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In memóriam
Ambos, José Fernández Huerta y José Luis Rodrí-
guez Diéguez, fueron mis maestros. Por los dos
sentí una enorme admiración porque fueron per-
sonas capaces de abrir nuevos camino en la Didác-
tica en circunstancias no fáciles para nadie. Por eso
se merecen nuestro recuerdo y nuestro homenaje.
Ninguno de los que hoy continuamos en esa mis-
ma trinchera seríamos lo mismo de no haber con-
tado con sus aportaciones y, para fortuna de algu-
nos, con su apoyo. Este es mi pequeño homenaje a
dos didactas que marcaron buena parte de lo que
la Didáctica ha sido en el último medio siglo.
Introducción: hablar de Didáctica
es hablar de docencia
Cuenta Baeriswyl (profesor de la Universidad de
Friburgo) que asistía a una conferencia que tenía
que ver con la Didáctica. Un colega americano
sentado a su lado le preguntó comenzando la
conferencia: «¿Qué es eso de la Didáctica?». Él
respondió sin pensar mucho: «La ciencia de en-
señar». «¡Ah!», aceptó el americano, sin enten-
der demasiado. La conferencia siguió su curso.
Bastante mal. El conferenciante no desarrolló
bien el asunto; las láminas estaban borrosas;
distribuyó tan mal el tiempo que al final fue
una carrera rápida que le obligó a dejar sin to-
car aspectos básicos del tema, etc. En resumen,
un desastre. En un momento determinado, Ba-
eriswyl se volvió hacia su colega y le tocó en el
hombro y le dijo: «Didáctica es lo que le está
faltando a esta conferencia». Y el americano
contestó: «Ahora entiendo bien lo que quiere
decir».
Dejemos para un momento posterior la bús-
queda de etimologías y explicaciones semánti-
cas y vayamos al corazón de la Didáctica y a su
LA DIDÁCTICA UNIVERSITARIA
MIGUEL A. ZABALZA BERAZA
Universidad de Santiago de Compostela
Al socaire de las dinámicas generadas por el proceso de convergencia hacia el Espacio Europeo
de Educación Superior (EEES) y la revaloración de la docencia que lleva implícita, el autor dis-
cute la naturaleza y estructura de la Didáctica Universitaria como un campo de estudios espe-
cializados sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje en la universidad. El conocimiento di-
dáctico se construye a través del estudio sistemático de las prácticas docentes. La estructura de
la disciplina viene configurada por nueve variables principales: profesores; alumnos y conteni-
dos; la relación entre profesores, entre alumnos y entre contenidos; la relación de profesores con
contenidos, de profesores con alumnos y de alumnos con contenidos. Finalmente, se analizan las
aportaciones que la Didáctica Universitaria puede hacer al proceso de convergencia.
Palabras clave: Didáctica Universitaria, EEES, Proceso de Bolonia, Calidad de la docencia
universitaria, Pedagogía universitaria, Enseñanza universitaria, Análisis de la enseñanza.
Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 489Fecha de recepción: 19-03-07 • Fecha de aceptación: 15-04-07
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sentido en el mundo universitario actual. Ha-
blar de Didáctica es hablar de Docencia. De
toda la docencia. No es, por tanto, hablar de pe-
dagogía o de pedagogos, sino de docencia y do-
centes. Esto es, del trabajo que todos los profe-
sores y profesoras universitarios hacemos en
las clases, en los laboratorios, en la formación
de nuestros estudiantes.
Aunque se pudiera, y en una revista como Bor-
dón parecería lo más sensato, no quiero hacer
aquí un discurso demasiado técnico dirigido a
especialistas en educación. Justamente, por eso,
opto por hablar de Didáctica Universitaria y no
de Pedagogía Universitaria como se hace en el
contexto francófono. Para evitar confusiones.
Todos hacemos didáctica porque todos y todas
enseñamos. Ésa es, por encima de de cualquier
otra consideración, la dimensión básica de
nuestro trabajo como profesores. Me gustaría
reflexionar, por tanto, sobre la actuación didác-
tica del profesorado universitario, lo que tiene
de didáctico nuestra actuación docente. De lo
que la Didáctica nos puede aportar para enten-
der mejor la docencia y para poder mejorarla. Y
lo haré pensando en todo el profesorado. Todos
los profesores y profesoras somos didactas y to-
dos desarrollamos actividad didáctica. El hecho
de que desarrollemos esa actividad en institu-
ciones o carreras diferentes condicionará la for-
ma de ejercitarla pero no quiebra la unicidad
substantiva de lo que constituye el quehacer di-
dáctico.
De todas formas, siendo éste, la docencia en la
universidad, un vasto territorio profesional, cen-
traré mis reflexiones en algunos aspectos selec-
cionados que puedan resultar de interés para to-
dos: a) el sentido de la docencia universitaria y
su recobrada relevancia en el momento actual de
convergencia hacia un Espacio Europeo de Edu-
cación Superior (EEES); b) la Didáctica Univer-
sitaria en ese contexto y su sentido para la mejo-
ra de la práctica docente; c) la demanda europea
de una docencia basada en el aprendizaje y la
idea de las «coreografías docentes» como enfo-
que original para conseguirlo; y d) el «silencio»
como condición básica para la mejora del apren-
dizaje de los estudiantes.
Una cuestión previa: ¿centralidad
o marginalidad de la docencia
en la universidad?
No tendría sentido hablar de didáctica univer-
sitaria, salvo en auditorios especializados, si la
cuestión de la docencia fuera irrelevante como,
de hecho, lo ha venido siendo durante bastante
tiempo. Por eso, déjenme preguntarme antes de
nada, dónde está la docencia en nuestra jerar-
quía de prioridades, en el ático o en el sótano 3.
¿Qué importancia tiene realmente la docencia
en el conjunto del funcionamiento de una uni-
versidad?
Si atendemos a lo que proclaman los candida-
tos a rector en el proceso de elección podría-
mos sacar la conclusión de que la docencia
constituye el elemento central, la sustancia del
quehacer universitario. Por lo contrario, si da-
mos crédito a lo que vemos en la dinámica co-
tidiana de las instituciones, la forma en que se
establecen las prioridades, la forma en que se
incentiva al profesorado o la forma en que el
profesorado universitario construye (construi-
mos) nuestra identidad profesional, podríamos
concluir que la docencia sigue siendo una di-
mensión bastante marginal en la acción institu-
cional y en la actuación de muchos profesores.
Pero, en todo caso, y aún siendo críticos con la
situación actual, podríamos decir que en los úl-
timos años están cambiando las tornas. La do-
cencia va adquiriendo una relevancia progresiva
en la preocupación y en los planes estratégicos
de nuestras universidades. No es, desde luego,
una preocupación nueva. Tampoco es, de hecho,
el resultado de la aparición de nuevas leyes uni-
versitarias y ni siquiera parece algo que se deri-
vase de los procesos de evaluación institucional
desarrollados en los últimos años. Quiero enten-
derlo, más bien, como la progresiva sedimenta-
ción de ideas y reclamos que fueron madurando
Miguel A. Zabalza Beraza
490 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934
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en estos últimos tiempos. Y, quisiera pensar, que
aunque denostados por algunos, algo hemos te-
nido que ver los pedagogos en ese cambio. Han
sido muchos años de discusiones, de conferen-
cias, de cursos de formación que muy lentamen-
te han ido dejando su poso. Quizá sea una apre-
ciación ingenua, pero consuela.
Lo que cualquier observador neutral podría cons-
tatar, en todo caso, es que en la reciente tradición
universitaria española, la docencia en sí misma
no constituía un asunto relevante para la univer-
sidad como institución. Estando garantizada la
presencia de alumnado y no existiendo ninguna
presión para justificar la calidad del proceso for-
mativo, las universidades podían dedicarse a ope-
raciones más rentables que la de potenciar la do-
cencia. En nombre de la libertad de cátedra y de
una cierta desidia institucional, la calidad de la do-
cencia quedaba en manos de los profesores indi-
viduales o, como mucho, bajo la tutela de los De-
partamentos. El resultado fue que cada uno de
nosotros hizo «de su capa un sayo» en las clases.
Las aulas y laboratorios se convirtieron en espa-
cios «privados» y «opacos» (teaching as a lonely
task) en los que cada profesor imponía sus reglas
y dinámicas de funcionamiento. Afortunadamen-
te, las cosas van cambiando. Para mejor, desde
luego. Si comparamos la universidad actual con
la universidad de hace una década, los cambios
fueron sustantivos y, en general, podríamos decir
que fue incrementándose de manera notable la
calidad de la enseñanza. Y no solo porque mejo-
raran las infraestructuras y recursos o se moder-
nizasen los sistemas de gestión sino, sobre todo,
porque fue cambiando la mentalidad sobre el
sentido de la formación y sobre el papel de la do-
cencia en el desarrollo personal y profesional de
los estudiantes.
En ese proceso de cambio de mentalidad se fue-
ron asentando, sedimentando, algunas «certe-
zas» (es posible, que hablar de «convicciones»
resulte más apropiado) que venían a romper o,
cuando menos, a problematizar la imagen que
los docentes y las autoridades académicas tenían
sobre la docencia. Entre ellas podríamos destacar
las cuatro siguientes que servirán de base al dis-
curso que después haré sobre la Didáctica Uni-
versitaria:
• La idea de que la docencia es un compo-
nente importante en la formación de
nuestros estudiantes. Una buena docencia
marca diferencias entre unos centros uni-
versitarios y otros, entre unos profesores
y otros. Lo que los estudiantes universita-
rios aprenden depende, ciertamente, de
su interés, esfuerzo y capacidades, pero
también depende, y mucho, de que tuvie-
ran buenos o malos docentes, mejores o
peores recursos didácticos, de que se les
hayan ofrecido mejores o peores oportu-
nidades de aprendizaje.
• La idea de que la docencia pertenece a un
tipo de actuación con características pro-
pias y distintas de otros cometidos que el
profesorado universitario debe asumir.
Enseñar es distinto de investigar y es,
también, distinto de llevar a cabo tareas
de gestión, de extensión cultural, o de
participar en otros proyectos profesiona-
les (informes, auditorías, asesorías, etc.).
• La idea de que ser capaz de hacer una bue-
na docencia no es una cuestión de mucha
práctica. La práctica ayuda, sin duda, pero
por si sola resulta insuficiente. Uno puede
estar repitiendo los mismos errores. Sólo
cuando la práctica vaya acompañada de
formación y de revisión (algunos prefie-
ren hablar de reflexión: teachers as reflec-
tive practicioners, Schön, 19831
; Feldman,
19982
) es posible conocer más a fondo las
entrañas de la docencia y la dinámica del
aprendizaje de los alumno para poder, así,
ajustar mejor nuestro trabajo docente a
las condiciones y los propósitos de la for-
mación.
• La idea de que al final, como cualquier otra
profesión, la docencia constituye un espa-
cio propio y distinto de «competencias
profesionales»3
. Esas competencias docen-
tes, también en la enseñanza universitaria,
están constituidas por conocimientos
La Didáctica Universitaria
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(sobre los contenidos disciplinares a en-
señar, sobre los propios procesos de ense-
ñanza- aprendizaje), por habilidades espe-
cíficas (de comunicación, del manejo de
recursos didácticos, de gestión de métodos,
de evaluación, etc.) y por un conjunto de
actitudes propias de los formadores (dispo-
nibilidad, empatía, rigor intelectual, ética
profesional, etcétera).
No se trata, desde luego, de batallas ganadas.
Muchas de estas «certezas» constituyen aún es-
pacios de debate. Muchos colegas se muestran
«escépticos» al respecto, cuando no claramente
beligerantes en su contra. Pero lo importante es
que, ahora sí, ya están ahí y forman parte del de-
bate universitario. Y cada vez son más los do-
centes y los responsables universitarios que las
asumen y hacen propias. Una interesante conse-
cuencia de esa progresiva presencia de nuevas
ideas sobre la docencia en los debates sobre la
mejora de la calidad en la enseñanza es que se
va facilitando la ruptura de viejos estereotipos e
ideas que configuraron durante mucho tiempo
el «sentir» y «actuar» de muchos docentes uni-
versitarios. Algunas de estas ideas, hoy afortu-
nadamente en crisis, son las siguientes:
• Que a enseñar se aprende enseñando.
• Que para ser un buen profesor basta con
ser un buen investigador.
• Que aprender es una tarea que depende
exclusivamente del alumno. Los profeso-
res se deben dedicar a enseñar (explicar)
los temas. Si aprenden o no es cosa que
los alumnos deben resolver por su cuenta
y bajo su responsabilidad.
• Que una universidad es de calidad no tan-
to por las clases que imparte como por los
recursos de que dispone: laboratorios, bi-
bliotecas, ordenadores, etcétera.
No será fácil superar del todo estas viejas ideas
que, pese a las innumerables evidencias en con-
tra, algunos defienden como principios incon-
testables. Quizá por ese motivo, fue instalándo-
se en los últimos tiempos un cierto poso de
escepticismo en relación a las posibilidades de
mejorar la docencia universitaria. Nadie puede
negar, en efecto, las dificultades (personales e
institucionales) que deberá afrontar la recupera-
ción de la docencia como campo prioritario,
pero aun así, en ese contexto de incertidumbre y
visiones contrarias, resulta estimulante constatar
cómo muchas universidades (sus equipos recto-
rarles, sus facultades, muchos departamentos y
numerosos profesores y profesoras) fueron com-
prometiéndose en estos últimos años en iniciati-
vas interesantísimas de innovación didáctica, de
formación docente del profesorado, de planes
estratégicos para la mejora de la docencia y de
sus resultados, etcétera.
Pese a que aquel ministro portugués de educa-
ción decía que «las universidades no se transfor-
man, se crean otras nuevas», lo que esta situación
indica es que el momento actual resulta muy es-
timulante y permite albergar algunas esperanzas.
Falta ahora que las instituciones universitarias se
comprometan a generar las condiciones organi-
zativas, financieras y culturales que estimulen
iniciativas de mejora de la enseñanza universita-
ria. Y falta, igualmente, que cada vez seamos más
los profesores que asumamos el compromiso de
sentirnos auténticamente didactas y de mejorar,
en la medida de nuestras posibilidades, la calidad
de la docencia que impartimos. Y ahí es donde
aparece la Didáctica Universitaria.
La Didáctica Universitaria como
espacio disciplinar
Los opositores a plazas de Didáctica suelen afir-
mar en sus proyectos docentes que «La Didáctica
es la ciencia y el arte de la enseñanza». Frase pre-
suntuosa de más y que deja, desde luego, el asun-
to sin resolver. La definición mencionada nos si-
túa ante un hecho simple: la Didáctica estudia la
enseñanza, lo que hacemos (o tendríamos que
hacer) los profesores cuando enseñamos.
La denominación de Didáctica pertenece, sobre
todo a la tradición germánica y latina. En el
Miguel A. Zabalza Beraza
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contexto francófono, se habla más de Pedagogía
universitaria, como referente más global y ca-
paz de integrar otras subdivisiones. En el mun-
do anglosajón se quedan sin más en la idea de
Teaching and Learning.
Según quien lo use y como lo haga, el término
didáctica puede ser sustantivo o adjetivo; puede
abarcar prácticamente todo el fenómeno educa-
tivo o quedar reducido a la simple transmisión
de contenidos instructivos; puede tratarse de
una disciplina científica (con sus reglas univer-
sales y patrones contrastados de procedimien-
to) o bien de la simple práctica artesanal de lle-
var a cabo actuaciones de instrucción.
«Jamás, a lo largo de la historia de la Pedagogía
fue tan fuerte como hoy el interés por la Didácti-
ca». Así comenzaba Blankertz (1985)4
su análi-
sis del término «didáctica» para señalar, a con-
tinuación, que a pesar de eso, aún no se alcanzó
un grado suficiente de precisión en su signifi-
cado. Su objeto de estudio se extiende a tantas
cosas que, al final, pierde precisión. Pero, en
general, parece adecuado decir que la Didáctica
y lo didáctico se refieren (como sustantivo y ad-
jetivo) a actividades relacionadas con la enseñan-
za o la formación en general.
En el Diccionario de la Real Academia Española
(1970) aparece «didáctica» como «arte de ense-
ñar». «Arte de presentar las cosas de tal forma
que sean fáciles de aprender», concreta el Dic-
cionario Larousse. Vincula también el Larousse
el término didáctica a la selección y presentación
de cuestiones o argumentos que resulten valio-
sos por sí mismos (tengamos en cuenta que ya
desde Platón la literatura didáctica era diferente
de la convencional porque trataba de asuntos va-
liosos) y que, por eso, merecen ser aprendidos.
En su etimología griega, la idea de Didáctica estu-
vo vinculada a muy diversos significados: la di-
dáctica como el acto de enseñar; el didacta como
instructor cualificado para enseñar; los manuales
y métodos de enseñanza como recursos didácti-
cos; las escuelas como instituciones especializadas
en la didáctica; el proceso de aprendizaje como ac-
tividad central del aprendiz y propósito esencial
de la actuación didáctica.
Podemos decir, entonces, que los dos definiens
básicos de la Didáctica se refieren, por una par-
te, a la enseñanza en términos genéricos como
ámbito a estudiar y, por otra, a una serie de ca-
racterísticas o condiciones que tal enseñanza
debe poseer (que facilite el aprendizaje, que
presente contenidos valiosos, que la presenta-
ción se haga de modo adaptado a los aprendi-
ces, etcétera).
Ésa es también la versión que solemos dar los
profesores de Didáctica cuando nos preguntan
en qué trabajamos. En esos casos no queda
otra salida que hacer referencia a las dos mar-
cas de identidad: «los didactas trabajamos so-
bre cuestiones refereridas a la enseñanza»; «lo
nuestro es analizar cómo se podría mejorar la
enseñanza». Ambas dimensiones, la sustantiva
y la adjetiva, constituyen nuestra imagen más
conocida.
En resumen, la Didáctica actual es ese campo
de conocimientos, de investigaciones, de pro-
puestas teóricas y prácticas que se centran en
los procesos de enseñanza y aprendizaje: cómo
estudiarlos, cómo llevarlos a la práctica en bue-
nas condiciones, cómo mejorar todo el proceso.
