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Sumario
Obituario: Ignacio del Río, Julia Sáez-Angulo .................................................. Pág. 5
Contrapunto al obituario sobre Ignacio del Río, José María Izarra.......................... 9
Ignacio del Río: la libertad, Pablo del Barco......................................................... 13
Greguerías, Enrique Angulo ................................................................................. 18
Amanecer de piedra (poema), Jesús Barriuso ...................................................... 21
Tiempo de manzanas, Esther Pardiñas ................................................................. 23
Nuestra ciudad / Habitación y jardín, Montserrat Díaz Miguel ............................... 25
Astronautas, Raúl E. C........................................................................................ 28
Mascotas y Protesta, Alberto Herrero................................................................... 31
Viajeros románticos por España, Ignacio Galaz ................................................... 32
Registro Civil, Jesús Borro Fernández ................................................................... 36
Dossier sobre la OSBU, Alfonso Hernando ............................................................ 40
El secreto, Luis Carlos de Diego Alonso.................................................................. 55
Manchas, Merche Rodrigo .................................................................................... 57
Angelito negro, Félix J. Alonso Camarero .............................................................. 59
Carpeta de Paloma Navares, Esther Rojo Hernández............................................. 63
Mamerto Pérez Grino, Eloy Luna ......................................................................... 67
La muerte acostumbrada, Pedro Olaya................................................................ 69
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Obituario : Ignacio de Río, un gran pintor
inteligente y bohemio(1)
Ignacio del Río fue un artista de la pintura, de la buena pintura, que ha
fallecido el pasado 31 de julio en Burgos, su ciudad natal, después de
una vida errante de éxito y bohemia por distintos países.
El artista Ignacio del Río (Burgos, 1936 -2015) era un pintor apasionado de la
pintura y de la vida. Un hombre que en su juventud recorrió el mundo y, siguiendo la
pauta del eterno retorno, regresó a su Burgos natal desde donde irradia su arte. Era un
artista admirado y su cotización se traducía en vender de inmediato todo lo que pinta en
su tierra natal, hasta que llegó la crisis y le afectó como a todos los artistas.
Él sabía también que la vida y los amigos, la palabra y las tertulias de los lunes
requieren su tiempo, presencia y energía, porque sabe transmitir alegría y buen humor.
Necesitaba a los amigos y se sentía querido por ellos.
Ignacio del Río contó con desenvoltura su vida de juventud en el catálogo de la
exposición “Primera Época, 1953–1965. De la Colección Particular”. Las ciudades se
sucedían en su vida durante la década de los veinte a los treinta años: Burgos, París,
Ciudad Trujillo, Madrid, Torremolinos, Atenas, San Francisco, Nueva York, Estambul… Su
mente era un hervidero y su cuerpo una peonza; ambos filtraban a la vez un pintura bien
hecha, nutrida de las vanguardias históricas de París. Una pintura que merecía admiración
y respeto.
En La República Dominicana topó con Vela Zanetti, el pintor que contrató a
numerosos artistas españoles y los puso a trabajar para la gran feria del dictador Trujillo,
entre ellos a los republicanos Juan Alcalde y Ricardo Zamorano, a Manolo Ortega… Nadie
hizo buenas migas con Vela Zanetti, quería rapidez fallera más que buena pintura; sentía
celos de todos sus colegas, también de Ignacio del Río.
En Madrid fueron Santiago Amón, Javier Domingo y Luis Martín Santos, los que
avalaron la buena pintura del artista burgalés, quien descubrió el doble juego de El Paso,
al dejarse mimar y llevar a Venecia por el régimen franquista. Entre tanto, su familia
numerosa iba creciendo a lo largo de los años.
(1) Reproducción del original aparecido en el blog La Mirada Actual el 23-08-2015
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Ignacio del Río nos reveló su paternidad en el arte: Van Gogh o Nicholas de Staël.
También sus querencias en el lenguaje y estilo: “a los pocos meses de regresar de
América colgué mi cuarta exposición huyendo como de la tiña del abstracto”.
Habló del laberinto de la pintura, que en cada obra hay que resolver un problema
diferente, “dándome cuenta en cada cuadro que la maravillosa complejidad de la vida
desbordaba siempre al arte, que cuanto más profundizaba en los secretos de la pintura
más me alejaba de la vida, más me cogía a contrapelo y por la espalda”.
La pintura de Ignacio del Río ha pasado por distintas etapas y en todas ella ha
emergido con la sabiduría de quien domina el color y la forma, de quien sabe componer,
de quien domina la metáfora plástica y hace ciertos guiños al pop, a la sociedad, a los
grandes maestros de la pintura, a la Historia del Arte.
Genio y figura, Ignacio del Río fue, es, un pintor respetado y para los que gozaron
de su amistad, un torrente de vida. Los adjetivos que le adornaron son muchos y
contradictorios: inteligente, narcisista, moderno, perverso, buen amigo, imperioso,
hedonista, caprichoso, responsable ante su arte…
Julia Sáez-Angulo
http://lamiradaactual.blogspot.com.es/2015/08/obituario-ignacio-de-rio-un-gran-pintor.html
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Contrapunto al obituario de Julia Sáez-Angulo
sobre Ignacio del Río
En el obituario sobre Ignacio del Río, firmado por Julia Sáez-Angulo, publicado en el
blog LA MIRADA ACTUAL y reproducido en estas páginas, se dicen cosas que no solamente
no son enteramente ciertas, sino que constituyen una ofensa, cuando no una infamia,
para los directamente aludidos, amén de ser un insulto a la inteligencia de los que,
guardando las distancias, sin mediatizaciones de ningún tipo, hemos observado con
interés al personaje.
Vaya en descargo de la firmante que, al hacerse eco de las manifestaciones
vertidas por el pintor en el catálogo de la exposición “Primera Época 1953–1965. De la
Colección Particular”, no es ella, sino el difunto, el que habla por su boca; pero la misma
circunstancia que la disculpa es causa de su detrimento, pues no debería haberse
prestado a tal manipulación.
No debería haberse dejado decir, porque no resulta creíble, que Vela Zanetti
“quería rapidez fallera más que buena pintura” y que este “sentía celos de todos sus
colegas” españoles que trabajaron con él en la República Dominicana. Y no debería
habérselo dejado decir porque el propio Ignacio presumía de su facilidad y rapidez al
pintar, no siendo raras las manifestaciones de testigos que aseguran haber presenciado
cómo se atareaba toda la noche para ultimar la colección de cuadros que iba a
inaugurarse al día siguiente en el Arco de Santa María. ¿Eso no es rapidez fallera?
¿Morcillera acaso, por aquello de que el portento había tenido lugar en Burgos? En cuanto
a los celos del pintor de Milagros, no vamos a negarlos, pero el hecho de que favoreciera a
muchos de sus colegas españoles (entre ellos, a Ignacio del Río), contratándolos para la
realización de trabajos encargados por el dictador Trujillo, no parece reforzar esa tesis;
como tampoco que, por esa época, el uno se dedicara casi exclusivamente a los murales y
el otro no hubiera iluminado una pared en su vida.
De ningún modo debería haberse dejado decir que Ignacio del Río, coincidiendo con
su estancia en Madrid, donde frecuentaba los ambientes artísticos de vanguardia, había
descubierto “el doble juego” del grupo El Paso, que, según él, al tiempo que preconizaba
una revolución artística y social, se dejaba mimar por el régimen franquista. ¿Y desde
cuándo —nos preguntamos— ha sido Ignacio del Río un artista comprometido, desde
cuándo se ha manifestado en contra de régimen político alguno? Por añadidura, ¿no era
una institución franquista la Diputación Provincial de Burgos que lo becó para estudiar en
París en 1954 y lo distinguió con su premio de pintura en 1965? Nadie menos legitimado
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que él para juzgar la coherencia de los demás, y mucho menos para alardear de
independencia, cuando siempre ha compadreado con el poder establecido, y eso en
Burgos significa exactamente con la derecha; bien es cierto que le habría dado igual que
hubiese sido la izquierda; en realidad, así ocurrió durante un breve periodo de tiempo.
La firmante (que es tanto como decir el menda biografiado) señala, sin embargo,
dos aspectos de la faceta artística del interfecto que hacen que nos parezca menos
baladrón de lo que aparentaba, incluso un hombre vulnerable, puesto que, en cierto
modo, significan la asunción de una derrota (para disgusto de los que lo consideran un
genio): haber huido “como de la tiña” del abstracto a partir de su cuarta exposición, lo
que cabría interpretar como una renuncia a la experimentación y la vanguardia (Ignacio
del Río se ha quedado en el Impresionismo-Expresionismo; es un pintor técnicamente
impresionista y semánticamente expresionista); y reconocer que cada obra ideada plantea
un problema de difícil resolución.
Este último aspecto explicaría la sensación experimentada por el espectador
cuando, año tras año, Navidad tras Navidad, se ha acercado a contemplar la nueva
exposición de Ignacio del Río: que estaba viendo los mismos cuadros del año anterior. Y
no era una apreciación equivocada, nos maliciamos; el artista, que, como ya hemos visto,
había renunciado a la modernidad, pintaba invariablemente cuadros idénticos o muy
parecidos a los ya presentados en la exposición antecedente; o sea, los cuarenta y cinco,
cincuenta (menos, si deducimos los seriados) cuyos problemas había logrado desentrañar
y que, con ligeras variantes, no le suponía ningún esfuerzo repetir.
Ni, por lo visto, vender… La verdad es que se publicitaba a sí mismo muy bien: era
simpático y muy sociable, daba espectáculo; lloraba, zangolotino, a las instituciones para
no quedarse sin mamar y, si precisaba sombra, sabía arrimarse a los buenos árboles. Con
esos argumentos, no es de extrañar que él mismo, jactancioso, cifrara su cotización en
los años que precedieron a la última crisis en venderlo todo de inmediato… normalmente
—añadimos— en el habitual círculo de admiradores locales, a los que, por lo general, la
mera acción de pagar en negro, unida a la expectativa de una pronta revalorización de la
mercancía (nos estamos refiriendo a ese período de abundancia señalado por nuestro
héroe, en que el dinero circulaba más rápido que el AVE y parecía estar por todos sitios),
les hacía suponer haber hecho un magnífico negocio; pero se les escapaba un pequeño
detalle: habían adquirido réplicas… originales, pero réplicas al fin y al cabo.
En todo caso, convenimos con la (co)autora de la necrológica (ya hemos referido
que ha sido el difunto el que ha hablado a mayores por su boca) en que Ignacio del Río ha
sido un buen pintor, un pintor notable si se quiere, sobresaliente en los retratos, del que
destacamos (es característica del Impresionismo-Expresionismo, acentuada en él), porque
nos gusta especialmente, el uso reiterado de un empaste denso (algunos lo conceptúan
sobreabundante) y vital, nervioso, cargado de energía.
José María Izarra
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Ignacio del Río. La libertad
Es el mejor título para resumir la vida y la obra del artista burgalés Ignacio del Río.
Hace tiempo que tenía yo empeño en dejar un documento escrito y gráfico del pintor, que
consideraba imprescindible para poner justicia en su persona y en su obra. Los artistas
locales no siempre son bien apreciados por sus paisanos, quizás por el exceso de
familiaridad, porque les falta distancia para apreciarlos en su justo valor. Y se tiende a la
leyenda urbana, distorsionadora de la imagen, que generalmente atiende a aspectos
personales, a veces banales, más que a los objetivos artísticos.
Por la proximidad y la lejanía del personaje (siempre emboscado en la imagen que
deseaba dar) me fue difícil inicialmente crear un proyecto del libro al querer ser algo más
que un mero cronista de su vida. Acudir a la anécdota era un recurso fácil, pero de
resultado incompleto. Había que atender a los aspectos biográficos esenciales, sin
excesos, y a la obra más significativa, empeño también difícil porque la obra de Ignacio
del Río es inmensa y había pocos recursos bibliográficos para elaborarla.
El personaje es de mucha altura y hondura, singular, emblema de la ciudad, a la
que ha dedicado una buena parte de su obra, crítica incluida, pregonero de sus cualidades
cromáticas. Y es muy variado porque a lo largo de su vida, muy viajera, ha ido asimilando
también estéticas, pero sobre todo temas y colores que trasladaba a sus cuadros, desde la
realidad inmediata, desde la memoria de la realidad, que era en él antológica y firme.
En el libro hay un capítulo, “Todo un carácter”, que en verdad está escrito por el
propio Ignacio, hecho a base de las sentencias, opiniones, pensamientos que el escritor
iba escribiendo en las paredes de su casa y de su estudio, en papeles sueltos, donde le
pillaba la necesidad de expresarse con la mayor sinceridad.
