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Lectio Divina, XVIII Domingo Ordinario, Ciclo ‘A’
La multiplicación de los panes
(Mateo 14,13-21) Juan José
Bartolomé, sdb
El pasaje evangélico nos recuerda una de las actuaciones más
portentosas de Jesús, multiplicando los poco alimentos que tenían sus
discípulos, para satisfacer a una multitud que, por saciarse de su
palabra, no pensaron en qué comerían.
Haríamos mal si, como los primeros discípulos, nos quedáramos tan sorprendidos por la
magnitud del milagro, desaprovechando la disposición de Jesús para repetirlo de nuevo
con nosotros.
Este Evangelio es Buena Noticia; lo que Jesús hizo un día con la muchedumbre hambrienta
está dispuesto a repetirlo siempre que encuentre lo que vio en esas personas: interés por
buscarlo; una gran apertura a lo que Él les decía; un gran deseo de estar con Él, de
escucharle y dejarse alimentar con pan y peces, multiplicados por su mano bendita. Jesús
pudo hacer el milagro con lo poco que tenían sus discípulos. ¿Qué tenemos nosotros? ¿De
qué puede disponer?
SEGUIMIENTO
En aquel tiempo,
13. Al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un
sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
14. Al desembarcar, vio el gentío, se compadeció de ellos y curó a los enfermos.
15. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y
es muy tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas y compren qué
comer.»
16. Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, denles ustedes.»
17. Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»
18. Les dijo: «Tráiganmelos.»
19. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos
peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los
discípulos y estos se los dieron a la gente.
20. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras.
21. Eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
2. LEER: entender lo que dice el texto fijándonos cómo lo dice
Mateo sitúa la primera de las dos multiplicaciones de los panes que él relata
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(14,13-23; 15,32-39) junto al lago, en
territorio judío. Su actuación evoca la
actuación de Dios en el desierto: el pueblo
que le seguía colmó su hambre y recogió
incluso doce canastos de sobras, uno por
cada tribu de Israel (Ex 16; Nm 11). El
portento que hizo Jesús no ‘cayó del
cielo’, requirió de la intervención de sus
discípulos. Ellos pusieron lo que tenían.
En un primer momento se sintieron
incapaces de solucionarlo. Hasta que no
pusieron lo que tenían a disposición de
Jesús sus cinco panes y dos peces no se
pudo obrar la multiplicación que sació el
hambre de la multitud.
El relato dice que la muchedumbre buscó
a Jesús y lo hizo actuar. La compasión
que le inspiró ver a la gente en su
búsqueda lo obligó a intervenir: curó a sus
enfermos y sació su hambre. Fueron los
discípulos los que le hablaron del hambre
como excusa para hacer que se fueran ya
y los dejaran, sin importarles qué hacer
con su necesidad.
Ellos no compartían los sentimientos de
Jesús; estaban físicamente cerca de Él,
pero no anímicamente. Jesús los
sorprendió; los responsabilizó; les hizo ver
que tenían muy poco aún para ellos. No
habían previsto lo que podría necesitarse
y los hizo dar lo suyo.
Jesús se valió de la escasez de sus
discípulos para saciar a la muchedumbre.
La aportación de los discípulos fue
ministerial: distribuyeron el pan y los
peces y recogieron los canastos con lo
que sobró.
Haciendo un servicio a la muchedumbre
se convirtieron en testigos del milagro.
Para que Jesús se siga ocupando de la
muchedumbre no será impedimento la
indiferencia de los suyos, ni su escasez
de recursos: el milagro es fruto de la
compasión de Jesús. Serán saciados
quienes quieran escuchar a Jesús y estar
con Él.
II. MEDITAR: Aplico lo que dice el texto a mi vida
Lo primero que vio Jesús fue una muchedumbre que lo buscaba. Se había retirado a un
lugar solitario; pero la gente lo siguió. Sin caer en la cuenta de las consecuencias, no
permitió que Jesús se apartara; no lo dejó, sino antes bien siguió sus huellas hasta dar con
Él. Si la gente no se hubiera tomado la molestia de buscarle, si se hubiera conformado con
la ausencia del Maestro porque Él quería estar solo, no hubiera tenido cómo saciar su
necesidad.
Para tener con qué saciar nuestra hambre, necesitamos ir a Jesús: buscarle como lo
buscó esa multitud, es la manera de asegurarnos que Él saciará nuestra hambre, y nos
dejará plenos no solo física sino también espiritualmente.
Dejando que Jesús, por las razones que sean – ¡y vaya que tiene muchas! -, se aparte
de nosotros, estamos haciendo más grandes nuestras necesidades, aún las más
terrenas, las menos importantes. Si no queremos que nuestra escasez de recursos
ponga en peligro nuestra vida, no nos alejemos de Jesús ni por un momento… o mejor
aún, vayamos a buscarle siempre que no estemos con Él.
Jesús vio algo más que el hambre material en esa muchedumbre; sintió compasión por
ella. No se lamentó porque no respetaron su soledad; curó a sus enfermos. No solo
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entraron en su intimidad, sino también en su corazón.
Probablemente, a diferencia de la muchedumbre, nosotros no salimos a buscar a
Jesús, porque creemos que estamos curados, no creemos que tengamos necesidad
de encontrarnos con Él.
Con la excusa de no molestarle, no le seguimos. Al no saber dónde está no vamos tras
Él, no nos hacemos sus discípulos. Quien se acerca a Jesús, sintiendo su ausencia,
podrá experimentar su compasión, comprendiendo todo lo que le falta y la necesidad
que tiene de superar sus carencias.
