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Menno Simons-
su vida y escritos
John Horsch
Harold S. Bender
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Contenidos
Introducción.........................................................................iii
Prólogo..................................................................................v
El sacerdote católico.............................................................1
Conversión y renuncia al catolicismo................................15
Actividades en Holanda ....................................................25
Actividades al noroeste de Alemania.................................30
Actividades en Holstein .....................................................35
Importancia de Menno Simons..........................................49
Extractos de los escritos de Menno Simons sobre doctrina
cristiana
1. La autoridad de las Escrituras...................................52
2. La trinidad de Dios....................................................53
3. Cristo, su deidad y humanidad.................................55
4. La encarnación...........................................................56
5. El Espíritu Santo........................................................57
6. El Pecado....................................................................58
7. La expiación...............................................................60
8. Arrepentimiento.........................................................61
9. Fe................................................................................63
10. Justificación por la fe...............................................64
11. Regeneración...........................................................65
12. Santidad de vida.......................................................68
13. La iglesia...................................................................70
14. Separación del mundo.............................................71
15. Fraternidad verdadera..............................................72
16. Las ordenanzas........................................................75
17. Bautismo..................................................................76
18. Importancia del bautismo........................................78
19. Bautismo infantil......................................................79
i
20. Salvación de los niños.............................................81
21. El error de la regeneración bautismal......................83
22. La cena del Señor (Santa Cena)..............................83
23. Disciplina..................................................................84
24. Arrepentimiento en caso de pecado secreto...........85
25. Llamamiento misionero de la iglesia.......................86
26. No resistencia...........................................................87
27. Juramentos...............................................................90
28. Pena capital..............................................................91
29. No conformidad con el mundo...............................92
30. Libertad de conciencia.............................................93
31. Predestinación..........................................................96
32. Perfeccionamiento...................................................97
33. Nuevas revelaciones................................................98
34. Educación superior..................................................99
35. Anti ocultamiento....................................................99
36. Actitud hacia otras denominaciones.....................100
37. Ejemplos de consagración al servicio del Señor. .100
38. Trabajando bajo dificultades.................................102
39. Persecución............................................................104
40. Una oración de Menno Simons.............................107
Un poco de historia...........................................................109
Lista cronológica de los escritos de Menno Simons.......111
ii
Introducción
Menno Simons se convirtió al movimiento “anabaptis-
ta” en 1536. Viajó por todo el Noroeste de Europa ani-
mando y respaldando a los perseguidos, por medio de la
predicación como así escribiendo tratados que defendían
la fe y estilo de vida que aquellos, que habían abrazado la
nueva fe, llevaban. Aunque sacerdote católico al principio,
Menno Simons se encuentra haciéndose preguntas a si
mismo como nunca lo había hecho antes. Tres fueron las
razones de su conversión al “protestantismo”: La transus-
tanciación (conversión del pan en el cuerpo de Cristo), el
anabaptismo (el segundo bautismo), y el testimonio perso-
nal de su hermano. Menno Simons escribió casi dos doce-
nas de libros y folletos que fueron de gran ayuda para la
dispersa y a veces confundida hermandad.
Si bien, dicen muchos de los historiadores, Menno Si-
mons no fue un gran teólogo, un gran escritor, un gran or-
ganizador, fue un líder que predicó la Biblia en forma au-
toritaria y con claridad. Mucho puede decirse en cuanto al
valor de estos escritos en ese entonces en relación al prota-
gonista y el escritor. La relación del que lo tradujo del ho-
landés al inglés y luego del inglés al español, estos factores
hacen que el libro sea lo que es, un libro de riqueza espiri-
tual e histórica.
Si, tenemos que destacar que el énfasis de la iglesia en
el mundo de la tinta y el papel hoy es distinto, las estadísti-
cas son más destacadas que el esfuerzo individual. Pero
este libro nos hace reflexionar, que a pesar de que hoy día
no se mencionen líderes como Menno Simons, no descar-
iii
tan su existencia y el presente será el testigo de la posteri-
dad.
Cuánto la iglesia ha sido edificada por este ejemplar es
difícil de decir. La iglesia sigue creciendo gracias a líderes
que, como Menno Simons, hacen preguntas, reflexionan y
“ponen su mano al arado” y este libro es parte de ese testi-
monio.
Desde 1936, cuando se tradujo el libro del inglés al es-
pañol, la iglesia Menonita hispana ha crecido. Con ese cre-
cimiento ha traído al movimiento “anabaptista”, comenza-
do en el siglo XVI, una nueva dimensión que no puede ni
podrá ser ignorada. Si bien la historia se repite, se repite
con modificaciones. Los protagonistas no son los mismos
y por tal razón la historia no es la misma. Lo único que es
idéntico, es el mensaje del “Evangelio de paz y salvación,”
que conmovió a Menno Simons en 1536 y conmueve a lí-
deres como él hoy día.
Agradecemos a Carmen Palomeque por su esmerado
trabajo de traducción, al español, a la comisión encargada
del proyecto de publicación y demás que han hecho este
libro una realidad.
Arnoldo J. Casas
22 de noviembre de 1978
Elkhart, Indiana
iv
Prólogo
Este libro viene a llenar una sentida necesidad en el
seno de la Iglesia Menonita en la Argentina, y de la litera-
tura evangélica en general. Ha sido vertido al castellano a
pedido de la Convención de dicha iglesia en ocasión del
XXV aniversario (enero del año 1942) de su estableci-
miento en el país.
Está destinado no solamente a los miembros de nues-
tras iglesias, sino a todas aquellas personas que muchas
veces nos han preguntado: “ソ Quiénes son y qué creen los
Menonitas?” Para mayor información de estos lectores en
particular, se ha incluido un Apéndice consistente en una
breve reseña histórica de los Menonitas.
Además de la biografía completa de Menno Simons,
contiene sumariamente los principios sustentados por la
Iglesia Menonita expuestos por su organizador y basados
en las Sagradas Escrituras, punto de partida de cuanto cre-
emos y practicamos.
Las obras de Menno Simons han sido vertidas al inglés
en su totalidad y compiladas en dos voluminosos tomos, y
de ellos se han extractado los Párrafos que se insertan en
esta obra, al pie de cada uno de los cuales se indica el
tomo, la página y columna de donde se ha extraído. De
modo que: (I; 139b) significa que podrá encontrarse lo
mismo, en forma extensa, en el tomo I, página 139, colum-
na b, de la edición inglesa.
Conviene advertir que dichos escritos datan de 400
años atrás y que al hacerse la versión al inglés y luego al
v
castellano se ha procurado conservar el estilo originario,
sacrificando a veces la forma a este propósito.
Por considerarlo de interés para la mayoría, bos-
quejamos seguidamente a grandes rasgos, la personalidad
del autor de esta biografía y de su colaborador, respectiva-
mente:
H. S. Bender Doctor en Teología del Seminario Teoló-
gico de Princeton, y de la Universidad de Heídelberg, Ale-
mania; actual director de “The Mennonite Quarterly Re-
view”; Dean de Goshen College, Goshen, Indiana,
EE.UU.; profesor de Historia Europea, Teología y Ciencias
Sociales del mismo.
John Horsch, traductor de los trozos del Holandés al
Inglés; Historiador y escritor; llegó a los Estados Unidos
en 1888 procedente de Baviera, Alemania. Desde 1890 ha
publicado numerosas obras como editor y autor. Los títu-
los (en castellano) de algunos de sus libros son: “Los Me-
nonitas, su historia, fe y prácticas”, 1893; “Historia abre-
viada del cristianismo”, 1902; “Menno Simons, su vida,
obra y enseñanzas”, 1916; “El bautismo de niños”, 1917;
“El liberalismo religioso moderno”, 1920; “El principio de
la no resistencia”, 1927; “Historia de la iglesia Menonita
europea” que acababa de escribir cuando le sorprendió la
muerte en 1941.
Terminado nuestro cometido sólo nos resta hacer llegar
una palabra de reconocimiento a cuantos han hecho posi-
ble la aparición de esta obra, prestando su colaboración es-
pontánea y desinteresadamente en, el cotejo con la versión
inglesa, confección del mapa que se inserta, correcciones y
consultas. A todos ellos nuestra sincera gratitud.
vi
Y puesto que el único móvil de esta publicación es ser
útil a cuantos la lean, quedarán, si ello se logra, compensa-
dos los esfuerzos de la Comisión de Publicaciones y de la
Traductora.
Carmen Palomeque
1 de Abril de 1943.
vii
Capítulo I
El sacerdote católico
En 1496, cuatro años después del descubrimiento de
América, nació un niño en una familia de aldeanos holande-
ses que vivían en el villorrio de Witmarsum en la provincia
de Friesland al noroeste de la Europa continental.
El padre, cuyo nombre era Simón, llamó a su hijo Men-
no; de acuerdo a la costumbre de aquella época, al niño le
llamaban Menno Simons (El hijo de Simón). La aldea de
Witmarsum está situada en una llanura fértil, a mitad de ca-
mino entre las ciudades de Franeker y Bolsward, distante
unos 10 Km. del Mar del Norte.
Muy pronto los padres de Menno Simons decidieron
consagrar su hijo al servicio de la Iglesia, la Iglesia Católica
y preparándolo para dicho servicio, se le confió a la custo-
dia del monasterio más cercano a su hogar, probablemente
el Monasterio Franciscano de Bolsward. Debido a esto, se
consagró durante largos años a los ejercicios espirituales re-
queridos para un monje y al tradicional curso de estudios
teológicos exigidos a los candidatos al alto oficio de sacer-
dote. Durante estos años de estudio aprendió muy bien a
leer y escribir el latín; aprendió también el griego y llegó a
informarse bien de muchos manuscritos antiguos en latín,
especialmente los de los Padres de la iglesia, como Tertulia-
no, Cipriano y Eusebio. Pero omitió por completo leer el
mayor de todos los libros: La Biblia. Hasta después de dos
años de su ordenación para el sacerdocio, no se animó, con
mucha hesitación a abrir las tapas del volumen prohibido.
1
La ordenación de Menno Simons para el sacerdocio ca-
tólico tuvo lugar en el mes de marzo de 1524, a los 28 años
de edad, probablemente en la ciudad de Utrecht asiento del
obispado de Utrecht que incluía prácticamente toda la ac-
tual Holanda en su jurisdicción. Su primera designación fue
la de cura ayudante en la aldea de Pingjum, cerca de su al-
dea natal de Witmarsum. Allí ofició por espacio de siete
años (1524-31) en segundo rango entre los tres párrocos. En
1531 Menno fue transferido a su aldea natal, donde ofició
como cura párroco hasta enero de 1536 en que declinó su
servicio en la Iglesia Católica para unirse al pequeño grupo
de devotos hermanos evangélicos bajo la dirección de Obbe
Philips, conocidos con el nombre de anabaptistas u Obbeni-
tas. Los doce años de servicio de Menno Simons en la Igle-
sia Católica transcurrieron aparentemente, hasta donde es
dado apreciar al hombre, en el desempeño del círculo ordi-
nario de obligaciones de un sacerdote católico en una pe-
queña aldea. Ocupaba su lugar en las devociones regulares
de la iglesia, cumpliendo con la alta ceremonia de la misa
tanto como con los demás ritos y ceremoniales. Hacía rue-
gos por los vivos y los muertos, bautizaba los hijos de sus
feligreses, consagraba matrimonios, recibía confesiones, ad-
ministraba penitencias y en ocasiones predicaba breves ser-
mones referentes a la devoción dominical de la congrega-
ción. Como los típicos sacerdotes de aldea de su época, no
tomaba su oficio ni su vida muy en serio. Dedicaba poco
tiempo al estudio, antes bien, como él mismo lo confiesa,
reunía a los sacerdotes subalternos para “jugar a los naipes,
beber y otras frivolidades de toda clase, Como era la cos-
tumbre de hombres tan inútiles”.
Pero las apariencias exteriores no dicen toda la historia
de la vida de Menno durante los doce años de su sacerdo-
cio.
2
Muy pronto ciertas dudas acerca de algunos dogmas de
la iglesia comenzaron a atormentar su conciencia y su vida
se hacía pronunciadamente más miserable por la secreta lu-
cha interior que no cesó hasta que rompió los lazos que lo
unían con la Iglesia Católica y marchó públicamente en la
fe y libertad del Evangelio. Vamos a describir esta lucha
que duró once años.
En el primer año del sacerdocio de Menno, en 1525, el
mismo en que Conrado Grebel y su hermandad fundaban
la iglesia Menonita en Zurich (Suiza) una seria duda empe-
zó a turbar la vida frívola y despreocupada de su formulista
religión. Mientras celebraba la misa, súbitamente le asaltó la
idea de la posibilidad de que el pan y el vino no se cambia-
ran en el acto en el cuerpo y la sangre del Señor como había
estado enseñando al pueblo. Al principio rechazó el pensa-
miento como inspirado por el demonio; pero no pudo li-
brarse de la duda aunque recurrió al confesionario. No se
sabe claramente cómo llegó Menno Simons a dudar del
dogma de la transustanciación como lo observa la Iglesia
Católica. Posiblemente se haya puesto en contacto con las
enseñanzas de Martín Lutero o de los otros reformadores
de alguna manera, ya sea por libros o por la circulación de
tales ideas de boca en boca. Ya en 1521 un holandés llama-
do Hoen había empezado a enseñar que los elementos de la
Cena del Señor no se transformaban, sino que eran meros
símbolos del sufrimiento y muerte de Cristo. Sea que Men-
no haya leído los escritos de Hoen o no, el hecho que la
duda a este respecto existía en su mente es una evidencia
de la influencia que la Reforma había empezado a ejercer
en el lejano Friesland, pues la actitud hacia la misa era la
piedra de toque en la nueva herejía evangélica.
3
Alrededor de dos años Menno estuvo atormentado por
dudas acerca de la misa antes que encontrara algo que le
orientara. Finalmente decidió buscar sosiego mediante una
diligente investigación en el Nuevo Testamento. Esta deci-
sión fue uno de los grandes pasos en la vida de Menno. En
efecto, fue el paso decisivo que seguramente lo llevaría a la
conversión final, pues el principio fundamental de la Refor-
ma y del Evangelio mismo es la sola autoridad de la palabra
de Dios como fuente de verdad para fe y vida.
La determinación de Menno Simons de buscar en las Es-
crituras para resolver sus dudas acerca de la misa, no signi-
ficaba una decisión de abandonar la autoridad de la Iglesia,
pues probablemente él esperaba encontrar en las Escrituras
una confirmación a las enseñanzas de la Iglesia. El verdade-
ro problema se presentó cuando Menno, habiendo decidido
abrir las tapas de la Biblia, descubrió que no contenía nada
de las doctrinas tradicionales acerca de la misa. Mediante
este descubrimiento, su conflicto secreto llegó al clímax,
pues fue compelido a decidir cual de las dos autoridades se-
ría suprema en su vida: la Iglesia o las Sagradas Escrituras.
Había sido enseñado por la Iglesia que no creer en sus doc-
trinas significaba muerte eterna. ソ Qué debía hacer? Afortu-
nadamente, como él mismo repite, encontró ayuda en las
obras de Martín Lutero, pues éste decía que la violación de
los mandamientos de los hombres nunca puede conducir a
la muerte eterna. No se sabe en cuál de los escritos de Lute-
ro encontró esto Menno, posiblemente en el folleto de 1518
“Instrucción en varios asuntos”, o tal vez en la importante
obrita escrita en 1520 intitulada “La Libertad Del Cristiano”.
Cuando Menno Simons aceptó el punto de vista de Lu-
tero y se atrevió a negar el dogma de la transustanciación,
tal como lo observa la Iglesia Católica, porque las Escrituras
4
no lo enseñan, encontró la forma de zafarse de las dudas y
luchas, una forma de libertar su conciencia y su alma de
muerte eterna. Pero haciendo esto, entraba inevitablemente
en el camino que lo llevaría fuera de la Iglesia Católica,
puesto que acatar las Escrituras en todo asunto de concien-
cia equivalía a desechar los principios fundamentales del
catolicismo. No obstante, al hacer su decisión con respecto
a la misa, Menno no seguía la enseñanza de Lutero; al con-
trario, exponía su propia interpretación de la Cena del Se-
ñor; no se hizo luterano en ningún momento. Lo que siem-
pre agradeció a Lutero fue el principio fundamental de con-
siderar las Sagradas Escrituras sobre cualquier otra autori-
dad humana.
La decisión de Menno de seguir las Escrituras tuvo lugar
probablemente alrededor del año 1528. Esto no le llevó al
inmediato abandono de la Iglesia Católica, pues al principio
disentía con ella únicamente en lo concerniente a la misa, y
no dudaba que podía seguir siendo un católico leal y ense-
ñar un nuevo punto de vista dentro de la Iglesia. Así pues,
como todos los demás reformadores, no se precipitó a cam-
biar su afiliación a la Iglesia. Semejante cambio hubiera sig-
nificado el abandono de una buena posición con su genero-
sa entrada, y Menno “amaba demasiado al mundo, y el
mundo a él”, como decía más tarde, para dar un paso tan
radical. El hecho es que estaba todavía lejos de una com-
prensión real del Evangelio, lejos de una conversión espiri-
tual. Los años subsiguientes, desde 1528 a 1531, fueron sin
embargo, años de gradual iluminación. Ha dicho de sus ex-
periencias durante este tiempo: “por la iluminación y la gra-
cia del Señor crecí en el conocimiento de las Escrituras y
pronto fui considerado por algunos, aunque inmerecida-
mente, como un predicador evangélico, a saber, uno que
predica sermones basados en las Escrituras”. Algunos em-
5
pezaron a acudir a él “porque se decía que predicaba la Pa-
labra de Dios y era un buen hombre”.
El progreso de Menno en el Evangelio fue lento. Uno de
los pilares de su fe católica se había derrumbado: la misa;
pero no obstante continuaba sin ningún temor celebrándola
como antes. Aparentemente era todavía un sacerdote leal.
Nunca hubiera abandonado la Iglesia Católica a no haber
sido que un segundo puntal de su fe católica se vino abajo:
el bautismo. El derrumbamiento de este segundo pilar se
produjo gradualmente. Es muy probable que empezara con
la lectura del librito de un tal Billican, predicador en la ciu-
dad de Nördlingen al S. de Alemania, que abogaba por la li-
bertad de la edad para el bautismo; por lo menos, Menno se
refiere a un libro sobre el bautismo de ciertos predicadores
de Nördlingen. El libro emplea argumentos dados por Ci-
priano, uno de los Padres de la primitiva iglesia Latina del
N. de チ frica. Al principio, Menno prestó poca atención a la
cuestión, pero se vio obligado a pensar seriamente sobre el
bautismo en el año 1531, mientras estaba todavía en Ping-
jum, a raíz de un extraño suceso en la vecina ciudad de Le-
ewarden. El 20 de marzo de 1531, cierto sastre llamado Sic-
ke Freerks fue ejecutado públicamente en dicha ciudad por
la singular razón de haberse bautizado por segunda vez.
“Sonaba extraño a mis oídos, dice Menno, que se hablara
de un segundo bautismo.” Más extraño aún le resultó cuan-
do se enteró de que el tal Freerks era un hombre piadoso y
temeroso de Dios, que no creía que las Escrituras enseña-
ban que los niños deben ser bautizados, sino que enseña-
ban que el bautismo debe ser administrado únicamente a
los adultos, sobre la confesión de su fe personal.
Freerks era un sastre ambulante que había sido bautiza-
do en la ciudad de Emden, al E. de Friesland, a fines del
6
año 1530 por un predicador llamado Juan Volkerts Trypma-
ker quien a su vez había sido bautizado y designado predi-
cador en la misma ciudad a principios de 1530 por cierto
predicador laico luterano llamado Melchior Hofmann. Se
decía además que Hofmann había sido bautizado reciente-
mente por los “anabaptistas” de Estrasburgo. De todos mo-
dos, empezó en 1530 a predicar el nuevo bautismo y otras
doctrinas similares de los “anabaptistas” teniendo a Emden
como punto de partida. Debe decirse que el Cuerpo princi-
pal de “anabaptistas” de Estrasburgo tanto como el de Sui-
za, nunca tuvieron nada que ver con Hofmann. Todo lo
contrario; en 1538, en discusión pública con los dirigentes
de la Iglesia Reformada de Berna, Suiza, ciertos líderes
“anabaptistas” suizos repudiaron públicamente toda rela-
ción con Hofmann. Este predicaba algunas doctrinas fanáti-
cas acerca de la segunda venida de Cristo y el estableci-
miento de un reino terrenal de Dios en Estrasburgo, además
de dar extrañas interpretaciones a las profecías, incluso de-
signándose a sí mismo como el segundo Enoch. Las doctri-
nas por él enseñadas eran claramente perversiones del
Evangelio, originadas en su fecunda imaginación, doctrinas
que no había aprendido de Lutero ni de Zwinglio ni de los
“anabaptistas” ni de ningún otro predicador evangélico. Por
lo tanto a Hofmann no se le puede llamar “anabaptista” en
el mismo sentido que a los Hermanos suizos o a los meno-
nitas, a pesar de que predicó el bautismo sobre la confesión
de fe, en vez del bautismo de párvulos.
Menno Simons no sabía nada de esto cuando se enteró
de la ejecución de Sicke Freerks. Lo que debió conmover su
mente fue el hecho de que alguien estuviera dispuesto a
morir por causa de un “segundo bautismo”. ソ Era posible
que la Iglesia Católica estuviera equivocada con respecto al
bautismo, como lo estaba en lo tocante a la misa? Una vez
7
más el sacerdote Menno se encontró con un conflicto en su
conciencia, causado por la nueva duda que acababa de pre-
sentársele. Pero esta vez ya sabía cómo hallar solución a su
problema; como predicador evangélico acudió de nuevo a
la Biblia a en demanda de luz. Allí, por mucho que buscara
no pudo encontrar bases para el bautismo de párvulos. Por
último recurrió en procura de ayuda a su superior, el presbí-
tero de Pingjum. Este admitió después de repetidas discu-
siones con Menno, que el bautismo infantil no tiene funda-
mento bíblico, pero insistió en que la razón aconsejaba que
era conveniente y justificado. Pero Menno, que había
aprendido a aceptar lo que las Escrituras decían, no estaba
dispuesto a “creer a su razón” únicamente; por lo tanto
fue más lejos en procura de ayuda, esta vez investigando di-
ligentemente lo que los Padres de la iglesia habían dicho al
respecto. Estos afirmaban que los niños necesitaban el bau-
tismo para limpiarse del pecado original. Pero comparando
Menno estas enseñanzas con las Escrituras, encontró una
verdadera contradicción, pues éstas enseñaban que la san-
gre de Cristo el Redentor, y no el agua del bautismo, es lo
único que limpia de pecado. Los Padres de la iglesia esta-
ban, por lo tanto, equivocados.
Como último recurso Menno acudió a los evangelistas
contemporáneos, los Reformadores. Todos ellos enseñaban
que los niños deben ser bautizados, aunque exponían para
ello distintas razones. Lutero insistía que los niños podían
tener fe, a lo menos delegada en otros, y que debían ser
bautizados en base a esta fe. Butzer de Estrasburgo urgía
que los niños fuesen bautizados como garantía de que serí-
an criados en los caminos del Señor, mientras que Bullinger
de Suiza argumentaba que los niños debían ser incorpora-
dos al pueblo del nuevo pacto mediante el bautismo, así
como los judíos eran incorporados a su pueblo mediante la
8
circuncisión. Pero a pesar de las variadas razones aducidas,
Menno observó que todos omitían dar pruebas bíblicas
para el bautismo de párvulos; cada uno seguía su propio
criterio. Habiendo llegado al final de su intensa búsqueda
sin encontrar pruebas que apoyaran el bautismo de niños
en la Palabra de Dios, Menno llegó a la conclusión de “que
todos estaban equivocados al respecto” —la Iglesia Católi-
ca, los sacerdotes de Pingium, los Padres de la iglesia, los
Reformadores— y que sólo el bautismo sobre la confesión
de fe era bíblico.
Esta importante determinación fue la más significativa en
la carrera de Menno Simons porque selló la ruptura con la
Iglesia Católica y lo llevó por último al círculo de los “ana-
baptistas”. La salvación por el sacramento del bautismo es
la piedra angular sobre la cual está constituido todo el siste-
ma de la religión católica; es posible permanecer católico
aún negando la doctrina de la transustanciación, pero
ソ cómo se puede mantener la fe en una iglesia cuyo medio
esencial de salvación se niega? Por otro lado únicamente los
“anabaptistas” entre los grupos religiosos de esa época ne-
gaban la necesidad del bautismo para niños y basaban la
membresía de la iglesia en una experiencia personal de sal-
vación, de la cual el agua del bautismo constituía un mero
símbolo exterior; por lo tanto Menno algún día hallaría el
medio de llegar hasta ellos.
