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18 POLÍTICA
|
PAULA VARELA Y FERNANDO ROSSO
Comité de redacción.
La prueba para todo clásico es la resistencia
al paso del tiempo. Sucede en distintos ámbi-
tos: en la literatura, en el cine y hasta en el de-
porte. El ensayo de Alejandro Horowicz, Los
cuatro peronismos ya atravesó tres décadas
en la vertiginosa Argentina y sigue resistien-
do con aguante. El libro es una lectura inelu-
dible para quien pretenda entender desde la
izquierda el movimiento político que mar-
có la segunda parte del siglo veinte argenti-
no y sigue generando controversias y debates
en el presente vidrioso que le toca vivir, luego
de la derrota que sufrió en las elecciones del
año pasado. En 2015 se cumplieron 30 años
de su primera edición a mediados de los años
ochenta.
En diálogo con Ideas de Izquierda, Ho-
rowicz realizó una síntesis con nuevos apor-
tes a su periodización del itinerario del
peronismo, pero además no se privó de plan-
tear también algunas definiciones sobre el
momento político actual: el balance del kir-
chnerismo, las posibilidades y límites de Ma-
cri, la realidad del movimiento obrero y la
tragedia de sus conducciones, que están ju-
gando un rol clave para la estabilización del
nuevo gobierno.
Los cuatro peronismos
Hombre de definiciones fuertes, Horowicz
es una ametralladora de frases que resumen
conceptos.
Cuando nosotros miramos la sociedad argen-
tina entre 1945 y 1975, lo que vemos son va-
riantes del Plan Pinedo, resueltas, ejecutadas
con distintas apoyaturas sociales, con distintas
alianzas de clase, con distintas hegemonías.
De ese modo establece el piso común de
los tres primeros peronismos y la profundi-
dad del giro que significó el cuarto: ni más ni
menos que un cambio de plan para la socie-
dad argentina. Pero establece también el cen-
tro de la pregunta con la que va a mirar al
kirchnerismo y con la que dará una respuesta
lapidaria: ¿Cuál fue el programa del kichne-
rismo? Ninguno, el kirchnerismo nunca tuvo
programa en el sentido estricto del término.
Después de allí, la circulación por 1945, por
la resistencia y por los inicios de los ‘70, es un
despliegue de reflexiones sobre Perón, el movi-
miento obrero y la nueva generación de jóve-
nes que parió Cuba. Un despliegue ácido en el
que Horowicz reincide insistente en zigzaguear
entre los conceptos que permiten comprender
la historia y las personalidades que, por virtud
o defecto, protagonizan “instantes de peligro”.
Horowicz: PASADO Y PRESENTE
DE LOS PERONISMOS
Fotografía:
Fernando
Lendoiro
Diálogo con el autor de Loscuatroperonismos.
19
|
IdZ
Junio
»
El 17 de octubre es el que funda el peronis-
mo, porque no es Perón el que hace el pero-
nismo, es el movimiento obrero el que hace el
peronismo. A tal punto que cuando vos lees
las cartas de Perón a Evita el 13 de octubre
le dice que va a escribir un libro, que se van a
casar, no que va a ser candidato a presidente
de la república cuatro días más tarde, no tie-
ne la más pálida idea. Porque es un coronel,
y el coronel en el momento en que sus cama-
radas militares de Campo de Mayo le hacen
un corte de manga, se va a la casa y se termi-
nó. Punto. El movimiento obrero inventa al
peronismo defensivamente, y lleva, constru-
ye, la fuerza política que es un partido basado
en los sindicatos simplemente porque sinte-
tizaba exactamente una experiencia real, ni
más ni menos. El Partido Socialista y el Parti-
do Comunista habían abandonado sus direc-
ciones sindicales y en una fenomenal pelea
al interior del movimiento obrero surgió una
nueva dirección con una nueva movilización
y una nueva jefatura. Ahora…. Perón se ocu-
pa de destrozar al Partido Laborista y de des-
trozar la dirección del 17 de octubre y con eso
consigue el 11 de septiembre de 1955.
Ni bien enuncia una definición, Horowicz
se ocupa, ligero, de presentar la contradic-
ción. No solo como presupuesto o procedi-
miento para pensar (¿la contradicción como
motor de la historia?), sino como recurso, co-
mo estilo.
En 1955, Perón consigue que Lonardi, un ge-
neral retirado con una pistola 45, dé vuelta co-
mo una media el Ejército. Porque ese general
está dispuesto a matar y a morir, y el general
Perón no está dispuesto a hacer tal cosa, y esta
diferencia construye la diferencia. Y la direc-
ción del movimiento obrero que había queda-
do en una dirección “sí Juan”, sirve para decir
“sí Juan”, es decir, para nada, no porque no
hubiera voluntad de combate en esa base, que
surgió espontáneamente 200 veces, sino por-
que había ahí sí, una falta de dirección objeti-
va que él se había ocupado de construir.
El movimiento obrero que inventa el pero-
nismo, el peronismo que inventa a Perón con
mayúsculas y Perón que se ocupa de construir
el límite del movimiento obrero. En el medio,
un general (Lonardi) que está dispuesto a mo-
rir (o por lo menos es convincente al respec-
to), y un coronel (Perón) que nunca estuvo
dispuesto a morir (¿porque el programa que le
dio existencia es demasiado contradictorio?).
Así se cierra el primer peronismo y se ingresa
al segundo (1955-1973), sobre el que no vamos
a charlar mucho. El tercero se abre paso rápi-
damente, un poco porque a Horowicz lo remi-
te a escenas que ya cuenta en primera persona
(como Villa Constitución), otro poco porque
El segundo peronismo estalla finalmente en
dos oportunidades. El 20 junio 1973 donde
queda claro que el tercer peronismo es la Ten-
dencia, el peronismo reconstruido en las con-
diciones de la Revolución Cubana; esto es, el
peronismo cuando Perón tiene que cambiar
sus tres banderas y pasar de independencia
económica, soberanía política y justicia so-
cial, a independencia económica, soberanía
política y socialismo nacional. Es cierto que
el General nunca nos explicó muy detenida-
mente de qué clase de socialismo se trataba,
y cuando nos explicó, nos contó el socialismo
sueco. Pero conviene entender que no era es-
to lo que los muchachos tenían in pectore y
la idea de que vos podés convocar a cientos
de miles y que esto es gratis, esto es una idea
profunda y totalmente ingenua.