Jesús alimentó a una muchedumbre, después de haberse compadecido de ella: antes de
darle el pan, la atendió; supo qué le faltaba. No satisfizo su hambre sin antes sanar a los
enfermos. Al calmar sus necesidades materiales demostró que la atendía en todos
sentidos.
Jesús vio la dureza del corazón de los que estaban con Él. No obstante que lo seguían no
tenían sus sentimientos. Ellos le hicieron caer en la cuenta que la muchedumbre tenía que
irse, porque donde estaban no había dónde compraran alimentos… Jesús pudo darse
cuenta que eran insensibles e incapaces de tener compasión: querían que se fueran, sólo
porque todo lo que tenían para comer no era suficiente para alimentarlos a todos.
Pensemos: ¿Nos parecemos en algo a los discípulos? Tal vez seguimos a Jesús
pero nos desentendemos del hambre de la gente que se ha atrevido a seguirlo, sin
ponerse a pensar qué va a comer…
Los discípulos actuaron con desinterés hacia quienes no tenían alimento… ¡Cuántos
cristianos hoy también se desinteresan del hambre que padece la muchedumbre que no
está con Jesús, que no lo busca, porque no sabe que Él puede saciar sus necesidades de
todo género!
¡Cuántos de nosotros cerramos nuestras entrañas ante los que viven privados de Jesús
y de lo que Él puede darles! ¿Qué nos diferencia de esos hombres? Creemos tener
todo lo necesario porque la ciencia y la técnica nos asegura un confort que nos aleja
cada vez más de Jesús y de lo que Él puede darnos. ¡Qué equivocados estamos!
No deja de ser significativo - y no está de más recordarlo hoy - que los países más
cristianizados son los que mejor satisfechas tienen sus necesidades materiales y los que
menos responsables se sienten de los pueblos que tienen menos que ellos.
Jesús nos quiere hacer pensar, nos quiere motivar, nos quiere lanzar a lo inaudito… a
dar lo poco que tenemos… Nos dice: "¡Denles ustedes de comer!". No quiere que nos
desliguemos de nuestra responsabilidad frente al que menos tiene o padece más
hambre que nosotros. Quien ha descubierto la necesidad del prójimo debe
responsabilizarse de ella.
Así descubre el Maestro a sus discípulos que querían asegurar lo que tenían para sus
necesidades, que no pueden pensar en satisfacerse sin hacerse cargo de los demás.
No ve bien que no pensemos en los hambrientos, sólo porque no preparamos comida
para ellos.
Jesús nos descubre la pobreza y, al mismo tiempo, la dureza de nuestro corazón; no
tenemos mucho que repartir, pero tampoco tenemos voluntad de hacerlo. Nuestra
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pobreza es doble: estamos escasos de pan y de misericordia. Por desgracia seguimos
disculpándonos por no atender al que menos tiene y justificamos nuestra
irresponsabilidad, diciendo que apenas tenemos lo imprescindible para calmar nuestras
necesidades.
¡Qué equivocados estamos! Creemos que, por no disponer de mucho, no tenemos que
poner todo a disposición de quien menos tiene.
Después de desenmascarar el egoísmo de los suyos, Jesús se sirvió de sus escasos
recursos para obrar el milagro. No se sabe bien dónde está el portento, en la multiplicación
de unos panes o en la utilización de los alimentos que los discípulos pretendían guardar
para su grupo.
Jesús se valió de lo que ellos tenían para saciar al gentío: les obligó a poner a disposición
de los demás cuanto pensaban reservarse para sí. Pudo saciar el hambre de una
muchedumbre, habiéndolo hechos capaces de darse a todos sus seguidores.
¿Quién sabe si Jesús no sigue haciendo milagros hoy ya, sólo porque sus discípulos
siguen teniendo poca compasión para con los más necesitados y siguen reservándose
sus bienes para calmar su propia necesidad?
El evangelio hoy nos llama a compadecernos de los más necesitados y a calmar su
necesidad con nuestra escasez: dejando que Jesús disponga de nuestros bienes a
favor de los que tienen aún menos, veremos también hoy cómo se compadece Jesús y
de qué es capaz.
III. ORAMOS nuestra vida desde este texto
¡Jesús, qué gran lección nos das! ¡Qué importante es que la
entendamos y que sepamos actuar como Tú quieres que lo hagamos!
Calmaste el hambre de una muchedumbre, y quieres seguir haciendo lo
mismo entre nosotros, porque puedes hacerlo. Acrecienta nuestra
confianza en ti y enséñanos a colaborar contigo. Que comprendamos
que la gente tiene hambre y nos dispongamos a ayudarte a saciarla.
Nos parece imposible lo que nos pides, porque no confiamos plenamente en lo que Tú eres
capaz de hacer… Nuestra sociedad tan individualista desfigura tu evangelio. Nos parece
muy exigente lo que quieres y decimos que no tenemos con qué ayudar; pero la verdad
es que no queremos hacerlo; nos sentimos seguros con lo poco que nos pertenece y no
queremos arriesgar ni compartir con los demás lo que creemos que es solo nuestro.
Así somos; Tú nos conoces… Gracias por darnos hoy una nueva oportunidad para
aprender de Ti y de tu compasión; para saber estar con quién tiene necesidad como Tú
estuviste siempre. Que tu Espíritu de amor nos haga fuertes en el desprendimiento y en la
osadía de dar de lo nuestro, porque todo lo que tenemos es tuyo. Eso quieres que
hagamos. ¡Gracias por no ser como nosotros! ¡Muchas gracias por invitarnos a ser como
Tú! ¡Amén!