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Ejercicios Espirituales.
Primera Semana.
1. Darme cuenta (sentir) de lo que pasa en mi
interior. Soy movido por una diversidad de
espíritus que afectan mis decisiones.
2. Conocer mis mociones. Interpretar cómo Dios
me toca y de qué manera me dejo afectar por
él.Tengo la ayuda de mi acompañante.
3. “Recibir” o “lanzar” esas mociones, de modo
que pueda tomar una decisión acorde con lo
que Dios quiera para mi vida.
SENTIR
RECONOCER
ACTUAR
EL ARTE DEL DISCERNIMIENTO.
Algo más que una ayuda para la vida espiritual.
 Son el fruto de la experiencia personal de
discernimiento de Ignacio de Loyola.
 Están redactadas con el fin de ayudar al
ejercitante a asumir la “variedad de
mociones” y agitaciones que suceden en los
Ejercicios.
 Son para ser confrontadas en nuestra
experiencia con la ayuda del acompañante.
 Su fin es ayudarnos a encontrar de un mejor
modo la voluntad de Dios en nuestra vida.
 Servir como indicaciones para ser libremente
asumidas, no como un reglamento.
 Dar herramientas de discernimiento al
ejercitante, sin coartar su libertad ni inducirlo a
tomar una decisión más que otra.
 Ayudarnos a tomar las estrategias necesarias
para ser más disponibles a la acción de Dios.
 Al ser de “primera semana” nos muestran el
modo como suelen ser las mociones en una
persona que comienza su camino espiritual.
 Nos manifiestan cómo el buen y el mal espíritu
actúan en nuestra vida, según la dirección
espiritual a la que vayamos.
 Nos introducen a las mociones fundamentales:
consolación y desolación, así como al modo de
comportarnos en ellas. Esto para lograr con más
facilidad nuestro objetivo en los Ejercicios.
 Son como una variedad de comidas. Una nos hace bien y
nos aprovecha, la otra nos hace daño. Sabemos lo que son
por los efectos que generan en nosotros.
 El buen espíritu lo identificamos con la presencia de Dios
en nosotros, aquel que queremos amar y seguir. Nos libera
y hace felices.
 El mal espíritu lo identificamos no con un ser diabólico que
nos tienta, sino con la fuerza egoísta que tenemos que
suele conducirnos a la destrucción, a cerrarnos al
acontecer de Dios. Nos hace esclavos y nos engaña “con
falsas razones” o “placeres aparentes”.
Primera Regla.
EE. 314.
En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra
comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo
imaginar delectaciones y placeres sensuales, para más conservarlos y
aumentarlos en sus vicios y pecados. En las cuales personas el buen espíritu
usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias
mediante la razón y su capacidad natural de juzgar rectamente.
Segunda Regla.
EE. 315.
En las personas que van intensamente purgando sus pecados, y en el
servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo, es el contrario
modo que en la primera regla. Porque entonces propio es del mal espíritu
morder, entristecer y poner impedimentos, inquietando con falsas razones
para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas,
consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando
todos los impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.
Tercera Regla.
EE. 316.
Llamo consolación cuando en el alma se causa alguna moción interior, con
lo cual viene al alma a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y en
consecuencia, cuando ninguna cosa sobre la faz de la tierra puede amar en
sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas
motivas a amor de su Señor, sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión
de Cristo Nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su
servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación a todo aumento de
esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna que llama y a atrae hacia las
cosas espirituales y a la propia salud del alma, quietándola y pacificándola
en su Creador y Señor.
Cuarta Regla.
EE. 317.
Llamo desolación espiritual todo lo contrario de la tercera regla, así como
oscuridad en el alma, turbación en ella, moción a cosas bajas y terrenas,
inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin
esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada
de su Creador y Señor. Porque así como la consolación es contraria a la
desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación
son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.
Quinta Regla.
EE. 318.
En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante
en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal
desolación, o en la determinación que estaba en la antecedente
consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y nos aconseja
más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no
podemos tomar camino para acertar.
Sexta Regla.
EE. 319.
Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos,
mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación; así como
es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar, y en
alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.
