en la facilidad para establecer comunicación y en la expresión de afecto, apoyo y comprensión, juegan un papel decisivo en el ajuste social y emocional del hijo (Pons, 1998). Las drogas parecen satisfacer aquello que no se ha encontrado en la familia, como los sentimientos de bienestar, y los grupos de pares parecen ser el eslabón final en la búsquedada de un sentimiento de bienestar en el mundo de las drogas (Nuño, Rodríguez y Álvarez, 2006). Otra variable a tener en cuenta son los estilos educativos, que se pueden definir como las actuaciones o pautas de conducta que expresan las madres y padres, en su relación con los hijos e hijas. Hacen referencia al tipo de normas, disciplina y supervisión que los progenitores ofrecen de forma sistemática a sus hijos e hijas (Vielva, 2001). La vida familiar de los no usuarios está normatizada por un mayor número de reglas, y éstas son percibidas como más consistentes que las que están presentes en el contexto familiar de los usuarios (Rodríguez, Pérez y Córdoba, 2007). 22
  • 23. Respecto a la disciplina familiar, la variable control o seguimiento paterno ha sido asociada a la etiología del abuso de drogas en la adolescencia (Muñoz y Grana, 2001). Kandel y Andrews (1987) encontraron que factores como la ausencia de implicación maternal, la ausencia o inconsistencia de la disciplina parental y las bajas aspiraciones de los padres sobre la educación de sus hijos, predecían su iniciación en el uso de drogas. Las habilidades de los padres para manejar la vida familiar y para implicarse en la vida del hijo, fundamentalmente mediante la supervisión de actividades y el establecimiento de normas y límites de convivencia, se presentan como una variable clave (Vielva, 2001). Castro (1994), ubica el control paterno como uno de los factores de riesgo más importantes asociados al consumo de drogas entre los estudiantes de educación media básica en nuestro país. Pears, Capaldi y Owen (2007) señalan que la existencia de poca disciplina y el escaso control inhibitorio, son factores que median en la “transmisión intergeneracional” del consumo de drogas. Tal y como apuntan varios autores (Hawkins et al., 1992; Mendes, 2007; Pears et al., 2007; Sanders, 2000), las pautas de crianza inadecuadas son un factor clave a la hora de explicar los consumos de drogas en adolescentes. De la misma forma, la existencia de prácticas de crianza adecuadas basadas en la cercanía emocional y prácticas disciplinarias consistentes que van a promover el desarrollo de la autoestima y el autocontrol en los jóvenes son una variable protectora frente a las conductas problema entre las que se encuentra el consumo de drogas (Dwairy, 2004; Serbin y Kart, 2004; Wills et al., 2007). La sobreprotección e intrusión de los padres en la vida privada de sus hijos, es otro factor a tener en cuenta . Algunos adolescentes pueden consumir drogas porque perciben a sus progenitores como invasores de su intimidad, posesivos y sobreprotectores. El consumo de sustancias vendría a ser un mecanismo para conseguir un mayor margen de intimidad y separación (Vielva, 2001). Se ha demostrado en numerosos estudios que una disciplina parental ineficaz acompañada de fracaso académico en los hijos y de la presión ejercida por los compañeros constituyen importantes predictores de conductas antisociales en los 23
  • 24. adolescentes (Dishion, Patterson, Stoolmiller y Skinner, 1991). No basta tener una buena relación con los padres: el desempeño parental en atención, supervisión y control del comportamiento adolescente juega un rol estratégico. Padres efectivamente involucrados mejoran la relación con los hijos y ciertas disposiciones específicas del control adolescente no sólo no menoscaban, sino que se asocian directamente con la calidad de la relación parental (Valenzuela, 2006), También, las actitudes y conductas paternas hacia las drogas se ha asociado repetidamente con la iniciación de los adolescentes en el consumo de tóxicos y con la frecuencia de uso de los mismo (Brook et al., 1990; Pons, 1998). En una investigación realizada en Valencia con adolescentes, la mayor de las diferencias encontradas en cuanto a exposición a riesgo en usuarios y no usuarios es la relativa a la accesibilidad y el uso de drogas en la familia de los usuarios, así como la mayor permisividad ante situaciones que pueden resultar un riesgo para la salud e integridad física del adolescente (Rodríguez et al., 2007). El acceso y permisividad familiar ante el uso de drogas se mantiene como un factor de riesgo significativo para los adolescentes. El uso de drogas en la familia de los usuarios, así como una actitud favorable en el grupo familiar ante el uso de estas sustancias, se presenta como el elemento que marca la mayor diferencia (Pons, 1998). En cuanto al consumo familiar, se evidencia que el uso de alcohol por parte del padre es el principal predictor del mismo tipo de consumo en el adolescente (Oei, Fae y Silva, 1990; Aubà y Villaví, 1993; Alonso y Del Barrio, 1994; Campins, Hereu, Roselló y Vaqué, 1996), mientras que, el uso de drogas médicas e ilegales aparece explicado por el consumo habitual de tranquilizantes por parte de la madre, que señalan a esta variable como importante indicador pronóstico de una mayor implicación del hijo en el uso de tóxicos (Otero, Mirón y Luengo, 1989; Recio et al., 1992). En el caso del alcohol y el tabaco, su consumo es mayoritario entre los adolescentes, ya que es una droga legal y socialmente aceptada y la influencia familiar es, si cabe, más decisiva, dado el carácter institucionalizado de esta sustancia. Los adolescentes que más consumen, pertenecen a familias en las que el consumo alcohólico es habitual. El efecto de modelado de una práctica habitual en 24
