1. Fábula para comprender el misterio del dinero
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por Louis Even
1. Salvados del naufragio
Una explosión ha destruido su barco. Cada uno se agarra
a las primeras piezas flotantes que logra alcanzar. Cinco
consiguen reunirse sobre unos restos del naufragio que
quedan a merced de las olas. De los otros compañeros de
viaje, ninguna noticia.
Hace horas, largas horas, que miran al horizonte: ¿algún
barco podría socorrerlos? ¿Encallara su balsa en alguna playa
hospitalaria?
De repente se oye un grito: ¡Tierra! ¡Tierra allá, vean!
¡Justo en la dirección en la cual nos empujan las olas!
Y a medida que se dibuja, en efecto, la línea de una orilla,
las caras se despejan. Ellos son cinco:
Francisco, carpintero grande y vigoroso, es quien primero gritó ¡Tierra!
Pablo, cultivador; es el que ustedes ven arrodillado a la izquierda, una mano al suelo y la otra
agarrada a la estaca de la balsa.
Jaime, especializado en la cría de animales: es el hombre con pantalones rayados quien,
arrodillado al suelo, mira en la dirección indicada.
Enrique, agrónomo y horticultor, algo corpulento, está sentado sobre una maleta salvada del
naufragio.
Tomás, geólogo, es el tipo que está de pie detrás, con una mano sobre la espalda del carpintero.
2. Una isla providencial
Volver a poner los pies sobre una tierra firme, esto es para
nuestros hombres un retorno a la vida.
Una vez secados, recalentados, su primer objetivo es el
de conocer esta isla en la cual han sido arrojados, lejos de la
civilización. A la cual ellos bautizan “La Isla de los Náufragos”.
Una rápida visita de la isla colma sus esperanzas. La isla
no es un árido desierto. Ellos son, por cierto, los únicos
hombres que la habitan actualmente. Pero otros
han debido vivir aquí antes que ellos, a juzgar por
los residuos de rebaños medio salvajes que han
encontrado aquí y allá. Jaime, el ganadero, afirma
que podrá mejorarlos y sacar un buen rendimiento de ellos.
En cuanto al suelo de la isla, Pablo lo encuentra en gran parte adecuado para el
cultivo.
2. Enrique ha descubierto árboles frutales, de los cuales espera poder sacar gran provecho.
Francisco ha notado sobretodo bellas extensiones forestales, ricas en maderas de toda especie:
será un juego cortar árboles y construir casas para la pequeña colonia.
En cuanto a Tomás, el geólogo, lo que le ha interesado, es la parte más rocosa de la isla. Ha
notado allí varios signos indicando un subsuelo rico en minerales. A pesar de la ausencia de
herramientas perfeccionadas, Tomás se cree con bastante iniciativa y astucia para transformar el
mineral en metales útiles.
Así pues cada uno podrá entregarse a sus ocupaciones favoritas, para el bien de todos. Todos
son unánimes para alabar a la Providencia por el desenlace relativamente feliz de una gran tragedia.
3. Las verdaderas riquezas
Ahí tenemos nuestros hombres manos a la obra. Las
casas y los muebles proceden del trabajo del carpintero. Al
inicio, cada uno se contentaba con comida primitiva. Pero
luego los campos producen y el cultivador tiene cosechas.
A medida que las estaciones se suceden, el patrimonio de
la Isla se enriquece. Se enriquece, no de oro o papel grabado,
sino de las verdaderas riquezas, de las cosas que nutren, que
visten, que alojan, que responden a necesidades.
La vida no es siempre tan dulce como ellos lo desearían.
A ellos les faltan muchas cosas a las cuales estaban acostumbrados en la civilización. Pero su suerte
podría ser mucho más triste.
De todas maneras ya han conocido tiempos de crisis en su país. Se acuerdan de las privaciones
padecidas, mientras las tiendas estaban repletas a diez pasos de su puerta. Al menos, en la Isla de los
Náufragos, nadie les condena a ver pudrirse bajo sus ojos cosas de las cuales podrían tener
necesidad. Además, los impuestos son desconocidos. Las quiebras no se temen.
Si el trabajo es a veces duro, por lo menos se tiene el derecho de gozar de los frutos de su
trabajo.
En definitiva, se explota la isla bendiciendo a Dios, esperando que un día se podrá encontrar de
nuevo parientes y amigos, con dos grandes bienes conservados, la vida y la salud.
4. Un gran inconvenient
Nuestros hombres se reúnen frecuentemente para hablar
de sus quehaceres.
En el sistema económico muy simplificado que ellos
practican, una cosa les molesta cada vez más: no tienen
ningún tipo de moneda.
El trueque, el intercambio directo de productos con
productos, tiene sus inconvenientes. Los productos a inter-
cambiar no están siempre frente a frente al mismo tiempo. Por
ejemplo, madera entregada al cultivador en invierno no podrá
ser reembolsada en legumbres antes de seis meses.
A veces se trata además de un artículo grande entregado
en una vez por uno de los hombres, el cual quisiera en intercambio diferentes cosas pequeñas
producidas por los demás, en épocas diferentes.
Todo esto complica los negocios. Si hubiera dinero en circulación, cada uno vendería sus
productos a los demás por dinero. Y con el dinero recibido, él compraría a los demás las cosas que
quisiera, cuando quisiera y a condición que estuvieran allí.