Y ahí radica el interés básico de su proyección
sobre la enseñanza universitaria. Quién nos
diera poder seguir diciendo aquello que escri-
bía Comenio, el padre de la Didáctica, en el si-
glo XVII, para definirla: (la Didáctica es, decía):
«el artificio fundamental para enseñar todo a to-
dos. Enseñar realmente de un modo cierto, de tal
modo, que no pueda no obtenerse un buen resulta-
do. Enseñar rápidamente, sin molestias ni tedio ni
para el que enseña ni para el que aprende, antes
al contrario, con gran atractivo y agrado para
ambos. Y enseñar con solidez, no superficialmen-
te, no con meras palabras, sino encaminando al
discípulo a las verdaderas, a las suaves costum-
bres, a la piedad profunda» (Comenio: Didáctica
Magna, 1657).
La Didáctica Universitaria
Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 493
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Y para conseguirlo, Comenio presentaba una se-
rie de principios básicos y reglas de instrucción
que deberían servir para seleccionar contenidos,
para saber llevar una clase, para conocer a los
estudiantes en tanto que aprendices, para orga-
nizar acertados métodos de enseñanza (que, en
su opinión, debían ser simples, seguros y bien
estructurados).
Como puede constatarse, a día de hoy no han
variado mucho los propósitos aunque hayamos
renovado nuestros enfoques. Seguimos tratando
de dar respuesta a problemas similares. Fue un
largo y tortuoso recorrido histórico en el cual los
didactas perdimos optimismo e ingenuidad y ga-
namos en empirismo, en aproximación a la com-
plejidad de las realidades que constituyen la ense-
ñanza. Lo que fue, en inicio, una consideración de
los temas desde una perspectiva ideal (iuxta pro-
pria principia) dejó paso a consideraciones más fe-
nomenológicas. Aunque sin olvidarnos de los
pioneros, partimos cada vez menos del «deber
ser» y de los «a priori» pedagógicos (cómo de-
ben ser los sujetos educados o instruidos, cómo
deben definirse los conceptos, cómo debe hacer-
se la enseñanza, cómo tienen que funcionar las
instituciones formativas, etc.) para buscar nue-
vos contextos de legitimación del conocimiento
y de las propuestas prácticas (qué teorías están
disponibles, qué resultados de la investigación
son aplicables y bajo qué condiciones, qué cons-
tancias pueden extraerse de la experiencia prác-
tica del profesorado, qué tipo de funcionalidad y
efectividad es esperable de las diversas propues-
tas prácticas, qué factores afectan de modo claro
a los procesos de aprendizaje, etc.). Decía Shul-
man (1986)5
que las disciplinas «conversan»
con un cierto espacio de la realidad proyectando
sobre él sus dispositivos conceptuales y metodo-
lógicos, buscando describirlo y, en algunos ca-
sos, configurando modelos para representarlo.
Y, por otro lado, insistió Popper (en Antiseri,
1977: 4766
) en que lo que distingue a una disci-
plina no es tanto su objeto de estudio (casi siem-
pre compartido), sino el tipo de problemas que
ayuda a resolver. Siendo eso así, lo que se espe-
ra hoy en día de la disciplina que llamamos
Didáctica, en este caso de la Didáctica universita-
ria, es que nos ayude a conocer mejor lo que su-
cede en los procesos de enseñanza y aprendizaje
que se producen en la Educación Superior. Ello
nos posibilitará crear y sistematizar un cuerpo
de conocimientos y de metodologías capaces de
incidir en la mejora de las prácticas docentes;
nos ofrecerá herramientas conceptuales y opera-
tivas para generar estrategias de acción capaces
de mejorar cualitativamente los procesos de en-
señanza-aprendizaje que llevamos a cabo en
nuestras clases o a través de mediaciones virtua-
les. En definitiva, que tenga algo que aportar a la
«optimización de las condiciones de aprendiza-
je» en la universidad, como reclamaba Fernán-
dez Pérez (1976)7
.
Y ahí aparecen, también, los nuevos retos que
nos presenta en la actualidad el proceso de con-
vergencia al espacio común europeo (EEES). Es
fácil resaltar que la nueva docencia universita-
ria tiene que estar centrada en el aprendizaje y
en el trabajo del alumno, que debe buscar mo-
dalidades de trabajo autónomo, que debe orga-
nizarse en torno a competencias, etc. La cues-
tión está en buscar caminos contrastados que
lleven a esos propósitos. Y ahí es donde la Di-
dáctica universitaria desarrolla un papel im-
prescindible.
La enseñanza universitaria: ¿arte o ciencia?
Comenzábamos el punto anterior señalando que
la Didáctica Universitaria era, en los manuales al
uso, «la ciencia y el arte de la enseñanza». Pero
se trata de una definición un tanto esquizofréni-
ca y menos aclaratoria de lo que debiera. ¿Qué es
la enseñanza y su conocimiento, un arte o una
ciencia? ¿Puede una actividad ser ciencia y arte
al mismo tiempo? Gagné8
escribió un libro clási-
co que casi consiguió la cuadratura de ese círcu-
lo. Se titulaba The scientific basis of the art of tea-
ching. Pero la cuestión sigue estando abierta.
Puede parecer un asunto banal o un tema de dis-
cusión para candidatos que opositan. Pero no es
así. Resulta un asunto clave porque según la
Miguel A. Zabalza Beraza
494 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934
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posición que se adopte, nuestras actuaciones
como docentes tendrán un carácter suficiente-
mente estable y previsible por una parte (cien-
cia) o aparecerán como actividades dependientes
de la situación, del estilo personal o de las parti-
culares circunstancias que concurran en aquel
momento (arte). Del mismo modo, si todo de-
pende de la voluntad y la pericia de cada uno
(arte), queda poco espacio para un saber siste-
mático y poco tendría que aportar una disciplina
como la Didáctica.
Aunque, a decir verdad, incluso el arte (las artes)
se han convertido en procesos fuertemente regu-
lados hoy en día y precisan de fuertes conoci-
mientos científicos: conocimientos sobre la natu-
raleza de los materiales, sobre los procesos
químicos que afectan las combinaciones desea-
das, sobre el funcionamientos de las herramien-
tas informáticas en las nuevas producciones
multimedia, etcétera.
¿Qué piensan ustedes? ¿Podrían establecerse
ciertas reglas, contrastadas por la investigación,
para el desarrollo de la enseñanza o por el con-
trario, la actividad didáctica no tiene reglas y
responde siempre a la particular pericia de cada
docente?
Participé en una oportunidad en una mesa re-
donda sobre el uso del encerado en la enseñan-
za. Cada uno de los 5 o 6 integrantes de la mesa
fue exponiendo sus ideas (su particular teoría)
sobre el uso del encerado: para uno era impor-
tante incluir la máxima información posible;
otro defendía lo contrario, poca información
pero significativa; el siguiente defendió la muer-
te del encerado porque no tenía sentido emplearlo
teniendo como tenemos las fotocopiadoras que
facilitan entregar a los alumnos los materiales
por escrito sin obligarlos a escribir; el que venía
después defendió la idea de que no podría expli-
car sin encerado y que sus clases estaban centra-
das en el encerado (iba poniendo allí los concep-
tos o gráficos y explicándolos); otro defendió la
importancia de que los alumnos escribieran lo
que aparecía en el encerado (incluso sin entender
lo que escribían) porque así podrían después estu-
diarlo y comprenderlo. En fin, un montón de
ideas particulares elaboradas a partir de la expe-
riencia de cada uno. Experiencia personal vivida
pero no estudiada. Todos opinamos porque na-
die estaba en condiciones de poder ofrecer datos
que aseguraran su «idea».
¿Sería posible hacer un estudio sobre los efectos
del encerado en la percepción, en la representa-
ción mental, en la comprensión de diversos tipos
de contenidos? Y, de existir esos datos, ¿con qué
legitimidad podría cada cual seguir instalado en
su «experiencia personal», en su opinión, para
justificar su particular forma de operar con el en-
cerado?
Es verdad que existió, llegando incluso a pre-
valecer durante bastante tiempo, una concep-
ción acientífica de la Didáctica con propuestas
más doctrinales y apriorísticas que empíricas,
con catálogos de normas y consideraciones no
sometidas a contraste, con escasa sensibilidad a
lo que son las exigencias de rigor y precisión en
el manejo de datos y situaciones. Como contra-
posición a ese momento de «infancia» episte-
mológica, se buscó durante el último medio si-
glo un enfoque más «científico» y contrastado
de los saberes sobre la enseñanza.
De todas formas, para muchos profesores uni-
versitarios la enseñanza es un arte y no cabe, no
tiene sentido, intentar buscar regularidades pues
las acciones docentes son variadas e imprevisi-
bles. De ahí se deriva la idea tan extendida de
que no existe «doctrina» o «teoría» posible so-
bre la enseñanza, sino que los buenos docentes
nacen de la práctica. ¿Para qué formarse, enton-
ces? Basta con tener experiencia. En el arte, tien-
de a pensarse aunque no sea cierto, no existen
las reglas. De eso deriva, igualmente, el gran pre-
dicamento que siempre tuvo entre los docentes
universitarios el valor otorgado a la «discrecio-
nalidad» como criterio básico de construcción
de las competencias docentes: cada uno es libre
de hacer como mejor le parezca, pues las formas
posibles de actuación son infinitas y nadie tiene
La Didáctica Universitaria
Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 495
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 495
la legitimidad para decir a otro cómo se debe en-
señar. La libertad de cátedra, que en su origen
fue expresión y salvaguardia de la libertad de
pensamiento del profesorado, acabó hipertro-
fiando su espacio de aplicación para cubrir toda
la actividad didáctica de los profesores: desde la
metodología hasta la evaluación y la forma de
trato a los estudiantes. Como señala acertada-
mente el jurista Chávez (2001)9
, la libertad de
cátedra es como la glicerina, un arma de doble
filo: puede utilizarse constructivamente como
medicamento pero también destructivamente
como mecanismo para dinamitar cualquier tipo
de regla o iniciativa institucional. En ese contex-
to, cualquier intento de «disciplinar» una activi-
dad entendida como artística acaba resultando
inviable.
Pero fueron los propios hechos y la evolución
del mundo de la enseñanza, concretamente la
universitaria, quienes hicieron evidentes algu-
nas insuficiencias de esa concepción artística
excesivamente abierta y situacional. Varios fac-
tores se coaligaron para apremiar en la búsque-
da de caminos más equilibrados y contrastados.
La aparición de los derechos de los estudiantes
y el emerger de su estatuto como clase o grupo
institucionalmente poderoso, fue uno de ellos.
El profesorado ya no puede actuar tan libre-
mente en aquellos casos que afecten a derechos
de los estudiantes, como por ejemplo la evalua-
ción, el trato personal, la configuración de los
programas o la definición del nivel de exigen-
cias. Por otro lado, la investigación didáctica
también fue aportando datos sobre la variabili-
dad en los resultados que los estudiantes obtie-
nen y los factores que les afectaban. No todas
las prácticas docentes resultan igualmente váli-
das para propiciar buenos aprendizajes, y sien-
do así, no parece ni ética ni científicamente vá-
lido mantener la idea de que cualquier profesor
puede hacerlo a su manera. Es cierto que las in-
vestigaciones están aún lejos de ofrecer datos
consistentes y regularidades estables. Son mu-
chos los factores que afectan al aprendizaje de
nuestros estudiantes y la actuación de los pro-
fesores es sólo uno de esos factores. Pero si las
investigaciones no permiten aún establecer re-
glas rígidas como en las ciencias duras, sí per-
miten identificar constancias y patrones de
actuación más válidos y permiten, igualmente,
descartar ciertos tipos de prácticas o al menos
ponerlos en duda desde el punto de vista de sus
efectos sobre los aprendizajes.
Siendo eso así, resulta igualmente cierta la natu-
raleza artística de la enseñanza. Y, por lo tanto,
no todos los acercamientos del enfoque artístico
son negativos. De él fueron derivándose gran
número de iniciativas de innovación didáctica
interesantes. Movimientos que rompiendo las
formas convencionales de actuación fueron bus-
cando otros caminos más atractivos y eficaces de
trabajo didáctico. Y así, poco a poco y no sin di-
ficultades, las universidades fueron experimen-
tando metodologías y formas de organización de
los procesos didácticos que consiguieron debili-
tar el statu quo establecido y las rutinas tradicio-
nales, aún existentes (generalmente basadas en
la lección magistral, en el aprendizaje memorís-
tico y en la repetición mecánica de los aprendi-
zajes). De ese dinamismo artístico se nutre la Di-
dáctica Universitaria con experiencias que tratan
de sistematizar y de extender a otros contextos.
La enseñanza tiene mucho de arte pero su estu-
dio y mejora tiene que hacerse al socaire de cri-
terios científicos de regularidad y previsión.
Pero sin estar obsesionada en ese propósito
pues resulta evidente que en su sentido pleno,
las exigencias de cientificidad de las ciencias
positivas resulta inviables aquí. En nuestro
caso, el concepto de «ciencia» o «científico»
puede ser tomado como un «continuum» de
condiciones respecto a las que deben posicio-
narse los diversos ámbitos de conocimiento y
de desarrollo disciplinar (la cientificidad como
cualidad que, dependiendo de su presencia o
ausencia, marcaría el estatuto epistemológico
de los conceptos, las proposiciones operativas y
los modelos de investigación existentes en las
distintas áreas disciplinares). No es lo mismo
elucubrar, opinar o impartir doctrina que pre-
sentar hechos contrastados o hacer propuestas
Miguel A. Zabalza Beraza
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apoyadas en investigaciones previas. En ese
sentido, el campo de conocimiento didáctico
(como espacio de la actividad humana donde se
construye y aplica conocimiento) será tanto
más científico cuanto más se aproxime y respe-
te las condiciones de racionalidad, sistematici-
dad y justificación de sus procesos y productos.
Dos consecuencias principales para nuestro
trabajo como profesores universitarios podrían
extraerse de esta reflexión sobre el dilema dis-
ciplinar entre ciencia y arte. La primera ya fue
iniciada en un párrafo anterior y tiene que ver
con la libertad profesional y la discrecionalidad
con que podemos o no podemos desarrollar
nuestro trabajo docente. La segunda tiene que
ver con la forma en que, en ese contexto, pode-
mos construir conocimiento profesional.
1. Los defensores del profesionalismo libre de
reglas, rechazan la idea de que los procesos
de enseñanza o de aprendizaje tengan aspec-
tos comunes y regularidades nomotéticas.
En su opinión cada situación de aprendizaje
es única y singular. Queda, por tanto, fuera
de aplicación cualquier intento de establecer
normativas o patrones estables de actuación.
Varias consecuencias negativas tuvo este en-
foque que prevaleció durante mucho tiempo
en la universidad. El más negativo es que de-
sapareció cualquier intento institucional por
ahondar en el conocimiento de los factores
que afectan a la enseñanza universitaria. La
comunidad profesional, e incluso la científi-
ca, se dedicó a poner en marcha innumera-
bles iniciativas pretendidamente novedosas
pero sin entrar a analizar sus efectos y sin
conseguir alterar los modelos convenciona-
les, especialmente cómodos en esta situación
de inercia y borrosidad doctrinal. Otra con-
secuencia negativa ha sido el desperdicio del
conocimiento experto, de sistemas y modali-
dades de actuación contrastados en el tiem-
po. Esto es muy frecuente en la enseñanza
universitaria (y en la enseñanza, en general):
parece como si cada uno tuviera que estar in-
ventando constantemente las cosas; presen-
tándose como nuevas y prometedoras, inicia-
tivas que ya decayeron por ineficaces en otros
contextos. Pocos se documentan sobre lo que
se está haciendo o lo que se hizo en el ámbito
de la docencia en otras universidades. Algo
que sería considerado una herejía profesional
en el propio campo de saberes (y en la inves-
tigación) no se toma en consideración en lo
que se refiere a la enseñanza.
Resulta curiosa esa carencia absoluta de refe-
rentes en las propuestas didácticas. Nadie se
atrevería a diseñar un proyecto de investiga-
ción que no hubiera repasado, previamente,
el estado del arte en el ámbito a trabajar. Ésa
es una introducción necesaria y una condi-
ción sine qua non para obtener la aprobación
del proyecto. Pero no sucede nada parecido
en las propuestas docentes. Las presentamos
sin necesidad alguna de revisar qué es lo que
ya se ha hecho en ese campo, qué otras ex-
periencias pueden servirnos de referente,
qué resultados se obtuvieron de aquellas y
qué reajustes precisarán las nuevas iniciati-
vas semejantes. Nada de eso aparece como
condición y justificación «científica».
En todo caso, los avances de la investigación
didáctica en pedagogía y psicología, en nue-
vas tecnologías, etc., en ámbitos como la
cognición y la memoria, el desarrollo del len-
guaje, las emociones, la autoeficacia, el ma-
nejo de nuevos recursos técnicos, la gestión
de las condiciones de aprendizaje, etc., per-
miten contar con certezas suficientemente
avaladas como para recomponer un mapa de
secuencias operativas generalizables. A ellas
les dedicaré el siguiente apartado.
2. Otro aspecto que resulta interesante en la Di-
dáctica Universitaria es la forma en que se
construye el conocimiento. No existiendo
principios generales, salvo en lo que se refie-
re a cuestiones de tipo ético, el conocimiento
sobre las mejores formas de actuación nace,
necesariamente, de la práctica. No de la prác-
tica en sí (más práctica, lo sabemos todos, no
La Didáctica Universitaria
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significa mejor práctica), sino de la práctica
revisada (eso es, evaluada, reajustada, repen-
sada). Toda idea o principio teórico necesita
ser contrastado con práctica y toda práctica
necesita ser revisada teóricamente para cons-
tatar en qué medida permite alcanzar el pro-
pósito básico del aprendizaje (con las caracte-
rísticas y cualidades que en cada caso se hayan
descrito: aprendizaje crítico, práctico, transfe-
rible, reflexivo, original, teórico, etcétera).
El conocimiento didáctico (como el conoci-
miento profesional, en general) resulta, así, de
la práctica revisada, evaluada (gráfico nº 1).
En ese sentido, el proceso básico de construc-
ción de conocimiento didáctico sigue un proce-
so circular:… práctica… evaluación… ajus-
tes… práctica mejorada… nueva evaluación…
nuevos ajustes… y así sucesivamente.