  • 25. algunas familias es uno de los factores que puede explicar la ingesta abusiva de sus miembros más jóvenes (Pons, 1998). El que la madre beba se asocia a un mayor riesgo de que sus hijos fumen y beban, y el que ambos padres beban se asocia a un mayor riesgo de que sus hijos lo hagan. La influencia de los padres sobre el consumo de tabaco y alcohol de sus hijos no está mediado por el estilo general de vida, sino directamente por su propio ejemplo al consumir tabaco y alcohol, y especialmente por el hecho de que la madre beba (Kovacs et al., 2003). El consumo de bebidas alcohólicas no es una conducta que se dé en los adolescentes de manera aislada sin relación alguna con lo que ocurre en sus contextos sociales inmediatos, especialmente en el familiar; es, al contrario, un comportamiento cargado de significado social que refleja tanto la vulnerabilidad a la presión grupal, como las expectativas de mejor integración grupal a través de una conducta socialmente normativa, variables ambas que encuentran su origen en los procesos de socialización familiar (Pons, 1998). Queda claramente demostrado que el uso de drogas por parte de los padres es un factor de riesgo asociado a que los hijos también consuman, pero además, otro grupo de estudios señalan que la existencia de consumos de drogas en los padres está relacionado con la presencia de problemas psicopatológicos en los hijos, destacando la presencia de trastornos de la conducta, depresión y trastorno por déficit de atención e hiperactividad en los hijos (Marmorstein, Iacono y McGue, 2008; Merikangas, Dierker y Szatmari, 1998; Ohannessian et al., 2004; Westermeyer, Yoon y Thuras, 2006). 3. Subsistema amigos. La pandilla es el marco de referencia que ayuda a afianzar la identidad adolescente frente al mundo adulto y satisface el sentimiento de afiliación o pertenencia a un grupo de iguales. Según Comas (1992), la probabilidad de beber aumenta si el adolescente se integra en un grupo que consume alcohol, por influencia indirecta del modelado de los compañeros o directa de la presión de grupo al instigar a la bebida mediante invitaciones explícitas. Simons (1994) y Thornberry (1987) 25
  • 26. corroboran la importancia del grupo de pares como uno de los factores de riesgo más importantes, si no el más importante, en el uso de drogas legales e ilegales en los adolescentes. 4. Adolescente Funes (2009), dice que ser adolescente es una condición de riesgo para los riesgos. Es decir, el adolescente se acerca en muchas ocasiones y/o situaciones a conductas de riesgo que él no conoce. Para él es un descubrimiento, y por lo tanto no conoce cuales deben de ser sus conductas para gestionar determinado riesgo. La adolescencia no es una etapa de estabilidad y por lo tanto el impacto de las conductas arriesgadas irá en proporción al grado de estabilidad y control emocional que el adolescente tenga. Frente a la concepción de la asunción de riesgos como un problema, especialmente durante la adolescencia, habría que admitir la idea del riesgo como una oportunidad para el desarrollo y el crecimiento personal (Lightfoot, 1997). Desde esta perspectiva, algunas de las conductas problemáticas del adolescente funcionarían como indicadores de la transición a un estado más maduro (Irwin y Millstein, 1992; Jessor, 1998). Siguiendo a Elzo, Comas, García, Laespada y Vielva (2000), no puede haber vida sin riesgos. No se puede pensar que se pueden eliminar todos los riesgos y que la experiencia de superación y evitación de riesgos forma parte fundamental del vivir, del crecer, del madurar y del ser libres. Una hipotética sociedad sin riesgos sólo podría ser una sociedad muerta. La experimentación, es una fase clave en la adolescencia, en la cual se quieren percibir nuevas sensaciones, sentimientos, estados de ánimo,… y acercarse un poco más al mundo adulto, porque muchas de las pautas del consumo de drogas no son consustanciales a la población juvenil, son más bien aprendidas de sus adultos que, de forma consciente o inconsciente, transmiten en sus estilos de vida, universos de valores y estructuraciones del tiempo libre pero también en sus consumos, en el modo de relacionarse con las sustancias y la importancia que se le concede a las mismas (Laespada, 2009). 26
  • 27. La falta de seguridad y la inmadurez, son dos características esenciales de la adolescencia, por lo que van a influir en la decisión del sujeto en consumir drogas o no. La falta de seguridad puede llevar a que sean más influenciables por el grupo de pares, que se constituye también como una poderosa fuerza que influye en la configuración del carácter y los valores del adolescente (Reino, Ferreiro, Domínguez y Rodríguez, 1995). Además, bajo los efectos de las drogas parece que las inseguridades desaparecen y se tiene la impresión de que se es capaz de todo. Las creencias y valores sobre lo que el adolescente piensa sobre las drogas, sobre sus efectos, lo que implica consumir y lo que experimenten con ellas, arrojan un balance subjetivo positivo o negativo que determinará la ocurrencia o no del consumo (Laespada et al., 2004). Según Pons y Berjano (1999), el sujeto aceptaría consumir porque además de mantener una actitud permisiva, ha experimentado personalmente el consumo de esa sustancia en determinados ambientes y de esta forma ha podido consolidar o desmentir las creencias provenientes del medio sociocultural sobre ella. Dos factores importantes son, el conocimiento y la accesibilidad a las drogas. Antes de que los adolescentes prueben las drogas, lo que saben de ellas, generalmente provienen de los medios de comunicación, la familia, los amigos y la escuela, pero es ahora cuando esos conocimientos adquiridos de forma pasiva buscan ser contrastados de forma activa (Laespada et al., 2004). La relación que cada joven establezca con el fenómeno de las drogas vendrá determinado por múltiples factores pero, sin duda, la disponibilidad de las mismas para los potenciales sujetos consumidores es un factor que correlaciona claramente con el consumo. La trasmisión de una información real y veraz sobre las drogas y sus efectos, lejos de ser ineficaz, permite intervenir sobre los niveles de consumo (Johnston, 1995). Se ha demostrado que la fácil accesibilidad a la droga es un factor de alto riesgo en el inicio y mantenimiento del consumo (Vallés, 1996) y que cuanto más alta es la permisividad, entendida como los valores y actitudes sociales favorables al consumo, las cifras de consumo tienden a ser mayores (Luengo, Romero, Gómez, García y Lence, 1999). Las habilidades o recursos sociales son aquellas conductas realizadas por un individuo en un contexto interpersonal que expresa sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de un modo adecuado a la situación, respetando esas conductas 27
