El documento describe la efervescencia revolucionaria de 1968 en diferentes partes del mundo. Los jóvenes universitarios fueron protagonistas de protestas contra el autoritarismo y la guerra de Vietnam en países como Francia, Alemania, México y Polonia. Aunque las revueltas terminaron en derrota, sentaron las bases para cambios culturales y de libertades individuales que se concretarían en las décadas siguientes.
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Maig 1968 Paris
1. ContestaciónLa efervescencia revolucionaria de 1968 terminó con diferentes derrotas, pero dejó la
prevalencia de la cultura de la sospecha y la autonomía del individuo. Cuarenta años después de
aquella revuelta civil protagonizada por los jóvenes, el reto de la sociedad global es recuperar
las actitudes que permitan enfrentarse a las nuevas formas de autoritarismo. Por Josep Ramoneda
Disturbios en el bulevar de Saint-Jacques del Barrio Latino de París, el 10 de junio de 1968. Foto: Gilles Caron / Contact Press Images
MAYO 68 / Ensayo
4 EL PAÍS BABELIA 19.04.08
2. mundial1
La efervescencia revolucionaria
EL 68 FUE EN DIVERSOS lugares del
mundo un año de “efervescencia re-
volucionaria”. La expresión es de
Claude Lefort y me parece que define mu-
cho mejor la realidad de los hechos que la
palabra revolución. Ni en Berkeley, ni en
Tokio, ni en Roma, ni en Berlín, ni en París,
ni en Varsovia, ni en México, por citar los
principales escenarios de aquella movida,
estuvo en juego el poder político ni su ocu-
pación entraba realmente en las expectati-
vas de quienes llenaban las calles con sus
protestas. La única excepción fue Praga, pe-
ro no se trataba de un proyecto revoluciona-
rio sino de un proceso de cambio desde el
poder. Y fue la contrarrevolución —la ocupa-
ción del país por los tanques del Pacto de
Varsovia, dirigida desde el Kremlin— la que
echó a los que pretendían que el socialismo
evolucionara hacia formas democráticas, en
sintonía con los ciudadanos.
A lo sumo podría hablarse de revolución
cultural, como hizo Fernand Braudel, en la
medida en que los tres ámbitos principales
de la cultura —la familia, los media y la
enseñanza— sufrieron una sacudida que les
cambiaría profundamente. La gran movida
fue breve y en la mayoría de los lugares se
impuso el retorno al orden, la reacción res-
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3. Jóvenes transportando piedras en cadena para formar una barricada en la calle de Gay Lussac de París el 10 de mayo de 1968. Foto: Bruno Barbey
tauradora. De forma brutal en Polonia y
en Checoslovaquia, de forma democrática
en Occidente: basta recordar que en junio el
general De Gaulle arrasó en las urnas y en
noviembre, Nixon gana las elecciones en Es-
tados Unidos. La revuelta por tanto se saldó
con un fracaso. Pero se había puesto en mar-
cha un proceso, lento pero imparable, de
cambio de costumbres y modos de vida, cu-
yos efectos políticos y legales se fueron con-
cretando lentamente. Hoy todavía se está
dando cuerpo jurídico (en España en la pa-
sada legislatura, por ejemplo) a derechos y
libertades que tienen su origen en aquel im-
pulso. El año 1968 fue el inicio de la transi-
ción liberal que culminaría en el año 1989
con la caída de los regímenes de tipo soviéti-
co. Después vino la revolución conservado-
ra que ha hecho de la supuesta herencia de
mayo el enemigo a batir. Con la cristaliza-
ción de una nueva hegemonía autoritaria se
cierra, a los cuarenta años de su inicio, el
paradigma que entonces se abrió.
2
La dimensión universal
AQUELLA EFERVESCENCIA revoluciona-
ria mundial tenía obviamente pecu-
liaridades específicas en cada lugar.
En plena guerra fría, con el mundo dividido
en dos bloques, la gran contestación se en-
frentaba a dos formas de poder, el imperialis-
mo americano y el imperialismo soviético.
