KILIMA 140 Agosto 2023

140ª edición de la Revista Kilima, con la actualidad de Panda, en Likasi.

Queridos amigos:
Hoy continuo con el capítulo sobre la Sanidad que había comenzado en el
número anterior, pero con este artículo pongo punto final al tema.
Un caso que me dejó lívido y me quitó el sueño durante varias noches me ocurrió
con un viejillo a quien visitaba con frecuencia. Se quejaba de dolores en el pie y ante la
inutilidad de todos los ungüentos y pócimas que le procuraban sus familiares y amigos,
decidieron recurrir a uno de estos “barberos”, que en su tiempo fueron enfermeros y
ahora se hacen llamar “doctor”.
Llegó a la casa y después de un
minucioso examen dictaminó que tenía
gangrena y que había que intervenir
urgentemente. Yo no entiendo de medicina
pero podría ser verdad porque tenía toda la
planta del pie ennegrecida, con un color
mucho más intenso que el resto de la piel y
despedía un olor desagradable. Había que
ingresarle urgentemente en el hospital, pero
la familia se opuso porque aunque me ofrecí
a ayudarles en los gastos, tenía que contar
con una persona que le atendiera mientras
permaneciera ingresado.
El anciano no era familiar directo de
los que le habían acogido en casa y nadie
estaba dispuesto a dejar dos o tres semanas
de trabajar, porque al ser todos jornaleros perdían el derecho a percibir cualquier
retribución. Él no se había casado y no tenía ni mujer ni hijos que le pudieran asistir.
Le preguntaron al enfermero, “doctor”, si no podría hacer algo para mejorar el
estado del anciano y ante la respuesta afirmativa del mismo, vinieron a darme cuenta de
la decisión que habían adoptado.
El enfermero se había jubilado después de haber trabajado en la sala de
operaciones cerca de 30 años, por eso la gente tenía confianza en él. No me comentó lo
que planeaba en su mente, pero llegó para solicitar ayuda para el tratamiento del
anciano: antibióticos, calmantes, gasas, etc. Le compré todo cuanto necesitaba porque
me sentía en la obligación de arrimar el hombro a aquella familia que le había acogido a
aquella persona en su hogar sin ser miembro de la familia y sin querer cobrarle un
céntimo por su estancia en la misma.
Cada vez que me encontraba con el enfermero le preguntaba por el estado de salud
de “mi protegido” y según sus respuestas parecía que todo se desarrollaba
satisfactoriamente. El pobre anciano se merecía todos nuestros respetos y nuestro cariño
al término de su larga y ajetreada vida, porque cada vez que iba a visitarle me contaba
un sinfín de aventuras y conquistas amorosas que constituían su orgullo, aunque en el
momento presente nadie había querido hacerse cargo de su estropeada persona, excepto
la pobre familia que le había proporcionado un techo y le aseguraba el sustento diario y
así iba añadiendo primaveras a sus ya numerosos calendarios que componían su larga
historia de su vida.
Había pasado un tiempo sin encontrarme con el enfermero que me visitaba
regularmente para ponerme al corriente de la situación y pedirme algunas medicinas
más para continuar el tratamiento del enfermo. Una de las personas a las que había
confiado el seguimiento de la enfermedad, porque no me fiaba demasiado del
enfermero, llegó a la parroquia porque necesitaba el certificado de bautismo para uno de
sus hijos que se preparaba para el matrimonio y cuando le pregunté por el estado del
anciano, me respondió que hacía dos días que le habían enterrado.
Me quedé sin palabra. Tal vez esa era la causa por la que no aparecía el enfermero.
Le pregunté qué es lo que había pasado y me relató los acontecimientos de los últimos
días.
