Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Los primeros discípulos de Jesús
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Lectio Divina, 2º. Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, (Jn 1, 35-42)
Los discípulos de Jesús
Juan recuerda los modestos inicios del ministerio de Jesús. El
Bautista vio a Jesús y les dice a dos de sus discípulos: este es
el Cordero de Dios. Ellos se dirigieron a Él y le preguntan:
‘Maestro, ¿dónde vives? La respuesta de Jesús fue el inicio
de la comunidad apostólica. Los dos fueron con Jesús y
pasaron todo el día en su compañía. Uno de ellos descubre su
personalidad y lo llama: ‘Mesías’. Este relato no es una
biografía, sino ‘teología narrada’.
Jesús quiso salir del anonimato y se sirvió de estos dos
hombres, que fueron sus testigos. Hizo que siendo personas buenas fueran capaces de
compartir su vida… Todo empezó gracias a su curiosidad; ellos quisieron conocerle
más de cerca, no les bastó verlo nada más. Buscaron su compañía y habiendo tenido la
alegría de experimentar su amistad, fueron los principios de la Iglesia.
Quien logra encontrarse con el Señor, quiere que otros hermanos lo encuentren
también. A eso hoy le llamamos: ‘discipulado misionero’. Podemos ser guiados por
alguien o movidos por la curiosidad, como Andrés y Juan, tratemos de estar con Jesús.
Esa es la mejor experiencia que podemos tener después de esta Navidad. Sigámosle
como lo siguieron los primeros discípulos.
Seguimiento
35. En aquel tiempo, Juan se encontraba con dos de sus discípulos.
36. De pronto vio a Jesús que pasaba por allí y dijo: “¡Éste es el Cordero de
Dios”!
37. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
38. Él dio media vuelta y, al ver que lo seguían y les preguntó: “¿Qué buscan?”
Ellos le contestaron: “Maestro, ¿dónde vives?”.
39. Él les dijo: “Vengan y lo verán”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se
quedaron con Él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde.
40. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan
y siguieron a Jesús.
41. Andrés encontró en primer lugar a su hermano Simón y le dijo: “Hemos
encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.
42. Y lo llevó a Jesús. Él, mirándolo le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan; en
adelante te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.
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I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice
Bautista (Jn 1,37) en la tercera jornada,
cuando apenas su pariente había dicho
al verlo que Él era el Cordero de Dios.
El discipulado, según el cuarto
evangelio, nace del testimonio del
Bautista, este fue su primera
consecuencia.
Esta presentación, única en la tradición
evangélica, puede muy bien reflejar los
orígenes históricos de la comunidad
joánica, algunos de cuyos primeros
miembros habían sido discípulos de
Juan el Bautista, antes de ser los
primeros seguidores de Jesús.
El cuarto evangelio nos deja ver cómo
era Jesús y la capacidad que tenía para
atraer a quienes se encontraba por el
camino; quienes escucharon el
testimonio del Bautista rápidamente
fueron tras Él.
Juan abre la historia del ministerio de
Jesús situándole junto a su pariente en
el Jordán (Jn 1,19-28); y aunque omita
el bautismo de Jesús, que es narrado
por Marcos (Mc 1,9-11) y no hable de
las tentaciones (Mc 1,12-13), si ubica el
nacimiento de la comunidad apostólica.
El episodio no dice que Jesús haya
llamado a los primeros discípulos, con
un potente “síganme”, como lo testifica
el evangelio de Marcos (1,17.19), sino
que su personalidad fue tan atrayente,
que hacía que las gentes quisieran estar
con Él (Jn 1,38).
Habiendo hecho el anuncio explícito del
Reino de Dios y habiendo hablado de la
conversión (Mc 1,14-15), Juan precisa el
inicio del discipulado con la respuesta
que les dio Jesús a los dos hombres
que se interesaron por conocerlo más
(Jn 1,29).
Jesús no los escogió porque los vio
trabajar; sino que los invitó, como amigo
a ir con Él, porque captó su interés y los
dejó gozar de su compañía.
Juan no ubica a Jesús en Cafarnaún,
como lo hizo Marcos, cuando lo
presenta en la sinagoga enseñando con
autoridad (Mc 1,21), sino que dice lo ve
en Caná de Galilea, llevando a sus
invitados con Él a la boda que se
celebró y en la que presenciaron el
milagro en el que Jesús convierte el
agua en vino (Jn 2,2 y ss).
Así comenzó esta historia de fe; el
inicio de una aventura insustituible, que
dio origen a la Iglesia, Ella es la
comunidad de los discipulado del
Maestro.
Historia, que según Juan, (Jn 1,35-
42.43-51) y pasa por diversas etapas y
es un testimonio cualificado sobre Jesús
(Jn 1,36.41.45), sobre lo importante que
es encontrarse con Él (Jn
1,39.42.43.46.49) y ser capaz de
confesar la fe en su persona, por lo que
es y por lo que hace (Jn 1,41.45.49).
Al inicio los dos discípulos del Bautista,
no tenían muy claro porque querían
estar con Jesús, pero lo siguieron (Jn
1,35.37.40).