De modo que distintas eran las formas de
opresión contra las que se movilizaban unos
y otros y distintas eran las condiciones en
que la agitación se producía. El periodista
polaco Adam Michnick, en una entrevista en
Le Monde, lo explicaba así: “Los eslóganes
que se gritaban en La Sorbona o en Berlín
oeste estaban dirigidos contra el capitalis-
mo, la sociedad de consumo, la democracia
burguesa y también contra Estados Unidos y
la guerra de Vietnam. Para nosotros era una
lucha por la libertad en la cultura, en las
ciencias, en la memoria histórica, por la de-
mocracia parlamentaria y, en fin, especial-
mente visible en Checoslovaquia, contra el
imperialismo soviético, no el americano”.
Muchas de aquellas movidas tuvieron su
origen en el mundo universitario. Así fue en
Berlín, donde desde el año anterior se ha-
bían producido múltiples acciones estu-
diantiles por la reforma de la Universidad,
contra la gran coalición que gobernaba Ale-
mania y contra la guerra de Vietnam. Un
grave incidente, la muerte de Benno Oh-
nesorg a tiros de un policía, durante una
manifestación, el 2 de junio de 1967, radicali-
zó el proceso. Los estudiantes lanzaron una
dura campaña contra los medios de comu-
nicación del grupo Springer a los que acusa-
ron de manipular los hechos: la prensa
entraba en el campo de visión de los contes-
tatarios. Un año más tarde, en abril de 1968,
el principal líder del movimiento, Rudi Duts-
chke, sufrió un atentado perpetrado por un
joven ultraderechista, Josef Bachman.
En México, también fueron los estudian-
tes con voluntad de liberalizar el mundo uni-
versitario los que protagonizaron las movili-
zaciones que acabarían trágicamente el 2 de
octubre del 68 con la matanza de la plaza de
Tlatelolco, en vigilias de los Juegos Olímpi-
cos. Nunca se ha sabido el número de perso-
nas que murieron allí, cuando un Batallón
Olimpia progubernamental empezó a dispa-
rar contra la multitud. También en Estados
Unidos, los estudiantes del campus de Ber-
keley tuvieron un protagonismo destacado
en una movida de carácter contracultural.
Pero la guerra de Vietnam y la cuestión de
los derechos civiles desbordaron en mucho
el ámbito universitario. En 1964, bajo la pre-
sidencia de Lyndon Jonson, se aprobó la
Civil Rights Act, que reconocía a los negros
los derechos de los que estaban desposeí-
dos. Fueron años en que las organizaciones
proderechos civiles adquirieron mucha fuer-
za en la lucha por los derechos de las mino-
rías. Pero el 4 de abril de 1968, Martin Lu-
ther King fue asesinado por James Earl Ray
en Memphis, un atentado que nunca ha
quedado plenamente esclarecido. El 17 de
octubre, en los Juegos Olímpicos de México,
los atletas americanos Tommie Smith y
John Carlos, medallas de oro y bronce en
doscientos metros lisos, al subir al podio
levantaron el puño con un guante negro,
mientras sonaba el himno americano para
manifestar su pertinencia al Black Power.
Por supuesto, en París fue la Universi-
dad, Nanterre, concretamente, el motor de
la movida por cuestiones que tenían que
ver con la liberalización de las costumbres.
Las primeras protestas fueron contra la se-
paración de sexos en las habitaciones de la
residencia de estudiantes. El 22 de marzo la
ocupación de la Universidad acabó con
una acción disciplinaria contra algunos lí-
deres estudiantiles. Ante un tribunal univer-
sitario, según ha relatado Alain Touraine,
que ejerció de defensor, se dio este diálogo
entre el presidente y Daniel Cohn-Bendit:
—¿Estaba usted el 22 de marzo en la
Facultad?
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Hoy todavía se está
dando cuerpo jurídico
a derechos y libertades
que tienen su origen
en aquel impulso
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4. —No, no estaba en la Facultad.
—¿Dónde estaba entonces?
—En mi casa.
—¿Y que hacía usted en su casa a las
tres de la tarde?
—Hacía el amor, señor presidente, algo
que a usted seguramente no le ha ocurrido
nunca.
Después el movimiento iría creciendo,
ocupó La Sorbona, se hizo fuerte en las
calles y callejuelas del Barrio Latino, consi-
guió la alianza con los trabajadores que
dio lugar a una huelga general sorpresa y a
la gran manifestación del 13 de mayo.