Todos reconocen la gran comodidad que constituiría para ellos un sistema monetario. Pero
3. ninguno de ellos sabe cómo establecer tal sistema. Han aprendido a producir la verdadera riqueza, las
cosas. Pero no saben hacer los signos, el dinero.
Ignoran cómo comienza el dinero, y cómo hacerlo comenzar cuando no existe, cuando de común
acuerdo se decide obtenerlo. También muchos hombres instruidos se verían en un aprieto; todos
nuestros gobiernos se han visto así durante diez años antes de la guerra. Sólo que faltara el dinero al
país, y el gobierno quedaría paralizado ante este problema.
5. Llegada de un refugiado
Una tarde, mientras nuestros hombres, sentados en la
orilla del mar, machacan este problema por centésima vez, ven
de pronto acercarse una barca remada por un solo hombre.
Se apresuran a ayudar al nuevo náufrago. Se le ofrecen
los primeros cuidados y se cambian impresiones. El habla
español. Su nombre es Martín.
Felices de tener un compañero de más, nuestros cinco
hombres le acogen con calor y le hacen visitar la colonia.
— “Aunque perdidos lejos del resto del mundo, le dicen,
no tenemos por qué quejarnos. La tierra produce bien; el bosque también. Una sola cosa nos hace
falta: no tenemos moneda para facilitar los intercambios de nuestros productos.”
— “Bendigan la suerte que me trae aquí, contesta Martín. El dinero no tiene misterios para mí. Yo
soy banquero, y puedo instalarles en poco tiempo un sistema monetario que les dará satisfacción.”
¡Un banquero!... ¡Un banquero!... Un ángel venido derecho del cielo no habría despertado más
reverencia. ¿No se tiene por costumbre, en país civilizado, el inclinarse delante de los banqueros,
quienes controlan las pulsaciones de las finanzas?
6. El dios de la civilización
— “Señor Martín, ya que usted es banquero, usted no
trabajará en la isla. Usted sólo se ocupará de nuestro dinero.”
— “Me encargaré, como todo banquero, de forjar la
prosperidad común.”
— “Señor Martín, se le construirá una casa digna de
usted Mientras tanto, se puede instalar en el edificio que sirve
para nuestras reuniones públicas.”
— “Muy bien, mis amigos. Pero empecemos por
descargar de la barca las cosas que he podido salvar en el
naufragio: una pequeña prensa, papel y accesorios, y sobretodo un pequeño barril que procurarán
tratar con sumo cuidado.”
Se descarga el conjunto. El pequeño barril intriga la curiosidad de nuestros buenos hombres.
— “Este barril, declara Martín, es un tesoro sin igual. ¡Esta lleno de oro!”
¡Lleno de oro! Cinco almas casi se escaparon de cinco cuerpos. ¡Figúrese: el dios de la
civilización entrado en la Isla de los Náufragos. El dios amarillo, siempre oculto, pero potente, terrible,
cuya presencia, ausencia o menores caprichos pueden decidir de la vida de 100 naciones!
— “¡Oro! ¡Señor Martín, verdadero gran banquero! Le saludamos respetuosamente y le
prestamos nuestros juramentos de fidelidad.”
— “Oro para todo un continente, amigos míos. Pero no es el oro que va a circular. Hace falta
esconder el oro: el oro es el alma de todo dinero sano. El alma debe quedar invisible. Les explicaré
todo esto cuando les dé dinero.
4. 7. Un entierro sin testigo
Antes de separarse por la noche, Martín les pone una
última pregunta:
— “¿Cuánto dinero les haría falta en la isla para empezar,
para que los intercambios marchen bien?”
Se miran unos a otros. Se consulta humildemente al
propio Martín. Con las sugestiones del benévolo banquero, se
conviene que 200 dólares cada uno parecen suficientes para
empezar. Cita fijada par el día siguiente a la noche.
Los hombres se retiran, intercambian reflexiones
conmovidas, se acuestan tarde, no pueden dormir hasta la mañana, después de haber soñado oro
largo tiempo con los ojos abiertos.
Martín, él, no pierde tiempo. Olvida su cansancio para no pensar más que en su porvenir de
banquero. Aprovechando la mañanita, cava un hoyo, hace rodar su barril, lo cubre de tierra, lo
disimula bajo matas de hierba cuidadosamente colocadas, transplanta inclusive un pequeño arbusto
para ocultar toda huella.
Después, pone en marcha su pequeña prensa, para imprimir 1000 billetes de 1 dólar. Viendo salir
los billetes, nuevecitos, de su prensa, sueña por dentro:
— “¡Cómo son fáciles de hacer, estos billetes! Sacan su valor de los productos que servirán para
comprar. Sin productos, los billetes no valdrían nada. Mis cinco clientes tontos no piensan en esto.
Creen que es el oro que garantiza el dinero. ¡Los tengo amarrados por su ignorancia!”
Por la noche, los cinco llegan corriendo cerca de Martín.
8. ¿Para quien será el dinero?
Cinco fajos de billetes están ahí, sobre la mesa.
— “Antes de distribuirles este dinero, dice el banquero,
hace falta entenderse.”
“El dinero está basado en el oro. El oro, colocado en la
bóveda de mi banco, me pertenece. En consecuencia, el
dinero es mío... ¡Oh, no estén tristes! Voy a prestarles este
dinero, y ustedes lo emplearán a su antojo. Mientras tanto, les
cargo solamente el interés. Dada la rareza del dinero en la Isla,
ya que no hay de todo, creo ser razonable pidiendo un
pequeño interés de 8 por ciento solamente.”
