Tuberculosis y Sarcoidosis. Enfermedades que al diagnóstico pueden darnos fal...
Salud distintiva: una decision de vida abundante
1. SALUD DISTINTIVA: UNA DECISION DE VIDA ABUNDANTE
Por: Nilser Richard
Desde niño vi a mi padre ayudar a muchas personas enfermas usando los recursos naturales; las
plantas medicinales, la alimentación, el agua, etc. Al llegar a la universidad en marzo de 1984, en
el curso Educación para la salud, aprendí el uso de los medios naturales para combatir las
enfermedades comunes. Las enseñanzas que recibí en aquel entonces armonizaban perfectamente
con lo que había aprendido en casa durante años. Para aprobar el curso, tenía que investigar un
tema; yo elegí “el consumo de la carne y sus efectos en la salud.” Después de revisar información
al respecto, escribí un trabajo sobre el tema que marcó el rumbo de mi vida.
Sin embargo, tres años después caí enfermo con una tos horrible. En algún momento, pensé que
no me sanaría porque tosía casi incesante de día y de noche. Una madrugada, mi padre se acercó
a la ventana de mi habitación para observarme, y en seguida me dijo con inusual convicción que
él podía ayudarme si le permitía. “Mira hijo” dijo mi padre, “ya te he dado dinero para que vayas
a los médicos, ya has tomado pastillas, jarabes y antibióticos, ¿cuáles son los resultados? ¿Qué
estás esperando?” No pude contestarle nada. “Así que ahora déjame ayudarte.” Añadió “vas a
hacer lo que yo te digo.”
Apenas amaneció, decidido me tocó la puerta y me ordenó: “Levántate y vete rápido a sentarte en
el agua”. “¿Sentarme en agua fría yo?” contesté. “Sí”, respondió firme “¡Siéntate en el agua que
te he dejado en la ducha, ahora!”. En primera instancia, pensé que mi padre se había vuelto loco
porque yo estaba agripado, y pedía que me sumerja en agua fría. Pero no tuve opción, me vi
obligado a obedecerle, era mi última carta que me jugaba a fin de recuperar mi salud. Entonces,
entré en la tina de agua, mientras mi padre controlaba el tiempo y me avisaba. Después de un lapso,
me dijo “ya te quedan solo 2 minutos.” ¡Que alivio! dije entre mí.
Efectivamente, después de 20 minutos me llamó: “¡Ya puedes salir!”. Terminada la sesión con el
agua, me ordenó tomar un desabrido extracto de plantas que ya lo tenía preparado. Jamás olvidaré
aquella mañana, porque 40 minutos después de tomar ese remedio, me dejó la tos y me dejaron
otros malestares que ya padecía a los 18 años. Y muy bien, ahí comencé a entender porque la gente
buscaba a mi padre como lo hacía, y lo esperaban horas tras horas en la sala de mi casa para hablar
con él, en tanto yo lo desconsideraba, y hasta me burlaba de él.
Con frecuencia él sabía compartir esta enseñanza: “el secreto de la salud está en tu sangre, limpia
tu sangre y quedarás sano”. Esa lección se impregnó en mí y era coherente con lo que había
aprendido en el curso de salud en la Universidad Peruana Unión. Así que dije “yo quiero ser sano”.
Desde aquel día decidí abstenerme de carnes, de productos conservados, condimentados, y otras
cosas dañinas. El hecho es que tras aprender un poco del tema, no sabía cómo compartir lo que
sabia, porque cuando veía a mis amigos y familiares comer tales cosas, solo sabía criticarlos y
castigarles con mis comentarios tratando de, supuestamente, enseñarles algo que sabía. Pasaron
años, para aprender a alimentarme, y a respetar a quienes no lo hacían como yo, porque las
personas son sumamente valiosas y debía ser amable con todos.
2. Llegada la pandemia de marzo del 2020, fui testigo del fallecimiento de un buen número de
personas en la populosa zona de Lima donde vivo; hermanos de iglesia, personas respetables,
vecinos, amigos del entorno, incluso profesionales médicos fallecieron. El hospital del distrito
estaba desbordado de gente, las clínicas de la zona repletas, largas colas en las postas médicas, las
farmacias abarrotadas de gente comprando remedios para las infecciones... A toda luz, la gente
parecía gastar más en pastillas e inyecciones que en su comida. Las reglas de aislamiento y
distanciamiento social se recrudecieron; las personas no solo tenían que usar mascarillas y cubrirse
el rostro, la boca e incluso hasta el cuerpo. Las calles y los mercados rodeados por soldados dizque
para evitar los contagios por los tumultos. Las ambulancias sonaban a cualquier hora del día y de
la noche, y los medios de comunicación transmitían incesantes noticias sensacionales minuto a
minuto.
Un día de esos, subí raudo a un vehículo de pasajeros, cuando me di cuenta, no tenía la mascarilla
bien puesta en el rostro, un señor me gritó a toda voz desesperadamente desde su asiento: “¡Oiga
señor! ¡Póngase la mascarilla de inmediato!” Aquel señor se tocó de nervios queriendo cuidar el
contagio en el bus. Otro día, un inmisericorde conductor de bus me grito desde su posición hacia
mi asiento casi en medio bus obligándome a bajarme en plena avenida porque no tenía el protector
facial. Aunque el 2020 fue un año tétrico, porque viví una serie de inclemencias que ya quisiera
olvidar, también fue un año de grandes aprendizajes y crecimiento espiritual.