Después de los primeros momentos de duda fue surgiendo con más fluidez el libro;
se trataba de completar el esquema inicial, acoplar texto e imagen, con cierto sentido
didáctico y un lenguaje literario que no pusiera sombras a la obra del pintor. Los
apéndices de la obra cierran la figura y la obra de Ignacio del Río.
Reproduzco aquí el índice del libro, la mejor manera de ofrecer su contenido:
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ÍNDICE
Al iniciar el camino
BIOGRAFÍA CON PINCELES
Burgos en la guerra y la posguerra
Nacimiento. No ser para ser (Ignacio)
Tiempo de guerra
Ignacio, la vida entre nieblas
El sueño cumplido: París
La búsqueda
De la aridez al color y la sensualidad
VIVIR/PINTAR CON PASIÓN
El amor frente al arte. Soledad y compañía (Más soledad)
Yoly (Yolanda Muñoz)
Susana Crews
Monique Dechambre
Fabiola Borrero
Daisy Duane
TEMAS Y MOTIVOS
Burgos, el nido
Retratos
Ángela Chico
Maese Calvo
Jesús Ruiz
Victoriano Crémer
Revilla XII
Andrés Morquecho
El viejo
Ignacio ilustrador
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El erotismo
La naturaleza en sí
Marinas
Gallo vivo, gallo muerto
Las bicicletas aladas
La fiesta nacional
Crítica social
TODO UN CARÁCTER
(Ignacio del Río a través de sus textos)
SER SINCERO, UNA APUESTA POR LA LIBERTAD
La dificultad de querer ser libre
La España negra iluminada
La emoción de la realidad
¿Será efímero el mundo del arte?
OTRAS VOCES
PINACOTECA PARA RECORDAR
EXPOSICIONES
APÉNDICE (Catálogo)
BIBLIOGRAFÍA
Pablo del Barco
https://www.youtube.com/watch?v=hf2HLp42H1E
16. Página16
Poema dedicado:
Ignacio del Río, el genio
En la sombra de su pintura
nace el trigo de Castilla,
en el borde de sus playas
se hace el infinito
y se desboca el amor;
la nieve cruje
entonando la vida
que se esconde
y palpita sin saberlo,
capotea toros sabios,
corre con aladas bicicletas
de la existencia y los sueños,
viajeros de fortuna
con futuro y retorno:
“vivir es lo que importa”,
penetrando la materia
para hacerla arte,
escondiendo ternura
otras sensibilidades
de plata y de cristal
para consumo interior;
desde el aire vigila
y peregrina el halcón
con alas de colores
sosteniendo pinceles
y armonías sin fin.
Es el genio,
el genio y la figura
de un hombre de acero
dando razones al arte
y un sombrero
para disfrazar la duda;
la existencia dialoga
con la sombra de su piel.
Pablo del Barco
18. Página18
Í
La greguería es para mí la flor de todo lo que queda
RGS
Enrique Angulo @Protoplasto
Cuando actúan, las bailarinas de ballet son tan consideradas que van de puntillas para no
despertar a los espectadores que están dormidos.
Enrique Angulo @Protoplasto
El aforismo es un refrán con traje de domingo.
Enrique Angulo @Protoplasto
Las estrellas son los agujeros que los dioses han hecho en la carpa celeste para poder ver
el circo de los seres humanos.
Enrique Angulo @Protoplasto
El sofá es el trono y el mando a distancia el cetro del reino del adicto a la televisión.
Enrique Angulo @Protoplasto
El trueno es un avisador perezoso.
Enrique Angulo @Protoplasto
Cuando nieva por la noche parece que se estuviesen desmigando las estrellas.
Enrique Angulo @Protoplasto
En la promiscuidad de la cesta, las piezas de fruta más recatadas se sonrojan.
Enrique Angulo @Protoplasto
Los sauces llorones nunca se recuperan de sus tristezas.
Enrique Angulo @Protoplasto
Las margaritas detestan a los amantes dubitativos.
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Enrique Angulo @Protoplasto
A los árboles enamorados les brotan hojas acorazonadas.
Enrique Angulo @Protoplasto
El brócoli es una coliflor que se ha puesto verde de envidia.
Enrique Angulo @Protoplasto
La luna es la primera farola de la avenida del universo.
Enrique Angulo @Protoplasto
El reno lleva unos candelabros encima de su cabeza por si tiene que utilizarlos en alguna
cena íntima.
Enrique Angulo @Protoplasto
La E es un peine que casi se ha quedado sin púas.
La Q es una O macho.
Enrique Angulo @Protoplasto
El anzuelo es un signo de interrogación en el que se queda enganchado el pez curioso.
Enrique Angulo @Protoplasto
Las medusas son los paracaidistas del mar.
Enrique Angulo @Protoplasto
Cuando tendemos una sábana el fantasma que vive dentro se cae al patio de luces.
Enrique Angulo @Protoplasto
La coreografía de un guardia de tráfico la escriben los automovilistas.
Enrique Angulo @Protoplasto
Cuando las olas rompen en la playa parece que el mar estuviera sufriendo un ataque de
epilepsia.
Enrique Angulo @Protoplasto
Una almohada fue a una playa nudista y se quitó la funda.
Enrique Angulo @Protoplasto
En el ocaso, cuando el horizonte se tiñe de rojo, parece que al sol le hubiesen dado una
puñalada por la espalda.
Enrique Angulo @Protoplasto
Venecia es una ciudad que nunca se ha recuperado de su primera inundación.
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amanecer de piedra
Con Celso Emilio Ferreiro
En este lugar en que me habita tu recuerdo
para no dejarte ir definitivamente,
por no desabrocharme de esa parte de mí que me redime…
¿a qué nos sabría ahora,
el agua de regaliz de los Miñambres,
el tinto de pellejo,
la consuenda,
la torta de chicharrones y aquel orujo que mataba de a poquito,
por ejemplo?
…
¿Cómo nos sabría hoy
el pan de hogaza con aquel vino gordo y azúcar?;
a qué demonios nos sabría el cigarrillo de anises
y sus escandalosas toses,
los polos de hielo y aquellas miserables algarrobas,
si no vinieran montados todos estos recuerdos,
penosos los más de ellos,
en alas de esa bruja mentirosa
que nos hace no ver a quien nos mira desde el espejo;
decir que ahora es verdad lo que nunca fue cierto
o inventarnos un currículo que nos haga presentables
a los ojos de aquellos a quienes expoliamos su pasado,
así,
como si nada,
que,
al fin y al cabo,
a nosotros también nos lo hicieron
y nos hicieron quienes somos:
al fin y al cabo lo que hacemos,
pasándoles a ellosun testigo lastrado,
mi querido compañero,
hermano?
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Estoy hablando de la memoria cierta;
de esa inmaleable memoria de agua
que siempre vuelve a su ser
in
mi
se
ri
cor
de
men
te,
ya la estrujes o la planches,
la pongas como la pongas o la escondas,
arriba, abajo, de costado,
o bajo tierra,
o mandes matar a los infantes,
por ver de encontrar al que amenaza
con ceñir mañana la corona.
Fíjate que aquí,
donde me vives,
en el sueño,
procuro tenerte al margen de los que nos hemos convertido,
no dejo que por ti pase la vida,
para que no nos veas a nosotros,
los de entonces,
ya sabes,
los del sueño renovado,
los eternos perdedores,
nosotros a los que el tiempo no había de esclavizar,
convertidos ahora, en un Cronos filofóbico y caníbal,
jaleando la eterna futura derrota de los que no son como nosotros…,
esa eterna derrota desde siempre
e inevitable,
no lo olvido,
desde el borde azul de la memoria,
recién urdida,
durante esta insomne y pétrea madrugada inacabable.
Jesús Barriuso
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“Somos mendigos, somos vagabundos, somos parte de la montaña como las rocas o las hierbas o los
árboles, aunque caminamos en lugar de estar enraizados” Ramayana
Hacía semanas que las rosas
antiguas, sus preferidas, habían dejado
de florecer, y su olor quedaba ya tan sólo
en la memoria. Eran muy gratas aquellas
rosas, apenas necesitaban cuidados y
todos los años regresaban exultantes, un
poco tímidas primero, naciendo en
ramilletes apretados, y embriagadoras
después, festejando por si solas todo el
jardín, que aún permanecía triste por los
días desapacibles y grises que habían ido
sucediéndose casi sin esperanza, sin fin,
consolados apenas los parterres por los
bulbos de invierno.
Ese año había muchas manzanas,
eran las del árbol de su abuela. Aquél era
un árbol con historia. Él pensaba que era
algo mucho más que eso: un simple
manzano que había nacido en una
maceta, en aquella casa que, como el
olor de las rosas había quedado en el
recuerdo y que cuando volvía lo hacía
teñido de nostalgia. Su abuela plantaba
por doquier los güitos de las frutas, las
semillas de las flores, casi cualquier cosa
susceptible de crecer en la tierra, y todo
aquello nacía bajo su cuidado con
desenfado, agradeciendo la oportunidad
de no acabar en el cubo de la basura,
celebrando la ocasión de renacer sin un
orden aparente, con la vitalidad que
concede la naturaleza empeñada en no
extinguirse.
Había trasplantado el árbol al
jardín después de que la casa de su
abuela se cerrara definitivamente, y
aquel tronco desabrido, de apenas un
metro, se había desarrollado suscitando a
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su alrededor numerosas conversaciones,
incluso de entendidos, era un árbol
sospechoso porque nadie acertaba a
saber qué era realmente, un árbol frutal,
sí, ¿pero cuál? Ahí estaba la incógnita
porque ya no se podía preguntar a quien
lo había sembrado.
Durante un tiempo se barajó la
idea de que fuera un melocotonero y
hasta se ofrecieron a hacerle un injerto
para que diera fruto. El árbol, ajeno a las
diatribas, seguía su desarrollo, dando
hojas verdes y ramas ligeramente
retorcidas, sin disipar las dudas. Pero la
respuesta vino en forma de manzana
diminuta en una primavera bonancible
que aquel retiro había agradecido
sobremanera. Se acabaron las
conjeturas, su abuela había plantado un
manzano.
El árbol ni siquiera estaba en el
mejor rincón del jardín, sus manzanas
eran muy pequeñas, pero él creía que en
aquel arbolito permanecía una parte
intangible, como un hálito, del espíritu de
su abuela, de su mano, su cuidado, su
delicadeza, al igual que en aquellas
representaciones persas de oficiantes,
que derraman el néctar de la vida con sus
manos extendidas. Allí, junto al árbol,
sentía la presencia de ella, vivificante,
apenas un soplo tibio entre las ramas. En
aquel manzano estaba la vida, tan
humilde casi siempre, la existencia de su
abuela.
Miró sonriendo todas las manzanas
que tendría que recoger disputándoselas
a los pájaros. Terminó de masticar el
último resto de un albérchigo y casi, con
gesto cuidado pero mecánico, de tantas
veces como había efectuado aquella
operación, sepultó el güito en una maceta
cercana, aplanando luego la tierra sobre
él. Había heredado la costumbre y ¿quién
podía saberlo? En un tiempo, que ya no
sería el suyo, alguien se cobijaría bajo las
ramas de un árbol procedente de una
maceta, y quizá se acordaría de él y se
sentiría reconfortado por unos instantes,
abrazado por el verdor de unas hojas,
acariciado por la fragancia de unas rosas
antiguas.
Esther Pardiñas
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Nuestra ciudad / Habitación y jardín
“Pasa, maja”, me decía
invariablemente, a la misma hora cada
día, alrededor de las cinco de la tarde,
después de la merienda, cuando yo
asomaba mi cabeza por el hueco abierto
de una puerta corredera, adentrándola en
la estancia donde la mujer estaba
confinada. Enseguida reconocía mi rostro
risueño, y me acogía con familiaridad.
Esta visita a la anciana se había vuelto un
rito. No estaba en el cuarto mucho
tiempo, nunca más de media hora. A
pesar de ello, esos minutos rompían la
monotonía de una larga tarde postrada
en soledad. La mujer, debido a sus
enfermedades y edad, permanecía
siempre en la cama y en la misma
habitación, salvo por las más
elementales y cotidianas tareas de aseo,
que se realizaban, merced a la ayuda de
las cuidadoras, en un cuarto de baño
contiguo. En ella dormía, comía, recibía al
médico, a las enfermeras y a las
puntuales visitas. Día tras día, todos ellos
iguales.
