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Michael Sheridan




 Mujeres afganas
   mantienen
una guerra secreta
Michael Sheridan
        Peshawar, Pakistan




 Mujeres afganas
   mantienen
una guerra secreta


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          e-libro.net
   para su sección Libros gratis.
         www.e-libro.net
OCULTO por un pliegue en el
suelo desértico, el pue-blo amu-
rallado se eleva sobre un agujero
polvoriento. Sus sedes armadas
afganas controlan a los visitantes
antes de que sus pesadas puertas
de acero sean abiertas de par en
par. Las enemigas de los taliba-
nes evitan ser tomadas por sor-
presa al tiempo que van hacia su
trabajo subversivo subterráneo –educar a niñas.

Primero se produce una llamada telefónica anónima,
luego de madrugada un conductor se dirige al lugar de
la cita, unos 48 kilómetros desde Peshawar.“Lo siento
por las precauciones, pero hemos tenido demasiadas
amenazas”, dijo Shahida, una activista afgana, quien dio
tan sólo un nombre.

Un guardaespaldas varón la seguía a la vez que ella ca-
minaba alrededor con su hijo de dos años en sus brazos.

En el exilio, detrás de esos muros fortificados aislados,
Shahida y sus compañeras mantienen vivos los sueños
de libertad de las mujeres afganas. Es un mundo aparte
–no sólo para los talibanes “Emiratos islámicos de Afga-
nistán” sino para los campos de refugiados que hay al-
rededor de Peshawar donde los pistoleros fundamenta-
listas gobiernan y las mujeres llevan el burqa.

Aquí, una habitación plena de alegres colegialas, todas
con atavíos brillantes, sin sentir la necesidad de cubrir-
se cuando un visitante varón aparece. Las mujeres del
pueblo pasean por las calles vestidas de forma modesta,
pero ninguna sin rostro, prescrito por los talibanes.


                            3
“Tenemos nuestra de red de colegios y hospitales y
otros servicios sociales en Pakistán, e incluso nuestro
servicio de información desde dentro de Afganistán
acerca de la represión y ejecuciones de mujeres por los
talibanes”, dijo Shahida.

                       Su grupo, RAWA (the Revolutio-
                       nay Association of the Women of
                       Afganistan) la Asociación Revolu-
                       cionaria de Mujeres de Afganis-
                       tán, fue fundado en pre-guerra en
                       Kabul cuando muchas mujeres
                       afganas ejercían como profesio-
                       nales y pensaban que el futuro
                       estaba lleno de promesas de li-
                       bertad. Actualmente ayudan a
                       viudas, muchas de ellas mujeres
                       cualificadas reducidas a mendi-
                       gar por la censura sobre el traba-
                       jo femenino.

                       Dirigen escuelas clandestinas,
                       formulando premisas para estar
un paso por delante de los ataques y golpes de la policía
religiosa. Dirigen orfanatos para niñas y crean progra-
mas de ayuda familiar.

El valor de las mujeres da a entender el amargo desen-
canto que existe entre la población afgana con los taliba-
nes. En Kabul la semana pasada esta extensa desilusión
fue muy evidente –la gente burló el código talibán cuan-
tas veces pudo. Las mujeres estaban guardando comida
seca en almacenes provisionales, desafiando el bando
sobre el trabajo. “Nosotros comenzamos contratando
mujeres así pueden ganar dinero,” dijo un comerciante.
“Las viudas se encuentran en la peor situación.”

                            4
La campaña de destrucción de ídolos, internacional-
mente condenada, llevada a cabo por los talibán ha
agradado a muchos pero horrorizado a otros. “Hemos
hecho lo que debíamos,” dijo Muhammad Najeeb, 26,
quien ha ayudado a destruir dos Buddhas, 52 m de an-
cho por 37 m de alto, los cuales han estado en Bamiyan
durante más de 1000 años.

Ahmad Raza, 40, un aldeano de Bamiyan, dijo que el ata-
que fue como un terremoto. “Era como si ellos estuvie-
ran luchando contra los Buddha. Pero los Buddhas nos
proporcionaban dinero porque atraían a los turistas.
Nadie está contento.”

Faqir Mohammed, 50, un profesor, dijo: “El pueblo
afgano piensa que es un crimen nacional. La gente odia
Pakistán, sienten que es el responsable de todo.”

Las leyes militares de Pakistán continúan dando sopor-
te diplomático y cobertura militar al régimen Talibán.
“Seguridad e interés nacional, simplemente”, dijo el
General Pervez Musharraf, el primer mandatario del
país nombrado por él mismo, cuando fue preguntado la
semana pasada para que justificara su política.