IdZ: ¿Vos crees que tenía esa ingenuidad?
Hay una discusión muy interesante que no
tiene estatuto suficientemente público, pero
hay esquirlas que aparecieron hace un rato
ya. Una es un diálogo entre Jorge Antonio y
Perón, donde Jorge Antonio le dice “Juan, es-
tos pibes no te deben la bicicleta, no te deben
nada, Juan” el tipo entendía cómo era eso.
Y la segunda parte es un diálogo entre la di-
rección montonera y Perón en Roma. El diá-
logo tiene dos partes. Escena uno, Perón les
dice algo que no se entiende, dice que “el pa-
dre hace subir al hijo con una escalera a un
altillo y después le saca la escalera”, y remata
así “ni en el padre se puede creer”. Más allá
el kirchnerismo (que inevitablemente flota en
el estudio de techos altos y paredes-biblioteca)
abusó de él como imagen y banalización.
Villa constitución es decisivo porque es el
primer momento donde un grupo de militan-
tes obreros socialistas a cara descubierta co-
mo socialistas ganan la seccional de la UOM:
era nada menos la quiebra política del segun-
do peronismo. Ahora, el segundo peronismo
no tenía solo esos enemigos. Para el General,
cuando estaba en España, esos también eran
sus enemigos, por eso le da bola a los mucha-
chos, si no le daba bola a los muchachos no
podía mover un alfiler. En 1964 cuando inten-
tan el Operativo Retorno, queda absolutamen-
te claro que no tiene nada, que depende de lo
que los otros quieren mover, si los otros no
quieren mover, no mueven. Los viejos peronis-
tas del ‘45 se fueron a la casa en el ‘55 porque
Perón los mandó a la casa. Y cuando vos man-
dás a alguien a la casa los mandás sin pasaje
de vuelta. Te putean, pero no vuelven. Si vos
mirás las edades de los tipos que dirigen en el
Cordobazo, vas a ver que son todas posterio-
res al ‘45. Tosco en el ‘45 no existía. Entonces
vos ves cómo ahí sale una nueva generación a
la cancha. Con esa generación Perón no tenía
nada que ver. Perón le da bola a los montone-
ros y a todo el mundo, los invita a todos a en-
trar al movimiento. ¿Porque hace eso? ¿Le da
un ataque de democracia tardía? No. No tenía
opción, era eso o nada. Perón también juega
con lo que hay en la cancha. Los otros hacen
el metafisiqueo pelotudo de que el peronismo
es eterno, por lo tanto si estuvo acá y está acá,
estuvo también en el medio… Pero si noso-
tros leemos con cuidado, incluso las eleccio-
nes, Perón gana en el ‘51 con el 62 % de los
votos, es decir que tiene más de 4 millones y
medio de votos en 1951. Cuando vos mirás el
voto en blanco de las elecciones constituyen-
tes de 1957 que es mayoritario, ves 2 millones
200 mil votantes: se le fue la mitad. Cuando
vos ves las elecciones a Frondizi, todavía 800
mil votantes lo hacen en blanco. El chiste era
¿qué pasaba si Perón no daba la orden de vo-
tar a Frondizi? ¡Votaban a Frondizi igual! La
gente no es boluda. La gente elige entre lo que
tiene para elegir. Entonces vos ves una situa-
ción: el costo político de la derrota del ‘55 es
el despedazamiento del primer peronismo y la
puesta en cuestión de quién manda, quién di-
rige. Eso no quiere decir que el peronismo no
tiene militantes, no estoy haciendo una espe-
cie de tabla arrasada. Pero al mismo tiempo
muestra el fenomenal retroceso que el golpe
del ‘55 supone para el campo popular.
Contra el metafisiqueo que ayer se coreaba
en multitudes y hoy se repite sin alma en pa-
sillos académicos y patios cerrados, Horowicz
opone la historia.
Horowicz es un reconocido intelectual y
ensayista, profesor titular de Los cam-
bios en el sistema político mundial en la
carrera de Sociología de la Universidad
de Buenos Aires, autor además del clá-
sico ensayo sobre el peronismo, de li-
bros como Las dictaduras argentinas.
Historia de una frustración nacional
(Edhasa, 2012); Diálogo sobre la glo-
balización, la multitud y la experien-
cia argentina (con Antonio Negri y
otros, Paidós, 2003) y El país que esta-
lló (Sudamericana, 2005). Ahora traba-
ja en una obra en tres partes sobre la
derrota del socialismo, donde rastrea
entre otras cosas, las formas de “doble
poder” que germinaron en la revolucio-
nes rusa y francesa.
ALEJANDRO
HOROWICZ
20 POLÍTICA
|
del carácter enigmático del relato, lo que po-
demos decir son presunciones, vamos a dejar
esto stand by. Escena dos, el Brujo los invita
a tomar un café. Y el Brujo era un tipo monó-
tono, aburrido, no es un tipo con el que vos
elegirías espontáneamente tomar café. Pero
bueno, era el secretario de Perón. Entonces
el Brujo les cuenta la siguiente historia: les
dice que él es el guitarrista malo de Gardel,
entonces silencio. Gardel cuando arranca era
un payador, y los payadores apenas se cono-
cen dos acordes de guitarra, y Gardel canta-
ba como cantaba un payador, no era Corsini.
Pero Gardel, como es Gardel, inventa el tan-
go canción, y cuando inventa el tango can-
ción ya no le alcanzan los guitarristas muy
malos que tenía y necesita un guitarrista me-
jor y consigue uno muy bueno. Pero claro,
como es un guitarrista muy bueno, también
puede hacer conciertos solo, puede tener una
carrera propia. La moraleja era que él siem-
pre iba a estar con Perón, porque él no podía
hacer una carrera política propia, y los mon-
toneros sí podían.
