2. Entraron después en Cafarnaúm, y Jesús comenzó
en los sábados a enseñar al pueblo en la
sinagoga. Y estaban asombrados de su doctrina,
porque su modo de enseñar era como de persona
que tiene autoridad, y no como los escribas.
Marcos 1, 21-28
3. Jesús recorría los
pueblos y predicaba
en las sinagogas. Era
un comunicador nato
que tocaba los
corazones y llegaba a
las gentes. No dejaba
indiferente a nadie y
tenía el don de
convicción. ¿Por qué?
Decían: habla con
autoridad, no como
los escribas.
4. Jesús era claro y rotundo porque hablaba de lo que
sentía y vivía. Su discurso se nutría de su rica
experiencia interior con el Padre. No había fisura entre
sus palabras y su vida. De ahí le venía la autoridad: de la
autenticidad que desprendían su mensaje y su persona.
5. Ante la autoridad, los espíritus inmundos huyen. Los
demonios personifican las fuerzas del mal, que desean
destruir a la persona. El mal provoca reacciones violentas
e iracundas. Una de sus armas es, justamente, enfrentar
al hombre con Dios y empujarlo a rechazar su bondad.
6. Jesús increpa con
fuerza a los espíritus.
¡Calla! El mal se rinde y
abandona
inmediatamente al
hombre poseído
porque nada puede
vencer la fuerza de
Dios. La intervención
contundente de Jesús
nos muestra que el
amor es mucho más
poderoso que las
fuerzas del mal.
7. También hoy se critican las religiones, y en especial al
Cristianismo, achacándoles muchos males de la
sociedad. Se difunde una imagen errónea de Dios,
presentándolo como un tirano que condena a la
humanidad.
8. Los cristianos de hoy no hemos de vacilar ante el acoso
del mal. No podemos acobardarnos. Pero nuestra lucha
ha de ser humilde y confiada en Dios. No somos fuertes,
sino débiles, y nuestra naturaleza puede caer
fácilmente. Pero contamos con la fuerza del Padre, que
nos sostiene y nos insufla su Espíritu.
9. Si queremos aliviar los
sufrimientos del
mundo, necesitamos
contar con él.
Con nuestras fuerzas
solas no podremos
vencer. El mal huirá
ante la luz y la fuerza
arrebatadora del
amor de Dios.
10. La novedad de Jesús no ha perdido frescura: el reino de
Dios está aquí, entre nosotros. Jesús mismo es el reino
y es el núcleo del mensaje. Dios vive y camina con
nosotros. Si le hacemos un lugar en nuestra vida, su
amor nos transformará y cambiará el mundo.