Incluso en Polonia, el origen de las mo-
vilizaciones estuvo en los estudiantes y los
intelectuales. Fue la suspensión de la re-
presentación teatral de una obra de Adam
Mickiewicz, el más reconocido de los auto-
res polacos, en el Teatro Nacional de Varso-
via, la que desencadenó un movimiento
contra la dictadura comunista que fue li-
quidado en tres semanas con una fuerte
represión.
Pero con todas sus peculiaridades y di-
ferencias, había un doble factor común a
casi todas estas contestaciones, que es el
que permite hablar de una gran contesta-
ción liberal: la crítica al autoritarismo y el
antisovietismo. Y una doble novedad: el
protagonismo de los jóvenes y el carácter
civil —alejado de las estructuras de
poder— de la revuelta.
3
El nuevo sujeto político
POR PRIMERA VEZ, los jóvenes, en di-
versos lugares del mundo asumían
el papel de sujetos del cambio so-
cial. Sin duda, tiene ello que ver con el bie-
nestar de los años de posguerra, con la
demografía —que consolidaba la juventud
como un periodo singularizado de la vida—
y con la extensión social de la enseñanza
superior. Casi todas las movidas del 68 tie-
nen en las universidades su punto de parti-
da. Casi todas ellas eran la reacción frente a
formas cristalizadas de autoritarismo.
Hay cierta tradición filosófica que expli-
ca la sociedad como un compuesto de tres
partes: el ámbito familiar (la vida privada);
el espacio intermedio en que los individuos
tejen relaciones e intercambian mercancías
e ideas (lo que se acostumbra a denominar
como sociedad civil) y el ámbito del poder
político (el espacio público por antonoma-
sia). La contestación del 68 fue un intento,
desde este espacio civil intermedio, de rom-
per la presión asfixiante de un espacio fami-
liar y un espacio político claramente retarda-
tarios, que empezaban a ser un obstáculo
para el desarrollo de las sociedades mo-
dernas. Estados Unidos y Europa vivían
momentos de expansión económica. Una
generación de jóvenes se encontraba ante la
posibilidad de pensar en algo más que los
problemas de subsistencia, pero chocaba
con una cultura y unas costumbres muy
rígidas a derecha e izquierda (la moral de la
cultura comunista, incluso en Europa occi-
dental, no era menos restrictiva que la mo-
ral de la cultura conservadora). Las universi-
dades crecían y se masificaban y el choque
entre los estudiantes y el viejo orden acadé-
mico era inevitable. La sociedad cambiaba
pero el mundo familiar y el mundo político
se regían por normas cada vez más obsole-
tas. Los estudiantes buscaban crear espa-
cios libres donde romper los esquemas de la
moral dominante. El Barrio Latino parisino
se convertía así en una metáfora topológica:
un lugar común en el que cada cual pudiera
actuar con plena autonomía. La contesta-
ción terminó mal en todas partes, pero la
liberalización de las costumbres, la desjerar-
quización de las relaciones sociales y la con-
solidación de los movimientos en defensa
de los derechos civiles no dejaron de hacer
camino desde aquel momento.
Es verdad que en las movidas europeas
había un importante componente anticapi-
talista en el discurso y una empanada ideoló-
gica en la que coincidían los acentos liberta-
rios con diversas familias de extrema izquier-
da, desde el trotskismo hasta el maoísmo,
con discursos situacionistas y con muchas
dosis de espontaneísmo crítico. Pero el prin-
cipal elemento común era el antiautoritaris-
mo, en todos los ámbitos: familiar, social y
político. Lo que se traducía en una descon-
fianza en las instituciones, empezando por
el Estado. Naturalmente, en los países comu-
nistas el antiautoritarismo apuntaba directa-
mente a los regímenes de tipo soviético y el
marco de la contestación era la respuesta
desesperada a la opresión totalitaria. Pero
en Europa occidental, donde la revolución,
como dijo Raymond Aron, tenía algo de
quermés, el antisovietismo acompañaba al
discurso anticapitalista, especialmente en
aquellos países en que los partidos comunis-
tas eran muy fuertes —como Italia y
Francia— y se les consideraba parte del mis-
mo establishment retardatario contra el que
iban las movilizaciones. En ambos países,
los partidos comunistas jugaron un papel
fundamental en la restauración del orden.
