1. LA SEDUCCION DE JESUCRISTO 1/3
1- QUÉ ES SER CRISTIANO
Uno no es cristiano por creer que existe un "Algo", ni siquiera por creer
que existe "Dios", ni mucho menos por estar a favor de la justicia, de la libertad,
de la paz, del bienestar y el respeto de los derechos humanos. Uno es cristiano
únicamente si cree en algo absolutamente inaudito: que existe un hombre -
Jesucristo- que es Dios, que es la Felicidad.
En el corazón de todo hombre que viene a este mundo hay un ansia de
verdad, de bondad y de belleza que ningún objeto de este mundo puede saciar
por completo. Por eso el hombre es un ser perpetuamente insatisfecho, un ser
en constante búsqueda. Y además el hombre no sólo anhela la posesión de la
verdad, de la bondad y de la belleza, sino, sobre todo, su posesión simultánea,
sin escisiones, sin fisuras. El anhelo del hombre es el de una vida en que todo
sea verdadero, bueno y bello. Eso se llama Felicidad.
Pues bien, uno es cristiano si cree en un acontecimiento inaudito: que la
Felicidad se ha hecho uno de nosotros, que ha aparecido la Felicidad en
persona en medio de nosotros, que la Felicidad ya no es una idea, un ideal,
una aspiración sino una realidad, algo -Alguien- que se puede ver, tocar,
palpar, escuchar. Este es el contenido de la fe cristiana, como escribe San
Juan: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de la vida, -pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y
damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el
Padre y que se nos manifestó- lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos,
para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros
estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos
esto para que nuestro gozo sea completo (1Jn 1,1-4).
2- LA SEDUCCIÓN DE JESUCRISTO
Si la Felicidad ha aparecido en medio de nosotros eso se tiene que
notar. De esa persona que encarna -que es-la Felicidad tiene que irradiar una
seducción, una belleza, especial que tiene que tocar el corazón de los
hombres. Es lo que nos narra el Evangelio en múltiples ocasiones. Si no fuera
así no se entiende como aquellos hombres dejaron las redes y a su padre y le
siguieron. Dejar las redes es dejar la propia profesión, el propio trabajo. Dejar el
padre es dejar la propia familia. La familia y el trabajo son dos de los
principales lugares donde el hombre descubre su propia identidad, su propio
ser, donde el hombre descubre quién es él. Si aquellos hombres dejaron
inmediatamente estas dos realidades es porque comprendieron, aunque al
principio sólo fuera intuitivamente, que aquel hombre era una realidad más
fuerte, más rica de significado, que su trabajo y que su familia, y que estando
con Él iban a descubrir y a vivir mucho mejor su propia identidad, su propio ser.
2. LA SEDUCCION DE JESUCRISTO 2/3
Hay un pasaje en el Evangelio que pone muy bien de relieve el poder de
seducción de Jesucristo. Es éste: Y muchos entre la gente creyeron en él y
decían: "Cuando venga el Cristo, ¿hará más señales que las que ha hecho
éste?" Se enteraron los fariseos que la gente hacia estos comentarios acerca
de él y enviaron guardias para detenerle (Jn 7,31-32) (...) Los guardias
volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Éstos les dijeron: "¿Por
qué no le habéis traído?" Respondieron los guardias: "Jamás un hombre ha
hablado como habla este hombre" (Jn 8, 45-46). La seducción de Jesucristo no
reside en una capacidad retórica fuera de lo normal, sino en una profundidad
de verdad extraordinaria. Lo que llama la atención de los guardias no es la
belleza de la forma con que habla Jesús, sino el contenido de lo que dice, el
hecho de que, escuchándole, uno empieza a entenderse a sí mismo, uno
empieza a comprender el por qué y el para qué de la vida, uno empieza a
recuperar el gusto y la alegría de vivir, uno encuentra el sentido de la vida. Y,
claro está, no pueden detenerle porque eso equivaldría a una especie de
suicidio, no físico, sino lo que es peor todavía, espiritual: nadie ha hablado
nunca como Él.
La seducción de Jesús radica en el hecho de que estando con Él uno se
comprende mejor a sí mismo, uno encuentra su propia verdad. Entonces uno
reacciona como reaccionó la mujer de Samaria: La mujer, dejando su cántaro,
corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho
todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?" (Jn 4,28-29). Que Él sea "el Cristo",
es decir, el "ungido", el "Mesías" de Dios, es tanto como decir que Él es aquel
en quien se realizan todas las promesas de Dios al hombre, que Él es aquel
que cumple el deseo de nuestro corazón, aquel en cuya compañía
descubrimos nuestro verdadero ser y podemos ser, al fin, felices.
