2. Dei Verbum
La constitución Dei Verbum es uno de los 16
documentos y una de las dos constituciones
dogmáticas resultantes del Concilio Vaticano II
donde, según el mismo documento, se expone "la
doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre
su transmisión para que todo el
mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación;
creyendo, espere, y esperando, ame". De entre los
documentos emanados del Concilio Vaticano II, la
constitución llamada Dei Verbum es una de las
que gozan de mayor rango normativo en la Iglesia
católica. La expresión latina Dei Verbum significa
Palabra de Dios, y fue tomada -como es
costumbre en los documentos católicos de
importancia- de las palabras iniciales del
documento.
Dei Verbum fue promulgada por el Papa Pablo VI
en noviembre de 1965 y aprobada por la
asamblea de obispos con 2344 votos a favor y 6
votos en contra. La generación de este
documento catalizó muchos de los cambios en la
orientación del mismo Concilio, y dio lugar a una
etapa nueva en la historia de la Iglesia en cuanto
a la forma de estudiar, interpretar, reflexionar y vivir
los contenidos de las Sagradas Escrituras.
3. Historia
Empecemos por recordar algo de la
historia de la notable Constitución. El día 18
de noviembre de 1965, en la octava sesión
del Concilio, fue promulgada por el Papa
Pablo VI la Constitución Dogmática sobre
la Divina Revelación. Aparecía así uno de
los documentos más breves y al mismo
tiempo de más rica doctrina que ha
promulgado el Concilio Vaticano II.
La Dei Verbum ha sido un documento de
larga gestación. Desde el primer esquema
hasta su redacción final hubo un recorrido
en que el permanente afán por
profundizar con fidelidad en temas tan
densos se fue concretando hasta que se
llegó finalmente a proponer «la doctrina
auténtica sobre la Revelación y su
transmisión: para que todo el mundo, con
el anuncio de la salvación, oyendo crea, y
creyendo espere, y esperando ame».
4. Se me ha pedido tratar, en esta conferencia
inaugural, sobre una de las cuatro
constituciones que elaboró el Concilio, la
Constitutio Dogmática de Divina
Revelatione, más conocida como Dei
Verbum. Como es evidente, cada una de
las constituciones, así como cada uno de los
demás documentos conciliares, tiene una
innegable importancia. Me toca en esta
ocasión destacar la gran trascendencia de
la Dei Verbum, tanto en sí misma como para
la marcha de la Iglesia de estos tiempos.
Ante todo se trata de una Constitución
dogmática, al igual que la Lumen gentium.
Esto ya tiene su importancia particular. La
profundización sobre la divina Revelación
constituye un don y una enseñanza
autorizada que ilumina la marcha del
Pueblo de Dios.
Especialmente cuando cierto relativismo y
reduccionismo viene conduciendo a una
crisis en la interpretación de la Palabra de
Dios escrita, las luminosas enseñanzas de la
Dei Verbum cobran una mayor importancia
5. Doctrina
Respecto a la doctrina de la Dei Verbum, lo
primero que habría que tener en cuenta es
que el nombre con el que es conocida -Dei
Verbum- no se refiere, como a veces
erróneamente se piensa, sólo a la Palabra de
Dios escrita, es decir a la Biblia, sino que
alcanza a toda la divina Revelación.
Precisamente, como hemos recordado hace
unos momentos, ése es su título: Constitución
Dogmática sobre la Divina Revelación.
El tema fundamental de esta Constitución es el
de la Revelación y su transmisión. Obviamente,
dentro de esta perspectiva, la Sagrada
Escritura tiene un lugar fundamental, pero no
exclusivo. Esto se percibe con nitidez
observando la disposición de los temas en la
Constitución: luego de tratar en su primer
capítulo de la Revelación en sí misma, en el
segundo abordará el tema de su transmisión a
través de la Sagrada Tradición y de la Sagrada
Escritura. Será a partir del tercer capítulo, hasta
el sexto, que tratará específicamente de la
Sagrada Escritura, siempre enmarcada dentro
del tema de la Revelación de Dios.
6. Quizá uno de los más graves problemas que se han venido
dando en relación a la Escritura, en especial desde el siglo XVI y
entre nosotros avanzado el siglo XX, ha sido la actitud de
aproximarse a ella de manera aislada y de ignorar o no tomar en
debida cuenta su esencial relación con la Tradición y con el
Magisterio. Precisamente por eso resulta tan significativo que el
Concilio llegue a invitar a un estudio profundo de la Sagrada
Escritura -incluso afirmando que quien no conoce la Escritura no
conoce a Cristo -, pero siempre exhortando a conocerla y
estudiarla como corresponde. Es decir en el marco de la
Revelación, en unidad con la Tradición, en dócil apertura al
Espíritu, inspirador de la Sagrada Escritura, y destacando la
necesidad de atender al Magisterio de la Iglesia.