Sin embargo esta crítica determinación acaecida aparen-
temente en el año 1531, no llevó a Menno a una inmediata
ruptura con la Iglesia en la cual ejercía el sacerdocio y de la
cual conseguía su sostén. Pasarían cinco años más, antes
que la separación se produjera. A pesar de que, como Men-
no afirma enfáticamente, sus nuevas Creencias relativas al
bautismo (así como el anterior cambio de interpretación de
9
la Cena del Señor) las había recibido después del estudio de
las Sagradas Escrituras bajo la guía del Espíritu Santo, por
la gracia de Dios, sus recientes convicciones no lo llevaron
a una acción inmediata. Parece que había pequeños grupos
de “anabaptistas” en la vecindad, pero Menno Simons no
se asoció enseguida con ellos. Al contrario, cuando se le
ofreció la promoción al cargo de cura de Witmarsum, acep-
tó sin vacilar. Las grandes ventajas que le reportaba movían
su “afán de lucrar” dice Menno y continuó sin temor, en la
doble vida del “hipócrita”, prosiguiendo en el oficio de la
misa y en el bautismo de niños. Menno mismo explica la
causa de su debilidad, pues dice que a pesar de su conoci-
miento de las Escrituras no fructificaba por su vida carnal.
Aquello que había cambiado su mente no había afectado su
corazón; la Palabra de Dios todavía no estaba en él. El mis-
mo describe la hipocresía de su vida en esos días con duras
palabras:
“Confiado en la gracia, procedía como un malvado. Era
como un sepulcro cuidadosamente blanqueado. Exterior-
mente, para los hombres, yo era moral, casto, generoso;
nada podía reprochárseme. Pero interiormente estaba lleno
de huesos de muertos. Procuraba mi propia comodidad y
honra más celosamente que tu justicia, honor, verdad y tu
Palabra.”
La oposición entre la convicción y la práctica en lo refe-
rente al bautismo y la Cena del Señor no dejaron al nuevo
pastor de Witmarsum en reposo más que al antiguo cura de
Pingjum. La conciencia de Menno le condenaba continua-
mente y sufría por este constante conflicto secreto.
El asunto del bautismo se puso nuevamente de actuali-
dad alrededor de un año después de la llegada de Menno a
Witmarsum, por la entrada de algunos “anabaptistas” a la
10
comunidad. Menno dice que él nunca vio a las personas
que “habían roto con la Iglesia en lo tocante al bautismo”,
no supo donde estaban ni de donde venían. Todavía Men-
no permanecía inactivo.
Finalmente acaeció un hecho más grave en su parroquia,
cuando algunos de la secta de Münster llegaron a Witmar-
sum y “engañaron a muchas almas piadosas de nuestra al-
dea”. Esto sucedía en 1534, pues el gobierno revolucionario
de Münster no se instaló hasta febrero del mismo año.
El grave error de la “perversa secta de Münster” como él
la llama repetidas veces, fue una cuestión seria para Menno.
Puesto que los atroces daños causados por los Münsteritas
fue la causa final para la ruptura de Menno con el Catolicis-
mo y su adhesión a los “anabaptistas”, y puesto que la lu-
cha contra ese movimiento fanático por todos los medios a
su alcance fue la preocupación principal de Menno durante
los años 1534 y 1535, será bueno hacer una breve reseña de
las características del Münsterismo.
Jan Matthys, un panadero poco instruido pero presun-
tuoso, de Kaarlem, Holanda, fue uno del pequeño grupo de
seguidores de Melchior Hofmann que había organizado los
“melchioritas” en el año 1531. Cuando Hofmann fue toma-
do prisionero en Estrasburgo en mayo de 1533, perdiendo
por consiguiente la conducción de sus seguidores, ciertos
elementos indeseables comenzaron a cobrar influencia y
gradualmente a asumir la dirección del grupo. Matthys fue
el principal de ellos. Tenía una poderosa personalidad, lleno
de odio hacia las clases superiores y poseedor de una imagi-
nación capaz de maquinar los más fantásticos hechos. Tuvo
éxito al hacer recaer el mando sobre sí mismo, arrastrando a
muchos de los melchioritas consigo a un programa radical-
mente revolucionario; sin embargo, algunos como los her-
11
manos Obbe y Dirk Philips de Leewarden y otros, rechaza-
ron de plano las extrañas nuevas doctrinas de Matthys des-
de el principio y rehusaron tener nada que ver en absoluto
con él, a pesar de ser amenazados con persecuciones. En
efecto, Obbe Philips tomó la dirección del grupo de melch-
ioritas que rechazaban las extrañas tendencias de Hofmann,
así como las de Matthys y trataron de construir su fe basa-
dos únicamente en una sana interpretación de las Escritu-
ras.
En tanto Jan Matthys se enteró que la clase trabajadora
evangélica de la ciudad de Münster en Westfalia, al noroes-
te de Alemania había sacudido la dominación de las clases
altas, incluso la del Obispo Católico. Aguijoneado por la
idea de que esto le brindaría la oportunidad de asentar una
base segura para su campaña contra las “impías” clases en-
cumbradas, mandó de inmediato agentes que lograron incli-
nar a su favor a los “predicadores evangélicos” Rothman
y Roll en enero de 1534. Pronto Matthys mismo fue a la
ciudad tomándola bajo su control con la delirante e histéri-
ca aprobación del populacho y prometiendo establecer el
reino de Dios en la tierra, la nueva Jerusalén. Cuando fue
muerto, Juan de Leiden tomó su lugar y se constituyó a sí
mismo en rey. La asombrosa doctrina anunció entonces
que, puesto que el reino de Dios había llegado, la justicia
seria administrada a los infieles por los creyentes y miem-
bros del nuevo reino. Se mandaron “Apóstoles” en canti-
dad desde Münster invitando a los “creyentes” de todas
partes a acudir a la Nueva Jerusalén y participar de sus ben-
diciones. Miles creyeron al anuncio y aceptaron la invita-
ción de inmediato, y aunque muchos de ellos fueron arres-
tados en el camino, cientos llegaron a la ciudad. Sin embar-
go la duración del reinado de Münster no sería muy larga;
el sitio de la ciudad, ordenado por el ejército del Obispo de
12
Münster en marzo de 1534 condujo a la captura y derrumbe
del “Reino” en junio de 1535, después de terribles sufri-
mientos e indescriptibles escenas de brutalidad.
Desgraciadamente, la doctrina de venganza y des-
trucción de los infieles por los creyentes había tomado in-
cremento en los círculos de los melchioritas primitivos de
Holanda, y por lo tanto se organizaron revoluciones y cons-
piraciones en otros lugares fuera de Münster con los desas-
tres consiguientes. El terrible veneno del fanatismo revolu-
cionario de Jan Matthys y de Juan de Leiden continuó su
acción implacable entre los perseguidos y acosados melch-
ioritas de Holanda.
Menno Simons entró en contacto con la “perversión
Münsterita” en el año 1534. Algunas de las almas más pías
y devotas entre sus feligreses, sin duda algunas de aquellas
que habían sido influenciadas por sus predicaciones y con
las cuales se sentía espiritualmente identificado, fueron
arrastradas por el fanático error de los Münsteritas. Hasta su
propio hermano se encontraba entre ellos. A pesar de que
Menno había adoptado el principio del bautismo de adul-
tos, no podía ni soportar la idea de hacer causa común con
los Münsteritas. Admitía que tenían un celo encomiable
pero declaraba que cometían graves errores en su enseñan-
za. Le afectó profundamente ver que esas abominables doc-
trinas encontraban adeptos entre sus parroquianos y deci-
dió entregarse de lleno a combatirlos.
La lucha contra la influencia Münsterita fue la preocupa-
ción principal de Menno cerca de un año. Ponía tanta ener-
gía en la acusación pública que de ellos hacía en sus sermo-
nes que pronto conquistó fama de hábil para “acallar muy
bien la voz de sus enemigos”. En sus visitas pastorales pro-
curaba no sólo salvaguardar a los que estaban en peligro y
13
engañados sino también rescatar a aquellos que se habían
deslizado. Logró también, celebrar una conferencia secreta
y una pública con “dos padres de la perversa secta”. Final-
mente Menno decidió llevar más allá la lucha, escribiendo.
El resultado de sus esfuerzos fue un folleto, escrito proba-
blemente a principios de 1535, aunque impreso por primera
vez en 1627, bajo el titulo: “Prueba clara e indubitable, ba-
sada en las Sagradas Escrituras contra la abominable y terri-
ble blasfemia de Juan de Leiden.” En él, Menno ataca vigo-
rosamente el encumbramiento del “Rey” Juan a una autori-
dad divina, y prueba que el uso de armas por los Müns-
teritas era un grave pecado, contrario a la voluntad de Dios
para la iglesia y contrario también al espíritu de Cristo. Ape-
laba a los verdaderos cristianos de todas partes a separarse
de tales abominaciones y seguir el ejemplo de Cristo.
14
Capítulo II
Conversión y renuncia al
catolicismo
(1535-1536)
Pero mientras Menno peleaba vigorosamente la buena
batalla de la verdad contra el error de los Münsteritas, se in-
troducía cada vez más profundamente en un serio conflicto
interno. Se había preocupado por rescatar las almas piado-
sas que estaban desconformes con la Iglesia Católica, de
envolverse en las herejías de los Münsteritas, pero única-
mente que les proporcionara algo mejor ソ no aparecería
ante ellos como un mero defensor y sostenedor de la Iglesia
Católica? Y cuando, sus amigos católicos usaban su nom-
bre y sus argumentos para combatir a los Münsteritas, ソ no
estaba permitiendo comparecer como aliado del manteni-
miento del imperio de las tinieblas en dicha iglesia? Cuanto
más exitosamente aplastaba a los Münsteritas, tanto más in-
tolerable para su conciencia se tornaba la situación.
El clímax del conflicto se produjo cuando sobrevino la
tragedia de la Vieja Abadía cerca de Bolsward, donde alre-
dedor de tres mil almas extraviadas perdieron la vida, entre
ellos su propio hermano carnal. El grupo era uno de los ci-
tados anteriormente, que estaban imbuidos del veneno re-
volucionario de los Münsteritas y habían decidido erigir su
propia ciudad en refugio y empezar la campaña para el esta-
blecimiento del reino de Dios en Friesland. En marzo de
1535 una gran compañía de 3.000 se había apoderado de un
viejo monasterio (Oude Kloster) en los suburbios de la ciu-
15
dad de Bolsward, encerrándose en él. No pudieron soportar
por mucho tiempo el asedio de las fuerzas gubernamentales
y después que 1.300 habían perecido el resto fue capturado
y ejecutado el 7 de abril. El ejemplo de estas “pobres ovejas
extraviadas” como las llama Menno, dando su sangre y su
vida por su fe, a pesar de ser una fe falsa, hizo una extraor-
dinaria impresión en el alma de Menno Simons. No podía
desechar este pensamiento. Ellos habían dado sus vidas por
un error, mientras que él no estaba dispuesto a dar absolu-
tamente nada por la verdad, sólo por temor a perder su re-
putación e ingresos continuaba formando parte de un siste-
ma que su conciencia repudiaba. Si hubiera tenido la valen-
tía de llegar al fin, renunciando a la doctrina y prácticas ca-
tólicas, y constituirse en el pastor de esas ovejas errantes tal
vez hubiera podido salvarlas advirtiéndoles la proximidad
de la tragedia. Sentía que la sangre de ellos caía sobre su
conciencia quemándole y haciéndole ver su oprobio. “La
sangre de esa gente, decía, se me hizo una carga tan pesada
que no podía soportarla ni encontrar descanso para mi
alma”. Era cierto que había hablado contra algunas de las
abominaciones del sistema papal, pero sin embargo no ha-
bía hecho una ruptura definitiva con todo el sistema.
La tragedia de la Vieja Abadía puso a Menno en la en-
crucijada; ahora veía claramente su deber. Como siervo de
Dios no podía eludir la responsabilidad de guiar a las ovejas
errantes, y como uno que profesa obediencia a Dios y cree
en él no debía vacilar más y tomar la cruz de la persecución
y el sufrimiento, cualquiera que fuese el costo. No podía
continuar más dando contra su conciencia y convicciones.
En este estado de ánimo Menno se volvió a Dios con ge-
midos y lágrimas, clamando por gracia y perdón, clamando
por un corazón puro valentía para predicar su santo nombre
16
y Palabra con toda verdad. En el relato de su conversión
Menno describe el cambio de su corazón con las palabras
siguientes: “Mi corazón temblaba dentro de mi. Rogaba a
Dios con lágrimas y gemidos que me concediera a mí, po-
bre y atribulado pecador, el don de su gracia, y creara un
corazón limpio dentro de mi, que por los méritos de la pre-
ciosa sangre de Cristo, perdonara mi vida impía y egoísta y
me invistiera de sabiduría, sinceridad y valor para predicar
su glorioso y bendito nombre y su santa Palabra sin adul-
teraciones y manifestara su verdad y su gloria”. El Señor
fue misericordioso con él; la decisión fue hecha y Menno
surgió después de esta experiencia con el sentido de una di-
vina misión, a nueva vida. Algunos han criticado a Menno
por haber retardado tanto su decisión, pero tal crítica no es
muy justa. La luz completa se hizo en él gradualmente y no
en forma repentina pues era de temperamento sereno y no
fácilmente excitable y mutable. Lo importante de compro-
bar es que una vez convencido, Menno lo hacía desde lo
profundo de su naturaleza, y que una vez tomada una de-
terminación, no volvía atrás. El cambio fue tan profundo,
radical y completo, y le dio un sentido tal de su divina mi-
sión, que fue capacitado por la gracia de Dios para llegar a
ser un líder inspirado, un formidable torreón de fortaleza
para su amargado y perseguido pueblo, por más de veinti-
cinco años. En realidad, comparado con Lutero y Zwinglio,
no desmerece Menno Simons en la magnitud de su ruptura
con Roma, especialmente cuando recordamos que Martín
Lutero contaba con la poderosa protección del Elector de
Sajonia y no peligraban su reputación ni sus ingresos con el
cambio, mientras que Zwinglio no se movió hasta que con-
siguió el apoyo del Cantón de Zurich cuyo bien remunera-
do pastor continuó siendo hasta su muerte en el campo de
Cappell.
17
La decisión de Menno de romper por completo con la
Iglesia Católica probablemente tuvo lugar en abril de 1535,
poco después de la tragedia de Bolsward. De golpe empezó
a predicar abiertamente desde su púlpito en Witmarsum las
verdades que quizá había enseñado antes en privado; la
doctrina del arrepentimiento, de la verdadera fe, del bautis-
mo de creyentes, de la verdadera Cena del Señor. Osaba
ahora atacar públicamente todas las fallas de la Iglesia, por-
que había procedido con todo cálculo para salvaguardarse a
si mismo. Aparentemente decidió utilizar la iglesia de Wit-
marsum como tribuna de su nuevo mensaje tanto tiempo
como le fuera posible, lo mismo que habían hecho Lutero
en Wittenberg y Zwinglio en Zurich. Lo maravilloso es que
durante nueve meses se le permitiera hacerlo, según su pro-
pio testimonio. Durante estos nueve Meses sostuvo una do-
ble campaña; por un lado se empeñaba por librar a la gente
de las abominaciones münsteritas, y por otro, procuraba
apartarlos de sus antiguas creencias a la verdadera fe del
Evangelio. Véase la descripción que hace de su actitud y ac-
tividades durante estos nueve meses:
“En consecuencia, empecé en el nombre del Señor a
predicar públicamente desde el púlpito la doctrina del ver-
dadero arrepentimiento, a guiar a la gente por el camino an-
gosto, y con el poder de las Sagradas Escrituras, a denun-
ciar todo pecado e impiedad, toda idolatría y falsa adora-
ción, y a anunciar el verdadero culto, también el bautismo y
la Cena del Señor de acuerdo a las enseñanzas de Cristo,
con el alcance que para este tiempo había adquirido por la
gracia de Dios. Además advertía firmemente cada una de
las abominaciones münsteritas, a saber: rey, poligamia, rei-
nado terrenal, armas, etc., durante más de nueve meses, en
que el Señor me concedió su Espíritu paternal, ayuda y po-
der para que voluntariamente renunciara al “buen nombre”,
18
honores y reputación que disfrutaba entre los hombres y
me apartara de todas las abominaciones del Anticristo,
misa, bautismo infantil y mí vida inútil, y de buen grado me
sometiera a la aflicción y la pobreza, bajo la cruz de mi Se-
ñor; en mi debilidad temía a Dios, busqué la compañía de
los piadosos y, aunque pocos en número, encontré algunos
que tenían un celo encomiable y defendían la verdad.”
“He aquí, querido lector, que el Dios de bondad, por la
abundancia de su gracia derramada sobre mí, pecador mise-
rable, primero tocó mi corazón, dándome una mente nueva,
me humilló en su temor, me enseñó a conocerme a mí mis-
mo, me hizo volver del camino de muerte, y me condujo,
benigno, por el sendero estrecho de la vida en la comunión
de sus Santos. A él sea gloria por siempre. Amén.”
Pero la posición de Menno como predicador evangélico
en un púlpito y parroquia católicos, no se mantendría mu-
cho.
Su completa separación de la Iglesia era cuestión de
tiempo. La fecha exacta de su bautismo no es segura; posi-
blemente haya sido poco después de su conversión en abril,
pero es muy probable que no tuviera lugar hasta después de
la separación pública de la Iglesia acaecida nueve meses
después. Durante este lapso habrá introducido cambios en
las ceremonias y sacramentos de la iglesia, así como en el
contenido de su predicación. Es posible que la misa se con-
virtiera en un sencillo servicio de comunión en conmemora-
ción de la pasión y muerte del Salvador y seguramente el
bautismo de párvulos cesó. Finalmente Menno comprendió
que no podía continuar en contacto con la vieja iglesia, con
“Babel” aunque fuera en forma puramente externa. Por lo
tanto, voluntariamente, sin compulsión “abandonó Babel e
ingresó en la verdadera iglesia, la casa de su Señor”. Esto lo
19
hizo mediante la renuncia a su cargo de sacerdote y de su
púlpito y abandonando la aldea de Witmarsum por otra re-
sidencia. El día exacto de su renuncia a la Iglesia papal fue
probablemente el domingo 30 de enero de 1536. Se presu-
me que fuera a Leewarden para informar a Obbe Philips de
su decisión, pues Menno dice que primeramente miró alre-
dedor suyo en busca de hombres temerosos de Dios.
Durante los meses siguientes a su separación, lo que
Menno deseaba más que otra cosa era pensar serenamente
en los alcances de su decisión y leer la Palabra de Dios, me-
ditar en ella y resolver algunas cuestiones teologales que le
preocupaban todavía. Una de ellas era la relativa a la encar-
nación. Parece que tenía conocimiento de ciertos puntos de
vista peculiares de algunos de los hermanos, tomados origi-
nariamente de Melchior Hofmann, y quería resolver por sí
mismo lo que debía creer. El problema que le preocupaba
era el siguiente: ソ cómo pudo la impecable naturaleza divina
de Cristo ser encarnada en la carne pecaminosa de los des-
cendientes del caído Adán? A causa de su ardiente deseo
de conocer la verdad y su gran repugnancia a la increduli-
dad y al error, Menno se encontró en serio conflicto. Ayunó
y pidió a Dios que “se dignara revelarle el misterio de la
concepción de su bendito Hijo” ya que ello era necesario
para alivio de su cargada conciencia. Las tentativas para
conseguir ayuda de los hermanos, no fueron satisfactorias.
Después de varios meses Menno consideró que había lo-
grado una solución adoptando la teoría de la encarnación,
mediante la cual Cristo cobró existencia en María, pero no
nació de la carne de María. Era similar al punto de vista de
Hofmann. Menno adoptó esta teoría especialmente para sa-
tisfacerse a sí mismo y raramente hablaba mucho de ella
excepto cuando se veía forzado a hacerlo en debates públi-
cos con sus enemigos que la consideraban como su punto
20
débil. Se lamentaba repetidas veces de tener que debatir,
contra sus inclinaciones, sobre este asunto. Es interesante
advertir que la extravagante idea de Menno sobre la encar-
nación, no fue aceptada por los Menonitas suizos y que,
aunque continúa ejerciendo influencia entre algunos grupos
Menonitas alemanes del N. de Holanda, esta teoría nunca
encontró aceptación en ningún credo autorizado o confe-
sión de la Iglesia Menonita.
El año siguiente a la renuncia pública de Menno a la Igle-
sia Católica en enero de 1536, transcurrió en el retiro, como
se ha dicho más arriba. Parece que Menno no se estableció
en ningún lugar. Huellas de sus viajes durante este tiempo
se han conservado en la historia de los mártires que fueron
castigados años después por haberlo hospedado. Viajó de
Witmarsum a Leewarden, de nuevo a Witmarsum y des-
pués a Groningen. Hacia fines del año pareció establecerse
en un refugio cercano en la ciudad de Groningen al N. E. de
Holanda, pues a estar a viejas tradiciones allí fue ordenado
anciano u obispo.
Menno omite mencionar el lugar de su ordenación o los
nombres de los que le ordenaron, pero relata detalladamen-
te la experiencia que lo llevó a la comisión final. Debe te-
nerse por cierto que después de su separación, Menno con-
tinuó enseñando y predicando cada vez que tenía oportuni-
dad pero no había asumido responsabilidad definitiva algu-
na ni la dirección de la congregación, desde que abandonara
Witmarsum.
Mientras estaba entregado al estudio y a escribir en su
retiro de Groningen, seis u ocho de los hermanos fueron y
le rogaron que aceptara el cargo de anciano o pastor princi-
pal y obispo de la Congregación. El tiempo de este llamado
fue “alrededor de un año después que abandonó el papado”
21
es decir, durante el invierno de 1536-37. No era fácil para
Menno aceptar el ofrecimiento; aunque consideraba un de-
ber ayudar en la conducción de “los temerosos de Dios”,
también sabía lo que debía esperar del mundo si aparecía
públicamente como el guía de ellos. Por lo tanto pidió tiem-
po para orar y considerar el asunto. Cuando los hermanos
poco después repitieron el llamado, Menno cedió, aunque
no sin alguna lucha. ノ l describe su resolución como sigue:
“Cuando lo oí (al llamamiento) mi corazón se conmovió
profundamente. Me rodearon el temor y el recelo. Por un
lado veía mis escasos talentos, la gran falta de conocimien-
tos, mi naturaleza débil, la timidez de mi naturaleza, la gran
perversión, disolución, crueldad y tiranía del mundo, las
grandes y poderosas sectas (las iglesias perseguidoras del
estado), la astucia de muchos hombres y la indescriptible-
mente pesada cruz que, sí empezaba a predicar se harían
sentir; y por otra parte reconocía que la necesidad, miseria
y avidez de las almas piadosas y devotas eran inconmensu-
rablemente grandes, pues había visto con toda claridad que
vagaban como inocentes ovejas que no tienen pastor.
Cuando las personas anteriormente mencionadas insis-
tieron en sus ruegos y mi propia conciencia me acuciaba en
vista de la necesidad ya mencionada, consagré mí cuerpo y
mi alma al Señor, encomendándome a su guía y empecé en
su debido tiempo (después de ser ordenado para el ministe-
rio de la Palabra), conforme a su Santa Palabra a enseñar, a
bautizar, a trabajar con mis menguados talentos en el cam-
po del Señor, ayudando a la construcción de su santa ciu-
dad y templo y a reparar los muros destruidos”.
La ordenación debió tener lugar posiblemente en 1537 y
fue casi seguramente efectuada por Obbe Philips.
22
La importancia de la ordenación de Menno Simons para
la conducción de la congregación del N. de Holanda cono-
cida en ese tiempo con el nombre de Obbenitas, puede ape-
nas apreciarse debidamente. Como el mismo Menno con-
fiesa, los pocos que habían permanecido fieles a las doctri-
nas bíblicas evangélicas, bajo la guía de Obbe y Dirk Philips
y habían resistido la tentación de seguir las fanáticas doctri-
nas de Jan Matiz, estaban desanimados y esparcidos, espe-
rando ansiosamente un líder poderoso. Obbe mismo perdió
el ánimo finalmente, abandonó su cargo. de obispo y se ale-
jó por completo de la Congregación pocos años después,
quizá en 1541. Muchos de los que habían sido arrastrados
por la corriente Münsterita, desilusionados por el trágico fin
del “reinado” estaban desorientados como ovejas sin pas-
tor. Tal vez fueron ganados de nuevo para el Evangelio.