  • 28. en los demás y, que generalmente resuelve los problemas inmediatos de la situación mientras reduce la probabilidad de que aparezcan futuros problemas (Vicente y Caballo, 1986). La adolescencia es un período de apertura al mundo social, y muchas de estas habilidades aún no están configuradas, por lo que una persona con problemas para expresar sus sentimientos, opiniones o desenvolverse adecuadamente en su entorno, será más vulnerable e influenciable por su grupo. La autoestima o la valoración de uno mismo están en continuo cambio durante toda la vida, pero la adolescencia es una etapa decisiva para la formación de los mismos. Las personas con un autoconcepto positivo muestran menos vulnerabilidad ante situaciones de riesgo o individuos influyentes, al contrario que las que carecen de este rasgo psicológico (Laespada, 2004). Por otro lado, Brendgen, Vitaro, Turgeon, Poulin y Wanner (2004), manifiestan que es posible que exista un “lado oscuro” de la autoestima y que una autoestima muy elevada en determinadas dimensiones (social y física) indique un mayor riesgo de implicación en problemas de carácter externalizante. Distintos autores señalan que mientras la autoestima es un importante recurso de protección frente a problemas de carácter internalizante como la depresión, no está tan claro que sean los adolescentes con baja autoestima los que se impliquen en mayor medida en problemas externalizantes como la conducta delictiva y el consumo de sustancias (Butler y Gasson, 2005; Emler, 2001). En este sentido, en la literatura se encuentran dos tipos de resultados en función del tipo de medida utilizado para evaluar el constructo de autoestima. Por un lado, en los trabajos en los que se utilizan medidas globales de autoestima se obtienen, generalmente, relaciones de protección, es decir, una relación significativa entre la alta autoestima y el bajo consumo de sustancias (Laure, Binsinger, Ambard y Friser, 2004; Nóbrega, Ferreira, Paredes y Anjos, 2004; Schroeder, Laflin y Weis, 1993). Estos estudios señalan, por tanto, que la evaluación positiva del sí mismo es un aspecto fundamental para el funcionamiento adaptativo del individuo (Harter, 1990; Taylor y Brown, 1994). Por otro lado, algunos trabajos que utilizan medidas multidimensionales contestan esta visión tradicional de la autoestima, e indican que elevadas puntuaciones en determinados dominios de la autoestima (autoestimas social y física) 28
  • 29. pueden constituir un potencial factor de riesgo para el desarrollo de problemas de conducta de carácter externalizante como la conducta delictiva y violenta, y el consumo de sustancias (Jiménez, Estévez, Musitu, Murguiz., en prensa; Musitu y Herrero, 2003; O’Moore y Kirkham, 2001). En el estudio de Jiménez et al. (2006), los resultados fueron ambivalentes, aunque deja claro que las percepciones que el adolescente tiene de la calidad de las relaciones en su contexto familiar (el grado de vinculación entre sus miembros, de expresividad y de conflicto) influyen en su autoestima. Destaca la ausencia de relación entre el conflicto familiar y las autoestimas social y física. Una posible explicación a este resultado podría ser que los problemas en el contexto familiar no presenten una relación significativa con estos dominios de la autoestima porque, posiblemente, durante la adolescencia estos dos ámbitos de la vida (la capacidad para hacer amigos y la satisfacción con el propio aspecto físico) dependan en mayor medida de los feedbacks percibidos de otras personas significativas ajenas al contexto familiar, fundamentalmente los iguales. Respecto de la relación entre la autoestima y el consumo de sustancias, cabe destacar que los resultados apoyan la tesis de que no existe un efecto homogéneo y protector de los distintos tipos de autoestima frente a la implicación del adolescente en problemas de carácter externalizante como el consumo de sustancias. Por un lado, se confirma que las autoestimas familiar y escolar constituyen una protección frente a este tipo de conductas de riesgo (Wild, Flisher, Bahna y Lombard, 2004); por otro lado, los resultados apoyan la idea de Brendgen, Vitaro, Turgeon, Poulin y Wanner (2004), según la cual es posible que exista un “lado oscuro” de la autoestima y que una autoestima muy elevada en determinadas dimensiones (social y física) indique un mayor riesgo de implicación en problemas de carácter externalizante. En este sentido, es necesario tener en cuenta que el consumo de sustancias es una conducta fundamentalmente social durante la adolescencia y que el consumo moderado u ocasional es relativamente normativo en el contexto cultural español (Observatorio Español sobre Drogas, 2004). De este modo, es factible pensar que los adolescentes que consumen ciertas sustancias con los iguales se autoperciban como “seres sociales normales” e incluso se autoevalúen positivamente (Musitu y Herrero, 2003). El estrés es un factor asociado a la conducta adictiva (Nadal, 2008). La 29
  • 30. adolescencia va acompañada de un aumento del estrés vital, ya que implica hacer frente a una serie de retos y nuevas obligaciones que coinciden con los cambios biológicos y físicos de la pubertad y con fluctuaciones en el funcionamiento emocional, cognitivo y social. Las presiones académicas, la imagen corporal, el desarrollo de la identidad sexual, el logro de una creciente autonomía con respecto a los padres y madres, la aceptación por parte del grupo, etc., constituyen, sin duda, fuentes potenciales de estrés en la adolescencia. Especialmente, la adolescencia media (de 14 a 16 años) se considera un periodo ‘cumbre’ a lo largo del ciclo vital para la ocurrencia de acontecimientos vitales estresantes (Windle y Windle, 1996). Como consecuencia, a menudo se experimenta depresión y otras emociones negativas. Esto ha llevado a sugerir que el consumo de alcohol y tabaco (Wills, 1986; Wills, McNamara, Vaccaro y Hirky, 1996) y de otras drogas (Arellanez-Hernández, Díaz, Wagner-Echeagaray y Pérez, 2004; Griffin, Séller, Botvin y Díaz, 2001) podrían representar intentos disfuncionales de manejo de estas dificultades de adaptación. Es por ello que se