— “En efecto, Señor Martín, usted. es muy generoso.”
— “Un último punto, amigos míos. Los negocios son los
negocios, inclusive entre los mejores amigos. Antes de cobrar
su dinero, cada uno de ustedes va a firmar este documento: es el compromiso por parte de cada uno
de ustedes de reembolsar capital e intereses, bajo pena de confiscación por mí de sus propiedades.
¡Oh, simple garantía! No tengo ningún interés de quedarme jamás con sus propiedades, me contento
con el dinero. Estoy seguro que conservarán sus bienes y que me devolverán el dinero.”
— “Esto está lleno de buen sentido, Señor Martín. Vamos a redoblar los esfuerzos en el trabajo y
se lo devolveremos todo.”
— “Eso es. Vuelvan a verme cada vez que tengan problemas. El banquero es el mejor amigo de
todo el mundo... Muy bien, aquí tienen para cada uno sus 200 dólares.”
Y nuestros cinco hombres se van encantados, las manos y la cabeza llenos de dinero.
9. Un problema de aritmética
5. El dinero de Martín ha circulado en la Isla. Los
intercambios se han multiplicado a la vez que se han
simplificado. Todo el mundo se regocija y saluda a Martín con
respeto y gratitud.
No obstante, el geólogo está inquieto. Sus productos
están todavía bajo tierra. No tiene más que algunos dólares en
su bolsillo. ¿Cómo reembolsar al banquero en el plazo que se
acerca?
Después de haberse roto la cabeza mucho tiempo ante su
problema individual, Tomás lo trata socialmente:
“Considerando la población entera de la isla, piensa él,
¿somos capaces de cumplir con nuestros compromisos?
Martín ha hecho una suma total de 1000 dólares. Y nos
reclama un total de 1080 dólares.
Inclusive si reuniéramos todo el dinero de la isla para llevárselo, esto haría 1000 y no 1080. Nadie
ha hecho los 80 dólares de más.
Hacemos cosas, no dinero. Martín podrá entonces quedarse con toda la isla, porque todos juntos
no podemos reembolsar capital e intereses.
“Si los que tienen posibilidad devuelven su parte de dinero sin preocuparse de los demás,
algunos van a caer enseguida, y otros van a sobrevivir. Pero les tocará su turno y el banquero se
quedará con todo. Más vale unirse enseguida y tratar este asunto socialmente.”
Tomás no tiene dificultad para convencer a los demás de que Martín les ha engañado. Se ponen
de acuerdo para una cita general en casa del banquero.
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10. Benevolencia del banquero
Martín adivina su estado de ánimo, pero hace buena cara.
El impulsivo Francisco presenta el caso:
— “¿Cómo podemos devolverle 1080 dólares cuando no
hay más de 1000 dólares en toda la isla?”
— “Es el interés, mis buenos amigos. ¿Su producción no
ha aumentado?”
— “Sí, pero el dinero, él, no ha aumentado. Y es
precisamente dinero que usted reclama, y no productos. Sólo
usted puede hacer dinero. Ahora bien, usted no hace más que
1000 dólares y pide 1080 dólares. ¡Es imposible!”
— “Esperen, amigos míos. Los banqueros se adoptan siempre a las condiciones, para el mayor
bien del público... No voy a pedir más que el interés. Nada más que 80 dólares. Seguirán guardando
el capital.”
— “¿Usted perdona nuestra deuda?”
— “Eso sí que no. Lo siento, pero un banquero nunca perdona una deuda. Ustedes me deberán
todavía todo el dinero prestado. Pero ustedes me van a devolver cada año solamente el interés, y no
voy darles prisa para que devuelvan el capital. Algunos de entre ustedes pueden llegar a ser
incapaces de pagar inclusive su interés, porque el dinero va del uno al otro. Pero organícense ustedes
en una nación, y pónganse de acuerdo en un sistema de impuestos. Pagarán más los que tendrán
más dinero, y los otros menos. Con tal de que me traigan todos el total del interés, estaré satisfecho y
su nación se llevará bien.”
6. Nuestros hombres se retiran, medio calmados, medio pensativos.
11. El éxtasis de Martín
Martín está solo. Se concentra y llega a esta conclusión:
“Mi negocio es bueno. Buenos trabajadores, esto
hombres, pero ignorantes. Su ignorancia y su credulidad hacen
mi fuerza. Querían dinero, les puse las cadenas. Me han
cubierto de flores mientras les engañaba.
“¡Oh gran banquero!, siento tu genio apoderarse de mi
ser. Tú lo has dicho bien, oh ilustre maestro: «Que se me
conceda el control de la moneda de una nación y me río de
quien hace sus leyes. » Soy el maestro de la Isla de los
Náufragos, porque controlo su sistema de dinero.
“Yo podría controlar el universo. Lo que estoy haciendo
aquí, yo, Martín, puedo hacerlo en el mundo entero. Si un día
salgo de este islote, sabré cómo gobernar el mundo entero sin
tener ningún cetro.”
Y toda la estructura del sistema bancario se eleva en el espíritu encantado de Martín.
12. Crisis de vida
No obstante, la situación empeora en la Isla de los
Náufragos. Aunque la productividad aumenta, los intercambios
disminuyen. Martín exige regularmente sus intereses. Hay que
pensar en ahorrar dinero para él. El dinero no circula.
