Este documento resume el contenido de las lecturas de un domingo de Cuaresma. La primera lectura habla de Moisés y su encuentro con Dios en la zarza ardiente. La segunda lectura advierte a los corintios sobre las consecuencias de no arrepentirse. El Evangelio relata cómo Jesús responde a quienes culpaban a las víctimas de desgracias, invitando a la conversión para evitar un destino similar.
1. Primera Lectura: del libro del Éxodo (3,1-8a.13-15):
Salmo Responsorial: Sal 102,1-2.3-4.6-7.8.11
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol san Pablo a
los Corintios (10,1-6.10-12):
Evangelio: San Lucas (13,1-9):
Invitación a la
penitencia
Domingo 3º de Cuaresma - Ciclo C
Ofrezcamos a nuestro Señor, con paciencia y
amor, nuestros dolores. Él los premiará.
Autor: José de Jesús González | Fuente: Catholic.net
2. Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (3,1-8a.13-15):
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián;
llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El
ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza
ardía sin consumirse.
Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que
no se quema la zarza.»
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés,
Moisés.»
Respondió él: «Aquí estoy.»
Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es
terreno sagrado.»
Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de
Jacob.» Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra
los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a
sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche
y miel.»
Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros padres
me ha enviado a vosotros." Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?»
Dios dijo a Moisés: «"Soy el que soy"; esto dirás a los israelitas: `Yo-soy' me envía a
vosotros".»
Dios añadió: «Esto dirás a los israelitas: "Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de
Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para
siempre: así me llamaréis de generación en generación".»
¡Es palabra de Dios! ¡Te alabamos Señor!
3. Salmo 102,1-2.3-4.6-
7.8.11
R/. El Señor mía,compasivo y misericordioso.
Bendice, alma
es al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles. R/.
4. Segunda lectura
Lectura de la primera car ta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,1-6.10-
12):
No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres
estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y
todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y
todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos
bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca
espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la
mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos
quedaron tendidos en el desierto.
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que
no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No
protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron
a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un
ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes
nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto,
el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.
¡Es palabra de Dios! ¡Te alabamos Señor!
5. Lectura del santo evangelio según San Lucas (13,1-9)
¡Gloria a Ti, Señor!
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo
de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los
sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más
pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os
digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.
Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de
Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os
convertís, todos pereceréis de la misma manera.»
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en
su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo
entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a
buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala.
¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador
contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré
alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la
cortas".»
¡Es palabra del Señor! ¡Gloria a Ti, Señor
6. Oración
Señor, te pido perdón por no hacer el suficiente esfuerzo
para dar mayores frutos apostólicos, confío en que tu
misericordia me proteja del desaliento y dilate mi corazón
para corresponder generosamente a las innumerables
gracias con las que colmas mi vida.
Petición
Señor, dame una fuerza de voluntad recia para cumplir
siempre tu voluntad.
7. Meditación
Jesús, como hemos escuchado, evoca dos episodios de
crónica: una represión brutal de la policía romana dentro del
templo y la tragedia de los dieciocho muertos por el derrumbe
de la torre de Siloé. La gente interpreta estos hechos como un
castigo divino por los pecados de esas víctimas, y,
considerándose justa, se cree a salvo de estos accidentes,
pensando que no tiene que convertirse de nada en su propia
vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión:
"¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos
los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os
lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo
modo". E invita a reflexionar sobre aquellos hechos para vivir
un mayor compromiso en el camino de la conversión, porque
es precisamente la cerrazón al Señor, el no recorrer el camino
de la conversión, lo que lleva a la muerte, la del alma. En
Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un
cambio a su propia existencia pensando y viviendo según el
Evangelio, corrigiendo algo en nuestra forma de rezar, de
actuar, de trabajar y en las relaciones con los
demás. (Benedicto XVI, 7 de marzo de 2010).
8. Reflexión
San Lucas, el evangelista "historiador", se mete hoy de reportero. Los
hechos que nos narra el Evangelio de este domingo parecen más noticias
de "crónica", y perfectamente podrían haber sido publicadas en la primera
página de todos los diarios del país. Y, si me permite el bueno de Lucas,
incluso hasta adquiere un tono un poco "amarillista". Perdón, Lucas, pero lo
digo con todo respeto y sin ningún afán de ser irreverente.
Hoy se nos cuenta que algunos vecinos anónimos se presentaron a Jesús a
referirle la tragedia "de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los
sacrificios que ofrecían". Nosotros no conocemos detalles de lo sucedido ni
se nos reportan datos cronológicos. Tampoco sé si el historiador judío más
famoso de la época, Flavio Josefo, diga algo al respecto en sus annales. Lo
cierto es que se trataba de un hecho bastante conocido por todos y que tal
vez debió haber ocurrido en fechas cercanas a esa conversación con
nuestro Señor.