Entonces lo que estamos viendo es un fe-
nómeno de surgimiento de una nueva di-
rección política que tiene como referencia a
Perón, pero Perón no está sentado en el Es-
tado como en 1945, no tiene un segmento de
las Fuerzas Armadas como en 1945 y no tie-
ne nada de lo que tenía en 1945; está solo
en España. Y quiere recobrar el comando del
movimiento y descubre que los nuevos mili-
tantes se referencian en él a través de esta
nueva dirección, no a través de la dirección
sindical, y ahí se produce la tensión fenome-
nal entre el segundo peronismo, lo que queda
del segundo peronismo (Vandor ya está muer-
to) y el naciente tercero. El punto de conflic-
to entre esas dos corrientes es el 20 de junio,
la ingenuidad de la dirección montonera rifó
la dirección del movimiento. Si simplemen-
te ellos hubieran hecho el control perimetral
de Ezeiza para el que no tenían ninguna cla-
se de dificultad porque tenían fuerza propia
para hacerla y además tenían al ministro del
Interior. Y si Perón bajaba el 20 de junio en
Ezeiza y la multitud gritaba “reviente quien
reviente, Perón es presidente”. ¿Qué pasa-
ba? ¿Quién iba a impedir que eso fuera así?
¿Dónde estaba el límite? Perón no tenía in-
tención de ser presidente por una insurrec-
ción social triunfante porque eso suponía
una radicalización de su movimiento don-
de el programa que enarbolaba no tenía la
más mínima importancia, porque cabalgaba
una dinámica con un conjunto amplísimo de
militantes que eran socialistas y que se plan-
teaban una versión del socialismo, podemos
estar más de acuerdo o menos de acuerdo
con esa versión, ese es otro problema. Enton-
ces estamos aquí en presencia de una posi-
bilidad histórica que fue perdida porque los
montoneros eran peronistas, confiaban en la
dirección política del General, esperaban que
el General resuelva la cuestión, y el General
resolvió la cuestión como el General resuel-
ve la cuestión: les dejó la universidad, todo
lo demás no.
Pero esta resolución del General no alcan-
za a resolver. Porque imbricado con este rela-
to en que los personajes, brillantes u oscuros,
obran de protagonistas, lo que hay que resol-
ver no se juega en el terreno de las personas,
ni siquiera en el de la dirección montonera co-
mo dirección del tercer peronismo. Se juega
en el campo de la imposición de un nuevo pro-
grama del partido del Estado que expulse del
peronismo, pero también la “ciudadanía” con-
quistada, a la clase obrera. Lo que hay que re-
solver es la otra guerrilla, la fabril. Y para ser el
destacamento de vanguardia de esa guerra, Pe-
rón recluta tropa propia: la Triple A.
El tercer peronismo dura en tensión extre-
ma con el segundo todo el tiempo. Perón se
ocupa de acorralarlo prolijamente y por eso
los movimientos contra el gobernador de la
provincia de Buenos Aires, contra el gober-
nador de la provincia de Córdoba, y no se
concluye con la provincia de Mendoza a la
que no destituyen. Son todos movimientos
para recuperar administrativamente el con-
trol político de su fuerza, el costo de esto es
un grado de tensión que estalla el 1º de ma-
yo de 1974 en la Plaza de Mayo. Y Perón ex-
pulsa a todo el segmento dinámico. El secreto
de la aparición de la Triple A es simplemen-
te el secreto de la ausencia de militantes que
no fueran militantes de la tendencia. No es-
toy diciendo que fueran simplemente merce-
narios, pero no funcionaban sin la billetera
atrás y sin aparato del Estado, eso está cla-
ro. Y eso es porque Perón sabía que si per-
mitía que el Ejército entrara a la represión
perdía el control político. El único modo que
tenia de conservar el control político de su
propia situación respecto al bloque de cla-
ses dominantes, respecto a la naturaleza del
estado y respecto al conflicto interno en su
propio movimiento, era tener tropa asalaria-
da que reclutaba en la policía. Por eso yo di-
go en Los cuatro peronismos que el pase de
Cabo de López Rega a Comisario Mayor, no
es una estupidez fantástica, tiene que ver con
una necesariedad lógica de la estructura que
está armando. Perón no hacía las cosas de
cualquier manera, y esto no es una inferencia.
Perón convoca en enero de 1974 a los dipu-
tados de la Tendencia, con sus entorchados
de Teniente General, después del ataque del
ERP a Azul (disparate atómico, de la irres-
ponsabilidad máxima, pero ese es otro pro-
blema), y les dice “a la violencia se responde
con la violencia, lo haremos dentro de la ley
o fuera de la ley”. Esto y explicar la Triple A es
exactamente lo mismo. Perón no se andaba
con chiquitas. Es verdad que Perón manejaba
eso a escala homeopática. Y que López Rega,
cuando él muere, lo maneja de otro modo.
Pero la relación entre las dos cosas es una re-
lación de causa y efecto.
La salida del infierno
no es un programa político
El infierno que comienza con la Triple A en
vida de Perón es conocido por todos y todas.
El infierno después del infierno se llama, pa-
ra Horowicz, la democracia de la derrota, el
proceso que arranca en 1983. Sus momen-
tos en la hiperinflación de fines de los ‘80 y
la desocupación masiva de fines de los ‘90,
son los que prepararon la crisis del cuarto
peronismo. Crisis como resquebrajamiento
de su programa del ajuste (o, en sus térmi-
nos, el “programa del partido del Estado”), y
crisis como aparición de un movimiento po-
pular sin dirección y sin programa, pero exis-
tente: el 2001. Sobre esa curva de la historia
se asienta la llegada del kirchnerismo, obli-
gado a hacer variaciones sobre el “programa
del ajuste”, obligado a hacer homenajes a los
hacedores del “que se vayan todos”, pero no
obligado a proponer, porque “cuando se está
en fondo del pozo, todos los tranvías te llevan
a algún lado”. El kirchnerismo no es ni conti-
nuación simple y lineal del cuarto, ni mucho
menos restitución del primero, el segundo o
el tercero. Pero tampoco llegó a materializar-
se como un quinto peronismo. El kirchneris-
mo fue el peronismo sin programa.
Conviene recordar tres cosas: primero la
crisis de representación brutal del orden po-
lítico. Los tipos que podían ganar la interna
radical, sacan menos votos en la nacional que
en la interna. Elecciones del 2003, el radica-
lismo saca nada, pero los votos del radica-
lismo los tiene el “Bulldog” (Ricardo López
Murphy, NdR) y “Lilita” (Elisa Carrió, NdR).
21
|
IdZ
Junio
Tienen los votos, pero no tienen el aparato.
El sistema político está organizado de modo
tal en que ejerce el monopolio de las candi-
daturas y no hay modo de ser candidato si-
no a través de esa lógica política. Ese es el
poder institucional de ese sistema. Por lo
tanto los que se ríen de él no son más que
liberales bienpensantes, en realidad malpen-
santes, porque están perdiendo de vista cuál
es el papel objetivo que cumple este sistema
electoral.