Según lo que les comentaba el enfermero y que a mí me lo ocultaba, la gangrena
iba ganando terreno y haciéndole sufrir cada vez más, y ante tal situación, el enfermero
creyó oportuno poner en práctica sus dotes de cirujano, que seguramente las habría
también practicado en otras ocasiones. Determinó que debería amputarle la planta del
pie y como no disponía de una sala de operaciones, la intervención tendría lugar en la
misma chabola en la que se alojaba el anciano.
Le lavó la pierna y la colocó sobre un trapo colocado sobre el suelo. El enfermero
estaba también sentado en el suelo. Colocó la pierna sobre una palangana, le inyectó
unos calmantes junto a la zona afectada y cual carnicero avezado introdujo el bisturí en
las podridas carnes del afectado, a quien le privó de la planta del pie, que envuelto en el
trapo, fue a parar al fondo de la letrina a través de agujero del W.C.
Vendó el muñón como pudo, le suministró más calmantes y se marchó satisfecho
a su domicilio cual experto cirujano después de un día normal de trabajo. Dos días más
tarde, el enfermo emprendió el viaje a la casa del Padre donde iba a encontrar el cariño,
la acogida y la paz, que habían escaseado durante sus últimos años.
Fui a darle el pésame a la familia y a preguntarles si habían denunciado al
“matarife” que tan alegremente manejaba el bisturí, pero mis palabras no fueron bien
recibidas porque el difunto no era de su familia y no les ocasionaba más que gastos,
además, tampoco estaban por poner una
denuncia porque el enfermero había hecho
cuanto estaba en sus manos, ya que ellos no
iban a cuidarle en el hospital, y ponerse a mal
con él podría acarrearles nefastas
consecuencias en el futuro.
¿Cuántas cosas más no pasarán en las
casas de las que nosotros no tenemos noticias?
Yo pienso que muchas, unas veces empleando
la medicación o los métodos de la medicina
europea, y otras, utilizando los brebajes,
encantamientos y tabús de la medicina tradicional con la que también ocurren
situaciones indescriptibles.
Han proliferado los charlatanes, que se hacen llamar curanderos, y como también
esta forma de sanar forma parte de su cultura, hay como una permisividad y trabajan
libremente a pesar del mal que ocasionan con frecuencia a las relaciones familiares o
sociales en el entorno en el que operan.
Se creen o se dicen estar poseídos por unos espíritus o fuerzas superiores que les
permiten adentrarse en el enfermo y les permiten descubrir, al agente o la fuerza del mal
que está ocasionando la enfermedad que le aqueja. Y así descubrirán que el causante de
dicha enfermedad, unas veces será la tía, la madre o la suegra o el niño de la familia
sobre la que cae el odio o la cólera de los demás miembros y muchas veces termina con
la exclusión o el rechazo de ese miembro del ámbito familiar obligándole a refugiarse
en la calle, si se trata de un niño y despreciándoles olímpicamente a vivir la soledad, que
en algunos casos terminan en el suicidio. Y las autoridades, quienes conocen esta forma
de actuar, cierran los ojos a cuanto ocurre en su entorno.
A veces es difícil entenderse con los feligreses, especialmente cuando tratan de
explicar la enfermedad que padecen. Por mucho que intente en hacer como que creo al
igual que ellos en la intervención de los espíritus,
en el mal de ojo, en la veracidad de los sueños,
etc., siempre queda en ellos un recelo por el que
desconfían en mi actitud y procuran contarme lo
que les pasa o les ha pasado, sin entrar en
intimidades, unos, para que no crea que ellos
siguen aferrados todavía a las antiguas tradiciones
y otros, porque piensan que son costumbres
paganas y que el cura va a pensar mal de ellos.
Una mujer, de edad más bien madura pero
con serios problemas en sus relaciones matrimoniales, me contaba que lleva varios días
que ve salir debajo de la cama de su marido, a una serpiente grande, que se acerca a ella
con la boca abierta, dispuesta darle un gran mordisco y que ella se escapa por la ventana
de su habitación porque vive en una planta baja. Otro día se le quemó la comida y su
marido le pegó una paliza y se escapó de casa. Al cabo de un tiempo, iba por la calle, se
cayó y se rompió la pierna.
