Comparto con ustedes un escrito personal sobre una muy dolorosa y triste situación que me (nos) tocó vivir durante los últimos días de vida de mi madre.
Los lamentables 32 días de estadía de mi madre en la Residencia para Adultos Mayores “San Antonio”
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Los lamentables 32 días de estadía de mi madre en la
Residencia para Adultos Mayores “San Antonio”
No hay nada más determinante en la vida que la muerte de un ser amado,
en este caso la de mi madre. Tenía 81 años, con los problemas propios de esa edad,
pero en pocos meses su deterioro fue progresivo, aunque desde el 26 de
septiembre hasta el 14 de octubre su estado se agravó de forma brutalmente
desgarradora.
Luego de una internación en el Sanatorio Ramos Mejía (donde le dieron de
alta sin diagnóstico), el 11 de septiembre confiamos su cuidado para su
rehabilitación a una residencia privada para adultos mayores: el Hogar “San
Antonio” sito en calle Colón 1307 de la Ciudad de San Luis. En dicho lugar el 26 de
septiembre contrajo bronquitis (muchas/os residentes y cuidadoras también
sufrieron afecciones similares antes y luego de mi madre). Desde ese momento se
desmejoró en forma abrumadora y en constante progresión, comenzó con grandes
dificultades para alimentarse, se limitó aún más su capacidad de movilidad, ni su
cabeza podía sostener en alto. El 29 de septiembre los resultados de unos análisis
nos anunciaron la peor de todas las noticias, su cuerpo había sido invadido por un
usurpador de vidas: un cáncer digestivo, que se sumó a su insuficiencia renal, a una
insuficiencia cardíaca –que desconocíamos- y a su demencia senil (la cual estaba
perfectamente controlada desde hacía años).
Ella usaba audífonos desde larga data, los había comprado con sus ahorros
de toda la vida, vida que consagró a las tareas de cuidado de su familia y hogar, y a
algún que otro trabajo precarizado, como la gran mayoría de las mujeres que
trabajan toda su vida sin recibir paga alguna, pero que sin ese trabajo de “ama de
casa” el mundo capitalista dejaría de producir a costa de ellas (nosotras). En esa
última semana fatídica de septiembre el audífono izquierdo se “rompió”
extrañamente y en la noche del 4 de octubre el audífono derecho se “perdió”
porque las cuidadoras olvidaron sacárselo para dormir. Eran audífonos digitales de
alta gama de origen estadounidense, valuados en $57.800 ambos ($28.900 cada
uno). Una de las responsables del lugar dijo que se haría cargo de restituirlo, algo
que nunca hicieron ni harán. El perjuicio económico es inexistente frente al
perjuicio que le generaron al privarla los últimos días de su vida de poder
comunicarse con su familia, médicas/os, enfermeras, fonoaudiólogas, kinesiólogas,
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sacerdotes, amigas que la visitaban, cuidadoras: ni siquiera podía oír su propia voz
como me lo manifestó con profundo dolor.
Le entregué en mano a una de las responsables del hogar el presupuesto
para reponer el audífono del oído derecho extraviado, y le solicité que se
comunicaran con la única profesional que los hace en San Luis, para que fuera a
tomarle el molde y así encargarlo a la fábrica, cuya confección tenía una demora de
10 a 15 días. También le solicité una nota por escrito en la que constara que se
harían cargo de pagar el audífono, nota que se negaron a entregarme
argumentando, otro de los responsables del lugar, que su palabra valía. Me dijo
que fuera yo y encargar el audífono y que cuando estuviera él iba a retirarlo con los
$28.900 (dinero que descontaron del sueldo NO REGISTRADO de las cuidadoras a
quienes les pagan $5.000 al mes y trabajan 8 horas diarias, según nos comentaron
estas mujeres rehenes de la necesidad y precarización laboral), algo a lo que me
negué puesto que no tenía ninguna garantía de lo que me decía. Como los hechos
lo demostraron la palabra de ese señor NO VALE NADA, porque nunca cumplió. Mi
madre se moría y el tiempo corría más deprisa que nunca, y las/os responsables de
la Residencia para Adultos Mayores “San Antonio” lo sabían perfectamente, por lo
que especularon inescrupulosamente para que eso sucediera y entonces ya no
tendría sentido reclamar por un audífono extraviado, como nos lo dijo el 14 de
octubre –día en que murió mi mamá- el abogado del lugar “¿y para qué te sirve el
audífono ahora?”. Brutal comentario propio de la más absoluta deshumanización y
desconsideración hacia quien se acababa de morir y hacia quienes acababan de
perder para siempre a su madre.