Todavía la antorcha de la intolerancia de los talibanes
trae inseguridad a Pakistán. En los pueblos del alrede-
dor, los fanáticos pro-Talibán han destruido televisio-
nes, equipos de música y proclamado que lo que ellos
defienden es la auténtica ley Sharia. América y otros
países del oeste ahora alertan a Musharraf que es hora
de coaccionar a los ultra-extremistas, antes de que ellos
amenacen al mismo Pakistán.

Para Shahida, existe una gran ironía en todo esto: “Los
Estados Unidos crearon estos grupos fundamentalistas

                           5
para usarlos contra los rusos, dándoles dinero, soporte
político y armas,” comentó. “Ellos no eran nadie para
hacerse famosos y fueron vistos como grandes héroes.
Entonces cuando los rusos se marcharon, mostraron su
verdadera cara –como criminales. Ahora hasta América
no puede aceptarlos.”

Pero en un país destrozado, no hay alternativas agrada-
bles. Indicaciones de una “primavera de ofensivas” por
parte del norteño señor de la Guerra Ahmed Shah
Massoud llena a muchos afganos de tristeza. Shahida lo
ve como un hipócrita –“este hombre ha violado y asesi-
nado a ciudadanos mientras que le dice al Oeste que
quiere la democracia.”

Algunos diplomáticos comentan que la llave del éxito es
la hospitalidad de los talibanes hacia miles de terroris-
tas islámicos –especialmente al militante saudita Osama
Bin Laden, cuya presencia ha acarreado sanciones por
parte de la ONU. Además es sabido que, este último está
cerca de sus “hosteleros” y que da consejo a Mullah
Omar, el líder tuerto talibán.

Fuentes diplomáticas dicen que Washington ha avisado
explícitamente a los líderes talibanes que éstos están
directamente considerados como los responsables de
los actos de Bin Laden y corre el riesgo que el próximo
ataque sea arremetido contra él. Una vez más, Afganis-
tán está condenado a ser el campo de batalla de la gran
Guerra de algún otro.




                           6
Interview of a RAWA activist with The Sunday Times
Magazine, August 5, 2001

Esta página ha sido traducida del inglés de la página:
http://www.sunday-times.co.uk/news/pages/sti/2001/03/
25/stifgnmid02002.html

