Este documento habla sobre la importancia de no murmurar y obedecer a los profetas vivientes. Explica que la murmuración generalmente comienza con cuestionar los mandamientos de los profetas, luego racionalizar por qué no obedecerlos, y finalmente conducir a la pereza y desobediencia. Da varios ejemplos bíblicos como los hijos de Israel y la familia de Lehi que murmuraron contra los profetas de su tiempo. El autor insta a los lectores a enfocarse en los mandamientos que más les incomoden y asegur
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
Obediencia a los profetas y evitar la murmuración
1. Cuídense de murmurar
Élder H. Ross Workman
De los Setenta
"La obediencia es esencial para comprender las bendiciones del Señor".
Cuando era misionero, mi compañero y yo testificábamos que Dios habla hoy en día por medio de
profetas. Un hombre preguntó: "¿Y qué es lo que su profeta dijo esta semana?". Al esforzarme por
recordar el mensaje del profeta en el ejemplar deImprovement Eramás reciente, la revista más
importante de la Iglesia en ese entonces, llegué a entender de manera especial la importancia de
conocer y obedecer las enseñanzas del profeta viviente.
Hoy, espero persuadirlos a seguir a los profetas vivientes y advertirles sobre el engaño que ha creado el
adversario para evitar que los sigan. Las Escrituras se refieren a ese engaño como "murmuración".
El Salvador enseñó una parábola para advertirnos sobre el traicionero camino a la desobediencia por
medio de la "murmuración". En la parábola aprendemos sobre un noble que tenía un terreno muy
escogido; él les dijo a sus siervos que plantaran doce olivos y construyeran una torre para vigilar el
olivar. El objetivo de la torre era permitir que un vigía se quedara allí para advertir la venida del
enemigo y así el olivar estaría protegido.
Pero los siervos no construyeron la torre y el enemigo llegó y destruyó los olivos; la desobediencia de
los siervos fue la causa del desastre en el olivar (véase D. y C. 101:43–62).
¿Por qué los siervos fracasaron en la edificación de la torre? La semilla del desastre se sembró en la
murmuración.
De acuerdo con la parábola del Señor, la murmuración consiste en tres etapas, cada una derivando en la
siguiente, en un camino descendiente a la desobediencia.
Primero, los siervos empezaron a cuestionar. Consideraron que podían ejercer su propio juicio con
respecto a la instrucción que les había dado el amo. "¿Qué necesidad tiene mi señor de esta torre,
siendo ésta una época de paz?", cuestionaron (D. y C. 101:48). Primero se cuestionaron en su propia
mente y después plantaron ese cuestionamiento en la mente de los demás. Lo primero fue el cuestionar.
Segundo, empezaron a racionalizar y a excusarse para no hacer lo que se les había instruido. Dijeron:
"¿No se pudiera dar este dinero a los cambistas? Pues no hay necesidad de estas cosas" (D. y C.
101:49). De ese modo, excusaron su desobediencia.
2. El tercer paso siguió inevitablemente: pereza en seguir el mandamiento del Maestro. La parábola dice:
". . .se volvieron muy perezosos y no hicieron caso de los mandamientos de su señor" (D. y C. 101:50).
Así, se estableció el escenario para el desastre.
Dios ha bendecido a Sus hijos con profetas para instruirlos en Sus caminos y prepararlos para la vida
eterna. Los hombres no entienden fácilmente los caminos de Dios: "Porque mis pensamientos no son
vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová" (Isaías 55:8). La obediencia es
esencial para comprender las bendiciones del Señor, aun cuando no se entienda el objetivo del
mandamiento.
El adversario susurra invitaciones engañosas para murmurar y así destruir el poder que proviene de la
obediencia. El modelo de la murmuración se ve claramente en el siguiente relato sobre los hijos de
Israel:
El Señor prometió a los hijos de Israel que enviaría un ángel y expulsaría a los cananeos para que Israel
pudiera heredar una tierra de leche y miel (véase Éxodo 33:1–3). Cuando los israelitas llegaron a las
fronteras de Canaán, Moisés envió espías a esa tierra y, al regresar, éstos informaron que los ejércitos
de Canaán eran fuertes y se aventuraron a decir que Canaán era más fuerte que Israel. Entonces
comenzó la murmuración.
Cuestionaron los mandamientos dados a través de Moisés, su profeta viviente. Esparcieron su
cuestionamiento a los demás. ¿Cómo podía derrotar Israel a los gigantes de Canaán cuando los hijos de
Israel se veían a sí mismos, en comparación, como langostas? (véase Números 13:31–33).
El cuestionamiento se tornó en racionalización y excusas. Dijeron temer por sus esposas e hijos. "¿No
nos sería mejor volvernos a Egipto?", exclamaron (véase Números 14:2–3).
La murmuración se volvió desobediencia cuando Israel procuró designar un capitán que los llevara de
regreso a Egipto (véase Números 14:4).
Simplemente rehusaron seguir al profeta viviente. Por sus murmuraciones, el Señor quitó la bendición
prometida a los hijos de Israel, de que Él destruiría a los cananeos y les daría su tierra prometida. En
lugar de ello, envió a Israel al desierto a errar durante cuarenta años.
El modelo familiar de la murmuración se ve nuevamente en la familia de Lehi.
