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Lectio Divina, 4º. Domingo Tiempo Ordinario,
Ciclo B, (Mc 1, 21 -28)
Juan José Bartolomé, sdb
El evangelio nos presenta a Jesús Maestro enseñando con autoridad. El episodio se sitúa en los
inicios de su ministerio público. Cafarnaún fue la ciudad que eligió como morada.
La gente quedaba maravillada de su doctrina; pero Él no pretendía explicar la ley de Dios, como lo
hacían los escribas de su tiempo, sino vivirla; su mensaje era vivencial, sin rodeos ni componendas
sino con acciones, que lo hacían cuestionante y transformador.
El Maestro hablaba con autoridad; podía probar con los hechos cuanto decían sus palabras; sus
manos hacían lo que pronunciaban sus labios. Cuando veía un enfermo entre sus oyentes, se detenía
y le atendía, y le sanaba con el poder que Dios Padre le daba. Si veía un enfermo, interrumpía su
discurso para curarlo.
SEGUIMIENTO
21. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron a Cafarnaún el día sábado y se puso a enseñar.
22. Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con
autoridad.
23. En la sinagoga estaba un hombre que tenía un espíritu inmundo, que le preguntó:
24. « ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabarnos? Sé quién eres: el Santo
de Dios».
25. Jesús lo increpó: —«Cállate y sal de él.»
26. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió y se puso a gritar.
27. Todos se preguntaron estupefactos: —« ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo.
Hasta los espíritus inmundos que Él manda le obedecen.»
28. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
Marcos coloca el primer milagro de Jesús en un día dedicado a la enseñanza (Mc 1, 21-35), y al
hacer posible la victoria sobre el espíritu del mal, su mensaje cobra autoridad (Mc 1, 22.27).
Jesús cura endemoniados y enfermos; Marcos nos lo presenta enseñando toda la jornada (1,
22.27.39), pero esa curación fue su primera lección.
¡Qué curioso! No se inicia como evangelizador predicando el bien, sino curando, liberando del mal
a quienes estaban sufriendo por la influencia del maligno, así reduce su dominio sobre los hombres.
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No podía ser más eficaz la evangelización de Jesús; lo primero que hace por los demás es ‘el bien,
liberando a una persona poseída del demonio enseña que Dios quiere el bien para sus hijos.
Anunciar a Dios es alejar el mal de los hombres que lo padecen. Para ser evangelizador hay que
combatir el mal, haciendo posible el bien.
El milagro, un exorcismo narrado según el esquema habitual de Marcos (Mc 1, 23-27), es prueba
del nuevo modo con el que Jesús quiso ejercer su enseñanza (Mc 1, 21-22.28); decisivo no fue su
encuentro con el demonio, sino la manera como quiso manifestar su poder, liberando a quien estaba
preso del poder del mal. El Plan que Dios tenía desde siempre fue salvador: veía a la persona en su
integralidad.
Un detalle muy significativo fue que Jesús curó al endemoniado negando al demonio la palabra.
Antes de expulsarlo, le ordenó que callara.
Dios actúa con autoridad ante lo que es el mal y sus consecuencias.
La gente de Cafarnaún se maravillaba, y con justa razón. Viendo cómo Jesús hablaba con autoridad
y la fuerza que tenía ante los espíritus inmundos, la llenaba de estupor.
El Maestro era un líder; sobresalía su autoridad; este poder lo podemos ejercer nosotros si estemos
con Él, y si vivimos como Él vivió.
Detengamos el mal y lo que este hace permaneciendo con Jesús. Si nos dejamos mover por su
Espíritu podremos también dejarlo hacer lo que sabe y puede hacer.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Curiosamente, el episodio evangélico se abre y cierra insistiendo en la enseñanza de Jesús y la
autoridad con que la imparte, siendo así que se centra en la narración de una curación. Los hechos
de Jesús, más que sus palabras, le dan a conocer: Enseñaba dando salud a quien la necesitaban.
Desgraciadamente, en los inicios de su ministerio sólo los espíritus malos percibían quién era y qué
vino a hacer en el mundo. Su encarnación tenía una finalidad: combatir la fuerza del mal.
Jesús ordenó a los demonios salieran de un endemoniado: La curación de ese hombre fue el
contenido de su enseñanza. Una evangelización que se desentiende del mal imperante, que
menosprecie su presencia en el hombre, no se legitima como auténtica; para que se pueda proclamar
la voluntad de Dios, que es vencer el mal, hay que desenmascarar su poder y liberar a sus víctimas:
sólo así se hace creíble la bondad de Dios y su compromiso para con los hombres.
¡Cuánta falta nos hace proclamar el evangelio con autoridad hablando de Dios y luchando contra el
mal! Podemos sorprendernos ante curaciones y acciones liberadoras extraordinarias. ¿Creemos que
Jesús sigue liberando a las personas endemoniadas?
Los que se admiraban de la “autoridad” con la que Jesús hablaba, querían expresar en ese término
las cualidades que observaban en Él: libertad de espíritu frente a mentalidades intransigentes y
cortas; nuevas perspectivas para todos los hombres, lejos de cualquier espíritu restrictivo; oferta de
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salvación de manera sencilla y sin discriminación. Esto hizo que tuviera gran ascendiente sobre los
que le escuchaban, tanto que les atraía su figura y sobre todo su mensaje.