Una vez a la semana venían dos
mujeres a verla. Eran, también, muy
mayores, vestidas con una suerte de
faldas largas muy abrigadas y chaquetas
superpuestas, aunque fuese verano.
Guardaban bien el calor de su cuerpo,
para que no se escapase. Yo no estaba
presente cuando las mujeres se
encerraban juntas, por lo que no sé cuál
sería su tema de conversación. A veces
se escuchaban en el pasillo grandes voces
y alegres risotadas. Luego supe que eran
hermanas. Daba la impresión de que
dentro había una confabulación de brujas
viejas y benévolas. No faltaban nunca el
día de la semana que tenían establecido.
Cuando concluían la visita, las dos
mujeres, más saludables y autónomas
que la residente, se sentaban frente a
frente en la cafetería para tomarse con
verdadero gusto un café con leche
acompañado de muchas galletitas de
chocolate.
El cuarto de la anciana era grande,
blanco, con las paredes casi desnudas. La
cama estaba en medio; un mueble
adaptado, abatible, que tenía barrotes
para que por la noche la enfermita no se
cayera. Tras un amplio ventanal se veía
un trozo de parque y una autovía llena de
coches suficientemente lejana como para
no molestar en absoluto. Había pocas
cosas allí: la cama, la mesilla, dos
butacas y un armario empotrado. La ropa
de la mujer se limitaba a una bata de
estar en casa, colgada de un perchero.
Sin embargo, no era un espacio triste.
Como único adorno, en la pared frente a
la cama había un cuadro grande donde se
veía un paisaje, reproducción de una obra
clásica, titulado “Jardín inglés”.
Dentro de la habitación no se distinguían
unas horas de otras, entrase el sol o no
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hubiese una pizca de luz. La mujer no me
echaba de menos, ni el resto del día, ni
los lunes, cuando yo regresaba después
de haber estado fuera todo el fin de
semana. Como ocurría en un pasaje de
“El Proceso” de Kafka, la escena se
congelaba, hasta que volvía a abrir la
puerta. Y, cuando yo asomaba la cabeza
por el hueco, ella después de mirarme un
segundo fijamente, decía con tranquilidad
“pasa, maja”. Luego, volviendo su rostro
de gruesas arrugas, miraba con ojos
inexpresivos el rectángulo de la ventana,
aunque ésta no le interesaba demasiado.
“Qué has comido hoy”,
preguntaba yo. “Langostinos. Muy
buenos.” Me decía después de pensarlo
un rato. (No sé entre qué recuerdos
buscaría). “ Y luego pollo”. O bien:
“Menestra de verduras y un filete”. Yo
sabía que lo que me contaba era del todo
imposible, pues lo único que la mujer
podía comer era puré, pero me divertía
enormemente su imaginación.
Un día me dijo, después de
preguntarle yo si se aburría estando sola,
que no, que muchas veces veía a un
hombre pasear por el cuadro de la pared.
No decía exactamente eso, pero está
claro que para ella era un mundo abierto,
y lo señalaba con el dedo. Su afirmación
me llenó de asombro. Entonces miré con
detenimiento el cuadro. Sin duda, tenía
vida. El estilo era realista. Aunque no
había dibujada en él ninguna figura, daba
la impresión de que los habitantes de la
casa fueran a asomarse en cualquier
momento. El jardín estaba profusamente
adornado con flores cálidas, muy
llamativas, que parecían salirse del
cuadro. En medio había una pequeña
mesa metálica redonda de tres patas
curvas, que se estrechaban en el centro
para expandirse de nuevo en la base
sobre la que había un primoroso mantel
blanco, un jarrón lleno de flores, y dos
tazas abandonadas con descuido, como
recién usadas, como recién vividas. A un
lado, una silla blanca de tijera; en el lado
contrario, un pequeño sofá, también
blanco con tres cojines. En un extremo, a
la izquierda del cuadro, aparecía la puerta
de la casa que, entreabierta, se sumía en
la penumbra, y después dos ventanas
camufladas entre enredaderas,
acentuando el misterio de cuanto ocurría
en el interior de la mansión.
El aspecto del lugar era idílico.
Nada había pintado el autor que
perturbara la belleza del lugar, el
resplandor de las flores, la impoluta
blancura del mantel… Nunca caería polvo
sobre esos muebles, ni se marchitarían
las flores de su jarrón. El suelo estaba
embaldosado, y sobre su pulida superficie
se dibujaba la sombra que de los objetos
hacía el sol. Una luz maravillosa en un
jardín en el que todo hablaba de personas
ausentes.
Desde ese momento yo dejé de
preguntar a la mujer por las comidas y
empecé a interesarme por lo que había
sucedido en el cuadro, con auténtica
ansiedad. “¿Qué se inventará?” Pensaba.
Unos días hablaba mal del hombre. “Es
muy tonto”. Decía. Me asombraba la
familiaridad con la que se refería a él. Se
notaba que estaba ofendida por su
desdén. Otro día narraba: “Ha venido de
pasear con sus caballos”. Me lo
imaginaba, casi sin resuello, regresando a
casa con un caballo de la brida y
saludando a la anciana con la mano. Yo
me quedaba mirando el cuadro, aunque
no veía otra cosa que el jardín.
“¿Qué ha pasado hoy?”
Interrogaba con premura yo en cuanto
llegaba. La anciana me miraba con más
asombro, estoy segura, que al hombre
del cuadro. “Nada. Hoy no ha venido”.
Así, pues, era caprichoso, o tenía asuntos
que atender… El jardín inglés estaba
delante de mí con el suelo de baldosas
blanquecinas y las frondosas
27. Página27
enredaderas. No obstante, la puerta
entreabierta, mostrando el mundoen
penumbra de la casa, sugería un universo
denso y palpable, en el que se perfilaba
un rostro observador, con unos ojos
penetrantes que vigilaban, no sólo el
jardín, sino más lejos.
Quería figurarme cómo había sido
el principio de su amistad. Tal vez ella le
observó una mañana tomando el té, y
educadamente indicó: “pase usted
caballero”, siguiendo casi la misma
fórmula empleada para recibirme a mí. Lo
imaginaba como los héroes de las novelas
de Jane Austen, elegante cabello largo y
aire aristocrático. Sin embargo, no era la
idea romántica la que me seducía, sino la
curiosidad: quién era, cómo se llamaba;
qué se contaban, hasta qué punto llegaba
su amistad; qué ocurría dentro de la
casa; quién había estado bebiendo en
esas tazas abandonadas con premura,
ante la urgencia de hacer otra cosa
realmente interesante: pasear a caballo,
regar las flores, recibir a su amor…
No recuerdo la causa que me
obligó a ausentarme. La cosa es que mis
visitas se hicieron esporádicas, hasta que,
con el tiempo, concluyeron. Todo esto
ocurrió de verdad, yo no podría haberlo
imaginado. ¡Ah, aquél jardín inglés! Si
creo lo que la anciana me contaba, sería
maravilloso descansar en las tardes
calurosas, siempre primaverales, a la
sombra de sus árboles, en su cenador,
junto al hombre del caballo. He buscado
incansable una reproducción del mismo
cuadro por los medios que la información
actual me permite, pero no lo encuentro.
Entro en todos los jardines ingleses con
que topo, y, aunque sin duda son
agradables, ninguno es el que busco.
¿Pudo existir un jardín inglés con un
hombre misterioso o es que hay que
llegar a cierta edad, ser una bruja
anciana e inocente para poder verlo? ¿No
existe el cuadro fuera de ese espacio?
Ahora que la mujer habrá fallecido,
inevitablemente, por el paso de los años,
¿se notarán la soledad en la habitación y
en el jardín del cuadro, abandonados por
sus protagonistas? ¿Habrá desaparecido
el hombre, en la penumbra de la casa,
hacia las estancias interiores, dejando
para siempre ese idílico lugar? ¡Nadie
sabrá que en él coincidieron y trabaron
íntima amistad un ser real y otro
imaginado!
¡Pero yo lo sé! No fui testigo del
encuentro, pero escuché las confidencias
de la mujer, y aunque apenas vislumbré
la riqueza de su relación, me cabe el
honor de relatarla.
Yo también tengo cuadros colgados
frente a mi cama. Cuando anochece, los
miro atentamente; dos de ellos son de
Wassily Kandinski; el otro el “El beso” de
Gustav Klimt. Contemplándolos, pienso
con tristeza que quizás carezco de la
claridad suficiente como para crear
mundos. Me acuerdo de la anciana y me
lleno de nostalgia.
¡Qué añoranza de un jardín que no
existe de verdad, de un ser que sólo
alguien privilegiado puede ver! ¡Qué gozo
recrear desde el lecho, al final de la vida,
un lugar tan hermoso, para después,
quizás, pasear por él, con sus fantasmas!
Montserrat Díaz Miguel
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Astronautas
Una mujer gorda le dijo a alguien
por el móvil: te voy a follar esta tarde en
el parking del Mercadona. En un tono
relajado y bastante alto lo dijo.
Estábamos con las ventanillas bajadas en
la gasolinera esperando a que Marc
echara los veinte euros que habíamos
puesto entre todos y todos le oímos
decirlo y fue la risa.
Arrancamos como si fuéramos los
primos de Vettel y dejamos allí a la
señora gorda, tranquila, relajada, segura
de sí misma y de la pintura desconchada
de sus uñas, y nos llevamos el
cachondeo.
Fuimos al pantano. Sacamos la
priva del maletero y lo pusimos a enfriar
en el borde, junto a las piedras. Jota se
hizo un chiflo. Al principio no quiso
pasarlo pero Cris le dio una hostia medio
a lo tonto y entonces sí. Ese gesto, en
Cris, me pareció hermoso: el vuelo de la
mano, la boca ni cerrada ni abierta, el
pelo larguísimo y brillante, la piel de los
hombros.
Nos dimos un baño. Hacía calor y,
aunque no estaba muy fría, el agua nos
sentó bien. Nos secamos sentados en las
piedras. Teníamos comida pero no
hambre. Acerqué los vasos de plástico y
los hielos. Mezclamos la ginebra y lo
demás y nos tumbamos junto al árbol
que tenía el tronco torcido como la
espalda de un inválido. Alguien dijo algo
de volver pero no le hicimos caso y
cerramos los ojos para no tener que
disfrutar del cielo ni de la superficie
brillante del agua tan azul y tan lisa como
una tapadera gigante. Alguien digo algo
de un poema americano que empezaba
por esas palabras: alguien dijo. Fue Jota,
creo. Y alguien distinto le hizo a Jota la
pregunta de siempre, la de si siendo tan
internacional y tan listo ya sabía dónde
estaba la Sede Central de Gilipollas Sin
Fronteras, pero él no contestó porque ya
estaba intentando averiguar cómo
convertirse en un verdadero oblomov de
barrio. Nos reímos. Subí un poco el
volumen de mis cascos y me extrañé al
escuchar el estribillo catalán de una
canción: hablaba del vuelo bajo de los
astronautas y me imaginé una sonrisa
muy grande debajo de un casco.
Antes de dormirnos miré a Cris
otra vez y di dos caladas largas pensando
en ella y en la frase de la mujer gorda.
Me la tiraba. A Cris. Lo hacíamos
en un parking, sí, en el del Mercadona de
su barrio, a pocos metros del
apartamento que compartía con su
madre. Lo hacíamos en un coche azul que
yo no reconocía, con los asientos de
cuero. Ella se movía y gritaba encima de
mí y yo pensaba en el sudor y en las
29. Página29
manchas sobre la tapicería. Luego
explotaba. Pero entonces algo pasaba:
bajaba el sol, se quebraba una placa
tectónica debajo de nosotros o empezaba
una guerra en un país lejano y pequeño y
todo se torcía.
Cris gritaba mucho entonces, casi
con fervor de mitin, con el condón roto en
la mano y empezaba a llover muy fuerte
y el hijo que teníamos era sietemesino y
un poco flaco aunque estaba pronto en
casa y le llamábamos Anselmo. Sí,
Anselmo.
Era solitario al principio y se reían
de él en la guardería al verle con las
gafas azules de plástico. Le daba por
dibujar y manchar las paredes hasta que
le comprábamos un balón y se hacía del
Atleti. Sabíamos entonces que algo se
nos estaba yendo de las manos, como en
esas historias minusválidas o cursis o
aburridas o inexplicables que los
miembros de un taller de escritura —que
nunca han dejado de quejarse a su modo
silencioso e inútil de que les llamen vacas
sagradas— escribían a veces. Pero no
podíamos enderezarlo; no podíamos
bajarnos en marcha.