Efectivamente, el principal cometido de la Di-
dáctica no sería tanto «predicar» (menos aún,
obviamente, «imponer») formas de acción,
cuanto ayudar a revisar y reajustar propuestas
suficientemente fundamentadas para ir consoli-
dándolas como actuaciones pertinentes y efecti-
vas. Y la principal fuente de conocimiento para
poder hacer estas propuestas es, justamente, la
experiencia acumulada que ha sido documenta-
da adecuadamente. Los docentes universitarios,
sin embargo, no tenemos una conciencia sufi-
cientemente sensibilizada sobre la importancia
de la documentación de nuestras propias prácti-
cas. Tampoco contamos, es cierto, con el tiempo
y los dispositivos técnicos para poder llevarla a
cabo. Pero resulta un tipo de competencia profe-
sional tan importante, para la mejora de la ense-
ñanza, como puede ser la planificación o el do-
minio de un amplio repertorio de metodologías
de enseñanza. La capacidad de mejorar la ense-
ñanza viene ligada a la posibilidad de documen-
tar nuestra práctica de forma tal que podamos
volver sobre ella, evaluarla, identificar sus pun-
tos fuertes y débiles, valorar los efectos sobre el
aprendizaje, etc. Y, sobre todo, que podamos
compartirla de forma tal que la mejora de las
prácticas surja de un proceso de aprendizaje co-
ral, como señalaba Vygotski. La relevancia que
en el contexto internacional se les está dando a
los portafolios docentes, el nuevo ímpetu que es-
tán tomando movimientos de mejora de la ense-
ñanza universitaria como el benchmarking, el
knowledge capturing, la visibilización de buenas
prácticas docentes, etc. tiene mucho que ver con
la posibilidad de contar con referentes reales
(authentic materials) que podamos tomar como
elementos de contraste con nuestra práctica.
La estructura del espacio disciplinar
de la Didáctica Universitaria
Si hemos dicho que la Didáctica Universitaria
constituye ese espacio disciplinar comprometido
con la mejora de los procesos de enseñanza
Miguel A. Zabalza Beraza
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GRÁFICO 1
La práctica evaluada da lugar a una mera práctica mejorada, la cual será a su vez evaluada y permitirá alcanzar un
nuevo ciclo de práctica cada vez de mayor calidad.
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y aprendizaje en el contexto de la Educación Su-
perior, necesitamos entrar de una forma más
concreta y específica a definir los contenidos y
dinámicas de dicho espacio. Como ciencia del
ámbito pedagógico, la Didáctica debe proveer el
conocimiento necesario como para llevar a cabo
el diseño e implementación de «actos didácti-
cos» valiosos. Es decir, iluminar (tanto en la di-
mensión conceptual como en la operativa) el
conjunto de actuaciones que concurren en el
«aquí y ahora» de los procesos de enseñanza-
aprendizaje. Este sentido práctico de la Didácti-
ca, que se había perdido, en parte, con la cons-
trucción de discursos abstractos y generalistas
(sobre la formación, sobre el currículum, sobre
las ideologías o los paradigmas), resulta, sin em-
bargo, uno de sus signos de identidad. También,
justo es reconocerlo, uno de los puntos de discor-
dia doctrinal entre los especialistas. No todos
aceptan esta aproximación a lo práctico e inme-
diato de la Didáctica y, algunos lo rechazan de
plano, puesto que en su opinión tal enfoque re-
sulta desprotegido ideológicamente y, por tanto,
inconsistente e, incluso, ilegítimo. En mi opinión,
ya lo dije al inicio de este texto, lo interesante
de la Didáctica Universitaria es que se puede
despojar de los ropajes abstractos y difusos con
los que la vestimos los supuestos expertos. El es-
pacio didáctico, incluso el espacio didáctico con-
cebido como un espacio de teoría y no sólo de
práctica, ha de construirse como un espacio
abierto y comprensible para todo profesor. Una
fuente de conocimientos que le permitan cono-
cer mejor su práctica docente y poner en marcha
procesos capaces de mejorarla. Con ese propósi-
to de simplificación trato de describir aquí los
que, a mi manera de ver, constituirían los ejes
básicos del campo didáctico.
Para iniciar ese análisis, bastaría con que tomára-
mos el esquema más clásico y sencillo con que se
ha tratado de representar la definición del espa-
cio didáctico: un triángulo cuyos vértices consti-
tuyen los ejes básicos de la docencia: profesores,
alumnos y contenidos, siendo el propio espacio
del triángulo el contexto en el que se producen la
enseñanza y el aprendizaje (cuadro nº 2)10
.
En el cuadro aparecen los elementos funda-
mentales del acercamiento que la Didáctica ha
La Didáctica Universitaria
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GRÁFICO 2. Configuración de dos elementos substantivos da acción didáctica (Zabalza, 2001)
Contenidos
Enseñar
Aprender
Profesor Alumno
a b
c
Referentes externos
Orientación formativa
Empleo
Currículumoficial
Políticauniversitaria
Espacio institucional
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 499
venido haciendo al conocimiento y mejora de
la enseñanza universitaria. Aunque se trata de
un esquema excesivamente clásico y simple, re-
coge bien los elementos de la problemática di-
dáctica de la enseñanza universitaria. Como
puede verse en el gráfico, la enseñanza univer-
sitaria está configurada en una estructura de
tres campos que se superponen y condicionan
mutuamente: un espacio externo y extrauniver-
sitario que marca las condiciones en que se lle-
va a cabo la docencia; un espacio institucional
que define el contexto inmediato y un espacio
didáctico en el que se produce el proceso de en-
señanza-aprendizaje. Cada uno de esos espa-
cios tiene su propia lógica y ejerce fuertes mo-
vimientos de presión sobre los otros (y,
simultáneamente, de resistencia a sus influen-
cias). Es justamente el blindaje de cada uno de
los niveles lo que hace difícil conseguir una
transformación de la enseñanza universitaria
en su conjunto. Modificaciones en el espacio
exterior no consiguen influir en los ámbitos in-
ternos. Y viceversa.
El gráfico podría leerse del siguiente modo:
• Los factores externos que afectan al desa-
rrollo de la docencia universitaria son
muchos y muy variados. Pero los selec-
cionados en el gráfico representan una
importante fuente de presiones y prede-
terminaciones a las que la docencia uni-
versitaria debe hacer frente. El currículo
oficial o la estructura predefinida de las
carreras, en la medida en que condicionan
tanto el contenido de la enseñanza como
su consecuencia y las condiciones (tem-
porales, de desarrollo práctico, etc.) en las
que se llevará a cabo. La política universi-
taria, porque va a establecer las condicio-
nes pragmáticas del desarrollo de la
docencia; financiación, ratio, recursos
disponibles para la docencia e investiga-
ción, incentivos y apoyos a la innovación,
programas de formación e incentivación
del profesorado, sistemas de evaluación y
garantía de la calidad, etc. La orientación
de la formación, porque define el peso que
se le va a dar a los enfoques profesionali-
zadores frente a los enfoques más centra-
dos en la formación genérica en la defini-
ción del perfil y en la operativización de
los itinerarios formativos. Finalmente, los
referentes externos, en un mundo globali-
zado como el actual, actúan de fuerte me-
canismo de presión sobre las instituciones
e, indirectamente, sobre los profesores.
Las universidades comienzan a ser com-
paradas unas con otras con criterios bo-
rrosos, los alumnos de diversos centros
compiten por becas o salidas profesiona-
les. Incluso, muchas de las políticas insti-
tucionales de mejora de la enseñanza uni-
versitaria emplean cada vez con mayor
frecuencia los referentes externos de
«buenas prácticas» (benchmarking) como
puntos de comparación para que actúen
como motor de arrastre del desarrollo de
la propia institución.
• En el espacio institucional operan las tra-
diciones y dinámicas de cada facultad y
escuela universitaria: la particular cultura
institucional del centro; la distribución
del poder, la forma de funcionamiento; el
particular equilibrio o desequilibrio entre
investigación y docencia; las tradiciones
institucionales referidas a la docencia; los
criterios y dispositivos de evaluación y ga-
rantía de la calidad (si existen), los víncu-
los con instituciones externas, etc. Son as-
pectos que ejercen una fuerte presión
sobre el espacio más interior del esquema
donde aparecen las prácticas docentes.
• Siendo cierto, como hemos señalado, que
no se pueden desconsiderar los factores
externos e institucionales, que actúan
como inputs o invariantes que condicio-
nan la actividad docente, los aspectos
substanciales de la docencia residen en el
espacio interior del cuadro, en el triangu-
lo. Ese espacio interior está constituido
por dos tipos de elementos: estructurales
(profesor, alumnos, contenidos) y relacio-
nales (la relación que existe entre cada
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uno de ellos con los otros, esa especie de
diálogo triangular que se produce entre
profesores, alumnos y contenidos de
aprendizaje). De la conjunción de ambos
tipos de elementos surge la particular con-
figuración de los procesos de enseñanza-
aprendizaje. Esta configuración del espacio
didáctico tiene características claramente
situacionales (en coordenadas espaciales
concretas o en contextos virtuales).
Tanto la naturaleza de cada uno de los elemen-
tos del modelo (profesores, alumnos, conteni-
dos y contexto institucional) como los flujos de
relación entre ellos son claramente diferentes
en la enseñanza universitaria respecto a los
otros niveles del sistema educativo. La posibili-
dad de analizar estos componentes del espacio
didáctico tanto separadamente como en su in-
teracción es lo que dota de identidad discipli-
nar a la Didáctica Universitaria.
En el espacio didáctico, propiamente dicho,
nos encontramos con tres elementos estructu-
rales y seis componentes dinámicos (gráfico nº
3). Cada uno de ellos actúa con identidad pro-
pia e influye en el proceso de enseñanza-apren-
dizaje. En total, nueve factores que es preciso
analizar (y, a veces, reconfigurar) si deseamos
mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje.
• Los profesores y profesoras constituimos la
pieza fundamental (junto con los alum-
nos) de la estructura didáctica. Mucho se
ha hablado en estos años sobre la impor-
tancia de contar con buenos profesores:
bien formados, satisfechos, motivados (e
incentivados), capaces de innovar, etc.
Los aspectos demográficos (como la edad,
el sexo, la procedencia geográfica, etc.),
su background formativo, su experiencia
profesional y discente, las condiciones la-
borales e, incluso, sus características per-
sonales y profesionales son condiciones,
todas ellas, que ejercen una influencia no-
table sobre los procesos de enseñanza que
desarrollan. Algunos de estos elementos
son condiciones inalterables, otros son
elementos modificables sobre los que los
procesos de mejora deben actuar.
• Los alumnos y alumnas universitarios ocu-
pan al otro vértice de la base del triángu-
lo didáctico. Otro elemento sustantivo del
proceso didáctico. Como en el caso del
profesorado son muchos los aspectos de
los alumnos que actúan como factores
cruciales en el desarrollo de la enseñanza:
las variables demográficas y sociales
(edad, sexo, procedencia geográfica, y so-
cial, recursos económicos, etc.), la forma-
ción previa, el nivel de expectativas y de
motivación para la enseñanza, la orienta-
ción vocacional hacia la profesión, etc.
Los estudiantes están, desde hace algunos
años, en el punto de mira de todos los aná-
lisis de enseñanza universitaria. Ellos son,
para muchos profesores, la pieza clave del
actual deterioro de la enseñanza. Se insis-
te en que ahora llegan más infantiles, me-
nos preparados, menos motivados. Los
datos existentes, no justifican una visión
tan negativa del alumnado. Pero lo cierto
es que los actuales alumnos son distintos
a los que ocupaban las aulas hace 25 años:
son más, son más heterogéneos (en capa-
cidad, en motivación, en intereses profe-
sionales) y traen consigo un bagaje for-
mativo más amplio y diversificado aunque
menos profundo que en épocas anteriores
(debido a los cambios en la enseñanza se-
cundaria y en el contexto social y cultural
que viven). Como señaló King (1996)11
:
«the key to understanding student lear-
ning is understanding student differen-
ces» (p. 220).
Recuerdo que cuando comenzamos a trabajar en
la Comisión de Calidad de la Universidad de
Santiago, la primera conclusión informal a la que
llegamos tras las primeras discusiones fue que
«el principal problema de la Universidad de San-
tiago eran los alumnos de la Universidad de
Santiago». Constatación un tanto absurda pero
que refleja bien la sensación que muchos profesores
La Didáctica Universitaria
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universitarios viven de forma intensa y perturba-
dora en casi todas las universidades. Y es bien sa-
bido que las vivencias (como los temores o los
celos) están fuertemente saturadas de emotivi-
dad y son muy resistentes a cualquier tipo de
desconfirmación por la vía de los hechos.
Por otra parte, también los estudiantes ac-
ceden a la universidad y viven su vida
universitaria con ideas y sensaciones que
interfieren en su motivación e implica-
ción en el proceso de aprendizaje (Trillo,
200412
; Méndez, 200413
).
• El tercer componente sustancial de este
triángulo didáctico son los contenidos.
Elemento también fundamental por cuan-
to condiciona y, en casos, predetermina la
orientación en que se deberá organizar el
proceso de enseñanza y aprendizaje de los
alumnos. Enseñar en Bellas Artes es bien
diferente de hacerlo en una Ingeniería o
en Idiomas Extranjeros. Los contenidos
imponen condiciones a la enseñanza pero
no tantas como, a veces, se presupone.
Muchas de la exigencias vinculadas en la
actualidad a los contenidos de las carreras
(extensión y dificultad de los programas,
modos de organización de los temas, tareas
vinculadas a las materias, etc.) pertenecen
más a las tradiciones académicas de los
diversos grupos docentes o a las posturas
de poder ejercidas sobre el currículum
desde el ámbito profesional (la libertad de
cátedra, las presiones desde el espacio ex-
terior por los colegios profesionales o los
empleadores sobre el espacio didáctico,
como quedaba señalado en el gráfico 2)
que a las exigencias necesarias derivadas
de los contenidos disciplinares.
Este análisis estructural de los tres elementos
básicos del espacio didáctico, hay que comple-
tarlo con la revisión de los espacios dinámicos
que se generan en ellos. Cada uno de esos com-
ponentes actúa como un espacio dinámico en
cuyo interior se producen diversas modalidades
de relación: cómo los profesores se relacionan
entre ellos; cómo se relacionan los estudiantes
entre ellos; qué relaciones se establecen entre
los contenidos. Según como se produzca esa re-
lación, el desarrollo de la docencia será diversa.
Cada uno de ellos constituye, por tanto, un
nuevo ámbito de estudio y de intervención ha-
cia la mejora de la calidad de la enseñanza.
Aparecen así, tres nuevos espacios de estudio:
• Profesores-Profesores: P-P.
La relación entre los profesores marca
uno de los puntos más débiles de todo el
sistema docente universitario. Maasen y
Postman (1990)14
acuñaron el término
«burocracia profesional» para referirse a
los contextos institucionales, como la
universidad, formados por expertos de
alto nivel que trabajan de manera aislada,
en una especie de celda de palomar (pigeon-
hole) cerrada y autónoma. La Fundación
Carnegie desarrolló una amplía investiga-
ción sobre profesorado de 14 países y una
de sus conclusiones (a robust finding, di-
cen los autores) fue justamente ésta: los
profesores guardaban una alta fidelidad a
sus disciplinas, que era mayor, en todos
los países, que la fidelidad a sus departa-
mentos y ésta también mayor que la que
tenían a sus instituciones (Albach,
1996)15
.
El individualismo docente, reforzado por
la idea de la discrecionalidad plena (que
cada quien haga lo que le parezca más
adecuado) es, sin duda, el principal ene-
migo de la transformación de la enseñan-
za universitaria. Desarrollar un proyecto
formativo (eso significa al final el plan de
estudios: el proyecto formativo que lleva a
cabo una facultad o escuela universitaria)
requiere del trabajo coordinado y comple-
mentario del grupo de profesores que par-
ticipa en el mismo. Por ejemplo, desarro-
llar un programa formativo basado en
competencias, como reclama el proceso de
convergencia, será absolutamente imposi-
ble sin un trabajo más coordinado entre
Miguel A. Zabalza Beraza
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cuantos hacemos la docencia en una titu-
lación. En definitiva, mejorar la calidad
de la enseñanza requiere de la sinergia y
la implicación del conjunto del staff do-
cente. Condición que casi parece una uto-
pía en la cultura universitaria actual.
• Alumnos-Alumnos: A-A.
Otro de los elementos importantes en las
dinámicas interactivas que condicionan la
docencia universitaria tiene que ver con
las modalidades de relación entre los
alumnos y la cultura de competitividad o
colaboración que se establezca entre ellos.
Hace un tiempo, comentaban unos cole-
gas de una facultad, que no citaré, que en
su centro no era preciso vigilar a los
alumnos en los exámenes. Ellos mismos
eran los más interesados en no dejar que
los vecinos les opiaran. A veces, llegaban
incluso a «soplar» respuestas equivocadas
a propósito. Era el efecto perverso de la
competencia más brutal forzada por el sis-
tema desde la propia carrera (efectiva-
mente, el expediente contaría después
para diversos tipos de pruebas selectivas).
Por el contrario, está ampliamente docu-
mentado cómo la colaboración, el trabajo
en grupo, la tutoría entre compañeros
(peer tutoring), etc., constituyen elemen-
tos importantes no solo como competen-
cias básicas en los diversos perfiles profe-
sionales (que ahora son requeridos en el
proceso de convergencia al EEES) sino
como factores que mejoran el rendimien-
to académico, sobre todo en tareas com-
plejas. La propia heterogeneidad de los
grupos de alumnos en ciertas materias
(unos que van mucho más avanzados que
otros en los contenidos o destrezas de
nuestra disciplina) hace muy recomenda-
ble esta apoyo entre iguales. Y, de la mis-
ma manera, la construcción de redes y co-
munidades de aprendizaje aprovechando
el potencial de las TICs.
• Contenidos-Contenidos: C-C.
Un aspecto básico de los enfoques didácti-
cos actuales tiene que ver con la forma de
integración de los contenidos académicos
que los alumnos deben adquirir durante su
paso por la universidad. El formato indivi-
dualista de actuación docente del profeso-
rado se proyecta sobre el currículo provo-
cando una organización atomística de los
contenidos (o puede que sea al revés: una
concepción atomística del currículo acaba
reforzando modalidades individualistas de
docencia). Pero lo cierto es que, en la ac-
tual organización curricular de los estudios
universitarios, cada disciplina actúa de for-
ma aislada e independiente sin apenas re-
lación con las otras materias del plan de es-
tudios. Esa organización provoca fuertes
problemas en la integración de los apren-
dizajes de los estudiantes que acaban orga-
nizando el conocimiento con la misma es-
tructura rota e incomunicada en la que se
les suministró. Las últimas experiencias de
cambio en los planes de estudio exacerba-
ron aún más el problema multiplicando las
materias y especializando sus contenidos.
En algunos cursos los alumnos deben cur-
sar cifras enormes de materias diversas.