Jesús nos enseña a dar la cara al mal con autoridad. El mal no es sinónimo de enfermedad, por más
repugnante que ésta sea. Pero cuando el mal ejerce su poder, nos quita la paz, nos hace agresivos,
intransigentes e intranquilos…
El mal y la malicia van siendo manera de vivir y nos acostumbramos a ellos; el relativismo nos hace
familiarizarnos con la injustica, con la exclusión, con la inequidad, con todo lo que enferma el
ambiente.
¡Cuántos veces nos ilusionamos y creemos haber vencido la influencia maligna porque hablamos…
porque denunciamos lo que no está bien, pero sin la fuerza del testimonio!. Cuando no podemos
menos que reconocer su existencia, por haber sucumbido bajo su poder, nos parece mejor
encontrarlo en las personas que nos rodean y no en nosotros mismos. Descubrir la maldad en los
demás no parece menos penoso y más soportable., pero nos engañamos, porque él nos domina y
hace actuar contra lo que Jesús vino a enseñarnos.
Esta es una tentación para quienes se creen buenos, quienes se consideran ser mejores, sólo porque
no han llegado a ser tan malos como ‘otros’…, o porque son más listos y simulan mejor sus males.
Pero esto hace que no vivan un encuentro real con Jesús, que los quiere sanar y los libera de los
demonios y de su poder.
Entre tanta gente que aquel día escuchaba a Jesús y se maravillaba de su doctrina, sólo un enfermo,
el endemoniado, supo reconocerle como el Santo de Dios.
Podemos curar a los que nos rodean, haciendo este mundo mejor no con las palabras, sino con
nuestro testimonio. Impedimos que Jesús nos cure cuando negamos la fuerza que tiene el mal sobre
nosotros y por el contrario, aceptamos su presencia y su dominio en nosotros, impidiendo que Jesús
nos cure.
Confesemos a Jesús nuestras debilidades, todo lo que ha hecho el mal en nosotros, como lo hizo el
endemoniado, pidiéndole, a gritos si es preciso, nuestra curación. Sin no lo hacemos, dominados
por el mal del que no podemos liberarnos por nuestras propias fuerzas, no lograremos que sea para
nosotros, ‘el Santo de Dios’, ‘capaz de eliminar nuestro mal de raíz’.
¿Cómo nos damos cuenta si estamos pres@s del mal? ¿Cómo podemos sentir si estamos bajo el
peso de la propia malicia? Oigamos a Jesús y su evangelio: su autoridad nos hará presentir el mal
que todavía hay por descubrir en nosotros.
Podremos llenarnos de la vida, su vida, que es liberadora, en la medida en que estemos en su
compañía. La razón por la que no podemos percibir lo que es el pecado y su influencia en nosotros,
porque no nos acercamos a la luz, nos parece que la oscuridad es lo normal, y no somos capaces de
vencerla; si nos creemos sanos, no buscaremos al médico.
El endemoniado del evangelio pensaba que Jesús había venido a incomodarlo, a complicarle sus
planes; se resistía a su obrar.
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Tomemos en serio nuestra malicia, la que existe en nuestro corazón y la que crece a nuestro
derredor, y sentiremos la necesidad de ir a Jesús, de ser llevados ante Él y de rogarle a gritos que
nos salve. Si no nos hemos convencido que el mal ejerce su poder, vayamos a Jesús y
escuchémosle; prestemos atención a su Palabra, démosle la oportunidad de que nos cure de lo que
nos enferma y no nos deja ser felices.
Conocer de cerca su pensamiento y su doctrina hará que este mundo perciba su cercanía y busque
su salud. Pero hay que escucharle como le escucharon en Cafarnaún: maravillándose de lo que decía
y del poder con el que actuaba. Se puede estar ante Jesús, como estuvo la gente de Cafarnaúm; se
puede escucharlo sin dejarse tocar por su palabra, sin ser sanados por su poder.
Desgraciadamente hoy en día vamos tras una falsa liberación, dejando de lado a Dios, que nos la
quiere y puede dar. Escuchamos su Palabra con frecuencia, pero no nos dejamos interpelar por ella;
y al no ver más allá, impedimos que Dios obre en nosotros. Sinceros ante Jesús, como el
endemoniado del evangelio, confesémosle nuestro mal con la seguridad de que Él quiere y puede
liberarnos.
Esperemos nuestra curación, y esforcémonos por alcanzarla y no solo para nosotros, sino para todo
los nos están cerca; seguramente tendremos que esperar; nos costará alcanzar la salud, pero lo
lograremos en la medida que seamos capaces de creer en Jesús e insistir en su poder sanador. Si Él
encuentra fe en nosotros, como la halló en el endemoniado, seguirá demostrando su poder y volverá
a decir: ‘Sal de este hombre’. ¡Creamos en el Santo de Dios!
III. ORAMOS este texto con nuestra vida
Padre Dios: Que viviendo con tu Hijo, aprendamos ser hombres y mujeres conscientes de nuestro
pecado, pero que tengamos confianza en que Tú nos amas y nos salvas, porque ha sido desde
siempre tu querer.
Que descubriendo el mal, que hay en nosotros, luchemos contra él… y que como Jesús, movidos
por el Espíritu Santo, hagamos posible la salud del cuerpo y del alma para todos… ¡Ahora y
siempre!… ¡Así sea!