Toda esa serie de desgracias no ocurren porque, por ejemplo, estaba ocupada en
otras cosas mientras preparaba la comida o se tropezó en la calle mientras iba al
mercado, sino porque hay alguien que la
ha tramado con ella y no la deja en paz,
intentando causarla todo tipo de
desgracias que al final terminaran con su
muerte, o con el divorcio. Necesita ser
purificada de ese embrujo que está
minando su salud y acude al sacerdote
para que le bendiga y la fuerza de la
bendición aniquile el poder del mal que se
había apoderado de ella.
Y es que el mal está ahí, es como el
aire que respiramos, que no le vemos pero
necesitamos de su presencia para poder
vivir y hay gente que, porque goza de unos poderes superiores, o ha acudido a solicitar
la ayuda a un brujo para adquirir unos medios mágicos con los que pudiera actuar en
contra de una persona, que pueden hacer que ese mal que está en el ambiente se
canalice hacia esa persona y sea el causante de una desgracia o incluso la muerte.
No digo que todo el mundo piense de esta manera, pero los hay quienes no
pueden superar la mentalidad tradicional, que está alimentada además por la política del
gobierno, porque facilitan la acción de los hechiceros y curanderos, a los que tratan con
mucho respeto como si fueran los verdaderos causantes de la vida o de la muerte de las
personas, y mucha gente sencilla que se ve angustiada por la falta de medios para salir
de su miseria acude a ellos para buscar una solución mágica que resuelva sus
problemas, ya que siquiera cuentan con unos medios que les permitan frecuentar el
hospital en caso de enfermedad o acudir a la consulta de un médico, porque no disponen
de medios para hacer frente a lo que éstos solicitan por una consulta.
Hay gente que quisiera no creer en estas supercherías, pero las oyen contar y dan
crédito a lo que escuchan. Quisieran no creer en la acción de los hechiceros, pero…¿si
es verdad?. La noticia que os voy a contar apareció hace unos días en un periódico local.
La gente no sabe criticar o analizar lo que lee en los periódicos o lo que ve en la
televisión. Piensa que todo lo que aparece en los medios de comunicación es cierto.
Una chica se dirigía a pie a su poblado por una carretera secundaria y un coche
que venía por detrás se paró a su lado para preguntarle a dónde se dirigía. La chica le
dijo el nombre del poblado y el chófer la invitó a subir al coche porque también él se
dirigía en la misma dirección.
Al cabo de un rato, le dijo que se estaba calentando el agua del motor y que
tendría que pararse un momento para que se enfriara y pudieran seguir el camino. Se
retiró a un lado y se fue transformando en serpiente, que comenzó a tragarse a la
chavala.
En aquel momento pasó un motorista y al ver lo que estaba sucediendo, aceleró y
fue alertando por los poblados que pasaba, gritando que había un coche parado en la
carretera en el que había una serpiente que se estaba comiendo a una persona y que
corrieran a socorrerla. Así lo hicieron.
Salieron cantidad de jóvenes y mayores
armados de estacas, hachas, maquetes
dispuestos a matar la serpiente para liberar
a la chavala.
Al cabo de un rato, llegaron al lugar
indicado y comenzaron a aporrear el
coche, atacar a la “serpiente”, liberar de
sus fauces a la chavala a quien luego la
llevaron al hospital porque parecía como
asfixiada y del coche quedó un amasijo de
hierros junto al cadáver del chofer a quien
abandonaron en el mismo lugar de los
hechos.
Al leer esto, os podéis reír o considerarlo como un cuento para niños, pero os voy
a contar lo que vi yo mismo en el hospital un día que fui a visitar a los enfermos.
