La obra poética de Olga Orozco abarca desde 1946 hasta 1994. Su poesía se caracteriza por la interrogación al misterio a través de recursos literarios complejos. A lo largo de su obra persiste en cuestionar lo imposible y señalar lo oculto, engarzando su voz lírica en la tradición poética hispanoamericana.
2. Su obra poética
La obra poética de Alfonsina Storni puede dividirse en dos etapas. La
primera incluye los siguientes libros: La inquietud del rosal (1916), El dulce
daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920) y Ocre (1920). La
segunda comprende Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol
(1938).
La inquietud del rosal es su primer libro de versos, “sobrecargado de mieles
románticas”, que la autora no tomó en cuenta cuando posteriormente
preparó una antología de sus poemas.
El dulce daño traduce la posición crítica, valiente y espontánea de Alfonsina
cuando señala la ventaja del hombre sobre la mujer. La poetisa propone
una imagen de la mujer que reclama un lugar en el mundo nuevo. Esta
actitud le valió la adhesión incondicional de sus lectoras.
Irremediablemente es un libro que refleja un cambio en su autora. Los versos
“rosas” dan paso, ahora, a poesías más profundas, en las que predominan
dos temas esenciales: la muerte y el mar. El lenguaje poético continúa
siendo sencillo, despojado de falsos intelectualismos.
3. Languidez traduce el estado de soledad y fracaso de su autora. A través de
un tono familiar, Alfonsina evoca la ciudad de Buenos Aires, el río de la Plata,
el suburbio y otros temas que se relacionan con la realidad inmediata.
Ocre es el libro de la madurez de Alfonsina Storni –en el cual se equilibran las
influencias románticas y modernistas-. En los sonetos de esta obra, la autora
trata el tema de la mujer frente al hombre, a quien considera irónicamente
“el amo del mundo”.
Mundo de siete pozos es un libro original, escrito en versos libres, en el cual la
cabeza humana es ese mundo de siete pozos. En efecto, dos puertas son los
ojos, dos las orejas y dos la nariz; mientras que la boca es el séptimo pozo.
Muchas de las poesías de este libro han sido comparadas con las del oscuro
Góngora, pleno de metáforas imágenes cultistas, puesto que en ellas todo
es exageradamente desproporcionado.
Mascarilla y trébol, último libro de Alfonsina, reúne poesías breves, dispuestas
en forma de sonetos, designados por ella misma con el nombre de
“antisonetos”. Son estos poemas herméticos, oscuros, a los cuales la autora
agregó notas explicatorias para ayudar al lector a comprenderlos.
Con este libro se cierra su camino poético, camino que se iniciará con
aquellos versos plenos de hondo sentimiento aparecidos en sus primeros
libros, hasta los poemas laboriosamente trabajados de su última época.
4. La diferencia entre los libros de la primera época y los que cierran su
producción radica además en un cambio de las formas: del verso
tradicional al verso libre y en la visión del mundo. En la primera etapa, bajo
la influencia de los románticos y modernistas, esa visión es subjetiva y
sentimental, celebratoria del espontáneo mundo de los sentidos bajo el cual
nace una verdadera ciencia de lo femenino. En la segunda etapa, que
culmina con Mascarilla y trébol, aquella visión primaveral se torna agria y
discordante, irónica y plena de angustia. El jazz bland, los habitantes de
Marte, los dibujos animados, el charleston, el siglo XX a quien llamó “siglo
mío”, son temas nuevos que revelan la adecuación de Alfonsina Storni a un
mundo que había cambiado entre su primer libro (1916) y el último (1938). La
poetisa permaneció al margen de los grupos vanguardistas, pero asimiló sus
enseñanzas, y al final de sus días dio una lección de perpetua juventud
literaria al cambiar el rumbo de su poesía.
5. ¡Adiós!
Las cosas que mueren jamás resucitan,
las cosas que mueren no tornan jamás.
¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda
es polvo por siempre y por siempre será!
Cuando los capullos caen de la rama
dos veces seguidas no florecerán...
¡Las flores tronchadas por el viento impío
se agotan por siempre, por siempre jamás!
¡Los días que fueron, los días perdidos,
los días inertes ya no volverán!
¡Qué tristes las horas que se desgranaron
bajo el aletazo de la soledad!
¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas,
las sombras creadas por nuestra maldad!
¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que así se nos van!
¡Corazón... silencia!... ¡Cúbrete de llagas!...
-de llagas infectas- ¡cúbrete de mal!...
¡Que todo el que llegue se muera al tocarte,
corazón maldito que inquietas mi afán!
¡Adiós para siempre mis dulzuras todas!
¡Adiós mi alegría llena de bondad!
¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que no vuelven más!...
6. La caricia perdida
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
7. Lo inacabable
No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa:
Vendrá la primavera y habrá flores...
el tronco seco dará nuevas hojas.
Las lágrimas vertidas se harán perlas
de un collar nuevo; romperá la sombra
un sol precioso que dará a las venas
la savia fresca, loca y bullidora.