El sábado 8 de octubre la enfermera de un módulo de atención domiciliaria
que nos proporcionaba el PAMI nos informa que mi mamá estaba desnutrida y al
borde de la deshidratación. Necesitaba de una atención personalizada para poder
alimentarse ya sea con alimentos sólidos o líquidos, algo que era muy dudoso que
se diera en ese lugar donde tenían 17 residentes (muchas/os de ellas/os en estado
muy delicado) y sólo dos cuidadoras por turno. En ese estado de desnutrición le
administraban en forma diaria un purgante sin mediar prescripción médica alguna.
Su médico de cabecera y una médica del módulo la vieron ese sábado e indicaron
la ingesta de seis medidas de un suplemento alimenticio, algo que nunca registró la
cuidadora a quién se le informó de ello, por lo que miércoles 12 de octubre me
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entero, a través de otra cuidadora, que jamás se cumplió con esa indicación médica
por desconocerla.
Pero eso no es todo, en dicho lugar fueron NEGLIGENTES a la hora de
suministrar los medicamentos que imperiosamente requería a diario mi madre. El
lunes 10 de octubre cuando llego a verla (sus familiares íbamos todos los días
incluso mañana y tarde desde el primer día en que desafortunadamente la dejamos
en ese sitio) ella estaba desesperada porque no le habían dado sus medicamentos
psiquiátricos. Les recuerdo que se encontraba en estado crítico por su cáncer
digestivo y por la bronquitis que había contraído en la residencia, pero además una
medicación psiquiátrica no se puede suspender de un momento para el otro.
Constaté con mis propios ojos que en el pastillero asignado a ella faltaban los
medicamentos de la noche, los cuales aparentemente tampoco se los habían dado
la noche anterior, por ello la llamé a la señora encargada –supuesta enfermera- de
preparar los medicamentos para todas y todos las y los residentes del lugar, como
me dijo una cuidadora que hiciera, al hablar con ella esta quedó comprometida en
pasar a la noche por la residencia y subsanar el inconveniente, a las 22:00 (hora en
que se le debían suministras dichos medicamentos a mi madre), obviamente esta
señora NO había ido por lo que tuvimos que llevarlos nosotros para que pudiera
dormir esa noche. Este hecho sumado a la desnutrición, deshidratación, rotura y
pérdida de sus audífonos me generó grandes incertidumbres y acrecentaron mis
dudas sobre el cuidado que recibía allí.
El jueves 13 de octubre mi madre es internada en gravísimo estado en el
Sanatorio Ramos Mejía, el médico que hace la admisión nos dice que hay que
suspender toda la medicación menos la psiquiátrica por lo que mi hermana va a la
Residencia “San Antonio” a solicitar los remedios, que NO me fueron entregados a
mí al momento de trasladarla en ambulancia y que les solicitara oportunamente.
Cuando mi hermana regresa con toda la medicación, en un recipiente estaban los
blíster y también seis pastilleros con los medicamentos separados para esa
cantidad de días y discriminados en cuatro compartimentos según el horario de
toma. Cuando abro uno de ellos para sacar los remedios psiquiátricos de la noche
me encuentro con el doble de dosis de uno de los medicamentos que debía tomar,
lo mismo advertí en el compartimiento del mediodía. Al revisar el resto de los
pastilleros preparados, descubrimos con sorpresa y horror que en todos sucedía lo
mismo. Es decir, que le suministraban el doble de ansiolíticos de los que tenía
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indicados. En los últimos 15 días en la Residencia para Adultos Mayores “San
Antonio” mi madre había perdido más de 10 kilos y se le suministraba una dosis
doble de medicamentos psiquiátricos que ella NO tenía indicados, pero que
además su cuerpo NO podía tolerar por su bajo peso.
No me cabe la menor duda que las/os responsables de la Residencia para
Adultos Mayores “San Antonio” fueron NEGLIGENTES con mi madre y FALTARON A
SU PALABRA, lo que nunca sabré es si esa negligencia en el suministro de la
medicación (que para mí reviste un grado de gravedad absoluta) fue voluntaria o
involuntaria, de lo que SÍ ESTOY SEGURA ES DE QUE ESA NEGLIGENCIA JUNTO A
TODAS LAS OTRAS QUE CONOZCO, MÁS TODAS AQUELLAS QUE SEGURAMENTE
NUNCA SABRÉ, convirtieron sus últimos 32 días en los más tristes y lamentables de
toda su existencia.
Sandra G. C. Cabrera