Los que pagan más impuestos gritan contra los otros y
aumentan sus precios para lograr compensación. Los más
pobres, los que no pagan impuestos, gritan contra el costo
elevado de la vida y compran menos.
La moral baja, la alegría de vivir se pierde. No se tiene
más corazón para obrar. ¿Para qué? Los productos se venden
mal; y cuando se venden, hay que pagar impuestos a Martín.
Cada uno se priva. Es la crisis. Y cada uno acusa a su vecino
de faltar a la virtud y de ser la causa de la carestía de la vida.
Un día, Enrique, pensando en medio de sus huertos,
concluye que el “progreso” traído por el sistema monetario del banquero lo ha echado todo a perder
en la Isla. Ciertamente, los cinco hombres tienen sus defectos; pero el sistema de Martín alimenta
todo lo que hay de malo en la naturaleza humana.
Enrique decide convencer y ganarse a sus compañeros. Comienza por Jaime. Esto se hace
rápido: “¡Eh!, dice Jaime, yo no soy un erudito; pero hace tiempo que lo siento: ¡el sistema de ese
banquero está más podrido que el estiércol de mi establo en la
última primavera!”
Todos están convencidos, uno tras otro, y se decide una
nueva entrevista con Martín.
13. En casa del forjador de cadenas
Hubo tempestad en casa del banquero:
— “El dinero está escaso en la isla, Señor, porque usted,
nos lo retira. Se le paga, se le paga, y se le debe todavía tanto
como al inicio. Se trabaja, se hacen las tierras más bellas, y
nos encontramos peor que antes de su llegada. ¡Deuda!
7. ¡Deuda! ¡Deuda por encima de la cabeza!”
— “Vamos, amigos míos, razonemos un poco. Si sus tierras son más bellas, es gracias a mí. Un
buen sistema bancario es el activo más bello de un país. Pero para aprovecharlo, hace falta antes que
nada guardar toda confianza en el banquero. Vengan hacia mí como hacia un padre... ¿Ustedes
quieren dinero? Muy bien. Mi barril vale muchas veces mil dólares... Tomen, voy a hipotecar sus
nuevas propiedades y prestarles otra vez 1000 dólares de inmediato.”
— “¿Dos veces más deudas? ¿Dos veces más de interés a pagar cada año, sin nunca terminar?”
— “Sí, pero les iré prestando, a medida que ustedes aumentarán su riqueza territorial; y ustedes
no me devolverán nunca nada más que el interés. Ustedes amontonarán los prestamos; llamarán esto
deuda consolidada. Deuda que podrá aumentar de año en año. Pero su ganancia también. Gracias a
mis préstamos, desarrollarán a su país.”
— “Entonces, ¿cuanto más produzcamos, mas será nuestra deuda total?”
— “Como en todos los países civilizados. La deuda pública es un barómetro de la prosperidad.”
14. El lobo se come a los corderos
— “¿Es esto que usted llama moneda sana, Señor
Martín? una deuda nacional que se vuelve necesaria y que no
se puede pagar, esto no es sano, es malsano.”
— “Señores, toda moneda sana debe ser basada en el
oro y salir del banco en estado de deuda. La deuda nacional
es una buena cosa: ella coloca los gobiernos bajo la sabiduría
encarnada de los banqueros. Como banquero, yo soy una
antorcha de civilización en su isla.”
— “Señor Martín, nosotros somos ignorantes, pero no
queremos aquí esa civilización. No pediremos ningún
préstamo más de usted. Moneda sana o no, no queremos más tratos con usted.”
— “Lo siento por esta decisión malhábil, Señores. Pero si ustedes rompen conmigo, tengo sus
firmas. Reembólsenme inmediatamente todo, capital e intereses.”
— “Pero es imposible, Señor. Incluso si le diéramos todo el dinero de la isla, no quedaríamos sin
deuda.”
— “¿Que puedo hacer en eso? ¿Han firmado? ¿Sí o no? Pues bien, en virtud del reglamento de
los contratos, me apodero de todas sus propiedades empeñadas, tal como quedó convenido entre
nosotros, cuando ustedes estaban tan contentos de tenerme. Ustedes no quieren servir de buena fé al
poder supremo del dinero, pues lo servirán a la fuerza. Continuarán explotando la isla, pero para mí y
bajo mis condiciones. Vamos. Les comunicaré mis órdenes mañana.”
15. El control de los periódicos
Martín sabe que aquel que controla el sistema monetario
de una nación controla también esta nación. Pero él sabe
también que, para mantener este control, hace falta mantener
el pueblo en la ignorancia y distraerlo en otra cosa.
Martín ha notado que, entre los cinco insulares, dos son
conservadores y tres son liberales. Esto se nota en las
conversaciones de los cinco, por la noche, sobretodo desde
que se han vueltos sus esclavos. Hay peleas entre azules y
rojos.
De vez en cuando, Enrique, el menos partidista, sugiere
una fuerza en el pueblo para hacer presión sobre los gobernantes... Fuerza peligrosa para toda
dictadura.
Martín hará todo lo posible por envenenar sus discordias políticas. Valiéndose de su pequeña
8. prensa, publica dos folletos semanales: “El Sol”, para los rojos; “La Estrella”, para los azules.
“El Sol” dice: Si ustedes no son ya los dueños de su país, es a causa de estos azules atrasados,
siempre pegados a los grandes intereses.
“La Estrella” dice: Su deuda nacional es obra de esos malditos rojos, siempre listos para las
aventuras políticas.