Traía las notas para que se las
firmáramos. Y las firmábamos, claro, y al
hacerlo, cada vez, yo, recordaba que una
noche, en una ciudad pequeña del norte
le había firmado a Cris un pecho con boli
bic, pero no recordaba cuando.
Seguía lloviendo. Granizaba,
quizás.
Anselmo empezaba a afeitarse y le
olíamos el aliento al llegar a casa y le
preguntábamos por sus amigos. Le
decíamos que tuviera cuidado. Y que se
duchara, joder.
Un día nos sorprendía diciéndonos
que había ahorrado —ni su madre ni yo
teníamos idea siquiera de que llevara tres
veranos trabajando— y nos bajaba a la
calle para enseñarnos el coche azul,
limpio, brillante con un brillo de segunda
mano, pero brillo a fin de cuentas, que
acababa de comprarse.
Cris lo miraba sorprendida y tenía
el pelo mucho más corto y notaba dentro
como un calambre de orgullo o era la
edad que ya le estaba haciendo marcas
en la parte de atrás de las piernas.
—Si quieres, a partir de ahora, te
acerco hasta el Mercadona para que no
tengas que cargar con las bolsas —le
decía Anselmo con una sonrisa grande
como un pantano.
Y volvíamos a casa
preguntándonos cómo había pasado
aquello, o cuándo, qué había sido del
grupo, del árbol torcido, de las vacas
sagradas, y no entendíamos bien, aunque
había dejado de llover y el sol empezaba
a mostrarse ya, algo acojonado, detrás
de las nubes y Anselmo, sin decirlo, se
comía las uñas por saber de qué nos
habíamos reído tanto y por qué nos
quedábamos como bobos mirando el
parking del Mercadona.
Raúl E. C.
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Mascotas
Cuando ella le dijo que no le gustaban los culebrones, él, para su cumpleaños, le
regaló una culebra pequeñita y completamente inofensiva, con un terrario. Para que le
sirviera de mascota. Corría el año 3111. Los culebrones arrasaban en la tierra, en Marte y
en la Luna. Nadie se perdía uno. Y desde el año tres mil, después de la sexta guerra
mundial, estaban completamente prohibidas las mascotas en cualquier territorio habitado.
Así lo disponían los tratados internacionales y todas las Constituciones. Incluidas las más
progresistas. En todos los países se perseguía con extrema dureza el mercado negro de
mascotas. Pero él ignoraba cosas tan elementales. No obstante, ella aguantaba. El tipo no
tenía mal corazón, aunque se le fuera un poco la cabeza. Y el dinero, que a ella le venía
tan bien, a él daba la impresión que le sobraba. Aunque, a veces, decía en público cosas
bastante llamativas. Cosas que sin su intervención le hubiesen puesto en un serio peligro.
Como que él amaba mucho a los animales. En fin cosas que solo se le hubieran ocurrido
decir a un anarquista. Y otras veces, tras hacer el amor, le musitaba frases extrañas al
oído. Cosas que ella nunca entendía. Como que él se llamaba Walt Disnney. Que tenía
siempre mucho frío. Un frío que no se le pasaba ni repitiendo el acto con ella varias veces
seguidas. Que él pensaba que eran efectos secundarios de una descriogenización o algo
así. Una especie de operación a la que por lo visto había sido sometido recientemente en
Huston.
Protesta
A veces tienes la sensación de que no puedes más. Te duelen los huesos , todas las
articulaciones y los riñones parece que anduvieran sueltos presionando el diafragma. La
verdad, ya estás harto de tanto trote, aunque solo tengas veinticuatro años. Así que
cuando hoy te lo llevan hasta ti le estampas un golpe en la cabeza con la mano abierta y
le ves marchar desorientado por completo, como si lo hiciera a ciegas. Un regusto amargo
te sube a la garganta como una manifestación de la culpa que quisiera ahogarte. Le has
pegado con suavidad, pero no deja de ser tu compañero. Al fin y al cabo te ganas la vida
con él. Pero él sin ti no da dos pasos. Por eso te sabe mal, muy mal, que todo el mundo se
haga lenguas de él los días que vencéis. Solo de él. Como si los jinetes fuerais un cero a
la izquierda en las carreras de caballos.
Alberto Herrero
32. Página32
Viajeros románticos por España
El presente artículo es fruto de la
lectura de un libro curioso titulado Dos
años en España durante la guerra civil
(1838 -1840). Su autor es el barón Karol
Dembowski, de ascendencia polaca
aunque nacido en Italia. Entra en nuestro
país desde Francia por el puerto de
Canfranc, con tanta nieve que los mulos
se hundían a cada paso hasta más arriba
del corvejón. España se desangraba
entonces en una guerra estéril que solo
provoca violencia y miseria (nada nuevo).
Para no ser confundido por algún jefe
carlista con un militar de la legión
extranjera –cuyos miembros luchaban
junto a los cristinos–, el barón
Dembowski adoptará un nombre francés
–Doligny– y un oficio (bodeguero).
Si algún lector extraña las palabras
carlista y cristinos, le pondré en
antecedentes: el rey Fernando VII, cuyo
reinado se ha caracterizado por la
mediocridad y la brutalidad, ha tenido, ya
mayor, una hija con Mª Cristina de
Borbón, su cuarta esposa. La niña se
llama Isabel y será futura reina de
España gracias a que en 1830, antes de
que se conociera su sexo, se publicó
oportunamente un documento –la
Pragmática Sanción– aprobado ya en
1789 por las Cortes pero cuya publicación
había quedado aplazada sine die por
causas varias. En él resucitaba una
vetusta ley consuetudinaria recogida en
las Partidas alfonsíes, según la cual si el
Rey no tuviera hijo varón, heredará el
Reino la hija mayor. Mas otra ley que
también se basaba en la costumbre
(borbónica en este caso), había sido
refrendada en 1713 por Felipe V (si bien
invalidada en 1789 por la premática antes
citada); se llamaba Sálica e impedía
reinar a las mujeres. Los fanáticos
partidarios de don Carlos, hermano del
rey, invocaron en vano el cumplimiento
de dicha norma, pues deseaban que fuera
33. Página33
él el sucesor (en adelante se les llamará
carlistas). La reina Mª Cristina, regente
hasta que su hija alcance la mayoría de
edad y pueda acceder al trono, contará
con el apoyo de los liberales,
denominados también cristinos (o
guiristinos por quienes hablaban euskera,
de donde viene el guiri que ahora
aplicamos al extranjero). La primera
guerra carlista durará siete años.
Seguirán a don Carlos María Isidro
campesinos y pequeños propietarios
afincados mayormente en Vascongadas,
Navarra, norte de Aragón, norte de
Cataluña y norte de Valencia. Su
consigna: Dios, Patria, Rey y Fueros.
En este contexto histórico es
donde debemos situar el viaje del
intrépido barón Dembowsky. Es el barón
persona culta: habla italiano, francés y
español (tal vez aprendiera polaco de su
madre), le apasiona el arte y ama la
música, incluida la popular (se pirra por
coplas y fandangos). Además, a la hora
de narrar y describir, casi siempre busca
el punto de vista de los más débiles, de
los que sufren.
Los desastres de la guerra le dejan
huella. No tenéis idea de la desolación del
país, dice en su relato, una suerte de
cartas familiares que dirige a sus
allegados. Ambos bandos cometen
atrocidades, como matanzas
indiscriminadas de prisioneros y
represalias contra familiares y amigos,
pero los carlistas, por lo que cuenta el
barón en dos episodios estremecedores,
son refinadamente crueles: en una
posada de Aranjuez, un capitán cristino
del segundo de ligeros de caballería,
preso durante ocho meses en Cantavieja,
le habla del fusilamiento de milicianos
enfermos, así como de actos de
canibalismo entre los supervivientes ante
la falta de comida. El otro episodio
sucede en Valencia. Allí, tras un combate
ganado por los carlistas, se hizo salir de
entre los vencidos a los sargentos, se les
desnudó por completo, se les agrupó y
entonces el jefe carlista ordenó una carga
de caballería con lanzas. Puede
imaginarse el resultado. Dembowski
añade otro suceso luctuoso a la lista: en
Sevilla presencia el fusilamiento de un
oficial y un soldado cristinos que iban a
desertar y pasarse a los carlistas. Habían
sido condenados cuatro soldados más,
pero al final el tribunal militar,
magnánimo, había decidido que los
soldados, con los ojos vendados, se
jugaran a los dados la suerte de quién
había de acompañar al oficial en el
cadalso. Solo uno. El que sacara la cifra
más pequeña sobre la piel de un tambor.
Imaginad las angustias mortales que
aquellos infelices, privados de ver, debían
sentir cada vez que oían caer los dados
en el tambor, dice Dembowsky. El
infortunado jugador resultó ser el más
joven y el menos culpable. Cosas del
azar. En vano invocarán uno y otro bando
el respeto a las leyes de la guerra
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(cualquier hombre avisado –añadiría yo–
sabe que en la guerra no hay leyes).
Dembowsky nos habla también de
oficios y costumbres: se topa con un
aguador que viene de Asturias a pasar
alrededor de las numerosas y pobres
fuentes de Madrid una vida llena de
penalidades y trabajos. Habla de manolos
y manolas. Tiene abundantes encuentros
con gitanos y bandoleros. Se asombra del
arraigo que el hábito de fumar tiene entre
los españoles: es admirable cuántas
cosas se pueden lograr en España con
una hoja de tabaco. Gusta de asistir a las
corridas de toros, esas en que los
caballos de los picadores morían
destripados en el albero, una jauría de
perros acometía al morlaco perezoso
tratando de morder sus negras orejas, o
se clavaban banderillas de fuego –con
pólvora– en patas, cola, cuello y bajo
vientre del toro si había salido manso,
mientras el gentío gritaba desaforado
ante la falta de trapío del ganado bravo
(a mí, que soy aficionado a la fiesta
nacional, me llama la atención la
naturalidad con que el barón Dembowsky
–hombre sensible– narra esta carnicería,
lo que pone de relieve, a mi entender,
cómo ha cambiado, en general, la
percepción que el hombre moderno tiene
del resto de seres vivos).
Al barón le gusta dibujar los
monumentos que encuentra a su paso,
pero, al igual que le sucede a otro viajero
romántico llamado Richard Ford,
comprueba el peligro que supone hacer
un croquis o un esbozo a carboncillo en
un país tan atrasado (y en guerra) como
el que visita: rápidamente es tomado por
espía y requerido por la autoridad del
lugar, normalmente un patán. En
Córdoba visita la mezquita; en Sevilla, la
catedral, convertida en un improvisado
museo gracias a innumerables cuadros
llegados de conventos afectados por la
desamortización; se fija en los
valencianos que recorren las calles de las
poblaciones andaluzas vendiendo
horchata helada bajo la canícula;
comprueba cómo en la prisión de Málaga
se requisan a los presos barajas y
puntiagudas facas; alaba la belleza de la
mujer gaditana; menciona el contrabando
entre Gibraltar y la costa, realizado
mediante jabeques y mulas… etc.
Viaja también a Portugal (asiste a
una corrida de toros en Lisboa y destaca
cuán diferente es a las de Madrid).
Incluso recala en Mallorca y hace una
visita a George Sand, famosa escritora
romántica francesa, amante de Chopin,
que lleva una vida retirada en el convento
de Valdemosa, fumando y escribiendo sin
descanso. Conoce aquí a los chuetas,
descendientes de judíos conversos
mallorquines, y se asombra del desprecio
con que son tratados por el resto de
pobladores de la isla. La respuesta del
huésped que lo acoge no tiene
desperdicio: Es un perro chueta. Sus
antepasados eran judíos que se hicieron
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católicos para no ser expulsados de la
isla. ¡Figuraos qué buen católico puede
hacer un individuo que tiene sangre judía
en las venas! Por mi parte, prefiero mil
veces a los moros. Al menos no se les
puede reprochar haber tomado parte en
la crucifixión de Nuestro Señor.
En las postrimerías de su viaje el
barón visitando el País Vasco; nos habla
de sus fueros y costumbres, de su
manera de gobernarse, de su plural
condición de hidalgos, del origen mítico
de su lengua (traída por el patriarca
Tubal de Armenia), de su enraizada
religiosidad, del por qué de su apoyo al
pretendiente don Carlos…etc.
Recorrerá por último Navarra. El
final de su última carta será: Dos días
más y habré parado los Pirineos. ¡Adios,
España; mis votos te acompañarán
siempre!
