"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
La leyenda de los Chinchilicos y el origen de los olivos en Los Palos
1. LOS CHINCHILICOS
Cuentan que hace mucho tiempo, en nuestra bella comunidad de Los Palos
existían pequeñas casitas del tamaño de un televisor. El material del que
estaban hechos era de ramas caídas y ofrecidas por los sauces, imponentes y
dueños de la zona. En esas casitas habitaban personitas con el nombre de
Chinchilicos, estos cultivaban árboles pequeñísimos que daban frutos negros y
sabrosos con un corazón duro, parecido a un garbanzo, su nombre era
“astunas”.
Los Chinchilicos las comían siempre porque cuando las reposaban con la
sal del mar eran deliciosas; y, más, si las combinaban con un poco de papa,
maíz tostado y queso. Los Chinchilicos celebraban fiestas y realizaban pagos a
la Pachamama y le ofrecían las “astunas” con la savia de los árboles, un
manjar delicioso que mantenía a la localidad a salvo de los desastres la
naturaleza.
Así transcurrieron los años, en la comunidad de los Chinchilicos se
respiraba una apacible tranquilidad, las familias cuidaban de sus tesoros más
que de los árboles de “astunas” y poco a poco dejaron de importarles,
dejándolos crecer por sí solos. Y así se multiplicaron rápidamente traspasando
las fronteras del lugar. Uno de ellos, imponente frente a los demás, se
tambaleaba al son del viento, los Chinchilicos no se dieron cuenta que este
árbol había aumentado de tamaño de manera peligrosa a través de los años.
Una tarde, cuando los Chinchilicos dormían su siesta fueron sorprendidos
por, un sonido horrible y aterrador, asustados veían cómo el enorme árbol de
“astunas” caía encima de ellos. Corrieron unos tras otros tratando de escapar,
las raíces que eran profundas levantaban todas las casas y a los otros árboles
de “astunas”. La comunidad quedó destruida. Hubo muertes. No quedó nada.
Todos los sobrevivientes se preguntaban qué había ocurrido. En ese instante
apareció una bella señora vestida con túnicas verdes, piel morena, grandes
ojos, y cabello oscuro como la “astuna”. Era Pachamama.
2. Chinchilicos, descuidaron el regalo que les di dijo la Madre Tierra. Ahora
deberán dejar esta zona. Y desapareció.
Los pobres Chinchilicos obedecieron y se fueron a las cuevas
subterráneas del norte, detrás de los pozos de agua, dejando atrás su hogar y
sus recuerdos. Lo que ellos no sabían era que un brote de “astuna” se había
salvado y permaneció así, oculta, por varios cientos de años.
Nuevas presencias surgieron en la costa, seres grandes, con voces
fuertes, trabajadores, respetuosos de la tierra. Eran los hombres. Descubrieron
el arbolito de la “astuna”, lo tocaron y, de repente, creció, fue algo mágico lo
que vieron. Los frutos empezaron a caer en la tierra y en cada parcela brotaron
varios. Lejos de ahí los Chinchilicos sintieron el aroma de las “astunas”.
El hombre sorprendido no entendía lo que ocurría. Probó el fruto y le
pareció amargo. Cuando se disponía a arrojarlo un Chinchilico apareció.
Parado sobre una piedra gritó al hombre para que no se asustara por su
presencia ni tampoco lo pisara. El hombre no entendía lo que sus ojos le
mostraban. Solo atinó a preguntar:
¿Qué eres? dijo sorprendido.
Soy un Chinchilico, no me tengas miedo, vine a ayudarte contestó.
El hombre oyó, atento, todo lo que el Chinchilico le narró desde aquellos
tiempos que vivieron felices en armonía con la tierra hasta el gran desastre. Al
hombre le dio pena la tragedia de este pequeño ser, le ofreció un pedazo de
su pañuelo. La vida tampoco fue fácil para el hombre.
El Chinchilico ofreció al hombre enseñarle cómo hacer comestible a la
“astuna”. Acordaron reunirse después de dos horas. El Chinchilico prometió
traer a su comunidad para la cosecha y procesamiento de las “astunas”. Por
otro lado, el hombre se comprometió en traer todos materiales para el
tratamiento de este fruto.
3. Llegó el momento, los Chinchilicos lloraron al ver a todos esos árboles
que un día disfrutaron. Cuando llegó el hombre, asustados huyeron a
esconderse detrás de las piedras, solo el Chinchilico quien hizo un trato con el
hombre no se movió, luego llamó a sus hermanos para presentarles a este ser
gigante.
Después de conversar, los Chinchilicos empezaron con la faena.
Cantaron, silbaron y jugaron en torno de las “astunas”. El hombre también imitó
el comportamiento de estos pequeñitos.
Cerca al anochecer, quedó solo una “astuna”, un Chinchilico llamó al
hombre y le ofreció ser quien corte la última. En ese momento, al hombre se le
vino a la cabeza una idea. Esta consistía en cambiar el nombre del fruto, de
“astuna” pasaría a llamarse “aceituna”. A los Chinchilicos les pareció una
decisión precipitada pero aceptaron. Recomendaron al hombre que cuide,
proteja y conserve estos árboles que son dones de la Pachamama, que los
respete y haga buen uso de ellos. Que no ambicione de más y que retribuya lo
ganado a la naturaleza.
En ese preciso instante, Pachamama hizo su aparición, iluminada por la
luna. Perdonó a los Chinchilicos, a quienes permitió regresar a estas tierras y
disfrutar de las aceitunas. Dejó como única condición, el de ayudar a aquellos
hombres que valoraran sinceramente estos frutos y que harían su aparición
solo frente a ellos.
Así el hombre cultivó el olivo ayudado por estas personitas, los
Chinchilicos, y pobló la zona de Los Palos con este rico alimento; y en cada
oportunidad da ofrendas a la Madre Tierra.
El resto de la historia ya se la imaginan todos, Los Palos es la zona
donde produce más el olivo y no falta en la mesa su sabrosa aceituna. Gracias
a la Pachamama y a los Chinchilicos disfrutamos de este maravilloso fruto.
Nicolás