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LECTIO DIVINA
María, Madre del Hijo de Dios (Lc 2, 15-21)
Los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas son muy conocidos, aunque tal vez poco
reflexionados. Bien podemos decir que son el eslabón entre los El Antiguo y el Nuevo Testamento. Al
leerlos nos llenamos de alegría y de paz. Encontramos que la promesa hecha a nuestros primeros
padres, se cumplió a favor de los pobres, de los anawim, de los que supieron esperar su venida, como
‘los pastores de Belén’.
Esta no es una historia sino un espejo en el que los cristianos, convertidos del paganismo, pudieron
descubrir quién fue Jesús y cómo se cumplieron las profecías, respondiendo a las más profundas
aspiraciones del corazón humano. También al leerlos nos podemos imaginar lo que vivían las
comunidades lucanas, que habiendo sido paganas fueron integrándose al judaísmo.
Dios “bendijo a María, al hacerla Madre de su Hijo, y por esta “bendición la hizo madre. María fue
comprendiendo poco a poco que su Hijo era ‘Don’ para toda la humanidad. «Ella guardaba todas estas
cosas y las meditaba en su corazón». Fue la mujer de una gran interioridad, observaba y reflexionaba.
San Lucas quiso con estas palabras hablar de la gran capacidad que tuvo la Madre para vivir el Misterio
de Dios.
«Circuncidaron al niño». La Circuncisión de Jesús fue signo de su inserción en la descendencia de
Abraham, el pueblo de la Alianza, de su sumisión a la Ley, y de su consagración al culto de Israel, en
el que participará durante toda su vida. Este evangelio, junto con el de la Presentación de Jesús en el
Templo, por el que María hizo suyo el precepto de la purificación, hablan de la importancia que Ella le
dio a ley que obligaba a los que estaban bajo la Ley (Gal 4,5; Rm 5,19).
SEGUIMIENTO
15. Cuando los ángeles se volvieron al cielo, los pastores comenzaron a decirse unos a otros:
–“Vamos, pues, a Belén, a ver lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado”.
16. Fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.
17. Al verlo se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del niño,
18. y todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores.
19. María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente.
20. Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto
y oído, pues todo sucedió como se les había dicho.
21. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el nombre de Jesús, el que le dio
el ángel antes de ser concebido en el seno de María.
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I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
El primer anuncio de la Buena Noticia se hizo a los pastores (Lucas 2,10-12). El texto de este
evangelio formó parte de la descripción más amplia que tenemos en el Nuevo Testamento del
nacimiento de Jesús (Lc 2,1-7) y de la visita que hicieron al Niño Dios (Lc 2,8-21).
El ángel anunció a esos personajes el nacimiento del Salvador, dándoles como señal: “Encontrarán a un
niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre”. Ellos esperaban al Mesías que vendría a liberar a
su pueblo, pero encontrarlo como un niño recién nacido, pobre, entre los animales, fue una noticia
inesperada. ¡Una Buena Nueva! Se les presentó sencillo y pobre, semejante a ellos.
Esos hombres eran personas marginadas. Vivían con los animales, separados del resto de la humanidad.
A causa estar en contacto con ellos, eran considerados impuros. ¿Cómo podrían imaginarse que ellos
serían los primeros en ver y adorar al Rey recién nacido en su comarca? Cuando se les apareció el
Ángel del Señor, les comunicó: «Ha nacido el Salvador del mundo». Ellos se llenaron de temor (Cfr.
Lc 2,8-9).
La primera palabra del ángel fue: «¡No teman!». La segunda: «¡Les anuncio un gozo inmenso para todo
el pueblo! Y la tercera: ¡Hoy les ha nacido el Salvador del mundo!».
Les dio tres nombres para que supieran quién era ese Niño: ‘¡Salvador’, ‘Cristo’ y ‘Señor’!
¡Salvador porque venía a liberar a todos de todo lo que ataba! Los gobernantes de ese tiempo les
gustaba que los llamaran ‘Salvador. Ellos se atribuían ese título: ‘Soter’.
