1. SONATINA
La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
2. EL POTRO OSCURO
Una vez había un potro oscuro. Su nombre era PotroOscuro.
Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la Gran
Ciudad del Sueño.
Se les llevaba todas las noches. Todos los niños y las niñas
querían montar sobre el Potro-Oscuro.
Una noche encontró a un niño. El niño dijo:
- Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño.
- ¡Monta! -dijo el Potro-Oscuro.
Montó el niño, y fueron
galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a una niña. La niña dijo:
- Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño
3. Una vez había un potro oscuro. Su nombre era Potro-Oscuro.
Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la Gran Ciudad del
Sueño.
Se les llevaba todas las noches. Todos los niños y las niñas
querían montar sobre el Potro-Oscuro.
Una noche encontró a un niño. El niño dijo:
- Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño.
- ¡Monta! -dijo el Potro-Oscuro.
Montó el niño, y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a una niña. La niña dijo:
- Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño.
- Monta a mi lado. -dijo el niño.
4. MILAGRO DE LA
DIALÉCTICA
De vuelta a su lugar cierto joven estudiante muy
atiborrado de doctrina y con el entendimiento más
aguzado que punta de lezna, quiso lucirse mientras
almorzaba con su padre y su madre. De un par de
huevos pasados por agua que había en un plato
escondió uno con ligereza. Luego preguntó a su
padre:
- ¿Cuántos huevos hay en el plato?
El padre contestó:
- Uno.
5. EL COCINERO DEL ARZOBISPO
Juan Valera
En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el
Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que
ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que
pescado, semillas y yerbas.
Su cocinero le solía preparar para la colación, un modesto potaje de
habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel
venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera con el plato más
suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero preparaba
con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían, merced al
refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.
Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el
mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre por lo más
delgado, el cocinero salió despedido.