ha asociado el estrés vital como factor de riesgo para el consumo de drogas en adolescentes (Wills, 1986; Windle y Windle, 1996). Piko (2001), Thoressen y Eaglestone, (1983), sostienen que el uso de drogas se puede entender como una conducta inadaptativa de afrontamiento dirigida a aliviar es estrés, aunque el consumo con este fin contribuya, por el contrario, a exacerbarlo (González 1992; Piko 2001). Asimismo, se ha encontrado que adolescentes no consumidores de drogas tienen un repertorio más amplio de respuestas de afrontamiento en comparación con los consumidores (González, 1992; Needler, Lavee, Su, Brown y Doherty, 1988; Newcomb, Maddahian, Skager y Bentler, 1987). De la misma manera, la prevalencia de síntomas de depresión aumenta en relación directa con el consumo, mientras que éste se asocia directamente con una menor percepción de riesgo y una más alta accesibilidad de drogas, a la vez que se encuentran diferencias en los niveles de cohesión y adaptabilidad familiar asociadas al incremento del consumo (Arellanez et al., 2004). El impacto del estrés sobre el uso de drogas se puede moderar por la disponibilidad de estrategias de afrontamiento efectivas (Denoff, 1987; Vaccaro y Willsta, 1998), mientras que también se ha señalado que el consumo puede contribuir al empobrecimiento de los recursos de ajuste (Anda, Javidi, Jefford y Komorowski, 30
  • 31. 1991; Mary y Russo, 1991). Un estudio llevado a cabo por Calvete y Estévez (2008), obtuvieron unos resultados en los cuales mostraron que el número de estresores experimentado es un factor asociado al consumo de drogas en la adolescencia. Estos resultados son consistentes con numerosos estudios que han demostrado que el estrés vital predice el consumo de drogas en adolescentes. En particular, los acontecimientos vitales negativos se han asociado al consumo de tabaco (Wills et al., 1996), alcohol (Wills, 1986; Windle y Windle, 1996) y otras drogas (Arellanez-Hernández et al., 2004; Biafora, Warheit, Vega y Gil, 1994; Unger et al., 2001). Windle y Windle (1996), además, encontraron que esta asociación puede ser diferente dependiendo de la magnitud y naturaleza de los acontecimientos estresantes. Es además un estilo resultante en buena medida de pautas cada vez más permisivas de crianza, las cuales fallan en el establecimiento de límites y disciplina adecuados (Young, 1999). Estos resultados tienen, por tanto, implicaciones para la intervención en las adicciones, y sugieren que las acciones formativas dirigidas a padres y madres, que resalten la importancia del establecimiento de límites y el desarrollo de la tolerancia a la frustración, pueden contribuir positivamente a la prevención primaria de conductas adictivas. Además, la ocurrencia de acontecimientos estresantes se presentan como un factor de riesgo, si bien su influencia parece estar afectada por el estilo más o menos impulsivo de afrontamiento de los mismos. Respecto a lo anterior, se encuentra el autocontrol, que es la capacidad del ser humano para dirigir y controlar su propia conducta y sus sentimientos. McCown y DeSimone (1993), dicen que en la impulsividad se combinan aspectos como la dificultad para valorar las consecuencias de la propia conducta, un estilo rápido y poco meditado a la hora de tomar decisiones sin considerar alternativas y una resolución de problemas poco efectiva, sin planificar el propio comportamiento y sin capacidad para ejercer autocontrol sobre él. Las características del funcionamiento familiar se relacionan con el consumo de sustancias de los hijos adolescentes porque se relacionan significativamente con el desarrollo de su autoestima, tanto la protectora como la de riesgo. El equilibrio de fuerzas entre estos dos tipos de autoestima del adolescente se relaciona 31
  • 32. significativamente con la implicación de éste en un mayor o menor consumo de sustancias. Parece positivo tener en cuenta el contexto familiar con el objeto de facilitar un clima cohesivo, donde las ideas se puedan expresar libremente y se reduzcan los conflictos y tensiones, de modo que se favorezca una autoevaluación positiva del adolescente. Sin embargo, parece necesario al mismo tiempo mostrar cautela en aquellos programas de potenciación de la autoestima como un recurso de protección frente al consumo de sustancias en adolescentes, ya que no es evidente que las relaciones entre las diferentes dimensiones de la autoestima y el consumo de ciertas sustancias sea de carácter homogéneo y protector en la edad adolescente. Otro de los factores relacionales es la familia, la cual va a poseer un papel importante en el consumo/abuso de drogas por parte de sus hijos. Los padres con hijos adolescentes tienen una gran responsabilidad de cara al futuro desarrollo saludable de sus hijos; los esfuerzos por mantener unas relaciones basadas en el afecto, el apoyo y unos niveles consensuados de supervisión y control son algunos de los pilares en los que asentar esa responsabilidad (Martínez, Fuertes, Ramos y Amapar, 2003). Está ampliamente contrastado que la calidad de las relaciones familiares es crucial para determinar la competencia y confianza con la que el adolescente afronta el periodo de transición de la infancia a la edad adulta (Butters, 2002; Steingberg y Sheffield, 2001). Estas relaciones influyen en cómo los jóvenes negocian las principales tareas de la adolescencia (adquisición de la identidad y autonomía), la medida en que se encuentran implicados en problemas comportamentales generalmente asociados a este periodo (conductas de riesgo como el consumo de sustancias) y la habilidad de establecer relaciones íntimas y significativas y duraderas fuera del contexto familiar (Honess y Robinson, 1993). Se ha comprobado que un clima familiar conflictivo y unas pobres relaciones familiares- escaso poyo, baja cohesión o vinculación, rechazo y deficiente comunicación percibidos en el contexto familiar- predicen el consumo de hachís, alcohol y tabaco (Butters, 2002; Mc Gee, Williams, Poulton y Moffit, 2000; Musitu et al., 2001). En la actualidad se acepta que tanto la familia como los pares pueden ser responsables de transmitir elementos positivos y negativos. Los adolescentes de familias desestructuradas son los que están más influidos por los pares (Kandel, 32