‘Cristo’, porque era el Ungido, el Mesías. En el Viejo Testamento éste título se daba a los reyes y a los
profetas y particularmente era con el que se llamaba al Mesías que esperaron por siglos. El recién
nacido, que yacía en un pesebre, vino a realizar las promesas.
‘¡Señor’. Este nombre se daba a Dios mismo.
La alabanza de los ángeles fue: «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y paz en la tierra a los hombres
en quienes Él se complace» (Lc 2,13-14).
Una multitud de ángeles apareció y descendía del cielo. El cielo se vino a la tierra. Las dos frases del
versículo resumen el proyecto de Dios, su plan de salvación. La primera dice lo que sucedió en las
alturas: «Gloria Dios en lo más alto del cielo». La segunda dice lo que sucedió en la tierra: «¡Paz en la
tierra a los hombres que ama el Señor!».
El plan de Dios aconteció de modo inesperado, fue una sorpresa. Lo mismo sucede hoy para nuestra
comunidad. ¡Un niño pobre viene a Salvar al mundo! ¿Lo creemos?
Los pastores fueron hasta Belén y dijeron a María y a José la visión que tuvieron (Lc 2, 15-18). La
Palabra de Dios fue mucho más que lo que pudo decir su boca. Fue todo ¡un acontecimiento! Los
pastores dijeron literalmente: «Vamos a ver esta palabra, constatemos lo que se nos ha manifestado».
En hebreo, la expresión ‘DABAR’ significa al mismo tiempo palabra y acontecimiento.
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La palabra de Dios tiene fuerza creadora. Cumple lo que dice. El Génesis ya decía que Dios hizo la
creación con su Palabra: «¡Hágase la luz! ¡Y la luz se hizo! » (Gn 1,3).
La palabra del ángel a los pastores fue el magno acontecimiento: Nació Jesús, el Salvador del mundo
para traer al mundo la salvación tantas veces prometida.
Circuncidaron al Niño «y le pusieron el nombre de Jesús». En el centro del versículo, y de toda la
historia humana, hay un nombre que hizo suyo hace veinte siglos, un niño naciendo en el campo entre
los pastores. Dios, cuyo nombre estaba oculto (Gn 32,30; Ex 3,14), tomó el nombre de una criatura
humana: ‘Jesús’, y María guardó todo esto en su corazón… Tuvo la capacidad de adentrarse en el
Misterio y lo fue reconsiderando conforme fue viviendo todo lo que su maternidad trajo consigo.
II. MEDITAMOS el texto desde nuestra vida.
Los pastores se fueron a Belén a comprobar lo que les dijo el Arcángel; no lo dejaron para después
(Lc 2,15). Encontraron al Niño, y lo encontraron en los brazos de su madre; no buscaron a un
desconocido, María fue para ellos la guía. Tenía a su niño en los brazos, envuelto en pañales (Lc 2,16).
Adentrémonos en el ambiente pobre y silencioso que reinaba en el pesebre (Lc 2,17). ¿Cómo
hubiéramos reaccionado si nos hubiera tocado vivir ese maravilloso momento, como lo vivieron
los pastores? ¿Qué hubiéramos hecho nosotros?
¿Somos capaces de dejarnos sorprender por el Emmanuel, que en los brazos de María sigue siendo
Don de Dios para todos los hombres y las mujeres en este momento histórico que nos ha tocado
vivir?
María, la madre, creyó y se abrió al misterio, aunque no comprendía en plenitud lo que estaba
viviendo (Lc 1,45). Puso en orden los acontecimientos que se sucedían uno a otro e hizo lo que Dios le
pidió. Seguramente admiró y se sorprendió por lo que Dios hizo en ella, como consecuencia del ‘Sí’
que le diera al Arcángel Gabriel en Nazareth. Su actitud fue una disponibilidad activa y efectiva.
El mensajero de Dios se dirigió explícitamente a ella; pero pasando el tiempo, Dios se fue alejando
aparentemente, dándole la oportunidad de crecer en la fe. Cuando los pastores llegaron a Belén
también colaboraron con Dios porque al verlos, seguramente la Madre se alegró al mostrarles a su
Niño, como el don que el Padre les dio.