Las nuevas propuestas didácticas tratan
de romper con esa multiplicación innece-
saria y nefasta de las parcelas curriculares
que dificultan los aprendizajes integra-
dos. Se buscan, por el contrario, diversas
modalidades de integración: propuestas
interdisciplinares; combinación de mo-
mentos disciplinares y proyectos interdis-
ciplinares; combinación del trabajo sobre
contenidos disciplinares con prácticas in-
tegradas; sistemas de trabajo por proyec-
tos y aprendizaje basado en problemas;
planificación conjunta de varias materias,
etc. Las universidades ya comienzan a po-
ner en marcha iniciativas en este sentido.
Un segundo ámbito de interacciones que
condicionan el proceso de enseñanza-
aprendizaje aparece cuando relacionamos
cada uno de los elementos con los otros.
• Profesor-Contenidos: (flecha a).
La particular relación entre los profesores
y los contenidos que imparten resulta un
La Didáctica Universitaria
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factor fundamental en el desarrollo de
una docencia de calidad. A este ámbito in-
teractivo pertenecen aspectos tan funda-
mentales para la enseñanza como el «co-
nocimiento de la materia» por parte de
los dicentes; el particular dominio del ám-
bito científico al que pertenece la discipli-
na; la capacidad y experiencia investiga-
dora del docente (no tanto porque se
identifiquen la competencia docente y la
investigadora, ni los contenidos a expli-
car, sino, sobre todo, por la particular ac-
titud de búsqueda constante con que los
investigadores afrontan los temas que tra-
bajan); la inquietud científica y relativiza-
dota de los conocimientos, etc. La dicoto-
mía básica en esta relación se produce
entre profesores que simplemente repro-
ducen conocimientos (que toman de tex-
tos o manuales) y aquellos que son capaces
de crear conocimiento (porque investi-
gan, porque dominan ampliamente ese
ámbito científico, etcétera).
Particular relevancia se está prestando,
en este apartado, al conocimiento y ex-
periencia profesional de los docentes. El
profesorado que se incorpora a la do-
cencia tras un período de ejercicio pro-
fesional o que simultánea docencia y ac-
tividad profesional mantiene un tipo de
aproximación a los contenidos más prác-
tico y actualizado y, por lo general, consi-
gue trasmitir un sentido más funcional y
aplicado al trabajo de la disciplina. Algu-
nas universidades iniciaron, incluso, pe-
riodos de practicum para profesores de
forma tal que el profesorado pudiera se-
guir en contacto con la evolución del
mundo profesional para el que se prepa-
ran los estudiantes.
• Profesor-Alumno(s): (flecha c).
Las relaciones entre profesores y alumnos
fueron siempre un punto caliente del de-
sarrollo de la docencia. Para muchos pro-
fesores (sobre todo aquellos que atienden
grupos numerosos) los alumnos no exis-
ten sino como grupo indiferenciado,
como masa. Esa situación resulta funcio-
nal para un tipo de docencia basada en la
lección magistral y en la simple «explica-
ción» de las materias, pero se convierte en
absurda cuando se reclaman propuestas
de aprendizaje autónomo y supervisado.
Si los profesores debemos centrar nuestro
trabajo docente en el aprendizaje y no en
la enseñanza, el eje de nuestra actuación
debe rotar 180 grados. La enseñanza
puede ser general pero el aprendizaje es
siempre individual. En este nuevo paradig-
ma didáctico, los estudiantes reaparecen
Miguel A. Zabalza Beraza
504 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934
GRÁFICO 3. FACTORES DINÁMICOS DE LA ENSEÑANZA
C-C
Aprender
Enseñar
P-P A-A
a b
c
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 504
como sujetos individuales con procesos
de aprendizaje diversos y que necesitan
de atención singular. La imagen del pro-
fesor o profesora experto se vincula ahora
a la de aquel profesional que toma en con-
sideración que sus estudiantes pueden en-
contrar diverso tipo de dificultades para
alcanzar un aprendizaje óptimo y está dis-
puesto a hacer lo que esté en su mano
para evitarlo.
Afortunadamente, en la gran parte de los
casos la relación entre profesores y alum-
nos universitarios mejoró mucho en los
últimos años hasta llegar a configurarse
un clima relacional y didáctico cálido y
empático. Están dispuestos a ponerse a
disposición de sus estudiantes y ayudarles
en lo que esté en sus manos para que sa-
quen el máximo partido a su experiencia
universitaria. Pero, para algunos profeso-
res, este nuevo escenario es incómodo y
perturbador. Ven en él excesivos elemen-
tos paternalistas y una preocupante falta
de exigencias.
En todo caso, será en el caldo de cultivo
de estas relaciones donde habrá que cons-
truir esa nueva definición del papel de
profesores y alumnos que propugna el
proceso de convergencia: un profesor me-
nos «enseñante» y más asesor y tutor de
los procesos de aprendizaje de los estu-
diantes.
• Alumno- Contenidos: (flecha b).
Desde mi punto de vista, ésta es la varia-
ble didáctica menos atendida de todas las
mencionadas hasta ahora. Pero, en el fon-
do, marca la tipología y la calidad del
aprendizaje. Los alumnos pueden relacio-
narse con los contenidos de una forma
mecánica (aprendiéndolos de memoria) o
significativa (tratando de entenderlos); de
una forma conceptual (como campo de
conocimientos) o práctica (como recurso
para la actuación); de forma superficial o
profunda; de forma disgregada o integra-
da; de forma reproductiva o creativa, etc.
Las viejas teorías didácticas asumidas por
muchos profesores partían del supuesto
de que la tarea del profesor era enseñar y
la del alumno era aprender. Por lo tanto,
todo iba bien si cada uno se mantenía en
su espacio y se responsabilizaba de su
parte del proceso. Por eso los profesores
sabemos tan poco del aprendizaje, porque
no era nuestro problema. Cada alumno
debía «buscarse la vida» y aprender lo
más y mejor que pudiera. La nueva idea
de la docencia universitaria trastoca este
reparto de papeles. El aprendizaje sigue
siendo obligación y responsabilidad del
alumno pero también nuestra como pro-
fesores. De hecho, la forma en que los
alumnos aprenden depende en gran parte
de la forma en que nosotros orquestamos
el proceso de enseñanza. Especial men-
ción merece, en este sentido, la evalua-
ción, como elemento de la docencia que
condiciona los aprendizajes de los alum-
nos (Porto, 2004)16
. Enseñar y aprender
aparecen así como procesos intrínseca-
mente vinculados.
Tenemos, por lo tanto, que el proceso de ense-
ñanza-aprendizaje que construye el objeto de es-
tudio de la Didáctica Universitaria es, también,
nuestro ámbito de trabajo. Este espacio didácti-
co viene condicionado por todo un conjunto de
elementos que actúan como factores. La actua-
ción tanto individual (profesores/as, alumnos/as
y contenidos) como combinada (profesores/pro-
fesores; alumnos/alumnos; contenidos/conteni-
dos; profesores/contenidos; profesores/alumnos
y alumnos/contenidos) predeterminan y definen
el espacio en el que se producirá el proceso efec-
tivo de enseñanza- aprendizaje.
Una vez que tenemos los factores y condicio-
nes que enmarcan el proceso de enseñanza-
aprendizaje, concretados en nueve variables,
deberíamos continuar ahora analizando su
dinámica interna. Lamentablemente no po-
dremos hacerlo en este texto, ya excesiva-
mente alargado, pero será objeto de un pró-
ximo libro17
.
La Didáctica Universitaria
Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 505
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 505
Conclusión
Para concluir este pequeño texto-homenaje
quisiera insistir en dos o tres ideas sobre la Di-
dáctica Universitaria y sobre su compromiso (el
nuestro como didactas) con la mejora de la do-
cencia universitaria. Me gustaría presentarlas
como propuestas de acción concreta para nues-
tras universidades.
a. La Didáctica Universitaria está llamada a ge-
neralizar conocimiento sobre la docencia.
A día de hoy, disponemos de mucha más
práctica docente que conocimiento sobre esa
práctica. El hecho de que el profesorado no
se prepare específicamente para la docencia
ni muestre excesivo interés en estudiarla,
hace que las prácticas docentes se vayan re-
produciendo de forma rutinaria.
Creo que es Elton, quien contaba que en una
de sus conferencias sobre este tema, llegando
ya al final de su intervención, alguien le in-
terpeló desde la platea diciéndole que él (el
interpelante) ya tenía 30 años de experiencia
como docente y que no veía posible que na-
die pudiera enseñarle, a estas alturas, cómo
hacer buena docencia. Elton le contesto:
«Sr. profesor, está usted seguro de que tiene
30 años de experiencia. ¿No será que tiene
un año de experiencia repetido 30 veces?».
Es, por ello, muy necesario avanzar y profun-
dizar en el estudio sistemático de la docencia
universitaria y, con ello, en su conocimiento
porque solo así estaremos en condiciones de
mejorarla. Ésa es una tarea que le corresponde
hacer a la Didáctica Universitaria y que podría
conseguir con la condición de abrir el discurso
didáctico (un tipo de discurso menos abstrac-
to y complejo del que estamos habituados a
hacer) a profesores no pedagogos y no espe-
cialistas en educación. Al final, si el objetivo es
mejorar la calidad de la enseñanza en la uni-
versidad, resultará necesario reducir en lo po-
sible la complejidad de los análisis e incre-
mentar la accesibilidad conceptual y operativa
a las propuesta generadas desde ellos, de modo
que hablar de la docencia no se convierta en
un discurso críptico y reservado a los pocos
dominadores de la «jerga» especializada. Todo
lo contrario, necesitamos manejar un discurso
que todos entendamos y construir entre todos
propuestas válidas para las diversas situaciones
docentes y para el amplio abanico de especia-
lidades universitarias.
En realidad, estamos avanzando bastante en
este aspecto. Ya no resulta infrecuente escu-
char a ingenieros, físicos o médicos hablar de
pedagogía universitaria y argumentar con
ideas y propuestas muy próximas a las que
podría emplear un experto en Educación. Es
una generalización del conocimiento no
exento de riesgo (a veces se manejan con-
ceptos o modelos muy anticuados o se utili-
zan de modo excesivamente superficial),
pero es una fase necesaria para caminar en la
vía de una implicación didáctica cada vez
más amplia y convencida del profesorado
más innovador y responsable.
Algunas universidades (más de fuera de aquí
que de las nuestras) están promoviendo más-
teres en docencia universitaria obligatorios
para quien desee enseñar en la universidad.
Existen experiencias del 2º doctorado de los
docentes: profesores ya doctores pero que ha-
cen una segunda tesis sobre alguno de los as-
pectos básicos de la enseñanza de su campo
disciplinar. Algunas universidades españolas
han puesto en marcha programas de investi-
gación sobre la docencia a los que se han ad-
herido con entusiasmo muchos profesores de
casi todas las áreas. Ése es el camino que de-
beremos recorrer para ir teniendo cada vez
mejor conocimiento sobre el proceso de ense-
ñanza-aprendizaje en la universidad.
b. La Didáctica Universitaria está llamada a ilu-
minar los procesos docentes: la visibilidad di-
dáctica.
Como quedó señalado en un punto ante-
rior, la «ciencia didáctica» no se construye
desde teorías o principios generales. Es un
conocimiento práctico y situacional que
nace, justamente, del estudio de la práctica.
Pero ése es un propósito imposible si la
Miguel A. Zabalza Beraza
506 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 506
práctica docente es concebida y realizada
como una actividad escondida y opaca (tea-
ching as a lonely task). Como recuerdan
Austin, Brocato y La Fleur (1993) a partir
de los datos de su investigación, los docen-
tes universitarios construyen su rol docente
y su conocimiento práctico especialmente a
través de la socialización: observación de
otros docentes, feed-back de sus alumnos y
ayudantes, trabajo docente en grupo, etc.
Esa construcción del conocimiento profe-
sional es un proceso personal que no tiene
que ver con la práctica o la experiencia que
se posea (Amansen, GrySpeerdt y Moxness,
1993), sino con la apertura al exterior y el
contraste con las experiencias de otros.
Algo que entra en contradicción con nues-
tra habitual tendencia al individualismo y la
docencia en solitario.
Aquí aparece el reto de la visibilidad como
uno de los principales desafíos de la Didácti-
ca Universitaria y uno de los retos necesarios
a asumir hacia la mejora de la docencia. Y
también uno de los compromisos que reco-
gen explícitamente los documentos europeos
sobre la convergencia: identificar y posibili-
tar el conocimiento e intercambio de buenas
prácticas docentes.
En ese compromiso nos estamos moviendo en
este momento bastantes equipos de investiga-
ción. Entre otros, el GIE18
que tengo el honor
de dirigir. Junto con otras 6 universidades es-
pañolas y a través de las modernas metodolo-
gías del knowledge capturing pretendemos res-
catar las voces, las prácticas y las ideas básicas
de los protagonistas del compromiso con las
buenas prácticas docentes (en todas las áreas
académicas y disciplinares) de modo tal que
puedan servir de referente y estímulo para
cuantos deseamos una enseñanza universita-
ria de la máxima calidad.
c. La Didáctica Universitaria está llamada a arti-
cular el reto de la formación del profesorado
universitario.
En un reciente y magnifico estudio dirigi-
do por el profesor Varcárcel (2005)19
de la
Universidad de Córdoba y que se basó en
las respuestas dadas por 42 Vicerrectores
de Profesorado u Organización Académica
de 39 universidades españolas, se destaca-
ba que sólo el 31,7% de las acciones lleva-
das a cabo por las universidades en rela-
ción al proceso de convergencia estuvo
relacionado con la formación del profeso-
rado. Y sucedió eso pese a que el 95,2% de
los vicerrectores admitieron que la forma-
ción de los docentes tendrá una importan-
cia alta o muy alta en el éxito del proceso
de convergencia.
La Didáctica en general (Bolívar y Domin-
go, 2007)20
y la Didáctica Universitaria, en
particular, pueden jugar un importante pa-
pel en este sentido. En la medida en que no
se entretienen en complejos discursos con-
ceptuales sino que definen el acto didácti-
co y la acción instructiva alrededor de
unos ejes próximos a nosotros y maneja-
bles, permite centrar la formación docente
en contextos próximos a los contenidos
disciplinares y a las tareas diarias, inte-
grando conocimientos pedagógicos y disci-
plinares. El ámbito de las didácticas espe-
cíficas tiene que ser fortalecido también
para el nivel universitario porque es el me-
jor escenario formativo para integrar los
conocimientos generales y los más propios
de cada especialidad, de modo tal que la
formación sirva para buscar soluciones a
los problemas reales de la enseñanza y el
aprendizaje de los alumnos que cada pro-
fesor va a tener que afrontar en sus clases.
El impacto que este tipo de formación tie-
ne sobre la mejora de la docencia (incluido
el incremento de las medias en la valora-
ción que los alumnos hacen de sus profe-
sores) está abundantemente documentada
(Menges y Austin, 200121
; Nasr, R. et al.,
199622
; Wright, 199423
). Lo cual, sin nece-
sidad de ser sobrevalorado, sí resulta un
nuevo reclamo para insistir en la impor-
tancia de la formación del profesorado
para alcanzar una docencia de calidad.
La Didáctica Universitaria
Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 507
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 507
Miguel A. Zabalza Beraza
508 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934
Notas
1
Shön, D. A. (1983). The Refective Practitioner: How professinals think in action. New York: Basic Books. Tra-
ducción española: (1998). El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan. Barcelona: Paidós.
2
Feldman, K. A. (1998). Reflections on the study of effective collage teaching and student rating: one conti-
nuing question and two unresolved issues, Higher Education. Handbook of Theory and Research, 13, 35-74.
3
Zabalza, M. A. (2003). Las competencias docentes del profesorado universitario: calidad y desarrollo profesional.
Madrid: Narcea.
4
Blankertz, H. (1981). Didáctica, en Speck, J. y Whele, G. (coords.), Conceptos Fundamentales de Pedagogía.
Barcelona: Herder, 130-189.
5
Shulman, L. S. (1986). Paradigms and research programs in the Study of Teaching: a contemporary perspec-
tive, en Wittrck, M. C. (dir.), op. cit., 3- 36.
6
Antiseri, D. (1977). Fundamentos del trabajo interdisciplinar. La Coruña: La Coruña.
7
Fernández Pérez, M. (1976). Didáctica III. Madrid: UNED.
8
Gargné, N. L. (1978). The Scientific Basis of the Art of Teaching. New York: Teachers College Press.
9
Chaves García, J. R. (2001). La Universidad Pública al derecho y al revés. Guía esencial del profesor a las puer-
tas de la Reforma Universitaria. León: Editorial Evergráficas.
10
Zabalza Beraza, M. A. (2001). La Didáctica Universitaria como marco de referencia para la formación del profe-
sorado y la mejora de la calidad de la enseñanza universitaria, en C. Moya y F. Vergara (eds.), Actas del II Congreso
Iberoamericano de Didáctica Universitaria. Chile, Osorno: Universidad de Los Lagos.
11
King, P. M. (1996). Student cognition and learning, en S.R. Komives y D. M. Woodard, Student services: a
handbook for the profession. San Francisco: Jossey Bass, 218-243.
12
Trillo Alonso, F. (2004). Estado de la investigación sobre docencia y Didáctica Universitaria desde la pers-
pectiva del estudiante, en C. Moya y F. Vergara (eds.), Actas del II Congreso Iberoamericano de Didáctica Universi-
taria. Chile, Osorno: Universidad de Los Lagos.
13
Méndez, R. (2004). Las actitudes de los estudiantes hacia la Universidad como indicador de calidad. Tesis doc-
toral. Univ. de Santiago de Compostela, Departamento de Didáctica y Organización Escolar.
14
Maassen, P. M. y Postman, H. P. (1990). Strategic decision making in Higher Education, Review of Higher Edu-
cation, 20, 393-410.
15
Altbach, P. G. (ed.) (1996). The International Academic profession: Portraits of fourteen countries. Princenton,
N. J.: Carnegie Foundation for the Advancement on Teaching.
16
Porto, M. (2004): La evaluación de los estudiantes en la Universidad de Santiago. Tesis doctoral. Universidad
de Santiago de Compostela, Dpto. de Didáctica y Organización Escolar.
17
Zabalza Beraza, M. A.: La Didáctica Universitaria. Un espacio disciplinar para el estudio y la mejora de nues-
tra docencia. Madrid: Narcea (en prensa).
18
GIE (Grupo Interuniversitario de Estudios): Elicitación y representación del conocimiento experto de profesores
universitarios protagonistas de “buenas prácticas” docentes: ingeniería del conocimiento para la mejora de la calidad de
la docencia (SEJ2004-01808).
