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TRABAJO DE INFORMATICA
JOSE DAVID TRELLES Página 1
La muerte de un ser querido nunca es fácil de aceptar. Desearíamos
mantener a esa persona siempre a nuestro lado y la pena y el dolor de la pérdida
nos ahoga y no nos deja respirar. Es necesario en esos momentos, si realmente
queremos al fallecid@, tomar una actitud respetuosa y dejar partir a los muertos
con un buen acompañamiento. Aceptar que ese ser ha finalizado su etapa a nuestro
lado y que ahora debe continuar su viaje. Agradecer el tiempo que hemos pasado a
su lado y no alimentar ese clima de dolor y tristeza que demoran su partida.
Dios es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo
creemos los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso
un pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno
y omnipotente si en el mundo encontramos tantos males?
Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue
allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en no
pocos corazones.
Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente
podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres
endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la justicia.
Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo
conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un
terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que han destrozado
sus vidas y las de sus hijos.
Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos,
que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: “Yahveh, escucha mi
oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día de mi
angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto, respóndeme!”
(Sal 102,2-3).
La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya
fue formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo, su
pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego en la
tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt 12,28).
TRABAJO DE INFORMATICA
JOSE DAVID TRELLES Página 2
Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la victoria
del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo contener a
Cristo, porque el Amor es omnipotente.
Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que
es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica “Lumen fidei”), el creyente sabe
que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona los pecados, y que
abre horizontes de esperanza y paz para los corazones.
¿Miedo a la muerte? La mejor forma de estar preparados
El paso de esta vida al más allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con
el don de la fe, el instinto de supervivencia nos tira.
Dice Dios: La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la
voluntad. Y que ella se sacia en verme y conocerme a mí. Gustan ya en esta vida las
primicias de la vida eterna, gustando esto mismo que yo te he dicho que los sacia.
¿Cómo tienen esta garantía de la felicidad futura en la vida presente? La tienen en
mi Bondad, que ven en sí mismos; la tienen en el conocimiento de mi Verdad. La
pupila de la fe les hace discernir, conocer y seguir el camino y la doctrina de mi
Verdad, Jesucristo, Verbo encarnado. Sin la pupila de la fe ningún alma podría ver,
tal como estaría ciego el hombre cuyas pupilas estuviesen cubiertas por cataratas.
La fe es la pupila de los ojos del alma» (Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Cap. III,
art. 2).
Todos tememos que morir. El paso de esta vida al más allá nos plantea
siempre interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto de supervivencia nos
tira. Además, la gran mayoría de nosotros ama esta tierra que tanto nos ha dado y
en donde tanto hemos disfrutado, incluso en medio de los dolores que hemos
pasado. Pero no obstante, es inevitable que, tarde o temprano, todos dejaremos de
existir y pasaremos a «la otra orilla», la de la eternidad. La incógnita, pues, no
radica en el llegar, sino en el cómo llegar y estar preparados para cuando llegue el
momento.
TRABAJO DE INFORMATICA
JOSE DAVID TRELLES Página 3
Santa Catalina de Siena parece darnos la clave para ello cuando Dios, a
través de ella, nos invita en su escrito a gozar, ya desde ahora, de lo que será el
cielo; a apreciar el lenguaje de Dios ya en esta tierra.
Recuerdo que, siendo niño, mis padres nos compraron una vez un libro
particular. Se trataba de imágenes que, si uno se quedaba viendo fijamente durante
un rato, descubría, en tercera dimensión, una figura escondida detrás.
Técnicamente se llaman autoestereogramas. Un ejemplo es la foto de este artículo:
Y he pensado que algo así nos debe suceder cuando vemos con la fe. Vivimos
aquí en la tierra como en un «mundo de autoestereogramas», en donde Dios nos
habla continuamente, pero en el que tenemos que fijarnos con detenimiento,
acostumbrarnos a las cosas de Dios para así poder escucharle y descubrirle con
más facilidad.