Y nuestros dos grupos políticos se pelean cada vez más, olvidando que el verdadero forjador de
cadenas, el controlador del dinero, es Martín.
16. Un resto precioso
Un día, Tomás, el geólogo, descubre, encallada al fondo
de una ensenada, a la extremidad de la isla, y cubierta por
altas hierbas, unos restos de una canoa de salvamento, sin
remos, sin otra huella de servicio que una caja bastante bien
conservada.
Abre la caja: además de ropa y algunos efectos diversos,
su atención se fija sobre un libro-álbum en bastante buen
estado, titulado: Las ediciones de Primer año de San Miguel
(en francés, “Vers Demain").
"! Pero, exclama él, aquí está lo que hubiéramos debido
saber desde hace tiempo:
“El dinero no saca de ninguna manera su valor del oro,
sino de los productos que el dinero compra.
“El dinero puede consistir en una sencilla contabilidad, los créditos pasados de una cuenta a otra
según las compras y las ventas. Además, el total del dinero debe estar en relación con el total de la
producción.
“A todo aumento de producción debe corresponder un aumento equivalente del dinero... Nunca
pagar interés alguno sobre el dinero que nace... El progreso queda representado, no por una deuda
pública, sino por un dividendo igual para cada uno... Los precios quedan ajustados al poder de compra
por un coeficiente de los precios. El Crédito Social...”
Tomás no aguanta más. Se levanta y corre, con su libro, a comunicar su descubrimiento a sus
cuatro compañeros.
17. El dinero, simple contabilidad
Y Tomás, actúa como profesor delante de una pizarra:
“He aquí, dice él, lo que habríamos podido hacer, sin el
banquero, sin oro, sin firmar ninguna deuda.
“Abro una cuenta a nombre de cada uno de ustedes. A la
derecha, el haber, lo que aumenta la cuenta; a la izquierda, el
debe, lo que disminuye la cuenta.
“Cada uno quería 200 dólares. para empezar. De común
acuerdo, decidimos escribir 200 dólares al crédito de cada uno.
Cada uno posee pues enseguida 200 dólares.
“Francisco compra productos de Pablo, por 10 dólares.
Resto 10 dólares de Francisco; le quedan entonces 190
dólares. Añado 10 dólares a Pablo, que tiene entonces 210
dólares.
“Jaime compra a Pablo por valor de 8 dólares. Resto 8 dólares de Jaime, a quien le quedan 192
dólares. Pablo, tiene ahora 218 dólares.
9. “Pablo compra madera de Francisco, por 15 dólares. Resto 15 dólares de Pablo, al cuál le
quedan 203 dólares; añado 15 dólares a Francisco, que tiene ahora 205 dólares.
“Y así sucesivamente; de una cuenta a la otra, exactamente como los billetes de papel van de un
bolsillo al otro.
“Si uno de nosotros tiene necesidad de dinero para aumentar su producción, se le abre el crédito
necesario, sin interés. Él reembolsa el crédito una vez que la producción sea vendida. Lo mismo para
los trabajos públicos.
“Se aumentan también, periódicamente, las cuentas de cada uno con una suma adicional, sin
restar a nadie, en correspondencia con el progreso social. Es el dividendo nacional. El dinero es así
un instrumento de servicio.”
18. Desesperación del banquero
Todos han entendido. La pequeña nación se ha vuelto
creditista. Al día siguiente, el banquero Martín recibe una carta
firmada por los cinco:
“Señor, usted nos ha llenado de deudas y explotado sin
ninguna necesidad. No tenemos más necesidad de usted para
regir nuestro sistema de dinero. Tendremos desde ahora todo
el dinero que nos hace falta, sin oro, sin deuda, sin ladrón.
Establecemos de inmediato en la Isla de los Náufragos el
sistema del Crédito Social. El dividendo nacional reemplazará
la deuda nacional.
“Si usted tiene interés en ser reembolsado, podemos
remitirle todo el dinero que usted ha hecho por nosotros, nada
más. Usted no puede reclamar lo que usted. no ha hecho.”
Martín queda desesperado. Su imperio se derrumba. Los cinco, ahora vueltos creditistas, no hay
más misterio de dinero o de crédito para ellos.
“¿Qué hacer? ¿Pedirles perdón, hacerse como uno de ellos? ¿Yo, banquero, hacer esto?... No.
Voy más bien a tratar de pasar sin ellos, viviendo apartado.”
19. Engaño descubierto
Para protegerse contra toda reclamación futura posible,
nuestros hombres han decidido hacer firmar al banquero un
documento atestando que él posee todavía todo lo que tenía
cuando vino a la isla.
He ahí inventario general: la canoa, la pequeña prensa y...
el famoso barril de oro.
Fue necesario que Martín indique el lugar, y que se
proceda a desenterrar el barril. Nuestros hombres lo sacan del
hoyo con mucho menos respeto esta vez. El Crédito Social les
ha enseñado a despreciar el fetiche oro.
El geólogo, cargando el barril, encuentra que para ser oro
esto no pesa mucho: “Dudo mucho que este barril esté lleno de oro”, dice él.
El impulsivo Francisco no vacila más tiempo. Un golpe de hacha y el barril echa por tierra su
contenido: de oro, ¡ni un gramo! ¡Rocas, nada más que vulgares rocas sin valor!...