19
Valcárcel, M. (2005). Diseño y validación de actividades de formación e implicación de estudiantes y emple-
adores en la implantación del EEES [http://www.mec.es/univ/proyectos2005/EA2005-0073.pdf].
20
Bolívar, A. y Domingo, J. (eds.) (2007). Prácticas Eficaces de Enseñanza. Madrid: PPC.
21
Menges, R. J. (2001). Teaching in Higher Education, en V. Richardson (ed.), Handbook of Research on Tea-
ching, 4º ed. Washington, DC: American Educational Research Association, 1.122-1.156.
22
Nasr, T. et al. (1996). The relationships between university lecturers’ qualifications in teaching and students
ratings of their teaching performance. Paper presented in the International Consortium for Educational Development
in Higher Education. Finland: VASA.
23
Wirght, A. (1994). Successful Faculty Development: strategies to improve university teaching, en A. Wirght,
Teaching Improvement Practices: international perspectives. Boston: Auker Publisher Co.
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 508
La Didáctica Universitaria
Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 509
Abstract
The University´ Didactics
Taking into account the current Bologna process towars an European Higher Education Area
and the new emphasis on the added value of a good teaching, the author raises the discussion
around the nature and structure of the Didactics in Higher Education, conceived as a field of
study focused on teaching and learning processes. The start point is that constructing knowled-
ge about teaching requires a sistematic analysis of teaching practices and to do that we have to
consider nine central factors of the teaching-learning processes: teachers, students and contents;
the relationships between teachers, between students and between contents; and the relations-
hips between teachers and contents, between teachers and students and between students and
contents. Finally, some contributions of the Higher Education Didactics to the Bologna process
are mentioned as conclusions.
Key words: Bologna Process, Teaching and Learning in Higher Education, Didactics in Higher
Education, University Teachers and Students, Teaching Analysis.
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 509
12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 510

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Lectura complementaria 1

  • 1. In memóriam Ambos, José Fernández Huerta y José Luis Rodrí- guez Diéguez, fueron mis maestros. Por los dos sentí una enorme admiración porque fueron per- sonas capaces de abrir nuevos camino en la Didác- tica en circunstancias no fáciles para nadie. Por eso se merecen nuestro recuerdo y nuestro homenaje. Ninguno de los que hoy continuamos en esa mis- ma trinchera seríamos lo mismo de no haber con- tado con sus aportaciones y, para fortuna de algu- nos, con su apoyo. Este es mi pequeño homenaje a dos didactas que marcaron buena parte de lo que la Didáctica ha sido en el último medio siglo. Introducción: hablar de Didáctica es hablar de docencia Cuenta Baeriswyl (profesor de la Universidad de Friburgo) que asistía a una conferencia que tenía que ver con la Didáctica. Un colega americano sentado a su lado le preguntó comenzando la conferencia: «¿Qué es eso de la Didáctica?». Él respondió sin pensar mucho: «La ciencia de en- señar». «¡Ah!», aceptó el americano, sin enten- der demasiado. La conferencia siguió su curso. Bastante mal. El conferenciante no desarrolló bien el asunto; las láminas estaban borrosas; distribuyó tan mal el tiempo que al final fue una carrera rápida que le obligó a dejar sin to- car aspectos básicos del tema, etc. En resumen, un desastre. En un momento determinado, Ba- eriswyl se volvió hacia su colega y le tocó en el hombro y le dijo: «Didáctica es lo que le está faltando a esta conferencia». Y el americano contestó: «Ahora entiendo bien lo que quiere decir». Dejemos para un momento posterior la bús- queda de etimologías y explicaciones semánti- cas y vayamos al corazón de la Didáctica y a su LA DIDÁCTICA UNIVERSITARIA MIGUEL A. ZABALZA BERAZA Universidad de Santiago de Compostela Al socaire de las dinámicas generadas por el proceso de convergencia hacia el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y la revaloración de la docencia que lleva implícita, el autor dis- cute la naturaleza y estructura de la Didáctica Universitaria como un campo de estudios espe- cializados sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje en la universidad. El conocimiento di- dáctico se construye a través del estudio sistemático de las prácticas docentes. La estructura de la disciplina viene configurada por nueve variables principales: profesores; alumnos y conteni- dos; la relación entre profesores, entre alumnos y entre contenidos; la relación de profesores con contenidos, de profesores con alumnos y de alumnos con contenidos. Finalmente, se analizan las aportaciones que la Didáctica Universitaria puede hacer al proceso de convergencia. Palabras clave: Didáctica Universitaria, EEES, Proceso de Bolonia, Calidad de la docencia universitaria, Pedagogía universitaria, Enseñanza universitaria, Análisis de la enseñanza. Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 489Fecha de recepción: 19-03-07 • Fecha de aceptación: 15-04-07 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 489
  • 2. sentido en el mundo universitario actual. Ha- blar de Didáctica es hablar de Docencia. De toda la docencia. No es, por tanto, hablar de pe- dagogía o de pedagogos, sino de docencia y do- centes. Esto es, del trabajo que todos los profe- sores y profesoras universitarios hacemos en las clases, en los laboratorios, en la formación de nuestros estudiantes. Aunque se pudiera, y en una revista como Bor- dón parecería lo más sensato, no quiero hacer aquí un discurso demasiado técnico dirigido a especialistas en educación. Justamente, por eso, opto por hablar de Didáctica Universitaria y no de Pedagogía Universitaria como se hace en el contexto francófono. Para evitar confusiones. Todos hacemos didáctica porque todos y todas enseñamos. Ésa es, por encima de de cualquier otra consideración, la dimensión básica de nuestro trabajo como profesores. Me gustaría reflexionar, por tanto, sobre la actuación didác- tica del profesorado universitario, lo que tiene de didáctico nuestra actuación docente. De lo que la Didáctica nos puede aportar para enten- der mejor la docencia y para poder mejorarla. Y lo haré pensando en todo el profesorado. Todos los profesores y profesoras somos didactas y to- dos desarrollamos actividad didáctica. El hecho de que desarrollemos esa actividad en institu- ciones o carreras diferentes condicionará la for- ma de ejercitarla pero no quiebra la unicidad substantiva de lo que constituye el quehacer di- dáctico. De todas formas, siendo éste, la docencia en la universidad, un vasto territorio profesional, cen- traré mis reflexiones en algunos aspectos selec- cionados que puedan resultar de interés para to- dos: a) el sentido de la docencia universitaria y su recobrada relevancia en el momento actual de convergencia hacia un Espacio Europeo de Edu- cación Superior (EEES); b) la Didáctica Univer- sitaria en ese contexto y su sentido para la mejo- ra de la práctica docente; c) la demanda europea de una docencia basada en el aprendizaje y la idea de las «coreografías docentes» como enfo- que original para conseguirlo; y d) el «silencio» como condición básica para la mejora del apren- dizaje de los estudiantes. Una cuestión previa: ¿centralidad o marginalidad de la docencia en la universidad? No tendría sentido hablar de didáctica univer- sitaria, salvo en auditorios especializados, si la cuestión de la docencia fuera irrelevante como, de hecho, lo ha venido siendo durante bastante tiempo. Por eso, déjenme preguntarme antes de nada, dónde está la docencia en nuestra jerar- quía de prioridades, en el ático o en el sótano 3. ¿Qué importancia tiene realmente la docencia en el conjunto del funcionamiento de una uni- versidad? Si atendemos a lo que proclaman los candida- tos a rector en el proceso de elección podría- mos sacar la conclusión de que la docencia constituye el elemento central, la sustancia del quehacer universitario. Por lo contrario, si da- mos crédito a lo que vemos en la dinámica co- tidiana de las instituciones, la forma en que se establecen las prioridades, la forma en que se incentiva al profesorado o la forma en que el profesorado universitario construye (construi- mos) nuestra identidad profesional, podríamos concluir que la docencia sigue siendo una di- mensión bastante marginal en la acción institu- cional y en la actuación de muchos profesores. Pero, en todo caso, y aún siendo críticos con la situación actual, podríamos decir que en los úl- timos años están cambiando las tornas. La do- cencia va adquiriendo una relevancia progresiva en la preocupación y en los planes estratégicos de nuestras universidades. No es, desde luego, una preocupación nueva. Tampoco es, de hecho, el resultado de la aparición de nuevas leyes uni- versitarias y ni siquiera parece algo que se deri- vase de los procesos de evaluación institucional desarrollados en los últimos años. Quiero enten- derlo, más bien, como la progresiva sedimenta- ción de ideas y reclamos que fueron madurando Miguel A. Zabalza Beraza 490 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 490
  • 3. en estos últimos tiempos. Y, quisiera pensar, que aunque denostados por algunos, algo hemos te- nido que ver los pedagogos en ese cambio. Han sido muchos años de discusiones, de conferen- cias, de cursos de formación que muy lentamen- te han ido dejando su poso. Quizá sea una apre- ciación ingenua, pero consuela. Lo que cualquier observador neutral podría cons- tatar, en todo caso, es que en la reciente tradición universitaria española, la docencia en sí misma no constituía un asunto relevante para la univer- sidad como institución. Estando garantizada la presencia de alumnado y no existiendo ninguna presión para justificar la calidad del proceso for- mativo, las universidades podían dedicarse a ope- raciones más rentables que la de potenciar la do- cencia. En nombre de la libertad de cátedra y de una cierta desidia institucional, la calidad de la do- cencia quedaba en manos de los profesores indi- viduales o, como mucho, bajo la tutela de los De- partamentos. El resultado fue que cada uno de nosotros hizo «de su capa un sayo» en las clases. Las aulas y laboratorios se convirtieron en espa- cios «privados» y «opacos» (teaching as a lonely task) en los que cada profesor imponía sus reglas y dinámicas de funcionamiento. Afortunadamen- te, las cosas van cambiando. Para mejor, desde luego. Si comparamos la universidad actual con la universidad de hace una década, los cambios fueron sustantivos y, en general, podríamos decir que fue incrementándose de manera notable la calidad de la enseñanza. Y no solo porque mejo- raran las infraestructuras y recursos o se moder- nizasen los sistemas de gestión sino, sobre todo, porque fue cambiando la mentalidad sobre el sentido de la formación y sobre el papel de la do- cencia en el desarrollo personal y profesional de los estudiantes. En ese proceso de cambio de mentalidad se fue- ron asentando, sedimentando, algunas «certe- zas» (es posible, que hablar de «convicciones» resulte más apropiado) que venían a romper o, cuando menos, a problematizar la imagen que los docentes y las autoridades académicas tenían sobre la docencia. Entre ellas podríamos destacar las cuatro siguientes que servirán de base al dis- curso que después haré sobre la Didáctica Uni- versitaria: • La idea de que la docencia es un compo- nente importante en la formación de nuestros estudiantes. Una buena docencia marca diferencias entre unos centros uni- versitarios y otros, entre unos profesores y otros. Lo que los estudiantes universita- rios aprenden depende, ciertamente, de su interés, esfuerzo y capacidades, pero también depende, y mucho, de que tuvie- ran buenos o malos docentes, mejores o peores recursos didácticos, de que se les hayan ofrecido mejores o peores oportu- nidades de aprendizaje. • La idea de que la docencia pertenece a un tipo de actuación con características pro- pias y distintas de otros cometidos que el profesorado universitario debe asumir. Enseñar es distinto de investigar y es, también, distinto de llevar a cabo tareas de gestión, de extensión cultural, o de participar en otros proyectos profesiona- les (informes, auditorías, asesorías, etc.). • La idea de que ser capaz de hacer una bue- na docencia no es una cuestión de mucha práctica. La práctica ayuda, sin duda, pero por si sola resulta insuficiente. Uno puede estar repitiendo los mismos errores. Sólo cuando la práctica vaya acompañada de formación y de revisión (algunos prefie- ren hablar de reflexión: teachers as reflec- tive practicioners, Schön, 19831 ; Feldman, 19982 ) es posible conocer más a fondo las entrañas de la docencia y la dinámica del aprendizaje de los alumno para poder, así, ajustar mejor nuestro trabajo docente a las condiciones y los propósitos de la for- mación. • La idea de que al final, como cualquier otra profesión, la docencia constituye un espa- cio propio y distinto de «competencias profesionales»3 . Esas competencias docen- tes, también en la enseñanza universitaria, están constituidas por conocimientos La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 491 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 491
  • 4. (sobre los contenidos disciplinares a en- señar, sobre los propios procesos de ense- ñanza- aprendizaje), por habilidades espe- cíficas (de comunicación, del manejo de recursos didácticos, de gestión de métodos, de evaluación, etc.) y por un conjunto de actitudes propias de los formadores (dispo- nibilidad, empatía, rigor intelectual, ética profesional, etcétera). No se trata, desde luego, de batallas ganadas. Muchas de estas «certezas» constituyen aún es- pacios de debate. Muchos colegas se muestran «escépticos» al respecto, cuando no claramente beligerantes en su contra. Pero lo importante es que, ahora sí, ya están ahí y forman parte del de- bate universitario. Y cada vez son más los do- centes y los responsables universitarios que las asumen y hacen propias. Una interesante conse- cuencia de esa progresiva presencia de nuevas ideas sobre la docencia en los debates sobre la mejora de la calidad en la enseñanza es que se va facilitando la ruptura de viejos estereotipos e ideas que configuraron durante mucho tiempo el «sentir» y «actuar» de muchos docentes uni- versitarios. Algunas de estas ideas, hoy afortu- nadamente en crisis, son las siguientes: • Que a enseñar se aprende enseñando. • Que para ser un buen profesor basta con ser un buen investigador. • Que aprender es una tarea que depende exclusivamente del alumno. Los profeso- res se deben dedicar a enseñar (explicar) los temas. Si aprenden o no es cosa que los alumnos deben resolver por su cuenta y bajo su responsabilidad. • Que una universidad es de calidad no tan- to por las clases que imparte como por los recursos de que dispone: laboratorios, bi- bliotecas, ordenadores, etcétera. No será fácil superar del todo estas viejas ideas que, pese a las innumerables evidencias en con- tra, algunos defienden como principios incon- testables. Quizá por ese motivo, fue instalándo- se en los últimos tiempos un cierto poso de escepticismo en relación a las posibilidades de mejorar la docencia universitaria. Nadie puede negar, en efecto, las dificultades (personales e institucionales) que deberá afrontar la recupera- ción de la docencia como campo prioritario, pero aun así, en ese contexto de incertidumbre y visiones contrarias, resulta estimulante constatar cómo muchas universidades (sus equipos recto- rarles, sus facultades, muchos departamentos y numerosos profesores y profesoras) fueron com- prometiéndose en estos últimos años en iniciati- vas interesantísimas de innovación didáctica, de formación docente del profesorado, de planes estratégicos para la mejora de la docencia y de sus resultados, etcétera. Pese a que aquel ministro portugués de educa- ción decía que «las universidades no se transfor- man, se crean otras nuevas», lo que esta situación indica es que el momento actual resulta muy es- timulante y permite albergar algunas esperanzas. Falta ahora que las instituciones universitarias se comprometan a generar las condiciones organi- zativas, financieras y culturales que estimulen iniciativas de mejora de la enseñanza universita- ria. Y falta, igualmente, que cada vez seamos más los profesores que asumamos el compromiso de sentirnos auténticamente didactas y de mejorar, en la medida de nuestras posibilidades, la calidad de la docencia que impartimos. Y ahí es donde aparece la Didáctica Universitaria. La Didáctica Universitaria como espacio disciplinar Los opositores a plazas de Didáctica suelen afir- mar en sus proyectos docentes que «La Didáctica es la ciencia y el arte de la enseñanza». Frase pre- suntuosa de más y que deja, desde luego, el asun- to sin resolver. La definición mencionada nos si- túa ante un hecho simple: la Didáctica estudia la enseñanza, lo que hacemos (o tendríamos que hacer) los profesores cuando enseñamos. La denominación de Didáctica pertenece, sobre todo a la tradición germánica y latina. En el Miguel A. Zabalza Beraza 492 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 492
  • 5. contexto francófono, se habla más de Pedagogía universitaria, como referente más global y ca- paz de integrar otras subdivisiones. En el mun- do anglosajón se quedan sin más en la idea de Teaching and Learning. Según quien lo use y como lo haga, el término didáctica puede ser sustantivo o adjetivo; puede abarcar prácticamente todo el fenómeno educa- tivo o quedar reducido a la simple transmisión de contenidos instructivos; puede tratarse de una disciplina científica (con sus reglas univer- sales y patrones contrastados de procedimien- to) o bien de la simple práctica artesanal de lle- var a cabo actuaciones de instrucción. «Jamás, a lo largo de la historia de la Pedagogía fue tan fuerte como hoy el interés por la Didácti- ca». Así comenzaba Blankertz (1985)4 su análi- sis del término «didáctica» para señalar, a con- tinuación, que a pesar de eso, aún no se alcanzó un grado suficiente de precisión en su signifi- cado. Su objeto de estudio se extiende a tantas cosas que, al final, pierde precisión. Pero, en general, parece adecuado decir que la Didáctica y lo didáctico se refieren (como sustantivo y ad- jetivo) a actividades relacionadas con la enseñan- za o la formación en general. En el Diccionario de la Real Academia Española (1970) aparece «didáctica» como «arte de ense- ñar». «Arte de presentar las cosas de tal forma que sean fáciles de aprender», concreta el Dic- cionario Larousse. Vincula también el Larousse el término didáctica a la selección y presentación de cuestiones o argumentos que resulten valio- sos por sí mismos (tengamos en cuenta que ya desde Platón la literatura didáctica era diferente de la convencional porque trataba de asuntos va- liosos) y que, por eso, merecen ser aprendidos. En su etimología griega, la idea de Didáctica estu- vo vinculada a muy diversos significados: la di- dáctica como el acto de enseñar; el didacta como instructor cualificado para enseñar; los manuales y métodos de enseñanza como recursos didácti- cos; las escuelas como instituciones especializadas en la didáctica; el proceso de aprendizaje como ac- tividad central del aprendiz y propósito esencial de la actuación didáctica. Podemos decir, entonces, que los dos definiens básicos de la Didáctica se refieren, por una par- te, a la enseñanza en términos genéricos como ámbito a estudiar y, por otra, a una serie de ca- racterísticas o condiciones que tal enseñanza debe poseer (que facilite el aprendizaje, que presente contenidos valiosos, que la presenta- ción se haga de modo adaptado a los aprendi- ces, etcétera). Ésa es también la versión que solemos dar los profesores de Didáctica cuando nos preguntan en qué trabajamos. En esos casos no queda otra salida que hacer referencia a las dos mar- cas de identidad: «los didactas trabajamos so- bre cuestiones refereridas a la enseñanza»; «lo nuestro es analizar cómo se podría mejorar la enseñanza». Ambas dimensiones, la sustantiva y la adjetiva, constituyen nuestra imagen más conocida. En resumen, la Didáctica actual es ese campo de conocimientos, de investigaciones, de pro- puestas teóricas y prácticas que se centran en los procesos de enseñanza y aprendizaje: cómo estudiarlos, cómo llevarlos a la práctica en bue- nas condiciones, cómo mejorar todo el proceso. Y ahí radica el interés básico de su proyección sobre la enseñanza universitaria. Quién nos diera poder seguir diciendo aquello que escri- bía Comenio, el padre de la Didáctica, en el si- glo XVII, para definirla: (la Didáctica es, decía): «el artificio fundamental para enseñar todo a to- dos. Enseñar realmente de un modo cierto, de tal modo, que no pueda no obtenerse un buen resulta- do. Enseñar rápidamente, sin molestias ni tedio ni para el que enseña ni para el que aprende, antes al contrario, con gran atractivo y agrado para ambos. Y enseñar con solidez, no superficialmen- te, no con meras palabras, sino encaminando al discípulo a las verdaderas, a las suaves costum- bres, a la piedad profunda» (Comenio: Didáctica Magna, 1657). La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 493 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 493