Pero, ¿cómo lograr esta visión de fe, esta «pupila» de la que habla Santa
Catalina? La respuesta, según mi parecer, es clara: con la asiduidad. Y me explico. Si
a mí me gusta un cierto tipo de música –pongamos, por ejemplo, la música clásica–
cuanto más la escucho más la voy entendiendo: llego a diferenciar el estilo de
Mozart del de Bach, admiro las composiciones para violín de Vivaldi o las
melancólicas sonatas de Chopin. Pero si a mí lo que me gusta es el Gangnam Style,
Maroon 5 o Shakira y no tengo idea de qué es una obertura, un soneto o una
sinfonía, ¿cómo llegaré a apreciar la música clásica?
De igual manera, si yo no entro en contacto con Dios de modo asiduo, es
evidente que no voy a entenderle ni a escucharle. Más aún: todo lo que tenga un
sabor a Dios me sabrá extraño o, Él no lo quiera, incluso amargo. Y tal vez por eso
la misa me resulte aburrida o no encuentre un sentido a orar de vez en cuando: no
estoy acostumbrado a descubrir a Dios, no tengo «la pupila de la fe».
Y última consideración. Cuando uno logra adquirir ese gusto por la fe, uno
es capaz de ver todo bajo esta óptica, incluso lo más superfluo. Y aunque se
prefiera mil veces las cosas de Dios, uno aprende a ver el cielo en las cosas de la
tierra; y a disfrutarlas en su justa medida. Como quien, incluso sabiendo lo que es
la música clásica, también disfruta con una buena canción de pop, rock o hip hop...
¡Que sí se puede!
TRABAJO DE INFORMATICA
JOSE DAVID TRELLES Página 4
¿Cómo prepararnos mejor a la eternidad? Estas líneas intentan dar una
respuesta a este interrogante. Acostumbremos nuestro corazón a Dios y sus cosas.
«La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la voluntad»,
empieza el texto de la Santa de Siena. Y es en la oración principalmente en donde
vamos moviendo nuestra voluntad hacia Dios: «cuando el alma fija su mirada en el
Creador y considera tanta bondad infinita como en Él encuentra, no puede menos
de amar... E inmediatamente ama lo que Él ama, y odia lo que Él odia, ya que por
amor ha sido hecho otro Él» (Santa Catalina de Siena, Carta 72). La oración nos
identifica con el Corazón de Cristo, con su querer, con su amor. Y entonces
podremos decir que, llegue cuando nos llegue la muerte, la veremos con
entusiasmo... ¡incluso en medio del miedo natural que podamos sentir!

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  • 1. TRABAJO DE INFORMATICA JOSE DAVID TRELLES Página 1 La muerte de un ser querido nunca es fácil de aceptar. Desearíamos mantener a esa persona siempre a nuestro lado y la pena y el dolor de la pérdida nos ahoga y no nos deja respirar. Es necesario en esos momentos, si realmente queremos al fallecid@, tomar una actitud respetuosa y dejar partir a los muertos con un buen acompañamiento. Aceptar que ese ser ha finalizado su etapa a nuestro lado y que ahora debe continuar su viaje. Agradecer el tiempo que hemos pasado a su lado y no alimentar ese clima de dolor y tristeza que demoran su partida. Dios es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo creemos los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso un pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno y omnipotente si en el mundo encontramos tantos males? Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en no pocos corazones. Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la justicia. Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que han destrozado sus vidas y las de sus hijos. Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos, que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: “Yahveh, escucha mi oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día de mi angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto, respóndeme!” (Sal 102,2-3). La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya fue formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo, su pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego en la tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt 12,28).
  • 2. TRABAJO DE INFORMATICA JOSE DAVID TRELLES Página 2 Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la victoria del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo contener a Cristo, porque el Amor es omnipotente. Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica “Lumen fidei”), el creyente sabe que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona los pecados, y que abre horizontes de esperanza y paz para los corazones. ¿Miedo a la muerte? La mejor forma de estar preparados El paso de esta vida al más allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto de supervivencia nos tira. Dice Dios: La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la voluntad. Y que ella se sacia en verme y conocerme a mí. Gustan ya en esta vida las primicias de la vida eterna, gustando esto mismo que yo te he dicho que los sacia. ¿Cómo tienen esta garantía de la felicidad futura en la vida presente? La tienen en mi Bondad, que ven en sí mismos; la tienen en el conocimiento de mi Verdad. La pupila de la fe les hace discernir, conocer y seguir el camino y la doctrina de mi Verdad, Jesucristo, Verbo encarnado. Sin la pupila de la fe ningún alma podría ver, tal como estaría ciego el hombre cuyas pupilas estuviesen cubiertas por cataratas. La fe es la pupila de los ojos del alma» (Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Cap. III, art. 2). Todos tememos que morir. El paso de esta vida al más allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto de supervivencia nos tira. Además, la gran mayoría de nosotros ama esta tierra que tanto nos ha dado y en donde tanto hemos disfrutado, incluso en medio de los dolores que hemos pasado. Pero no obstante, es inevitable que, tarde o temprano, todos dejaremos de existir y pasaremos a «la otra orilla», la de la eternidad. La incógnita, pues, no radica en el llegar, sino en el cómo llegar y estar preparados para cuando llegue el momento.
