Rodrigo de Díaz y sus hombres huyeron de una batalla contra los sarracenos y se perdieron en un bosque encantado del que escaparon aterrorizados. Llegaron a una aldea deshabitada excepto por una posada con una posadera. Por la mañana, una tormenta brutal los despertó y reforzó el misterio de aquel lugar.
1. “LA LEYENDA DE LA ALDEA SIN NOMBRE”
Cuentan las crónicas medievales que, en mitad de una batalla, el caballero Don
Rodrigo de Díaz y Mendoza viéndose superado en número por los sarracenos decidió
retirarse antes de que murieran todos sus soldados. Consiguió huir con cinco de sus
mejores hombres y ,con rabia e ira por los compañeros muertos, partieron al galope
lejos de aquella carnicería.
Nunca supieron realmente cuánto tiempo estuvieron cabalgando ni la dirección que
tomaron pero hubo un momento en el que se dieron cuenta de que algo no iba bien.
Atravesaron un bosque envueltos en una densa niebla que casi hacía que no se
pudieran ver y tuvieran que lanzarse gritos de vez en cuando para saber dónde
estaban todos. Y por si aquello no fuera bastante raro, se dieron cuenta de que no se
escuchaba nada.
Era como si no hubiese vida en áquel bosque.
Rodrigo sabía que sus hombres eran muy supersticiosos y empezaron a murmurar si
no estarían realmente muertos tras la batalla y aquello sería el mundo de los muertos.
Rodrigo los animó a seguir pero cierto era que desde hacía unas leguas tenía la
sensación de que algo los estaba observando. De repente, escucharon un alarido
inhumano procedente del interior del bosque. Asustados espolearon sus cabalgaduras
y salieron del bosque como alma que lleva el diablo.
Con alivio, vieron que había una aldea y galoparon hasta ella dejando atrás los alaridos
que provenían del bosque.
Conforme iban acercándose, se dieron cuenta, que no debían de estar muertos, pues
les rugían la tripas, señal de las muchas horas que llevaban cabalgando por aquellas
extrañas tierras.
2. La aldea estaba completamente desolada, ni un alma paseaba por sus ennegrecidas y
polvorientas calles, además ululaba un terrible viento que hacia ponerse los pelos de
punta al mas valiente de su cuadrilla.
Rodrigo mando parar a sus hombres para adentrarse en la única posada que tenía un
farol encendido en su puerta. Se dirigieron todos hacia allí, prestos a echar un buen
trago y a comer si había algo para ellos. Ninguno se quedo rezagado, mas bien se
dieron de codazos para ser el primero en entrar.
La taberna era oscura, pero ardía un buen fuego en un rincón y una guapa moza,
atendía a todo aquel que necesita un trago.Pidieron unos vasos y unos buenos
tragos ,del vino mas recio de la tierra, les quito del cuerpo el frío y el miedo que
llevaban puestos. Unas buenas migas y unos buenos trozos de tocino hicieron que sus
estómagos, ahora llenos, les hicieran ver las cosas de otra manera. Podrían dormir en
el pajar, era barato y con el aliento de los animales, se estaba bien caliente. Por la
mañana completamente descansados, volverían para ver que había pasado con los
sarracenos y si alguno de sus soldados continuaba con vida.
Amanecía cuando un enorme ruido les hizo saltar de sus lugares de ensueño.¡ Dios
nos asista! dijeron todos saliendo corriendo a la calle, una inmensa tormenta que
acercaba y en aquellos parajes ,tan encajonados por los peñascos ,el estruendo era
ensordecedor, el agua de la lluvia caía torrencialmente arrastrando con ella toda piedra
o rama que encontraba de camino. Los truenos y los relámpagos hacían la mañana tan
tétrica como había sido la noche.