El documento describe la afición de José María de Cossío y Federico García Lorca por el fútbol. Narra cómo Cossío llevó a Lorca a un partido de fútbol en Madrid en enero de 1936 entre la selección española y un equipo checo. Lorca intentó entrar al estadio fingiendo ser el jugador José Samitier, pero los porteros no le creyeron. Finalmente pudo entrar gracias a la influencia de Cossío. Ambos disfrutaron del partido y celebraron los goles de España.
1. En aquel entonces
Cossío y Lorca, en el campo de fútbol
Raúl Gómez Samperio
La emoción colectiva nos hace autómatas. Todo por culpa de ese contagio
que se transmite como la electricidad al sumergirnos en el gentío,
convirtiéndonos en una diminuta parte de un todo incontrolable. Entonces
somos enfermos solidarios,capaces de sincronizar nuestros gestos, nuestras
acciones y, si no fuera porque la infección los diluye, hasta nuestros
pensamientos. Y en cuanto el balón entra en la portería rival, los brazos se
alzan, las piernas saltan, los ojos parecen salirse de su órbita y las bocas
gritan al unísono la misma palabra. Es igual la raza, la religión, la clase
social o cualquier otra condición de la naturaleza humana: ¡Gol!
A José María de Cossío le gustaba compartir esa emoción colectiva. Acaso
por eso fue un asiduo erudito de los dos espectáculos de masas más
importantes de la España del siglo XX: el fútbol y los toros. El 8 de febrero
de 1953, después de ver el partido entre el Real Madrid y el Valencia C. F.,
Cossío anotaba en su diario personal: “Ochenta mil espectadores. A
muchos les molesta la multitud, que llaman, con nombre que no me gusta,
pese a Ortega, masa. Tiene también su encanto sumirse en la masa, sentirse
para la diversión de una hora, enajenado, impersonal: vagar de todo lo
propio y sentirse adherido a maneras y formas que no son las nuestras
privativas…”
Desde el 14 de junio de este año, justamente cien años después de la firma
del acta fundacional del „Santander Racing Club‟, formo parte de esa peña
racinguista que Javier Menéndez Llamazares se empeñó en crear en la
Casona de Tudanca para demostrar que la cultura y el fútbol no son
incompatibles. Y para demostrarlo, la peña lleva el nombre de José María
de Cossío y tiene como presidente a Manuel Arce Lago.
Amante de la vida social y del carácter lúdico de la vida, Cossío fue sabio
introductor de los placeres del fútbol entre los poetas de la generación del
27. De todos es conocida su influencia para que Rafael Alberti se quedara
con la boca abierta admirando el arrojo de Platko en los Campos de Sport,
pero casi anónima es la presencia de Cossío y Federico García Lorca en el
estadio metropolitano de Madrid para ver un partido de la selección
española de fútbol donde actuaba el racinguista Fernando García.
En uno de sus artículos publicado en ABC con el título “El tema taurino y
la Generación del 27”, y que ha llegado a mis manos gracias a Rafael
2. Gómez, se recogeesta sabrosa anécdota futbolística con un García Lorca
del que sólo se conocía su afición al tenis:
“... recuerdo que en una tarde de no hay billetes pretendía, conmigo y
otros amigos, penetrar en un campo de fútbol. Detuviéronle los porteros
encargados de ellos y Federico, con una imponente dignidad, le preguntó
al portero: “¿Usted no me conoce?”. El portero se encogió de hombros
dando a entender que no le conocía; y entonces, echándole un decisivo
valor al asunto, dijo muy dignamente: “Yo soy Samitier”. A lo que el
portero tuvo una reacción valiente y le dijo: “Usted lo que es, es un
sinvergüenza.” Intervenimos todos y, naturalmente, pasamos”.
La localización y la fecha de esta anécdota, se rescata en el diario personal
de José María de Cossío. En los renglones dedicados al 8 de enero de 1936,
en Madrid, Cossío apunta: “Partido de seleccionados contra un equipo
checo... Encuentro en el partido con Federico García Lorca”. Entonces José
María y Federico ya estaban hermanados por la amistad. El de Tudanca
había estado presente en las representaciones de Fuenteovejuna que la
compañía de teatro de Lorca, „La Barraca’, había ofrecido durante los
cursos de la Universidad Internacional de Verano de Santander que
organizaba la Sociedad Menéndez Pelayo, y en donde Cossío había sido
profesor, recibiendo de la compañía el entrañable título de “barraquito
honorario”, nombramiento que permitía entender la vida de los
faranduleros y sus bromas llenas de ingenio y vivacidad, como la que nos
ha recordado Benito Madariaga cuando García Lorca,invitado enTudanca
por Cossío, se subió a un árbol y a gritos comenzó a recitar una escena de
teatro. Quizás fue lo que García Lorca intentó hacer aquella futbolística
tarde de enero, interpretar una nueva obra de teatro.
El partido de fútbol que se disputó aquel día, miércoles, en la capital de
España, ofrecía como atracción ver a la selección nacional que tenía que
enfrentarse a Austria once días después, y jugaba uno de sus partidos de
preparación contra el S.K. Zidenice de Brno. El partido, que finalmente
García Lorca pudo presenciar gracias a la influencia que D. José María ya
tenía en las esferas futbolísticas (Cossío era entonces presidente del Racing
y había sido delegado federativo de la misma selección nacional), se jugó a
las tres y cuarto de la tarde en el estadio Metropolitano, situado cerca de la
barriada madrileña de Cuatro Caminos. García Lorca, con su arrebatadora
estimulación dramática, quiso superar las cinco pesetas que costaba la
entrada de Tribuna con una difícil interpretación, nada menos que la de
José Samitier, exjugador del F. C. Barcelona y Real Madrid, también amigo
de Cossío, que llevaba el merecido apodo de „El Mago del balón’. Quizás
3. resultó ser un personaje demasiado conocido para los porteros del estadio
que no comprendieron la calidad y el arrojo de su papel.
Con la mediación de José María de Cossío, que como presidente del Racing
acudió a ver al seleccionado jugador racinguista,Nando García, el poeta de
Granada pudo contemplar aquel encuentro donde actuaron, arbitrados por
Pedro Escartín, hombres como Eizaguirre, Ciriaco, Quincoces, Pedro
Regueiro, Nando García, Ipiña, Ventolrá, Luis Regueiro, Lángara,
Herrerita y Emilín. La selección española ganó dos a uno, con goles cuyas
circunstancias (un remate de Lángara a pase de Emilín y un disparo de
Herrerita a pase de Luis Regueiro) adquieren valor no por su belleza,
eficacia u oportunidad, sino por haber sido celebrados en el campo por dos
hombres tan significativamente vinculados con la cultura y la literatura que
se dejaron llevar por “el encanto de sumirse en la masa”, contagiados de la
enfermedad que sincroniza nuestros gestos, nuestras acciones y acaso
nuestros pensamientos para gritar al unísono la palabra ¡Gol!