Trajeron al hospital a un enfermo de quien me dijeron, de forma secreta, que se
trataba de una boa, que durante el día aparecía normal como todos los demás del
poblado y por la noche se trasformaba en serpiente y vivía de lo que cazaba en los
corrales de los vecinos: gallinas, conejos, cabras, etc. Pero una noche, mientras andaba
de cacería, el amo de aquel corral le hirió con una lanza y aunque pudo escaparse entre
la espesura, su vida corría peligro.
El enfermo sentía unos dolores muy agudos en el pecho. ¿La lanzada?. Lo cierto
es que los del pueblo descubrieron a la serpiente muerta al cabo de unos días y el
enfermo moría también en el hospital sin que hubieran podido curarle de sus dolores.
En el poblado estaban seguros de que lo que le ocurriera a la serpiente le ocurriría
también a la persona, que por procedimientos mágicos se transformaba en serpiente
cada noche.
Yo no creo en tantas coincidencias, pero respeto sus puntos de vista.
Un abrazo.
Xabier

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  • 2. Le preguntaron al enfermero, “doctor”, si no podría hacer algo para mejorar el estado del anciano y ante la respuesta afirmativa del mismo, vinieron a darme cuenta de la decisión que habían adoptado. El enfermero se había jubilado después de haber trabajado en la sala de operaciones cerca de 30 años, por eso la gente tenía confianza en él. No me comentó lo que planeaba en su mente, pero llegó para solicitar ayuda para el tratamiento del anciano: antibióticos, calmantes, gasas, etc. Le compré todo cuanto necesitaba porque me sentía en la obligación de arrimar el hombro a aquella familia que le había acogido a aquella persona en su hogar sin ser miembro de la familia y sin querer cobrarle un céntimo por su estancia en la misma. Cada vez que me encontraba con el enfermero le preguntaba por el estado de salud de “mi protegido” y según sus respuestas parecía que todo se desarrollaba satisfactoriamente. El pobre anciano se merecía todos nuestros respetos y nuestro cariño al término de su larga y ajetreada vida, porque cada vez que iba a visitarle me contaba un sinfín de aventuras y conquistas amorosas que constituían su orgullo, aunque en el momento presente nadie había querido hacerse cargo de su estropeada persona, excepto la pobre familia que le había proporcionado un techo y le aseguraba el sustento diario y así iba añadiendo primaveras a sus ya numerosos calendarios que componían su larga historia de su vida. Había pasado un tiempo sin encontrarme con el enfermero que me visitaba regularmente para ponerme al corriente de la situación y pedirme algunas medicinas más para continuar el tratamiento del enfermo. Una de las personas a las que había confiado el seguimiento de la enfermedad, porque no me fiaba demasiado del enfermero, llegó a la parroquia porque necesitaba el certificado de bautismo para uno de sus hijos que se preparaba para el matrimonio y cuando le pregunté por el estado del anciano, me respondió que hacía dos días que le habían enterrado. Me quedé sin palabra. Tal vez esa era la causa por la que no aparecía el enfermero. Le pregunté qué es lo que había pasado y me relató los acontecimientos de los últimos días. Según lo que les comentaba el enfermero y que a mí me lo ocultaba, la gangrena iba ganando terreno y haciéndole sufrir cada vez más, y ante tal situación, el enfermero creyó oportuno poner en práctica sus dotes de cirujano, que seguramente las habría también practicado en otras ocasiones. Determinó que debería amputarle la planta del pie y como no disponía de una sala de operaciones, la intervención tendría lugar en la misma chabola en la que se alojaba el anciano. Le lavó la pierna y la colocó sobre un trapo colocado sobre el suelo. El enfermero estaba también sentado en el suelo. Colocó la pierna sobre una palangana, le inyectó unos calmantes junto a la zona afectada y cual carnicero avezado introdujo el bisturí en las podridas carnes del afectado, a quien le privó de la planta del pie, que envuelto en el trapo, fue a parar al fondo de la letrina a través de agujero del W.C. Vendó el muñón como pudo, le suministró más calmantes y se marchó satisfecho a su domicilio cual experto cirujano después de un día normal de trabajo. Dos días más