La Dei Verbum es un gran intento de unidad y de síntesis en la
aproximación a los fundamentos de nuestra fe. Como dice el
Cardenal Henri de Lubac: «Uno de los principales méritos (de la
Dei Verbum) es el de haber devuelto todo a la unidad. Unidad
del Revelador y de lo Revelado: Jesucristo, "autor y consumador
de nuestra fe"; unidad en Él de los dos Testamentos, que a Él
rinden testimonio; unidad de la Escritura y de la Tradición, que no
pueden jamás separarse; unidad, presentada en el último
capítulo, del Verbo de Dios bajo las dos formas con las cuales Él
se hace presente entre nosotros: la Escritura y la Eucaristía» .
7. Naturaleza de launa especie de
Ya desde el mismo proemio aparece
Revelación
síntesis del planteamiento y de los acentos fundamentales.
Acudiendo a las palabras inspiradas de San Juan en su
primera carta 11 , la Revelación es presentada como la
misma vida de Dios que se nos ha manifestado en
Jesucristo para invitarnos a vivir la comunión 12 .
A partir del proemio y, en general, de lo dicho en el
capítulo primero, se ve que la Revelación es presentada
desde una perspectiva personal comunicativa. El acento
no está puesto en la revelación de algo -de una serie de
verdades-, sino de Alguien que se automanifiesta para
entrar en comunión. Él mismo, a través de su
revelación, establece una relación personal con los
hombres: movido por amor, habla a los seres humanos
como amigos para invitarlos y recibirlos en su compañía. En
palabras de San Juan, es «la misma vida eterna, que
estaba junto al Padre y se nos manifestó» 13 .
El Padre envió «a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a
todo hombre, para que habitara entre los hombres y les
contara la intimidad de Dios» 14 . Aquí queda de
manifiesto otro aspecto importante en la enseñanza
conciliar: la perspectiva trinitaria. Dios se ha manifestado a
sí mismo, en su unidad y trinidad. De esta manera, «por
Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu
Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y
participar de la naturaleza divina» 15 . Es Dios uno y
trino, comunión divina de amor, quien sale al encuentro
del hombre.
8. La transmisión de la Revelación
En el capítulo segundo la Dei Verbum aborda el tema de la transmisión de la
Revelación. Se suele afirmar que este capítulo fue de los más sometidos a escrutinio.
De por medio estaba la cuestión tan discutida de la suficiencia material de la
Escritura. Por otro lado la postura clásica de la Iglesia, sobre todo después del
Concilio de Trento, era planteada desde la perspectiva de las dos fuentes de la
Revelación. Pero había una corriente que buscaba darle a esta doctrina católica
una expresión más comprehensiva, para lo que daban razones.
Por eso este capítulo plantea en primer lugar la cuestión de la transmisión de la
Revelación y después se va a detener a tratar específicamente de la Tradición.
Luego planteará las relaciones entre la Sagrada Tradición y la Sagrada
Escritura, para finalmente desarrollar la relación entre el depósito de la Revelación y
el Magisterio de la Iglesia. Una visión en la que están incluidos en admirable síntesis
los diversos términos del asunto.
Detengámonos un poco en el problema de la suficiencia material de la Sagrada
Escritura, es decir, la cuestión de "la teoría de las dos fuentes" y en aquella
inaceptable posición de la "sola Scriptura". La Constitución se pone por encima de
toda polémica y se entrega a la reflexión teológica buscando una nueva
expresión, una maduración. Deja de lado el lenguaje que alude a "dos fuentes" y
resalta más bien la unidad del depósito de la Revelación en sus dos modalidades 22
. Es decir, profundizando en los conceptos de la Tradición y la Escritura expresa con
sabiduría que éstas no son dos fuentes paralelas. Percibe más bien su
unidad, ambas «están estrechamente unidas y compenetradas» 23 . La Sagrada
Tradición y la Sagrada Escritura forman el único "depósito de la Revelación" 24 . Esto
no significa, quede claro, un diluir la Tradición tornándola innecesaria. Más bien, la
Constitución enseña que la Iglesia no saca únicamente de la Sagrada Escritura su
certeza acerca de todo lo revelado 25 . La Tradición es necesaria para la
transmisión y certeza acerca de lo revelado y, además, la Tradición da a conocer a
la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor
y los mantenga siempre.