Además algunos caudillos fanáticos trataban todavía de
promover movimientos radicales a pesar del fracaso de
Münster y hacían peligrar la fe de muchos. El jefe de ellos
era Jan de Batenburg cuyo violento programa de venganza
degeneró cada vez más en simple vandalismo. El año 1536
en Bocholt, Westfalia, tuvo lugar una asamblea de estos
anabaptistas revolucionarios. Hasta David Joris, a quien
Obbe Philips había ordenado como obispo casi si-
multáneamente con Merino, se volvió atrás para convertirse
en un fanático visionario y estático, cuya descabellada inter-
pretación de las Escrituras estaba hermanada con su carác-
ter impío e hipócrita. No es exagerado afirmar que la pre-
servación de los “anabaptistas” de Holanda y Alemania de
una completa aniquilación, o por lo menos de ser absorbi-
dos por el fanatismo de los Bateríburgueses y Davidienses
y la reunión alrededor de una norma de vida pura y fe evan-
gélica, se debieron en gran parte a la fecunda acción de
Menno, que cedió al temprano llamamiento de sus piado-
23
sos hermanos, y que rindió corazón, alma y cuerpo a Dios,
tomando sobre sí la “pesada cruz” de su Señor en fiel, irre-
nunciable y consagrado ministerio hasta su muerte acaecida
en Wüntenfelde, Holstein, en 1561.
24
Capítulo III
Actividades en Holanda
(1536-1543)
El campo de acción asignado a Menno en la época de su
ordenación no estaba aparentemente limitado en ningún
sentido. Se contaba con él para que visitara a los hermanos
esparcidos, predicara, bautizara, restableciera la iglesia de
Dios en cuanta oportunidad tuviera. Naturalmente, procuró
cumplir con su misión primeramente en las comarcas cerca-
nas. Se han conservado muy pocos datos relativos a las ac-
tividades de sus primeros cinco años de ministerio. Convie-
ne hacer notar que, a pesar de haber contraído matrimonio
en 1536 ó 1537 con una tal Gertrudis, no tuvo residencia
fija sino que viajó continuamente. Su primitivo campo de
actividades se extendía desde Friesland Oriental, donde
bautizó a cierto Pedro Juan en Oldersum, en 1536, hacia el
poniente a través de las provincias septentrionales de Gro-
ningen y Friesland Occidental. En estas últimas, transcurrió
la mayor parte del tiempo hasta 1541.
Menno mismo habla de un hombre a quien había bauti-
zado en Friesland Occidental y que fue ejecutado el 8 de
enero de 1539 por haberle hospedado.
Por el año 1539, escribe Menno, “un hombre muy pia-
doso y temeroso de Dios, llamado Tjard Reynders, fue to-
mado prisionero donde yo vivía, por la razón de haberme
recibido secretamente en su casa, a pesar de ser yo un hom-
bre sin hogar, sin amigos, y sin la consideración de nadie.
Poco después fue condenado y torturado en el torno y des-
25
pués de dar un valiente testimonio de su fe, murió como un
esforzado campeón del Señor, a semejanza de su Maestro.
Siempre había sido considerado hasta por sus enemigos,
como un hombre piadoso e irreprensible”.
Menno viajó a Friesland Occidental varias veces al año
hasta 1541 y tan eficaz fue su trabajo, que bien pronto se le
reconoció como el líder conspicuo de los “anabaptistas” en
la provincia. Las autoridades provinciales habían tratado in-
fructuosamente por varios años, de extirpar la “maldita sec-
ta”, llegando finalmente a la conclusión de que no lograrían
su intento hasta que Menno fuese quitado de en medio. A
este fin, se le propuso un plan a María, Regente de los Paí-
ses Bajos, que consistía en inducir a ciertos “anabaptistas”
prisioneros a que hicieran traición a Menno entregándolo a
las autoridades a cambio de su libertad, pero no tuvieron
éxito. La nota fechada el 19 de mayo de 1541, donde se es-
boza el plan a seguir, muestra vívidamente los peligros a
que se exponía Menno en sus trabajos.
“Muy serena, justa, honorable; muy poderosa Reina,
muy graciosa Señora. Nos ofrecemos humildemente para
servir a Vuestra Majestad. Muy graciosa Señora; a pesar del
error de la maldita secta de los anabaptistas que en los últi-
mos cinco o seis años ha prevalecido en estas tierras de
Friesland, pero que ahora —alabado sea el Señor— debido
a la publicación de ciertos edictos y a ejecuciones que se
llevaron a cabo contra tales transgresores, hubiera sido se-
guramente aniquilada y extirpada, a no ser por un tal Men-
no Symonsz, ex-sacerdote, dirigente principal de la precita-
da secta y que desde hace tres o cuatro años anda fugitivo,
recorriendo durante estos últimos tiempos dos o tres veces
por año estos lugares y embaucando mucha gente incauta y
sencilla. Para localizar y prender a este hombre, hemos
26
ofrecido grandes sumas de dinero, pero hasta el presente
sin resultado alguno. Por lo tanto hemos pensado ofrecer y
prometer perdón y misericordia a algunos que han sido en-
gañados (por los anabaptistas) y que desean gracia (retrac-
tándose de su fe), si logran la captura de Menno Simons.
Como no queremos tener la osadía de hacerlo por cuenta
propia, es que deseamos dar aviso a Vuestra Majestad, ro-
gando se nos comunique el beneplácito de Vuestra Majes-
tad y la orden que nosotros esperamos con impaciencia y
dispuestos a ejecutar en la medida de nuestras fuerzas, de lo
cual Dios Todopoderoso es testigo. Que él conceda a Vues-
tra Majestad mucha salud y largo imperio. Escrita en Lee-
warden el 19 de mayo de 1541. Los humildes y obedientes
siervos de Vuestra Majestad en Friesland”.
El ofrecimiento de recompensas por el arresto de Menno
se anunció en carteles que se esparcieron por toda la pro-
vincia de Friesland Occidental, pero sin surtir efecto ni arre-
drar a Menno en sus actividades por la región. Por último el
Emperador Carlos V fue inducido a publicar un edicto con-
tra Menno el 7 de diciembre de 1542, en el cual se ofrecía
una recompensa de 100 monedas de oro por su cabeza y
además prohibía prestarle ayuda u hospedaje en cualquier
forma y leer sus libros. Todos sus seguidores fueron igual-
mente perseguidos y arrestados. A cualquiera que entregara
a Menno a las autoridades le seria perdonado cualquier cri-
men que hubiera cometido.
La severidad de estos edictos prueba la intensidad de las
persecuciones que debieron soportar Menno y sus partida-
rios en esta época. Menno tenía pleno conocimiento de los
riesgos que corría, pero continuó bregando con indeclinable
celo y coraje. Su espíritu se pone de manifiesto en los si-
guientes párrafos de un folleto que escribió en esa época:
27
“Y sobre todo, orad por vuestro pobre y diligente siervo
que es buscado empeñosamente para ser entregado a la
muerte, a fin de que Dios, Padre misericordioso, lo fortalez-
ca con su Espíritu Santo y lo libre de la mano de los que in-
justamente procuran su muerte, si esa es su Paterna volun-
tad; y si no lo es, que le conceda en toda tribulación, tortu-
ra, sufrimiento, persecución y muerte, valor, determinación,
sabiduría y fortaleza”.
En el año 1541, Menno estableció su campo de acción al
S. de チ msterdam y el territorio inmediato conocido como
provincia del N. de Holanda. Allí pasó la mayor parte de su
tiempo durante los años 1541 a 1543, sin interrumpir su
contacto con Friesland y Groningen. Aunque bautizó mu-
chos en チ msterdam y los alrededores, sólo se ha conserva-
do el nombre de dos de ellos: Lucas Lamberto y el librero
Juan Claeszoon. Ambos perecieron como mártires el 19 de
enero de 1544, poco después que Menno abandonó la re-
gión. Claeszoon o Claasen hacía circular los escritos de
Menno y seguramente publicó algunos de ellos. Además
era ministro ordenado.
Durante los cinco años de labor en los Países Bajos,
Menno se ocupó mucho de difundir sus obras, que apare-
cieron en número de siete. Cinco de ellas eran más bien pe-
queños folletos variando entre las veinte y sesenta páginas
de un libro de tamaño mediano. Los dos más importantes
fueron “Los Fundamentos de la Doctrina Cristiana”, libro
de doscientas cincuenta páginas, escrito en 1539 y “De la
Verdadera Fe Cristiana” de ciento sesenta páginas escrito
en 1541. “Bautismo Cristiano” publicado en 1539 tiene
también cierta importancia. Todas las obras de este período
de la vida de Menno son exposiciones substanciales de
doctrinas fundamentales, como arrepentimiento, fe, nuevo
28
nacimiento, santidad, y temas similares. No eran tratados
eruditos, sino más bien libros simples, adaptados al común
de las gentes y apropiados a las grandes necesidades de la
época. Por esa razón fueron ampliamente leídos y prestaron
un espléndido servicio fortaleciendo la fe de muchos que
estaban turbados y desorientados por los numerosos con-
flictos de la hora. No es extraño, pues, que las autoridades
se preocuparan tanto por destruir los escritos de Menno, y
que impusieran severas penas a los que los leyeran o distri-
buyeran.
29
Capítulo IV
Actividades al noroeste de
Alemania
(1543-1546)
Comprendiendo que un vasto campo de acción se le
ofrecía al noroeste de Alemania donde los severos edictos
del Emperador y la Regente no tenían vigor, Menno aban-
donó definitivamente Holanda a fines de 1543, después de
siete años de ardua y fructífera labor. Los restantes 18 años
de su vida los dedicó a levantar la iglesia del noroeste de
Alemania, territorio inmediato al E. de Holanda. La ex-
tensión comparada de sus trabajos en los dos países de-
muestra que Menno fue menos holandés que alemán, du-
rante sus 25 años de servicio como Obispo Menonita, he-
cho que muy raramente es reconocido como se debe. Las
persecuciones eran mucho menos severas en estos territo-
rios que en el Este de Holanda, primeramente porque el
Emperador, que era adicto católico ejercía muy poco poder
e influencia allí, y en segundo término porque muchos de
los dirigentes y la nobleza menor eran partidarios de la tole-
rancia. La vida de Menno en Alemania puede dividirse en
tres períodos desiguales que vamos a estudiar separada-
mente. l), Algunos meses en Friesland Este; 1543-1544. 2),
Dos años en el obispado de Colonia; 1544-1546. 3), Quince
años en Holstein y la región costanera del Báltico.
A principios del invierno de 1543-1544, Menno con su
familia aparece al E. de Friesland donde gobernaba la con-
30
desa Ana, siendo su capital la ciudad costera de Emden. En
esta época el país se hallaba en transición, del catolicismo al
protestantismo, por lo que los “anabaptistas” fueron tem-
porariamente tolerados.
Ana acababa de autorizar (1543) a Juan a’Lasco, un Re-
formador Zwingliano nativo de Polonia que había trabajado
activamente en la provincia desde 1540, para que organizara
la proyectada Nueva Iglesia Protestante del Estado.
El lugar exacto en que Menno se estableció al llegar a
Friesland es desconocido, sabiéndose únicamente que no
fue en Emden, aunque allí existía una bien organizada con-
gregación o hermandad, establecida bajo la dirección de
Obbe y Dirk Philips.
Debido a la tolerancia del gobierno de la condesa Ana
varias sectas se establecieron en Friesland además de los
“Menonitas”. Entre ellas se hallaban los Bateriburgueses
que, como seguidores de Jan van Bateriburg todavía sus-
tentaban las sangrientas doctrinas de Münster; los davidien-
ses, seguidores del fanático visionario David Joris, colabo-
rador de los hermanos Philips, de los cuales se separó en
1536.
Cuando Juan a’Lasco empezó su trabajo de reformador
en Friesland en 1543, pronto advirtió las diferencias entre
las sectas fanáticas y revolucionarias y los pacíficos y relati-
vamente ortodoxos Menonitas. Seriamente interesado so-
bre cuál debería ser el trato que debería darse a todos equi-
tativamente, se alegró mucho al enterarse por intermedio de
varios hermanos, de la llegada de Menno Simons como lí-
der en la provincia y lo invitó a ir a la capital para sostener
una entrevista sobre cuestiones teológicas. Esta entrevista,
llamada por algunos debate o disputa, a pesar de no haber
31
pasado de una discusión semipública, se celebró con el be-
neplácito de las autoridades, del 28 al 31 de enero de 1544,
en la capilla de un monasterio Franciscano Reformado de
Emden. Varios ministros de la Reforma y otros estuvieron
presentes. Se necesitaron tres días para tratar todos los tópi-
cos en discusión, que fueron los siguientes: la encarnación
de Cristo, santificación, bautismo, pecado original y llama-
miento de ministros. En dos asuntos, pecado original y san-
tificación, Menno y a’Lasco coincidían; en los tres restantes
no hubo acuerdo posible. Menno mismo testifica que fue
tratado con bondad y que lo único que se le pidió fue que
presentara una exposición escrita de su fe ante las autorida-
des, que tendrían así una información segura y autorizada
de los principios que Menno y sus seguidores sustentaban.
El prometido informe fue presentado por Menno tres
meses más tarde con el título de “Breve y clara confesión, e
instrucción bíblica.” Reparte su contenido (cerca de seten-
ta) en dos de las doctrinas más discutidas: la encarnación y
el llamamiento al ministerio, y promete una exposición pos-
terior del tercer punto, o sea del bautismo. Este último in-
forme no fue presentado; a’Lasco procedió a la publicación
de la exposición de Menno sin su consentimiento. Intentó,
al hacerlo, usarla como arma contra los Menonitas, mien-
tras que Menno confiaba conseguir con ella el reconoci-
miento de las autoridades o por lo menos su tolerancia. A’-
Lasco publicó una refutación a esta exposición en un libro
escrito en latín, que apareció en Bonn el año siguiente
(1545). Tiempo después, en 1554, Menno replicó en un li-
bro de alrededor de cien páginas, titulado “Clara e incontro-
vertible confesión y demostración.”
La actitud de a’Lasco hacia los Menonitas fue un tanto
confusa. Sin duda advirtió a las autoridades que no permi-
32
tiesen que se radicaran en el territorio líderes como Menno,
aunque parecía dispuesto a conceder tolerancia a los miem-
bros, y ponía cuidado al distinguirlos de grupos tan radica-
les como los Batenburgueses.
Cuando la condesa Ana en 1544 bajo la presión de Ho-
landa emitió un edicto desterrando a todos los “anabaptis-
tas” a’Lasco la persuadió para que lo modificara en el senti-
do de expulsar a los extremistas y conceder a los “Mennis-
tas” un trato más benigno, sometiéndolos al control de a’-
Lasco; pero finalmente la expulsión fue decretada. Este de-
creto modificado en 1545 es de interés histórico por tratarse
del primer documento en el cual el nombre de “Mennistas”
o Menonitas se usó para referirse a los seguidores de Men-
no Simons.
Hacia mediados de 1544, posiblemente en mayo, Menno
abandonó Friesland Oriental para buscar refugio y paz en el
territorio u obispado de Colonia: Dos razones impelieron a
Menno hacia tierras del Rin. Una fue posiblemente la exis-
tencia en ese territorio de numerosas y florecientes congre-
gaciones de los Hermanos. La otra fue la política de toleran-
cia del Arzobispo Herman von Wied, que era favorable a la
Reforma, y que en esa época estaba empeñado en transfor-
mar el arzobispado en principado luterano.
Los dos años (1544-1546) que se le permitieron a Menno
residir en el territorio de Colonia, hasta que Herman von
Wied fue depuesto por sus enemigos católicos en 1546, se
cuentan entre los más pacíficos y fructíferos de su vida. Los
escasos datos que se han preservado de sus viajes y ocupa-
ciones revelan que sus libros fueron ampliamente distribui-
dos y leídos y que su nombre y fama crecieron rápidamen-
te. En sus escritos posteriores Menno hace referencia a cier-
tas experiencias que tuvieron lugar allí, mencionando el he-
33
cho de haber sido invitado a discutir ciertas cuestiones teo-
lógicas con predicadores de Bonn, en el Rin, y también con
predicadores de Wesel en el territorio de Cleve. En Bonn,
las autoridades, influidas por relatos de a’Lasco y su amigo
Hardenberg, finalmente rechazaron el plan; mientras que
los predicadores de Wesel, en su respuesta al ofrecimiento
de Menno, le comunicaban que recibiría instrucciones del
verdugo, a pesar de que previamente habían avisado a uno
de los amigos de Menno, que estaban dispuestos a recibirle
para discutir cuestiones doctrinarias.
Vestigios de sus trabajos en Renania (Territorio del Rin)
se han conservado en las confesiones y testimonios de al-
gunos mártires. Entre los lugares mencionados en que pre-
dicó, figuran Fischerwerst e Illekoven. En este último, Men-
no vivió con un diácono llamado Lemke. Un mártir fue eje-
cutado por transportar a Menno Simons y a otros dos hom-
bres en bote desde su casa en Fischerwerst por el río Mosa
a Roermornd. Cuando el benigno gobierno del arzobispo
Herman llegó a su fin por haber sido depuesto a raíz de la
derrota de los príncipes protestantes en la guerra de Smal-
cald en 1546 y el catolicismo se restableció en toda la pro-
vincia, Menno se vio obligado a abandonar Colonia.
34
Capítulo V
Actividades en Holstein
(1546 -1561)
Forzado a abandonar los territorios del Rin, Menno
huyó con su esposa enferma y su pequeño hijito al territo-
rio de Holstein, que quedaba al N. E. de Hamburgo, sobre
la costa del Báltico. Ya algunos pequeños grupos de Meno-
nitas huyendo de la persecución en Holanda habían busca-
do refugio en esta región, que estaba bajo la soberanía del
rey de Dinamarca, y por ende, fuera del alcance de las leyes
anti-“anabaptistas” del imperio. Se ignora dónde se estable-
ció Menno a su llegada, aunque vivió un tiempo en la ciu-
dad de Wismar; su residencia definitiva fue la pequeña al-
dea de Wuestenfelde, no lejos de Oldesloe, a mitad de ca-
mino entre las ciudades Hanseáticas de Hamburgo y Lü-
beck. La primera evidencia de la presencia de Menno en
Holstein fue su participación en una polémica teológica en
Lübeck en 1546, con Nicolás Blesdijk, yerno y prosélito del
célebre David Joris y líder de la secta de los Davidienses.
David Joris, flamenco, nacido en Bruselas, fue uno de
los caracteres más notorios e interesantes producidos por la
Reforma. Pronto se hizo Luterano ardiente, pero en 1541
cayó bajo la influencia de las enseñanzas de Melchior Hof-
mann y se unió al grupo de los Melchioritas. Más tarde se
unió a los Obbenitas y parece que fue ordenado ministro
por Obbe Phillips antes que Menno Simons se uniera al
grupo. Sin embargo cuando Joris se contaminó con las doc-
trinas Münsteritas y adoptó tendencias fanáticas, por el año
1536, los Obbenitas lo expulsaron. Desde ese momento Jo-
35
ris propició un movimiento de partidarios suyos que se co-
nocieron con el nombre de Davidienses, aunque nunca lle-
garon a ser numerosos. Finalmente en 1544, abrumado por
las persecuciones y tribulaciones, los abandonó y adoptan-
do el nombre de Juan de Bruselas se refugió en Basel, don-
de murió en 1556.
La enseñanza de Joris era una extraña mezcla de fanatis-
mos teologales y paradojas. Pretendía haber recibido un lla-
mamiento divino para ser profeta y establecer el reino de
Dios en la tierra, sobre el cual debería reinar él como el ter-
cer David. Tan lejos llegó en su doctrina, hasta enseñar que
la obra y revelación de Cristo no eran suficientes y que las
Sagradas Escrituras serían reemplazadas por sus propias
obras literarias inspiradas, que contenían la revelación final
de Dios. Su concepto del pecado carnal era tal que enseñó
que el hombre interior no era afectado por lo que la carne
hiciera, y por lo tanto las obras más groseras que ésta co-
metiera, no serían consideradas como pecado. A conse-
cuencia de esta enseñanza, aparecieron entre los Davidien-
ses muchos pecados e inmoralidades, incluyendo adulterio
y poligamia.
Menno había atacado a David Joris y sus enseñanzas
desde el primer momento. Incitado por lograr ataques de
Menno en los “Fundamentos”, Joris le escribió una carta
desafiándole a prepararse para una gran polémica. Menno
replicó enérgicamente al desafío de Joris en una vigorosa
carta escrita en 1542, donde puntualizaba que un mayor
contacto entre los dos era imposible puesto que cada uno
reposaba sobre plataformas radicalmente opuestas, ya que
Menno seguía a Cristo y su Palabra, mientras que Joris se-
guía sus necios y egoístas sueños y alucinaciones. Luego
rogaba a Joris que dejase de escribirle, pues no leería ni una
36
más de sus cartas hasta que hubiera aprendido a respetar y
honrar la Palabra de Cristo.
Cuando Joris desapareció del mundo de los negocios
bajo el seudónimo de Juan de Bruselas, se puso fin a la
cuestión personal, pero no al conflicto entre Menno y los
Davidienses. En una casa de campo cerca de Lübeck, Men-
no celebró un largo debate con el ya mencionado Nicolás
Blesdijk, en el cual se trató del bautismo y otras cuestiones.
Menno fue apoyado en el debate por Dirk Philips, Leonar-
do Bouwens, Gillis de Aachen y Adam Pastor. Se impri-
mieron versiones del mismo, pero parece que se han perdi-
do. Sin embargo Blesdijk describe el encuentro en varios de
sus libros especialmente en uno publicado en 1546 bajo el
título “Vindicación y refutación cristiana… de la carta escri-
ta por Menno Simons”. Entre los diversos puntos de discre-
pancia entre Davidienses y Menonitas descuella uno. Men-
no y sus fieles sostienen que la doctrina de la iglesia y su
correcta organización y disciplina, era uno de los principios
más importantes del Cristianismo, mientras que los Davi-
dienses no querían saber nada de ello. Para ellos, la inter-
pretación individual y Espiritual (como la llamaban) de las
Escrituras, era el centro y base de la doctrina Cristiana.
La presencia de otros cuatro hermanos en el debate de
Lübeck con Blesdijk, hace suponer una cooperación organi-
zada entre los Menonitas de esa época. Es una evidencia
para creer que los obispos ya entonces empezaban a cele-
brar reuniones o conferencias ocasionales y que tenían un
plan de cooperación, mediante el cual se asignó a cada uno,
un territorio determinado donde era responsable directo del
trabajo pastoral, disciplina y bautismo de los nuevos con-
vertidos. A Bouwens se le dio el Oeste (Holanda), Gillis de
Aachen recibió el territorio del Rin, Dirk Philips la región de
37
Dantzig y sus alrededores a lo largo del Báltico, mientras
que Menno retenía el distrito central desde Friesland Orien-
tal a Holstein y era reconocido como jefe entre los obispos.
Se cree que Dirk Philips era obispo desde antes que Menno
fuese ordenado en 1536. Gillis de Aachen fue ordenado
obispo alrededor de 1542, mientras que Bouweris no lo fue
hasta 1551. Desgraciadamente el líder primitivo de los “ana-
baptistas”, Obbe Philips, se había desanimado en 1541 y
había abandonado la causa a la cual sirvió con tanto empe-
ño. Menno lo consideraba un apóstata.
Los obispos ya mencionados, junto con otros, se reuní-
an oportunamente en varios lugares. En tales asambleas se
informaba sobre las condiciones de los distintos campos, se
discutían problemas, se resolvían serios casos de disciplina
y ordenanzas para la iglesia. La reunión de Lübeck de 1546
en ocasión del debate con Blesdijk, es la primera que se re-
cuerda. Por lo menos dos asambleas más se llevaron a cabo
el año siguiente, 1547, una en Emden y otra en Goch.