Ignacio Galaz
36. Página36
Registro Civil
Resulta de conocimiento universal, que en nuestro vecino y querido Portugal, los
niños son inscritos en el Registro Civil anteponiendo el nombre de la madre al del padre;
en apariencia caballeroso gesto que resulta a la larga poco práctico pues al joven luso se
le llamará hasta adulto por el nombre del padre, tal y como ocurre secularmente al otro
lado de la raya.
Quiso Manuel Pajares Figueira nacer al lado opuesto de aquella línea divisoria, en
una freguesía de la provincia de Covilhá, de padre portugués y madre lermeña, quedando
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sus apellidos alterados desde el mismo momento de su inscripción en el Registro, de tal
forma que al regresar a España con apenas dos años, los profesores en la escuela le
llamarían por el apellido materno, que tampoco era el primero de su madre, sino que los
funcionarios portugueses del Registro antepusieron el Pajares al Sainz, siguiendo las
costumbres del país, e ignorando éstos que Manuel llevaría en primer lugar el segundo
apellido de su madre durante el resto de sus días.
Mas al retornar a su Lerma natal, quiso el caprichoso destino que la señora Higinia
Sainz Pajares arribase en venturoso estado de gestación, a punto de traer al mundo a su
segundo vástago, al que ansiaba bautizar con el primer nombre de su esposo, Paulo, pues
ya había empleado el segundo (Manuel) en bautizar al primogénito. Tras el feliz
nacimiento, el bebé fue inscrito como Paulo Silva Sainz, tomando en este caso el
funcionario hispano el primer apellido del padre, que en realidad era el de la madre de
éste; «cosas de palacio», debió pensar el patriarca, Paulo Manuel Silva e Figueira, a quien
no se le ocurrieron las chanzas y cuentos malvados que serían capaces de pergeñar los
compañeros de escuela de los hermanos Paulo y Manuel, uno español y el otro portugués,
cuyos cuatro apellidos no eran en ningún punto coincidentes.
Claro que, a efectos prácticos, los apellidos nunca han tenido más utilidad en la
Vieja Castilla que la meramente documental, y todo el mundo conocía a los hermanos
Manuel y Paulo como los perejiles, aludiendo al apodo del abuelo materno, el tío perejil. El
primogénito fue creciendo en edad y sabiduría, llegado el momento de desposarse, fue a
hacerlo en la mismísima Colegiata de San Pedro de Lerma con una joven de la cercana
villa de Solarana, de mirada altiva y tez de marfil, casi tan transparente como la fuente
Untierma. En el momento de la firma de los padrinos, el sacerdote se vio confundido por
el baile de apellidos del mozo Manuel, hasta el punto osado de preguntar al portugués si
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era el padre natural del recién casado, a lo que éste, con cierta retranca, y conociendo las
mundanas andanzas del páter, bien conocidas en toda la comarca, respondió alargando
las eses: «En esta vida, señor cura, hay hijos que no conocen a sus padres, y padres que
no quieren conocer a sus hijos, los míos no pueden negar que sean mis hijos –así era por
su gran parecido-, vigile, que algún día un joven con un apellido diferente al suyo, bien
podría llamar a su puerta». El sacerdote hizo un mohín, y continuó garabateando en el
libro nupcial, con una cierta desgana.
Jesús Borro Fernández
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LA ORQUESTA SINFÓNICA DE BURGOS,
DIEZ AÑOS DE ENTUSIASMO
La Orquesta Sinfónica de Burgos (OSBU) cumple diez años. Quizá pueda parecer
que no es mucho tiempo, pero nos equivocaríamos. Hace falta mucho entusiasmo,
esfuerzo, tesón, trabajo en equipo y, sobre todo, hace falta mucha música para llenar diez
años de conciertos.
Mi contacto inicial fue Enrique García Revilla, presidente de la OSBU, que toca la
viola en la Orquesta. Me propone que quedemos también con Alberto Alonso Sagredo, el
vicepresidente, que toca el mismo instrumento, y que, entre otras cosas, se encarga de
los aspectos organizativos. Los dos son un buen ejemplo de ese entusiasmo del que
hablamos, en seguida se ve que disfrutan de todo lo que tiene relación no solo con la
música, sino con la cultura en su sentido más amplio.
Alberto Alonso empieza por contarnos la sorprendente forma de funcionamiento de
la orquesta.
Alberto Alonso: La orquesta es una Asociación sin ánimo de lucro: ASOCIACIÓN
ORQUESTA SINFÓNICA DE BURGOS. Nos constituimos como tal en octubre de 2005.
Según los estatutos de la asociación, tiene por finalidad promover y difundir la música
sinfónica en todas sus manifestaciones. Como cualquier asociación, contamos con una
Junta Directiva (formada por un Presidente, Vicepresidente, Secretario, Tesorero y dos
vocales), así como por una Asamblea General formada por todos los socios de la
Asociación.
Culdbura: O sea, sois personas que tenéis otras ocupaciones (muchas de ellas
también relacionadas con la música), y que os reunís para tocar sinfonías los fines de
semana, en lugar de tomar cañas como hacemos los demás.
AA: Sí, más o menos. El plan de trabajo es de ensayos intensivos. Primero
estudiamos la partitura, y luego ensayamos el fin de semana previo al concierto y, por
último hacemos otra sesión de ensayos el mismo fin de semana del concierto. Por eso,
nuestros conciertos suelen ser los domingos, así tenemos un poco más de tiempo.
Culd: ¿Cómo hacéis para financiar vuestra actividad?
AA: La Asociación OSBU se financia con las aportaciones recibidas por el IMC
(Instituto Municipal de Cultura) del Ayuntamiento de Burgos por cada uno de los
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conciertos de la temporada. Quiero destacar el apoyo recibido por el IMC, que creyó en el
proyecto de la OSBU desde el primer momento. Este apoyo nos ha permitido crecer
artísticamente durante los diez años de vida de la orquesta.
Culd: ¿Cuál es la plantilla de la orquesta?
AA: Actualmente la plantilla fija la componen
44 músicos. El núcleo fundamental de esta Orquesta
sigue constituida por el grupo de entusiastas músicos
burgaleses que en verano de 2005 comenzaron sus
ensayos y soñaron con la existencia de una orquesta
sinfónica en su ciudad. En las sucesivas temporadas la
plantilla inicial se fue ampliando con la incorporación
de otros músicos, hasta llegar a la formación actual de
una orquesta sinfónica “clásica”. El perfil de nuestros
músicos es el de titulado superior por su instrumento
y profesor en un Conservatorio de Castilla y León.
Actualmente más de la mitad de nuestra plantilla son
burgaleses o residentes en nuestra ciudad. Cuando
hacemos repertorio que exigen una mayor plantilla
contactamos con otros músicos que, casi siempre, ya
han tocado con nosotros previamente.
Culd: Una orquesta es un proyecto colectivo,
ahora bien, el Director es muy importante y en el caso
de la OSBU, por sus características, quizá todavía lo es
más. ¿Enrique, me puedes hablar un poco de Javier Castro?
Enrique García: Claro que sí. Javier Castro Villamor (Burgos, 1974) ahora es bien
conocido por todos los burgaleses aficionados a la música, pero tal vez no lo era hace diez
años, cuando decidió que era posible fundar y mantener una orquesta sinfónica de calidad
en Burgos. No se trata aquí de poner su “currículum oficial”, que, como tal, puede
encontrarse fácilmente en Internet, sino de ofrecer unos datos biográficos más
empapados de subjetividad. Javi Castro, como aún se le conoce en numerosos foros,
alcanzó los dos metros de estatura a muy temprana edad y no tardó en mostrar sus
inquietudes hacia el tenis, el baloncesto y la montaña. De hecho, recibía el apelativo
cariñoso de "el Olímpico" por parte de Javier Zárate, su profesor de piano. Y mira por
donde ya salió la palabra "piano", podría decirse aquello de lo demás es música. En el
Conservatorio Municipal "Antonio de Cabezón" destacó como pocos alumnos lo han hecho.
Al finalizar, estudió el grado superior en Salamanca, donde, al parecer, tampoco se le dio
mal, y voló a Alemania para formarse en las diferentes disciplinas que forman parte del
intrincado laberinto de los estudios musicales, especialmente en dirección orquestal. Ganó
experiencia como director sinfónico y de ópera y, en cuanto pudo, regresó a casa para
llevarse una cátedra del Conservatorio Superior de Salamanca, donde es Director de la
Orquesta Sinfónica e imparte clases de dirección de orquesta.
Culd: ¿De qué manera se gestó el proyecto que dio lugar a la OSBU en verano de
2005?
EG: Un poco antes, precisamente en Salamanca, se programó una interpretación
del Réquiem de Mozart, y se propuso a Javier que organizara una orquesta integrada en
44. Página44
su base por profesores de conservatorios y que también dirigiera el concierto. Tras el buen
resultado obtenido y lo satisfactorio de la experiencia, sopesó la posibilidad de reproducir
un esquema de trabajo similar en Burgos. Con el apoyo de algunos músicos amigos
contactó con los mejores instrumentistas burgaleses, que junto a algunos foráneos de
confianza constituyeron el núcleo fundacional de la OSBU. Presentó entonces al IMC un
proyecto serio y detallado en lo musical y en lo económico para la temporada 2005-2006.
Se trataba de la nueva OSBU, que retomaba la denominación de aquella efímera Orquesta
Sinfónica de Burgos de la que el joven Frühbeck fue concertino.
Culd: A lo largo de estos diez años, la orquesta ha ofrecido más de 60 conciertos.
¿Cómo ha sido el camino recorrido?
EG: El camino de la OSBU ha sido una línea tenaz, casi siempre ascendente y con
muy pocos altibajos. La plantilla inicial, diseñada para la interpretación de música del siglo
XVIII, se amplió cuantitativamente abriéndose de este modo al repertorio romántico y, en
la actualidad, acomete todo tipo de programas, desde el barroco hasta el siglo XXI. Por su
podio han pasado directores invitados de relevancia internacional como Rubén Gimeno,
Philip Bach, Lutz Köhler o Eduardo Portal. También aceptaron la invitación de la OSBU
solistas de la talla de Alberto Menéndez, Alicia Amo, Lucas Macías, Elena Cheah, Susana
Yoko-Henkel, David Quiggle, Manuel Blanco, Bruno Schneider y un etcétera que ya es
numeroso. Si hubiera que ofrecer dos cualidades de la OSBU que suelen llamar la atención
de los artistas invitados y de los músicos que se incorporan por primera vez a ella podrían
ser estas: seriedad en el trabajo y entusiasmo. La gran mayoría de los músicos que
vienen como colaboradores se queda con ganas de repetir y el buzón de su gerencia
recibe constantemente solicitudes de instrumentistas, directores y compositores que
desean o solicitan participar de diferentes modos.
Alberto asiente y añade:
AA: Es verdad, la OSBU ha ido adquiriendo prestigio entre los músicos
profesionales de toda España, y ahora son muchos los que quieren colaboran con nosotros
de una u otra forma. Hay casos curiosos, Salvador Barberá, oboísta de la orquesta de la
RTVE, que, por esta razón, trabaja en Madrid durante la semana, colabora con nosotros
regularmente cuando hay concierto.
Culd: Creo que la relación con el Conservatorio de la Orquesta es muy intensa.
AA: Sí, desde luego, en el curso académico 2012-2013 se suscribió un convenio de
colaboración con el Conservatorio Profesional de Música “Rafael Frühbeck de Burgos”, con
el objeto de permitir que sus mejores estudiantes realicen prácticas en la Orquesta dentro
de los conciertos de la Temporada. Gracias a esta colaboración 18 alumnos y alumnas del
conservatorio han podido compartir atriles con nuestros músicos, participando en varios
conciertos, así como beneficiarse de una beca de 600 euros para complementar su
formación durante las vacaciones estivales.
Culd: ¿En qué salas habéis tocado?
EG: Las siete primeras temporadas tocábamos en nuestro Teatro Principal, esa
entrañable sala, cuyas prestaciones acústicas, para decirlo todo, son algo menos
entrañables. La mudanza a la nueva sede del Fórum Evolución, cuyo edificio completo
debería haber tomado, sin ningún género de dudas, el nombre de Rafael Frühbeck de
Burgos, tuvo lugar en la temporada 2012-2013. Es posible que el cambio haya potenciado
45. Página45
la vida musical de la ciudad, pues sus dos salas, especialmente la pequeña, son
espléndidas para la música. Claro está, cuando hablo de "música" me refiero a cualquier
tipo de manifestación sonora que no incluya megafonía o algún otro disfraz de las ondas
sonoras.