Con esa rara combinación de puntero de
Lomas de Zamora y de estadista que tiene
Duhalde, entendió perfectamente esto y en-
tonces organizó una interna “externa”: tres
candidatos peronistas disputaban las eleccio-
nes nacionales. Conviene recordar quién ga-
nó en la primera vuelta y con cuánto: Carlos
Saúl Menem, después del 2001, después del
“que se vayan todos”, gana la primera vuelta.
Y un ignoto gobernador sureño, que no mo-
vía el amperímetro y que solamente la ma-
sa de intendentes del conurbano bonaerense,
gobernado con mano de hierro por Duhalde,
le dio el caudal que le dio y le otorgó la visi-
bilidad pública que no disponía de antes de
las elecciones.
Se produce este primer fenómeno, y acá vie-
ne la cuestión: cuando uno está en el fondo
del pozo, las discusiones ideológicas tienen
muchas limitaciones. Podemos discutir si va-
mos a pagar o no vamos a pagar, cuando hay
plata para pagar. Cuando no hay un cobre,
no hay modo de discutir cómo vamos a pa-
gar. Por lo tanto, todos los tranvías que nos
llevan a alguna parte nos sirven.
Entonces viene acá el fenómeno siguiente:
el kirchnerismo, logra salir del fondo del po-
zo, pero hay dos cosas que no logra. Primero,
salir del fondo del pozo no es un programa.
Salir del fondo del pozo es cambiar las condi-
ciones elementales de existencia. Pero cuan-
do llega el momento de definir un programa,
el kirchnerismo no puede definir un progra-
ma. Y cuando digo no puede lo digo en li-
teralidad. Cuando uno mira los programas
históricos del peronismo. El de Gelbard, el
de Huerta Grande, el de La Falda, el del Pri-
mer Plan Quinquenal, son todos programas
con objetivos explícitos y públicos.
Ahora bien, el kirchnerismo no plantea pro-
grama, desaparece de la lista del debate polí-
tico argentino el programa, porque el bloque
de clases dominantes ya no tiene más progra-
ma. Su programa es hacer todos los negocios
y permitir que la estructura del Estado les
asegure todos los instrumentos para ejecutar
los negocios. Razón por la cual no tiene pro-
grama y no tiene sector burgués “orgánico”
atado a su propia peripecia política. Por eso
la discusión es sobre Lázaro Báez, y cuan-
do uno investiga a Lázaro Báez va a parar a
los segmentos orgánicos del bloque de clases
dominantes.
IdZ: Bueno pero, ¿lo de Lázaro Báez no es
también el intento de construir una “bur-
guesía nacional”, lo que planteaba Néstor
Kirchner al principio y termina en esto?
La idea de que se puede construir una bur-
guesía nacional forma parte de las fantasías
reaccionarias de 1945. En 1945 había con-
diciones dónde eso políticamente existía.
En una oportunidad yo participé de un se-
minario que hizo la universidad de México,
la UNAM, en 1974, sobre la existencia o la
inexistencia de la “burguesía nacional”. Esta-
ba en ese seminario, habían invitado a Man-
del (Ernest, NdR) y propuso cambiar el eje, y
ese cambio de eje fue absolutamente ilustra-
tivo. Mandel dijo “se puede discutir hasta el
infinito la existencia de una ‘burguesía nacio-
nal’, lo que no se puede discutir es la existen-
cia de movimientos políticos que actúan en
nombre de esa ‘burguesía nacional’”. Ese es a
mi modo de ver el modo de resolver, cortan-
do el nudo gordiano de este conflicto.
Ahora, una cosa es que existan movimien-
tos políticos que intenten representar la
burguesía nacional y otra cosa es que un mo-
vimiento político que intente representar a
la burguesía nacional pueda crear a una bur-
guesía nacional. Esa es una trivialidad trági-
ca. Porque lo que se puede hacer no es una
“burguesía nacional” sino lo que el diario La
Nación llama el “capitalismo de amigos”.
Y ahora qué pasa
Impiadoso con Mauricio Macri, Horowicz
sentencia: “es un gerente y los gerentes no de-
ciden, sino que ejecutan órdenes que deci-
den otros y ningún burgués está preocupado
por el destino de un gerente”. Más estructu-
ralmente opina que las posibilidades de éxito
de Cambiemos dependen en gran parte de las
condiciones internacionales: “yo creería que
le puede ir bien si hubiese alguna perspectiva
de resolución de la crisis mundial, pero no es
eso lo que se divisa en el horizonte”.
En torno a las contradicciones internas del
“plan” de Cambiemos es categórico:
si vos en cinco meses te morfaste la quita
de las retenciones, entonces explicame de
dónde vas a sacar la guita, no tiene resto, en
este momento si hubiera un paro general y
el tercer cordón decide moverse, el gobierno
se cae.
Esto introduce una cuestión clave en toda
la obra de Horowicz: el movimiento obrero.
Como en el diálogo con Juan Carlos Torre1
y
Daniel James2
, la pregunta por el movimien-
to obrero llevó a la alternativa de “la colum-
na o la cabeza”.
Si miramos esto respecto del ‘45 estamos
hablando de una fantasía. Y la idea de re-
construir el ‘45 es una fantasía reacciona-
ria, en primer lugar porque no hay modo y
en segundo lugar porque no se trata que en la
nueva construcción la clase obrera sea la co-
lumna vertebral, se trata de que sea la “cabe-
za de”. Entonces esta es la primera diferencia
que tenemos con todas las versiones de todos
los peronismos.
Antes los obreros cotizaban, formar parte
de un sindicato era poner plata para que el
sindicato exista, poner plata para que el mi-
litante milite. Cuando la red de militancia
que sostiene el sistema de activistas empie-
za a resquebrajarse, los recursos empiezan a
faltar, entonces Vandor sustituye los recursos
de la militancia por el recurso de los lapice-
ros, pero todavía los lapiceros estaban al ser-
vicio de la política de la UOM, no la UOM al
servicio del negocio los lapiceros. El cuarto
peronismo rompe con el movimiento obrero,
no con la cúpula sindical sino con los traba-
jadores. Lo que estamos viendo ahora en los
sindicatos es el momento en que los dueños
de los negocios se hicieron cargos de los sin-
dicatos, no los negocios que los sindicatos
controlaron.