  • 33. 1996; Steinberg y Sheffield, 2001), que es la influencia más importante en la adolescencia (Hoffman, 1994; Simons, Wu, Conger y Lorenz, 1994; Vink, Willensen y Boomsma, 2003). Kandel (1996) apunta que la influencia de los pares se ha sobreestimado, y que la familia tiene más influencia de lo que se plantea sobre la conducta desviada de los hijos, de forma directa, a través del modelado, el reforzamiento social y la calidad de la interacción padres-hijos. Y de forma indirecta, influyendo en el tipo de amigos a los que se afilia su hijo: esta influencia se basa en la conducta que tienen los padres (conducta desviada de los padres) y en la calidad de la interacción padres-hijos (técnicas de crianza inadecuadas, falta de proximidad y prácticas de disciplina inadecuadas). Por otro lado, encontramos factores de compensación, que pueden proteger a los adolescentes frente al consumo/abuso de drogas, ya que según la Teoría del Desarrollo Social propuesta por Hawkins y cols. (1992) es un enfoque teórico que describe cómo existen procesos protectores que parecen incidir en la reducción de problemas de comportamiento, en los cuales se encuentra la familia. La magnitud del apoyo y calidez de la interacción familiar, así como el establecimiento de reglas familiares y un monitoreo adecuado constituyen factores protectores significativos dentro del contexto familiar (Rodríguez et al. 2007). La calidad de las relaciones parentofiliales y la cohesión familiar garantizan la salud psicológica de los individuos al mediatizar los efectos nocivos de los estresores crónicos. “La consistencia, responsabilidad y seguridad en las relaciones familiares facilitan el desarrollo de individuos sanos dentro del grupo, brindándoles estabilidad, previsibilidad en las reacciones y consecuencias de diferentes comportamientos y situaciones, sensación de entendimiento y control del medio en que viven y claridad en las responsabilidades que cada uno de los miembros desempeña en la familia” (Pérez-Gómez, y Mejía-Motta, 1998). Los adolescentes que perciben mayor cohesión entre los miembros de su familia y una labor de control por parte de su madre son los que presentan una menor probabilidad de consumir drogas (Sanz, 2006). Según la investiagión realizada por Martínez, Fuentes, Ramos y Hernández (2003), los chicos y chicas que percibieron mayor afecto/poyo y supervisión/control 33
  • 34. parental por parte de sus padres, se implicaron menos en conductas de riesgo relacionadas con el consumo de drogas; es decir, el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas fue menor y se embriagaron menos que aquellos adolescentes que percibieron menos afecto/apoyo y supervisicón/control parental: Estas asociaciones se mantuvieron incluso cuando se controlaban los efectos de la edad y de la edad de inicio del consumo, dos de los predictores más potentes de la frecuencia de consumo. Estos resultados concuerdan con otros trabajos realizados recientemente (DiClemente et al. 2001; Gosselin et al. 2000; Muñoz-Rivas y Graña 2001), lo que vendría a confirmar que unas relaciones entre padres e hijos caracterizadas por la proximidad, calidez, apoyo y afecto, conllevan menores riesgos para la salud de los adolescentes. Tanto el afecto/apoyo como la supervisión/control parental, no son procesos estáticos, sino que están sujetos a continuas negociaciones entre padres e hijos en el devenir de los años adolescentes. Por lo tanto, lo verdaderamente útil no tiene que ver con la cantidad de control y supervisión, sino con el hecho de que esas negociaciones lleven a niveles de supervisión comúnmente aceptados. Por otro lado, aspectos como el nivel cultural, el rendimiento académico, la implicación con el medio escolar y los refuerzos obtenidos por parte de padres y profesores, entre otros, determinan en mayor medida las características diferenciales de los adolescentes no consumidores frente a los consumidores (Ruiz Carrasco y otros, 1994, Pollar et al. 1997). Los padres con mayor formación académica tienen mejores prácticas parentales -mejor comunicación, mejor estilo educativo, etc-, y por lo tanto tienen menores factores de riesgo para el consumo de drogas de sus hijos. La presencia de un estilo educativo apropiado y un menor consumo de los hijos correlaciona con la asistencia a las convocatorias del centro escolar y el interés manifestado por los padres en tales convocatorias, lo que indica que los chicos menos consumidores son aquéllos cuyos padres están más involucrados en su educación escolar, lo que alude al efecto protector de dicha actividad parental (Al-Halabi et al., 2009). La eficacia de las estrategias educativas de la prevención primaria, es decir, de la anticipación de los factores de riesgo, supone la acción directa y responsable de los padres como agentes activos, pues ellos son quienes, en ocasiones, los propician sin ser conscientes (Pons, 1998). 34
  • 35. Para Bry (1996), una buena relación entre los miembros de la familia, cercana, duradera y sin conflictos, junto con unos métodos de disciplina adecuados a la edad actúan como factor de prevención del consumo. En general, parece que un buen funcionamiento familiar en términos de buena comunicación, implicación y dedicación, afecto, cercanía de los padres, etc., correlacionan positivamente con una menor implicación en conductas problema por parte del adolescente, confirmándose la capacidad de la familia como agente preventivo frente a las conductas desviadas. 35