Séptima Regla.
EE. 320. .
El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en
sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones
del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda,
aunque claramente no lo sienta; porque el Señor le ha retirado su mucho
fervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole sin embargo gracia
suficiente para la salud eterna.
Octava Regla.
EE. 321.
El que está en desolación trabaje por estar en paciencia, que es contraria a
las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo
las diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regla.
Novena Regla.
EE. 322.
Tres son las causas principales porque nos hallamos desolados: la primera es
por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y
así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la
segunda, por probarnos para cuánto somos capaces, y en cuánto nos
alargamos en su servicio y alabanza, sin tanta paga de consolaciones y
crecidas gracias; la tercera, por darnos veraz noticia y conocimiento para que
internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida,
amor intenso, lágrimas, ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo
es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos
nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana,
atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual
consolación.
Décima Regla.
EE. 323.
El que está en consolación piense cómo se habrá [se comportará] en la
desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces.
Undécima Regla.
EE. 324.
El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando
cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o
consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede
mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando
fuerzas en su Criador y Señor.
Duodécima Regla.
EE. 325.
El enemigo se hace como [perro campesino] en ser flaco por fuerza y fuerte de
grado. Porque así como es propio de éste, cuando riñe con alguien, perder
ánimo, dando huída cuando se le muestra mucho rostro; y por el contrario, si se
comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad del animal es muy
crecida y tan sin mesura: de la misma manera es propio del enemigo
enflaquecerse y perder ánimo, dando huída sus tentaciones, cuando la persona
que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones
del enemigo, haciendo lo diametralmente opuesto; y por el contrario, si la
persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las
tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la faz de la tierra como el enemigo de
la naturaleza humana, en prosecución de su dañada intención con tan crecida
malicia.
Decimotercera Regla.
EE. 326.
Así mismo, se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no
descubierto. Porque así como el hombre vano, que hablando a mala parte,
requiere a una hija de un buen padre, o una mujer de buen marido, quiere que
sus palabras y suasiones [sugerencias, sugestiones] sean secretas; y al contrario
le desplace mucho, cuando la hija al padre, o la mujer al marido, descubre sus
vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente colige [entiende] que
no podrá salir con la empresa comenzada: de la misma manera, cuando el
enemigo de la naturaleza humana trae sus astucias y suasiones [sugerencias,
sugestiones] al ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en
secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual
que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige [comprende]
que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños
manifiestos.
Decimocuarta Regla.
EE. 327.
Asimismo se comporta como un caudillo, para vencer y robar lo que desea;
porque así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y
mirando las fuerzas o disposición de un castillo, lo combate por la parte más
débil: de la misma manera el enemigo de la naturaleza humana, rodeando,
mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por
donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por
allí nos bate y procura tomarnos.
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  • 2.
  • 3.
  • 4.
  • 5.
  • 6. 1. Darme cuenta (sentir) de lo que pasa en mi interior. Soy movido por una diversidad de espíritus que afectan mis decisiones. 2. Conocer mis mociones. Interpretar cómo Dios me toca y de qué manera me dejo afectar por él.Tengo la ayuda de mi acompañante. 3. “Recibir” o “lanzar” esas mociones, de modo que pueda tomar una decisión acorde con lo que Dios quiera para mi vida.
  • 8. Algo más que una ayuda para la vida espiritual.
  • 9.  Son el fruto de la experiencia personal de discernimiento de Ignacio de Loyola.  Están redactadas con el fin de ayudar al ejercitante a asumir la “variedad de mociones” y agitaciones que suceden en los Ejercicios.  Son para ser confrontadas en nuestra experiencia con la ayuda del acompañante.
  • 10.  Su fin es ayudarnos a encontrar de un mejor modo la voluntad de Dios en nuestra vida.  Servir como indicaciones para ser libremente asumidas, no como un reglamento.  Dar herramientas de discernimiento al ejercitante, sin coartar su libertad ni inducirlo a tomar una decisión más que otra.  Ayudarnos a tomar las estrategias necesarias para ser más disponibles a la acción de Dios.