Tú seguirás tu ruta; yo la mía
y ambos, libertos, como mariposas
perderemos el polen de las alas
y hallaremos más polen en la flora.
Las palabras se secan como ríos
y los besos se secan como rosas,
pero por cada muerte siete vidas
buscan los labios demandando aurora.
Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
¡Y toda primavera que se esboza
es un cadáver más que adquiere vida
y es un capullo más que se deshoja!
8. Hombre pequeñito
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
9. Su obra poética
La poesía de Pizarnik es surrealista, sin embargo no se encasilla fácilmente en
ningún movimiento dentro de su generación y la poeta no tuvo interés en la
poesía comprometida que se escribía en Argentina durante estas décadas
de tensiones políticas. El rasgo que más destaca de su poesía es el uso de
imágenes ilógicas y oníricas. También emplea el simbolismo, lo cual muestra
la influencia de los simbolistas franceses que leyó en su adolescencia,
incluyendo a Rimbaud, Verlaine, Mallarmé y Lautremont. Las imágenes
surrealistas y los símbolos ilustran los siguientes temas que aparecen
frecuentemente en su obra:
-La muerte
-El silencio
-La infancia y la orfandad
-La enajenación
-El ensimismamiento
-El desdoblamiento del yo
-La angustia existencial
10. Su estilo se caracteriza por la economía verbal y la búsqueda del lenguaje
exacto, pero al final de su vida, Alejandra se siente frustrada con el
lenguaje:
"Es interesante notar que Borges, en conversación con C. Fernández
Moreno, dice que Lugones, que era esencialmente 'verbal; -al igual que
Pizarnik- se mató cuando comprendió por fin que la realidad es
incomunicable y atroz", dice Susana H. Haydu en el libro Alejandra Pizarnik:
evolución de un lenguaje poético.
Pizarnik revela su desilusión con su propia obra en una entrada de 1969 en
sus diarios: "Mis poemas de ahora están muertos. Siento que nada vibra
dentro de mi. Hay una herida y esto es todo. Pero se cumple en un lugar
donde el lenguaje no parece necesario".
Su poesía y su existencia atestiguan permanentemente el sentimiento de
la inadecuación del lenguaje para expresar al mundo, y la inadecuación
del mundo con respecto a nuestros deseos más profundos. En esto se
aparta de la tradición de la poesía de lengua española, que no suele
internarse con tanta tenacidad, verdad e intensidad en estas zonas de la
experiencia. Ella es un testigo trágico e insobornable de este sentimiento, y
lo expresa con una fuerza extraordinaria. Es decir que hay en ella por un
lado cierta desconfianza central en el lenguaje y por otro,
paradójicamente, una excepcional maestría en el lenguaje poético con el
que denuncia esta falla central de las palabras para decir realmente lo que
nos pasa: "Sospecho que lo esencial es indecible".
11. De este sentir trágico deriva el miedo: miedo a no ser de este mundo, a no
saber qué hacer con ese no ser de este mundo y asimismo miedo a la
locura, miedo a envejecer. Pero según la advertencia de Rilke:“Hice algo
contra el miedo –escribí con él”, Pizarnik fue muy tenaz en su vocación y
valiente en su sufrimiento; se interrogó hasta el final y hasta las más
extremas consecuencias acerca del sentido de su escritura, de lo que su
compromiso con la poesía significaba: “Ayúdame a no pedir ayuda”. Y
sobre todo siguió escribiendo hasta sus últimos días.
12. Cuarto solo
Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.
Fiesta
He desplegado mi orfandad
sobre la mesa, como un mapa.
Dibujé el itinerario
hacia mi lugar al viento.
Los que llegan no me encuentran.
Los que espero no existen.
Y he bebido licores furiosos
para transmutar los rostros
en un ángel, en vasos vacíos.
13. Devoción
Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y
sentadas a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una
muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente
hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al
crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.
–Toma un poco de vino –dijo la muerte.
La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver,
sobre la mesa, otra cosa que té.
–No veo que haya vino –dijo.
–Es que no hay –contestó la muerte.
–¿Y por qué me dijo usted que había? –dijo.
–Nunca dije que hubiera sino que tomes –dijo la
muerte.
–Pues entonces ha cometido usted una incorrección al
ofrecérmelo –respondió la niña muy enojada.
–Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una
educación esmerada –se disculpó la muerte.
La muñeca abrió los ojos.
14. Cantora nocturna
Joe, macht die Musik von damals nacht...