IdZ: Ayer estábamos discutiendo: Moyano
está sosteniendo a Macri con unas ganas…
Por supuesto, pero es que Moyano no es
idiota, si la dinámica política fuera la del paro
general y la movilización, nuestro espacio se-
ría enorme, no tendríamos manos suficientes
para recoger lo que hay que recoger. Tendría-
mos que organizar organizaciones de organi-
zaciones.
1. Véase, “La idea sería que el gigante se verte-
bre”, entrevista con Juan Carlos Torre, IdZ 4, oc-
tubre 2013.
2. Véase, “La interpelación actual del peronismo es
algo muy frágil”, entrevista con Daniel James, IdZ
2, agosto 2013.

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  • 1. 18 POLÍTICA | PAULA VARELA Y FERNANDO ROSSO Comité de redacción. La prueba para todo clásico es la resistencia al paso del tiempo. Sucede en distintos ámbi- tos: en la literatura, en el cine y hasta en el de- porte. El ensayo de Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos ya atravesó tres décadas en la vertiginosa Argentina y sigue resistien- do con aguante. El libro es una lectura inelu- dible para quien pretenda entender desde la izquierda el movimiento político que mar- có la segunda parte del siglo veinte argenti- no y sigue generando controversias y debates en el presente vidrioso que le toca vivir, luego de la derrota que sufrió en las elecciones del año pasado. En 2015 se cumplieron 30 años de su primera edición a mediados de los años ochenta. En diálogo con Ideas de Izquierda, Ho- rowicz realizó una síntesis con nuevos apor- tes a su periodización del itinerario del peronismo, pero además no se privó de plan- tear también algunas definiciones sobre el momento político actual: el balance del kir- chnerismo, las posibilidades y límites de Ma- cri, la realidad del movimiento obrero y la tragedia de sus conducciones, que están ju- gando un rol clave para la estabilización del nuevo gobierno. Los cuatro peronismos Hombre de definiciones fuertes, Horowicz es una ametralladora de frases que resumen conceptos. Cuando nosotros miramos la sociedad argen- tina entre 1945 y 1975, lo que vemos son va- riantes del Plan Pinedo, resueltas, ejecutadas con distintas apoyaturas sociales, con distintas alianzas de clase, con distintas hegemonías. De ese modo establece el piso común de los tres primeros peronismos y la profundi- dad del giro que significó el cuarto: ni más ni menos que un cambio de plan para la socie- dad argentina. Pero establece también el cen- tro de la pregunta con la que va a mirar al kirchnerismo y con la que dará una respuesta lapidaria: ¿Cuál fue el programa del kichne- rismo? Ninguno, el kirchnerismo nunca tuvo programa en el sentido estricto del término. Después de allí, la circulación por 1945, por la resistencia y por los inicios de los ‘70, es un despliegue de reflexiones sobre Perón, el movi- miento obrero y la nueva generación de jóve- nes que parió Cuba. Un despliegue ácido en el que Horowicz reincide insistente en zigzaguear entre los conceptos que permiten comprender la historia y las personalidades que, por virtud o defecto, protagonizan “instantes de peligro”. Horowicz: PASADO Y PRESENTE DE LOS PERONISMOS Fotografía: Fernando Lendoiro Diálogo con el autor de Loscuatroperonismos.
  • 2. 19 | IdZ Junio » El 17 de octubre es el que funda el peronis- mo, porque no es Perón el que hace el pero- nismo, es el movimiento obrero el que hace el peronismo. A tal punto que cuando vos lees las cartas de Perón a Evita el 13 de octubre le dice que va a escribir un libro, que se van a casar, no que va a ser candidato a presidente de la república cuatro días más tarde, no tie- ne la más pálida idea. Porque es un coronel, y el coronel en el momento en que sus cama- radas militares de Campo de Mayo le hacen un corte de manga, se va a la casa y se termi- nó. Punto. El movimiento obrero inventa al peronismo defensivamente, y lleva, constru- ye, la fuerza política que es un partido basado en los sindicatos simplemente porque sinte- tizaba exactamente una experiencia real, ni más ni menos. El Partido Socialista y el Parti- do Comunista habían abandonado sus direc- ciones sindicales y en una fenomenal pelea al interior del movimiento obrero surgió una nueva dirección con una nueva movilización y una nueva jefatura. Ahora…. Perón se ocu- pa de destrozar al Partido Laborista y de des- trozar la dirección del 17 de octubre y con eso consigue el 11 de septiembre de 1955. Ni bien enuncia una definición, Horowicz se ocupa, ligero, de presentar la contradic- ción. No solo como presupuesto o procedi- miento para pensar (¿la contradicción como motor de la historia?), sino como recurso, co- mo estilo. En 1955, Perón consigue que Lonardi, un ge- neral retirado con una pistola 45, dé vuelta co- mo una media el Ejército. Porque ese general está dispuesto a matar y a morir, y el general Perón no está dispuesto a hacer tal cosa, y esta diferencia construye la diferencia. Y la direc- ción del movimiento obrero que había queda- do en una dirección “sí Juan”, sirve para decir “sí Juan”, es decir, para nada, no porque no hubiera voluntad de combate en esa base, que surgió espontáneamente 200 veces, sino por- que había ahí sí, una falta de dirección objeti- va que él se había ocupado de construir. El movimiento obrero que inventa el pero- nismo, el peronismo que inventa a Perón con mayúsculas y Perón que se ocupa de construir el límite del movimiento obrero. En el medio, un general (Lonardi) que está dispuesto a mo- rir (o por lo menos es convincente al respec- to), y un coronel (Perón) que nunca estuvo dispuesto a morir (¿porque el programa que le dio existencia es demasiado contradictorio?). Así se cierra el primer peronismo y se ingresa al segundo (1955-1973), sobre el que no vamos a charlar mucho. El tercero se abre paso rápi- damente, un poco porque a Horowicz lo remi- te a escenas que ya cuenta en primera persona (como Villa Constitución), otro poco porque El segundo peronismo estalla finalmente en dos oportunidades. El 20 junio 1973 donde queda claro que el tercer peronismo es la Ten- dencia, el