Lo mejor de la herencia
del 68 es la actitud de
poner siempre en cuestión
cualquier enunciado que
se nos ponga por delante
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5. 4
Las derrotas
LA CONTESTACIÓN TERMINÓ mal en
todas partes. Si de una revolución
convencional se hubiese tratado,
habría que decir que la derrota fue total y
absoluta. Puesto que distintas eran las cir-
cunstancias, distintas fueron las derrotas y
sus consecuencias.
En los países del Este se impuso la repre-
sión. Pero en Varsovia —aunque el movi-
miento fue desmantelado
en sólo tres semanas—
aquellas movilizaciones es-
tán en el inicio de lo que
después sería el sindicalis-
mo cristiano tan decisivo
en la caída del régimen co-
munista. En Checoslova-
quia, el retroceso fue ex-
traordinario. La sustitución
de Dubcek por el colabora-
cionista Husak un año des-
pués de la entrada de los
tanques impuso una brutal
normalización que hundió
al país en una especie de
purgatorio. Pero Checoslo-
vaquia era realmente dife-
rente de los demás porque
allí sí que lo que estaba en
juego era el poder, el in-
tento de transformar el so-
cialismo iniciado por un
grupo de dirigentes comu-
nistas.
En Estados Unidos, la
tensión se desplazó a la gue-
rra de Vietnam. 1968 fue el
año de la matanza de My
Lai. La tremenda herida, to-
davía hoy no suturada, del
desastre de Vietnam marcó
un par de generaciones
americanas. La moviliza-
ción universitaria perdió
fuerza y los movimientos
de derechos civiles también. La victoria
electoral de Nixon cerró las esperanzas de
una década que había empezado con el
optimismo kennedyano. Los setenta fue-
ron años muy amargos en Norteamérica.
Los acuerdos entre el Gobierno y los
sindicatos dinamitaron Mayo del 68 en
Francia al sacar a los trabajadores de la
movida. La derecha ganó arrolladoramen-
te las elecciones, después de una masiva
manifestación de apelación al orden en cu-
ya primera fila resulta todavía hoy llamati-
va la presencia de un rebelde convertido al
gaullismo como André Malraux. De Gau-
lle, herido de muerte, se fue un año más
tarde. Y con él quizás el símbolo más impo-
nente de la vieja cultura social y política.
Una parte de los jóvenes de Mayo alimen-
tó a los partidos de extrema izquierda, que
todavía hoy tienen presencia electoral en
Francia. Algunos grupúsculos desaparecie-
ron pronto, como los encuadrados en el
delirio maoísta, pero nos dejaron la ima-
gen de Sartre inculpado por vender La Cau-
se du Peuple y una frase memorable del
general De Gaulle: “No se puede condenar
a Voltaire”. Otros buscaron la ruptura con
la sociedad en el mundo rural, donde toda-
vía quedan restos de las comunas de la
época. La violencia política no cuajó. Ac-
tion Directe, el grupúsculo terrorista más
importante, tuvo vida efímera. La mayoría
se incorporó paulatinamente a la normali-
dad democrática.
Donde el día después resultó más dolo-
roso fue en Alemania y, especialmente, en
Italia. En Alemania, la Baader-Meinhoff pu-
so el terrorismo en escena, aunque fue un
fenómeno limitado a un número pequeño
de personas. Italia viviría la experiencia de
los años de plomo, en que la violencia de
extrema izquierda y de extrema derecha
hizo estragos en una espiral que degradó
profundamente la vida civil y alcanzó las
tripas del Estado italiano, ya por sí muy
corrupto.
La matanza de la plaza de las Tres Cultu-
ras de México fue en cierto modo el anun-
cio de una enorme contracción autoritaria
en América Latina.
5
Las herencias
LA GRAN CONTESTACIÓN del 68 fue
una sorpresa. Había una cierta sen-
sación de estancamiento, de inmo-
vilismo, en la Europa de las treinta glorio-
sas, un balneario protegido por el paraguas
nuclear de la guerra fría. De maneras distin-
tas, Daniel Bell y Herbert Marcuse habían
advertido sobre la capacidad del sistema
de integrar sus contradicciones. El desenla-
ce de la efervescencia revolucionaria del 68
confirmó sus hipótesis. El sistema fue per-
fectamente capaz de asumir, trillar y tritu-
rar aquella negatividad que por unos me-
ses alimentó el sueño del gran cambio. Y el
proceso de liberalización que se puso en-
tonces en marcha siguió caminos a veces
contradictorios y, a menudo, lejanos de
aquel impulso inicial. El discurso del 68
tenía mucho de libertario y de crítico con
el Estado, más tarde la crítica del Estado,
en manos de los liberales conservadores
que pusieron en marcha la revolución de
los ochenta y noventa —ésta sí que concer-
nía directamente a la conquista del po-
der— se convirtió en desprestigio y debilita-
ción del Estado en lo económico y en des-
pliegue del control social en lo político.