  • 11.  Al ser de “primera semana” nos muestran el modo como suelen ser las mociones en una persona que comienza su camino espiritual.  Nos manifiestan cómo el buen y el mal espíritu actúan en nuestra vida, según la dirección espiritual a la que vayamos.  Nos introducen a las mociones fundamentales: consolación y desolación, así como al modo de comportarnos en ellas. Esto para lograr con más facilidad nuestro objetivo en los Ejercicios.
  • 12.  Son como una variedad de comidas. Una nos hace bien y nos aprovecha, la otra nos hace daño. Sabemos lo que son por los efectos que generan en nosotros.  El buen espíritu lo identificamos con la presencia de Dios en nosotros, aquel que queremos amar y seguir. Nos libera y hace felices.  El mal espíritu lo identificamos no con un ser diabólico que nos tienta, sino con la fuerza egoísta que tenemos que suele conducirnos a la destrucción, a cerrarnos al acontecer de Dios. Nos hace esclavos y nos engaña “con falsas razones” o “placeres aparentes”.
  • 13. Primera Regla. EE. 314. En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, para más conservarlos y aumentarlos en sus vicios y pecados. En las cuales personas el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias mediante la razón y su capacidad natural de juzgar rectamente.
  • 14.
  • 15. Segunda Regla. EE. 315. En las personas que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo, es el contrario modo que en la primera regla. Porque entonces propio es del mal espíritu morder, entristecer y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.
  • 16.
  • 17. Tercera Regla. EE. 316. Llamo consolación cuando en el alma se causa alguna moción interior, con lo cual viene al alma a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y en consecuencia, cuando ninguna cosa sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo Nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna que llama y a atrae hacia las cosas espirituales y a la propia salud del alma, quietándola y pacificándola en su Creador y Señor.
  • 18.
  • 19. Cuarta Regla. EE. 317. Llamo desolación espiritual todo lo contrario de la tercera regla, así como oscuridad en el alma, turbación en ella, moción a cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor. Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.
  • 20.
  • 21. Quinta Regla. EE. 318. En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y nos aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.
  • 22.
  • 23. Sexta Regla. EE. 319. Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación; así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar, y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.
  • 24.
  • 25. Séptima Regla. EE. 320. . El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta; porque el Señor le ha retirado su mucho fervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole sin embargo gracia suficiente para la salud eterna.
  • 26.
  • 27. Octava Regla. EE. 321. El que está en desolación trabaje por estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regla.
  • 28.
  • 29. Novena Regla. EE. 322. Tres son las causas principales porque nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la segunda, por probarnos para cuánto somos capaces, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanta paga de consolaciones y crecidas gracias; la tercera, por darnos veraz noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas, ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación.
  • 30.
  • 31. Décima Regla. EE. 323. El que está en consolación piense cómo se habrá [se comportará] en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces.
  • 32.
  • 33. Undécima Regla. EE. 324. El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor.
  • 34.
  • 35. Duodécima Regla. EE. 325. El enemigo se hace como [perro campesino] en ser flaco por fuerza y fuerte de grado. Porque así como es propio de éste, cuando riñe con alguien, perder ánimo, dando huída cuando se le muestra mucho rostro; y por el contrario, si se comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad del animal es muy crecida y tan sin mesura: de la misma manera es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huída sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo lo diametralmente opuesto; y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la faz de la tierra como el enemigo de la naturaleza humana, en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia.
  • 36.
  • 37. Decimotercera Regla. EE. 326. Así mismo, se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Porque así como el hombre vano, que hablando a mala parte, requiere a una hija de un buen padre, o una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y suasiones [sugerencias, sugestiones] sean secretas; y al contrario le desplace mucho, cuando la hija al padre, o la mujer al marido, descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente colige [entiende] que no podrá salir con la empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de la naturaleza humana trae sus astucias y suasiones [sugerencias, sugestiones] al ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige [comprende] que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos.
  • 38.
  • 39. Decimocuarta Regla. EE. 327. Asimismo se comporta como un caudillo, para vencer y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, lo combate por la parte más débil: de la misma manera el enemigo de la naturaleza humana, rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.