  • 6. Y para conseguirlo, Comenio presentaba una se- rie de principios básicos y reglas de instrucción que deberían servir para seleccionar contenidos, para saber llevar una clase, para conocer a los estudiantes en tanto que aprendices, para orga- nizar acertados métodos de enseñanza (que, en su opinión, debían ser simples, seguros y bien estructurados). Como puede constatarse, a día de hoy no han variado mucho los propósitos aunque hayamos renovado nuestros enfoques. Seguimos tratando de dar respuesta a problemas similares. Fue un largo y tortuoso recorrido histórico en el cual los didactas perdimos optimismo e ingenuidad y ga- namos en empirismo, en aproximación a la com- plejidad de las realidades que constituyen la ense- ñanza. Lo que fue, en inicio, una consideración de los temas desde una perspectiva ideal (iuxta pro- pria principia) dejó paso a consideraciones más fe- nomenológicas. Aunque sin olvidarnos de los pioneros, partimos cada vez menos del «deber ser» y de los «a priori» pedagógicos (cómo de- ben ser los sujetos educados o instruidos, cómo deben definirse los conceptos, cómo debe hacer- se la enseñanza, cómo tienen que funcionar las instituciones formativas, etc.) para buscar nue- vos contextos de legitimación del conocimiento y de las propuestas prácticas (qué teorías están disponibles, qué resultados de la investigación son aplicables y bajo qué condiciones, qué cons- tancias pueden extraerse de la experiencia prác- tica del profesorado, qué tipo de funcionalidad y efectividad es esperable de las diversas propues- tas prácticas, qué factores afectan de modo claro a los procesos de aprendizaje, etc.). Decía Shul- man (1986)5 que las disciplinas «conversan» con un cierto espacio de la realidad proyectando sobre él sus dispositivos conceptuales y metodo- lógicos, buscando describirlo y, en algunos ca- sos, configurando modelos para representarlo. Y, por otro lado, insistió Popper (en Antiseri, 1977: 4766 ) en que lo que distingue a una disci- plina no es tanto su objeto de estudio (casi siem- pre compartido), sino el tipo de problemas que ayuda a resolver. Siendo eso así, lo que se espe- ra hoy en día de la disciplina que llamamos Didáctica, en este caso de la Didáctica universita- ria, es que nos ayude a conocer mejor lo que su- cede en los procesos de enseñanza y aprendizaje que se producen en la Educación Superior. Ello nos posibilitará crear y sistematizar un cuerpo de conocimientos y de metodologías capaces de incidir en la mejora de las prácticas docentes; nos ofrecerá herramientas conceptuales y opera- tivas para generar estrategias de acción capaces de mejorar cualitativamente los procesos de en- señanza-aprendizaje que llevamos a cabo en nuestras clases o a través de mediaciones virtua- les. En definitiva, que tenga algo que aportar a la «optimización de las condiciones de aprendiza- je» en la universidad, como reclamaba Fernán- dez Pérez (1976)7 . Y ahí aparecen, también, los nuevos retos que nos presenta en la actualidad el proceso de con- vergencia al espacio común europeo (EEES). Es fácil resaltar que la nueva docencia universita- ria tiene que estar centrada en el aprendizaje y en el trabajo del alumno, que debe buscar mo- dalidades de trabajo autónomo, que debe orga- nizarse en torno a competencias, etc. La cues- tión está en buscar caminos contrastados que lleven a esos propósitos. Y ahí es donde la Di- dáctica universitaria desarrolla un papel im- prescindible. La enseñanza universitaria: ¿arte o ciencia? Comenzábamos el punto anterior señalando que la Didáctica Universitaria era, en los manuales al uso, «la ciencia y el arte de la enseñanza». Pero se trata de una definición un tanto esquizofréni- ca y menos aclaratoria de lo que debiera. ¿Qué es la enseñanza y su conocimiento, un arte o una ciencia? ¿Puede una actividad ser ciencia y arte al mismo tiempo? Gagné8 escribió un libro clási- co que casi consiguió la cuadratura de ese círcu- lo. Se titulaba The scientific basis of the art of tea- ching. Pero la cuestión sigue estando abierta. Puede parecer un asunto banal o un tema de dis- cusión para candidatos que opositan. Pero no es así. Resulta un asunto clave porque según la Miguel A. Zabalza Beraza 494 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 494
  • 7. posición que se adopte, nuestras actuaciones como docentes tendrán un carácter suficiente- mente estable y previsible por una parte (cien- cia) o aparecerán como actividades dependientes de la situación, del estilo personal o de las parti- culares circunstancias que concurran en aquel momento (arte). Del mismo modo, si todo de- pende de la voluntad y la pericia de cada uno (arte), queda poco espacio para un saber siste- mático y poco tendría que aportar una disciplina como la Didáctica. Aunque, a decir verdad, incluso el arte (las artes) se han convertido en procesos fuertemente regu- lados hoy en día y precisan de fuertes conoci- mientos científicos: conocimientos sobre la natu- raleza de los materiales, sobre los procesos químicos que afectan las combinaciones desea- das, sobre el funcionamientos de las herramien- tas informáticas en las nuevas producciones multimedia, etcétera. ¿Qué piensan ustedes? ¿Podrían establecerse ciertas reglas, contrastadas por la investigación, para el desarrollo de la enseñanza o por el con- trario, la actividad didáctica no tiene reglas y responde siempre a la particular pericia de cada docente? Participé en una oportunidad en una mesa re- donda sobre el uso del encerado en la enseñan- za. Cada uno de los 5 o 6 integrantes de la mesa fue exponiendo sus ideas (su particular teoría) sobre el uso del encerado: para uno era impor- tante incluir la máxima información posible; otro defendía lo contrario, poca información pero significativa; el siguiente defendió la muer- te del encerado porque no tenía sentido emplearlo teniendo como tenemos las fotocopiadoras que facilitan entregar a los alumnos los materiales por escrito sin obligarlos a escribir; el que venía después defendió la idea de que no podría expli- car sin encerado y que sus clases estaban centra- das en el encerado (iba poniendo allí los concep- tos o gráficos y explicándolos); otro defendió la importancia de que los alumnos escribieran lo que aparecía en el encerado (incluso sin entender lo que escribían) porque así podrían después estu- diarlo y comprenderlo. En fin, un montón de ideas particulares elaboradas a partir de la expe- riencia de cada uno. Experiencia personal vivida pero no estudiada. Todos opinamos porque na- die estaba en condiciones de poder ofrecer datos que aseguraran su «idea». ¿Sería posible hacer un estudio sobre los efectos del encerado en la percepción, en la representa- ción mental, en la comprensión de diversos tipos de contenidos? Y, de existir esos datos, ¿con qué legitimidad podría cada cual seguir instalado en su «experiencia personal», en su opinión, para justificar su particular forma de operar con el en- cerado? Es verdad que existió, llegando incluso a pre- valecer durante bastante tiempo, una concep- ción acientífica de la Didáctica con propuestas más doctrinales y apriorísticas que empíricas, con catálogos de normas y consideraciones no sometidas a contraste, con escasa sensibilidad a lo que son las exigencias de rigor y precisión en el manejo de datos y situaciones. Como contra- posición a ese momento de «infancia» episte- mológica, se buscó durante el último medio si- glo un enfoque más «científico» y contrastado de los saberes sobre la enseñanza. De todas formas, para muchos profesores uni- versitarios la enseñanza es un arte y no cabe, no tiene sentido, intentar buscar regularidades pues las acciones docentes son variadas e imprevisi- bles. De ahí se deriva la idea tan extendida de que no existe «doctrina» o «teoría» posible so- bre la enseñanza, sino que los buenos docentes nacen de la práctica. ¿Para qué formarse, enton- ces? Basta con tener experiencia. En el arte, tien- de a pensarse aunque no sea cierto, no existen las reglas. De eso deriva, igualmente, el gran pre- dicamento que siempre tuvo entre los docentes universitarios el valor otorgado a la «discrecio- nalidad» como criterio básico de construcción de las competencias docentes: cada uno es libre de hacer como mejor le parezca, pues las formas posibles de actuación son infinitas y nadie tiene La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 495 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 495
  • 8. la legitimidad para decir a otro cómo se debe en- señar. La libertad de cátedra, que en su origen fue expresión y salvaguardia de la libertad de pensamiento del profesorado, acabó hipertro- fiando su espacio de aplicación para cubrir toda la actividad didáctica de los profesores: desde la metodología hasta la evaluación y la forma de trato a los estudiantes. Como señala acertada- mente el jurista Chávez (2001)9 , la libertad de cátedra es como la glicerina, un arma de doble filo: puede utilizarse constructivamente como medicamento pero también destructivamente como mecanismo para dinamitar cualquier tipo de regla o iniciativa institucional. En ese contex- to, cualquier intento de «disciplinar» una activi- dad entendida como artística acaba resultando inviable. Pero fueron los propios hechos y la evolución del mundo de la enseñanza, concretamente la universitaria, quienes hicieron evidentes algu- nas insuficiencias de esa concepción artística excesivamente abierta y situacional. Varios fac- tores se coaligaron para apremiar en la búsque- da de caminos más equilibrados y contrastados. La aparición de los derechos de los estudiantes y el emerger de su estatuto como clase o grupo institucionalmente poderoso, fue uno de ellos. El profesorado ya no puede actuar tan libre- mente en aquellos casos que afecten a derechos de los estudiantes, como por ejemplo la evalua- ción, el trato personal, la configuración de los programas o la definición del nivel de exigen- cias. Por otro lado, la investigación didáctica también fue aportando datos sobre la variabili- dad en los resultados que los estudiantes obtie- nen y los factores que les afectaban. No todas las prácticas docentes resultan igualmente váli- das para propiciar buenos aprendizajes, y sien- do así, no parece ni ética ni científicamente vá- lido mantener la idea de que cualquier profesor puede hacerlo a su manera. Es cierto que las in- vestigaciones están aún lejos de ofrecer datos consistentes y regularidades estables. Son mu- chos los factores que afectan al aprendizaje de nuestros estudiantes y la actuación de los pro- fesores es sólo uno de esos factores. Pero si las investigaciones no permiten aún establecer re- glas rígidas como en las ciencias duras, sí per- miten identificar constancias y patrones de actuación más válidos y permiten, igualmente, descartar ciertos tipos de prácticas o al menos ponerlos en duda desde el punto de vista de sus efectos sobre los aprendizajes. Siendo eso así, resulta igualmente cierta la natu- raleza artística de la enseñanza. Y, por lo tanto, no todos los acercamientos del enfoque artístico son negativos. De él fueron derivándose gran número de iniciativas de innovación didáctica interesantes. Movimientos que rompiendo las formas convencionales de actuación fueron bus- cando otros caminos más atractivos y eficaces de trabajo didáctico. Y así, poco a poco y no sin di- ficultades, las universidades fueron experimen- tando metodologías y formas de organización de los procesos didácticos que consiguieron debili- tar el statu quo establecido y las rutinas tradicio- nales, aún existentes (generalmente basadas en la lección magistral, en el aprendizaje memorís- tico y en la repetición mecánica de los aprendi- zajes). De ese dinamismo artístico se nutre la Di- dáctica Universitaria con experiencias que tratan de sistematizar y de extender a otros contextos. La enseñanza tiene mucho de arte pero su estu- dio y mejora tiene que hacerse al socaire de cri- terios científicos de regularidad y previsión. Pero sin estar obsesionada en ese propósito pues resulta evidente que en su sentido pleno, las exigencias de cientificidad de las ciencias positivas resulta inviables aquí. En nuestro caso, el concepto de «ciencia» o «científico» puede ser tomado como un «continuum» de condiciones respecto a las que deben posicio- narse los diversos ámbitos de conocimiento y de desarrollo disciplinar (la cientificidad como cualidad que, dependiendo de su presencia o ausencia, marcaría el estatuto epistemológico de los conceptos, las proposiciones operativas y los modelos de investigación existentes en las distintas áreas disciplinares). No es lo mismo elucubrar, opinar o impartir doctrina que pre- sentar hechos contrastados o hacer propuestas Miguel A. Zabalza Beraza 496 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 496
  • 9. apoyadas en investigaciones previas. En ese sentido, el campo de conocimiento didáctico (como espacio de la actividad humana donde se construye y aplica conocimiento) será tanto más científico cuanto más se aproxime y respe- te las condiciones de racionalidad, sistematici- dad y justificación de sus procesos y productos. Dos consecuencias principales para nuestro trabajo como profesores universitarios podrían extraerse de esta reflexión sobre el dilema dis- ciplinar entre ciencia y arte. La primera ya fue iniciada en un párrafo anterior y tiene que ver con la libertad profesional y la discrecionalidad con que podemos o no podemos desarrollar nuestro trabajo docente. La segunda tiene que ver con la forma en que, en ese contexto, pode- mos construir conocimiento profesional. 1. Los defensores del profesionalismo libre de reglas, rechazan la idea de que los procesos de enseñanza o de aprendizaje tengan aspec- tos comunes y regularidades nomotéticas. En su opinión cada situación de aprendizaje es única y singular. Queda, por tanto, fuera de aplicación cualquier intento de establecer normativas o patrones estables de actuación. Varias consecuencias negativas tuvo este en- foque que prevaleció durante mucho tiempo en la universidad. El más negativo es que de- sapareció cualquier intento institucional por ahondar en el conocimiento de los factores que afectan a la enseñanza universitaria. La comunidad profesional, e incluso la científi- ca, se dedicó a poner en marcha innumera- bles iniciativas pretendidamente novedosas pero sin entrar a analizar sus efectos y sin conseguir alterar los modelos convenciona- les, especialmente cómodos en esta situación de inercia y borrosidad doctrinal. Otra con- secuencia negativa ha sido el desperdicio del conocimiento experto, de sistemas y modali- dades de actuación contrastados en el tiem- po. Esto es muy frecuente en la enseñanza universitaria (y en la enseñanza, en general): parece como si cada uno tuviera que estar in- ventando constantemente las cosas; presen- tándose como nuevas y prometedoras, inicia- tivas que ya decayeron por ineficaces en otros contextos. Pocos se documentan sobre lo que se está haciendo o lo que se hizo en el ámbito de la docencia en otras universidades. Algo que sería considerado una herejía profesional en el propio campo de saberes (y en la inves- tigación) no se toma en consideración en lo que se refiere a la enseñanza. Resulta curiosa esa carencia absoluta de refe- rentes en las propuestas didácticas. Nadie se atrevería a diseñar un proyecto de investiga- ción que no hubiera repasado, previamente, el estado del arte en el ámbito a trabajar. Ésa es una introducción necesaria y una condi- ción sine qua non para obtener la aprobación del proyecto. Pero no sucede nada parecido en las propuestas docentes. Las presentamos sin necesidad alguna de revisar qué es lo que ya se ha hecho en ese campo, qué otras ex- periencias pueden servirnos de referente, qué resultados se obtuvieron de aquellas y qué reajustes precisarán las nuevas iniciati- vas semejantes. Nada de eso aparece como condición y justificación «científica». En todo caso, los avances de la investigación didáctica en pedagogía y psicología, en nue- vas tecnologías, etc., en ámbitos como la cognición y la memoria, el desarrollo del len- guaje, las emociones, la autoeficacia, el ma- nejo de nuevos recursos técnicos, la gestión de las condiciones de aprendizaje, etc., per- miten contar con certezas suficientemente avaladas como para recomponer un mapa de secuencias operativas generalizables. A ellas les dedicaré el siguiente apartado. 2. Otro aspecto que resulta interesante en la Di- dáctica Universitaria es la forma en que se construye el conocimiento. No existiendo principios generales, salvo en lo que se refie- re a cuestiones de tipo ético, el conocimiento sobre las mejores formas de actuación nace, necesariamente, de la práctica. No de la prác- tica en sí (más práctica, lo sabemos todos, no La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 497 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 497
  • 10. significa mejor práctica), sino de la práctica revisada (eso es, evaluada, reajustada, repen- sada). Toda idea o principio teórico necesita ser contrastado con práctica y toda práctica necesita ser revisada teóricamente para cons- tatar en qué medida permite alcanzar el pro- pósito básico del aprendizaje (con las caracte- rísticas y cualidades que en cada caso se hayan descrito: aprendizaje crítico, práctico, transfe- rible, reflexivo, original, teórico, etcétera). El conocimiento didáctico (como el conoci- miento profesional, en general) resulta, así, de la práctica revisada, evaluada (gráfico nº 1). En ese sentido, el proceso básico de construc- ción de conocimiento didáctico sigue un proce- so circular:… práctica… evaluación… ajus- tes… práctica mejorada… nueva evaluación… nuevos ajustes… y así sucesivamente. Efectivamente, el principal cometido de la Di- dáctica no sería tanto «predicar» (menos aún, obviamente, «imponer») formas de acción, cuanto ayudar a revisar y reajustar propuestas suficientemente fundamentadas para ir consoli- dándolas como actuaciones pertinentes y efecti- vas. Y la principal fuente de conocimiento para poder hacer estas propuestas es, justamente, la experiencia acumulada que ha sido documenta- da adecuadamente. Los docentes universitarios, sin embargo, no tenemos una conciencia sufi- cientemente sensibilizada sobre la importancia de la documentación de nuestras propias prácti- cas. Tampoco contamos, es cierto, con el tiempo y los dispositivos técnicos para poder llevarla a cabo. Pero resulta un tipo de competencia profe- sional tan importante, para la mejora de la ense- ñanza, como puede ser la planificación o el do- minio de un amplio repertorio de metodologías de enseñanza. La capacidad de mejorar la ense- ñanza viene ligada a la posibilidad de documen- tar nuestra práctica de forma tal que podamos volver sobre ella, evaluarla, identificar sus pun- tos fuertes y débiles, valorar los efectos sobre el aprendizaje, etc. Y, sobre todo, que podamos compartirla de forma tal que la mejora de las prácticas surja de un proceso de aprendizaje co- ral, como señalaba Vygotski. La relevancia que en el contexto internacional se les está dando a los portafolios docentes, el nuevo ímpetu que es- tán tomando movimientos de mejora de la ense- ñanza universitaria como el benchmarking, el knowledge capturing, la visibilización de buenas prácticas docentes, etc. tiene mucho que ver con la posibilidad de contar con referentes reales (authentic materials) que podamos tomar como elementos de contraste con nuestra práctica. La estructura del espacio disciplinar de la Didáctica Universitaria Si hemos dicho que la Didáctica Universitaria constituye ese espacio disciplinar comprometido con la mejora de los procesos de enseñanza Miguel A. Zabalza Beraza 498 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 GRÁFICO 1 La práctica evaluada da lugar a una mera práctica mejorada, la cual será a su vez evaluada y permitirá alcanzar un nuevo ciclo de práctica cada vez de mayor calidad. 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 498