AA: Además, tras el traslado de la sede de la Orquesta al Fórum Evolución Burgos,
ha mejorado sensiblemente la asistencia a nuestros conciertos por el público burgalés,
habiéndose colgado en varias ocasiones el cartel de “no hay entradas”. Sobre todo en los
casos en los que había participación de coros de la ciudad.
EG: Yo creo que hay que hacer una mención especial de los conciertos con
participación de la Federación Coral de Burgos, así como con algunos coros por separado.
La numerosa masa ciudadana que integra los innumerables coros de la provincia ha visto
la posibilidad de volcar su afición al maravilloso hecho de cantar con una orquesta, y, de
este modo, Burgos consigue que sea la ciudadanía la que tome el escenario, consiguiendo
la participación en el hecho musical. ¿Quién iba a decir a nuestro vecino, nuestra prima,
nuestro... etcétera, que podrían cantar La Novena de Beethoven en un escenario de
primer nivel? Han sido varios los conciertos participativos que se han ofrecido
conjuntamente con el mundo coral de la ciudad y provincia cuyos resultados han
constituido una experiencia musical y humana de primer orden, que repercuten de forma
evidente en la construcción y crecimiento de una masa de aficionados a la buena música.
Y si hay algo que toda orquesta necesita como el respirar es sentir el apoyo de esos
aficionados.
46. Página46
Culd: Para terminar, ¿nos podríais hablar de algún otro concierto que os gustaría
destacar?
AA: Recuerdo, como el concierto más exigente, uno en marzo de 2010 en el que
hicimos La Noche transfigurada de A. Schönberg, además de la sinfonía Heroica de
Beethoven, con el director alemán Lutz Köhler (que fue profesor de Javier Castro en
Berlín). ¡Vaya repertorio! La Heroica que marca la ruptura con el clasicismo, a la vez que
anuncia lo que va a ser todo el Romanticismo del siglo XIX y La noche Transfigurada cuya
complejidad armónica viene a ser el preámbulo de las rupturas del siglo XX. Enrique, por
su parte, corrobora que fue un concierto de un gran nivel. Alberto, por último, añade en
un tono bien distinto:
AA: El concierto más emotivo fue el que dimos en memoria de Carlos Asenjo,
violinista integrante de la orquesta fallecido en marzo de 2012, al que rendimos homenaje
en su ciudad natal, mediante la interpretación de un concierto en su memoria en el Teatro
Juan Bravo de Segovia el 1 de noviembre de 2012.
AH
47. Página47
LA ORQUESTA SINFÓNICA DE BURGOS
ACERCA LA MÚSICA A LOS MÁS PEQUEÑOS
La OSBU tiene un
programa pedagógico
mediante el cual, y en
colaboración con el
Ayuntamiento, acerca la
música clásica a los escolares
de Burgos. Alberto Alonso
Sagredo, que habla con
especial cariño de este
proyecto, ha sido uno de sus
impulsores desde 2008. Se
empezó con obras muy
utilizadas en programas
pedagógicos en todo el mundo
(Pedro y el Lobo de Prokofiev,
o El carnaval de los Animales
de Saint-Saëns), después se
continuó con diferentes
Zarzuelas, haciéndose en
todos los casos las
correspondientes
adaptaciones. Pero esta
gente de la OSBU es incapaz
de seguir siempre por los
mismos caminos, así que en
los dos últimos años han
abordado sendas producciones
muy originales. El año pasado,
con el título Yo soy
Beethoven, se hizo una
dramatización, poniendo en
escena al propio Beethoven (y su famoso humor endiablado) a la vez que se interpretaban
48. Página48
fragmentos de su obra. Durante este mismo año 2015, se adaptó un texto de Pepín Bello
(en buena medida, el alma de la generación del 27) para hacer la dramatización Wagner
en Burgos que, como se puede imaginar, tiene un aire surrealista y humorística. Desde
luego, la cosa tiene miga. Para su puesta en escena se contó con los actores Ismael
Fritschi e Ivan Luis (el primero ya había hecho de Beethoven el año anterior). En los dos
casos, el guion y su adaptación fueron obra de Alberto Alonso.
Estas dos producciones han conseguido una valoración muy alta por parte de los
profesores que participaron el programa, así como el entusiasmo de los chavales que
asistieron y del público en general. La OSBU se suma así a la idea de Fernando Argenta
(cómo se le echa de menos), que, a lo largo de muchos años, trató de convencernos de
que la música clásica puede gustar (y mucho) a cualquier tipo de personas, y, desde
luego, también a los más pequeños. Los niños quedan siempre encantados por la
sonoridad maravillosa de una orquesta, sobre todo, si viene de la mano de un repertorio
elegido con criterio y bien hilvanado.
Para el año que viene, la OSBU tiene prevista otra vuelta de tuerca: realizar un
concierto tomando como base la obra de Berlioz: Las tertulias de la orquesta. Aquí entra
nuestro otro contertulio: Enrique García, que es un experto reconocido en su obra y que
ha traducido el citado texto al castellano. Con estos ingredientes no cabe duda de que el
resultado será todo menos aburrido.
AH
49. Página49
UNA ENTREVISTA CON JAVIER CASTRO
Después de la charla con Enrique y con Alberto, me gustaría poder seguir
cambiando impresiones con más músicos de la orquesta, pero, claro, todo tiene un límite.
Sin embargo, resulta obligado hablar con Javier Castro, su director a lo largo de estos diez
años. De nuevo todo son facilidades. Como tiene una agenda bastante apretada y,
durante el verano, para poco en Burgos, aprovechamos un rato que le queda antes de
coger el autobús para charlar. Pese a las apreturas de tiempo, no pierde la amabilidad ni
la sonrisa.
Le pregunto por sus comienzos en la música. “De muy niño, cuando no sabía
hablar, si había música en la radio o en la tele salía corriendo a escucharla, cualquier tipo
de música. También dicen que me gustaba mucho cantar y que casi cantaba antes de
hablar. En mi familia no había ningún tipo de tradición musical, así que me apuntaron al
conservatorio.” Y a lo que se ve fue una buena idea, no solo en lo musical: “Algunos
miembros de la orquesta son mis amigos y compañeros de entonces”. No solo entró en el
conservatorio, también formó parte del Coro Vadillos que dirigía un profesor del
Conservatorio: Pedro María de la Iglesia. Javier Castro dice que le encantaba cantar en el
Coro y que allí también hizo muchos amigos, además así pudo acercarse a otro forma de
hacer música.
Como ya nos dijo Enrique, fue un alumno extraordinario. Habla con mucho respeto
y cariño de sus profesores, de Pedro María, ya mencionado, de Zárate, de Salvador Vega,
que, por desgracia, ha fallecido este año. Hablando de los músicos de las generaciones
anteriores, y, en especial de Vega, comenta la enorme cantidad de trabajo que tenían,
siempre de un colegio a otro, luego a algún coro y al conservatorio… Eso me trae a la
memoria una frase del maestro Quesada (el primer director del Conservatorio de Burgos)
que mi madre, que le trató mucho, recuerda a menudo: “No sabéis lo que cuesta
mantener una familia a base de corcheas y semicorcheas”.
Javier sigue recordando los días del conservatorio: “Algo bueno debía haber en el
Conservatorio de Burgos para que tantas personas de mi generación se hayan dedicado a
la música”. Entre sus profesores de piano recuerda también a Javier San Miguel que le
abrió muchos caminos. Después de finalizar sus estudios de pianista, trabajó un par de
años como pianista acompañante para ahorrar, y, después, el salto a Berlín, a estudiar
Dirección de Orquesta en la Universität der Künste. Casi en voz baja confiesa que entrar
ahí era muy difícil, había unos cincuenta candidatos para solamente dos plazas. Dice:
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“tuve mucha suerte de ser admitido”. Digo yo que haría falta algo más. En Alemania
dirigió varias orquestas como se puede ver en su currículum.
Así llegamos a 2005 y a la aventura de formar una orquesta, ya hemos hablado de
que un poco antes había organizado una orquesta en Salamanca, fue entonces cuando
pensó en que se podía llevar este esquema a nuestra ciudad. “Me di cuenta de que había
algunos músicos de mi generación en Burgos que tenían unas ganas enormes de tocar en
una orquesta”. Y así empezó este pequeño milagro sonoro a tomar forma.
Javier, como Enrique y Alberto, insiste en las peculiaridades de la OSBU: “Las
orquestas profesionales están formadas por muy buenos músicos que, además, tienen una
contrato de muchas horas, mientras que una orquesta como la nuestra se hace a base de
entusiasmo. Hemos tenido mucha suerte de encontrar músicos que, por una parte, tocan
muy bien y con muchas ganas de trabajar, y, por otra, son personas que han congeniado
muy bien, que tienen muy buen ambiente y que se ayudan unos a otros en los ensayos”.
Al hablar de sus comienzos van saliendo diferentes nombres de los que formaron el grupo
inicial, además de los que ya conocemos, aparecen Ángela Herrero, Raquel Rodríguez,
Alfredo Salcedo, Alfonso Blasco, Gina Cazzaniga, Javier García, Luis Martínez… Seguro que
nos dejamos muchos en el tintero, pero al menos queremos que se aprecie ese carácter
de empresa colectiva en la que cada uno aporta su empuje y su saber a la buena marcha
del conjunto. Por si fuera poco, la orquesta sirve como estímulo: “El nivel musical de
Burgos ha mejorado mucho en los últimos diez años y, sin duda, en parte es debido a la
existencia de una orquesta en la ciudad que permite que los alumnos tengan una
motivación extra: llegar a tocar en ella.”
51. Página51
Javier Castro se muestra feliz con los progresos de la orquesta: “Cuando
empezamos la inmensa mayoría no había tocado con otra orquesta de un nivel parecido.
Ahora es todo lo contrario, casi todos tienen bastante experiencia”. “La orquesta ha
adquirido prestigio a nivel de los músicos profesionales de España, y, cuando necesitamos
refuerzos, encontramos músicos de muy buenas orquestas a los que les gusta venir”. No
es casualidad que Enrique, Alberto y Javier digan casi las mismas palabras. Se nota que
ese es el ambiente de la orquesta, el de un grupo de personas entusiastas y trabajadoras
que se sienten felices de contribuir a la recreación de tanta música maravillosa. Y además
contagian ese entusiasmo. “Una aportación muy interesante de la orquesta para la ciudad
es que, gracias a nuestros contactos, hemos traído intérpretes de primer nivel mundial
casi todos los años. Han tocado con nosotros solistas españoles que están haciendo una
gran carrera internacional, y también músicos de otras naciones que están entre los
mejores del mundo. Por un lado estamos orgullosos de que hayan querido venir a tocar
con nosotros, y, además, gracias a eso, la ciudad ha podido disfrutar de músicos
maravillosos”. Hay que añadir que, por si fuera poco, y precisamente debido a su forma
de funcionamiento, la orquesta resulta baratísima para la ciudad, y encima nos regalan
con intérpretes de primer orden. Por un lado, el apoyo del IMC y, por otro, la eficiencia en
la administración de los fondos hace que eso sea posible, y es que, como recuerda Javier:
“Un concierto sinfónico tiene mucho trabajo detrás; no solo de los músicos, sino también
de la parte logística.”
Conviene recalcar que el modelo organizativo de la OSBU es muy peculiar y,
teniendo en cuenta que no es una orquesta profesional y que su presupuesto es muy
reducido, su calidad es altísima. De hecho, cuando se comenta con músicos de otras
ciudades, todos hablan con envidia de este modelo que permite dinamizar la vida musical
y cultural de una manera enorme. En resumen, es un lujo y un motivo de orgullo para
Burgos. Ojalá sepamos cuidarla como se merece.
Cuando le pregunto por su interés por la dirección de orquesta me dice: “Entre los
momentos más felices de mi niñez, estaban los días en que iba a escuchar a la orquesta
del conservatorio, lo hacía porque me gustaba, ya que yo no tocaba (el piano no forma
normalmente parte de la orquesta), para mí era muy impresionante, era un subidón de
energía, un momento mágico. Era algo muy especial.”
Hablamos sobre el repertorio de la orquesta, que es sorprendentemente amplio.
Además, salvo en algunos casos excepcionales, las piezas solo se tocan una vez. Aunque
su plantilla inicial estaba pensada para interpretar obras del clasicismo (Mozart y Haydn) o
también barrocas, “El centro del repertorio sigue siendo el primer Clasicismo. Pero cada
vez hacemos más conciertos con gran orquesta sinfónica”. Desde luego eso no se puede
negar, la orquesta ha ido abordando también el repertorio del siglo XIX, con su gran
complejidad y sus dimensiones orquestales mucho mayores (desde Beethoven a Brahms,
pasando por Dvorak o Tchaikovsky). E incluso ha tocado bastantes obras del siglo XX
(Stravinsky o Piazzola, por citar solo dos autores bien diferentes) y llega al siglo XXI de la
mano de compositores como los burgaleses Alejandro Yagüe, Alberto Hortigüela, Laura
Puras, Javier Pérez de Arévalo o Pedro María de la Iglesia.