Cuando el profeta Lehi envió a sus hijos a Jerusalén a obtener las planchas de bronce, éstos encontraron
mucha oposición. Primero, Lamán fue expulsado de la casa de Labán por meramente pedir las
planchas. Después que los hijos de Lehi ofrecieron pagarlas con oro y plata, Labán procuró matarlos y
confiscó la propiedad de ellos. Los hermanos se resguardaron en la cavidad de una roca para evaluar la
situación.
Lamán y Lemuel murmuraron, lo que empezó, como siempre, con un cuestionamiento: "¿Cómo es
posible que el Señor entregue a Labán en nuestras manos?", dijeron (1 Nefi 3:31).
Luego, las excusas: "He aquí, es un hombre poderoso, y puede mandar a cincuenta, sí, y aun puede
matar a cincuenta; luego, ¿por qué no a nosotros?" (1 Nefi 3:31).
3. Finalmente, fueron perezosos. Llenos de ira, resentimiento y excusas, Lamán y Lemuel esperaron en
los muros de Jerusalén mientras el fiel Nefi cumplía la obra del Señor (véase 1 Nefi 4:3–5).
El Señor ha hablado en contra de esta actitud en nuestro día: "Mas el que no hace nada hasta que se le
mande, y recibe un mandamiento con corazón dudoso, y lo cumple desidiosamente, ya es condenado"
(D. y C. 58:29).
Al levantar nuestra mano, hemos sostenido a nuestros profetas vivientes. Nos regocijamos en el
privilegio de escuchar la palabra de Dios revelada en nuestro día por nuestros profetas vivientes. ¿Qué
hacemos cuando los escuchamos? ¿Seguimos con exactitud las instrucciones de nuestros profetas
vivientes o murmuramos?
¿Es más fácil seguir al profeta viviente en nuestra época que en los días de Moisés o Nefi? ¿No
murmurarían acaso hoy día aquellos que murmuraron contra Moisés y Nefi? Se puede hacer la misma
pregunta revirtiéndola. Aquellos que murmuran en la actualidad también habrían murmurado como lo
hicieron Lamán y Lemuel o los hijos de Israel en contra del profeta de sus días, con las mismas
consecuencias desastrosas.
Incluso las instrucciones más simples pueden poner de manifiesto la tendencia a murmurar. Una vez
asistí a una reunión donde la autoridad que presidía invitó a los miembros de la congregación a sentarse
más adelante en la sala. Algunos lo hicieron; la mayoría no. ¿Por qué?
Estoy seguro de que había aquellos que cuestionaban por qué deberían dejar su comodidad. "¿Por qué
yo?" Sin duda, esa pregunta fue seguida pronto de una excusa o una racionalización del por qué no
importaba cambiar o no de asiento. Creo que siguió algo de irritación hacia la autoridad presidente por
haber hecho tal solicitud. El último paso, que fue obvio para todos los que observaban, fue la pereza
evidenciada en la respuesta: muy pocos se cambiaron de asiento. ¿Fue eso algo pequeño? Sí; pero
reflejó una gran y profunda falta de voluntad de obedecer; reflejó un espíritu de desobediencia, y eso no
es algo pequeño.
Hace poco estuve en una reunión de la Iglesia en África Occidental en la que un líder del sacerdocio
invitó a los hermanos a que pasaran a ocupar las tres primeras filas de la capilla. Cada hombre se
levantó de inmediato y se sentó de acuerdo con las instrucciones. ¿Fue algo pequeño? Sí; pero reflejó la
voluntad de obedecer y eso no es algo pequeño.
Les invito a centrarse en los mandamientos de los profetas vivientes que les incomoden más.
¿Cuestionan si el mandamiento se aplica a ustedes o no? ¿Encuentran "excusas" convenientes de por
qué no pueden cumplir con ese mandamiento ahora? ¿Se sienten frustrados o irritados con los que les
recuerdan esos mandamientos? ¿Son perezosos en cumplirlos? Cuídense de los engaños del adversario.
Cuídense de la murmuración.
Un padre afortunado experimenta ese gozo especial que emana de su hijo dispuesto a obedecer. ¿No es
lo mismo con Dios?
En una pequeña escala puedo entender cuánto gozo debe de sentir el Señor cuando sus siervos
obedecen sin murmurar. Hace poco mi querida esposa y yo participamos en una reunión durante la cual
se nos explicarían nuestras responsabilidades. Al momento, no teníamos idea de cuál o dónde sería
nuestra asignación para servir. A mí se me había dicho en privado que seríamos llamados a África
Occidental. Yo estaba sorprendido y alegre con la asignación, pero entonces pensé en los pensamientos
4. que inevitablemente surgirían en la mente de mi compañera de casi 39 años. ¿Cómo recibiría la
asignación? Sabía que aceptaría ir. En todos nuestros años juntos jamás había rechazado un
llamamiento del Señor pero, ¿cuáles serían los sentimientos de su corazón?
Al sentarme junto a ella, se dio cuenta por mi mirada que yo sabía nuestra asignación y me dijo, "Y
bien, ¿adónde vamos?", y contesté sencillamente: "África". Sus ojos brillaron y alegremente dijo: "¿No
es maravilloso?". Mi gozo fue total.
Así se debe sentir también nuestro Padre Celestial cuando seguimos a los profetas vivientes con
corazones dispuestos. Testifico que Jesucristo vive y que Él habla a los profetas en nuestra época. Que
sigamos a nuestros profetas vivientes sin murmurar, es mi ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.