Nuestros hombres se quedan aterrados:
— “¡Y pensar que nos ha mistificado hasta tal punto, el miserable! ¡Que bobos hemos sido,
también, para caer en éxtasis delante de la sola palabra ORO!”
— “¡Pensar que hemos empeñado todas nuestras propiedades por pedazos de papel basados
10. sobre cuatro paladas de rocas! ¡Además de ladrón mentiroso!”
— “¡Pensar que nos hemos puesto mala cara y odiado los unos a los otros durante meses y
meses por tal engaño! ¡Qué demonio!”
Apenas Francisco había levantado su hacha que el banquero salía corriendo hacia el bosque.
De la parábola a la realidad
El sistema de dinero-deuda
Louis Even
El sistema de dinero-deuda introducido en la Isla de los Náufragos hacía que la pequeña
Comunidad fuera llenándose de deudas a medida que, merced al trabajo de los hombres, la Isla se iba
desarrollando y enriqueciendo.
¿No es precisamente lo que ocurre en nuestros países civilizados?
Nuestro país en este siglo es sin duda más rico, de verdaderas riquezas, que hace cincuenta o
cien años, o que en los tiempos de primeros colonizadores. Ahora bien, ¡comparemos la deuda
pública, la suma de todas las deudas públicas del País de hoy en día, con lo que era dicha deuda
hace cincuenta o cien años, o hace tres siglos!
Con todo, la misma población del País ha sido la que ha producido el enriquecimiento a lo largo
de los siglos. Pues, ¿por qué razón tenerla endeudada por el resultado de su trabajo?
Consideremos, por ejemplo, el caso de las escuelas, de los acueductos municipales, de los
puentes, de las carreteras y otras construcciones de carácter público. ¿Quién las construye? Gentes
de aquí... ¿Quién proporciona los materiales? Los fabricantes del país. Y ¿por qué pueden dedicarse
a esas obras públicas? Porque también existen gentes que producen alimentos, vestidos, calzado o
facilitan servicios que a su vez pueden utilizar los constructores y los fabricantes de materiales.
Así pues se ve que la población es la que, por sus diversos trabajos, produce todas las riquezas.
Si se importan cosas del extranjero serán el precio de los productos que han sido exportados.
11. De hecho, ¿qué es lo que comprobamos? En todas partes, se aplica impuestos a los ciudadanos
por pagar las escuelas, los sanatorios, los puentes, las carreteras y otras obras públicas. La población
paga pues por lo que ella misma produce..
Pagar más que el precio
Y todo ello no para ahí. La población paga más por lo que ella misma ha producido. Su
producción, un verdadero enriquecimiento, se vuelve para ella una deuda cargada de intereses. Con
los años, la suma de los intereses puede igualar o sobrepasar el total de la deuda impuesta por el
sistema. Hasta puede ocurrir que la población tenga que pagar dos o tres veces el precio de lo que
ella misma ha producido.
Además de las deudas públicas, también existen deudas industriales que obligan al empresario a
subir sus precios más allá del coste de producción para ser capaz de reembolsar capital e intereses y
no hacer quiebra.
Sean deudas públicas o deudas industriales, la población siempre será la que tendrá que
pagarlas en forma de impuestos cuando se trata de deudas públicas o en forma de precios cuando se
trata de deudas industriales. Los precios suben al paso que los impuestos casi dejan vacío el
monedero.
Sistema tiránico
Todo eso y muchas cosas más caracterizan un sistema de dinero, un sistema de finanzas que
manda en vez de servir y que mantiene a la población bajo su dominio — como Martín tenía bajo su
dominio a todos los hombres de la Isla antes de que se sublevasen.
¿Qué es lo que pasa cuando los que controlan el dinero se niegan a prestar o imponen a las
corporaciones públicas o a los empresarios condiciones demasiado difíciles? Las corporaciones
públicas abandonan sus proyectos aunque sean urgentes; los empresarios abandonan sus planes de
desarrollo o de producciones que corresponderían a unas necesidades, lo que provoca el desempleo.
Y para evitar que se mueran de hambre los desempleados, hace falta cargar con un impuesto a
quienes todavía poseen algo o viven de un salario.
¿Puede imaginarse un sistema más tiránico cuyos maleficios se hacen sentir en toda la
población?
Obstáculo a la distribución
Y esto no es todo. Además de llenar de deudas a la producción que financia o de paralizar la que
se niega a financiar, el sistema de dinero es un mal instrumento de distribución de los productos.
Aunque tengamos almacenes y centros comerciales llenos de productos, aunque tengamos todo
lo necesario para producir más aún, la distribución de los productos queda racionada.
En realidad, para tener dichos productos, hace falta pagarlos. Si los productos son abundantes,
abundantes también tendrían que ser los billetes en el billetero. Pero no es así. El sistema pone
siempre más precio en los productos que dinero en los bolsillos de quienes los necesitan.
La capacidad de pago no equivale la capacidad de producción. Las finanzas no van de acuerdo
con la realidad. La realidad son unos productos abundantes y fáciles de hacer. Las finanzas son
dinero racionado y difícil de obtener.
Corregir lo viciado
El actual sistema de dinero es de verdad un sistema punitivo en lugar de ser un sistema servible.