  • 3. tarde, el enfermo emprendió el viaje a la casa del Padre donde iba a encontrar el cariño, la acogida y la paz, que habían escaseado durante sus últimos años. Fui a darle el pésame a la familia y a preguntarles si habían denunciado al “matarife” que tan alegremente manejaba el bisturí, pero mis palabras no fueron bien recibidas porque el difunto no era de su familia y no les ocasionaba más que gastos, además, tampoco estaban por poner una denuncia porque el enfermero había hecho cuanto estaba en sus manos, ya que ellos no iban a cuidarle en el hospital, y ponerse a mal con él podría acarrearles nefastas consecuencias en el futuro. ¿Cuántas cosas más no pasarán en las casas de las que nosotros no tenemos noticias? Yo pienso que muchas, unas veces empleando la medicación o los métodos de la medicina europea, y otras, utilizando los brebajes, encantamientos y tabús de la medicina tradicional con la que también ocurren situaciones indescriptibles. Han proliferado los charlatanes, que se hacen llamar curanderos, y como también esta forma de sanar forma parte de su cultura, hay como una permisividad y trabajan libremente a pesar del mal que ocasionan con frecuencia a las relaciones familiares o sociales en el entorno en el que operan. Se creen o se dicen estar poseídos por unos espíritus o fuerzas superiores que les permiten adentrarse en el enfermo y les permiten descubrir, al agente o la fuerza del mal que está ocasionando la enfermedad que le aqueja. Y así descubrirán que el causante de dicha enfermedad, unas veces será la tía, la madre o la suegra o el niño de la familia sobre la que cae el odio o la cólera de los demás miembros y muchas veces termina con la exclusión o el rechazo de ese miembro del ámbito familiar obligándole a refugiarse en la calle, si se trata de un niño y despreciándoles olímpicamente a vivir la soledad, que en algunos casos terminan en el suicidio. Y las autoridades, quienes conocen esta forma de actuar, cierran los ojos a cuanto ocurre en su entorno. A veces es difícil entenderse con los feligreses, especialmente cuando tratan de explicar la enfermedad que padecen. Por mucho que intente en hacer como que creo al igual que ellos en la intervención de los espíritus, en el mal de ojo, en la veracidad de los sueños, etc., siempre queda en ellos un recelo por el que desconfían en mi actitud y procuran contarme lo que les pasa o les ha pasado, sin entrar en intimidades, unos, para que no crea que ellos siguen aferrados todavía a las antiguas tradiciones y otros, porque piensan que son costumbres paganas y que el cura va a pensar mal de ellos. Una mujer, de edad más bien madura pero con serios problemas en sus relaciones matrimoniales, me contaba que lleva varios días
  • 4. que ve salir debajo de la cama de su marido, a una serpiente grande, que se acerca a ella con la boca abierta, dispuesta darle un gran mordisco y que ella se escapa por la ventana de su habitación porque vive en una planta baja. Otro día se le quemó la comida y su marido le pegó una paliza y se escapó de casa. Al cabo de un tiempo, iba por la calle, se cayó y se rompió la pierna. Toda esa serie de desgracias no ocurren porque, por ejemplo, estaba ocupada en otras cosas mientras preparaba la comida o se tropezó en la calle mientras iba al mercado, sino porque hay alguien que la ha tramado con ella y no la deja en paz, intentando causarla todo tipo de desgracias que al final terminaran con su muerte, o con el divorcio. Necesita ser purificada de ese embrujo que está minando su salud y acude al sacerdote para que le bendiga y la fuerza de la bendición aniquile el poder del mal que se había apoderado de ella. Y es que el mal está ahí, es como el aire que respiramos, que no le vemos