La amalgama ideológica era tal que se
hace difícil establecer los referentes ideoló-
gicos de aquellas movidas. Las apelaciones
al marxismo, al trotskismo y al leninismo
eran abundantes. Pero fue significativo el
énfasis en la relación entre sexo, psicología
y política que llevó a nombres como Freud
o Reich. También el situacionismo tuvo su
voz. Y en América cuajó la vía contracultu-
ralista que acompaña a la cultura hippy.
Herbert Marcuse por sus análisis de la rela-
ción entre economía, tecnología, cultura y
subjetividad y por su crítica al marxismo
ortodoxo fue considerado uno de los refe-
rentes. Raymond Aron habla de Les heri-
tiers, de Pierre Bourdieu, como libro de
cabecera de la movida francesa. También
de la noción de grupo de fusión de la Críti-
ca de la razón dialéctica, de Sartre. En cual-
quier caso, los filósofos de la sospecha, el
trío Marx-Freud-Nietzsche, articularon, es-
pecialmente en Francia, buena parte del
pensamiento de la época.
Aquella experiencia marcó a la genera-
ción de los que el año 1968 rondábamos la
veintena. Por un lado, pesó sobre nosotros
—lo digo así, porque es mi generación— el
habernos autoungido como la generación
moderna por excelencia. Ha costado en-
tender que el tiempo pasa para todos y
que la patente de modernidad no tiene
dueño. Por otra parte, la pulsión antiautori-
taria —probablemente la mejor herencia
de aquellos años— también generó mons-
truos. He dicho, a veces, que fuimos mu-
cho mejores hijos —en la
medida en que supimos
plantar cara a nuestros
padres— que padres —en
la medida en que no he-
mos osado plantar cara a
nuestros hijos—. Con nues-
tra actitud —y la potencia
integradora de las contradic-
ciones que el capitalismo
tiene— les hemos dejado
sin espacio para la transgre-
sión. Otros perdedores, víc-
timas de cierta frivolidad
que acompañó a la contes-
tación, de los que nunca se
habla, son la generación de
la droga, los que pensaron
que la fiesta continuaba en
la heroína y lo pagaron con
la vida.
El paradigma que se
abrió hace cuarenta años
con la contestación de las
formas de autoridad domi-
nantes, a uno y otro lado
de la guerra fría, se ha ago-
tado. La transición liberal
culminó con el hundimien-
to de los sistemas de tipo
soviético y con la fantasía
de que el triunfo de la de-
mocracia liberal significa-
ba el fin de la historia. Des-
pués vino la restauración
conservadora que se estre-
lló en la guerra contra Irak tras imponer
el discurso de la seguridad como forma
del autoritarismo en la sociedad de la infor-
mación. Como ha escrito Fred Halliday,
“la invasión norteamericana de Irak en
2003 supuso para los ideales y para la lega-
lidad de la intervención humanitaria lo
mismo que supuso la invasión de Hungría
en 1956 y de Checoslovaquia en 1968 para
el comunismo internacional”. Un ciclo se
cierra.
Para mí, lo mejor de la herencia del 68
es la cultura de la sospecha, la actitud que
consiste en poner siempre en cuestión
cualquier enunciado que se nos ponga por
delante y no dar nunca por definitivas las
ideas recibidas; y el acento libertario, la
autonomía del individuo frente a todas las
promesas comunitaristas, culturales o reli-
giosas. Cuarenta años después estas dos
actitudes se echan de menos a la hora
romper las nuevas formas de autoritaris-
mo basadas en el triángulo que forman la
seguridad como ideología, la competitivi-
dad como principio de vida y el sálvese
quien pueda como destino. ț
Manifestación pacifista en Illinois en 1968. Foto: Raymond Depardon
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