Habían escuchado a Juan hablar de
Jesús, por eso fue tan importante la
afirmación que él hizo para repetirles
quién era “y a qué había venido al
mundo: Este es el Cordero que quita el
pecado” (Jn 1,29). Al verlo venir
quisieron seguirlo y el Maestro aceptó
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su cercanía. Les preguntó qué querían y
rápidamente se lo dijeron: ¿dónde
vives? Él sin esconder nada a sus
interlocutores los invitó a ir con Él,
llevándolos a su casa. A una pregunta
muy directa siguió también una
respuesta concreta:
‘Las palabras: Vengan y vean’ que
Jesús les dijo dieron pie a su decisión
de estar con Él ese día. El Señor
aprovechó esta ocasión para favorecer
una experiencia que fue más allá del
tiempo y las distancias: Ahí empezó a
configurarse la comunidad primitiva.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
En esta escena hubo un intercambio de miradas: Juan miró a Jesús (v. 35); Jesús
miró también a los dos discípulos (v. 38); y ellos lo miraron a Él (vv. 38-39). El
evangelista utiliza verbos diferentes, pero todos cargados de distintos matices e
intensidad; no se trata de miradas superficiales, distraídas, fugaces, sino más bien de
contactos profundos, intensos, que parten del corazón, del alma. Es así que Jesús, el
Señor, mira a sus discípulos.
Jesús nos dirige su mirada. y nos mira esperando de nuestra parte lo que se dio en
Andrés y en Juan. Deberíamos aprender a mirarlo de una manera muy personal. El
verbo que abre y cierra el pasaje: “fijar la mirada”, significa literalmente “mirar
dentro”. ¿Somos capaces también de dejarnos mirar por Jesús y lo hemos visto así,
procurando ir a lo más profundo de su persona para conocerlo y compartir su vida?
Este evangelio es vocacional. Jesús nos invita a estar con Él en su casa.. El texto
nos permite revivir los inicios de la comunidad apostólica; imaginémonos a esos dos
hombres y recordemos también qué hicimos nosotros cuando decidimos estar con
Jesús más conscientemente. .
Juan puso de manifiesto que Jesús era un desconocido para la mayoría de sus
discípulos y lo importante que era supieran quién. Sus palabras suscitaron interés y
curiosidad en dos de sus discípulos.
Identificar a Jesús ayer, hoy y siempre es una misión para todos los bautizados.
Muchas personas no perciben la presencia de Jesús. ¿Somos capaces de decirles
a ellos quién es Él y qué quiere de nosotros?
Curiosamente Juan perdió a dos de sus seguidores por haberles anunciado que el
hombre que pasaba cerca de ellos era el Cordero de Dios. Se empezó a quedar solo, y
Jesús, en cambio, empezó a tener compañeros. Cuando los que esperaban al Mesías
con ardor lo vieron llegar se fueron tras Él, aún dejando a su maestro y amigo.
Este hecho tuvo algo singular: Jesús invitó a los que querían estar con Él a su
intimidad_ vengan y vean. Los discípulos del Bautista sin ningún apego lo dejaron y
aceptaron la invitación. Habían iniciado un camino de conversión, y al encontrarse con
Cristo no se detuvieron. Quisieron ir con Él y podemos imaginar lo que este día
significó en su vida personal y comunitaria. ¡Cuántas veces habrán recordado eso que
fue el principio de su amistad!.
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Aquellos dos hombres quisieron conocer dónde vivía Jesús; fueron curiosos. Él,
correspondió a su interés y les dijo: ‘Vengan y vean’. Cuando Jesús nos vea
interesados por estarle cerca, nos dirá lo mismo. Siempre que escuchemos su
Palabra, cuando gocemos de su presencia sacramental nos está diciendo lo mismo:
¡Ven y ve quién soy y qué tengo para ti! Él nos ha revelado quién es y qué quiere
de nosotros. ¿Gozamos esa experiencia de intimidad y la compartimos con quienes
tenemos cerca?
Al ser sus discípulos, como aquellos hombres, valoremos su compañía. Él nos
invita a su casa y a quedarnos con Él. Para ser sus discípulos tenemos que estar
con Él: Convivir, conocerle más de cerca, escucharle, ver qué hace, compartir
sus actividades, caminar a su lado, serle cada día más cercanos.
¡Cuántas gracias dejamos de aprovechar al no estar con Jesús! ¿Por qué temer ser
llamados por Él? ¿Por qué no favorecer un encuentro, una escucha amistosa entre
Él y nosotros? ¿Por qué no darnos la oportunidad de saber qué dice, qué quiere y
cómo podemos ser más amigos suyos?
Si convivimos un solo día y procuramos conocerle personalmente, quedaremos
fascinados y nos sentiremos motivados para permanecer a su lado. La suerte de
esos dos hombres puede ser la nuestra si sabemos ganarnos su amistad:
Ellos quedaron tan contentos, uno de ellos, Andrés, fue a llamar a su hermano Simón,
para que viniera a ver al Maestro. Él lo conoció y se quedó admirado al escucharlo.
¡Cuántos de nosotros hemos estado con Cristo, pero no testimoniamos quién es el
Maestro y qué sabemos de Él! Necesitamos ganar para Cristo a quienes tenemos
con nosotros: a nuestros seres queridos, amigos, vecinos, compañeros de trabajo,
a todo el que nos trate.
El Papa Francisco nos dijo: “Invito a cada cristiano en cualquier lugar y situación en que
se encuentre a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo, o al menos
a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él (Evangelii Gaudium # 3).
Si no nos atrevemos a hablar de lo que ha significado para nosotros estar con
Jesús a las personas que conviven con nosotros, nuestra fe en Él
no entusiasmará a nadie.
No nos avergoncemos de testimoniar nuestra fe en Jesús; no seamos
de aquellos que reducen su fe a una serie de ideas y costumbres
religiosas, sino seamos amigos de Jesús y trabajemos porque muchos
otros lo sean.
III. ORAMOS nuestra vida:
Padre Dios, seamos como aquellos dos hombres; que fascinados por tu Hijo Amado,
se fueron a su casa y convivieron con Él´. Que habiendo vivido esa experiencia la
compartamos, siendo testigos de la salvación que Él nos has traído. Seamos hoy y
siempre sus discípulos misioneros, respondiendo a las muchas urgencias de nuestra
comunidad, de a mano de María, su madre y madre nuestra. . ¡Así sea!