No quiere decir eso que hay que suprimirlo sino corregirlo. Es lo que haría magníficamente la
aplicación de los principios de finanzas conocidos bajo el nombre de Crédito Social. (No se confundan
con el partido político que toma falsamente este nombre)
12. El Crédito Social
El dinero ajustado a la realidad
El dinero de Martín, en la Isla de los Náufragos, ningún valor hubiera tenido si no hubieran tenido
ningún producto allí, en la isla. Aunque su barril hubiera estado de veras lleno de oro, ¿qué es lo que
hubieran podido comprar con este oro en una isla sin productos? Oro, o papel-moneda o cualesquiera
cifras del libro de Martín, nada hubiera podido mantener a nadie sin productos alimenticios. Lo mismo
en cuanto a ropas y todo lo demás.
Pero, en la isla, había productos que procedían de los recursos naturales de la Isla y del trabajo
de la pequeña comunidad. Esa misma riqueza que era lo que daba valor al dinero no era propiedad
personal del banquero Martín sino que pertenecía a los habitantes de la isla.
Martín les tenía endeudados por todo aquello que les pertenecía. Lo entendieron bien en cuanto
conocieron el Crédito social. Entendieron que cualquier dinero, cualquier crédito se basa en el crédito
de la misma sociedad y no en la actuación del banquero; que el dinero debía ser suyo en el momento
cuando empezaba a ser creado, entonces, que debía serles entregado, repartido entre ellos sin
perjuicio, que debía circular a continuación de los unos a los otros según el vaivén de la producción de
los unos y de los otros.
Desde entonces, el problema del dinero se volvió para ellos lo que es esencialmente: una
cuestión de contabilidad.
Lo primero que se exige en una contabilidad es que sea exacta, conforme con lo que expresa.
El dinero debe ser conforme con la producción o la destrucción de riqueza, seguir el movimiento
de la riqueza: producción abundante, dinero abundante; producción fácil, dinero fácil; producción
automática, dinero automático; gratuidad en la producción, gratuidad en el dinero.
El dinero para la producción
El dinero debe estar al servicio de los productores según lo necesitan para movilizar los medios
de producción.
Todo ello es posible puesto que fue una realidad, de la noche a la mañana, en cuanto estalló la
guerra en 1939. De repente acudió el dinero que tanto faltaba por todas partes desde hacía diez años.
Y durante los seis años de guerra, no hubo ningún problema de dinero para financiar toda la
producción posible y necesaria.
El dinero pues puede estar, y debe estar, al servicio de la producción pública o privada con la
misma fidelidad que cuando estuvo al servicio de la producción de guerra. Todo aquello que resulta
físicamente posible para responder a las necesidades legítimas de la población debe volverse posible
financieramente.
Esto sería el fin de las pesadillas de los cuerpos públicos. Y sería el fin del desempleo y de las
privaciones que acarrea mientras queden cosas por hacer para responder a las necesidades públicas
o privadas de la población.
Todos capitalistas — Dividendos para cada uno
El Crédito Social preconiza para todos el reparto periódico de un dividendo. O sea una cantidad
de dinero abonada cada mes a cada persona, cualquiera que sea su oficio, así como el dividendo
abonado al capitalista incluso cuando no trabaja personalmente.
Se conoce que el capitalista que invierte dinero en una empresa tiene derecho a una renta, que
se llama dividendo. Otros son quienes utilizan dicho dinero: se les paga en salarios. Pero el capitalista
saca su renta únicamente de la presencia de su capital en la empresa. Si también trabajase en la
empresa, tendría dos rentas: un salario por su trabajo y un dividendo por su capital.
Ahora bien, el Crédito Social considera que todos los miembros de la empresa son capitalistas.
Todos poseen juntos un capital real que contribuye mucho mas a la producción que el capital invertido
13. o el trabajo de los empleados.
¿Cuál es ese capital común?
Son primero las riquezas del país que no han sido producidas por nadie sino que son un regalo
de Dios para quienes viven en dicho país. También es el conjunto de las invenciones, de los
conocimientos, descubrimientos, de los perfeccionamientos de las técnicas de producción, de todo el
progreso adquirido, acumulado, engrandecido y transmitido de una generación a otra. Es una herencia
común, ganada por las generaciones pasadas y que nuestra generación utiliza y sigue
engrandeciendo para pasarla a la siguiente. No es la propiedad exclusiva de nadie sino un bien común
por excelencia.
Y ahí esta el mayor factor de la producción moderna. Que sólo se suprima la fuerza motriz del
vapor, de la electricidad, del petróleo — invenciones de los tres últimos siglos — y vaya a ver lo que
sería la producción total incluso con mucho más trabajo de todos los efectivos obreros del país y con
mucho más horas.
Sin duda alguna, aún se necesitan productores para dar un rendimiento al capital y por este
rendimiento están recompensados por su salario. Pero el mismo capital debe tener valor de
dividendos para sus propietarios, es decir para todos los ciudadanos ya que todos son igualmente
coherederos de las generaciones pasadas.
Siendo ese capital común el mayor factor de producción moderno, el dividendo debería bastar
para proporcionar a cada hombre por lo menos lo que necesita para mantenerse. Luego, al paso que
la mecanización, la motorización, la automatización desempeñan un papel cada día más importante
en la producción, con cada vez menos trabajo humano, la parte repartida por el dividendo debería
llegar a ser mayor.
He aquí otra manera de enfocar el asunto de la distribución de la riqueza que no es la de hoy en
día. En lugar de dejar vivir a los unos miserablemente y de poner impuestos a los que se ganan la vida
para ayudar a quienes ya no contribuyen a la producción, a cada uno le tocaría una renta básica: el
dividendo. Sería un mejor reparto desde el origen.
