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PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Una guerra para acabar todas las guerras
Madrid, 8 de agosto de 2014. Hace cien años hubo una ′guerra para acabar todas
las guerras′. El resultado fue una carnicería, como no se ha visto antes, ni después
en la Historia. Más de diez millones de personas murieron en el conflicto. Sólo en
un día, cayeron en la batalla de Somme, 57.470 británicos, muriendo 19.240 de
ellos. En veinticuatro horas murieron más franceses que estadounidenses en toda
la guerra del Pacífico, o el Vietnam. Y eso que no ha habido otra conflagración en
la Historia en la que hayan muerto más norteamericanos. Las cifras son
espeluznantes para cualquiera de los países que participó. No en vano, fue llamada
La Gran Guerra.
He aprovechado estos días de vacaciones para recorrer los lugares del frente
occidental, que estaba al noroeste de Francia y Bélgica. Creo que no he visto tantos
cementerios de guerra en mi vida. He recorrido algunas de las trincheras que han
reconstruido y he visitado varias exposiciones. Como siempre que estoy de viaje,
los libros me acompañan y también las películas. Este es un recorrido por las
imágenes que ha dejado este conflicto en la Historia, la huella emocional que me
han producido y mis reflexiones sobre la humanidad al respecto.
2. La guerra no sólo acabó con una generación, sino que rompió los sueños de paz y
progreso que había traído el optimismo de cambio de siglo. Estas batallas
destrozaron las esperanzas y sueños de un mundo que llegaba así a su final, para
despertar a una realidad todavía más cruel. La violencia es siempre atroz, pero morir
joven en una guerra es espantoso: cuerpos sanos, quemados vivos, desmembrados
por el estallido de una bomba, o el efecto de la metralla…
En la guerra se puede morir de muchas formas. Muchos cayeron bajo mortíferas
descargas químicas, gases letales, o acribillados por las balas, pero también
víctimas del hambre, o las enfermedades. Civiles fueron saqueados y atropellados
con detenciones arbitrarias y violaciones. Tantos perdieron seres queridos, vieron
sus ciudades asoladas y sus campos destruidos con el fin de una civilización, que
el arte no pudo ennoblecer. El cine captó el horror de un conflicto, que lejos de
exaltar los grandes ideales, mostró la podredumbre humana.
ARMAS AL HOMBRO
La Primera Guerra Mundial fue una guerra de trincheras. A escasos metros, uno del
otro, ocupaban una posición durante años, para pasar a la del enemigo y volver
luego, atrás. Mientras, construían túneles para colocar explosivos, o hacían alguna
que otra ofensiva, que acababa con la mayor parte de los soldados, que caían como
moscas, bajo el fuego de la artillería, o las balas que silbaban por uno u otro lado.
Sin embargo, pasaban mucho tiempo en espera. Lo que crea toda una rutina.
Una de las imágenes más conocidas de Chaplin es la que le muestra vestido de
soldado en una trinchera, con el fusil al hombro. De ese fotograma se hicieron
pósters que colgaban de muchas paredes en los años setenta. ′Armas al hombro′
(1918) fue de hecho, una de sus películas más populares. Se estrenó tres semanas
antes del armisticio. Sus gags más deslumbrantes transcurren en las trincheras. La
vida entre explosiones y disparos parece haber erradicado el miedo, la tensión,
incluso las veleidades heroicas. Un monótono aburrimiento, marcado por la
repetición y el tedio, caracteriza la rutina del frente, que genera su propia mecánica
cotidiana.
La guerra en las trincheras es como una metáfora de la vida. Nos pasamos la mayor
parte del tiempo esperando. En ocasiones parece que hay algún avance, pero viene
un retroceso a continuación. Algo hace estallar a veces, nuestra vida en pedazos.
Así en el temido frente belga de Ypers, lograron cavar un túnel con explosivos, que
produjo un inmenso cráter, donde murieron 9.922 ingleses y canadienses. Al
recorrer el cementerio donde están enterradas las victimas, después de atravesar
algunas trincheras, observo que hay 3.500 soldados que no pudieron identificar.
Sobre sus lápidas dice: ′conocido por Dios′.
SIN NOVEDAD EN EL FRENTE
3. La primera película que vi sobre la primera guerra mundial era ′Sin novedad en el
frente′ (1930). Veo en Internet que la emitieron en Televisión Española en 1978.