El asunto principal que se consideró en estas reuniones
fue el error de doctrina que se había puesto de manifiesto
en la enseñanza de Adam Pastor (Roelof Martens) uno de
los dirigentes que había sido ordenado en 1542 por Menno
Simons y Dirk Philips. Pastor disentía en lo tocante a la di-
vinidad de Cristo, pues sostenía que Cristo no existía como
Hijo de Dios antes de su venida al mundo, y que era divino
después de su encarnación únicamente en el sentido de que
Dios moraba en él. Aceptaba la autoridad de la Biblia como
Palabra de Dios, pero buscaba apoyo a su herejía en ciertas
interpretaciones particulares. En la primera reunión de 1547
en Emden los obispos tenían esperanza de que Pastor vol-
viera a su primitiva posición doctrinaria. A pesar de ello, el
esperado cambio no se produjo y por lo tanto, en la segun-
38
da reunión del mismo año en Goch, Pastor fue excomul-
gado. El acusa a Menno de su excomunión, aunque existen
evidencias de que fue Dirk Philips quien pronunció las pala-
bras del anatema en nombre de todos.
Al principio Pastor obtuvo éxito asegurándose prosélitos
y causando algunos disturbios en la iglesia. Para contrarres-
tar la influencia de sus ideas, Menno escribió en 1550 un fo-
lleto sobre la deidad de Cristo, intitulado “Confesión del
Trino Dios”. En términos seguros afirma la enseñanza bíbli-
ca sobre este tema y previene a la iglesia enérgicamente
contra la nueva doctrina, que es una perversión de la doctri-
na fundamental del Evangelio. El folleto de unas veinte pá-
ginas circuló entre las iglesias en forma de manuscrito. Más
tarde los hermanos de Groningen imprimieron una copia.
El último encuentro de Menno y Adam Pastor tuvo lugar
en el debate de Lübeck en 1552. El propósito de la excomu-
nión de 1547 fue doble; primeramente proteger la iglesia y
segundo, hacer que el hombre considerara el error de su ca-
mino, con la esperanza de restablecerlo. Esperando que
Pastor se hubiera persuadido a volver, Menno accedió a la
entrevista en 1552. De acuerdo al informe del mismo Pas-
tor, el esfuerzo fue vano. Poco después se tienen noticias de
los seguidores de Pastor. Después de un período de activi-
dades en Renania y Westfalia, Pastor murió en Münster.
Sus seguidores, que no fueron muchos, desaparecieron gra-
dualmente.
Se ha dicho antes, que el territorio asignado a Menno
como obispo, comprendía el pastoreado de la región del N.
de Alemania, Este de Groningen hasta Prusia, incluyendo
Friesland Oriental, Oldenburg, Holstein, Meck1enburg y
posiblemente Pomerania. Sus viajes a veces llegaron hasta
fuera de estos territorios. En 1547 asistió a la reunión de an-
39
cianos en Goch; en abril de 1549 estuvo en Friesland Orien-
tal cerca de Leewarden; y en el verano de 1549 visitó a los
Hermanos en Prusia. Esta visita es narrada por Menno mis-
mo en una carta a los hermanos de aquel lugar, fechada en
octubre de 1549. La carta consiste principalmente en un lla-
mado a mantener la paz y unión que había sido restablecida
entre ellos después que una seria controversia tuvo fin con
la visita de Menno, el verano anterior.
Apenas llegado Menno de dirimir las dificultades en Pru-
sia, sintió necesidad de hacer un viaje a las congregaciones
occidentales con una misión similar. La influencia de la en-
señanza herética de Pastor acerca de la deidad de Cristo, to-
davía causaba disturbios, y habían surgido nuevas disiden-
cias sobre la aplicación del anatema en las excomuniones.
Sobre ambos tópicos Menno escribió sendos folletos en
1550. El dirigido contra Pastor ya ha sido mencionado; el
segundo se titulaba “Una Exposición Clara de la Excomu-
nión”. Este último, de unas cuarenta y cinco páginas fue
distribuido entre las iglesias en forma de manuscrito. No se
imprimió hasta 1597. Versaba sobre el objeto, práctica y al-
cance del anatema e iba dirigido directamente contra aque-
llos que deseaban aplicarlo únicamente en cuestiones espiri-
tuales. En el transcurso de su viaje al occidente, se efectuó
una conferencia en Emden en 1549, en la cual, entre otras
cosas uno de los ministros, Francis Kuyper, fue excomulga-
do por Menno debido a que sostenía puntos de vista sin
base bíblica sobre justificación por la fe y otros puntos.
Aparte de los dos breves folletos de 1550 (que no se im-
primieron de inmediato) escasas cartas muy breves y cuatro
petitorios cortos escritos en 1551 y 1552, Menno no publicó
nada de importancia entre 1541 y 1554 excepto su “Réplica
a Gellius Faber” en 1552, un libro de alrededor de doscien-
40
tas a cincuenta y cinco paginas. Una de las razones fue tal
vez, el hecho de hallarse muy ocupado con sus viajes y el
cumplimiento de sus obligaciones como obispo, que no le
dejaban tiempo libre para escribir. Otra razón habrá sido la
dificultad de conseguir editores que quisieran imprimir sus
libros. Los cuatro petitorios mencionados estaban dirigidos
en forma general a las autoridades civiles y a los hombres
entendidos y maestros de las iglesias Reformadas del Esta-
do y Luteranas de Alemania. El objeto de estos petitorios
era refutar los cargos de herejías y fanatismo que recaían
constantemente sobre los Menonitas. En ellos Menno ase-
guraba en los términos más enérgicos que ni él ni sus feli-
greses tenían relaciones de ninguna naturaleza con Müns-
ter, y que su único propósito era ser fieles Cristianos y cre-
yentes verdaderos de la Biblia. También solicitaba debates
públicos en los cuales tendría oportunidad de refutar las fal-
sas acusaciones de sus enemigos.
La “Réplica a Gellius Faber” anteriormente mencionada,
era una extensa exposición de seis asuntos fundamentales:
el llamamiento de obreros, bautismo, cena del Señor, anate-
ma, iglesia y encarnación. Faber, Pastor Reformado de Em-
den, junto con a’Lasco había atacado las doctrinas de los
Menonitas, aunque sin dirigir sus ataques especialmente
contra Menno. Este es el libro más extenso de Menno, aun-
que de escasa importancia, pues en él sólo repite las doctri-
nas expuestas anteriormente. Lo más importante en él es el
relato que hace de su conversión y llamamiento al ministe-
rio, que fue reimpreso más tarde por separado.
Durante el invierno de 1553-1554 Menno pasó una tem-
porada en la ciudad Hanseática de Wismar en la costa del
Mar Báltico entre Lübeck y Rostock. Allí alternó con la
congregación Menonita, aunque se esforzaba por mantener
41
incógnito el lugar de su residencia. A pesar de su intención
de mantener el secreto, se vio envuelto en forma sumamen-
te interesante en una discusión teológica con dos ministros
Reformados. Sucedió más o menos así. Una embarcación
con Refugiados procedentes de Londres, que habían aban-
donado Inglaterra a causa de las persecuciones llegó al
puerto de Wismar el 21 de diciembre de 1553. Los Menoni-
tas de la ciudad fueron los únicos dispuestos a socorrer a
los refugiados necesitados, cuyo buque había quedado blo-
queado en el hielo a poca distancia de la costa. Durante es-
tas comunicaciones los dos grupos se vieron envueltos en
una discusión doctrinaria de tal magnitud, que el caudillo de
los refugiados, Herman Backereel, pidió una entrevista con
Menno Simons. Esta tuvo lugar el 26 de diciembre de 1553.
Sintiendo la necesidad de apoyo, el grupo de Reformados
llamó en su ayuda a Martín Micrón de Norden en Friesland
Oriental, uno de su dirigentes. Menno y Micrón sostuvieron
dos extensas polémicas en presencia de muchos amigos e
interesados; ambas se realizaron en la casa que Menno ha-
bitaba, el 6 y 15 de febrero de 1554 respectivamente. Los
tres debates: el sostenido con Beckereel y los dos con Mi-
crón se celebraron en el más estricto secreto y bajo la pro-
mesa del grupo de Reformados de no revelar a las autorida-
des el refugio de Menno. El debate del 6 de febrero versó
sobre el bautismo, encarnación, juramento, divorcio, llama-
miento de ministros, ejercicio de la autoridad civil, termi-
nando amistosamente. El segundo, a requerimiento de Mi-
crón, que conocía el punto débil de Menno, se redujo ex-
clusivamente a la cuestión de la encarnación y terminó con
disgustos para ambas partes. No se dio a conocer la versión
de estos debates hasta 1556 en que Micrón publicó un libro
intitulado: “Un relato verídico” que contiene una relación
parcial y hasta cierto punto falsa, de lo acontecido incluyen-
42
do cargos personales contra Menno. Este le contestó ense-
guida con “Réplica clara y puntualizada” de cerca de dos-
cientas páginas, una de las obras más extensas de Menno.
Dos años después, en 1558, Micrón volvió a la liza con el li-
bro titulado: “Llamado a rendir cuentas” (A Reckoning).
Inmediatamente después del debate con Micrón en 1554,
Menno tomó parte en otra importante reunión en Wismar,
pero de carácter muy distinto; una conferencia de obispos y
dirigentes de la Iglesia Menonita. Varios casos de disciplina
habían creado dificultades, por lo que se hacía necesaria
una asamblea de pastores para asegurar y mantener la uni-
dad y armonía en la iglesia. El resultado de la conferencia
fue una serie de nueve resoluciones que versaban sobre
asuntos como: el matrimonio con personas ajenas a la igle-
sia, aplicación del anatema, utilización de los tribunales de
justicia, porte y uso de armas, y la necesidad de autoriza-
ción de la iglesia y del obispo para predicar. Desgraciada-
mente el texto en que se han preservado estas resoluciones
está tan adulterado que es imposible conocer a ciencia cier-
ta su contenido original. Siete obispos participaron en esta
reunión presidida por Menno. Asistieron entre otros, Dirk
Philips, Leonardo Bouweris y Gillis de Aachen. Respecto a
la aplicación del anatema, las resoluciones fueron dema-
siado severas; tanto, que en una conferencia celebrada en
Estrasburgo, en 1557, los hermanos de Suiza y sud de Ale-
mania decidieron redactar una resolución disintiendo con
las de Wismar y enviar dos delegados a Menno Simons
para solicitarle que moderara la actitud adoptada por los
obispos del N. de Alemania.
La creciente presión ejercida por las autoridades civiles
eclesiásticas de Wismar contra los Menonitas hizo que fi-
nalmente Menno resolviera abandonar la ciudad. Por esta
43
razón cambió su residencia durante el verano o el invierno
de 15 5 4 a una localidad occidental, cercana a la ciudad de
Oldesloe entre Lübeck y Hamburgo. Cierto noble, llamado
Bartolomé von Ahlefelt que vivía en las inmediaciones, per-
mitía desde 1543 que los Menonitas que huían de la perse-
cución se refugiaran en sus tierras, llamadas “Fresenburg”.
Un impresor Menonita de Lübeck que tenía una imprenta
clandestina en la cual imprimía gran número de libros Me-
nonitas así como Biblias y concordancias, que eran distri-
buidas a distancias tan apartadas como チ msterdam, tam-
bién se vio forzado a buscar un lugar más seguro para sus
actividades. Primeramente se fue a Oldesloe donde le fue-
ron confiscados diez toneles llenos de libros, y finalmente a
Freseriburg, donde posiblemente llegó a fines de 1554.
Aunque no se ha probado, es posible que dicho impresor
fuera el editor de Menno, o tal vez Menno mismo ya que
efectivamente, Menno fue de Wismar a Lübeck y de allí a
Oldesloe y finalmente a Fresenburg. Es más probable sin
embargo, que el impresor fuera un generoso miembro de la
iglesia y amigo de Menno, pues es bien sabido que éste per-
maneció pobre hasta el fin de sus días. Por esta época Men-
no se estableció en Wuestenfelde, aldea del territorio de
Fresenburg.
Como la persecución arreciaba en la región circundante,
los Menonitas, en número cada vez mayor, encontraban un
seguro refugio bajo la protección del Barón von Ahlefelt en
Fresenburg y Wuestenfelde. El rey de Dinamarca trató de
persuadir a von Ahlefelt que cambiara su política de tole-
rancia y arrojara a los Hermanos pero él se opuso, pues ha-
bía sido favorablemente impresionado en sus días juveniles
por la firmeza de los Menonitas, bajo persecución, sufri-
miento y muerte. En Fresenburg y Wuestenfelde, Menno
encontró tiempo y tranquilidad para revisar muchos de sus
44
primeros escritos y verterlos del original al dialecto que se
hablaba en esa comarca, llamado “Oosterche” o dialecto
oriental. Todas sus obras posteriores fueron escritas en este
dialecto. Un total de diez libros y folletos se imprimieron en
Lübeck y Fresenburg durante los años 1554-1561.
Los últimos años de la vida de Menno se vieron amarga-
dos por serias y a veces graves controversias entre las igle-
sias del Oeste sobre asuntos de disciplina, particularmente
acerca de la severidad en la aplicación del anatema y sepa-
ración de los miembros excomulgados. Ya en 1550 en su li-
brito sobre “Excomunión” Menno había expresado su de-
seo de evitarse disgustos posteriores por esta cuestión. Las
divisiones más graves tuvieron lugar después de la muerte
de Menno.
Las primeras noticias de esta aguda controversia llegaron
a conocimiento de Menno en 1555 en forma de una carta de
cinco hermanos “de buena reputación” que vivían en Fra-
neker Oeste y Frieslandia Oeste en la cual relataban que al-
gunos desearían que no se aplicara la excomunión sin tres
amonestaciones previas, excepto en casos de pecado muy
grave. Menno aprobó este procedimiento más moderado
aún contra los que exigían una inmediata y ruda excomu-
nión sin amonestaciones.
Otro asunto que originó grandes disgustos fue el de ais-
larse o evitar a las personas excomulgadas, particularmente
tratándose de miembros de la misma familia. Como la polé-
mica crecía, se enviaron a Menno carta tras carta desde Ho-
landa, rogándole que dictaminara al respecto. Leonardo
Bouwens apoyaba a los extremistas en su demanda y cuan-
do finalmente trató de expulsar a una mujer casada de Em-
den, porque rehusaba apartarse de su esposo, Menno se vio
obligado a tomar una determinación. En una carta fechada
45
el 12 de noviembre de 1556, protesta enérgicamente contra
las creencias y prácticas extremas. Hizo un viaje desde
Holstein a Friesland 0. en la esperanza de promover unidad
y armonía, pero consiguió éxito sólo en parte, pues la divi-
sión pareció persistir. Volvió a Wuestenfelde con el corazón
dolorido y quebrantado por el lamentable estado de cosas
en la iglesia que amaba con toda su alma. Sus sentimientos
están bien expresados en una carta dirigida a su cuñado
Reyn Edes en 1558: “。Reyn hermano mío! Si pudiera estar
contigo aunque sólo fuese medio día para contarte algo de
mi dolor, aflicción y amargura y de la pesada carga que ten-
go que soportar por el futuro de la iglesia... Si Dios Todopo-
deroso no me hubiera fortalecido durante el año pasado,
como lo sigue haciendo, hubiera perdido el juicio. No hay
nada sobre la tierra que ame más que a la iglesia; y es preci-
samente por ella que debo padecer toda esta aflicción”.
La posición definitiva de Menno respecto a la ex-
comunión le crearía nuevas dificultades con otros grupos
de Menonitas de la Renania y sud de Alemania. En abril de
1556 antes que fuera a Frieslandía O. dos miembros de los
territorios del Rhin, llamados Zylis y Lemke, junto con
otros lo habían visitado en Wuestenfelde a fin de discutir la
cuestión del anatema y separación. Ellos se inclinaban a
una menor severidad. Dejaron a Menno sólo parcialmente
convencido, pero consintió en considerar el asunto a fondo
y exponerlo ante algunos hermanos del S. de Alemania en
procura de consejo. Menno entregó a Zylis una exposición
escrita de su posición para presentar a dichos hermanos.
Cuando en 1557 manifestaron la opinión final de Menno
respecto a la separación, ante una importante asamblea en
Estrasburgo, a la cual asistieron cerca de cincuenta obispos
de muchos lugares, encontraron una enérgica reacción ne-
46
gativa. La asamblea resolvió rechazar la separación de los
cónyuges por excomunión de uno de ellos y redactó una
carta dirigida a Menno y sus colegas del N. de Alemania,
conteniendo una vehemente súplica en pro de mayor indul-
gencia en cuanto a romper toda clase de relaciones con los
excomulgados. En la carta expresaban su ardiente deseo de
ser uno en paz y unión con sus hermanos del Norte. Tam-
bién manifestaban su desacuerdo con la teoría personal de
Menno acerca de la encarnación.
La apelación de la conferencia de Estrasburgo sería
vana. La unidad no se consiguió, pues los hermanos del N.
eran implacables en lo tocante a la separación. En el año
1558, Menno y Dirk Philips publicaron sendos tratados so-
bre el asunto en discusión. En el de Menno intitulado: “La
Excomunión” estaba claramente expuesta su severa actitud
sobre separación, que incluía la ruptura de todos los lazos
humanos, hasta los del matrimonio y la familia, debiendo
producirse únicamente en caso de excomunión de la iglesia.
Este folleto provocó serias controversias. Zylis y Lemke en-
cabezaron la oposición, por lo que Menno se vio precisado
a publicar un folleto contra ellos en enero de 1560, titulado:
“Réplica a Zylís y Lemke”. En este folleto que fue su pos-
trer escrito, Menno defiende su posición y finalmente anun-
cia que no podría seguir considerando hermanos a tales
hombres.
La vida de Menno después de este episodio, no fue muy
larga. Su salud nunca había sido muy buena, y la vida de
asperezas y privaciones, así como la carga de las iglesias,
minaron su escasa resistencia, particularmente después de
haberse fracturado una pierna en Wismar, lo cual le obliga-
ba a usar muletas a veces. La muerte lo alcanzó en su lecho
de enfermo el 31 de enero de 1561, exactamente veinticinco
47
años después de su renuncia al catolicismo en Witmarsum.
Su esposa le había precedido en la muerte entre los años
1553 y 1558, así como dos hijos, un varón y una niña; sólo
una hija le sobrevivió. Fue sepultado en su propio jardín en
Wuestenfelde. Desgraciadamente no puede determinarse
con exactitud el lugar, debido a la devastación de Wuesten-
felde durante la Guerra de los Treinta Años, aunque se ha
establecido lo más aproximadamente posible en 1906 fecha
en que se erigió un modesto memorial en testimonio de la
obra de Menno al servicio de Dios y de la iglesia que tanto
amó.
48
Capítulo VI
Importancia de Menno Simons
Menno Simons no es el fundador de la Iglesia Menonita.
Esta fue fundada en Zurich, Suiza, en enero de 1525 por
Conrad Grebel, Félix Manz, George Blaurock y otros, once
años antes que Menno renunciara al Catolicismo. Tampoco
fundó la Iglesia de Holanda. Si alguno merece este título, es
Obbe Philips que en 1533 empezó a congregar a los Herma-
nos en Friesland. Pero a pesar de esto, existe una razón his-
tórica para que la Iglesia Menonita ostente el nombre de
Menno Simons, pues en tiempos de gran necesidad Menno
fue el guía enviado del cielo que encaminó los escasos y es-
parcidos creyentes, dándoles el ejemplo que necesitaban,
en fe, espíritu y doctrina. El fue quien los dirigió con seguri-
dad y les hizo pasar a salvo épocas de tribulación “a pesar
de peligros, fuego y espada”.
La grandeza de Menno no reside tanto en su elocuencia,
aunque era un buen orador, ni en su arte literario, aunque
podía escribir bien para el común del pueblo. No era un
gran teólogo, aunque sabía presentar las enseñanzas de la
Biblia con fuerza y claridad. Tampoco fue un gran organiza-
dor, aunque prestó un verdadero servicio a la naciente igle-
sia mediante la orientación que dio a obispos y pastores.
Pero Menno fue uno de los grandes líderes religiosos de su
época y de su nación, tal vez el más conspicuo de los Países
Bajos, en su tiempo. Su obra e influencia han tenido un va-
lor permanente en la historia de la iglesia que lleva su nom-
bre y a través de ellas, su importancia ha llegado al mayor
número de iglesias libres de Inglaterra y América.
49
La grandeza de Menno Simons reside en tres factores
esenciales: su carácter, sus escritos, su mensaje. Su carácter
constituyó una fuerza firme, segura, constructiva, en los lar-
gos y duros años de persecución y angustia, desde 1535 a
1560, con su profunda convicción, devoción inconmovible,
valor intrépido, y serena confianza. Sus escritos, aunque pa-
rezcan al considerarlos en conjunto, repetidos e insignifi-
cantes, incluyen algunos tratados admirables para la época,
agudos, sencillos, bien ajustados a su propósito. Llegaron al
común del pueblo a su debido tiempo y fueron poderosos
agentes para la edificación y fortaleza de la iglesia y para
conseguir nuevos adherentes. Pero más que todo, fue el
mensaje de Menno lo que le hizo el gran líder de una gran
causa. No construyó un nuevo sistema de Teología, ni des-
cubrió un principio nuevo ni uno por largo tiempo olvida-
do; alcanzó, simplemente, una clara visión de dos ideales
bíblicos fundamentales: el ideal de la santidad práctica y el
ideal del alto puesto de la iglesia en la vida del creyente y en
la causa de Cristo.
Sobre la base del primer ideal, luchó por un genuino
cambio de vida y la práctica constante de una vida cristiana
como Cristo la enseñó y vivió; la vida de justicia, santidad,
pureza, amor y paz. Para él, el Cristianismo era algo más
que una mera fe; era fe y obras. Y este Cristianismo prácti-
co significaba para Menno el abandono absoluto, de parte
del cristiano, de toda clase de contienda y guerra, en fin, del
uso de la fuerza en cualquier forma, así como la completa
separación del pecado de la sociedad mundana. El ideal de
la iglesia que Menno sustentaba, era el principio de la doc-
trina y vida cristianas en su concepto cabal. Para él, la igle-
sia era el representante y agente de Cristo en el mundo, y
como tal, debía mantenerse santa y pura en vida y doctrina
y dar un fiel testimonio hasta su segunda venida. Estos ide-
50
ales de Menno han sido los principales en los cuatrocientos
años de historia menonita, porque también han sido com-
partidos por los Menonitas suizos y sudalemanes, y consti-
tuyen el canon de la Iglesia Menonita. De ellos surgió la
idea de la completa separación de la iglesia y el Estado, de
tolerancia y libertad de conciencia, de normas sociales y
morales elevados, de la predicación y práctica de la paz, de
la absoluta soberanía de Cristo sobre los suyos en este
mundo, ideales todos avanzados para su época, pero que
aún hoy día constituyen legítimamente la posesión común
y muy apreciada de una gran parte del Protestantismo In-
glés y Americano.
No es por lo tanto a la grandeza de Menno Simons, el
hombre, ni a sus humanas proezas, que rendimos este tribu-
to de admiración; nuestra admiración va dirigida a la gran-
deza de los ideales y convicciones que poseía su alma y go-
bernaban su vida, y que han sido motivo de bendición para
innumerables seres desde sus días.
51
Capítulo VII
Extractos de los escritos de
Menno Simons sobre doctrina
cristiana
PARTE 1
1. La autoridad de las Escrituras
Querido lector: te amonesto y aconsejo que si buscas a
Dios con todo tu corazón y no quieres ser engañado, no de-
bes depender de los hombres ni de sus doctrinas, no impor-
ta lo antiguas, santas y excelentes que se consideren, pues
los teólogos se contradicen entre si, tanto en los tiempos
pasados como en los actuales. Básate en Cristo únicamente
y en su Palabra, en la enseñanza segura y práctica de sus
santos apóstoles y serás por la gracia de Dios, preservado
de toda falsa doctrina y del poder del diablo y andarás de-
lante de Dios confiada y piadosamente. (L37).
Esta santa iglesia cristiana tiene sólo una doctrina: la Pa-
labra de Dios pura, sin mezcla y sin adulteración, el Evan-
gelio de gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Toda enseñan-
za y mandamiento que no concuerde con la doctrina de
Cristo, sean ellas enseñanzas y opiniones de doctores, man-
damientos de papas, concilios ecuménicos o lo que fuere,
no son sino enseñanzas y mandamientos de hombres (Mat.
19:5) doctrinas diabólicas (I Tim. 4:1) y por lo tanto, maldi-
tas (Gál. 73). No enseñamos ni escribimos sino la Palabra
52
pura y divina y los mandamientos perfectos de Cristo Jesús
y sus apóstoles. (II:193b) .