  • 36. CAPÍTULO 3: FAMILIA Y DROGAS En muchas ocasiones, no se sabe si es la propia dinámica familiar quien propicia la toxicomanía o, si debido a ésta, existe esa dinámica familiar disfuncional (Charro y Martínez, 1995). Lo que es un hecho claro es la relación entre familia y farmacodependencia, no sólo como factor desencadenante, sino también como factor de mantenimiento de la situación (García, 1990). De igual modo, la influencia de la familia puede actuar de modo contrario, haciendo decrecer el riesgo de uso de drogas en los jóvenes (Bahr, Marcos y Maughan, 1995). 3.1. Impacto de los consumos de drogas en la familia. El clima social en el que se mueve un individuo tiene una influencia importante en todas las esferas de su desarrollo personal y social (Pumar, Ayerbe, Espina, García, Santos, 1995). En estudios de familias con un miembro abusador y/o adicto a alcohol y/o drogas se han podido identificar patrones conductuales disfuncionales recurrentes tanto en los padres (sobreprotección materna, en particular hacia el hijo que desarrolla la conducta; padre distante o ausente, o bien excesivamente castigador, autoritario o violento) como en el adolescente (dependiente e inadaptado, con problemas conductuales, comportamiento antisocial, abandono escolar e iniciación precoz de la vida sexual), existiendo frecuentemente también un hermano parentalizado (Stanton y Todd, 1994). Ferreira (1968) habló de un estancamiento en la vida familiar y describió un estilo interaccional de las familias de toxicómanos caracterizado por la falta de comunicación y negociación, la frustración y la hostilidad. Kirschenbaum, Leonoff, Maliano (1974) describen ciertos patrones interaccionales que caracterizan a las familias de drogadictos: Estilo autoritario de los padres, alto conflicto, falta de intimidad, críticas frecuentes hacia el hijo, aislamiento emocional, falta de placer en las relaciones siendo frecuentes la depresión y tensión, coalición de los padres contra el hijo y conflictos sexuales entre los padres. 36
  • 37. Needle, Lavee, Su, Brown y Doherty (1988) estudiaron el clima familiar en familias de toxicómanos y encontraron que existía menor cohesión y flexibilidad, más acontecimientos estresantes, más cambios y más tensión en los padres comparada con un grupo de control. Es importante para prevenir el consumo de sustancias, los grados de cohesión, adaptabilidad, fortaleza y unión familiares, y la felicidad de los padres. En un estudio llevado a cabo por Rees y Valenzuela (2002), se sacaron las siguientes conclusiones sobre las familias con un miembro drogodependiente. Aunque se tiende a prejuiciar que el porcentaje de separaciones es alto en estos casos, en estas familias llama la atención que en dos tercios están presentes ambos progenitores. Cuando existe sólo un progenitor en el hogar, frecuentemente es la madre, aunque según resultados empíricos resulta menos eficaz para el establecimiento y regulación de los límites, aunque suelen utilizar la estrategia de los vínculos afectivos como modo de manejar los conflictos con los hijos. En esta investigación se ha encontrado que un porcentaje alto de familias de adolescentes abusadores de drogas corresponden a estructuras familiares rígidas y con baja cohesión familiar. En las familias "normales" observaron cambios en la estructura del sistema familiar como consecuencia de procesos normativos propios de las distintas etapas del ciclo vital familiar. Ello se refleja en una disminución de la cohesión y flexibilidad familiar cuando se alcanza la etapa con hijos adolescentes, agudizándose lo anterior en la etapa de emancipación de los hijos. Sin embargo, el adolescente de una familia "normal" percibe su sistema familiar menos cohesionado y flexible que sus padres y el observador, lo cual se explica, como una muestra de los intentos del adolescente por diferenciarse de la familia y por lo tanto alcanzar la individualización (Jaes, 1991). Sin embargo, los sujetos de esta investigación evaluaron a sus familias con una mejor cohesión y flexibilidad que la pesquisada por el observador, y por lo tanto, a diferencia de adolestentes de familias "normales" una interpretación posible es que esto represente una menor diferenciación y entonces ulitice el uso de la droga como un recurso de individuación patológica. En el estudio de Pumar et al., (1995), la baja cohesión y la rigidez encontradas coincide con los resultados de Needle et al. (1988). La baja cohesión y 37
  • 38. expresividad y el alto control coinciden con la percepción del hijo de unas pautas de crianza caracterizadas por el control sin afecto. En estas familias, existe menor unión afectiva y sus relaciones parecen basarse más en aspectos formales, esta falta de calor emocional ya fue señalada por Jonshon y Pandina (1991). Para Minuchin (1992), la familia es un sistema que opera a través de pautas transaccionales, las cuales, al repetirse, establecen reglas y patrones que le dan estructura al sistema, definiendo toda una gama de conductas y facilitando una interacción recíproca entre sus integrantes. Minuchin define límites como "el conjunto de reglas o normas que designan quiénes participann y de qué manera lo hacen en un subsistema determinado; es decir, definen los roles que tendrá cada uno de los miembros en relación con los otros". Existen tres tipos de límites: a) Claros: son aquellos que pueden definirse con precisión permitiendo a los miembros del sistema el desarrollo de sus funciones sin interferencias, así como el contacto con otros sistemas. b) Difusos: los límites difusos hacen referencia a que los miembros de la familia no saben con precisión quién debe participar, cómo y en qué momento; hay una falta de autonomía entre los miembros del sistema: se aglutinan, manifestando excesiva "lealtad" entre ellos, y hay invasión de subsistemas. c) Rígidos: son las reglas que caracterizan a los subsistemas como desligados, cuando los miembros de la familia son demasiado independientes sin mostrar lealtad ni pertenencia. Para Minuchin, la presencia de límites difusos o rígidos indica la posibilidad de presencia de problemas psicológicos en algún o algunos de los miembros del sistema. Noone y Reddig (1976) y Coleman (1984) hablan de que existen límites difusos en las familias de toxicómanos y Coleman destaca que existe un proceso circular en el que algunas características familiares pueden jugar un papel etiológico en la toxicomanía y, por otro lado, ésta puede provocar alteraciones en el funcionamiento familiar. Soria, Montalvo y González (2004), encontraron que tanto en las familias 38
