1. JOHN DEWEY
(1859-1952)
John Dewey fue el pedagogo, filósofo y psicólogo estadounidense más importante
de la primera mitad del siglo XX.
Nació en Burlington (Vermont, Estados Unidos) en 1859 y murió en 1952. se
graduó en la Universidad de Vermont en 1879 y tras un breve periodo como maestro en
la escuela de Pennsylvania y en Vermont, Dewey continuó sus estudios en el
departamento de filosofía de la universidad de John Hopkins.
Sus influencias alemanas le llevaron a desarrollar una tesis acerca de la psicología
de Kant, lo que le llevó a obtener el doctorado e ingresar en el departamento de filosofía
de la universidad de Michigan. Lugar donde conoció a su esposa, Alice Chipman, la cual,
según Dewey, le da “sentido y contenido” a su labor y que tuvo una gran influencia en la
formación de sus ideas pedagógicas.
Comienza a interesarse activamente por la escuela pública y fundó el Club de
Doctores de Michigan con el que fomenta la cooperación entre docentes de enseñanza
media y superior del Estado.
Formó parte durante 10 años de la universidad de Chicago donde dirigió un
nuevo departamento de pedagogía y consiguió que se creara una “escuela experimental”
con el fin de poner a prueba sus ideas.
Sus ideas y pensamiento pedagógico.
A lo largo de su extensa carrera, desarrolló una filosofía que defendía la unidad
entre la teoría y la práctica y muy comprometida con la democracia.
Dewey pasó gradualmente del idealismo puro para orientarse hacia el
pragmatismo y el naturalismo, basándose su filosofía en el biologismo de Darwin y el
pragmatismo de William James desarrolla una teoría del conocimiento que cuestionaba
los dualismos que oponen pensamiento y acción. Para él, el pensamiento era una función
mediadora e instrumental para servir los intereses de la supervivencia y el bienestar
humanos.
Con esta teoría del conocimiento destacó la “necesidad de comprobar el
pensamiento por medio de la acción si se quiere que éste se convierta en conocimiento”.
Tras dedicar mucho tiempo a observar el crecimiento de sus hijos, Dewey estaba
convencido de que no había ninguna diferencia en la dinámica de la experiencia de los
niños y adultos. Ambos son seres que aprenden tras su enfrentamiento con situaciones
problemáticas. El pensamiento es el instrumento a través del cual se resuelven los
2. problemas de la experiencia y el conocimiento es el cúmulo de sabiduría generado por la
resolución de dichos problemas.
Afirmaba que lo niños no llegaban a la escuela cual tablas rasas donde los
maestros escribir sus lección, sino que cuando el niño comienza su escolaridad lleva ya en
sí cuatro “impulsos innatos –el de comunicar, el de construir, el de indagar y el de
expresarse de forma más precisa”- que constituyen “los recursos naturales de cuyo
ejercicio depende el crecimiento activo del niño”.
Dicha argumentación enfrentó a Dewey con los partidarios de una educación
tradicional “centrada en el programa” y favorables a una instrucción disciplinada y
gradual de la sabiduría acumulada por la civilización.
Critica a los tradicionalistas el no relacionar las asignaturas del programa de
estudios con los intereses y actividades del niño.
Su pedagogía requiere que los maestros realicen una tarea extremadamente difícil,
que es “reincorporar a los temas de estudio en la experiencia”.
Los maestros tienen que apelar a motivaciones del niño que no guarden relación
con el tema estudiado, Dewey les pedía que integraran la psicología en el programa de
estudios, construyendo un entorno en el que las actividades del niño se enfrenten con
situaciones problemáticas en las que necesiten conocimientos teóricos y prácticos de la
esfera científica, histórica y artística para resolverlas. En definitiva, un maestro tiene que
poder ver el mundo con los ojos de un niño y con los de un adulto.
La escuela activa de Dewey
Dewey es considerado como el verdadero creador de la escuela activa y fue uno
de los primeros autores en señalar que la educación es un proceso interactivo.
Defendía que “la escuela es la única forma de vida social que funciona de forma
abstracta y en un medio controlado, que es directamente experimental, y si la filosofía ha
de convertirse en una ciencia experimental, la construcción de una escuela es su punto de
partida”.
Los alumnos divididos en once grupos de edad, llevan a cabo diversos proyectos
centrados en distintas profesiones históricas o contemporáneas. Los más pequeños (de 4
a 5 años), realizaban actividades que conocían por sus hogares y entorno como cocinar,
coser… Los de 6 años construían una granja de madera, plantaban trigo y algodón, lo
transformaban y vendían en el mercado. Los de 7 años estudiaban la vida prehistórica en
cuevas que habían construido ellos mismos. Los de 8 años centraban su atención en la
labor de los navegantes fenicios y de los aventureros posteriores como Marco Polo,
Cristóbal Colón, Magallanes y Robinson Crusoe. Los de 9 años se centraban en la
historia y geografía locales, y los de 10 años estudiaban la historia colonial mediante la
construcción de una copia de una habitación de la época de los pioneros.
3. Los grupos de niños de más edad se entraban menos estrictamente en periodos
históricos particulares y más en los experimentos científicos de anatomía, economía,
política y fotografía. Los alumnos de 13 años, fundaron un club de debates y necesitaban
un lugar de reunión, lo que llevó a construir un edificio, proyecto en el que participaron
los niños de todas las edades en una labor cooperativa que para muchos constituyó el
momento culminante de la historia de la escuela.
Su influencia en movimientos pedagógicos contemporáneos.
Tras sus muerte, su filosofía de la educación sufrió un fuerte ataque por parte de
los adversarios de la educación progresista, haciéndolo responsable de prácticamente
todos los errores del sistema de enseñanza pública americano. Aunque sus consecuencias
reales en las escuelas de los Estados Unidos fueron bastante limitadas y los críticos
conservadores se equivocaron al asimilarlo a los progresistas.
Desde el decenio de 1950, variaciones sobre este tema vuelven a alimentar
debates periódicos acerca de la situación de la educación pública norteamericana, y cada
nueva campaña va acompañada de ataques contra Dewey; aunque en realidad su legado
reside menos en una práctica que en una visión crítica.
Resulta notable comprobar la actualidad del pensamiento pedagógico de John
Dewey. Sus escritos resultan una fuente inagotable de ideas, conceptos y propuestas que,
a casi un siglo de ser elaborados, siguen interpelando agudamente nuestras prácticas. La
escuela como motor de transformación social democrática, el lugar que los intereses de
los alumnos pueden ocupar en la práctica cotidiana en el aula, el rol creativo de los
docentes, entre otras cuestiones, plantean aún hoy desde los textos de Dewey interesantes
desafíos a quienes se interesen por su obra.