“Me parece importante destacar que el pasado 12 de mayo tocamos la séptima
sinfonía de Beethoven, que además es dificilísima, con ella completamos el ciclo de las
nueve. Es algo muy bonito para la orquesta.” Sin duda es la primera vez que una orquesta
de la ciudad lo consigue. Javier Castro tiene motivos para estar satisfecho. Cada una es un
52. Página52
eslabón en la historia de la música y todas son muy monumentales, incluso las menos
conocidas. Los que oíamos casi con devoción los vinilos de von Karajan hace ya unos
cuantos años, no imaginábamos que la serie completa se podría escuchar sin salir de la
ciudad, y de la mano de la misma orquesta, en versiones de muy buena factura, llenas de
fuerza y expresividad.
¿Qué tipo de repertorio resulta más difícil? “El gran reto siempre será la música de
Beethoven, Mozart y Haydn. Además de que tiene una gran complejidad técnica y una
gran dificultad para encontrar la sonoridad precisa y el equilibrio de la forma, plantea el
reto de que tiene mucha información que no está escrita, deja muchas elecciones para el
intérprete, libertad para articulaciones, dinámicas, fraseos. Estas obras del siglo XX que
nos parecen tan complicadas tienen unas partituras mucho más detalladas, a veces
tenemos grabaciones del propio autor, así que todo está mucho más delimitado; por muy
grande que sea su dificultad, no es ese lanzarse al vacío o estar perdido en medio del
desierto que es coger una partitura de Mozart o de Beethoven”.
La OSBU es una formación abierta que no ha dudado en saltar a otros ámbitos
musicales, así ha pasado con sus incursiones en el mundo del flamenco (Mariano Mangas)
o en el de los instrumentos más o menos insólitos (Diego Galaz). Javier nos lo explica: “A
mí me gusta la música de todos los tipos, y me gusta el rock, pero creo que hay muchas
personas que todavía piensan que la música clásica es aburrida o monótona. La verdad es
que su variedad de ritmo, de dinámica, y su complejidad sonora no se pueden encontrar
en ningún otro sitio. Por ejemplo, si pensamos en la Consagración de la Primavera de
Stravinsky y sus constantes cambios rítmicos. Bueno, la séptima de Beethoven, de la que
acabamos de hablar, también es un buen ejemplo.”
Se nos acaba el tiempo y Javier se tiene que ir a coger el autobús. Justo antes me
dice que en el Instituto le gustaban mucho las matemáticas y que su profesor de física se
enfadó un poco cuando se empeñó en dedicarse a la música. Me quedo mirando hacia
arriba, muy hacia arriba, con cara de bobo. O sea, que también es bueno en matemáticas.
Si no fuera porque, encima, es un tipo muy agradable nos acabaría cayendo muy mal.
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LA OSBU Y ANTONIO JOSÉ
En el siglo XX Burgos ha tenido grandes músicos, entre ellos está el compositor
Carmelo Bernaola y su buen amigo Rafael Frühbeck. De este último nos dice Javier Castro
que le conoció y que era un grandísimo director, de hecho, ha sido el director español con
una carrera internacional más amplia de toda la segunda mitad del siglo XX. También
hemos visto que en Burgos hay compositores muy importantes cuya obra la OSBU se
preocupa de tocar y de difundir, pero no cabe duda de que por encima de todos sobresale
la figura de Antonio José Martínez (1902-1936), que también trató, como ahora la OSBU,
de acercar la música clásica a todas las personas, dirigiendo de manera prodigiosa el
Orfeón Burgalés. No solo fue asesinado casi al comienzo de la guerra civil, pese a ser
hombre de paz y alejado del activismo político, sino que su obra durante muchos años fue
dejada en un segundo plano, como si pudiera molestar.
Javier Castro, en un concierto de su OSBU, antes de interpretar su Sinfonía
Castellana (una de las poquísimas obras que ha tocado más de una vez), habló de Antonio
José y de los músicos burgaleses que se empeñaron en que no se perdiera su obra, sobre
todo sus piezas corales. Salvador Vega, Carlos Martínez,
Pedro Mª de la Iglesia, entre otros, nunca dejaron de
interpretarlas. De esta forma humilde, pero
perseverante, esos músicos de “provincias” supieron
estar por encima de las ruindades de la política del
momento. Además, y de una manera destacada, Castro
también citó a Miguel Ángel Palacios, que, en tiempos
mucho más recientes (2002), publicó una biografía de
Antonio José titulada significativamente En tinta roja,
libro muy bien documentado y escrito desde un
profundo conocimiento y admiración.
La obra de Antonio José cada día es más
reconocida y su extraordinaria calidad hace que, como
dice el propio Miguel Ángel Palacios, músicos de todo el
mundo se interesen por ella y se interprete en todos los
continentes. Javier Castro le ha dedicado mucho
esfuerzo. Cuando dirigía el coro Ars Nova de Salamanca,
interpretó toda su obra coral; como pianista, ha tocado
en numerosas ocasiones muchas de sus piezas para este instrumento; con la OSBU, a lo
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largo de sus diez años de vida, ha recorrido gran parte de su repertorio, y, para el año
que viene, quedará completa la interpretación de toda su obra orquestal. Además,
también hay un proyecto para poner en escena de forma lo más completa posible su
ópera El mozo de mulas.
Por último, a través del programa pedagógico de la orquesta, se ofrecerán una
serie de programas para dar a conocer su figura a los escolares, a través de sus textos y
su música, coincidiendo con el ochenta aniversario de su trágica desaparición.
AH
56. Página56
Y EL FUTURO
Para celebrar el décimo aniversario, la OSBU ha preparado un concierto cuyo
programa ha sido confeccionado siguiendo las preferencias del público (se pasó una
encuesta entre los asistentes al último concierto de la pasada temporada), y el resultado
ha sido el siguiente:
Georges BIZET: Suite n. 1 de Carmen
Edvard GRIEG: Suite n. 1 de Peer Gynt
Antonin DVORAK: Sinfonía n. 9, "Del nuevo mundo".
Para completar las celebraciones la OSBU está preparando una serie de actos en los
que abordará diferentes aspectos del pasado y el presente de la vida musical burgalesa.
¡Enhorabuena por todo!
AH
P.D.: En la página web de la Orquesta, http://www.sinfonicadeburgos.com/, figura una relación de
todos sus miembros; también se ofrece información sobre su programa de actuaciones y actividades,
así como sobre otros aspectos.
57. Página57
El secreto
Apenas había dormido bien desde
la mañana en que se lo habían
comunicado, como mes y medio o dos
meses atrás. Cada noche, a la hora de
acostarse, cuando sentía el jadeo
entrecortado de ella crujiendo bajo las
sábanas, se sumía en una vigilia de ojos
abiertos y boca reseca que lo mantenía
sobre el edredón sin conciliar el sueño,
como un sonámbulo, hasta las primeras
luces del amanecer. El corazón le
golpeaba con fuerza y de las sienes le
brotaban pequeñas gotas de sudor. Los
tres dedos de whisky nunca resultaban
suficientes. Y no podía echar mano de los
tranquilizantes, pues, cada vez que la
idea se le pasaba por la cabeza, una
trémula voz interior, pequeña y débil
como el timbre de una campanilla, le
susurraba al oído que aquello era
demasiado peligroso.
Se preguntó si albergaba alguna
sospecha. No lo parecía, desde luego,
pues seguía comportándose igual que
siempre. El mismo tono de voz, la misma
mirada cariñosa, las mismas caricias. Sin
embargo, él sí se notaba a sí mismo
diferente, cambiado. Ahora se precipitaba
mucho al tomar las decisiones, se irritaba
con frecuencia, perdía el control de los
nervios. Ella permanecía inalterable,
monolítica, impasible. ¿Intuiría algo?
Abrió la ventana para acodarse en
el alféizar, y contempló la oscuridad de la
noche, salpicada por los triángulos
luminosos desprendidos por las farolas.
Hacía frío: algunas bolsas y papeles se
revolvían en las aceras, empujados por el
viento. La calle se hallaba completamente
abandonada. Giró la cabeza para mirarla
otra vez, los ojos cerrados, el cabello
disuelto sobre el almohadón, y sintió la
duda punzándole, pertinaz, reiterativa: ¿y
si ella…?. Se repitió para sí que esa duda
se formulaba en base a suposiciones
carentes de un fundamento sólido. Pero,
de todas formas, le extrañaba que, en
todo ese tiempo, no le hubiese
preguntado la razón de por qué ahora
llegaba con tanta fatiga y cansancio todas
las tardes, por qué ahora siempre
prefería quedarse en el piso los fines de
semana y no salir, como habían hecho
siempre, por qué ahora venía comiendo
tan poco en las últimas semanas. Tanto
silencio alrededor le enojaba. Por otra
parte, ¿quién podía haberle hablado de
ello? A él no se le había escapado nada
pues, desde el momento en que lo supo,
se había dicho a sí mismo que ése sería
un secreto que habría de llevarse a la
tumba. No había hablado de ello con
nadie, ni con los compañeros de trabajo,
ni con los amigos de la cafetería. Nada.
¿Entonces? ¿Cuál era el motivo de tanta
incertidumbre? En realidad, era un asunto
que no la concernía en absoluto, pero no
quería contárselo, ni ahora ni después.
58. Página58
Eso era todo. Y ahora estaba asumiendo
la magnitud de las consecuencias.
Se sentó en el butacón donde
colocaba la ropa para el día siguiente,
justo al lado del cristal. Durante un
interminable minuto no hizo sino
observarla con detenimiento, interesado
en los contornos sugeridos entre la
bruma procedente de afuera. De repente,
en medio de aquella opresiva pausa, una
idea le cruzó la mente, sustituyendo las
preocupaciones anteriores: ¿y si ella
también le ocultaba algo? En doce años
jamás había tenido secretos para él.
Nunca. Si de algo estaba absolutamente
seguro era de que conocía perfectamente
a quien dormía a su lado. Pero… ¿y por
qué no? ¿Acaso no podía ella tener algún
secreto? ¿Y si detrás de ese
comportamiento tan convencional, tan
irreprochable, tan escrupuloso escondía
algo que él no debiera saber?
La pregunta le multiplicó el sudor
en la frente. Ahora la veía un poco mejor:
el cuerpo perfilado a contraluz, la curva
blanquecina del rostro semioculta por las
sombras, el fino destello de la esclava en
el nacimiento de la mano. La duda
regresó, incómoda. ¿Podía ser?... No,
afirmó, no debía albergar tantos motivos
absurdos para la desconfianza, si ella, a
su vez, y como le venía demostrando
desde hacía tanto tiempo, tampoco los
había tenido con él. Pero…
Respiró hondo mientras se
derrengaba en el cuero de la butaca, los
ojos posados en la mujer desconocida
que dormía enfrente suyo. Así
permaneció durante tres, cuatro, cinco
horas más, en silencio, casi sin respirar
apenas, esperando a que le secase el
sudor de la frente, hasta que una fina
línea de luz atravesó la ventana y le
presentó la certeza de un nuevo
amanecer.
Luis Carlos de Diego Alonso
59. Página59
Manchas
Vinieron a por Lisa en clase de
matemáticas. Estaba concentrada sobre
una larga fila de divisiones que la
señorita K. le había mandado hacer antes
del recreo y casi ni se enteró. Tocaron a
la puerta y entraron dos hombres a
quienes no había visto nunca. Llevaban
batas blancas hasta los tobillos y guantes
azules. Uno de ellos dijo en voz alta:
—¿Está aquí Lisa?
La maestra la señaló con el dedo.
El hombre que había hablado dijo:
—Tienes que venir con nosotros.
Toda la clase se quedó mirándola
en silencio. Su compañera, una niña
pelirroja, le dio un codazo para que se
levantara. A Lisa le ardían las mejillas y
estaba muy avergonzada, aunque no
sabía muy bien por qué. Se puso de pie
con la cabeza baja y miró las divisiones
sin terminar. Recogió sus lápices y los
guardó en el estuche y, sin atreverse a
levantar la cabeza, cruzó la clase hasta
llegar a la puerta. Los hombres se
pusieron uno delante y otro detrás de ella
y juntos salieron sin decir nada.