peronismo reconstruido en las con- diciones de la Revolución Cubana; esto es, el peronismo cuando Perón tiene que cambiar sus tres banderas y pasar de independencia económica, soberanía política y justicia so- cial, a independencia económica, soberanía política y socialismo nacional. Es cierto que el General nunca nos explicó muy detenida- mente de qué clase de socialismo se trataba, y cuando nos explicó, nos contó el socialismo sueco. Pero conviene entender que no era es- to lo que los muchachos tenían in pectore y la idea de que vos podés convocar a cientos de miles y que esto es gratis, esto es una idea profunda y totalmente ingenua. IdZ: ¿Vos crees que tenía esa ingenuidad? Hay una discusión muy interesante que no tiene estatuto suficientemente público, pero hay esquirlas que aparecieron hace un rato ya. Una es un diálogo entre Jorge Antonio y Perón, donde Jorge Antonio le dice “Juan, es- tos pibes no te deben la bicicleta, no te deben nada, Juan” el tipo entendía cómo era eso. Y la segunda parte es un diálogo entre la di- rección montonera y Perón en Roma. El diá- logo tiene dos partes. Escena uno, Perón les dice algo que no se entiende, dice que “el pa- dre hace subir al hijo con una escalera a un altillo y después le saca la escalera”, y remata así “ni en el padre se puede creer”. Más allá el kirchnerismo (que inevitablemente flota en el estudio de techos altos y paredes-biblioteca) abusó de él como imagen y banalización. Villa constitución es decisivo porque es el primer momento donde un grupo de militan- tes obreros socialistas a cara descubierta co- mo socialistas ganan la seccional de la UOM: era nada menos la quiebra política del segun- do peronismo. Ahora, el segundo peronismo no tenía solo esos enemigos. Para el General, cuando estaba en España, esos también eran sus enemigos, por eso le da bola a los mucha- chos, si no le daba bola a los muchachos no podía mover un alfiler. En 1964 cuando inten- tan el Operativo Retorno, queda absolutamen- te claro que no tiene nada, que depende de lo que los otros quieren mover, si los otros no quieren mover, no mueven. Los viejos peronis- tas del ‘45 se fueron a la casa en el ‘55 porque Perón los mandó a la casa. Y cuando vos man- dás a alguien a la casa los mandás sin pasaje de vuelta. Te putean, pero no vuelven. Si vos mirás las edades de los tipos que dirigen en el Cordobazo, vas a ver que son todas posterio- res al ‘45. Tosco en el ‘45 no existía. Entonces vos ves cómo ahí sale una nueva generación a la cancha. Con esa generación Perón no tenía nada que ver. Perón le da bola a los montone- ros y a todo el mundo, los invita a todos a en- trar al movimiento. ¿Porque hace eso? ¿Le da un ataque de democracia tardía? No. No tenía opción, era eso o nada. Perón también juega con lo que hay en la cancha. Los otros hacen el metafisiqueo pelotudo de que el peronismo es eterno, por lo tanto si estuvo acá y está acá, estuvo también en el medio… Pero si noso- tros leemos con cuidado, incluso las eleccio- nes, Perón gana en el ‘51 con el 62 % de los votos, es decir que tiene más de 4 millones y medio de votos en 1951. Cuando vos mirás el voto en blanco de las elecciones constituyen- tes de 1957 que es mayoritario, ves 2 millones 200 mil votantes: se le fue la mitad. Cuando vos ves las elecciones a Frondizi, todavía 800 mil votantes lo hacen en blanco. El chiste era ¿qué pasaba si Perón no daba la orden de vo- tar a Frondizi? ¡Votaban a Frondizi igual! La gente no es boluda. La gente elige entre lo que tiene para elegir. Entonces vos ves una situa- ción: el costo político de la derrota del ‘55 es el despedazamiento del primer peronismo y la puesta en cuestión de quién manda, quién di- rige. Eso no quiere decir que el peronismo no tiene militantes, no estoy haciendo una espe- cie de tabla arrasada. Pero al mismo tiempo muestra el fenomenal retroceso que el golpe del ‘55 supone para el campo popular. Contra el metafisiqueo que ayer se coreaba en multitudes y hoy se repite sin alma en pa- sillos académicos y patios cerrados, Horowicz opone la historia. Horowicz es un reconocido intelectual y ensayista, profesor titular de Los cam- bios en el sistema político mundial en la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, autor además del clá- sico ensayo sobre el peronismo, de li- bros como Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional (Edhasa, 2012); Diálogo sobre la glo- balización, la multitud y la experien- cia argentina (con Antonio Negri y otros, Paidós, 2003) y El país que esta- lló (Sudamericana, 2005). Ahora traba- ja en una obra en tres partes sobre la derrota del socialismo, donde rastrea entre otras cosas, las formas de “doble poder” que germinaron en la revolucio- nes rusa y francesa. ALEJANDRO HOROWICZ
  • 3. 20 POLÍTICA | del carácter enigmático del relato, lo que po- demos decir son presunciones, vamos a dejar esto stand by. Escena dos, el Brujo los invita a tomar un café. Y el Brujo era un tipo monó- tono, aburrido, no es un tipo con el que vos elegirías espontáneamente tomar café. Pero bueno, era el secretario de Perón. Entonces el Brujo les cuenta la siguiente historia: les dice que él es el guitarrista malo de Gardel, entonces silencio. Gardel cuando arranca era un payador, y los payadores apenas se cono- cen dos acordes de guitarra, y Gardel canta- ba como cantaba un payador, no era Corsini. Pero Gardel, como es Gardel, inventa el tan- go canción, y cuando inventa el tango can- ción ya no le alcanzan los guitarristas muy malos que tenía y necesita un guitarrista me- jor y consigue uno muy bueno. Pero claro, como es un guitarrista muy bueno, también puede hacer conciertos solo, puede tener una carrera propia. La moraleja era que él siem- pre iba a estar con Perón, porque él no podía hacer una carrera política propia, y los mon- toneros sí podían. Entonces lo que estamos viendo es un fe- nómeno de surgimiento de una nueva di- rección política que tiene como referencia a Perón, pero Perón no está sentado en el Es- tado como en 1945, no tiene un segmento de las Fuerzas Armadas