  • 11. y aprendizaje en el contexto de la Educación Su- perior, necesitamos entrar de una forma más concreta y específica a definir los contenidos y dinámicas de dicho espacio. Como ciencia del ámbito pedagógico, la Didáctica debe proveer el conocimiento necesario como para llevar a cabo el diseño e implementación de «actos didácti- cos» valiosos. Es decir, iluminar (tanto en la di- mensión conceptual como en la operativa) el conjunto de actuaciones que concurren en el «aquí y ahora» de los procesos de enseñanza- aprendizaje. Este sentido práctico de la Didácti- ca, que se había perdido, en parte, con la cons- trucción de discursos abstractos y generalistas (sobre la formación, sobre el currículum, sobre las ideologías o los paradigmas), resulta, sin em- bargo, uno de sus signos de identidad. También, justo es reconocerlo, uno de los puntos de discor- dia doctrinal entre los especialistas. No todos aceptan esta aproximación a lo práctico e inme- diato de la Didáctica y, algunos lo rechazan de plano, puesto que en su opinión tal enfoque re- sulta desprotegido ideológicamente y, por tanto, inconsistente e, incluso, ilegítimo. En mi opinión, ya lo dije al inicio de este texto, lo interesante de la Didáctica Universitaria es que se puede despojar de los ropajes abstractos y difusos con los que la vestimos los supuestos expertos. El es- pacio didáctico, incluso el espacio didáctico con- cebido como un espacio de teoría y no sólo de práctica, ha de construirse como un espacio abierto y comprensible para todo profesor. Una fuente de conocimientos que le permitan cono- cer mejor su práctica docente y poner en marcha procesos capaces de mejorarla. Con ese propósi- to de simplificación trato de describir aquí los que, a mi manera de ver, constituirían los ejes básicos del campo didáctico. Para iniciar ese análisis, bastaría con que tomára- mos el esquema más clásico y sencillo con que se ha tratado de representar la definición del espa- cio didáctico: un triángulo cuyos vértices consti- tuyen los ejes básicos de la docencia: profesores, alumnos y contenidos, siendo el propio espacio del triángulo el contexto en el que se producen la enseñanza y el aprendizaje (cuadro nº 2)10 . En el cuadro aparecen los elementos funda- mentales del acercamiento que la Didáctica ha La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 499 GRÁFICO 2. Configuración de dos elementos substantivos da acción didáctica (Zabalza, 2001) Contenidos Enseñar Aprender Profesor Alumno a b c Referentes externos Orientación formativa Empleo Currículumoficial Políticauniversitaria Espacio institucional 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 499
  • 12. venido haciendo al conocimiento y mejora de la enseñanza universitaria. Aunque se trata de un esquema excesivamente clásico y simple, re- coge bien los elementos de la problemática di- dáctica de la enseñanza universitaria. Como puede verse en el gráfico, la enseñanza univer- sitaria está configurada en una estructura de tres campos que se superponen y condicionan mutuamente: un espacio externo y extrauniver- sitario que marca las condiciones en que se lle- va a cabo la docencia; un espacio institucional que define el contexto inmediato y un espacio didáctico en el que se produce el proceso de en- señanza-aprendizaje. Cada uno de esos espa- cios tiene su propia lógica y ejerce fuertes mo- vimientos de presión sobre los otros (y, simultáneamente, de resistencia a sus influen- cias). Es justamente el blindaje de cada uno de los niveles lo que hace difícil conseguir una transformación de la enseñanza universitaria en su conjunto. Modificaciones en el espacio exterior no consiguen influir en los ámbitos in- ternos. Y viceversa. El gráfico podría leerse del siguiente modo: • Los factores externos que afectan al desa- rrollo de la docencia universitaria son muchos y muy variados. Pero los selec- cionados en el gráfico representan una importante fuente de presiones y prede- terminaciones a las que la docencia uni- versitaria debe hacer frente. El currículo oficial o la estructura predefinida de las carreras, en la medida en que condicionan tanto el contenido de la enseñanza como su consecuencia y las condiciones (tem- porales, de desarrollo práctico, etc.) en las que se llevará a cabo. La política universi- taria, porque va a establecer las condicio- nes pragmáticas del desarrollo de la docencia; financiación, ratio, recursos disponibles para la docencia e investiga- ción, incentivos y apoyos a la innovación, programas de formación e incentivación del profesorado, sistemas de evaluación y garantía de la calidad, etc. La orientación de la formación, porque define el peso que se le va a dar a los enfoques profesionali- zadores frente a los enfoques más centra- dos en la formación genérica en la defini- ción del perfil y en la operativización de los itinerarios formativos. Finalmente, los referentes externos, en un mundo globali- zado como el actual, actúan de fuerte me- canismo de presión sobre las instituciones e, indirectamente, sobre los profesores. Las universidades comienzan a ser com- paradas unas con otras con criterios bo- rrosos, los alumnos de diversos centros compiten por becas o salidas profesiona- les. Incluso, muchas de las políticas insti- tucionales de mejora de la enseñanza uni- versitaria emplean cada vez con mayor frecuencia los referentes externos de «buenas prácticas» (benchmarking) como puntos de comparación para que actúen como motor de arrastre del desarrollo de la propia institución. • En el espacio institucional operan las tra- diciones y dinámicas de cada facultad y escuela universitaria: la particular cultura institucional del centro; la distribución del poder, la forma de funcionamiento; el particular equilibrio o desequilibrio entre investigación y docencia; las tradiciones institucionales referidas a la docencia; los criterios y dispositivos de evaluación y ga- rantía de la calidad (si existen), los víncu- los con instituciones externas, etc. Son as- pectos que ejercen una fuerte presión sobre el espacio más interior del esquema donde aparecen las prácticas docentes. • Siendo cierto, como hemos señalado, que no se pueden desconsiderar los factores externos e institucionales, que actúan como inputs o invariantes que condicio- nan la actividad docente, los aspectos substanciales de la docencia residen en el espacio interior del cuadro, en el triangu- lo. Ese espacio interior está constituido por dos tipos de elementos: estructurales (profesor, alumnos, contenidos) y relacio- nales (la relación que existe entre cada Miguel A. Zabalza Beraza 500 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 500
  • 13. uno de ellos con los otros, esa especie de diálogo triangular que se produce entre profesores, alumnos y contenidos de aprendizaje). De la conjunción de ambos tipos de elementos surge la particular con- figuración de los procesos de enseñanza- aprendizaje. Esta configuración del espacio didáctico tiene características claramente situacionales (en coordenadas espaciales concretas o en contextos virtuales). Tanto la naturaleza de cada uno de los elemen- tos del modelo (profesores, alumnos, conteni- dos y contexto institucional) como los flujos de relación entre ellos son claramente diferentes en la enseñanza universitaria respecto a los otros niveles del sistema educativo. La posibili- dad de analizar estos componentes del espacio didáctico tanto separadamente como en su in- teracción es lo que dota de identidad discipli- nar a la Didáctica Universitaria. En el espacio didáctico, propiamente dicho, nos encontramos con tres elementos estructu- rales y seis componentes dinámicos (gráfico nº 3). Cada uno de ellos actúa con identidad pro- pia e influye en el proceso de enseñanza-apren- dizaje. En total, nueve factores que es preciso analizar (y, a veces, reconfigurar) si deseamos mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje. • Los profesores y profesoras constituimos la pieza fundamental (junto con los alum- nos) de la estructura didáctica. Mucho se ha hablado en estos años sobre la impor- tancia de contar con buenos profesores: bien formados, satisfechos, motivados (e incentivados), capaces de innovar, etc. Los aspectos demográficos (como la edad, el sexo, la procedencia geográfica, etc.), su background formativo, su experiencia profesional y discente, las condiciones la- borales e, incluso, sus características per- sonales y profesionales son condiciones, todas ellas, que ejercen una influencia no- table sobre los procesos de enseñanza que desarrollan. Algunos de estos elementos son condiciones inalterables, otros son elementos modificables sobre los que los procesos de mejora deben actuar. • Los alumnos y alumnas universitarios ocu- pan al otro vértice de la base del triángu- lo didáctico. Otro elemento sustantivo del proceso didáctico. Como en el caso del profesorado son muchos los aspectos de los alumnos que actúan como factores cruciales en el desarrollo de la enseñanza: las variables demográficas y sociales (edad, sexo, procedencia geográfica, y so- cial, recursos económicos, etc.), la forma- ción previa, el nivel de expectativas y de motivación para la enseñanza, la orienta- ción vocacional hacia la profesión, etc. Los estudiantes están, desde hace algunos años, en el punto de mira de todos los aná- lisis de enseñanza universitaria. Ellos son, para muchos profesores, la pieza clave del actual deterioro de la enseñanza. Se insis- te en que ahora llegan más infantiles, me- nos preparados, menos motivados. Los datos existentes, no justifican una visión tan negativa del alumnado. Pero lo cierto es que los actuales alumnos son distintos a los que ocupaban las aulas hace 25 años: son más, son más heterogéneos (en capa- cidad, en motivación, en intereses profe- sionales) y traen consigo un bagaje for- mativo más amplio y diversificado aunque menos profundo que en épocas anteriores (debido a los cambios en la enseñanza se- cundaria y en el contexto social y cultural que viven). Como señaló King (1996)11 : «the key to understanding student lear- ning is understanding student differen- ces» (p. 220). Recuerdo que cuando comenzamos a trabajar en la Comisión de Calidad de la Universidad de Santiago, la primera conclusión informal a la que llegamos tras las primeras discusiones fue que «el principal problema de la Universidad de San- tiago eran los alumnos de la Universidad de Santiago». Constatación un tanto absurda pero que refleja bien la sensación que muchos profesores La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 501 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 501
  • 14. universitarios viven de forma intensa y perturba- dora en casi todas las universidades. Y es bien sa- bido que las vivencias (como los temores o los celos) están fuertemente saturadas de emotivi- dad y son muy resistentes a cualquier tipo de desconfirmación por la vía de los hechos. Por otra parte, también los estudiantes ac- ceden a la universidad y viven su vida universitaria con ideas y sensaciones que interfieren en su motivación e implica- ción en el proceso de aprendizaje (Trillo, 200412 ; Méndez, 200413 ). • El tercer componente sustancial de este triángulo didáctico son los contenidos. Elemento también fundamental por cuan- to condiciona y, en casos, predetermina la orientación en que se deberá organizar el proceso de enseñanza y aprendizaje de los alumnos. Enseñar en Bellas Artes es bien diferente de hacerlo en una Ingeniería o en Idiomas Extranjeros. Los contenidos imponen condiciones a la enseñanza pero no tantas como, a veces, se presupone. Muchas de la exigencias vinculadas en la actualidad a los contenidos de las carreras (extensión y dificultad de los programas, modos de organización de los temas, tareas vinculadas a las materias, etc.) pertenecen más a las tradiciones académicas de los diversos grupos docentes o a las posturas de poder ejercidas sobre el currículum desde el ámbito profesional (la libertad de cátedra, las presiones desde el espacio ex- terior por los colegios profesionales o los empleadores sobre el espacio didáctico, como quedaba señalado en el gráfico 2) que a las exigencias necesarias derivadas de los contenidos disciplinares. Este análisis estructural de los tres elementos básicos del espacio didáctico, hay que comple- tarlo con la revisión de los espacios dinámicos que se generan en ellos. Cada uno de esos com- ponentes actúa como un espacio dinámico en cuyo interior se producen diversas modalidades de relación: cómo los profesores se relacionan entre ellos; cómo se relacionan los estudiantes entre ellos; qué relaciones se establecen entre los contenidos. Según como se produzca esa re- lación, el desarrollo de la docencia será diversa. Cada uno de ellos constituye, por tanto, un nuevo ámbito de estudio y de intervención ha- cia la mejora de la calidad de la enseñanza. Aparecen así, tres nuevos espacios de estudio: • Profesores-Profesores: P-P. La relación entre los profesores marca uno de los puntos más débiles de todo el sistema docente universitario. Maasen y Postman (1990)14 acuñaron el término «burocracia profesional» para referirse a los contextos institucionales, como la universidad, formados por expertos de alto nivel que trabajan de manera aislada, en una especie de celda de palomar (pigeon- hole) cerrada y autónoma. La Fundación Carnegie desarrolló una amplía investiga- ción sobre profesorado de 14 países y una de sus conclusiones (a robust finding, di- cen los autores) fue justamente ésta: los profesores guardaban una alta fidelidad a sus disciplinas, que era mayor, en todos los países, que la fidelidad a sus departa- mentos y ésta también mayor que la que tenían a sus instituciones (Albach, 1996)15 . El individualismo docente, reforzado por la idea de la discrecionalidad plena (que cada quien haga lo que le parezca más adecuado) es, sin duda, el principal ene- migo de la transformación de la enseñan- za universitaria. Desarrollar un proyecto formativo (eso significa al final el plan de estudios: el proyecto formativo que lleva a cabo una facultad o escuela universitaria) requiere del trabajo coordinado y comple- mentario del grupo de profesores que par- ticipa en el mismo. Por ejemplo, desarro- llar un programa formativo basado en competencias, como reclama el proceso de convergencia, será absolutamente imposi- ble sin un trabajo más coordinado entre Miguel A. Zabalza Beraza 502 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 502
  • 15. cuantos hacemos la docencia en una titu- lación. En definitiva, mejorar la calidad de la enseñanza requiere de la sinergia y la implicación del conjunto del staff do- cente. Condición que casi parece una uto- pía en la cultura universitaria actual. • Alumnos-Alumnos: A-A. Otro de los elementos importantes en las dinámicas interactivas que condicionan la docencia universitaria tiene que ver con las modalidades de relación entre los alumnos y la cultura de competitividad o colaboración que se establezca entre ellos. Hace un tiempo, comentaban unos cole- gas de una facultad, que no citaré, que en su centro no era preciso vigilar a los alumnos en los exámenes. Ellos mismos eran los más interesados en no dejar que los vecinos les opiaran. A veces, llegaban incluso a «soplar» respuestas equivocadas a propósito. Era el efecto perverso de la competencia más brutal forzada por el sis- tema desde la propia carrera (efectiva- mente, el expediente contaría después para diversos tipos de pruebas selectivas). Por el contrario, está ampliamente docu- mentado cómo la colaboración, el trabajo en grupo, la tutoría entre compañeros (peer tutoring), etc., constituyen elemen- tos importantes no solo como competen- cias básicas en los diversos perfiles profe- sionales (que ahora son requeridos en el proceso de convergencia al EEES) sino como factores que mejoran el rendimien- to académico, sobre todo en tareas com- plejas. La propia heterogeneidad de los grupos de alumnos en ciertas materias (unos que van mucho más avanzados que otros en los contenidos o destrezas de nuestra disciplina) hace muy recomenda- ble esta apoyo entre iguales. Y, de la mis- ma manera, la construcción de redes y co- munidades de aprendizaje aprovechando el potencial de las TICs. • Contenidos-Contenidos: C-C. Un aspecto básico de los enfoques didácti- cos actuales tiene que ver con la forma de integración de los contenidos académicos que los alumnos deben adquirir durante su paso por la universidad. El formato indivi- dualista de actuación docente del profeso- rado se proyecta sobre el currículo provo- cando una organización atomística de los contenidos (o puede que sea al revés: una concepción atomística del currículo acaba reforzando modalidades individualistas de docencia). Pero lo cierto es que, en la ac- tual organización curricular de los estudios universitarios, cada disciplina actúa de for- ma aislada e independiente sin apenas re- lación con las otras materias del plan de es- tudios. Esa organización provoca fuertes problemas en la integración de los apren- dizajes de los estudiantes que acaban orga- nizando el conocimiento con la misma es- tructura rota e incomunicada en la que se les suministró. Las últimas experiencias de cambio en los planes de estudio exacerba- ron aún más el problema multiplicando las materias y especializando sus contenidos. En algunos cursos los alumnos deben cur- sar cifras enormes de materias diversas. Las nuevas propuestas didácticas tratan de romper con esa multiplicación innece- saria y nefasta de las parcelas curriculares que dificultan los aprendizajes integra- dos. Se buscan, por el contrario, diversas modalidades de integración: propuestas interdisciplinares; combinación de mo- mentos disciplinares y proyectos interdis- ciplinares; combinación del trabajo sobre contenidos disciplinares con prácticas in- tegradas; sistemas de trabajo por proyec- tos y aprendizaje basado en problemas; planificación conjunta de varias materias, etc. Las universidades ya comienzan a po- ner en marcha iniciativas en este sentido. Un segundo ámbito de interacciones que condicionan el proceso de enseñanza- aprendizaje aparece cuando relacionamos cada uno de los elementos con los otros. • Profesor-Contenidos: (flecha a). La particular relación entre los profesores y los contenidos que imparten resulta un La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 503 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 503