Como hasta ese año la televisión era en blanco y negro, no me dí cuenta lo antigua
que era. Me produjo tal impresión, que desde la adolescencia tuve una profunda
aversión a la guerra. Quería ser objetor de conciencia, antes incluso de que hubiera
servicio sustitutorio -que por cierto, no llegue a hacer, por razones familiares-. No
soy estrictamente pacifista, pero nunca he sentido que podía participar del ejército.
En aquella época leía todo lo que encontraba en la biblioteca, incluido ′Sin novedad
en el frente′ -que tiene un título más sugerente en inglés, ′All Quiet On The Eastern
Front′, aunque el original es alemán-. Lo escribió un autor germano con el
seudónimo de Erich Maria Remarque. Hitler pretendía que era judío, diciendo que
en realidad se llamaba Kramer. No era así. Fue un excombatiente de infantería
llamado Remark, que reunió aquí sus recuerdos de la experiencia bélica en una
descarnada obra realista, descrita con implacable sinceridad y compasión.
La película es de Lewis Milestone, que ganó un Oscar por ella. Tiene unos diálogos
de un lirismo sobrecogedor -′nuestros cuerpos son tierra y nuestros pensamientos
arcilla… comemos y dormimos con la muerte′-. No cae, sin embargo, en el
sentimentalismo. La cámara escruta los campos de batalla sin ningún
acompañamiento musical. Hay planos impresionantes. Una viuda contempla con la
mirada perdida a su hijo, jugar a los soldados en la puerta de la casa. Y sobre todo,
la impactante imagen de unas manos amputadas, agarradas a una alambrada.
ADIÓS A LAS ARMAS
′Adiós a las Armas′ es la primera novela de Ernest Hemingway adaptada al cine. Es
una historia de amor que me conmovió desde la primera vez que la leí, siendo
adolescente. En ella está la clave del desengaño vital de Hemingway, tanto en sus
relaciones sentimentales como en su falta de fe. El escritor llevaba ambulancias en
la Primera Guerra Mundial. Llegó a Milán, el día que destruyeron una enorme fábrica
de municiones. Inmediatamente, tuvo que ayudar a buscar cadáveres.
Es entonces cuando hace amistad con un joven cura de Florencia, llamado
Giuseppe Bianchi. Nos lo presenta al principio del libro, cuando un grupo de
soldados se está metiendo con él y un comandante dice: ′todos los hombres que
piensan son ateos′. En el verano de 1918, Hemingway es herido al estallar un obús.
Es llevado a un hospital de Milán, para ser intervenido. Allí le atendió una enfermera
que había sido bibliotecaria de Washington. Su nombre era Agnes von Kurowsky.
Ag no sólo era mayor que él, sino que estaba comprometida con un médico de
Nueva York. El escritor se enamoró de tal modo de ella, que no tardó en proponerle
matrimonio. Ella no se lo tomaba muy en serio. Le llamaba Niño. Un día Ag le dice
que había escrito a su prometido, para romper con él. Hemingway estaba tan
convencido de que se iba a casar con ella, que se convierte en Catherine Barkley,
4. el gran amor del teniente Henry en ′Adiós a las armas′ -interpretados por Helen
Hayes y Gary Cooper en la versión de Frank Borzage en 1932-.
Fue en un hospital militar americano que Ernie vio a Ag por última vez. Al volver a
casa, le escribe luego desde Venecia, donde la trasladan finalmente. En una carta
de 1919 le confiesa que esta con otro hombre, ya que ′no es tan perfecta como él
se cree′. Su hermana dice que la decepción de su hermano fue tan grande, que
enfermó. No podía pensar en otra cosa. Los recuerdos de la guerra, dice que le
impiden dormir. Tiene miedo a perder la cabeza. Alberga fantasías de suicidio, pero
considera la autodestrucción como una cobardía. La historia la cuenta Attenborough
con Chris O´Donnell y Sandra Bullock en ′En el amor y en la guerra′ (1996).
En 1957, Charles Vidor - que no hay que confundir con King Vidor, el autor de la
mejor película muda sobre la primera guerra mundial, ′El gran desfile′ (1925) - hizo
una mediocre versión en color de la novela de Hemingway. La iba a dirigir John
Huston, pero se enfrentó con el productor Selznick. La acabaron protagonizando
Rock Hudson y Jennifer Jones. La perspectiva mística de Borzage refleja mejor la
relación que hay en la novela entre el amor y la dependencia de Dios. La presenta
como una continua travesía entre el cielo y el infierno.
