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cuarto de estudio
el fondo importa
que Hemingway le escribe a su pa-
dre, pidiéndole no agobiarse por la
falta de dinero. La carta llega, pero
después de que éste se suicida con
un arma de la Guerra Civil. Son
elementos que explican en algo la
literatura de Hemingway, su total
apoyo a la Revolución cubana, años
más tarde, y, por supuesto, el esco-
petazo que se da en 1961.
Para 1933 Hemingway ya
había publicado Fiesta, Adiós
a las armas y su libro de cuen-
tos Hombres sin mujeres, donde
incluye una de sus narraciones
más famosas, “Los asesinos”.
El éxito comienza a rodearlo. Aúna
su propio dinero con una gene-
rosa aportación que le hace un
tío político y entra a Abercrombie
& Fitch para comprar lo necesa-
rio y partir de safari a Kenia
y Tanzania. De ese viaje saldrían
obras como “Las nieves del Kili-
manjaro”, donde escribe: “El talen-
to consiste en cómo vive uno su
vida”. Hemingway vivió la suya
con la conciencia de quien hace
de sí mismo una leyenda. Se fabricó una fama de
duro y de macho, dedicado a las actividades más
viriles, los toros, la guerra, la bravuconería, la pesca,
la cacería, las mujeres. En su primer viaje a África
lo hará acompañado de su segunda esposa, Pauline;
en su segundo, de Mary Welsh, su cuarta esposa.
Para el safari de 1933 llevó un Mauser 30-
06, un Mannlicher 6.5 y una escopeta calibre 12.
Mató tres leones, esperando su embestida de pie.
Ernest Hemingway se construyó una fama de duro y de
macho. Le gustaban la guerra, la cacería y las mujeres, aun-
que vivía atribulado por las diferencias de clase, recuer-
da el autor del siguiente ensayo. El creador de varias obras
clásicas del siglo xx se quitó la vida hace medio siglo.
La escopeta la compró en Abercrombie & Fitch. Hoy es una tienda
de ropa juvenil para quien gusta lucir su estatus de clase, y en ese
entonces estaba dedicada a la venta de artículos para acampar y la ca-
cería. Ahí se avitualló el presidente Teddy Roosevelt para su safari de
Mombasa a Khartoum, de abril de 1909 a abril de 1910. Mató a mil
100 animales, entre ellos 17 leones, 11 elefantes y 20 rinocerontes,
antes de recibir el premio Nobel de la Paz por su intervención en el
fin de esa carnicería que fue la guerra Ruso-Japonesa por Manchuria.
Hemingway acostumbraba ir a Abercrombie & Fitch y comprarse lo
necesario para sus propios safaris. Eso lo pudo hacer hasta principios de
los años treinta, cuando su situación económica comenzó a mejorar. En
París era una fiesta escribió: “He nacido para disfrutar la vida, pero Dios
se olvidó del dinero”. Describía así sus inicios como escritor, durante la
etapa de la Generación Perdida. Le tocó atestiguar el despilfarro de F. Scott
Fitzgerald, mientras él debía vivir en la austeridad. Desdeñaba a los ricos,
pues mientras él se esforzaba por salir adelante, aquellos gozaban de la
vida sin tener que esforzarse jamás por nada. Si bien terminó casándose
con mujeres de la alta sociedad, en su obra se permea esa lucha de cla-
ses. En uno de sus mejores cuentos, “La vida feliz de Francis Macomber”,
el cazador desprecia a la pareja de ricos que lleva de safari. Wilson es
más valiente y atractivo que Macomber, pero no importa: Macomber es el
millonario. La diferencia es verdaderamente sutil: “Los ricos son diferentes:
tienen más dinero”, como el propio Hemingway lo hizo notar. En otra de
sus obras, el título es más que significativo: Tener o no tener. Publicada en
1937, esta novela plasma las diferencias entre el muy esforzado, leal y va-
liente pero pobre Henry Morgan y los hipócritas, poco solidarios y risibles
pero ricos veraneantes que llegan a Key West. No hay que olvidar la carta
Hemingway,elúltimosafari
texto: Mauricio Carrera
ilustración: Armando Uribe
2. contusiones, una fractura de cráneo, heridas de
bala de ametralladora, hepatitis, hipertensión, dia-
betes, malaria, luxaciones, rotura de ligamentos,
neumonía, erisipela, disentería amibiana, septice-
mias, padecimientos lumbares, el hígado y el riñón
izquierdo maltrechos, nefritis, anemia, arterioescle-
rosis, cáncer de piel, hemacromatosis y quemaduras
de primer grado. Una vez se dio un tiro en un pie
al tratar de matar a un tiburón”.