Puesto que Gellius apela a Tertuliano, Cipriano, Oríge-
nes y Agustín, mi respuesta es, primero: si estos escritores
pueden apoyar su enseñanza con la Palabra de Dios y sus
mandamientos, estoy dispuesto a admitirlos. De lo contra-
rio es doctrina de hombres, y maldita de acuerdo a las Es-
crituras. (Gál. 13). (II:49a).
Os decimos verdad y no mentimos. Si cualquiera, bajo la
bóveda celeste, puede demostrar con las Sagradas Escritu-
ras que Jesús, el Hijo del Dios Altísimo, la sabiduría y ver-
dad eternas al cual únicamente reconocemos como el legis-
lador y maestro del Nuevo Testamento, ha ordenado una
sola palabra a este respecto (Bautismo Infantil), o que sus
santos apóstoles lo enseñaron o practicaron, no será nece-
sario recurrir a la tortura ni a la fuerza para convencernos.
Mostradnos solamente la Palabra de Dios al respecto y todo
quedará terminado. (I:31a) .
Considero necesario y conveniente aconsejar a mis bien
amados lectores que no acepten mi doctrina como el Evan-
gelio de Jesucristo hasta que hayan investigado por sí mis-
mos y comprobado que concuerdan con el Espíritu y Pala-
bra del Señor, así su fe no estará fundada en mí o en ningún
otro maestro o escritor, sino únicamente en Jesús. (II:248b).
2. La trinidad de Dios
Creemos y confesamos con las Sagradas Escrituras que
hay un solo eterno Dios, creador del cielo y de la tierra, el
mar y todo lo que contiene; un Dios a quien el cielo y el
cielo de los cielos no pueden contener, cuyo trono es el cie-
53
Menno Simons, líder anabaptista
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Menno Simons, líder anabaptista

  • 1. Menno Simons- su vida y escritos John Horsch Harold S. Bender
  • 2. Esta edición digital fue creado por: www.elcristianismoprimitivo.com
  • 3. Contenidos Introducción.........................................................................iii Prólogo..................................................................................v El sacerdote católico.............................................................1 Conversión y renuncia al catolicismo................................15 Actividades en Holanda ....................................................25 Actividades al noroeste de Alemania.................................30 Actividades en Holstein .....................................................35 Importancia de Menno Simons..........................................49 Extractos de los escritos de Menno Simons sobre doctrina cristiana 1. La autoridad de las Escrituras...................................52 2. La trinidad de Dios....................................................53 3. Cristo, su deidad y humanidad.................................55 4. La encarnación...........................................................56 5. El Espíritu Santo........................................................57 6. El Pecado....................................................................58 7. La expiación...............................................................60 8. Arrepentimiento.........................................................61 9. Fe................................................................................63 10. Justificación por la fe...............................................64 11. Regeneración...........................................................65 12. Santidad de vida.......................................................68 13. La iglesia...................................................................70 14. Separación del mundo.............................................71 15. Fraternidad verdadera..............................................72 16. Las ordenanzas........................................................75 17. Bautismo..................................................................76 18. Importancia del bautismo........................................78 19. Bautismo infantil......................................................79 i
  • 4. 20. Salvación de los niños.............................................81 21. El error de la regeneración bautismal......................83 22. La cena del Señor (Santa Cena)..............................83 23. Disciplina..................................................................84 24. Arrepentimiento en caso de pecado secreto...........85 25. Llamamiento misionero de la iglesia.......................86 26. No resistencia...........................................................87 27. Juramentos...............................................................90 28. Pena capital..............................................................91 29. No conformidad con el mundo...............................92 30. Libertad de conciencia.............................................93 31. Predestinación..........................................................96 32. Perfeccionamiento...................................................97 33. Nuevas revelaciones................................................98 34. Educación superior..................................................99 35. Anti ocultamiento....................................................99 36. Actitud hacia otras denominaciones.....................100 37. Ejemplos de consagración al servicio del Señor. .100 38. Trabajando bajo dificultades.................................102 39. Persecución............................................................104 40. Una oración de Menno Simons.............................107 Un poco de historia...........................................................109 Lista cronológica de los escritos de Menno Simons.......111 ii
  • 5. Introducción Menno Simons se convirtió al movimiento “anabaptis- ta” en 1536. Viajó por todo el Noroeste de Europa ani- mando y respaldando a los perseguidos, por medio de la predicación como así escribiendo tratados que defendían la fe y estilo de vida que aquellos, que habían abrazado la nueva fe, llevaban. Aunque sacerdote católico al principio, Menno Simons se encuentra haciéndose preguntas a si mismo como nunca lo había hecho antes. Tres fueron las razones de su conversión al “protestantismo”: La transus- tanciación (conversión del pan en el cuerpo de Cristo), el anabaptismo (el segundo bautismo), y el testimonio perso- nal de su hermano. Menno Simons escribió casi dos doce- nas de libros y folletos que fueron de gran ayuda para la dispersa y a veces confundida hermandad. Si bien, dicen muchos de los historiadores, Menno Si- mons no fue un gran teólogo, un gran escritor, un gran or- ganizador, fue un líder que predicó la Biblia en forma au- toritaria y con claridad. Mucho puede decirse en cuanto al valor de estos escritos en ese entonces en relación al prota- gonista y el escritor. La relación del que lo tradujo del ho- landés al inglés y luego del inglés al español, estos factores hacen que el libro sea lo que es, un libro de riqueza espiri- tual e histórica. Si, tenemos que destacar que el énfasis de la iglesia en el mundo de la tinta y el papel hoy es distinto, las estadísti- cas son más destacadas que el esfuerzo individual. Pero este libro nos hace reflexionar, que a pesar de que hoy día no se mencionen líderes como Menno Simons, no descar- iii
  • 6. tan su existencia y el presente será el testigo de la posteri- dad. Cuánto la iglesia ha sido edificada por este ejemplar es difícil de decir. La iglesia sigue creciendo gracias a líderes que, como Menno Simons, hacen preguntas, reflexionan y “ponen su mano al arado” y este libro es parte de ese testi- monio. Desde 1936, cuando se tradujo el libro del inglés al es- pañol, la iglesia Menonita hispana ha crecido. Con ese cre- cimiento ha traído al movimiento “anabaptista”, comenza- do en el siglo XVI, una nueva dimensión que no puede ni podrá ser ignorada. Si bien la historia se repite, se repite con modificaciones. Los protagonistas no son los mismos y por tal razón la historia no es la misma. Lo único que es idéntico, es el mensaje del “Evangelio de paz y salvación,” que conmovió a Menno Simons en 1536 y conmueve a lí- deres como él hoy día. Agradecemos a Carmen Palomeque por su esmerado trabajo de traducción, al español, a la comisión encargada del proyecto de publicación y demás que han hecho este libro una realidad. Arnoldo J. Casas 22 de noviembre de 1978 Elkhart, Indiana iv
  • 7. Prólogo Este libro viene a llenar una sentida necesidad en el seno de la Iglesia Menonita en la Argentina, y de la litera- tura evangélica en general. Ha sido vertido al castellano a pedido de la Convención de dicha iglesia en ocasión del XXV aniversario (enero del año 1942) de su estableci- miento en el país. Está destinado no solamente a los miembros de nues- tras iglesias, sino a todas aquellas personas que muchas veces nos han preguntado: “ソ Quiénes son y qué creen los Menonitas?” Para mayor información de estos lectores en particular, se ha incluido un Apéndice consistente en una breve reseña histórica de los Menonitas. Además de la biografía completa de Menno Simons, contiene sumariamente los principios sustentados por la Iglesia Menonita expuestos por su organizador y basados en las Sagradas Escrituras, punto de partida de cuanto cre- emos y practicamos. Las obras de Menno Simons han sido vertidas al inglés en su totalidad y compiladas en dos voluminosos tomos, y de ellos se han extractado los Párrafos que se insertan en esta obra, al pie de cada uno de los cuales se indica el tomo, la página y columna de donde se ha extraído. De modo que: (I; 139b) significa que podrá encontrarse lo mismo, en forma extensa, en el tomo I, página 139, colum- na b, de la edición inglesa. Conviene advertir que dichos escritos datan de 400 años atrás y que al hacerse la versión al inglés y luego al v
  • 8. castellano se ha procurado conservar el estilo originario, sacrificando a veces la forma a este propósito. Por considerarlo de interés para la mayoría, bos- quejamos seguidamente a grandes rasgos, la personalidad del autor de esta biografía y de su colaborador, respectiva- mente: H. S. Bender Doctor en Teología del Seminario Teoló- gico de Princeton, y de la Universidad de Heídelberg, Ale- mania; actual director de “The Mennonite Quarterly Re- view”; Dean de Goshen College, Goshen, Indiana, EE.UU.; profesor de Historia Europea, Teología y Ciencias Sociales del mismo. John Horsch, traductor de los trozos del Holandés al Inglés; Historiador y escritor; llegó a los Estados Unidos en 1888 procedente de Baviera, Alemania. Desde 1890 ha publicado numerosas obras como editor y autor. Los títu- los (en castellano) de algunos de sus libros son: “Los Me- nonitas, su historia, fe y prácticas”, 1893; “Historia abre- viada del cristianismo”, 1902; “Menno Simons, su vida, obra y enseñanzas”, 1916; “El bautismo de niños”, 1917; “El liberalismo religioso moderno”, 1920; “El principio de la no resistencia”, 1927; “Historia de la iglesia Menonita europea” que acababa de escribir cuando le sorprendió la muerte en 1941. Terminado nuestro cometido sólo nos resta hacer llegar una palabra de reconocimiento a cuantos han hecho posi- ble la aparición de esta obra, prestando su colaboración es- pontánea y desinteresadamente en, el cotejo con la versión inglesa, confección del mapa que se inserta, correcciones y consultas. A todos ellos nuestra sincera gratitud. vi
  • 9. Y puesto que el único móvil de esta publicación es ser útil a cuantos la lean, quedarán, si ello se logra, compensa- dos los esfuerzos de la Comisión de Publicaciones y de la Traductora. Carmen Palomeque 1 de Abril de 1943. vii
  • 10.
  • 11. Capítulo I El sacerdote católico En 1496, cuatro años después del descubrimiento de América, nació un niño en una familia de aldeanos holande- ses que vivían en el villorrio de Witmarsum en la provincia de Friesland al noroeste de la Europa continental. El padre, cuyo nombre era Simón, llamó a su hijo Men- no; de acuerdo a la costumbre de aquella época, al niño le llamaban Menno Simons (El hijo de Simón). La aldea de Witmarsum está situada en una llanura fértil, a mitad de ca- mino entre las ciudades de Franeker y Bolsward, distante unos 10 Km. del Mar del Norte. Muy pronto los padres de Menno Simons decidieron consagrar su hijo al servicio de la Iglesia, la Iglesia Católica y preparándolo para dicho servicio, se le confió a la custo- dia del monasterio más cercano a su hogar, probablemente el Monasterio Franciscano de Bolsward. Debido a esto, se consagró durante largos años a los ejercicios espirituales re- queridos para un monje y al tradicional curso de estudios teológicos exigidos a los candidatos al alto oficio de sacer- dote. Durante estos años de estudio aprendió muy bien a leer y escribir el latín; aprendió también el griego y llegó a informarse bien de muchos manuscritos antiguos en latín, especialmente los de los Padres de la iglesia, como Tertulia- no, Cipriano y Eusebio. Pero omitió por completo leer el mayor de todos los libros: La Biblia. Hasta después de dos años de su ordenación para el sacerdocio, no se animó, con mucha hesitación a abrir las tapas del volumen prohibido. 1
  • 12. La ordenación de Menno Simons para el sacerdocio ca- tólico tuvo lugar en el mes de marzo de 1524, a los 28 años de edad, probablemente en la ciudad de Utrecht asiento del obispado de Utrecht que incluía prácticamente toda la ac- tual Holanda en su jurisdicción. Su primera designación fue la de cura ayudante en la aldea de Pingjum, cerca de su al- dea natal de Witmarsum. Allí ofició por espacio de siete años (1524-31) en segundo rango entre los tres párrocos. En 1531 Menno fue transferido a su aldea natal, donde ofició como cura párroco hasta enero de 1536 en que declinó su servicio en la Iglesia Católica para unirse al pequeño grupo de devotos hermanos evangélicos bajo la dirección de Obbe Philips, conocidos con el nombre de anabaptistas u Obbeni- tas. Los doce años de servicio de Menno Simons en la Igle- sia Católica transcurrieron aparentemente, hasta donde es dado apreciar al hombre, en el desempeño del círculo ordi- nario de obligaciones de un sacerdote católico en una pe- queña aldea. Ocupaba su lugar en las devociones regulares de la iglesia, cumpliendo con la alta ceremonia de la misa tanto como con los demás ritos y ceremoniales. Hacía rue- gos por los vivos y los muertos, bautizaba los hijos de sus feligreses, consagraba matrimonios, recibía confesiones, ad- ministraba penitencias y en ocasiones predicaba breves ser- mones referentes a la devoción dominical de la congrega- ción. Como los típicos sacerdotes de aldea de su época, no tomaba su oficio ni su vida muy en serio. Dedicaba poco tiempo al estudio, antes bien, como él mismo lo confiesa, reunía a los sacerdotes subalternos para “jugar a los naipes, beber y otras frivolidades de toda clase, Como era la cos- tumbre de hombres tan inútiles”. Pero las apariencias exteriores no dicen toda la historia de la vida de Menno durante los doce años de su sacerdo- cio. 2
  • 13. Muy pronto ciertas dudas acerca de algunos dogmas de la iglesia comenzaron a atormentar su conciencia y su vida se hacía pronunciadamente más miserable por la secreta lu- cha interior que no cesó hasta que rompió los lazos que lo unían con la Iglesia Católica y marchó públicamente en la fe y libertad del Evangelio. Vamos a describir esta lucha que duró once años. En el primer año del sacerdocio de Menno, en 1525, el mismo en que Conrado Grebel y su hermandad fundaban la iglesia Menonita en Zurich (Suiza) una seria duda empe- zó a turbar la vida frívola y despreocupada de su formulista religión. Mientras celebraba la misa, súbitamente le asaltó la idea de la posibilidad de que el pan y el vino no se cambia- ran en el acto en el cuerpo y la sangre del Señor como había estado enseñando al pueblo. Al principio rechazó el pensa- miento como inspirado por el demonio; pero no pudo li- brarse de la duda aunque recurrió al confesionario. No se sabe claramente cómo llegó Menno Simons a dudar del dogma de la transustanciación como lo observa la Iglesia Católica. Posiblemente se haya puesto en contacto con las enseñanzas de Martín Lutero o de los otros reformadores de alguna manera, ya sea por libros o por la circulación de tales ideas de boca en boca. Ya en 1521 un holandés llama- do Hoen había empezado a enseñar que los elementos de la Cena del Señor no se transformaban, sino que eran meros símbolos del sufrimiento y muerte de Cristo. Sea que Men- no haya leído los escritos de Hoen o no, el hecho que la duda a este respecto existía en su mente es una evidencia de la influencia que la Reforma había empezado a ejercer en el lejano Friesland, pues la actitud hacia la misa era la piedra de toque en la nueva herejía evangélica. 3
  • 14. Alrededor de dos años Menno estuvo atormentado por dudas acerca de la misa antes que encontrara algo que le orientara. Finalmente decidió buscar sosiego mediante una diligente investigación en el Nuevo Testamento. Esta deci- sión fue uno de los grandes pasos en la vida de Menno. En efecto, fue el paso decisivo que seguramente lo llevaría a la conversión final, pues el principio fundamental de la Refor- ma y del Evangelio mismo es la sola autoridad de la palabra de Dios como fuente de verdad para fe y vida. La determinación de Menno Simons de buscar en las Es- crituras para resolver sus dudas acerca de la misa, no signi- ficaba una decisión de abandonar la autoridad de la Iglesia, pues probablemente él esperaba encontrar en las Escrituras una confirmación a las enseñanzas de la Iglesia. El verdade- ro problema se presentó cuando Menno, habiendo decidido abrir las tapas de la Biblia, descubrió que no contenía nada de las doctrinas tradicionales acerca de la misa. Mediante este descubrimiento, su conflicto secreto llegó al clímax, pues fue compelido a decidir cual de las dos autoridades se- ría suprema en su vida: la Iglesia o las Sagradas Escrituras. Había sido enseñado por la Iglesia que no creer en sus doc- trinas significaba muerte eterna. ソ Qué debía hacer? Afortu- nadamente, como él mismo repite, encontró ayuda en las obras de Martín Lutero, pues éste decía que la violación de los mandamientos de los hombres nunca puede conducir a la muerte eterna. No se sabe en cuál de los escritos de Lute- ro encontró esto Menno, posiblemente en el folleto de 1518 “Instrucción en varios asuntos”, o tal vez en la importante obrita escrita en 1520 intitulada “La Libertad Del Cristiano”. Cuando Menno Simons aceptó el punto de vista de Lu- tero y se atrevió a negar el dogma de la transustanciación, tal como lo observa la Iglesia Católica, porque las Escrituras 4
  • 15. no lo enseñan, encontró la forma de zafarse de las dudas y luchas, una forma de libertar su conciencia y su alma de muerte eterna. Pero haciendo esto, entraba inevitablemente en el camino que lo llevaría fuera de la Iglesia Católica, puesto que acatar las Escrituras en todo asunto de concien- cia equivalía a desechar los principios fundamentales del catolicismo. No obstante, al hacer su decisión con respecto a la misa, Menno no seguía la enseñanza de Lutero; al con- trario, exponía su propia interpretación de la Cena del Se- ñor; no se hizo luterano en ningún momento. Lo que siem- pre agradeció a Lutero fue el principio fundamental de con- siderar las Sagradas Escrituras sobre cualquier otra autori- dad humana. La decisión de Menno de seguir las Escrituras tuvo lugar probablemente alrededor del año 1528. Esto no le llevó al inmediato abandono de la Iglesia Católica, pues al principio disentía con ella únicamente en lo concerniente a la misa, y no dudaba que podía seguir siendo un católico leal y ense- ñar un nuevo punto de vista dentro de la Iglesia. Así pues, como todos los demás reformadores, no se precipitó a cam- biar su afiliación a la Iglesia. Semejante cambio hubiera sig- nificado el abandono de una buena posición con su genero- sa entrada, y Menno “amaba demasiado al mundo, y el mundo a él”, como decía más tarde, para dar un paso tan radical. El hecho es que estaba todavía lejos de una com- prensión real del Evangelio, lejos de una conversión espiri- tual. Los años subsiguientes, desde 1528 a 1531, fueron sin embargo, años de gradual iluminación. Ha dicho de sus ex- periencias durante este tiempo: “por la iluminación y la gra- cia del Señor crecí en el conocimiento de las Escrituras y pronto fui considerado por algunos, aunque inmerecida- mente, como un predicador evangélico, a saber, uno que predica sermones basados en las Escrituras”. Algunos em- 5
  • 16. pezaron a acudir a él “porque se decía que predicaba la Pa- labra de Dios y era un buen hombre”. El progreso de Menno en el Evangelio fue lento. Uno de los pilares de su fe católica se había derrumbado: la misa; pero no obstante continuaba sin ningún temor celebrándola como antes. Aparentemente era todavía un sacerdote leal. Nunca hubiera abandonado la Iglesia Católica a no haber sido que un segundo puntal de su fe católica se vino abajo: el bautismo. El derrumbamiento de este segundo pilar se produjo gradualmente. Es muy probable que empezara con la lectura del librito de un tal Billican, predicador en la ciu- dad de Nördlingen al S. de Alemania, que abogaba por la li- bertad de la edad para el bautismo; por lo menos, Menno se refiere a un libro sobre el bautismo de ciertos predicadores de Nördlingen. El libro emplea argumentos dados por Ci- priano, uno de los Padres de la primitiva iglesia Latina del N. de チ frica. Al principio, Menno prestó poca atención a la cuestión, pero se vio obligado a pensar seriamente sobre el bautismo en el año 1531, mientras estaba todavía en Ping- jum, a raíz de un extraño suceso en la vecina ciudad de Le- ewarden. El 20 de marzo de 1531, cierto sastre llamado Sic- ke Freerks fue ejecutado públicamente en dicha ciudad por la singular razón de haberse bautizado por segunda vez. “Sonaba extraño a mis oídos, dice Menno, que se hablara de un segundo bautismo.” Más extraño aún le resultó cuan- do se enteró de que el tal Freerks era un hombre piadoso y temeroso de Dios, que no creía que las Escrituras enseña- ban que los niños deben ser bautizados, sino que enseña- ban que el bautismo debe ser administrado únicamente a los adultos, sobre la confesión de su fe personal. Freerks era un sastre ambulante que había sido bautiza- do en la ciudad de Emden, al E. de Friesland, a fines del 6
  • 17. año 1530 por un predicador llamado Juan Volkerts Trypma- ker quien a su vez había sido bautizado y designado predi- cador en la misma ciudad a principios de 1530 por cierto predicador laico luterano llamado Melchior Hofmann. Se decía además que Hofmann había sido bautizado reciente- mente por los “anabaptistas” de Estrasburgo. De todos mo- dos, empezó en 1530 a predicar el nuevo bautismo y otras doctrinas similares de los “anabaptistas” teniendo a Emden como punto de partida. Debe decirse que el Cuerpo princi- pal de “anabaptistas” de Estrasburgo tanto como el de Sui- za, nunca tuvieron nada que ver con Hofmann. Todo lo contrario; en 1538, en discusión pública con los dirigentes de la Iglesia Reformada de Berna, Suiza, ciertos líderes “anabaptistas” suizos repudiaron públicamente toda rela- ción con Hofmann. Este predicaba algunas doctrinas fanáti- cas acerca de la segunda venida de Cristo y el estableci- miento de un reino terrenal de Dios en Estrasburgo, además de dar extrañas interpretaciones a las profecías, incluso de- signándose a sí mismo como el segundo Enoch. Las doctri- nas por él enseñadas eran claramente perversiones del Evangelio, originadas en su fecunda imaginación, doctrinas que no había aprendido de Lutero ni de Zwinglio ni de los “anabaptistas” ni de ningún otro predicador evangélico. Por lo tanto a Hofmann no se le puede llamar “anabaptista” en el mismo sentido que a los Hermanos suizos o a los meno- nitas, a pesar de que predicó el bautismo sobre la confesión de fe, en vez del bautismo de párvulos. Menno Simons no sabía nada de esto cuando se enteró de la ejecución de Sicke Freerks. Lo que debió conmover su mente fue el hecho de que alguien estuviera dispuesto a morir por causa de un “segundo bautismo”. ソ Era posible que la Iglesia Católica estuviera equivocada con respecto al bautismo, como lo estaba en lo tocante a la misa? Una vez 7