  • 3. TRABAJO DE INFORMATICA JOSE DAVID TRELLES Página 3 Santa Catalina de Siena parece darnos la clave para ello cuando Dios, a través de ella, nos invita en su escrito a gozar, ya desde ahora, de lo que será el cielo; a apreciar el lenguaje de Dios ya en esta tierra. Recuerdo que, siendo niño, mis padres nos compraron una vez un libro particular. Se trataba de imágenes que, si uno se quedaba viendo fijamente durante un rato, descubría, en tercera dimensión, una figura escondida detrás. Técnicamente se llaman autoestereogramas. Un ejemplo es la foto de este artículo: Y he pensado que algo así nos debe suceder cuando vemos con la fe. Vivimos aquí en la tierra como en un «mundo de autoestereogramas», en donde Dios nos habla continuamente, pero en el que tenemos que fijarnos con detenimiento, acostumbrarnos a las cosas de Dios para así poder escucharle y descubrirle con más facilidad. Pero, ¿cómo lograr esta visión de fe, esta «pupila» de la que habla Santa Catalina? La respuesta, según mi parecer, es clara: con la asiduidad. Y me explico. Si a mí me gusta un cierto tipo de música –pongamos, por ejemplo, la música clásica– cuanto más la escucho más la voy entendiendo: llego a diferenciar el estilo de Mozart del de Bach, admiro las composiciones para violín de Vivaldi o las melancólicas sonatas de Chopin. Pero si a mí lo que me gusta es el Gangnam Style, Maroon 5 o Shakira y no tengo idea de qué es una obertura, un soneto o una sinfonía, ¿cómo llegaré a apreciar la música clásica? De igual manera, si yo no entro en contacto con Dios de modo asiduo, es evidente que no voy a entenderle ni a escucharle. Más aún: todo lo que tenga un sabor a Dios me sabrá extraño o, Él no lo quiera, incluso amargo. Y tal vez por eso la misa me resulte aburrida o no encuentre un sentido a orar de vez en cuando: no estoy acostumbrado a descubrir a Dios, no tengo «la pupila de la fe». Y última consideración. Cuando uno logra adquirir ese gusto por la fe, uno es capaz de ver todo bajo esta óptica, incluso lo más superfluo. Y aunque se prefiera mil veces las cosas de Dios, uno aprende a ver el cielo en las cosas de la tierra; y a disfrutarlas en su justa medida. Como quien, incluso sabiendo lo que es la música clásica, también disfruta con una buena canción de pop, rock o hip hop... ¡Que sí se puede!
  • 4. TRABAJO DE INFORMATICA JOSE DAVID TRELLES Página 4 ¿Cómo prepararnos mejor a la eternidad? Estas líneas intentan dar una respuesta a este interrogante. Acostumbremos nuestro corazón a Dios y sus cosas. «La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la voluntad», empieza el texto de la Santa de Siena. Y es en la oración principalmente en donde vamos moviendo nuestra voluntad hacia Dios: «cuando el alma fija su mirada en el Creador y considera tanta bondad infinita como en Él encuentra, no puede menos de amar... E inmediatamente ama lo que Él ama, y odia lo que Él odia, ya que por amor ha sido hecho otro Él» (Santa Catalina de Siena, Carta 72). La oración nos identifica con el Corazón de Cristo, con su querer, con su amor. Y entonces podremos decir que, llegue cuando nos llegue la muerte, la veremos con entusiasmo... ¡incluso en medio del miedo natural que podamos sentir!