La que murió de su vestido azul está cantando. Canta
imbuida de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su
canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un
corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su
corazón muerto. Expuesta a todas las perdiciones, ella canta
junto a una niña extraviada que es ella: su amuleto de la
buena suerte. Y a pesar de la niebla verde en los labios y del
frío gris en los ojos, su voz corroe la distancia que se abre
entre la sed y la mano que busca el vaso. Ella canta.
a Olga Orozco
15. Su obra poética
La obra de Olga Orozco abarca un largo período de tiempo y coincide,
más o menos, con la segunda mitad del siglo veinte. Inicia su trayectoria
como poeta en el año de 1946 con la publicación de Desde lejos y
concluye con Con esta boca, en este mundo, publicada en 1994. Su voz
lírica, con ser vasta y compleja, no impide establecer un sentido primordial
que sea capaz de coordinar y vertebrar la totalidad de su obra. Aún más,
se puede mencionar sin caer en generalizaciones excesivas que la obra
de Orozco persiste con delicada fijación en el ejercicio sostenido de la
interrogación al misterio. La lírica entonces se levanta como una voz
distinguible que pregunta por el reverso de las cosas. Aspira a señalar lo
imposible; para hacerlo, la voz poética se engarza en un tramado
riquísimo de recursos literarios de sobrada valía. Olga Orozco es capaz de
incorporarse a una tradición que la antecede, que ella retoma y que
proyecta hacia un escenario cultural determinado: el de la Argentina y el
de Hispanoamérica en su conjunto.
16. Olga Orozco recupera del surrealismo la noción de la inspiración como una
propulsión de la intuición dejada a la deriva, depositaria de imaginerías
confusas y fuerzas incontrolables. Así, el poema condensa en símbolos
sugerentes las corrientes profundas del Ser del poeta, detenido éste en una
suerte de contemplación dinámica, en vilo sobre el mundo material regido
por las causas y los efectos.
Toda su obra gira en torno del tema de la muerte y la soledad, que ha
sabido expresar con una gran intensidad dramática. Lo más importante de
su producción se encuentra en los poemarios. En general, el uso del versículo
le permite desplegar una imaginación visionaria, suntuosa de figuras, al
servicio de una serie de temas constantes: la evocación idealizada del
paisaje nativo (la llanura pampeana), la infancia en tanto paraíso perdido,
la adolescencia como edad de los descubrimientos, la memoria como
tesoro poético donde el tiempo puede recuperarse y solventar las
asechanzas de la muerte. La poesía francesa posterior al surrealismo y la
poesía narrativa norteamericana le valen para organizar un lenguaje muy
personal y un mundo cerrado, melancólico, sofocante y voluptuoso a la vez.
17. Si me puedes mirar
Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como
un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme
en medio de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor
tiempo y la mayor distancia,
y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre
en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me
pierda entre las galerías de este mundo.
Y todo se confunde.
18. Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las
máscaras de las pesadillas.
Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del
perdón,
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz
de revivir en el más imposible de los sueños.
Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que
descorre la tela de otros años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues
que graban en mi alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de
mirarte pasar
rodeada por un halo de orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte sólo por no dolernos
demasiado.
No. Yo no quiero mirar.
No quiero aprender otra vez el nombre de la dicha en el
momento mismo en que roen su rostro los enormes
agujeros,
ni sentir que tu cuerpo detiene una vez más esa desesperada
marea que lo lleva,
una vez más aún,
para envolverme como para siempre en consuelo y adiós.
No quiero oír el ruido del cristal trizándose,
ni los perros que aúllan a las vendas sombrías,
ni ver cómo no estás.
19. Madre, madre, ¿quién separa tu sangre de la mía?,
¿qué es eso que se rompe como una cuerda tensa golpeando
las entrañas?,
¿qué gran planeta aciago deja caer su sombra sobre todos los
años de mi vida?
¡Oh, Dios! Tú eras cuanto sabía de ese olvidado país de
donde vine,
eras como el amparo de la lejanía,
como un latido en las tinieblas.
¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de mis días?
¿A quién interrogar por el indescifrable misterio de mis
huesos?
¿Quién me oirá si no me oyes?
Y nadie me responde. Y tengo miedo.
Los mismos miedos a lo largo de treinta años.
Porque día tras día alguien que se enmascara juega en mí a las
alucinaciones y a la muerte.
Yo camino a su lado y empujo con su mano esa última puerta,
esa que no logró cerrar mi nacimiento
y que guardo yo misma vestida con un traje de centinela
funerario.
¿Sabes? He llegado muy lejos esta vez.
Pero en el coro de voces que resuenan como un mar
sepultado
no está esa voz de hoja sombría desgarrada siempre por el
amor o por la cólera;
en esas procesiones que se encienden de pronto como bujías
instantáneas
20. no veo iluminarse ese color de espuma dorada por el sol;
no hay ninguna ráfaga que haga arder mis ojos con tu olor
a resina;
ningún calor me envuelve con esa compasión que infundiste
a mis huesos.
Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.
Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú
sola,
alguien que persevera en su propia memoria,
la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos
pobres jirones de luto que alimenta.
Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando
te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para
dejarlos a mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi
corazón.
21. Fraschini, Alfredo E. (2001) Panorama de la
Literatura argentina. Santa Fe: Kapelusz.
Prieto, Martín (2006) Breve historia de la literatura
argentina. Buenos Aires: Taurus.
Veiravé, Alfredo (1980) Literatura
hispanoamericana y argentina. Buenos Aires:
Kapelusz.