También sería al mismo tiempo un medio bien adecuado a las grandes capacidades productivas
modernas para concretizar el derecho de cada ser humano a gozar de los bienes materiales que es un
derecho que cada hombre saca del solo hecho de su existencia, un derecho fundamental e
imprescriptible que el papa Pio XII recordaba en su radio-mensaje del 1 de Junio de 1941:
“Los bienes creados por Dios han sido creados para todos los hombres y deben
estar a la disposición de todos, según las normas de la justicia y de la caridad.
Cualquier hombre como ser humano dotado de razón tiene de hecho dado por la
naturaleza el derecho fundamental a usar de los bienes materiales de la tierra. Tal
derecho no podría suprimirse de ningún modo ni siquiera ser sustituido por otros
derechos verdaderos y reconocidos sobre los bienes materiales.”
Un dividendo para todos y para cada uno: ésta es la formula económica y social más
resplandanciente que se haya propuesto jamás a un mundo cuyo problema ya no es producir sino
repartir lo producido.
Que no sea un partido político
Muchos son los que, en varios países, han visto en el Crédito Social de Douglas lo mejor que se
ha propuesto jamás para servir a la economía de abundancia moderna y para poner los productos al
servicio de todos.
Queda por hacer que se admita esta concepción de la economía para que llegue a ser una
realidad.
Desgraciadamente, en el Mundo, los políticos han estropeado las dos palabras “Crédito Social”,
empleándolas para designar un partido político. Es el mayor perjuicio jamás hecho a la comprensión y
a la expansión de la doctrina de Douglas. Y esto llegó a ser una causa de confusión y de
desconfianza. Muchas personas no quieren oír hablar del crédito social porque ven en él un partido
14. político y han dado ya su aprobación a otro.
Ahora bien, el crédito social, comprendido en toda su autenticidad no es de ningún modo un
partido político. Es precisamente todo lo contrario. El mismo fundador de la escuela creditista, C. H.
Douglas, conocía mejor la propia doctrina que cualquiera, sobre todo mucho mejor que los cabecillas
engreídos que quieren aprovecharse de la idea superficial que tienen de él para abrirse camino en las
esferas políticas. Pues, Douglas ha dicho que había una total incompatibilidad entre Crédito Social y
política electoral. Son dos términos que se excluyen el uno al otro por su índole, sus fines, sus causas,
su inspiración.
Los principios del Crédito Social descansan en una filosofía. Y es esta filosofía la que da la
prioridad a la persona sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre el mismo gobierno. Cualquier
actividad hecha en nombre del auténtico Crédito Social debe ser una actividad al servicio de las
personas.
Es una causa muy distinta la que anima y orienta las actividades de un partido político.
La primera meta de cualquier partido político, que sea antiguo o nuevo, es conquistar o guardar el
poder, llegar a ser o seguir siendo el grupo que gobierne el país. Se trata de la búsqueda del poder
por un grupo.
El Crédito Social, por lo contrario, enseña que el poder debe ser repartido entre todos: el poder
económico, bajo la forma de un dividendo periódico que le permita a cada individuo hacer pedidos
dentro de la producción de su país; el poder político, haciendo, del Estado y de los gobiernos de todos
niveles, cosa de las personas y no, las personas, cosa del Estado.
El gobierno es lo que interesa a los partidos políticos mientras que la persona, el desarrollo de la
persona es lo que interesa al auténtico creditista.
La política de partido lleva a los ciudadanos a la abdicación de su responsabilidad personal,
poniendo el partido toda la importancia sobre la votación, sobre un acto de unos segundos que el
ciudadano cumple escondido detrás de una cortina, después de haberse empapado del guiso electoral
durante cuatro semanas.
El Crédito Social, por lo contrario, enseña a los ciudadanos a hacerse responsables tanto en
política como en lo demás y en todo momento, siendo conciencia y vigilancia de los gobiernos,
gritando la verdad y denunciando las injusticias sin tregua ni descanso en cualquier parte donde se
encuentren.
Cualquier partido político contribuye a dividir al pueblo, luchando los partidos los unos con los
otros en busca del poder. Ahora bien, toda división debilita: un pueblo dividido, debilitado no se hace
servir bien.
La doctrina del Crédito Social, por lo contrario, hace a sus ciudadanos conscientes de sus
aspiraciones fundamentales comunes a todos. Un movimiento creditista auténtico enseña a los
ciudadanos a unirse en las peticiones que todos aprueban, a presionar a los del gobierno, cualquiera
que sea el equipo que esté en el poder. Por eso el periódico “San Miguel” (en francés, “Vers Demain”
— “Hacia el mañana”) — del que se han sacado estas líneas — recomienda en política la presión del
pueblo agrupado fuera de los parlamentos pero presionándolos con el fin de que los hombres elegidos
por el pueblo hagan leyes conformes a la doctrina del Crédito social.
Para hacer prevalecer ideas tan grandes como la concepción creditista de la economía, no se
necesitan políticos ávidos de ufanía ni de dinero sino apóstoles que se entregan a su tarea sin
cálculos sin tener más miras que el triunfo de la verdad y un mundo mejor para todos, apóstoles
despegados de cualquier recompensa aquí en este mundo, haciendo todo lo posible por la causa
abrazada y confiando en Dios por todo lo demás.
El periódico “San Miguel” trabaja para formar tales apóstoles y presenta sus objetivos, sus
actividades y sus realizaciones.
Louis EVEN
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