  • 18. más el sacerdote Menno se encontró con un conflicto en su conciencia, causado por la nueva duda que acababa de pre- sentársele. Pero esta vez ya sabía cómo hallar solución a su problema; como predicador evangélico acudió de nuevo a la Biblia a en demanda de luz. Allí, por mucho que buscara no pudo encontrar bases para el bautismo de párvulos. Por último recurrió en procura de ayuda a su superior, el presbí- tero de Pingjum. Este admitió después de repetidas discu- siones con Menno, que el bautismo infantil no tiene funda- mento bíblico, pero insistió en que la razón aconsejaba que era conveniente y justificado. Pero Menno, que había aprendido a aceptar lo que las Escrituras decían, no estaba dispuesto a “creer a su razón” únicamente; por lo tanto fue más lejos en procura de ayuda, esta vez investigando di- ligentemente lo que los Padres de la iglesia habían dicho al respecto. Estos afirmaban que los niños necesitaban el bau- tismo para limpiarse del pecado original. Pero comparando Menno estas enseñanzas con las Escrituras, encontró una verdadera contradicción, pues éstas enseñaban que la san- gre de Cristo el Redentor, y no el agua del bautismo, es lo único que limpia de pecado. Los Padres de la iglesia esta- ban, por lo tanto, equivocados. Como último recurso Menno acudió a los evangelistas contemporáneos, los Reformadores. Todos ellos enseñaban que los niños deben ser bautizados, aunque exponían para ello distintas razones. Lutero insistía que los niños podían tener fe, a lo menos delegada en otros, y que debían ser bautizados en base a esta fe. Butzer de Estrasburgo urgía que los niños fuesen bautizados como garantía de que serí- an criados en los caminos del Señor, mientras que Bullinger de Suiza argumentaba que los niños debían ser incorpora- dos al pueblo del nuevo pacto mediante el bautismo, así como los judíos eran incorporados a su pueblo mediante la 8
  • 19. circuncisión. Pero a pesar de las variadas razones aducidas, Menno observó que todos omitían dar pruebas bíblicas para el bautismo de párvulos; cada uno seguía su propio criterio. Habiendo llegado al final de su intensa búsqueda sin encontrar pruebas que apoyaran el bautismo de niños en la Palabra de Dios, Menno llegó a la conclusión de “que todos estaban equivocados al respecto” —la Iglesia Católi- ca, los sacerdotes de Pingium, los Padres de la iglesia, los Reformadores— y que sólo el bautismo sobre la confesión de fe era bíblico. Esta importante determinación fue la más significativa en la carrera de Menno Simons porque selló la ruptura con la Iglesia Católica y lo llevó por último al círculo de los “ana- baptistas”. La salvación por el sacramento del bautismo es la piedra angular sobre la cual está constituido todo el siste- ma de la religión católica; es posible permanecer católico aún negando la doctrina de la transustanciación, pero ソ cómo se puede mantener la fe en una iglesia cuyo medio esencial de salvación se niega? Por otro lado únicamente los “anabaptistas” entre los grupos religiosos de esa época ne- gaban la necesidad del bautismo para niños y basaban la membresía de la iglesia en una experiencia personal de sal- vación, de la cual el agua del bautismo constituía un mero símbolo exterior; por lo tanto Menno algún día hallaría el medio de llegar hasta ellos. Sin embargo esta crítica determinación acaecida aparen- temente en el año 1531, no llevó a Menno a una inmediata ruptura con la Iglesia en la cual ejercía el sacerdocio y de la cual conseguía su sostén. Pasarían cinco años más, antes que la separación se produjera. A pesar de que, como Men- no afirma enfáticamente, sus nuevas Creencias relativas al bautismo (así como el anterior cambio de interpretación de 9
  • 20. la Cena del Señor) las había recibido después del estudio de las Sagradas Escrituras bajo la guía del Espíritu Santo, por la gracia de Dios, sus recientes convicciones no lo llevaron a una acción inmediata. Parece que había pequeños grupos de “anabaptistas” en la vecindad, pero Menno Simons no se asoció enseguida con ellos. Al contrario, cuando se le ofreció la promoción al cargo de cura de Witmarsum, acep- tó sin vacilar. Las grandes ventajas que le reportaba movían su “afán de lucrar” dice Menno y continuó sin temor, en la doble vida del “hipócrita”, prosiguiendo en el oficio de la misa y en el bautismo de niños. Menno mismo explica la causa de su debilidad, pues dice que a pesar de su conoci- miento de las Escrituras no fructificaba por su vida carnal. Aquello que había cambiado su mente no había afectado su corazón; la Palabra de Dios todavía no estaba en él. El mis- mo describe la hipocresía de su vida en esos días con duras palabras: “Confiado en la gracia, procedía como un malvado. Era como un sepulcro cuidadosamente blanqueado. Exterior- mente, para los hombres, yo era moral, casto, generoso; nada podía reprochárseme. Pero interiormente estaba lleno de huesos de muertos. Procuraba mi propia comodidad y honra más celosamente que tu justicia, honor, verdad y tu Palabra.” La oposición entre la convicción y la práctica en lo refe- rente al bautismo y la Cena del Señor no dejaron al nuevo pastor de Witmarsum en reposo más que al antiguo cura de Pingjum. La conciencia de Menno le condenaba continua- mente y sufría por este constante conflicto secreto. El asunto del bautismo se puso nuevamente de actuali- dad alrededor de un año después de la llegada de Menno a Witmarsum, por la entrada de algunos “anabaptistas” a la 10
  • 21. comunidad. Menno dice que él nunca vio a las personas que “habían roto con la Iglesia en lo tocante al bautismo”, no supo donde estaban ni de donde venían. Todavía Men- no permanecía inactivo. Finalmente acaeció un hecho más grave en su parroquia, cuando algunos de la secta de Münster llegaron a Witmar- sum y “engañaron a muchas almas piadosas de nuestra al- dea”. Esto sucedía en 1534, pues el gobierno revolucionario de Münster no se instaló hasta febrero del mismo año. El grave error de la “perversa secta de Münster” como él la llama repetidas veces, fue una cuestión seria para Menno. Puesto que los atroces daños causados por los Münsteritas fue la causa final para la ruptura de Menno con el Catolicis- mo y su adhesión a los “anabaptistas”, y puesto que la lu- cha contra ese movimiento fanático por todos los medios a su alcance fue la preocupación principal de Menno durante los años 1534 y 1535, será bueno hacer una breve reseña de las características del Münsterismo. Jan Matthys, un panadero poco instruido pero presun- tuoso, de Kaarlem, Holanda, fue uno del pequeño grupo de seguidores de Melchior Hofmann que había organizado los “melchioritas” en el año 1531. Cuando Hofmann fue toma- do prisionero en Estrasburgo en mayo de 1533, perdiendo por consiguiente la conducción de sus seguidores, ciertos elementos indeseables comenzaron a cobrar influencia y gradualmente a asumir la dirección del grupo. Matthys fue el principal de ellos. Tenía una poderosa personalidad, lleno de odio hacia las clases superiores y poseedor de una imagi- nación capaz de maquinar los más fantásticos hechos. Tuvo éxito al hacer recaer el mando sobre sí mismo, arrastrando a muchos de los melchioritas consigo a un programa radical- mente revolucionario; sin embargo, algunos como los her- 11
  • 22. manos Obbe y Dirk Philips de Leewarden y otros, rechaza- ron de plano las extrañas nuevas doctrinas de Matthys des- de el principio y rehusaron tener nada que ver en absoluto con él, a pesar de ser amenazados con persecuciones. En efecto, Obbe Philips tomó la dirección del grupo de melch- ioritas que rechazaban las extrañas tendencias de Hofmann, así como las de Matthys y trataron de construir su fe basa- dos únicamente en una sana interpretación de las Escritu- ras. En tanto Jan Matthys se enteró que la clase trabajadora evangélica de la ciudad de Münster en Westfalia, al noroes- te de Alemania había sacudido la dominación de las clases altas, incluso la del Obispo Católico. Aguijoneado por la idea de que esto le brindaría la oportunidad de asentar una base segura para su campaña contra las “impías” clases en- cumbradas, mandó de inmediato agentes que lograron incli- nar a su favor a los “predicadores evangélicos” Rothman y Roll en enero de 1534. Pronto Matthys mismo fue a la ciudad tomándola bajo su control con la delirante e histéri- ca aprobación del populacho y prometiendo establecer el reino de Dios en la tierra, la nueva Jerusalén. Cuando fue muerto, Juan de Leiden tomó su lugar y se constituyó a sí mismo en rey. La asombrosa doctrina anunció entonces que, puesto que el reino de Dios había llegado, la justicia seria administrada a los infieles por los creyentes y miem- bros del nuevo reino. Se mandaron “Apóstoles” en canti- dad desde Münster invitando a los “creyentes” de todas partes a acudir a la Nueva Jerusalén y participar de sus ben- diciones. Miles creyeron al anuncio y aceptaron la invita- ción de inmediato, y aunque muchos de ellos fueron arres- tados en el camino, cientos llegaron a la ciudad. Sin embar- go la duración del reinado de Münster no sería muy larga; el sitio de la ciudad, ordenado por el ejército del Obispo de 12
  • 23. Münster en marzo de 1534 condujo a la captura y derrumbe del “Reino” en junio de 1535, después de terribles sufri- mientos e indescriptibles escenas de brutalidad. Desgraciadamente, la doctrina de venganza y des- trucción de los infieles por los creyentes había tomado in- cremento en los círculos de los melchioritas primitivos de Holanda, y por lo tanto se organizaron revoluciones y cons- piraciones en otros lugares fuera de Münster con los desas- tres consiguientes. El terrible veneno del fanatismo revolu- cionario de Jan Matthys y de Juan de Leiden continuó su acción implacable entre los perseguidos y acosados melch- ioritas de Holanda. Menno Simons entró en contacto con la “perversión Münsterita” en el año 1534. Algunas de las almas más pías y devotas entre sus feligreses, sin duda algunas de aquellas que habían sido influenciadas por sus predicaciones y con las cuales se sentía espiritualmente identificado, fueron arrastradas por el fanático error de los Münsteritas. Hasta su propio hermano se encontraba entre ellos. A pesar de que Menno había adoptado el principio del bautismo de adul- tos, no podía ni soportar la idea de hacer causa común con los Münsteritas. Admitía que tenían un celo encomiable pero declaraba que cometían graves errores en su enseñan- za. Le afectó profundamente ver que esas abominables doc- trinas encontraban adeptos entre sus parroquianos y deci- dió entregarse de lleno a combatirlos. La lucha contra la influencia Münsterita fue la preocupa- ción principal de Menno cerca de un año. Ponía tanta ener- gía en la acusación pública que de ellos hacía en sus sermo- nes que pronto conquistó fama de hábil para “acallar muy bien la voz de sus enemigos”. En sus visitas pastorales pro- curaba no sólo salvaguardar a los que estaban en peligro y 13
  • 24. engañados sino también rescatar a aquellos que se habían deslizado. Logró también, celebrar una conferencia secreta y una pública con “dos padres de la perversa secta”. Final- mente Menno decidió llevar más allá la lucha, escribiendo. El resultado de sus esfuerzos fue un folleto, escrito proba- blemente a principios de 1535, aunque impreso por primera vez en 1627, bajo el titulo: “Prueba clara e indubitable, ba- sada en las Sagradas Escrituras contra la abominable y terri- ble blasfemia de Juan de Leiden.” En él, Menno ataca vigo- rosamente el encumbramiento del “Rey” Juan a una autori- dad divina, y prueba que el uso de armas por los Müns- teritas era un grave pecado, contrario a la voluntad de Dios para la iglesia y contrario también al espíritu de Cristo. Ape- laba a los verdaderos cristianos de todas partes a separarse de tales abominaciones y seguir el ejemplo de Cristo. 14
  • 25. Capítulo II Conversión y renuncia al catolicismo (1535-1536) Pero mientras Menno peleaba vigorosamente la buena batalla de la verdad contra el error de los Münsteritas, se in- troducía cada vez más profundamente en un serio conflicto interno. Se había preocupado por rescatar las almas piado- sas que estaban desconformes con la Iglesia Católica, de envolverse en las herejías de los Münsteritas, pero única- mente que les proporcionara algo mejor ソ no aparecería ante ellos como un mero defensor y sostenedor de la Iglesia Católica? Y cuando, sus amigos católicos usaban su nom- bre y sus argumentos para combatir a los Münsteritas, ソ no estaba permitiendo comparecer como aliado del manteni- miento del imperio de las tinieblas en dicha iglesia? Cuanto más exitosamente aplastaba a los Münsteritas, tanto más in- tolerable para su conciencia se tornaba la situación. El clímax del conflicto se produjo cuando sobrevino la tragedia de la Vieja Abadía cerca de Bolsward, donde alre- dedor de tres mil almas extraviadas perdieron la vida, entre ellos su propio hermano carnal. El grupo era uno de los ci- tados anteriormente, que estaban imbuidos del veneno re- volucionario de los Münsteritas y habían decidido erigir su propia ciudad en refugio y empezar la campaña para el esta- blecimiento del reino de Dios en Friesland. En marzo de 1535 una gran compañía de 3.000 se había apoderado de un viejo monasterio (Oude Kloster) en los suburbios de la ciu- 15
  • 26. dad de Bolsward, encerrándose en él. No pudieron soportar por mucho tiempo el asedio de las fuerzas gubernamentales y después que 1.300 habían perecido el resto fue capturado y ejecutado el 7 de abril. El ejemplo de estas “pobres ovejas extraviadas” como las llama Menno, dando su sangre y su vida por su fe, a pesar de ser una fe falsa, hizo una extraor- dinaria impresión en el alma de Menno Simons. No podía desechar este pensamiento. Ellos habían dado sus vidas por un error, mientras que él no estaba dispuesto a dar absolu- tamente nada por la verdad, sólo por temor a perder su re- putación e ingresos continuaba formando parte de un siste- ma que su conciencia repudiaba. Si hubiera tenido la valen- tía de llegar al fin, renunciando a la doctrina y prácticas ca- tólicas, y constituirse en el pastor de esas ovejas errantes tal vez hubiera podido salvarlas advirtiéndoles la proximidad de la tragedia. Sentía que la sangre de ellos caía sobre su conciencia quemándole y haciéndole ver su oprobio. “La sangre de esa gente, decía, se me hizo una carga tan pesada que no podía soportarla ni encontrar descanso para mi alma”. Era cierto que había hablado contra algunas de las abominaciones del sistema papal, pero sin embargo no ha- bía hecho una ruptura definitiva con todo el sistema. La tragedia de la Vieja Abadía puso a Menno en la en- crucijada; ahora veía claramente su deber. Como siervo de Dios no podía eludir la responsabilidad de guiar a las ovejas errantes, y como uno que profesa obediencia a Dios y cree en él no debía vacilar más y tomar la cruz de la persecución y el sufrimiento, cualquiera que fuese el costo. No podía continuar más dando contra su conciencia y convicciones. En este estado de ánimo Menno se volvió a Dios con ge- midos y lágrimas, clamando por gracia y perdón, clamando por un corazón puro valentía para predicar su santo nombre 16
  • 27. y Palabra con toda verdad. En el relato de su conversión Menno describe el cambio de su corazón con las palabras siguientes: “Mi corazón temblaba dentro de mi. Rogaba a Dios con lágrimas y gemidos que me concediera a mí, po- bre y atribulado pecador, el don de su gracia, y creara un corazón limpio dentro de mi, que por los méritos de la pre- ciosa sangre de Cristo, perdonara mi vida impía y egoísta y me invistiera de sabiduría, sinceridad y valor para predicar su glorioso y bendito nombre y su santa Palabra sin adul- teraciones y manifestara su verdad y su gloria”. El Señor fue misericordioso con él; la decisión fue hecha y Menno surgió después de esta experiencia con el sentido de una di- vina misión, a nueva vida. Algunos han criticado a Menno por haber retardado tanto su decisión, pero tal crítica no es muy justa. La luz completa se hizo en él gradualmente y no en forma repentina pues era de temperamento sereno y no fácilmente excitable y mutable. Lo importante de compro- bar es que una vez convencido, Menno lo hacía desde lo profundo de su naturaleza, y que una vez tomada una de- terminación, no volvía atrás. El cambio fue tan profundo, radical y completo, y le dio un sentido tal de su divina mi- sión, que fue capacitado por la gracia de Dios para llegar a ser un líder inspirado, un formidable torreón de fortaleza para su amargado y perseguido pueblo, por más de veinti- cinco años. En realidad, comparado con Lutero y Zwinglio, no desmerece Menno Simons en la magnitud de su ruptura con Roma, especialmente cuando recordamos que Martín Lutero contaba con la poderosa protección del Elector de Sajonia y no peligraban su reputación ni sus ingresos con el cambio, mientras que Zwinglio no se movió hasta que con- siguió el apoyo del Cantón de Zurich cuyo bien remunera- do pastor continuó siendo hasta su muerte en el campo de Cappell. 17
  • 28. La decisión de Menno de romper por completo con la Iglesia Católica probablemente tuvo lugar en abril de 1535, poco después de la tragedia de Bolsward. De golpe empezó a predicar abiertamente desde su púlpito en Witmarsum las verdades que quizá había enseñado antes en privado; la doctrina del arrepentimiento, de la verdadera fe, del bautis- mo de creyentes, de la verdadera Cena del Señor. Osaba ahora atacar públicamente todas las fallas de la Iglesia, por- que había procedido con todo cálculo para salvaguardarse a si mismo. Aparentemente decidió utilizar la iglesia de Wit- marsum como tribuna de su nuevo mensaje tanto tiempo como le fuera posible, lo mismo que habían hecho Lutero en Wittenberg y Zwinglio en Zurich. Lo maravilloso es que durante nueve meses se le permitiera hacerlo, según su pro- pio testimonio. Durante estos nueve Meses sostuvo una do- ble campaña; por un lado se empeñaba por librar a la gente de las abominaciones münsteritas, y por otro, procuraba apartarlos de sus antiguas creencias a la verdadera fe del Evangelio. Véase la descripción que hace de su actitud y ac- tividades durante estos nueve meses: “En consecuencia, empecé en el nombre del Señor a predicar públicamente desde el púlpito la doctrina del ver- dadero arrepentimiento, a guiar a la gente por el camino an- gosto, y con el poder de las Sagradas Escrituras, a denun- ciar todo pecado e impiedad, toda idolatría y falsa adora- ción, y a anunciar el verdadero culto, también el bautismo y la Cena del Señor de acuerdo a las enseñanzas de Cristo, con el alcance que para este tiempo había adquirido por la gracia de Dios. Además advertía firmemente cada una de las abominaciones münsteritas, a saber: rey, poligamia, rei- nado terrenal, armas, etc., durante más de nueve meses, en que el Señor me concedió su Espíritu paternal, ayuda y po- der para que voluntariamente renunciara al “buen nombre”, 18
  • 29. honores y reputación que disfrutaba entre los hombres y me apartara de todas las abominaciones del Anticristo, misa, bautismo infantil y mí vida inútil, y de buen grado me sometiera a la aflicción y la pobreza, bajo la cruz de mi Se- ñor; en mi debilidad temía a Dios, busqué la compañía de los piadosos y, aunque pocos en número, encontré algunos que tenían un celo encomiable y defendían la verdad.” “He aquí, querido lector, que el Dios de bondad, por la abundancia de su gracia derramada sobre mí, pecador mise- rable, primero tocó mi corazón, dándome una mente nueva, me humilló en su temor, me enseñó a conocerme a mí mis- mo, me hizo volver del camino de muerte, y me condujo, benigno, por el sendero estrecho de la vida en la comunión de sus Santos. A él sea gloria por siempre. Amén.” Pero la posición de Menno como predicador evangélico en un púlpito y parroquia católicos, no se mantendría mu- cho. Su completa separación de la Iglesia era cuestión de tiempo. La fecha exacta de su bautismo no es segura; posi- blemente haya sido poco después de su conversión en abril, pero es muy probable que no tuviera lugar hasta después de la separación pública de la Iglesia acaecida nueve meses después. Durante este lapso habrá introducido cambios en las ceremonias y sacramentos de la iglesia, así como en el contenido de su predicación. Es posible que la misa se con- virtiera en un sencillo servicio de comunión en conmemora- ción de la pasión y muerte del Salvador y seguramente el bautismo de párvulos cesó. Finalmente Menno comprendió que no podía continuar en contacto con la vieja iglesia, con “Babel” aunque fuera en forma puramente externa. Por lo tanto, voluntariamente, sin compulsión “abandonó Babel e ingresó en la verdadera iglesia, la casa de su Señor”. Esto lo 19
  • 30. hizo mediante la renuncia a su cargo de sacerdote y de su púlpito y abandonando la aldea de Witmarsum por otra re- sidencia. El día exacto de su renuncia a la Iglesia papal fue probablemente el domingo 30 de enero de 1536. Se presu- me que fuera a Leewarden para informar a Obbe Philips de su decisión, pues Menno dice que primeramente miró alre- dedor suyo en busca de hombres temerosos de Dios. Durante los meses siguientes a su separación, lo que Menno deseaba más que otra cosa era pensar serenamente en los alcances de su decisión y leer la Palabra de Dios, me- ditar en ella y resolver algunas cuestiones teologales que le preocupaban todavía. Una de ellas era la relativa a la encar- nación. Parece que tenía conocimiento de ciertos puntos de vista peculiares de algunos de los hermanos, tomados origi- nariamente de Melchior Hofmann, y quería resolver por sí mismo lo que debía creer. El problema que le preocupaba era el siguiente: ソ cómo pudo la impecable naturaleza divina de Cristo ser encarnada en la carne pecaminosa de los des- cendientes del caído Adán? A causa de su ardiente deseo de conocer la verdad y su gran repugnancia a la increduli- dad y al error, Menno se encontró en serio conflicto. Ayunó y pidió a Dios que “se dignara revelarle el misterio de la concepción de su bendito Hijo” ya que ello era necesario para alivio de su cargada conciencia. Las tentativas para conseguir ayuda de los hermanos, no fueron satisfactorias. Después de varios meses Menno consideró que había lo- grado una solución adoptando la teoría de la encarnación, mediante la cual Cristo cobró existencia en María, pero no nació de la carne de María. Era similar al punto de vista de Hofmann. Menno adoptó esta teoría especialmente para sa- tisfacerse a sí mismo y raramente hablaba mucho de ella excepto cuando se veía forzado a hacerlo en debates públi- cos con sus enemigos que la consideraban como su punto 20
  • 31. débil. Se lamentaba repetidas veces de tener que debatir, contra sus inclinaciones, sobre este asunto. Es interesante advertir que la extravagante idea de Menno sobre la encar- nación, no fue aceptada por los Menonitas suizos y que, aunque continúa ejerciendo influencia entre algunos grupos Menonitas alemanes del N. de Holanda, esta teoría nunca encontró aceptación en ningún credo autorizado o confe- sión de la Iglesia Menonita. El año siguiente a la renuncia pública de Menno a la Igle- sia Católica en enero de 1536, transcurrió en el retiro, como se ha dicho más arriba. Parece que Menno no se estableció en ningún lugar. Huellas de sus viajes durante este tiempo se han conservado en la historia de los mártires que fueron castigados años después por haberlo hospedado. Viajó de Witmarsum a Leewarden, de nuevo a Witmarsum y des- pués a Groningen. Hacia fines del año pareció establecerse en un refugio cercano en la ciudad de Groningen al N. E. de Holanda, pues a estar a viejas tradiciones allí fue ordenado anciano u obispo. Menno omite mencionar el lugar de su ordenación o los nombres de los que le ordenaron, pero relata detalladamen- te la experiencia que lo llevó a la comisión final. Debe te- nerse por cierto que después de su separación, Menno con- tinuó enseñando y predicando cada vez que tenía oportuni- dad pero no había asumido responsabilidad definitiva algu- na ni la dirección de la congregación, desde que abandonara Witmarsum. Mientras estaba entregado al estudio y a escribir en su retiro de Groningen, seis u ocho de los hermanos fueron y le rogaron que aceptara el cargo de anciano o pastor princi- pal y obispo de la Congregación. El tiempo de este llamado fue “alrededor de un año después que abandonó el papado” 21
  • 32. es decir, durante el invierno de 1536-37. No era fácil para Menno aceptar el ofrecimiento; aunque consideraba un de- ber ayudar en la conducción de “los temerosos de Dios”, también sabía lo que debía esperar del mundo si aparecía públicamente como el guía de ellos. Por lo tanto pidió tiem- po para orar y considerar el asunto. Cuando los hermanos poco después repitieron el llamado, Menno cedió, aunque no sin alguna lucha. ノ l describe su resolución como sigue: “Cuando lo oí (al llamamiento) mi corazón se conmovió profundamente. Me rodearon el temor y el recelo. Por un lado veía mis escasos talentos, la gran falta de conocimien- tos, mi naturaleza débil, la timidez de mi naturaleza, la gran perversión, disolución, crueldad y tiranía del mundo, las grandes y poderosas sectas (las iglesias perseguidoras del estado), la astucia de muchos hombres y la indescriptible- mente pesada cruz que, sí empezaba a predicar se harían sentir; y por otra parte reconocía que la necesidad, miseria y avidez de las almas piadosas y devotas eran inconmensu- rablemente grandes, pues había visto con toda claridad que vagaban como inocentes ovejas que no tienen pastor. Cuando las personas anteriormente mencionadas insis- tieron en sus ruegos y mi propia conciencia me acuciaba en vista de la necesidad ya mencionada, consagré mí cuerpo y mi alma al Señor, encomendándome a su guía y empecé en su debido tiempo (después de ser ordenado para el ministe- rio de la Palabra), conforme a su Santa Palabra a enseñar, a bautizar, a trabajar con mis menguados talentos en el cam- po del Señor, ayudando a la construcción de su santa ciu- dad y templo y a reparar los muros destruidos”. La ordenación debió tener lugar posiblemente en 1537 y fue casi seguramente efectuada por Obbe Philips. 22