  • 39. nucleares, reconstituidas y monoparentales, se identificaron límites difusos. En cuanto a las familias nucleares, había falta de comunicación clara y precisa entre la pareja, lo que impedía establecer acuerdos y reglas en cuanto a la convivencia y educación con los hijos, aunque en algunas el padre establecía reglas claras hacia los hijos, no siendo así en el caso de la madre. En las familias monoparentales se reportó que las madres no mantenían las mismas reglas y en las familias reconstituídas había un trato diferencial hacia hijos e hijastros. A la hora de pedir ayuda a sistemas del exterior, los límites difusos también fueron predominantes. Todas las familias pedían apoyo a otros sistemas, lo cual conllevaba la intromisión en asuntos familiares, como toma de decisiones, hacer planes y en cuanto a la educación de los hijos, situación que causó muchos conflictos en todos los tipos de familia. En el estudio de Pumar et al. (1995), los adictos percibían el ambiente familiar diferente a la muestra normativa y describían el ambiente familiar como más adecuado que sus madres. Las madres describían a sus hijos como "lejos del ideal", al igual que lo hallado por Stanton et al. (1979). Llama la atención en este estudio que las madres perciben bajo control y límites efectivos mientras que el adicto percibe lo contrario, lo cual puede estar asociado a que la madre tiene expectativas más altas en ese área. El bajo nivel de conflicto percibido es relacionado por los autores con el hecho de que la familia se centra en el problema de la droga y deja de lado otros problemas familiares, con el deseo de ofrecer una imagen socialmente aceptable y que la sobreimplicación de madre e hijo hace difícil la aceptación del conflicto. Johnson y Pandina (1991) estudiando familias de toxicómanos encontraron que la actitud de tolerancia sobre el uso de alcohol del hijo y la falta de calor emocional en las relaciones padres-hijo son los dos aspectos que más influyen en el consumo de drogas del hijo. La comunicación es otro aspecto relevante que merece atención dentro de las relaciones familiares. En las familias con un hijo drogadicto, la comunicación entre éste y los padres es defectuosa (Brook et al., 1983) y ocurren con más frecuencia percepciones interpersonales erróneas (Gantman, 1978). Kaufman (1981), de acuerdo con Kirschenbaum et al. (1974), señala que la comunicación en estas 39
  • 40. familias a menudo tiende a ser excesivamente intelectual o racional, con ausencia de expresión de sentimientos íntimos. La importancia de la comunicación paterno-filial, debe de darse para que exista un adecuado intercambio que sirva para orientar y encauzar al adolescente en la búsqueda de su identidad, al mismo tiempo que se le permita sentirse querido y apoyado. Cuando esto no existe y se da incomunicación entre padres e hijos, pueden existir consecuencias serias para el adolescente (Franco, 1994). En referencia al consumo de drogas, numerosos autores destacan dificultades en la comunicación de las familias de drogodependientes (Charvoz, Bodernmann, Hermann, 2002; McArdle et al. 2002; Lyons, 1996; Spooner, 1999). Las familias con algún miembro drogadicto reciben principalmente retroalimentación negativa. En este caso, el término retroalimentación hace referencia a la información que se maneja en la familia como el sistema de regular su propia conducta (Soria et al., 2004). Las relaciones de insatisfacción respecto al medio socializador familiar, han sido señaladas como destacado factor a tener en cuenta en el consumo de drogas en los adolescentes (Elzo, 1996; Protinsky y Shilts, 1990). Vielva, Pantoja y Abeijón (2001), encuentran que existe una menor satisfacción con el funcionamiento familiar, tanto desde la percepción de los hijos como de los padres, en aquellas familias en las cuales los hijos consumen menos drogas, lo cual sugiere que la falta de satisfacción podría estar en la base del consumo. En estas familias no son reconocidas las características positivas del adolescente drogadicto, los demás integrantes de la familia permanecen al pendiente de las características negativas del adolescente drogadicto y lo rechazan por ello. El adolescente sintomático no es considerado para la formación de alianzas entre hermanos o con la madre (Soria et al., 2004). En estas familias, existe menos compenetración y apoyo mutuo, menos estimulo a actuar libremente y a expresar directamente los sentimientos, menos intereses intelectuales, culturales, sociales y recreativos (Pumar et all. 1995). Las puntuaciones bajas en intereses intelectuales, culturales, sociales y recreativos coinciden con los resultados de Penk, Robinowitz, Kidd y Nisle (1979) y Kosten, 40
  • 41. Novak y Kleber (1984) y puede deberse al menor nivel profesional de los padres y a que la atención que les exige la conducta del hijo les resta dedicación a otros intereses. Los escasos intereses culturales y recreativos pueden indicar un mayor aislamiento social, previo y/o posterior a la toxicomanía. En las familias de toxicómanos las relaciones familiares son más pobres, existiendo menos opción para desarrollarse afectiva e intelectualmente, como ya señalaron Kosten et al. (1984), lo cual puede estar asociado al desarrollo de la toxicomanía como forma de llenar un vacío afectivo y ante el fracaso en las relaciones sociales por no haberse entrenado en el hogar (Pumar et al., 1995). Con respecto a las conductas disruptivas, en el informe de Secades y Garcia, (2006), un 63% de las familias informan de la existencia de las mismas. Los daños en el domicilio y las agresiones a algún familiar aparecen con cierta frecuencia, aunque en menor medida que las faltas de respeto. También se han descrito robos de dinero y aislamiento del adolescente. El consumo de drogas ha sido siempre asociado a eventos estresantes de la familia. No pasa inadvertido que la convivencia familiar cuando alguno de sus miembros adolece una enfermedad o es usuario de drogas está marcada por un continuo y alto nivel de estrés (Coviello, Alterman, Cacciola, Rutherford y Zanis, 2004; Vecino, 1990). Se encuentran asociaciones positivas entre la comunicación, la satisfacción y los recursos, y negativas entre éstas y el estrés familiar. Un mayor grado de comunicación en la familia se asocia a una mayor satisfacción, mientras que un mayor nivel de estrés implicaría una menor comunicación o un nivel de satisfacción más deficitario (Iraurgi, Sanz y Martínez, 2003). Un estudio llevado a cabo por Becoña, López, Míguez, Lorenzo y Fernández (2009), señala que las madres cuyos hijos han consumido alguna vez tabaco, cannabis y/o cocaína tienen más sintomatología depresiva que las madres cuyos hijos nunca han consumido estas sustancias. Y también han tenido más síntomas de depresión en la última semana, las madres cuyos hijos han fumado tabaco y/o cannabis en los 6 últimos meses. En este estudio han encontrado relación entre los síntomas de depresión y 41