Traducción: David Miguel Escobar




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Afganas

  • 1. Michael Sheridan Mujeres afganas mantienen una guerra secreta
  • 2. Michael Sheridan Peshawar, Pakistan Mujeres afganas mantienen una guerra secreta Editado por e-libro.net para su sección Libros gratis. www.e-libro.net
  • 3. OCULTO por un pliegue en el suelo desértico, el pue-blo amu- rallado se eleva sobre un agujero polvoriento. Sus sedes armadas afganas controlan a los visitantes antes de que sus pesadas puertas de acero sean abiertas de par en par. Las enemigas de los taliba- nes evitan ser tomadas por sor- presa al tiempo que van hacia su trabajo subversivo subterráneo –educar a niñas. Primero se produce una llamada telefónica anónima, luego de madrugada un conductor se dirige al lugar de la cita, unos 48 kilómetros desde Peshawar.“Lo siento por las precauciones, pero hemos tenido demasiadas amenazas”, dijo Shahida, una activista afgana, quien dio tan sólo un nombre. Un guardaespaldas varón la seguía a la vez que ella ca- minaba alrededor con su hijo de dos años en sus brazos. En el exilio, detrás de esos muros fortificados aislados, Shahida y sus compañeras mantienen vivos los sueños de libertad de las mujeres afganas. Es un mundo aparte –no sólo para los talibanes “Emiratos islámicos de Afga- nistán” sino para los campos de refugiados que hay al- rededor de Peshawar donde los pistoleros fundamenta- listas gobiernan y las mujeres llevan el burqa. Aquí, una habitación plena de alegres colegialas, todas con atavíos brillantes, sin sentir la necesidad de cubrir- se cuando un visitante varón aparece. Las mujeres del pueblo pasean por las calles vestidas de forma modesta, pero ninguna sin rostro, prescrito por los talibanes. 3
  • 4. “Tenemos nuestra de red de colegios y hospitales y otros servicios sociales en Pakistán, e incluso nuestro servicio de información desde dentro de Afganistán acerca de la represión y ejecuciones de mujeres por los talibanes”, dijo Shahida. Su grupo, RAWA (the Revolutio- nay Association of the Women of Afganistan) la Asociación Revolu- cionaria de Mujeres de Afganis- tán, fue fundado en pre-guerra en Kabul cuando muchas mujeres afganas ejercían como profesio- nales y pensaban que el futuro estaba lleno de promesas de li- bertad. Actualmente ayudan a viudas, muchas de ellas mujeres cualificadas reducidas a mendi- gar por la censura sobre el traba- jo femenino. Dirigen escuelas clandestinas, formulando premisas para estar un paso por delante de los ataques y golpes de la policía religiosa. Dirigen orfanatos para niñas y crean progra- mas de ayuda familiar. El valor de las mujeres da a entender el amargo desen- canto que existe entre la población afgana con los taliba- nes. En Kabul la semana pasada esta extensa desilusión fue muy evidente –la gente burló el código talibán cuan- tas veces pudo. Las mujeres estaban guardando comida seca en almacenes provisionales, desafiando el bando sobre el trabajo. “Nosotros comenzamos contratando mujeres así pueden ganar dinero,” dijo un comerciante. “Las viudas se encuentran en la peor situación.” 4
  • 5. La campaña de destrucción de ídolos, internacional- mente condenada, llevada a cabo por los talibán ha agradado a muchos pero horrorizado a otros. “Hemos hecho lo que debíamos,” dijo Muhammad Najeeb, 26, quien ha ayudado a destruir dos Buddhas, 52 m de an- cho por 37 m de alto, los cuales han estado en Bamiyan durante más de 1000 años. Ahmad Raza, 40, un aldeano de Bamiyan, dijo que el ata- que fue como un terremoto. “Era como si ellos estuvie- ran luchando contra los Buddha. Pero los Buddhas nos proporcionaban dinero porque atraían a los turistas. Nadie está contento.” Faqir Mohammed, 50, un profesor, dijo: “El pueblo afgano piensa que es un crimen nacional. La gente odia Pakistán, sienten que es el responsable de todo.” Las leyes militares de Pakistán continúan dando sopor- te diplomático y cobertura militar al régimen Talibán. “Seguridad e interés nacional, simplemente”, dijo el General Pervez Musharraf, el primer mandatario del país nombrado por él mismo, cuando fue preguntado la semana pasada para que justificara su política. Todavía la antorcha de la intolerancia de los talibanes trae inseguridad a Pakistán. En los pueblos del alrede- dor, los fanáticos pro-Talibán han destruido televisio- nes, equipos de música y proclamado que lo que ellos defienden es la auténtica ley Sharia. América y otros países del oeste ahora alertan a Musharraf que es hora de coaccionar a los ultra-extremistas, antes de que ellos amenacen al mismo Pakistán. Para Shahida, existe una gran ironía en todo esto: “Los Estados Unidos crearon estos grupos fundamentalistas 5
  • 6. para usarlos contra los rusos, dándoles dinero, soporte político y armas,” comentó. “Ellos no eran nadie para hacerse famosos y fueron vistos como grandes héroes. Entonces cuando los rusos se marcharon, mostraron su verdadera cara –como criminales. Ahora hasta América no puede aceptarlos.” Pero en un país destrozado, no hay alternativas agrada- bles. Indicaciones de una “primavera de ofensivas” por parte del norteño señor de la Guerra Ahmed Shah Massoud llena a muchos afganos de tristeza. Shahida lo ve como un hipócrita –“este hombre ha violado y asesi- nado a ciudadanos mientras que le dice al Oeste que quiere la democracia.” Algunos diplomáticos comentan que la llave del éxito es la hospitalidad de los talibanes hacia miles de terroris- tas islámicos –especialmente al militante saudita Osama Bin Laden, cuya presencia ha acarreado sanciones por parte de la ONU. Además es sabido que, este último está cerca de sus “hosteleros” y que da consejo a Mullah Omar, el líder tuerto talibán. Fuentes diplomáticas dicen que Washington ha avisado explícitamente a los líderes talibanes que éstos están directamente considerados como los responsables de los actos de Bin Laden y corre el riesgo que el próximo ataque sea arremetido contra él. Una vez más, Afganis- tán está condenado a ser el campo de batalla de la gran Guerra de algún otro. 6
  • 7. Interview of a RAWA activist with The Sunday Times Magazine, August 5, 2001 Esta página ha sido traducida del inglés de la página: http://www.sunday-times.co.uk/news/pages/sti/2001/03/ 25/stifgnmid02002.html Traducción: David Miguel Escobar 7