  • 16. factor fundamental en el desarrollo de una docencia de calidad. A este ámbito in- teractivo pertenecen aspectos tan funda- mentales para la enseñanza como el «co- nocimiento de la materia» por parte de los dicentes; el particular dominio del ám- bito científico al que pertenece la discipli- na; la capacidad y experiencia investiga- dora del docente (no tanto porque se identifiquen la competencia docente y la investigadora, ni los contenidos a expli- car, sino, sobre todo, por la particular ac- titud de búsqueda constante con que los investigadores afrontan los temas que tra- bajan); la inquietud científica y relativiza- dota de los conocimientos, etc. La dicoto- mía básica en esta relación se produce entre profesores que simplemente repro- ducen conocimientos (que toman de tex- tos o manuales) y aquellos que son capaces de crear conocimiento (porque investi- gan, porque dominan ampliamente ese ámbito científico, etcétera). Particular relevancia se está prestando, en este apartado, al conocimiento y ex- periencia profesional de los docentes. El profesorado que se incorpora a la do- cencia tras un período de ejercicio pro- fesional o que simultánea docencia y ac- tividad profesional mantiene un tipo de aproximación a los contenidos más prác- tico y actualizado y, por lo general, consi- gue trasmitir un sentido más funcional y aplicado al trabajo de la disciplina. Algu- nas universidades iniciaron, incluso, pe- riodos de practicum para profesores de forma tal que el profesorado pudiera se- guir en contacto con la evolución del mundo profesional para el que se prepa- ran los estudiantes. • Profesor-Alumno(s): (flecha c). Las relaciones entre profesores y alumnos fueron siempre un punto caliente del de- sarrollo de la docencia. Para muchos pro- fesores (sobre todo aquellos que atienden grupos numerosos) los alumnos no exis- ten sino como grupo indiferenciado, como masa. Esa situación resulta funcio- nal para un tipo de docencia basada en la lección magistral y en la simple «explica- ción» de las materias, pero se convierte en absurda cuando se reclaman propuestas de aprendizaje autónomo y supervisado. Si los profesores debemos centrar nuestro trabajo docente en el aprendizaje y no en la enseñanza, el eje de nuestra actuación debe rotar 180 grados. La enseñanza puede ser general pero el aprendizaje es siempre individual. En este nuevo paradig- ma didáctico, los estudiantes reaparecen Miguel A. Zabalza Beraza 504 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 GRÁFICO 3. FACTORES DINÁMICOS DE LA ENSEÑANZA C-C Aprender Enseñar P-P A-A a b c 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 504
  • 17. como sujetos individuales con procesos de aprendizaje diversos y que necesitan de atención singular. La imagen del pro- fesor o profesora experto se vincula ahora a la de aquel profesional que toma en con- sideración que sus estudiantes pueden en- contrar diverso tipo de dificultades para alcanzar un aprendizaje óptimo y está dis- puesto a hacer lo que esté en su mano para evitarlo. Afortunadamente, en la gran parte de los casos la relación entre profesores y alum- nos universitarios mejoró mucho en los últimos años hasta llegar a configurarse un clima relacional y didáctico cálido y empático. Están dispuestos a ponerse a disposición de sus estudiantes y ayudarles en lo que esté en sus manos para que sa- quen el máximo partido a su experiencia universitaria. Pero, para algunos profeso- res, este nuevo escenario es incómodo y perturbador. Ven en él excesivos elemen- tos paternalistas y una preocupante falta de exigencias. En todo caso, será en el caldo de cultivo de estas relaciones donde habrá que cons- truir esa nueva definición del papel de profesores y alumnos que propugna el proceso de convergencia: un profesor me- nos «enseñante» y más asesor y tutor de los procesos de aprendizaje de los estu- diantes. • Alumno- Contenidos: (flecha b). Desde mi punto de vista, ésta es la varia- ble didáctica menos atendida de todas las mencionadas hasta ahora. Pero, en el fon- do, marca la tipología y la calidad del aprendizaje. Los alumnos pueden relacio- narse con los contenidos de una forma mecánica (aprendiéndolos de memoria) o significativa (tratando de entenderlos); de una forma conceptual (como campo de conocimientos) o práctica (como recurso para la actuación); de forma superficial o profunda; de forma disgregada o integra- da; de forma reproductiva o creativa, etc. Las viejas teorías didácticas asumidas por muchos profesores partían del supuesto de que la tarea del profesor era enseñar y la del alumno era aprender. Por lo tanto, todo iba bien si cada uno se mantenía en su espacio y se responsabilizaba de su parte del proceso. Por eso los profesores sabemos tan poco del aprendizaje, porque no era nuestro problema. Cada alumno debía «buscarse la vida» y aprender lo más y mejor que pudiera. La nueva idea de la docencia universitaria trastoca este reparto de papeles. El aprendizaje sigue siendo obligación y responsabilidad del alumno pero también nuestra como pro- fesores. De hecho, la forma en que los alumnos aprenden depende en gran parte de la forma en que nosotros orquestamos el proceso de enseñanza. Especial men- ción merece, en este sentido, la evalua- ción, como elemento de la docencia que condiciona los aprendizajes de los alum- nos (Porto, 2004)16 . Enseñar y aprender aparecen así como procesos intrínseca- mente vinculados. Tenemos, por lo tanto, que el proceso de ense- ñanza-aprendizaje que construye el objeto de es- tudio de la Didáctica Universitaria es, también, nuestro ámbito de trabajo. Este espacio didácti- co viene condicionado por todo un conjunto de elementos que actúan como factores. La actua- ción tanto individual (profesores/as, alumnos/as y contenidos) como combinada (profesores/pro- fesores; alumnos/alumnos; contenidos/conteni- dos; profesores/contenidos; profesores/alumnos y alumnos/contenidos) predeterminan y definen el espacio en el que se producirá el proceso efec- tivo de enseñanza- aprendizaje. Una vez que tenemos los factores y condicio- nes que enmarcan el proceso de enseñanza- aprendizaje, concretados en nueve variables, deberíamos continuar ahora analizando su dinámica interna. Lamentablemente no po- dremos hacerlo en este texto, ya excesiva- mente alargado, pero será objeto de un pró- ximo libro17 . La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 505 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 505
  • 18. Conclusión Para concluir este pequeño texto-homenaje quisiera insistir en dos o tres ideas sobre la Di- dáctica Universitaria y sobre su compromiso (el nuestro como didactas) con la mejora de la do- cencia universitaria. Me gustaría presentarlas como propuestas de acción concreta para nues- tras universidades. a. La Didáctica Universitaria está llamada a ge- neralizar conocimiento sobre la docencia. A día de hoy, disponemos de mucha más práctica docente que conocimiento sobre esa práctica. El hecho de que el profesorado no se prepare específicamente para la docencia ni muestre excesivo interés en estudiarla, hace que las prácticas docentes se vayan re- produciendo de forma rutinaria. Creo que es Elton, quien contaba que en una de sus conferencias sobre este tema, llegando ya al final de su intervención, alguien le in- terpeló desde la platea diciéndole que él (el interpelante) ya tenía 30 años de experiencia como docente y que no veía posible que na- die pudiera enseñarle, a estas alturas, cómo hacer buena docencia. Elton le contesto: «Sr. profesor, está usted seguro de que tiene 30 años de experiencia. ¿No será que tiene un año de experiencia repetido 30 veces?». Es, por ello, muy necesario avanzar y profun- dizar en el estudio sistemático de la docencia universitaria y, con ello, en su conocimiento porque solo así estaremos en condiciones de mejorarla. Ésa es una tarea que le corresponde hacer a la Didáctica Universitaria y que podría conseguir con la condición de abrir el discurso didáctico (un tipo de discurso menos abstrac- to y complejo del que estamos habituados a hacer) a profesores no pedagogos y no espe- cialistas en educación. Al final, si el objetivo es mejorar la calidad de la enseñanza en la uni- versidad, resultará necesario reducir en lo po- sible la complejidad de los análisis e incre- mentar la accesibilidad conceptual y operativa a las propuesta generadas desde ellos, de modo que hablar de la docencia no se convierta en un discurso críptico y reservado a los pocos dominadores de la «jerga» especializada. Todo lo contrario, necesitamos manejar un discurso que todos entendamos y construir entre todos propuestas válidas para las diversas situaciones docentes y para el amplio abanico de especia- lidades universitarias. En realidad, estamos avanzando bastante en este aspecto. Ya no resulta infrecuente escu- char a ingenieros, físicos o médicos hablar de pedagogía universitaria y argumentar con ideas y propuestas muy próximas a las que podría emplear un experto en Educación. Es una generalización del conocimiento no exento de riesgo (a veces se manejan con- ceptos o modelos muy anticuados o se utili- zan de modo excesivamente superficial), pero es una fase necesaria para caminar en la vía de una implicación didáctica cada vez más amplia y convencida del profesorado más innovador y responsable. Algunas universidades (más de fuera de aquí que de las nuestras) están promoviendo más- teres en docencia universitaria obligatorios para quien desee enseñar en la universidad. Existen experiencias del 2º doctorado de los docentes: profesores ya doctores pero que ha- cen una segunda tesis sobre alguno de los as- pectos básicos de la enseñanza de su campo disciplinar. Algunas universidades españolas han puesto en marcha programas de investi- gación sobre la docencia a los que se han ad- herido con entusiasmo muchos profesores de casi todas las áreas. Ése es el camino que de- beremos recorrer para ir teniendo cada vez mejor conocimiento sobre el proceso de ense- ñanza-aprendizaje en la universidad. b. La Didáctica Universitaria está llamada a ilu- minar los procesos docentes: la visibilidad di- dáctica. Como quedó señalado en un punto ante- rior, la «ciencia didáctica» no se construye desde teorías o principios generales. Es un conocimiento práctico y situacional que nace, justamente, del estudio de la práctica. Pero ése es un propósito imposible si la Miguel A. Zabalza Beraza 506 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 506
  • 19. práctica docente es concebida y realizada como una actividad escondida y opaca (tea- ching as a lonely task). Como recuerdan Austin, Brocato y La Fleur (1993) a partir de los datos de su investigación, los docen- tes universitarios construyen su rol docente y su conocimiento práctico especialmente a través de la socialización: observación de otros docentes, feed-back de sus alumnos y ayudantes, trabajo docente en grupo, etc. Esa construcción del conocimiento profe- sional es un proceso personal que no tiene que ver con la práctica o la experiencia que se posea (Amansen, GrySpeerdt y Moxness, 1993), sino con la apertura al exterior y el contraste con las experiencias de otros. Algo que entra en contradicción con nues- tra habitual tendencia al individualismo y la docencia en solitario. Aquí aparece el reto de la visibilidad como uno de los principales desafíos de la Didácti- ca Universitaria y uno de los retos necesarios a asumir hacia la mejora de la docencia. Y también uno de los compromisos que reco- gen explícitamente los documentos europeos sobre la convergencia: identificar y posibili- tar el conocimiento e intercambio de buenas prácticas docentes. En ese compromiso nos estamos moviendo en este momento bastantes equipos de investiga- ción. Entre otros, el GIE18 que tengo el honor de dirigir. Junto con otras 6 universidades es- pañolas y a través de las modernas metodolo- gías del knowledge capturing pretendemos res- catar las voces, las prácticas y las ideas básicas de los protagonistas del compromiso con las buenas prácticas docentes (en todas las áreas académicas y disciplinares) de modo tal que puedan servir de referente y estímulo para cuantos deseamos una enseñanza universita- ria de la máxima calidad. c. La Didáctica Universitaria está llamada a arti- cular el reto de la formación del profesorado universitario. En un reciente y magnifico estudio dirigi- do por el profesor Varcárcel (2005)19 de la Universidad de Córdoba y que se basó en las respuestas dadas por 42 Vicerrectores de Profesorado u Organización Académica de 39 universidades españolas, se destaca- ba que sólo el 31,7% de las acciones lleva- das a cabo por las universidades en rela- ción al proceso de convergencia estuvo relacionado con la formación del profeso- rado. Y sucedió eso pese a que el 95,2% de los vicerrectores admitieron que la forma- ción de los docentes tendrá una importan- cia alta o muy alta en el éxito del proceso de convergencia. La Didáctica en general (Bolívar y Domin- go, 2007)20 y la Didáctica Universitaria, en particular, pueden jugar un importante pa- pel en este sentido. En la medida en que no se entretienen en complejos discursos con- ceptuales sino que definen el acto didácti- co y la acción instructiva alrededor de unos ejes próximos a nosotros y maneja- bles, permite centrar la formación docente en contextos próximos a los contenidos disciplinares y a las tareas diarias, inte- grando conocimientos pedagógicos y disci- plinares. El ámbito de las didácticas espe- cíficas tiene que ser fortalecido también para el nivel universitario porque es el me- jor escenario formativo para integrar los conocimientos generales y los más propios de cada especialidad, de modo tal que la formación sirva para buscar soluciones a los problemas reales de la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos que cada pro- fesor va a tener que afrontar en sus clases. El impacto que este tipo de formación tie- ne sobre la mejora de la docencia (incluido el incremento de las medias en la valora- ción que los alumnos hacen de sus profe- sores) está abundantemente documentada (Menges y Austin, 200121 ; Nasr, R. et al., 199622 ; Wright, 199423 ). Lo cual, sin nece- sidad de ser sobrevalorado, sí resulta un nuevo reclamo para insistir en la impor- tancia de la formación del profesorado para alcanzar una docencia de calidad. La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 507 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 507
  • 20. Miguel A. Zabalza Beraza 508 • Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 Notas 1 Shön, D. A. (1983). The Refective Practitioner: How professinals think in action. New York: Basic Books. Tra- ducción española: (1998). El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan. Barcelona: Paidós. 2 Feldman, K. A. (1998). Reflections on the study of effective collage teaching and student rating: one conti- nuing question and two unresolved issues, Higher Education. Handbook of Theory and Research, 13, 35-74. 3 Zabalza, M. A. (2003). Las competencias docentes del profesorado universitario: calidad y desarrollo profesional. Madrid: Narcea. 4 Blankertz, H. (1981). Didáctica, en Speck, J. y Whele, G. (coords.), Conceptos Fundamentales de Pedagogía. Barcelona: Herder, 130-189. 5 Shulman, L. S. (1986). Paradigms and research programs in the Study of Teaching: a contemporary perspec- tive, en Wittrck, M. C. (dir.), op. cit., 3- 36. 6 Antiseri, D. (1977). Fundamentos del trabajo interdisciplinar. La Coruña: La Coruña. 7 Fernández Pérez, M. (1976). Didáctica III. Madrid: UNED. 8 Gargné, N. L. (1978). The Scientific Basis of the Art of Teaching. New York: Teachers College Press. 9 Chaves García, J. R. (2001). La Universidad Pública al derecho y al revés. Guía esencial del profesor a las puer- tas de la Reforma Universitaria. León: Editorial Evergráficas. 10 Zabalza Beraza, M. A. (2001). La Didáctica Universitaria como marco de referencia para la formación del profe- sorado y la mejora de la calidad de la enseñanza universitaria, en C. Moya y F. Vergara (eds.), Actas del II Congreso Iberoamericano de Didáctica Universitaria. Chile, Osorno: Universidad de Los Lagos. 11 King, P. M. (1996). Student cognition and learning, en S.R. Komives y D. M. Woodard, Student services: a handbook for the profession. San Francisco: Jossey Bass, 218-243. 12 Trillo Alonso, F. (2004). Estado de la investigación sobre docencia y Didáctica Universitaria desde la pers- pectiva del estudiante, en C. Moya y F. Vergara (eds.), Actas del II Congreso Iberoamericano de Didáctica Universi- taria. Chile, Osorno: Universidad de Los Lagos. 13 Méndez, R. (2004). Las actitudes de los estudiantes hacia la Universidad como indicador de calidad. Tesis doc- toral. Univ. de Santiago de Compostela, Departamento de Didáctica y Organización Escolar. 14 Maassen, P. M. y Postman, H. P. (1990). Strategic decision making in Higher Education, Review of Higher Edu- cation, 20, 393-410. 15 Altbach, P. G. (ed.) (1996). The International Academic profession: Portraits of fourteen countries. Princenton, N. J.: Carnegie Foundation for the Advancement on Teaching. 16 Porto, M. (2004): La evaluación de los estudiantes en la Universidad de Santiago. Tesis doctoral. Universidad de Santiago de Compostela, Dpto. de Didáctica y Organización Escolar. 17 Zabalza Beraza, M. A.: La Didáctica Universitaria. Un espacio disciplinar para el estudio y la mejora de nues- tra docencia. Madrid: Narcea (en prensa). 18 GIE (Grupo Interuniversitario de Estudios): Elicitación y representación del conocimiento experto de profesores universitarios protagonistas de “buenas prácticas” docentes: ingeniería del conocimiento para la mejora de la calidad de la docencia (SEJ2004-01808). 19 Valcárcel, M. (2005). Diseño y validación de actividades de formación e implicación de estudiantes y emple- adores en la implantación del EEES [http://www.mec.es/univ/proyectos2005/EA2005-0073.pdf]. 20 Bolívar, A. y Domingo, J. (eds.) (2007). Prácticas Eficaces de Enseñanza. Madrid: PPC. 21 Menges, R. J. (2001). Teaching in Higher Education, en V. Richardson (ed.), Handbook of Research on Tea- ching, 4º ed. Washington, DC: American Educational Research Association, 1.122-1.156. 22 Nasr, T. et al. (1996). The relationships between university lecturers’ qualifications in teaching and students ratings of their teaching performance. Paper presented in the International Consortium for Educational Development in Higher Education. Finland: VASA. 23 Wirght, A. (1994). Successful Faculty Development: strategies to improve university teaching, en A. Wirght, Teaching Improvement Practices: international perspectives. Boston: Auker Publisher Co. 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 508
  • 21. La Didáctica Universitaria Bordón 59 (2-3), 2007, 489-509, ISSN: 0210-5934 • 509 Abstract The University´ Didactics Taking into account the current Bologna process towars an European Higher Education Area and the new emphasis on the added value of a good teaching, the author raises the discussion around the nature and structure of the Didactics in Higher Education, conceived as a field of study focused on teaching and learning processes. The start point is that constructing knowled- ge about teaching requires a sistematic analysis of teaching practices and to do that we have to consider nine central factors of the teaching-learning processes: teachers, students and contents; the relationships between teachers, between students and between contents; and the relations- hips between teachers and contents, between teachers and students and between students and contents. Finally, some contributions of the Higher Education Didactics to the Bologna process are mentioned as conclusions. Key words: Bologna Process, Teaching and Learning in Higher Education, Didactics in Higher Education, University Teachers and Students, Teaching Analysis. 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 509
  • 22. 12645-Bordon 59 2-3 (F) 11/3/08 16:16 Página 510