El asunto es que aunque los protocolos de bioseguridad se endurecieron en aras de proteger la
salud de la población, a la fecha, han muerto más de 200,000 personas en el Perú. Quién podría
decirnos ¿por qué ha muerto tanta gente? ¿Qué pasó? ¿Qué falló tanto? ¿Qué se no se hizo? ¿Qué
más debió hacerse además de establecer las reglas de aislamiento social? ¿Por qué las autoridades
no promovieron la actividad física al aire libre, como caminar, bicicletear, o practicar algún
deporte? ¿Por qué no enfatizaron en la necesidad de cambiar la dieta tradicional, alta en grasas
saturadas, azúcares y sal? ¿Por qué no se organizaron paneles de expertos para enseñar el uso de
los recursos naturales, y actividades relacionadas para contrarrestar el virus? ¿Por qué no se frenó
el consumo de dulces, bebidas gaseosas y alcohólicas, y comida chatarra?
La tarde del 10 de abril del 2020, mi madre, una dama de 89 años resultó estar infectada de covid19.
Con esmero y cariño, seguí dándole la comida que yo como normalmente. Al levantarme, un vaso
tibio de un extracto de hierbas amargas. Después de un rato, algunas frutas frescas. Como
desayuno, un plato colorido de ensalada, cereales, frutos secos, oleaginosas y legumbres. Cuando
mi madre dejaba su comida en la mesa, pues había perdido el sentido del gusto, en seguida yo me
lo comía todo, y del mismo plato. Por dos noches consecutivas, dormí a su lado, abrigándome con
su misma frazada para cuidar de ella. Yo entraba a su cuarto y salía, sin usar una mascarilla, ni
protector facial alguno; lo cual, por supuesto, tocaba de nervios a mi esposa, y era para menos.
Poco después, el 28 de mayo, el implacable virus castigó el hogar de un familiar muy cercano. Tan
pronto como pude, fui a visitarlo a su casa. Antes de ingresar, un miembro del hogar, me abrió la
puerta advirtiéndome que todos de la casa estaban infectados, pero igual decidí entrar. Aquella
noche, hablé con ellos, froté las espaldas, y atendí con medicina a algunos miembros de la familia.
Al siguiente día regresé a su casa, e hice lo mismo varias veces durante 2 semanas. Una noche de
esas, me llamaron de emergencia para acompañar a uno de ellos que lo llevaban en la ambulancia
3. a la clínica de Miraflores porque su salud corría serio peligro. Aquella noche, ya en la clínica, el
médico de turno como que nos sorprendió con su comentario: “los adventistas tienen todo para
vivir más sanos que ningún otro grupo humano de la tierra, solo hace falta practicar lo que la iglesia
predica”; y se refirió al extraordinario mensaje de la reforma prosalud que la iglesia recibió a través
de la pluma inspirada de la hermana Elena de White.
Apreciado lector, estoy tan agradecido a Dios por haberme cuidado hasta aquí, por conocer el
mensaje de la reforma prosalud que la iglesia recibió. Agradecido al Señor por mi padre que me
ayudó a dar los primeros pasos en ese camino de la salud genuina, y porque a pesar de que me
expuse tanto al contagio durante la pandemia, no me enfermé. Y no me cuidé, no por presuntuoso
apenas, sino por la necesidad de ayudar a mi prójimo cuya vida lo consideré más valiosa que la
mía. Y por supuesto, dadas las circunstancias, volvería a hacerlo con tal de ayudar y salvar vidas.
Estoy inexpresablemente agradecido a Dios por las valiosas enseñanzas que aprendí de su Palabra;
por el extraordinario principio de la alimentación saludable dado en Genesis 1:29, y otros pasajes
bíblicos que promueven la alimentación original de Genesis 1; libre de carnes de animales, libre
de grasas saturadas, libre de condimentos inflamatorios, etc. Otra vez alabo y glorifico el nombre
del Señor Jesús por la salud que me ha dado, no perfecta, sino algo distintiva, porque ahora como
nunca antes, he aprendido que la salud tiene que ver con la obediencia fiel a los principios que
Dios dio en su Palabra, lo cual requiere una decisión crucial de tu parte.
De igual modo alabo al Señor mi Dios por mis padres, quienes me enseñaron el uso de los recursos
naturales para prevenir y curar diversas enfermedades. Porque ellos me enseñaron el valor de la
medicina natural para limpiar la sangre. Y porque el Señor me ha permitido tener una evidente
inmunidad; resultado de seguir sus enseñanzas. Por todo lo cual me encuentro enormemente
agradecido y bendecido por el Señor Jesús.
Finalmente, quiero desafiarte a vivir tu propia experiencia de salud por la alimentación y un activo
estilo de vida. Te desafío a usar los recursos naturales que Dios creó para que vivas una experiencia
incluso mejor que la mía. Sobre todo, te invito a hacer del Señor Jesús la prioridad de tu existencia
por medio de quien podrás lograr lo mejor que te propongas. Entrégale hoy tu corazón y tu vida
toda, mañana será demasiado tarde. Dios bendiga tu decisión.
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Nilser M. Richard Pérez, es teólogo,educador de profesión,promotor de vida saludable; y director de la congregación
Esmirna de la iglesia adventista (APCE), y docente de la Universidad Peruana Unión, Lima Perú.