pero necesitamos de su presencia para poder vivir y hay gente que, porque goza de unos poderes superiores, o ha acudido a solicitar la ayuda a un brujo para adquirir unos medios mágicos con los que pudiera actuar en contra de una persona, que pueden hacer que ese mal que está en el ambiente se canalice hacia esa persona y sea el causante de una desgracia o incluso la muerte. No digo que todo el mundo piense de esta manera, pero los hay quienes no pueden superar la mentalidad tradicional, que está alimentada además por la política del gobierno, porque facilitan la acción de los hechiceros y curanderos, a los que tratan con mucho respeto como si fueran los verdaderos causantes de la vida o de la muerte de las personas, y mucha gente sencilla que se ve angustiada por la falta de medios para salir de su miseria acude a ellos para buscar una solución mágica que resuelva sus problemas, ya que siquiera cuentan con unos medios que les permitan frecuentar el hospital en caso de enfermedad o acudir a la consulta de un médico, porque no disponen de medios para hacer frente a lo que éstos solicitan por una consulta. Hay gente que quisiera no creer en estas supercherías, pero las oyen contar y dan crédito a lo que escuchan. Quisieran no creer en la acción de los hechiceros, pero…¿si es verdad?. La noticia que os voy a contar apareció hace unos días en un periódico local. La gente no sabe criticar o analizar lo que lee en los periódicos o lo que ve en la televisión. Piensa que todo lo que aparece en los medios de comunicación es cierto. Una chica se dirigía a pie a su poblado por una carretera secundaria y un coche que venía por detrás se paró a su lado para preguntarle a dónde se dirigía. La chica le dijo el nombre del poblado y el chófer la invitó a subir al coche porque también él se dirigía en la misma dirección. Al cabo de un rato, le dijo que se estaba calentando el agua del motor y que tendría que pararse un momento para que se enfriara y pudieran seguir el camino. Se
  • 5. retiró a un lado y se fue transformando en serpiente, que comenzó a tragarse a la chavala. En aquel momento pasó un motorista y al ver lo que estaba sucediendo, aceleró y fue alertando por los poblados que pasaba, gritando que había un coche parado en la carretera en el que había una serpiente que se estaba comiendo a una persona y que corrieran a socorrerla. Así lo hicieron. Salieron cantidad de jóvenes y mayores armados de estacas, hachas, maquetes dispuestos a matar la serpiente para liberar a la chavala. Al cabo de un rato, llegaron al lugar indicado y comenzaron a aporrear el coche, atacar a la “serpiente”, liberar de sus fauces a la chavala a quien luego la llevaron al hospital porque parecía como asfixiada y del coche quedó un amasijo de hierros junto al cadáver del chofer a quien abandonaron en el mismo lugar de los hechos. Al leer esto, os podéis reír o considerarlo como un cuento para niños, pero os voy a contar lo que vi yo mismo en el hospital un día que fui a visitar a los enfermos. Trajeron al hospital a un enfermo de quien me dijeron, de forma secreta, que se trataba de una boa, que durante el día aparecía normal como todos los demás del poblado y por la noche se trasformaba en serpiente y vivía de lo que cazaba en los corrales de los vecinos: gallinas, conejos, cabras, etc. Pero una noche, mientras andaba de cacería, el amo de aquel corral le hirió con una lanza y aunque pudo escaparse entre la espesura, su vida corría peligro. El enfermo sentía unos dolores muy agudos en el pecho. ¿La lanzada?. Lo cierto es que los del pueblo descubrieron a la serpiente muerta al cabo de unos días y el enfermo moría también en el hospital sin que hubieran podido curarle de sus dolores.
  • 6. En el poblado estaban seguros de que lo que le ocurriera a la serpiente le ocurriría también a la persona, que por procedimientos mágicos se transformaba en serpiente cada noche. Yo no creo en tantas coincidencias, pero respeto sus puntos de vista. Un abrazo. Xabier