  • 33. La importancia de la ordenación de Menno Simons para la conducción de la congregación del N. de Holanda cono- cida en ese tiempo con el nombre de Obbenitas, puede ape- nas apreciarse debidamente. Como el mismo Menno con- fiesa, los pocos que habían permanecido fieles a las doctri- nas bíblicas evangélicas, bajo la guía de Obbe y Dirk Philips y habían resistido la tentación de seguir las fanáticas doctri- nas de Jan Matiz, estaban desanimados y esparcidos, espe- rando ansiosamente un líder poderoso. Obbe mismo perdió el ánimo finalmente, abandonó su cargo. de obispo y se ale- jó por completo de la Congregación pocos años después, quizá en 1541. Muchos de los que habían sido arrastrados por la corriente Münsterita, desilusionados por el trágico fin del “reinado” estaban desorientados como ovejas sin pas- tor. Tal vez fueron ganados de nuevo para el Evangelio. Además algunos caudillos fanáticos trataban todavía de promover movimientos radicales a pesar del fracaso de Münster y hacían peligrar la fe de muchos. El jefe de ellos era Jan de Batenburg cuyo violento programa de venganza degeneró cada vez más en simple vandalismo. El año 1536 en Bocholt, Westfalia, tuvo lugar una asamblea de estos anabaptistas revolucionarios. Hasta David Joris, a quien Obbe Philips había ordenado como obispo casi si- multáneamente con Merino, se volvió atrás para convertirse en un fanático visionario y estático, cuya descabellada inter- pretación de las Escrituras estaba hermanada con su carác- ter impío e hipócrita. No es exagerado afirmar que la pre- servación de los “anabaptistas” de Holanda y Alemania de una completa aniquilación, o por lo menos de ser absorbi- dos por el fanatismo de los Bateríburgueses y Davidienses y la reunión alrededor de una norma de vida pura y fe evan- gélica, se debieron en gran parte a la fecunda acción de Menno, que cedió al temprano llamamiento de sus piado- 23
  • 34. sos hermanos, y que rindió corazón, alma y cuerpo a Dios, tomando sobre sí la “pesada cruz” de su Señor en fiel, irre- nunciable y consagrado ministerio hasta su muerte acaecida en Wüntenfelde, Holstein, en 1561. 24
  • 35. Capítulo III Actividades en Holanda (1536-1543) El campo de acción asignado a Menno en la época de su ordenación no estaba aparentemente limitado en ningún sentido. Se contaba con él para que visitara a los hermanos esparcidos, predicara, bautizara, restableciera la iglesia de Dios en cuanta oportunidad tuviera. Naturalmente, procuró cumplir con su misión primeramente en las comarcas cerca- nas. Se han conservado muy pocos datos relativos a las ac- tividades de sus primeros cinco años de ministerio. Convie- ne hacer notar que, a pesar de haber contraído matrimonio en 1536 ó 1537 con una tal Gertrudis, no tuvo residencia fija sino que viajó continuamente. Su primitivo campo de actividades se extendía desde Friesland Oriental, donde bautizó a cierto Pedro Juan en Oldersum, en 1536, hacia el poniente a través de las provincias septentrionales de Gro- ningen y Friesland Occidental. En estas últimas, transcurrió la mayor parte del tiempo hasta 1541. Menno mismo habla de un hombre a quien había bauti- zado en Friesland Occidental y que fue ejecutado el 8 de enero de 1539 por haberle hospedado. Por el año 1539, escribe Menno, “un hombre muy pia- doso y temeroso de Dios, llamado Tjard Reynders, fue to- mado prisionero donde yo vivía, por la razón de haberme recibido secretamente en su casa, a pesar de ser yo un hom- bre sin hogar, sin amigos, y sin la consideración de nadie. Poco después fue condenado y torturado en el torno y des- 25
  • 36. pués de dar un valiente testimonio de su fe, murió como un esforzado campeón del Señor, a semejanza de su Maestro. Siempre había sido considerado hasta por sus enemigos, como un hombre piadoso e irreprensible”. Menno viajó a Friesland Occidental varias veces al año hasta 1541 y tan eficaz fue su trabajo, que bien pronto se le reconoció como el líder conspicuo de los “anabaptistas” en la provincia. Las autoridades provinciales habían tratado in- fructuosamente por varios años, de extirpar la “maldita sec- ta”, llegando finalmente a la conclusión de que no lograrían su intento hasta que Menno fuese quitado de en medio. A este fin, se le propuso un plan a María, Regente de los Paí- ses Bajos, que consistía en inducir a ciertos “anabaptistas” prisioneros a que hicieran traición a Menno entregándolo a las autoridades a cambio de su libertad, pero no tuvieron éxito. La nota fechada el 19 de mayo de 1541, donde se es- boza el plan a seguir, muestra vívidamente los peligros a que se exponía Menno en sus trabajos. “Muy serena, justa, honorable; muy poderosa Reina, muy graciosa Señora. Nos ofrecemos humildemente para servir a Vuestra Majestad. Muy graciosa Señora; a pesar del error de la maldita secta de los anabaptistas que en los últi- mos cinco o seis años ha prevalecido en estas tierras de Friesland, pero que ahora —alabado sea el Señor— debido a la publicación de ciertos edictos y a ejecuciones que se llevaron a cabo contra tales transgresores, hubiera sido se- guramente aniquilada y extirpada, a no ser por un tal Men- no Symonsz, ex-sacerdote, dirigente principal de la precita- da secta y que desde hace tres o cuatro años anda fugitivo, recorriendo durante estos últimos tiempos dos o tres veces por año estos lugares y embaucando mucha gente incauta y sencilla. Para localizar y prender a este hombre, hemos 26
  • 37. ofrecido grandes sumas de dinero, pero hasta el presente sin resultado alguno. Por lo tanto hemos pensado ofrecer y prometer perdón y misericordia a algunos que han sido en- gañados (por los anabaptistas) y que desean gracia (retrac- tándose de su fe), si logran la captura de Menno Simons. Como no queremos tener la osadía de hacerlo por cuenta propia, es que deseamos dar aviso a Vuestra Majestad, ro- gando se nos comunique el beneplácito de Vuestra Majes- tad y la orden que nosotros esperamos con impaciencia y dispuestos a ejecutar en la medida de nuestras fuerzas, de lo cual Dios Todopoderoso es testigo. Que él conceda a Vues- tra Majestad mucha salud y largo imperio. Escrita en Lee- warden el 19 de mayo de 1541. Los humildes y obedientes siervos de Vuestra Majestad en Friesland”. El ofrecimiento de recompensas por el arresto de Menno se anunció en carteles que se esparcieron por toda la pro- vincia de Friesland Occidental, pero sin surtir efecto ni arre- drar a Menno en sus actividades por la región. Por último el Emperador Carlos V fue inducido a publicar un edicto con- tra Menno el 7 de diciembre de 1542, en el cual se ofrecía una recompensa de 100 monedas de oro por su cabeza y además prohibía prestarle ayuda u hospedaje en cualquier forma y leer sus libros. Todos sus seguidores fueron igual- mente perseguidos y arrestados. A cualquiera que entregara a Menno a las autoridades le seria perdonado cualquier cri- men que hubiera cometido. La severidad de estos edictos prueba la intensidad de las persecuciones que debieron soportar Menno y sus partida- rios en esta época. Menno tenía pleno conocimiento de los riesgos que corría, pero continuó bregando con indeclinable celo y coraje. Su espíritu se pone de manifiesto en los si- guientes párrafos de un folleto que escribió en esa época: 27
  • 38. “Y sobre todo, orad por vuestro pobre y diligente siervo que es buscado empeñosamente para ser entregado a la muerte, a fin de que Dios, Padre misericordioso, lo fortalez- ca con su Espíritu Santo y lo libre de la mano de los que in- justamente procuran su muerte, si esa es su Paterna volun- tad; y si no lo es, que le conceda en toda tribulación, tortu- ra, sufrimiento, persecución y muerte, valor, determinación, sabiduría y fortaleza”. En el año 1541, Menno estableció su campo de acción al S. de チ msterdam y el territorio inmediato conocido como provincia del N. de Holanda. Allí pasó la mayor parte de su tiempo durante los años 1541 a 1543, sin interrumpir su contacto con Friesland y Groningen. Aunque bautizó mu- chos en チ msterdam y los alrededores, sólo se ha conserva- do el nombre de dos de ellos: Lucas Lamberto y el librero Juan Claeszoon. Ambos perecieron como mártires el 19 de enero de 1544, poco después que Menno abandonó la re- gión. Claeszoon o Claasen hacía circular los escritos de Menno y seguramente publicó algunos de ellos. Además era ministro ordenado. Durante los cinco años de labor en los Países Bajos, Menno se ocupó mucho de difundir sus obras, que apare- cieron en número de siete. Cinco de ellas eran más bien pe- queños folletos variando entre las veinte y sesenta páginas de un libro de tamaño mediano. Los dos más importantes fueron “Los Fundamentos de la Doctrina Cristiana”, libro de doscientas cincuenta páginas, escrito en 1539 y “De la Verdadera Fe Cristiana” de ciento sesenta páginas escrito en 1541. “Bautismo Cristiano” publicado en 1539 tiene también cierta importancia. Todas las obras de este período de la vida de Menno son exposiciones substanciales de doctrinas fundamentales, como arrepentimiento, fe, nuevo 28
  • 39. nacimiento, santidad, y temas similares. No eran tratados eruditos, sino más bien libros simples, adaptados al común de las gentes y apropiados a las grandes necesidades de la época. Por esa razón fueron ampliamente leídos y prestaron un espléndido servicio fortaleciendo la fe de muchos que estaban turbados y desorientados por los numerosos con- flictos de la hora. No es extraño, pues, que las autoridades se preocuparan tanto por destruir los escritos de Menno, y que impusieran severas penas a los que los leyeran o distri- buyeran. 29
  • 40. Capítulo IV Actividades al noroeste de Alemania (1543-1546) Comprendiendo que un vasto campo de acción se le ofrecía al noroeste de Alemania donde los severos edictos del Emperador y la Regente no tenían vigor, Menno aban- donó definitivamente Holanda a fines de 1543, después de siete años de ardua y fructífera labor. Los restantes 18 años de su vida los dedicó a levantar la iglesia del noroeste de Alemania, territorio inmediato al E. de Holanda. La ex- tensión comparada de sus trabajos en los dos países de- muestra que Menno fue menos holandés que alemán, du- rante sus 25 años de servicio como Obispo Menonita, he- cho que muy raramente es reconocido como se debe. Las persecuciones eran mucho menos severas en estos territo- rios que en el Este de Holanda, primeramente porque el Emperador, que era adicto católico ejercía muy poco poder e influencia allí, y en segundo término porque muchos de los dirigentes y la nobleza menor eran partidarios de la tole- rancia. La vida de Menno en Alemania puede dividirse en tres períodos desiguales que vamos a estudiar separada- mente. l), Algunos meses en Friesland Este; 1543-1544. 2), Dos años en el obispado de Colonia; 1544-1546. 3), Quince años en Holstein y la región costanera del Báltico. A principios del invierno de 1543-1544, Menno con su familia aparece al E. de Friesland donde gobernaba la con- 30
  • 41. desa Ana, siendo su capital la ciudad costera de Emden. En esta época el país se hallaba en transición, del catolicismo al protestantismo, por lo que los “anabaptistas” fueron tem- porariamente tolerados. Ana acababa de autorizar (1543) a Juan a’Lasco, un Re- formador Zwingliano nativo de Polonia que había trabajado activamente en la provincia desde 1540, para que organizara la proyectada Nueva Iglesia Protestante del Estado. El lugar exacto en que Menno se estableció al llegar a Friesland es desconocido, sabiéndose únicamente que no fue en Emden, aunque allí existía una bien organizada con- gregación o hermandad, establecida bajo la dirección de Obbe y Dirk Philips. Debido a la tolerancia del gobierno de la condesa Ana varias sectas se establecieron en Friesland además de los “Menonitas”. Entre ellas se hallaban los Bateriburgueses que, como seguidores de Jan van Bateriburg todavía sus- tentaban las sangrientas doctrinas de Münster; los davidien- ses, seguidores del fanático visionario David Joris, colabo- rador de los hermanos Philips, de los cuales se separó en 1536. Cuando Juan a’Lasco empezó su trabajo de reformador en Friesland en 1543, pronto advirtió las diferencias entre las sectas fanáticas y revolucionarias y los pacíficos y relati- vamente ortodoxos Menonitas. Seriamente interesado so- bre cuál debería ser el trato que debería darse a todos equi- tativamente, se alegró mucho al enterarse por intermedio de varios hermanos, de la llegada de Menno Simons como lí- der en la provincia y lo invitó a ir a la capital para sostener una entrevista sobre cuestiones teológicas. Esta entrevista, llamada por algunos debate o disputa, a pesar de no haber 31
  • 42. pasado de una discusión semipública, se celebró con el be- neplácito de las autoridades, del 28 al 31 de enero de 1544, en la capilla de un monasterio Franciscano Reformado de Emden. Varios ministros de la Reforma y otros estuvieron presentes. Se necesitaron tres días para tratar todos los tópi- cos en discusión, que fueron los siguientes: la encarnación de Cristo, santificación, bautismo, pecado original y llama- miento de ministros. En dos asuntos, pecado original y san- tificación, Menno y a’Lasco coincidían; en los tres restantes no hubo acuerdo posible. Menno mismo testifica que fue tratado con bondad y que lo único que se le pidió fue que presentara una exposición escrita de su fe ante las autorida- des, que tendrían así una información segura y autorizada de los principios que Menno y sus seguidores sustentaban. El prometido informe fue presentado por Menno tres meses más tarde con el título de “Breve y clara confesión, e instrucción bíblica.” Reparte su contenido (cerca de seten- ta) en dos de las doctrinas más discutidas: la encarnación y el llamamiento al ministerio, y promete una exposición pos- terior del tercer punto, o sea del bautismo. Este último in- forme no fue presentado; a’Lasco procedió a la publicación de la exposición de Menno sin su consentimiento. Intentó, al hacerlo, usarla como arma contra los Menonitas, mien- tras que Menno confiaba conseguir con ella el reconoci- miento de las autoridades o por lo menos su tolerancia. A’- Lasco publicó una refutación a esta exposición en un libro escrito en latín, que apareció en Bonn el año siguiente (1545). Tiempo después, en 1554, Menno replicó en un li- bro de alrededor de cien páginas, titulado “Clara e incontro- vertible confesión y demostración.” La actitud de a’Lasco hacia los Menonitas fue un tanto confusa. Sin duda advirtió a las autoridades que no permi- 32
  • 43. tiesen que se radicaran en el territorio líderes como Menno, aunque parecía dispuesto a conceder tolerancia a los miem- bros, y ponía cuidado al distinguirlos de grupos tan radica- les como los Batenburgueses. Cuando la condesa Ana en 1544 bajo la presión de Ho- landa emitió un edicto desterrando a todos los “anabaptis- tas” a’Lasco la persuadió para que lo modificara en el senti- do de expulsar a los extremistas y conceder a los “Mennis- tas” un trato más benigno, sometiéndolos al control de a’- Lasco; pero finalmente la expulsión fue decretada. Este de- creto modificado en 1545 es de interés histórico por tratarse del primer documento en el cual el nombre de “Mennistas” o Menonitas se usó para referirse a los seguidores de Men- no Simons. Hacia mediados de 1544, posiblemente en mayo, Menno abandonó Friesland Oriental para buscar refugio y paz en el territorio u obispado de Colonia: Dos razones impelieron a Menno hacia tierras del Rin. Una fue posiblemente la exis- tencia en ese territorio de numerosas y florecientes congre- gaciones de los Hermanos. La otra fue la política de toleran- cia del Arzobispo Herman von Wied, que era favorable a la Reforma, y que en esa época estaba empeñado en transfor- mar el arzobispado en principado luterano. Los dos años (1544-1546) que se le permitieron a Menno residir en el territorio de Colonia, hasta que Herman von Wied fue depuesto por sus enemigos católicos en 1546, se cuentan entre los más pacíficos y fructíferos de su vida. Los escasos datos que se han preservado de sus viajes y ocupa- ciones revelan que sus libros fueron ampliamente distribui- dos y leídos y que su nombre y fama crecieron rápidamen- te. En sus escritos posteriores Menno hace referencia a cier- tas experiencias que tuvieron lugar allí, mencionando el he- 33
  • 44. cho de haber sido invitado a discutir ciertas cuestiones teo- lógicas con predicadores de Bonn, en el Rin, y también con predicadores de Wesel en el territorio de Cleve. En Bonn, las autoridades, influidas por relatos de a’Lasco y su amigo Hardenberg, finalmente rechazaron el plan; mientras que los predicadores de Wesel, en su respuesta al ofrecimiento de Menno, le comunicaban que recibiría instrucciones del verdugo, a pesar de que previamente habían avisado a uno de los amigos de Menno, que estaban dispuestos a recibirle para discutir cuestiones doctrinarias. Vestigios de sus trabajos en Renania (Territorio del Rin) se han conservado en las confesiones y testimonios de al- gunos mártires. Entre los lugares mencionados en que pre- dicó, figuran Fischerwerst e Illekoven. En este último, Men- no vivió con un diácono llamado Lemke. Un mártir fue eje- cutado por transportar a Menno Simons y a otros dos hom- bres en bote desde su casa en Fischerwerst por el río Mosa a Roermornd. Cuando el benigno gobierno del arzobispo Herman llegó a su fin por haber sido depuesto a raíz de la derrota de los príncipes protestantes en la guerra de Smal- cald en 1546 y el catolicismo se restableció en toda la pro- vincia, Menno se vio obligado a abandonar Colonia. 34
  • 45. Capítulo V Actividades en Holstein (1546 -1561) Forzado a abandonar los territorios del Rin, Menno huyó con su esposa enferma y su pequeño hijito al territo- rio de Holstein, que quedaba al N. E. de Hamburgo, sobre la costa del Báltico. Ya algunos pequeños grupos de Meno- nitas huyendo de la persecución en Holanda habían busca- do refugio en esta región, que estaba bajo la soberanía del rey de Dinamarca, y por ende, fuera del alcance de las leyes anti-“anabaptistas” del imperio. Se ignora dónde se estable- ció Menno a su llegada, aunque vivió un tiempo en la ciu- dad de Wismar; su residencia definitiva fue la pequeña al- dea de Wuestenfelde, no lejos de Oldesloe, a mitad de ca- mino entre las ciudades Hanseáticas de Hamburgo y Lü- beck. La primera evidencia de la presencia de Menno en Holstein fue su participación en una polémica teológica en Lübeck en 1546, con Nicolás Blesdijk, yerno y prosélito del célebre David Joris y líder de la secta de los Davidienses. David Joris, flamenco, nacido en Bruselas, fue uno de los caracteres más notorios e interesantes producidos por la Reforma. Pronto se hizo Luterano ardiente, pero en 1541 cayó bajo la influencia de las enseñanzas de Melchior Hof- mann y se unió al grupo de los Melchioritas. Más tarde se unió a los Obbenitas y parece que fue ordenado ministro por Obbe Phillips antes que Menno Simons se uniera al grupo. Sin embargo cuando Joris se contaminó con las doc- trinas Münsteritas y adoptó tendencias fanáticas, por el año 1536, los Obbenitas lo expulsaron. Desde ese momento Jo- 35
  • 46. ris propició un movimiento de partidarios suyos que se co- nocieron con el nombre de Davidienses, aunque nunca lle- garon a ser numerosos. Finalmente en 1544, abrumado por las persecuciones y tribulaciones, los abandonó y adoptan- do el nombre de Juan de Bruselas se refugió en Basel, don- de murió en 1556. La enseñanza de Joris era una extraña mezcla de fanatis- mos teologales y paradojas. Pretendía haber recibido un lla- mamiento divino para ser profeta y establecer el reino de Dios en la tierra, sobre el cual debería reinar él como el ter- cer David. Tan lejos llegó en su doctrina, hasta enseñar que la obra y revelación de Cristo no eran suficientes y que las Sagradas Escrituras serían reemplazadas por sus propias obras literarias inspiradas, que contenían la revelación final de Dios. Su concepto del pecado carnal era tal que enseñó que el hombre interior no era afectado por lo que la carne hiciera, y por lo tanto las obras más groseras que ésta co- metiera, no serían consideradas como pecado. A conse- cuencia de esta enseñanza, aparecieron entre los Davidien- ses muchos pecados e inmoralidades, incluyendo adulterio y poligamia. Menno había atacado a David Joris y sus enseñanzas desde el primer momento. Incitado por lograr ataques de Menno en los “Fundamentos”, Joris le escribió una carta desafiándole a prepararse para una gran polémica. Menno replicó enérgicamente al desafío de Joris en una vigorosa carta escrita en 1542, donde puntualizaba que un mayor contacto entre los dos era imposible puesto que cada uno reposaba sobre plataformas radicalmente opuestas, ya que Menno seguía a Cristo y su Palabra, mientras que Joris se- guía sus necios y egoístas sueños y alucinaciones. Luego rogaba a Joris que dejase de escribirle, pues no leería ni una 36
  • 47. más de sus cartas hasta que hubiera aprendido a respetar y honrar la Palabra de Cristo. Cuando Joris desapareció del mundo de los negocios bajo el seudónimo de Juan de Bruselas, se puso fin a la cuestión personal, pero no al conflicto entre Menno y los Davidienses. En una casa de campo cerca de Lübeck, Men- no celebró un largo debate con el ya mencionado Nicolás Blesdijk, en el cual se trató del bautismo y otras cuestiones. Menno fue apoyado en el debate por Dirk Philips, Leonar- do Bouwens, Gillis de Aachen y Adam Pastor. Se impri- mieron versiones del mismo, pero parece que se han perdi- do. Sin embargo Blesdijk describe el encuentro en varios de sus libros especialmente en uno publicado en 1546 bajo el título “Vindicación y refutación cristiana… de la carta escri- ta por Menno Simons”. Entre los diversos puntos de discre- pancia entre Davidienses y Menonitas descuella uno. Men- no y sus fieles sostienen que la doctrina de la iglesia y su correcta organización y disciplina, era uno de los principios más importantes del Cristianismo, mientras que los Davi- dienses no querían saber nada de ello. Para ellos, la inter- pretación individual y Espiritual (como la llamaban) de las Escrituras, era el centro y base de la doctrina Cristiana. La presencia de otros cuatro hermanos en el debate de Lübeck con Blesdijk, hace suponer una cooperación organi- zada entre los Menonitas de esa época. Es una evidencia para creer que los obispos ya entonces empezaban a cele- brar reuniones o conferencias ocasionales y que tenían un plan de cooperación, mediante el cual se asignó a cada uno, un territorio determinado donde era responsable directo del trabajo pastoral, disciplina y bautismo de los nuevos con- vertidos. A Bouwens se le dio el Oeste (Holanda), Gillis de Aachen recibió el territorio del Rin, Dirk Philips la región de 37
  • 48. Dantzig y sus alrededores a lo largo del Báltico, mientras que Menno retenía el distrito central desde Friesland Orien- tal a Holstein y era reconocido como jefe entre los obispos. Se cree que Dirk Philips era obispo desde antes que Menno fuese ordenado en 1536. Gillis de Aachen fue ordenado obispo alrededor de 1542, mientras que Bouweris no lo fue hasta 1551. Desgraciadamente el líder primitivo de los “ana- baptistas”, Obbe Philips, se había desanimado en 1541 y había abandonado la causa a la cual sirvió con tanto empe- ño. Menno lo consideraba un apóstata. Los obispos ya mencionados, junto con otros, se reuní- an oportunamente en varios lugares. En tales asambleas se informaba sobre las condiciones de los distintos campos, se discutían problemas, se resolvían serios casos de disciplina y ordenanzas para la iglesia. La reunión de Lübeck de 1546 en ocasión del debate con Blesdijk, es la primera que se re- cuerda. Por lo menos dos asambleas más se llevaron a cabo el año siguiente, 1547, una en Emden y otra en Goch. El asunto principal que se consideró en estas reuniones fue el error de doctrina que se había puesto de manifiesto en la enseñanza de Adam Pastor (Roelof Martens) uno de los dirigentes que había sido ordenado en 1542 por Menno Simons y Dirk Philips. Pastor disentía en lo tocante a la di- vinidad de Cristo, pues sostenía que Cristo no existía como Hijo de Dios antes de su venida al mundo, y que era divino después de su encarnación únicamente en el sentido de que Dios moraba en él. Aceptaba la autoridad de la Biblia como Palabra de Dios, pero buscaba apoyo a su herejía en ciertas interpretaciones particulares. En la primera reunión de 1547 en Emden los obispos tenían esperanza de que Pastor vol- viera a su primitiva posición doctrinaria. A pesar de ello, el esperado cambio no se produjo y por lo tanto, en la segun- 38