como en 1945 y no tie- ne nada de lo que tenía en 1945; está solo en España. Y quiere recobrar el comando del movimiento y descubre que los nuevos mili- tantes se referencian en él a través de esta nueva dirección, no a través de la dirección sindical, y ahí se produce la tensión fenome- nal entre el segundo peronismo, lo que queda del segundo peronismo (Vandor ya está muer- to) y el naciente tercero. El punto de conflic- to entre esas dos corrientes es el 20 de junio, la ingenuidad de la dirección montonera rifó la dirección del movimiento. Si simplemen- te ellos hubieran hecho el control perimetral de Ezeiza para el que no tenían ninguna cla- se de dificultad porque tenían fuerza propia para hacerla y además tenían al ministro del Interior. Y si Perón bajaba el 20 de junio en Ezeiza y la multitud gritaba “reviente quien reviente, Perón es presidente”. ¿Qué pasa- ba? ¿Quién iba a impedir que eso fuera así? ¿Dónde estaba el límite? Perón no tenía in- tención de ser presidente por una insurrec- ción social triunfante porque eso suponía una radicalización de su movimiento don- de el programa que enarbolaba no tenía la más mínima importancia, porque cabalgaba una dinámica con un conjunto amplísimo de militantes que eran socialistas y que se plan- teaban una versión del socialismo, podemos estar más de acuerdo o menos de acuerdo con esa versión, ese es otro problema. Enton- ces estamos aquí en presencia de una posi- bilidad histórica que fue perdida porque los montoneros eran peronistas, confiaban en la dirección política del General, esperaban que el General resuelva la cuestión, y el General resolvió la cuestión como el General resuel- ve la cuestión: les dejó la universidad, todo lo demás no. Pero esta resolución del General no alcan- za a resolver. Porque imbricado con este rela- to en que los personajes, brillantes u oscuros, obran de protagonistas, lo que hay que resol- ver no se juega en el terreno de las personas, ni siquiera en el de la dirección montonera co- mo dirección del tercer peronismo. Se juega en el campo de la imposición de un nuevo pro- grama del partido del Estado que expulse del peronismo, pero también la “ciudadanía” con- quistada, a la clase obrera. Lo que hay que re- solver es la otra guerrilla, la fabril. Y para ser el destacamento de vanguardia de esa guerra, Pe- rón recluta tropa propia: la Triple A. El tercer peronismo dura en tensión extre- ma con el segundo todo el tiempo. Perón se ocupa de acorralarlo prolijamente y por eso los movimientos contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, contra el gober- nador de la provincia de Córdoba, y no se concluye con la provincia de Mendoza a la que no destituyen. Son todos movimientos para recuperar administrativamente el con- trol político de su fuerza, el costo de esto es un grado de tensión que estalla el 1º de ma- yo de 1974 en la Plaza de Mayo. Y Perón ex- pulsa a todo el segmento dinámico. El secreto de la aparición de la Triple A es simplemen- te el secreto de la ausencia de militantes que no fueran militantes de la tendencia. No es- toy diciendo que fueran simplemente merce- narios, pero no funcionaban sin la billetera atrás y sin aparato del Estado, eso está cla- ro. Y eso es porque Perón sabía que si per- mitía que el Ejército entrara a la represión perdía el control político. El único modo que tenia de conservar el control político de su propia situación respecto al bloque de cla- ses dominantes, respecto a la naturaleza del estado y respecto al conflicto interno en su propio movimiento, era tener tropa asalaria- da que reclutaba en la policía. Por eso yo di- go en Los cuatro peronismos que el pase de Cabo de López Rega a Comisario Mayor, no es una estupidez fantástica, tiene que ver con una necesariedad lógica de la estructura que está armando. Perón no hacía las cosas de cualquier manera, y esto no es una inferencia. Perón convoca en enero de 1974 a los dipu- tados de la Tendencia, con sus entorchados de Teniente General, después del ataque del ERP a Azul (disparate atómico, de la irres- ponsabilidad máxima, pero ese es otro pro- blema), y les dice “a la violencia se responde con la violencia, lo haremos dentro de la ley o fuera de la ley”. Esto y explicar la Triple A es exactamente lo mismo. Perón no se andaba con chiquitas. Es verdad que Perón manejaba eso a escala homeopática. Y que López Rega, cuando él muere, lo maneja de otro modo. Pero la relación entre las dos cosas es una re- lación de causa y efecto. La salida del infierno no es un programa político El infierno que comienza con la Triple A en vida de Perón es conocido por todos y todas. El infierno después del infierno se llama, pa- ra Horowicz, la democracia de la derrota, el proceso que arranca en 1983. Sus momen- tos en la hiperinflación de fines de los ‘80 y la desocupación masiva de fines de los ‘90, son los que prepararon la crisis del cuarto peronismo. Crisis como resquebrajamiento de su programa del ajuste (o, en sus térmi- nos, el “programa del partido del Estado”), y crisis como aparición de un movimiento po- pular sin dirección y sin programa, pero exis- tente: el 2001. Sobre esa curva de la historia se asienta la llegada del kirchnerismo, obli- gado a hacer variaciones sobre el “programa del ajuste”, obligado a hacer homenajes a los hacedores del “que se vayan todos”, pero no obligado a proponer, porque “cuando se está en fondo del pozo, todos los tranvías te llevan a algún lado”. El kirchnerismo no es ni conti- nuación simple y lineal del cuarto, ni mucho menos restitución del primero, el segundo o el tercero. Pero tampoco llegó a materializar- se como un quinto peronismo. El kirchneris- mo fue el peronismo sin programa. Conviene recordar tres cosas: primero la crisis de representación brutal del orden po- lítico. Los tipos que podían ganar la interna radical, sacan menos votos en la nacional que en la interna. Elecciones del 2003, el radica- lismo saca nada, pero los votos del radica- lismo los tiene el “Bulldog” (Ricardo López Murphy, NdR) y “Lilita” (Elisa Carrió, NdR).