EL AMOR QUE VENCE A LA MUERTE
Ante la perspectiva de la muerte, el ser humano siempre busca seguridad, consuelo
y felicidad, en el amor, o en la religión. Cuando una persona experimenta verdadero
amor, está dispuesto a sacrificarse por la persona que ama. En un sentido, la adora.
Por eso Catherine le dice a Henry: ′tú eres mi religión, lo único que tengo′.Ernest
Hemingway observa eso mismo, cuando se da cuenta que ′olvida todo sobre la
religión, porque tenía a Ag, para adorar′.
El escritor tuvo que tener muchas conversaciones con aquel joven cura italiano, que
conoce en el frente. Es bien conocida la confianza que logran ciertos capellanes del
ejército en tiempo de guerra. La cercanía de la muerte hace que los soldados
expresen sus temores y remordimientos de una forma que nunca harían en tiempo
de paz. En la novela, el capellán le dice a Henry:
- Comprendes, pero no amas a Dios.
- No.
- ¿Nada?
- Algunas veces por la noche le temo.
- Deberías amarle...
- Yo no amo.
- Amarás. Sé que amarás. Y entonces serás feliz.
- Soy feliz. Siempre lo he sido.
- No es lo mismo. No puedes saberlo hasta que lo hayas sentido.
5. En la vida hay cosas que uno cree conocer, pero hasta que no las experimenta, no
entiende realmente nada. Así ocurre con el amor. Uno oye siempre de él, pero se
pregunta incluso si existe. No nos dice nada, hasta que lo experimentamos.
Esa es la lógica de Primera de Juan. Para poder amar a Dios, tenemos que haber
sentido primero amor (1 Jn. 4:19). Es por eso que resulta inútil discutir con ciertas
personas sobre la fe. La gente pidepruebas, pero si uno no está dispuesto a ponerla
en práctica, ¿de qué sirve hablar de ella?
¿JUICIO DE DIOS?
El desengaño de Ernest Hemingway marcó toda su vida, pero también su visión de
Dios, no como Alguien a quien amar, sino como un Juez castigador. Es lo que Pablo
Martínez llama la teología del garrote. Por ella imaginamos a Dios con un palo,
esperando el momento en que fallemos. Henry, por eso le teme, durante la noche.
Muchos viven dominados por el terror. Tienen miedo de que les ocurra cualquier
calamidad, como juicio a sus pecados, o sufran incluso una retribución, por su
escaso progreso en una vida santa. Si, cuando algo malo nos pasa, pensamos que
es por un castigo de Dios, es porque no hemos descubierto todavía la inmensidad
de su amor.
Es así cómo ora Henry, cuando Catherine va a morir, después de la cesárea. Es un
problema de corazón. Aunque pensamos que tenemos un corazón de oro, la Biblia
nos enseña que, naturalmente, no estamos capacitados para amar. Si podemos
amar, es porque Dios está en nosotros (Gálatas 5:22-23). Si no, el resentimiento y
la desconfianza nos dominan. No podemos amar, tal como somos.
El hombre natural rechaza la idea del Juicio, como una superstición primitiva, pero
se consuela pensando que si hay finalmente un Dios, será un Dios de amor. ¿Cómo
lo sabe? ¡Ese es el problema! Muchos dicen que no tienen miedo a la muerte, pero
en realidad no saben lo que ocurrirá. El temor a la muerte es el miedo a lo
desconocido, que esclaviza a la humanidad, por la obra del maligno (Hebreos 2:15).
Intentar deshacerse de eso, diciendo que son sentimientos que nos reprimen por
causa de nuestra educación, es como silbar en la oscuridad para convencerse que
uno no tiene miedo.
′El temor al más allá′, dice Shakespeare en ′Hamlet′, viene de que es ′la tierra
inexplorada, de cuyas fronteras ningún viajero vuelve′. Bueno, uno sí, ¡ese es el
Evangelio! El Príncipe de Paz ha ganado con su muerte, ′la guerra que acabará
todas las guerras′. Su regreso a la vida anuncia el día cuando ′ya no habrá muerte
ni dolor′ (Apocalipsis 21:4). Mientras ′oiréis de guerras y rumores de guerras, pero
aun no es el fin′ (Mateo 24:6). La semana que viene seguiremos atravesando este
valle de sombras que reflejan las películas de la primera guerra mundial, a la Luz
que un día disipará todas las tinieblas.
6. Primera Guerra Mundial › Escrito por José de Segovia el 8 de agosto de 2014.
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