Y bien, Jesús toma enseguida la palabra y los interpela directamente –"a
quemarropa", podríamos decir-: "Bueno, y pensáis que esos galileos eran
más pecadores que los demás, porque acabaron así? ¡Pues no!". Y, no
contento con comentar este hecho, trae a colación otro más, también
trágico, y que sus interlocutores no se habían atrevido a mencionar: "Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis
que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? ¡Pues yo
os digo que no!". Aquí nuestro Señor está abordando un tema bastante
candente para su auditorio: el sufrimiento del inocente.
9. En todas las épocas de la historia ésta ha sido una pregunta acuciante que ha
sacudido la conciencia de los hombres. Más de cinco mil años de civilización
-desde que surgieron las "grandes culturas"- y dos mil años de cristianismo no
han sido suficientes para hacer "desaparecer" este problema, que hunde sus
raíces en lo más profundo del espíritu humano y que constituye como una parte
esencial de su misterio. Los espíritus más grandes de todos los tiempos -líderes
religiosos, pensadores, filósofos, genios de la ciencia, talentos artísticos y
literarios- han meditado en la realidad del sufrimiento, y aún hoy continúa siendo
un misterio casi impenetrable.
Nos preguntamos con frecuencia, por ejemplo, por qué tantos seres humanos
inermes e indefensos tienen que ser víctimas inocentes de las guerras y de las
injusticias, de la opresión, del odio y la prepotencia, a veces ciega y brutal, de
otros hombres como ellos. O por qué esas catástrofes naturales –terremotos,
ciclones, volcanes, sequías, inundaciones, epidemias— que, para colmo,
parece como si se abatieran precisamente sobre los más pobres y desprovistos
de toda protección; o las tremendas tragedias ligadas, en cierta medida, a
descuidos humanos más o menos dolosos –accidentes aéreos o ferroviarios, o
de civiles que participan en eventos masivos de carácter social, deportivo,
político o religioso y que terminan víctimas de la violencia, del terrorismo o de
revueltas populares.
También a los contemporáneos de Jesús les impactó aquella tragedia de los
galileos y el accidente de la torre de Siloé. Y se preguntaban el porqué de
aquella desgracia. Los mismos apóstoles, cuando vieron a aquel ciego de
nacimiento, le preguntaron a nuestro Señor: "Maestro, ¿quién pecó: éste o sus
padres, para que naciera ciego?" (Jn 9, 2). A simple vista, la pregunta no era
demasiado inteligente –¿cómo podía pecar si todavía no había nacido?- pero
refleja muy bien la mentalidad y el sentir de su tiempo: el sufrimiento era
siempre la consecuencia del pecado. Y, por tanto, era considerado como un
castigo de Dios que se desencadenaba sobre los malos.
10. Ésta era, por lo demás, la creencia tradicional varios siglos antes de Cristo. El
libro de Job nos retrata perfectamente esta situación. Y Dios, por boca del autor
sagrado, trata de hacer ver que no es el pecado ni la culpa personal la causa del
dolor y de las desgracias del justo. Dios tiene sus caminos, muchas veces
oscuros e incomprensibles, para la pobre mente humana. Y uno de estos
misterios es el sufrimiento.
¿Cuántas veces no hemos pensado así también nosotros, y nos hemos sentido
"castigados" por Dios o tratados injustamente por Él cuando sufrimos? Muchas
veces he escuchado esta frase en labios de algunas personas en la hora de la
prueba: "¿Qué le he hecho yo a Dios para que me castigue de esta manera?".
Juan Pablo II, en su encíclica "Salvifici doloris" afronta de un modo muy
profundo el misterio del sufrimiento. Y trata de ofrecer una posible respuesta, a
nivel humano y teológico, a este desconcertante enigma. Pero, sin dejar de ser
un misterio, éste se ilumina con la luz del Crucificado y se vence con la fuerza
única del verdadero amor.
Pero sigamos adelante con el Evangelio. Nuestro Señor ha negado
rotundamente la idea de que el dolor es un castigo de Dios. Y al final concluye
con esta sentencia: "Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma
manera". Es una llamada directa a nuestra conciencia. Las desgracias ajenas
han de ser para nosotros como una voz de alerta y una invitación a la
conversión interior. Sobre todo en este período de Cuaresma, tiempo de gracia
y de conversión.
Sería muy interesante, a este propósito, detenernos en la segunda parte del
Evangelio de hoy, en la parábola de la higuera. Jesús cuenta esta historia para
ilustrar la idea precedente. Pero se haría muy larga esta meditación. Baste, por
ello, una sola palabra: Dios espera de nosotros frut os de buenas obras, de
caridad y de misericordia. Si no producimos frutos d e auténtica vida cristiana,
seremos cortados y echados al fuego, como la higu era. Una de las finalidades
más importantes del sufrimiento, en la pedagogía di vina, es ayudarnos a dar
frutos de santidad a los ojos de Dios.
11. Propósito
No nos rebelemos, pues, ni desfallezcamos.
Ofrezcamos a nuestro Señor, con paciencia y
amor, nuestros dolores. Él los premiará.
Diálogo con Cristo
Señor, que la higuera de nuestra vida se llene de flores y
de frutos para la vida eterna. Yo estoy plenamente
convencido de ello. Así nos lo enseñaste, Señor, con tu
cruz y resurrección.