  • 49. da reunión del mismo año en Goch, Pastor fue excomul- gado. El acusa a Menno de su excomunión, aunque existen evidencias de que fue Dirk Philips quien pronunció las pala- bras del anatema en nombre de todos. Al principio Pastor obtuvo éxito asegurándose prosélitos y causando algunos disturbios en la iglesia. Para contrarres- tar la influencia de sus ideas, Menno escribió en 1550 un fo- lleto sobre la deidad de Cristo, intitulado “Confesión del Trino Dios”. En términos seguros afirma la enseñanza bíbli- ca sobre este tema y previene a la iglesia enérgicamente contra la nueva doctrina, que es una perversión de la doctri- na fundamental del Evangelio. El folleto de unas veinte pá- ginas circuló entre las iglesias en forma de manuscrito. Más tarde los hermanos de Groningen imprimieron una copia. El último encuentro de Menno y Adam Pastor tuvo lugar en el debate de Lübeck en 1552. El propósito de la excomu- nión de 1547 fue doble; primeramente proteger la iglesia y segundo, hacer que el hombre considerara el error de su ca- mino, con la esperanza de restablecerlo. Esperando que Pastor se hubiera persuadido a volver, Menno accedió a la entrevista en 1552. De acuerdo al informe del mismo Pas- tor, el esfuerzo fue vano. Poco después se tienen noticias de los seguidores de Pastor. Después de un período de activi- dades en Renania y Westfalia, Pastor murió en Münster. Sus seguidores, que no fueron muchos, desaparecieron gra- dualmente. Se ha dicho antes, que el territorio asignado a Menno como obispo, comprendía el pastoreado de la región del N. de Alemania, Este de Groningen hasta Prusia, incluyendo Friesland Oriental, Oldenburg, Holstein, Meck1enburg y posiblemente Pomerania. Sus viajes a veces llegaron hasta fuera de estos territorios. En 1547 asistió a la reunión de an- 39
  • 50. cianos en Goch; en abril de 1549 estuvo en Friesland Orien- tal cerca de Leewarden; y en el verano de 1549 visitó a los Hermanos en Prusia. Esta visita es narrada por Menno mis- mo en una carta a los hermanos de aquel lugar, fechada en octubre de 1549. La carta consiste principalmente en un lla- mado a mantener la paz y unión que había sido restablecida entre ellos después que una seria controversia tuvo fin con la visita de Menno, el verano anterior. Apenas llegado Menno de dirimir las dificultades en Pru- sia, sintió necesidad de hacer un viaje a las congregaciones occidentales con una misión similar. La influencia de la en- señanza herética de Pastor acerca de la deidad de Cristo, to- davía causaba disturbios, y habían surgido nuevas disiden- cias sobre la aplicación del anatema en las excomuniones. Sobre ambos tópicos Menno escribió sendos folletos en 1550. El dirigido contra Pastor ya ha sido mencionado; el segundo se titulaba “Una Exposición Clara de la Excomu- nión”. Este último, de unas cuarenta y cinco páginas fue distribuido entre las iglesias en forma de manuscrito. No se imprimió hasta 1597. Versaba sobre el objeto, práctica y al- cance del anatema e iba dirigido directamente contra aque- llos que deseaban aplicarlo únicamente en cuestiones espiri- tuales. En el transcurso de su viaje al occidente, se efectuó una conferencia en Emden en 1549, en la cual, entre otras cosas uno de los ministros, Francis Kuyper, fue excomulga- do por Menno debido a que sostenía puntos de vista sin base bíblica sobre justificación por la fe y otros puntos. Aparte de los dos breves folletos de 1550 (que no se im- primieron de inmediato) escasas cartas muy breves y cuatro petitorios cortos escritos en 1551 y 1552, Menno no publicó nada de importancia entre 1541 y 1554 excepto su “Réplica a Gellius Faber” en 1552, un libro de alrededor de doscien- 40
  • 51. tas a cincuenta y cinco paginas. Una de las razones fue tal vez, el hecho de hallarse muy ocupado con sus viajes y el cumplimiento de sus obligaciones como obispo, que no le dejaban tiempo libre para escribir. Otra razón habrá sido la dificultad de conseguir editores que quisieran imprimir sus libros. Los cuatro petitorios mencionados estaban dirigidos en forma general a las autoridades civiles y a los hombres entendidos y maestros de las iglesias Reformadas del Esta- do y Luteranas de Alemania. El objeto de estos petitorios era refutar los cargos de herejías y fanatismo que recaían constantemente sobre los Menonitas. En ellos Menno ase- guraba en los términos más enérgicos que ni él ni sus feli- greses tenían relaciones de ninguna naturaleza con Müns- ter, y que su único propósito era ser fieles Cristianos y cre- yentes verdaderos de la Biblia. También solicitaba debates públicos en los cuales tendría oportunidad de refutar las fal- sas acusaciones de sus enemigos. La “Réplica a Gellius Faber” anteriormente mencionada, era una extensa exposición de seis asuntos fundamentales: el llamamiento de obreros, bautismo, cena del Señor, anate- ma, iglesia y encarnación. Faber, Pastor Reformado de Em- den, junto con a’Lasco había atacado las doctrinas de los Menonitas, aunque sin dirigir sus ataques especialmente contra Menno. Este es el libro más extenso de Menno, aun- que de escasa importancia, pues en él sólo repite las doctri- nas expuestas anteriormente. Lo más importante en él es el relato que hace de su conversión y llamamiento al ministe- rio, que fue reimpreso más tarde por separado. Durante el invierno de 1553-1554 Menno pasó una tem- porada en la ciudad Hanseática de Wismar en la costa del Mar Báltico entre Lübeck y Rostock. Allí alternó con la congregación Menonita, aunque se esforzaba por mantener 41
  • 52. incógnito el lugar de su residencia. A pesar de su intención de mantener el secreto, se vio envuelto en forma sumamen- te interesante en una discusión teológica con dos ministros Reformados. Sucedió más o menos así. Una embarcación con Refugiados procedentes de Londres, que habían aban- donado Inglaterra a causa de las persecuciones llegó al puerto de Wismar el 21 de diciembre de 1553. Los Menoni- tas de la ciudad fueron los únicos dispuestos a socorrer a los refugiados necesitados, cuyo buque había quedado blo- queado en el hielo a poca distancia de la costa. Durante es- tas comunicaciones los dos grupos se vieron envueltos en una discusión doctrinaria de tal magnitud, que el caudillo de los refugiados, Herman Backereel, pidió una entrevista con Menno Simons. Esta tuvo lugar el 26 de diciembre de 1553. Sintiendo la necesidad de apoyo, el grupo de Reformados llamó en su ayuda a Martín Micrón de Norden en Friesland Oriental, uno de su dirigentes. Menno y Micrón sostuvieron dos extensas polémicas en presencia de muchos amigos e interesados; ambas se realizaron en la casa que Menno ha- bitaba, el 6 y 15 de febrero de 1554 respectivamente. Los tres debates: el sostenido con Beckereel y los dos con Mi- crón se celebraron en el más estricto secreto y bajo la pro- mesa del grupo de Reformados de no revelar a las autorida- des el refugio de Menno. El debate del 6 de febrero versó sobre el bautismo, encarnación, juramento, divorcio, llama- miento de ministros, ejercicio de la autoridad civil, termi- nando amistosamente. El segundo, a requerimiento de Mi- crón, que conocía el punto débil de Menno, se redujo ex- clusivamente a la cuestión de la encarnación y terminó con disgustos para ambas partes. No se dio a conocer la versión de estos debates hasta 1556 en que Micrón publicó un libro intitulado: “Un relato verídico” que contiene una relación parcial y hasta cierto punto falsa, de lo acontecido incluyen- 42
  • 53. do cargos personales contra Menno. Este le contestó ense- guida con “Réplica clara y puntualizada” de cerca de dos- cientas páginas, una de las obras más extensas de Menno. Dos años después, en 1558, Micrón volvió a la liza con el li- bro titulado: “Llamado a rendir cuentas” (A Reckoning). Inmediatamente después del debate con Micrón en 1554, Menno tomó parte en otra importante reunión en Wismar, pero de carácter muy distinto; una conferencia de obispos y dirigentes de la Iglesia Menonita. Varios casos de disciplina habían creado dificultades, por lo que se hacía necesaria una asamblea de pastores para asegurar y mantener la uni- dad y armonía en la iglesia. El resultado de la conferencia fue una serie de nueve resoluciones que versaban sobre asuntos como: el matrimonio con personas ajenas a la igle- sia, aplicación del anatema, utilización de los tribunales de justicia, porte y uso de armas, y la necesidad de autoriza- ción de la iglesia y del obispo para predicar. Desgraciada- mente el texto en que se han preservado estas resoluciones está tan adulterado que es imposible conocer a ciencia cier- ta su contenido original. Siete obispos participaron en esta reunión presidida por Menno. Asistieron entre otros, Dirk Philips, Leonardo Bouweris y Gillis de Aachen. Respecto a la aplicación del anatema, las resoluciones fueron dema- siado severas; tanto, que en una conferencia celebrada en Estrasburgo, en 1557, los hermanos de Suiza y sud de Ale- mania decidieron redactar una resolución disintiendo con las de Wismar y enviar dos delegados a Menno Simons para solicitarle que moderara la actitud adoptada por los obispos del N. de Alemania. La creciente presión ejercida por las autoridades civiles eclesiásticas de Wismar contra los Menonitas hizo que fi- nalmente Menno resolviera abandonar la ciudad. Por esta 43
  • 54. razón cambió su residencia durante el verano o el invierno de 15 5 4 a una localidad occidental, cercana a la ciudad de Oldesloe entre Lübeck y Hamburgo. Cierto noble, llamado Bartolomé von Ahlefelt que vivía en las inmediaciones, per- mitía desde 1543 que los Menonitas que huían de la perse- cución se refugiaran en sus tierras, llamadas “Fresenburg”. Un impresor Menonita de Lübeck que tenía una imprenta clandestina en la cual imprimía gran número de libros Me- nonitas así como Biblias y concordancias, que eran distri- buidas a distancias tan apartadas como チ msterdam, tam- bién se vio forzado a buscar un lugar más seguro para sus actividades. Primeramente se fue a Oldesloe donde le fue- ron confiscados diez toneles llenos de libros, y finalmente a Freseriburg, donde posiblemente llegó a fines de 1554. Aunque no se ha probado, es posible que dicho impresor fuera el editor de Menno, o tal vez Menno mismo ya que efectivamente, Menno fue de Wismar a Lübeck y de allí a Oldesloe y finalmente a Fresenburg. Es más probable sin embargo, que el impresor fuera un generoso miembro de la iglesia y amigo de Menno, pues es bien sabido que éste per- maneció pobre hasta el fin de sus días. Por esta época Men- no se estableció en Wuestenfelde, aldea del territorio de Fresenburg. Como la persecución arreciaba en la región circundante, los Menonitas, en número cada vez mayor, encontraban un seguro refugio bajo la protección del Barón von Ahlefelt en Fresenburg y Wuestenfelde. El rey de Dinamarca trató de persuadir a von Ahlefelt que cambiara su política de tole- rancia y arrojara a los Hermanos pero él se opuso, pues ha- bía sido favorablemente impresionado en sus días juveniles por la firmeza de los Menonitas, bajo persecución, sufri- miento y muerte. En Fresenburg y Wuestenfelde, Menno encontró tiempo y tranquilidad para revisar muchos de sus 44
  • 55. primeros escritos y verterlos del original al dialecto que se hablaba en esa comarca, llamado “Oosterche” o dialecto oriental. Todas sus obras posteriores fueron escritas en este dialecto. Un total de diez libros y folletos se imprimieron en Lübeck y Fresenburg durante los años 1554-1561. Los últimos años de la vida de Menno se vieron amarga- dos por serias y a veces graves controversias entre las igle- sias del Oeste sobre asuntos de disciplina, particularmente acerca de la severidad en la aplicación del anatema y sepa- ración de los miembros excomulgados. Ya en 1550 en su li- brito sobre “Excomunión” Menno había expresado su de- seo de evitarse disgustos posteriores por esta cuestión. Las divisiones más graves tuvieron lugar después de la muerte de Menno. Las primeras noticias de esta aguda controversia llegaron a conocimiento de Menno en 1555 en forma de una carta de cinco hermanos “de buena reputación” que vivían en Fra- neker Oeste y Frieslandia Oeste en la cual relataban que al- gunos desearían que no se aplicara la excomunión sin tres amonestaciones previas, excepto en casos de pecado muy grave. Menno aprobó este procedimiento más moderado aún contra los que exigían una inmediata y ruda excomu- nión sin amonestaciones. Otro asunto que originó grandes disgustos fue el de ais- larse o evitar a las personas excomulgadas, particularmente tratándose de miembros de la misma familia. Como la polé- mica crecía, se enviaron a Menno carta tras carta desde Ho- landa, rogándole que dictaminara al respecto. Leonardo Bouwens apoyaba a los extremistas en su demanda y cuan- do finalmente trató de expulsar a una mujer casada de Em- den, porque rehusaba apartarse de su esposo, Menno se vio obligado a tomar una determinación. En una carta fechada 45
  • 56. el 12 de noviembre de 1556, protesta enérgicamente contra las creencias y prácticas extremas. Hizo un viaje desde Holstein a Friesland 0. en la esperanza de promover unidad y armonía, pero consiguió éxito sólo en parte, pues la divi- sión pareció persistir. Volvió a Wuestenfelde con el corazón dolorido y quebrantado por el lamentable estado de cosas en la iglesia que amaba con toda su alma. Sus sentimientos están bien expresados en una carta dirigida a su cuñado Reyn Edes en 1558: “。Reyn hermano mío! Si pudiera estar contigo aunque sólo fuese medio día para contarte algo de mi dolor, aflicción y amargura y de la pesada carga que ten- go que soportar por el futuro de la iglesia... Si Dios Todopo- deroso no me hubiera fortalecido durante el año pasado, como lo sigue haciendo, hubiera perdido el juicio. No hay nada sobre la tierra que ame más que a la iglesia; y es preci- samente por ella que debo padecer toda esta aflicción”. La posición definitiva de Menno respecto a la ex- comunión le crearía nuevas dificultades con otros grupos de Menonitas de la Renania y sud de Alemania. En abril de 1556 antes que fuera a Frieslandía O. dos miembros de los territorios del Rhin, llamados Zylis y Lemke, junto con otros lo habían visitado en Wuestenfelde a fin de discutir la cuestión del anatema y separación. Ellos se inclinaban a una menor severidad. Dejaron a Menno sólo parcialmente convencido, pero consintió en considerar el asunto a fondo y exponerlo ante algunos hermanos del S. de Alemania en procura de consejo. Menno entregó a Zylis una exposición escrita de su posición para presentar a dichos hermanos. Cuando en 1557 manifestaron la opinión final de Menno respecto a la separación, ante una importante asamblea en Estrasburgo, a la cual asistieron cerca de cincuenta obispos de muchos lugares, encontraron una enérgica reacción ne- 46
  • 57. gativa. La asamblea resolvió rechazar la separación de los cónyuges por excomunión de uno de ellos y redactó una carta dirigida a Menno y sus colegas del N. de Alemania, conteniendo una vehemente súplica en pro de mayor indul- gencia en cuanto a romper toda clase de relaciones con los excomulgados. En la carta expresaban su ardiente deseo de ser uno en paz y unión con sus hermanos del Norte. Tam- bién manifestaban su desacuerdo con la teoría personal de Menno acerca de la encarnación. La apelación de la conferencia de Estrasburgo sería vana. La unidad no se consiguió, pues los hermanos del N. eran implacables en lo tocante a la separación. En el año 1558, Menno y Dirk Philips publicaron sendos tratados so- bre el asunto en discusión. En el de Menno intitulado: “La Excomunión” estaba claramente expuesta su severa actitud sobre separación, que incluía la ruptura de todos los lazos humanos, hasta los del matrimonio y la familia, debiendo producirse únicamente en caso de excomunión de la iglesia. Este folleto provocó serias controversias. Zylis y Lemke en- cabezaron la oposición, por lo que Menno se vio precisado a publicar un folleto contra ellos en enero de 1560, titulado: “Réplica a Zylís y Lemke”. En este folleto que fue su pos- trer escrito, Menno defiende su posición y finalmente anun- cia que no podría seguir considerando hermanos a tales hombres. La vida de Menno después de este episodio, no fue muy larga. Su salud nunca había sido muy buena, y la vida de asperezas y privaciones, así como la carga de las iglesias, minaron su escasa resistencia, particularmente después de haberse fracturado una pierna en Wismar, lo cual le obliga- ba a usar muletas a veces. La muerte lo alcanzó en su lecho de enfermo el 31 de enero de 1561, exactamente veinticinco 47
  • 58. años después de su renuncia al catolicismo en Witmarsum. Su esposa le había precedido en la muerte entre los años 1553 y 1558, así como dos hijos, un varón y una niña; sólo una hija le sobrevivió. Fue sepultado en su propio jardín en Wuestenfelde. Desgraciadamente no puede determinarse con exactitud el lugar, debido a la devastación de Wuesten- felde durante la Guerra de los Treinta Años, aunque se ha establecido lo más aproximadamente posible en 1906 fecha en que se erigió un modesto memorial en testimonio de la obra de Menno al servicio de Dios y de la iglesia que tanto amó. 48
  • 59. Capítulo VI Importancia de Menno Simons Menno Simons no es el fundador de la Iglesia Menonita. Esta fue fundada en Zurich, Suiza, en enero de 1525 por Conrad Grebel, Félix Manz, George Blaurock y otros, once años antes que Menno renunciara al Catolicismo. Tampoco fundó la Iglesia de Holanda. Si alguno merece este título, es Obbe Philips que en 1533 empezó a congregar a los Herma- nos en Friesland. Pero a pesar de esto, existe una razón his- tórica para que la Iglesia Menonita ostente el nombre de Menno Simons, pues en tiempos de gran necesidad Menno fue el guía enviado del cielo que encaminó los escasos y es- parcidos creyentes, dándoles el ejemplo que necesitaban, en fe, espíritu y doctrina. El fue quien los dirigió con seguri- dad y les hizo pasar a salvo épocas de tribulación “a pesar de peligros, fuego y espada”. La grandeza de Menno no reside tanto en su elocuencia, aunque era un buen orador, ni en su arte literario, aunque podía escribir bien para el común del pueblo. No era un gran teólogo, aunque sabía presentar las enseñanzas de la Biblia con fuerza y claridad. Tampoco fue un gran organiza- dor, aunque prestó un verdadero servicio a la naciente igle- sia mediante la orientación que dio a obispos y pastores. Pero Menno fue uno de los grandes líderes religiosos de su época y de su nación, tal vez el más conspicuo de los Países Bajos, en su tiempo. Su obra e influencia han tenido un va- lor permanente en la historia de la iglesia que lleva su nom- bre y a través de ellas, su importancia ha llegado al mayor número de iglesias libres de Inglaterra y América. 49
  • 60. La grandeza de Menno Simons reside en tres factores esenciales: su carácter, sus escritos, su mensaje. Su carácter constituyó una fuerza firme, segura, constructiva, en los lar- gos y duros años de persecución y angustia, desde 1535 a 1560, con su profunda convicción, devoción inconmovible, valor intrépido, y serena confianza. Sus escritos, aunque pa- rezcan al considerarlos en conjunto, repetidos e insignifi- cantes, incluyen algunos tratados admirables para la época, agudos, sencillos, bien ajustados a su propósito. Llegaron al común del pueblo a su debido tiempo y fueron poderosos agentes para la edificación y fortaleza de la iglesia y para conseguir nuevos adherentes. Pero más que todo, fue el mensaje de Menno lo que le hizo el gran líder de una gran causa. No construyó un nuevo sistema de Teología, ni des- cubrió un principio nuevo ni uno por largo tiempo olvida- do; alcanzó, simplemente, una clara visión de dos ideales bíblicos fundamentales: el ideal de la santidad práctica y el ideal del alto puesto de la iglesia en la vida del creyente y en la causa de Cristo. Sobre la base del primer ideal, luchó por un genuino cambio de vida y la práctica constante de una vida cristiana como Cristo la enseñó y vivió; la vida de justicia, santidad, pureza, amor y paz. Para él, el Cristianismo era algo más que una mera fe; era fe y obras. Y este Cristianismo prácti- co significaba para Menno el abandono absoluto, de parte del cristiano, de toda clase de contienda y guerra, en fin, del uso de la fuerza en cualquier forma, así como la completa separación del pecado de la sociedad mundana. El ideal de la iglesia que Menno sustentaba, era el principio de la doc- trina y vida cristianas en su concepto cabal. Para él, la igle- sia era el representante y agente de Cristo en el mundo, y como tal, debía mantenerse santa y pura en vida y doctrina y dar un fiel testimonio hasta su segunda venida. Estos ide- 50
  • 61. ales de Menno han sido los principales en los cuatrocientos años de historia menonita, porque también han sido com- partidos por los Menonitas suizos y sudalemanes, y consti- tuyen el canon de la Iglesia Menonita. De ellos surgió la idea de la completa separación de la iglesia y el Estado, de tolerancia y libertad de conciencia, de normas sociales y morales elevados, de la predicación y práctica de la paz, de la absoluta soberanía de Cristo sobre los suyos en este mundo, ideales todos avanzados para su época, pero que aún hoy día constituyen legítimamente la posesión común y muy apreciada de una gran parte del Protestantismo In- glés y Americano. No es por lo tanto a la grandeza de Menno Simons, el hombre, ni a sus humanas proezas, que rendimos este tribu- to de admiración; nuestra admiración va dirigida a la gran- deza de los ideales y convicciones que poseía su alma y go- bernaban su vida, y que han sido motivo de bendición para innumerables seres desde sus días. 51
  • 62. Capítulo VII Extractos de los escritos de Menno Simons sobre doctrina cristiana PARTE 1 1. La autoridad de las Escrituras Querido lector: te amonesto y aconsejo que si buscas a Dios con todo tu corazón y no quieres ser engañado, no de- bes depender de los hombres ni de sus doctrinas, no impor- ta lo antiguas, santas y excelentes que se consideren, pues los teólogos se contradicen entre si, tanto en los tiempos pasados como en los actuales. Básate en Cristo únicamente y en su Palabra, en la enseñanza segura y práctica de sus santos apóstoles y serás por la gracia de Dios, preservado de toda falsa doctrina y del poder del diablo y andarás de- lante de Dios confiada y piadosamente. (L37). Esta santa iglesia cristiana tiene sólo una doctrina: la Pa- labra de Dios pura, sin mezcla y sin adulteración, el Evan- gelio de gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Toda enseñan- za y mandamiento que no concuerde con la doctrina de Cristo, sean ellas enseñanzas y opiniones de doctores, man- damientos de papas, concilios ecuménicos o lo que fuere, no son sino enseñanzas y mandamientos de hombres (Mat. 19:5) doctrinas diabólicas (I Tim. 4:1) y por lo tanto, maldi- tas (Gál. 73). No enseñamos ni escribimos sino la Palabra 52
  • 63. pura y divina y los mandamientos perfectos de Cristo Jesús y sus apóstoles. (II:193b) . Puesto que Gellius apela a Tertuliano, Cipriano, Oríge- nes y Agustín, mi respuesta es, primero: si estos escritores pueden apoyar su enseñanza con la Palabra de Dios y sus mandamientos, estoy dispuesto a admitirlos. De lo contra- rio es doctrina de hombres, y maldita de acuerdo a las Es- crituras. (Gál. 13). (II:49a). Os decimos verdad y no mentimos. Si cualquiera, bajo la bóveda celeste, puede demostrar con las Sagradas Escritu- ras que Jesús, el Hijo del Dios Altísimo, la sabiduría y ver- dad eternas al cual únicamente reconocemos como el legis- lador y maestro del Nuevo Testamento, ha ordenado una sola palabra a este respecto (Bautismo Infantil), o que sus santos apóstoles lo enseñaron o practicaron, no será nece- sario recurrir a la tortura ni a la fuerza para convencernos. Mostradnos solamente la Palabra de Dios al respecto y todo quedará terminado. (I:31a) . Considero necesario y conveniente aconsejar a mis bien amados lectores que no acepten mi doctrina como el Evan- gelio de Jesucristo hasta que hayan investigado por sí mis- mos y comprobado que concuerdan con el Espíritu y Pala- bra del Señor, así su fe no estará fundada en mí o en ningún otro maestro o escritor, sino únicamente en Jesús. (II:248b). 2. La trinidad de Dios Creemos y confesamos con las Sagradas Escrituras que hay un solo eterno Dios, creador del cielo y de la tierra, el mar y todo lo que contiene; un Dios a quien el cielo y el cielo de los cielos no pueden contener, cuyo trono es el cie- 53