No había nadie en el pasillo y los
pasos de los tres sonaban superpuestos
como si unos fueran los ecos de los otros.
Abandonaron el colegio por la parte de
atrás y una ambulancia los llevó hasta un
edificio blanco que Lisa no conocía.
Siempre en silencio volvieron a
recorrer pasillos vacíos. Por fin se
detuvieron ante una puerta metálica. El
primer hombre la abrió y el segundo
empujó a Lisa dentro. Después, cerraron
la puerta.
La habitación no era muy grande,
pero sí parecía espaciosa. Un ventanal
alargado ocupaba toda la pared del fondo
y por él entraba un sol fuerte y cálido que
llenaba el cuarto. No había nada excepto
un par de sillas con el respaldo alto. Se
sentó en una.
No supo cuánto tiempo estuvo
esperando porque se quedó dormida. Se
despertó al oír el ruido de la cerradura al
abrirse. Se giró hacia la puerta y vio
entrar a otra niña. Era delgada y estaba
muy pálida. Llevaba un camisón largo
que le cubría todo el cuerpo y que se le
estrechaba en el cuello y en las muñecas.
La niña la saludó con la mano desde la
puerta.
—Soy Paula, ¿y tú?
—Yo, Lisa.
—¿También estás en cuarentena?
—No.
—¡Qué raro! Aquí solo vienes si te
contagias. Mira —Paula se arremangó
hasta el codo y le enseñó el brazo
derecho: unas manchitas circulares de
60. Página60
color verde claro salpicaban su piel
lechosa—, me salieron hace una semana.
Al principio me asusté porque olían muy
mal, como a cañería atascada, pero
desde que estoy aquí ya no huelen y creo
que me voy a curar.
—Pero si yo no tengo esas
manchas.
—A veces salen en otras partes
como la espalda o alrededor de la tripa.
¿Tú te has mirado? —Paula se le acercó.
—¡Ya te he dicho que no tengo
nada!
Lisa retrocedió unos pasos.
—Bueno, enseguida vendrán para
hacerte el reconocimiento. Si estás
infectada lo verán y entonces decidirán
qué hacer contigo.
—Pero… yo no me quiero quedar
aquí.
—Pues es lo mejor. Yo misma
llamé al servicio de plagas para que me
recogieran y me internaran. Si estás
enferma cuanto antes te traten mejor.
Paula cogió una silla, la colocó
frente al ventanal, se sentó y cerró los
ojos. Estaba relajada y tranquila: parecía
una flor exquisite a la que hay que cuidar
con mimo. Sin abrir los ojos dijo:
—No te preocupes, el verdín del
cuerpo se va con luz y calor. Aprovecha y
siéntate a mi lado, ya verás qué gusto.
Aquí tenemos sol todo el tiempo.
Lisa se sentó a su lado y, como
ella, cerró los ojos y se dejó envolver por
el sol que entraba a chorros desde el
ventanal. Al momento se sintió mejor.
—¿Lo ves? Esto nos viene muy
bien. Las manchas no resisten este calor
y terminan desapareciendo. Pronto
estaremos curadas.
Lisa se iba adormeciendo con las
palabras de Paula y sentía un bienestar
esponjoso como cuando era pequeña y se
metía en la bañera antes de ir a la cama
y el agua caliente relajaba sus músculos
y la preparaba para el sueño.
Medio dormida oyó la cerradura.
Se volvió a medias hacia la puerta y vio a
dos hombres vestidos con batas blancas.
No supo si eran los de antes. Ahora
tenían unas máscaras negras que les
cubrían toda la cabeza y la voz salía
distorsionada desde allí dentro.
—Lisa, ven con nosotros.
—Mucha suerte con el
reconocimiento —Paula sonreía desde su
silla.
—¿No puedo quedarme un rato
más?
—No, te están esperando —uno de
los hombres avanzó hacia ella. Lisa se
puso de pie y miró a Paula. El corazón le
latía muy deprisa.
—¿Estarás aquí cuando vuelva?
Quizá podamos tomar el sol…
E intento rozar con la punta de los
dedos la mano enflaquecida de su nueva
amiga, pero uno de los hombres se lo
impidió.
—Puede, a veces las pruebas
duran varios días —Paula había vuelto a
cerrar los ojos.
—Yo sí espero volver a verte —
murmuró Lisa de camino hacia la puerta.
Antes de salir miró a Paula, pero
ella estaba ajena a todo lo que no fuera
su baño de sol.
Merche Rodrigo
61. Página61
angelito negro
Si la felicidad nos toma por
apestados, odiémosla.
Si la salud se acomoda en nuestro
cuerpo con ruindad y cicatería,
busquemos otra compañía más
generosa.
Si la vida nos maltrata con la
enfermedad incurable, rehuyámosla.
Si, en definitiva, la felicidad, la
salud y la vida no nos quieren, corramos
a echarnos en brazos de la muerte
rehusando el enfrentamiento y
abandonando la batalla. Porque siendo
hombres, el orgullo de serlo nos obliga a
desdeñar estas servidumbres. Ninguno de
nosotros se merece la humillación de un
fin infame. Nuestra dignidad no debe
permitirnos ceder pasivamente nuestras
vidas al sufrimiento.
Así escribe el maestro Edilón (La
sombra) en La pálida verdad, mensajera
del fin, obra concebida en los ámbitos de
la nada y redactada a la luz de las
tinieblas, que el autor de este Angelito
Negro encontró en los recovecos de
aquellos versos de A. Mutis:
Vengo de las heladas parcelas de
la muerte,
de los dominios donde el cisne
surca las aguas serenas
y preside el silencio de los que allí
han llegado…
La humana justicia… ¡qué pozo infecto
de intereses! ¡Qué freno del progreso y
qué rémora para las aspiraciones
sociales!
La pena que uno de sus tribunales me
impuso por mi dedicación a los
desahuciados y olvidados fue ejemplar.
Veredicto coincidente de instituciones y
medios de comunicación. La garrulería
de un fiscal trápala y torticero me pintó
como paranoico y destructivo y alcanzó
de los jueces que estos me consideraran
autor de no sé cuántos delitos.
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¡Cuán ajena la ciudadanía a los
trapicheos de los ambientes judiciales!
¡Qué confiada ante las
componendas de cuantos merodean en
torno a los estrados!
¡Cuánta ignorancia la de los
inocentes que confían en que se les
restaure el derecho menoscabado!
¡Qué necios los débiles que sueñan
con que los desalmados sean reducidos y
los encapotados rebajados a su mismo
nivel!
—Se conoce que antes de visitar a
la pobre vieja entró en el bar. Se tomó un
café y luego se puso a meter monedas en
la máquina tragaperras. Los que le
observaron dijeron que a continuación se
puso de mirón a una mesa en la que se
jugaba al dominó. Y que de vez en
cuando consultaba el reloj como si se
hubiera citado allí con alguien. Alguien
que por lo visto no acababa de llegar…
Partiendo de la reflexión sobre mi
propia vida y mi futura muerte, mi
condición de hombre bondadoso me
indujo a extender el beneficio de mis
conclusiones a aquellos de mis
semejantes capaces de una cobardía tan
grande como la que yo mismo podía
cometer. También en mi caso el
sufrimiento podía llevarme a una muerte
indigna y dar al traste con mi buen
nombre. Y así, empujado por un
sentimiento solidario, me puse manos a
la obra, como otros se dan, altruistas, a
la lucha contra el hombre y la pobreza.
“Quien se apiada del débil ayuda al
Señor”, tal como atinadamente observa el
Libro de los Proverbios.
La Oficina de Asistencia Fraterna,
por consiguiente, se hizo realidad bajo los
auspicios de una conciencia recta y
generosa. Y la certeza de que estaba
obrando con ejemplaridad alentó todos
mis actos por el tiempo en que mi
modesta organización prestó sus servicios
a aquellos hermanos que vinieron a
reclamarlos libremente, como bien mi
abogado consiguió demostrar a lo largo
del plenario.
Algunos llegaron a confesarme que
apenas temían la soledad en su término,
pues teniendo la muerte a la vista, ésta
se ofrecía como la esperanza que
acababa colmando todas las esperanzas.
Realmente lo que les causaba terror era
esa otra soledad más viva, más cruel que
suele atenazar al ser cuando las
facultades le pintan el tiempo como un
obstáculo infranqueable. Entonces es
cuando llega el terrible momento de la
desesperación.
La relación con estas criaturas me
abrió las puertas de un mundo nuevo. Su
soledad se me ofreció como primera
verdad, verdad insufrible que debía
combatir con todas mis fuerzas,
convirtiéndose así en centro de mis
obsesiones. Aprendí que el vivir es como
una caja de dulces, que la vamos
vaciando -o nos la van consumiendo
nuestros semejantes, nuestras
ambiciones y el tiempo cómplice-.
Golosinas como el amor, el bienestar, la
alegría, la amistad... se van acabando
hasta que la caja se vacía por completo.
Y cuando este despojo nos alcanza ¿qué
sentido tenemos ante nosotros mismos y
ante los demás sin un solo estímulo? ¿No
será conveniente arrojar el envase a la
basura? Pero hay personas que se sienten
incapaces de asumir esta función en
solitario. Y no me parece justo que a
quienes el destino les privó de todo
protagonismo durante su existencia,
pretenda convertirlos en actores únicos
en el escenario de su partida.
Mis ansias de obrar estas caridades
se avivó por entonces con estas palabras
del Apocalipsis que providencialmente leí
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en la Sagrada Escritura: En aquellos días
buscarán los hombres la muerte y no la
encontrarán; desearán morir y la muerte
huirá de ellos. Y a partir de leídas
comenzaron a palpitar en mi cerebro
como el bum bum de una fiebre excesiva
que debía aliviar con mi decidida
determinación a alejar de mis semejantes
esta maldición.
—Subí con él en el ascensor y me
dijo que era sobrino de doña Asunción, la
vecina del tercero derecha. Me pareció un
chico simpático y abierto.
El transcurso deviene dramático
cuando se estanca al borde del más allá y
no se decide a salir de un cuerpo, como
debiera suceder conforme a las razones y
deseos de la mente que lo alumbra y
gobierna. Porque si se repara, ¿qué es la
vida ya sin la vida? ¿Qué nombre hemos
de asignar a la esperanza en un ser a
quien esa esperanza ha traicionado ya
para siempre? Me dije entonces que, si
compartía con los seres condenados a
pasar por esta especie de antesala del
infierno, reduciría considerablemente su
dolor y obraría una meritoria obra de
caridad.
—Me dio que pensar cuando me
crucé con él en el rellano. Llevaba puesta
una gabardina como muy hueca, como si
debajo de ella ocultara algo, pues pasó
junto a mí de costado con un “hola” de
compromiso que yo ni siquiera respondí,
metido como iba en mis cosas.
Apartado de un mundo sometido a
la hipocresía y esclavo de la perversión,
me siento a salvo. A espaldas de las
habladurías y juicios precipitados,
espíritus liberados veo por todas partes
en este retiro que bendicen mi labor
pasada y me imploran que reanude el
camino emprendido tan pronto como me
vea libre. Que no lo borre de mi intención
por muchos años que me resten de espiar
la injusta condena. ¡Con tantos y tantos
seres que están padeciendo los propios
castigos del infierno por seguir fieles a la
vida!
Con infinita tristeza contemplo esa
multitud de hermanos que en mi ausencia
han seguido llamando a mi puerta sin
que nadie les haya respondido. Y me
desasosiega mi incapacidad para
socorrerlos y convertir su recuerdo en
algo pacíficamente grato. Mas Dios que,
movido por su infinita bondad, acaba
poniendo en manos de los que creen en
Él los medios necesarios para seguir
obrando caridades, me ha hecho ver en
Florencio, compañero de celda, el alma
piadosa que reanudará a no tardar la
obra que tan injusta e inoportunamente
fue interrumpida.
—Me di de bruces con él a la
entrada del portal. Me pareció un chico
guapo, aunque en su cara aprecié un
gesto extraño. Realmente no sé por qué,
pero tuvieron que pasar varios días para
que aquella cara y aquel gesto se me
fueran de la cabeza.
Así que el regocijo no me cabe en
el pecho y reboso felicidad. Ya veo hecho
realidad el nuevo proyecto como venero
de agua pura y refrescante. Ya vuelve a
socorrer a esta sociedad doliente la nueva
Oficina de Asistencia Fraterna.
Con la mayor resolución y eficacia
le vengo instruyendo a mi amigo para
que cumpla esta misión. Empeño del que
tan brusca e inoportunamente me apartó