¿Qué nos parece la manera como Dios fue conduciendo a María para que Ella descubriera quién
era su Hijo y a qué venía al mundo? ¿Cuántas veces hemos comprendido lo que Dios nos pide y
qué hemos hecho para responder a su pedido?
Los pastores regresan a sus labores alabando a Dios, por lo que se les anunció. De simples
espectadores se convirtieron en adoradores y testigos (Lc 2,20); fueron los mensajeros de Dios y
evangelizados, evangelizaron a María y a José; obedeciendo al ángel glorificaron a Dios y colaboraron
en su Plan.
El Arcángel nos llama, a todos y a cada uno: “¡Atención! Vayan y encuentren al niño en el
pesebre!” ¿Le creemos? ¿Qué importancia le damos a ese ir a buscar a Dios Niño?
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Los pastores aprovecharon este momento; su experiencia y su testimonio han traspasado el tiempo y
la distancia. Dijeron adiós al temor, al desaliento, a todo lo que pudieron experimentar como
sentimientos negativos. Ellos también, como María, guardaron en su interior esa vivencia de paz y de
alegría y seguramente se fueron con ella al encuentro pleno con el Salvador.
Si nos dejáramos llenar de Dios experimentaríamos el amor que Él nos tiene y cambiara todo lo
que nos atemoriza y limita. Así le podremos también dar gloria a Dios, como se la dieron los
pastores.
Dios quiso que el mundo supiera quién es María, que la descubriera como la mujer que le trajo a este
mundo y que quedara claro lo importante que fue para Jesús tenerla como madre. Bendita la mujer que
lo concibió y lo trajo al mundo. Feliz la que creyó lo que se le anunció y acompañó el Plan de Dios en
actitud de creyente, de discípula - misionera.
No es una casualidad que esta fiesta nos lleve a contemplar a la Madre del Hijo de Dios. Él se hizo
hombre en una virgen. Donde está Jesús está María. Encontrémonos con los dos y nuestra vida
tendrá sentido. Seamos hombres y mujeres con una identidad cristiana bien definida. Dios es
nuestro Padre, Jesús es nuestro Hermano y María es nuestra Madre, es la Madre de Dios y la
Madre de la Iglesia.
María se sorprendió al ver que los pastores llegaron al portal de Belén. Ellos fueron porque se les dijo
que encontrarían a un pequeño envuelto en pañales, cuidado por su madre; cuanto más cercano se quiso
hacer Dios se hizo más pequeño. Puede parecer extraña su manera de actuar. No falta quien cree que
puede estar cerca de Dios porque han estudiado Teología, pero más que los conocimientos cuenta la
sencillez y la humildad con la que se vive la fe.
Los pastores no eran hombres poderosos, pero esperaban la realización de las promesas; vieron
cumplirse lo que dijo Isaías: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Su presencia fue una prueba
de lo que Ella significaba para esos hombres y lo que sería para el mundo entero, por ser la madre del
Hijo de Dios.
¿Valoramos la maternidad? Hoy ésta es bombardeada por tantas
ideologías que van contra de la vida y lo que ella significa ¿Cómo
podemos hacer presente el pensamiento de Dios y lo que Él quiere que
sean las mujeres, a las que Él hizo sagrarios de la vida?
III. ORAMOS nuestra vida desde este texto
Dios y Padre nuestro, que al celebrar la fiesta de María, la Madre de tu Hijo, comprendamos lo que
quiere decir que Él haya nacido de esa feliz mujer, que ocupa en la fe y en la espiritualidad cristianas
un lugar tan importante. Que valoremos a todas las mamás, que como María han sido valientes para
colaborar contigo en la procreación.
Gracias, María, porque aceptaste el designio providencial de Dios Padre y dijiste ‘Sí’ al nacimiento de
nuestro Salvador. Que sepamos crecer en la fe, como creciste Tú y que nos comprometamos con Cristo
y con nuestra comunidad a vivir este Misterio que nos ha hermanado. Concédenos buscar siempre su
compañía. Que en el Belén de cada día encontremos razones para vivir la alegría de ser los hijos de
Dios. ¡Así sea!