  • 42. ansiedad, rasgo en las madres y, el consumo de determinadas sustancias, tabaco, cocaína y cannabis en los hijos, no obstante no han encontrado ninguna relación con el consumo de copas de alcohol, quizás por lo extendido que está el consumo de esta sustancia entre los jóvenes. Sin embargo, el estudio de Iraurgi et al. (2003) lo que destaca de los resultados es el bajo nivel de estrés familiar percibido por los pacientes que inician tratamiento. Una posible explicación podría encontrarse en la relajación que los pacientes, y quizá también la familia, experimentan al iniciarse un proceso terapéutico que reduce la tensión familiar ante la expectativa de una solución para el problema de adicción. Una posible verificación de la hipótesis subyacente a esta propuesta consistiría en examinar los indicadores de funcionamiento familiar durante un procesos de recaída, donde el estrés volvería a presentarse y las otras dimensiones se verían también alteradas (Iraurgi et al., 2003). Un estudio de Delgado y Pérez, (2004) constató que el hecho de tener o no un vínculo afectivo con un consumidor tuvo un peso importante en la predicción de las conductas codependientes de las personas. Sin embargo, al analizar específicamente las mediciones de codependencia, de baja autoestima y de los aspectos familiares, se encontró que solamente el hecho de haber tenido durante la infancia padres con estilos de autoridad emocionalmente coercitivos, y los niveles altos de conductas de ayuda autonegligentes, discriminan adecuadamente entre la condición de tener o no un vínculo con un consumidor de sustancias psicoactivas. Brown y Lewis, (1995); Cermack, (1986); Margolis y Zweben, (1998), apoyaron la existencia de la codependencia como una condición que desarrollan quienes viven o comparten una relación afectiva importante con un consumidor. En las personas que dependen afectivamente de un consumidor de sustancias psicoactivas, el comportamiento del consumidor es controlado por el comportamiento de la persona codependiente y viceversa: la persona codependiente convierte al consumidor en su principal prioridad y vive en función de él o de ella. Hay varias hipótesis, eventualmente complementarias, que deben ser exploradas, por lo cual el comportamiento del codependiente no se extingue, aun cuando sus esfuerzos recurrentes por evitar el consumo no sean exitosos: la existencia de ganancias secundarias; el logro ocasional de pequeños cambios que 42
  • 43. parecen prometedores; el temor a consecuencias peores si se abandona al consumidor; el sentirse en parte responsable de lo que ocurre; la ocurrencia intermitente de períodos de abstinencia que el codependiente asocia a su propia conducta. Por lo tanto, la familia representa el vínculo más importante a través del cual el individuo aprende a convivir y a relacionarse con los demás, por ello es muy importante el apoyo que se reciba de ella (Soria et al., 2004). En los últimos años están apareciendo múltiples estudios que analizan los estilos de crianza (democrático, permisivo y autoritario) y su relación con las conductas problema en los jóvenes, siendo el estilo democrático (cercanía emocional y prácticas disciplinarias adecuadas) el que promueve el desarrollo de capacidades (estrategias de afrontamiento adaptativas, autoestima, autocontrol, competencia…) que van a ser protectoras frente al desarrollo de conductas problema (Kumpfer y Jhonson, 2007). Todo ello sugiere que actuar sobre la familia es un eje fundamental a la hora de prevenir la aparición de conductas problema en los adolescentes (Becoña et al., 2009). 43
  • 44. CAPÍTULO 4: LOS ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES Y SU IMPORTANCIA ANTE EL CONSUMO DE DROGAS. A partir de los años treinta y cuarenta, dos movimientos tan diferentes como el freudiano y el conductista se ocuparon del estudio de los estilos educativos de los padres. Estas líneas de investigación coincidían, sin embargo, en destacar los efectos de las pautas educativas parentales sobre la personalidad y el desarrollo de los hijos (Ceballos y Rodrigo, 1998;) Por ejemplo, según la teoría psicoanalítica, si la madre mostraba hacia su hijo una actitud de rechazo y hostilidad, la personalidad del niño quedaría gravemente afectada (Levy, 1943). Desde el enfoque conductista y del aprendizaje social, se estimaba que las diferencias en el desarrollo de los niños eran debidas a los distintos ambientes familiares a los que éstos estaban expuestos (Sears, MacCoby y Levin, 1957). Durante los años cincuenta, sesenta y setenta, un buen número de estudios demostró la existencia de patrones básicos en cuanto a los estilos educativos que manifiestan los padres (Baumrind, 1971; Ruiz y Esteban, 1999; González-Anleo, 1999; Musitu, Román y Gracia, 1998). El interés por el tema de las pautas educativas de los padres no sólo no remitió en las siguientes décadas, sino que siguió muy vigente y se ha reactivado en la actualidad (Ceballos y Rodrígo, 1998). Hoy en día, los estudios sobre las pautas educativas de los padres están dando un giro en la manera de comportarse y de pensar sobre la educación de los hijos. Primeramente, se está lejos de mantener una postura pasiva sobre el niño, ya que se entiende que las relaciones padres-hijos son bidireccionales. Las acciones de los padres tienen consecuencias sobre los hijos, pero también los hijos infuyen sobre los padres de modo decisivo. Entre los hijos existen diferencias de edad, sexo y temperamento, que contribuyen a que los padres seleccionen para ellos una respuesta educativa individualizada. Asimismo, la variabilidad de las situaciones educativas es tal que demanda una respuesta flexible por parte de los padres a la hora de valorar el comportamiento de los hijos (Ceballos y Rodrigo, 1998). Una práctica parental se considera eficaz si resulta adecuada a las 44