3- LA METODOLOGÍA DEL CRISTIANISMO
Las palabras de la samaritana -venid a ver- expresan la única
metodología, el único camino posible para encontrarse con Cristo. Hay un
pasaje en el Evangelio donde esto está explicitado con gran claridad. Los
protagonistas son dos discípulos de Juan el Bautista. Éste había señalado con
el dedo a Jesús y había declarado que Él era el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo (Jn 1,29), que Él era el que bautiza con Espíritu' Santo (...)
el Elegido de Dios (Jn 1, 33-34). Pues bien al día siguiente de haber dado este
testimonio Juan se encontraba allí con dos de sus discípulos. Fijándose en
Jesús que pasaba dice: "He ahí el Cordero de Dios." Los dos discípulos le
oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían
les dice: "¿Qué buscáis?" Ellos le respondieron: "Rabbí -que quiere decir,
'Maestro'- ¿dónde vives?". Les respondió: "Venid y lo veréis." Fueron, pues,
vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora
décima (Jn 1, 35-39).
3. LA SEDUCCION DE JESUCRISTO 3/3
También hoy en día quien quiera conocer a Jesús tiene que repetir la
misma pregunta: Maestro, ¿dónde vives? La respuesta es clara y contundente
y dice así: vivo en la Iglesia, sólo en ella es donde estoy vivo; fuera de ella soy
un personaje histórico, un genio del espíritu, un judío excepcional. Pero sólo
dentro de ella es donde se me puede encontrar como a alguien vivo y actuante,
que habla, que perdona, que sana, que consuela, que acompaña. ¿Es esto
posible? Venid y lo veréis. Las palabras de Jesús comportan un desafío e
indican una metodología: venid y lo veréis, es decir, poned a prueba la
hipótesis de que yo estoy vivo y actuante en mi Iglesia, de que yo en ella os
voy a hablar, os voy a enseñar, a consolar, a fortalecer, a perdonar, a
acompañar. El lugar donde eso acontece es la eucaristía dominical. En ella, y
en los demás sacramentos que dimanan de ella, Jesús se encuentra con
nosotros como alguien que está vivo, que existe, que ha vencido a la muerte,
que está lleno de fuerza y de poder. Por eso el camino para conocer a Jesús
pasa necesariamente por la eucaristía dominical.
El proceso de este conocimiento está expresado por las siguientes
palabras del Evangelio: Fueron, vieron y se quedaron. En primer lugar hay que
ir -fueron-. Este primer momento es un momento de riesgo, es un momento en
el que se toma una decisión que sólo la libertad puede justificar, porque es una
decisión que se toma a oscuras, fiados únicamente en la palabra de un amigo
-Juan el Bautista-, pero sin que uno pueda todavía justificar por sí mismo la
hipótesis de que Él es la Felicidad. En este primer momento tienes que decidir
ir a misa todos los domingos, venir a la catequesis, "porque sí", porque quieres
verificar la hipótesis de que Jesús es "el Cristo". Pero este primer momento,
vivido en la oscuridad, produce en ti inmediatamente una cierta luz -vieron-.
Algo empiezas a ver; no lo ves todo con claridad, pero una cierta luz se te hace
presente y ciertamente notas que ahí hay "algo" distinto de todo lo demás. Ves
poco en este comienzo, pero 'sí lo suficiente para que sea razonable tomar la
decisión de permanecer, de seguir en esa compañía para ver si se va haciendo
más luz. Y así surge el tercer momento de este caminar: se quedaron. Uno va
permaneciendo, uno continúa porque la luz recibida hoy me permite
comprender que es razonable que me quede un día más -que vuelva el
domingo que viene- para ver si sigue manando esta misma luz. Y así, día a día,
paso a paso, no de repente, ni de golpe, sino en la constancia y en la
perseverancia en Su compañía, surge mucho más adelante una evidencia que
se expresa con fuerza diciendo, como Tomás, Señor mío y Dios mío (Jn 20, 28)
o como Pedro Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
Muchas veces, Señor, a la hora décima
-sobremesa en sosiego-,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
4. LA SEDUCCION DE JESUCRISTO 4/3
Ansiosos caminaron tras de ti...
"¿Qué buscáis...? Les miraste. Hubo silencio.
El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
"Rabí -hablaron los dos-, ¿en dónde moras?"
"Venid y lo veréis." Fueron, y vieron...
"Señor, ¿en dónde vives?"
"Ven y verás." Y yo te sigo y siento
que estás... ¡en todas partes!,
¡y que es tan fácil ser tu compañero!
Al sol de la hora décima, lo mismo
que a Juan y a Andrés
-es Juan quien da fe de ello-,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!