Sus dolencias eran tantas que terminó por
deprimirse. Ingresó a la Clínica Mayo, no sin an-
tes querer suicidarse. Los enfermeros le quitaron
a tiempo la escopeta y durante el vuelo intentó
abrir la puerta del avión para echarse al vacío.
La escopeta Boss
El 2 de julio de 1961, en su casa de Ketchum, en
Idaho, Hemingway se levantó temprano. No hizo
ningún ruido para no despertar a su esposa. Bajó
las escaleras en pantuflas y en su bata que llamaba
Emperador. Tiene 61 años, casi 62. Se asomó por
la ventana para ver por última vez la imponen-
te cordillera Sawtooth. Llevaba en una bolsa las
llaves del armario de armas, sustraídas la noche
anterior sin que Mary, que las guardaba, se diera
cuenta. Sacó una escopeta Boss de fabricación britá-
nica, comprada muchos años atrás en Abercrombie
& Fitch. Es de calibre 12, de dos cañones yuxtapues-
tos, de los llamados “over-under”, uno encima del
otro. Hemingway le llamaba “la yegua”, por el duro
golpe de la retrocarga, como si se tratara de una
fuerte coz. Se dice que escribió una carta suicida,
donde involucraba al FBI y a la CIA en un complot
en su contra, debido a sus simpatías con Cuba.
Una vez que la termina, tembloroso pero decidido,
toma la escopeta y coloca sus dos cañones dentro
de su boca. “Así será cuando lo haga, en el paladar,
que es la parte más blanda del cráneo”, como les
dijo a algunos amigos cubanos. Coloca el arma en
posición. No alcanza el gatillo con sus manos y se
decide a usar el pie derecho para accionar el dispa-
ro… Fue su último safari.
Ciudad de México, 1959. Escritor
y periodista. Sus novelas más re-
cientes son La derrota de los días
(2009) y La negra noche (2010).
Mauricio Carrera
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A diferencia de su personaje Francis Macomber, He-
mingway “no mostró el mínimo temor”, al decir de
Philip Hope Percival, el reputado cazador profesio-
nal que había guiado por África a Teddy Roosevelt
y a otros como George Eastman y Gary Cooper.
Para su segundo safari, en 1953, Hemingway era
ya toda una celebridad. Al año siguiente recibirá el
premio Nobel de Literatura. Ya ha publicado sus gran-
des obras, entre ellas Por quién doblan las campanas
y El viejo y el mar. Es el Gran Papa de la literatura
norteamericana. Su leyenda se ha acrecentado en vir-
tud de sus andanzas en la Guerra Civil Española y en
la Segunda Guerra Mundial. Presume haber matado
a 40 nazis. En especial recuerda a uno, un oficial de
las SS, que lo reta: “No tienes las agallas para ma-
tarme”, y como respuesta Hemingway le propinó tres
tiros en el vientre. Pesca marlines en la corriente del
Golfo, a bordo de su yate Pilar. Posee una hermosa
casa en Cuba, llamada Punta Vigía, donde tiene una
colección de armas y penden de sus paredes sus
trofeos de caza. Es bravucón y pendenciero. Durante
la guerra de España se lía a golpes con miembros
de la Brigada Lincoln, enojados porque encuentran
que mientras la población civil sufre de hambre, el
cuarto de hotel de Hemingway está lleno de víveres
con los que soborna a los milicianos para que le
cuenten sus historias. En un bar de Cuba, le suelta
un derechazo a un amigo de Norberto Fuentes, cuan-
do se le acercan a pedirle consejos de literatura.
El hombre que llega a Kenia en 1954 es distinto
al del primer safari. A sus 55 años lleva una carga
de alcoholismo a cuestas. Llevó, entre otras armas,
un rifle Nitro Express de .577, ideal para la caza de
elefantes. Arriba en medio de la rebelión de los Mau
Mau en contra de los colonialistas británicos. No
fue un viaje de lo más agradable. Las relaciones de
Hemingway con Mary Welsh debieron haber sido ten-
sas, en virtud de sus amoríos con una africana. Para
colmo, sufren dos accidentes de avión, ¡uno y otro con
apenas dos días de diferencia! La pareja se salva de
milagro. A Hemingway lo creyeron muerto.
Cuenta Raymond Carver que el cuerpo de He-
mingway era un catálogo de las dolencias y las
heridas que había sufrido durante su vida: “cinco