  • 4. 21 | IdZ Junio Tienen los votos, pero no tienen el aparato. El sistema político está organizado de modo tal en que ejerce el monopolio de las candi- daturas y no hay modo de ser candidato si- no a través de esa lógica política. Ese es el poder institucional de ese sistema. Por lo tanto los que se ríen de él no son más que liberales bienpensantes, en realidad malpen- santes, porque están perdiendo de vista cuál es el papel objetivo que cumple este sistema electoral. Con esa rara combinación de puntero de Lomas de Zamora y de estadista que tiene Duhalde, entendió perfectamente esto y en- tonces organizó una interna “externa”: tres candidatos peronistas disputaban las eleccio- nes nacionales. Conviene recordar quién ga- nó en la primera vuelta y con cuánto: Carlos Saúl Menem, después del 2001, después del “que se vayan todos”, gana la primera vuelta. Y un ignoto gobernador sureño, que no mo- vía el amperímetro y que solamente la ma- sa de intendentes del conurbano bonaerense, gobernado con mano de hierro por Duhalde, le dio el caudal que le dio y le otorgó la visi- bilidad pública que no disponía de antes de las elecciones. Se produce este primer fenómeno, y acá vie- ne la cuestión: cuando uno está en el fondo del pozo, las discusiones ideológicas tienen muchas limitaciones. Podemos discutir si va- mos a pagar o no vamos a pagar, cuando hay plata para pagar. Cuando no hay un cobre, no hay modo de discutir cómo vamos a pa- gar. Por lo tanto, todos los tranvías que nos llevan a alguna parte nos sirven. Entonces viene acá el fenómeno siguiente: el kirchnerismo, logra salir del fondo del po- zo, pero hay dos cosas que no logra. Primero, salir del fondo del pozo no es un programa. Salir del fondo del pozo es cambiar las condi- ciones elementales de existencia. Pero cuan- do llega el momento de definir un programa, el kirchnerismo no puede definir un progra- ma. Y cuando digo no puede lo digo en li- teralidad. Cuando uno mira los programas históricos del peronismo. El de Gelbard, el de Huerta Grande, el de La Falda, el del Pri- mer Plan Quinquenal, son todos programas con objetivos explícitos y públicos. Ahora bien, el kirchnerismo no plantea pro- grama, desaparece de la lista del debate polí- tico argentino el programa, porque el bloque de clases dominantes ya no tiene más progra- ma. Su programa es hacer todos los negocios y permitir que la estructura del Estado les asegure todos los instrumentos para ejecutar los negocios. Razón por la cual no tiene pro- grama y no tiene sector burgués “orgánico” atado a su propia peripecia política. Por eso la discusión es sobre Lázaro Báez, y cuan- do uno investiga a Lázaro Báez va a parar a los segmentos orgánicos del bloque de clases dominantes. IdZ: Bueno pero, ¿lo de Lázaro Báez no es también el intento de construir una “bur- guesía nacional”, lo que planteaba Néstor Kirchner al principio y termina en esto? La idea de que se puede construir una bur- guesía nacional forma parte de las fantasías reaccionarias de 1945. En 1945 había con- diciones dónde eso políticamente existía. En una oportunidad yo participé de un se- minario que hizo la universidad de México, la UNAM, en 1974, sobre la existencia o la inexistencia de la “burguesía nacional”. Esta- ba en ese seminario, habían invitado a Man- del (Ernest, NdR) y propuso cambiar el eje, y ese cambio de eje fue absolutamente ilustra- tivo. Mandel dijo “se puede discutir hasta el infinito la existencia de una ‘burguesía nacio- nal’, lo que no se puede discutir es la existen- cia de movimientos políticos que actúan en nombre de esa ‘burguesía nacional’”. Ese es a mi modo de ver el modo de resolver, cortan- do el nudo gordiano de este conflicto. Ahora, una cosa es que existan movimien- tos políticos que intenten representar la burguesía nacional y otra cosa es que un mo- vimiento político que intente representar a la burguesía nacional pueda crear a una bur- guesía nacional. Esa es una trivialidad trági- ca. Porque lo que se puede hacer no es una “burguesía nacional” sino lo que el diario La Nación llama el “capitalismo de amigos”. Y ahora qué pasa Impiadoso con Mauricio Macri, Horowicz sentencia: “es un gerente y los gerentes no de- ciden, sino que ejecutan órdenes que deci- den otros y ningún burgués está preocupado por el destino de un gerente”. Más estructu- ralmente opina que las posibilidades de éxito de Cambiemos dependen en gran parte de las condiciones internacionales: “yo creería que le puede ir bien si hubiese alguna perspectiva de resolución de la crisis mundial, pero no es eso lo que se divisa en el horizonte”. En torno a las contradicciones internas del “plan” de Cambiemos es categórico: si vos en cinco meses te morfaste la quita de las retenciones, entonces explicame de dónde vas a sacar la guita, no tiene resto, en este momento si hubiera un paro general y el tercer cordón decide moverse, el gobierno se cae. Esto introduce una cuestión clave en toda la obra de Horowicz: el movimiento obrero. Como en el diálogo con Juan Carlos Torre1 y Daniel James2 , la pregunta por el movimien- to obrero llevó a la alternativa de “la colum- na o la cabeza”. Si miramos esto respecto del ‘45 estamos hablando de una fantasía. Y la idea de re- construir el ‘45 es una fantasía reacciona- ria, en primer lugar porque no hay modo y en segundo lugar porque no se trata que en la nueva construcción la clase obrera sea la co- lumna vertebral, se trata de que sea la “cabe- za de”. Entonces esta es la primera diferencia que tenemos con todas las versiones de todos los peronismos. Antes los obreros cotizaban, formar parte de un sindicato era poner plata para que el sindicato exista, poner plata para que el mi- litante milite. Cuando la red de militancia que sostiene el sistema de activistas empie- za a resquebrajarse, los recursos empiezan a faltar, entonces Vandor sustituye los recursos de la militancia por el recurso de los lapice- ros, pero todavía los lapiceros estaban al ser- vicio de la política de la UOM, no la UOM al servicio del negocio los lapiceros. El cuarto peronismo rompe con el movimiento obrero, no con la cúpula sindical sino con los traba- jadores. Lo que estamos viendo ahora en los sindicatos es el momento en que los dueños de los negocios se hicieron cargos de los sin- dicatos, no los negocios que los sindicatos controlaron. IdZ: Ayer estábamos discutiendo: Moyano está sosteniendo a Macri con unas ganas… Por supuesto, pero es que Moyano no es idiota, si la dinámica política fuera la del paro general y la movilización, nuestro espacio se- ría enorme, no tendríamos manos suficientes para recoger lo que hay que recoger. Tendría- mos que organizar organizaciones de organi- zaciones. 1. Véase, “La idea sería que el gigante se verte- bre”, entrevista con Juan Carlos Torre, IdZ 4, oc- tubre 2013. 2. Véase, “La interpelación actual del peronismo es algo muy frágil”, entrevista con Daniel James, IdZ 2, agosto 2013.