9. Además de estos acentos que hemos visto también aparece un claro acento
cristológico. Jesucristo es el «mediador y plenitud de toda la Revelación» 16 . En Él
"resplandece" la verdad profunda de Dios y la salvación del hombre. Él es mediador de
una manera nueva: no es sólo portador de un mensaje, como lo puede ser un profeta,
pues Él mismo es el mensaje. Más aún, quien lo ve a Él, ve al Padre. En Él se une la
revelación y lo revelado. Él es, además, la plenitud de esta Revelación. «Ahora en esta
etapa final (Dios) nos ha hablado por el Hijo» 17 . Ya no hay «que esperar otra
Revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo», pues «Él, con su
presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con
su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud
toda la Revelación» 18 La historia no es considerada como una simple serie y sucesión
de acontecimientos sino como una economía de la salvación. Dios, afirma la
Constitución, queriendo «abrir el camino de la salvación que viene de lo alto, se reveló
desde el principio personalmente a nuestros primeros padres. Después de su caída, los
levantó a la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención» 20 . Y así fue
manifestándose a los hombres, a su pueblo, preparando la Revelación evangélica, en
donde aparecerá en plenitud el hecho de que «Dios está con nosotros para librarnos
de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna» 21.
Con respecto a lo antropológico, muy relacionado con el aspecto personal, podemos
decir que en la Constitución aparece permanentemente una preocupación por
resaltar el destino humano de la Revelación. Esto se ve, por ejemplo, en el objeto de la
Revelación. ¿Qué revela Dios? La verdad profunda de Dios y de la salvación del
hombre. Dios se manifiesta al hombre plenamente en Jesucristo. En Él resplandece la
verdad profunda sobre Dios y sobre el hombre; en Él se manifiesta el camino de la
salvación.
10. Las palabras del estudioso Cardenal Jean Daniélou son
muy claras con respecto al alcance de esta doctrina
conciliar. «El texto ha querido oponerse a la
concepción de la Escritura como única fuente de
nuestra certeza acerca de la Revelación: la Escritura
no puede prescindir de la Tradición». Y más adelante
afirma sobre este punto que «la adquisición más
importante del Concilio Vaticano II, no fue el decidir
sobre el problema de esas fuentes, que no es una
cuestión tan importante, sino haber dado nuevamente
a la noción de Tradición una riqueza que tal vez había
perdido la Iglesia Católica al reducirla a la autoridad
magisterial y a darnos verdades que no se
encontrarían sino en ella. La Tradición es algo
extremadamente rico: es toda la vitalidad de la Iglesia
bajo la influencia del Espíritu Santo, que conserva el
depósito, lo actualiza en el tiempo, según cada
época» 26 .
Cabe destacar también finalmente sobre este capítulo
segundo el papel del Magisterio con respecto al
depósito de la Revelación 27 . Afirma la Constitución
que el Magisterio «no está por encima de la palabra
de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido». Sólo él tiene «el oficio de interpretar
autorizadamente la palabra de Dios, oral o escrita».
Finalmente afirmará que «la Tradición, la Escritura y el
Magisterio de la Iglesia... están unidos y ligados, de
modo que ninguno puede subsistir sin los otros» 28 . De
esta manera se evidencia lo errado del principio de la
"sola Scriptura" al mismo tiempo que se resalta el justo
lugar de la Tradición y del Magisterio.
11. La inspiración divina y la verdad de la Sagrada
Escritura
La Dei Verbum afirma tajantemente: «La
Revelación que la Sagrada Escritura contiene y
ofrece ha sido puesta por escrito bajo la
inspiración del Espíritu Santo» 29 . Señalando lo
básico de la inspiración, deja de lado toda
terminología de escuela, enseñando que Dios y
el hombre son "autores" de la Escritura, pero no
lo son de la misma manera. Dios obrando en los
autores humanos y a través de ellos garantiza
que pongan por escrito «todo y sólo lo que Dios
quería» 30 .
En la segunda parte del n. 11, aborda otro tema
de gran importancia. Es el tema de la verdad
en la Sagrada Escritura. La Iglesia siempre ha
creído y cree en la verdad de la Escritura.
Ahora bien, ¿en qué sentido? La respuesta a
esta pregunta desde finales del siglo pasado ha
venido causando algunas tensiones. Por un
lado, por parte de quienes afirmaban que la
Escritura se equivoca, por ejemplo, en
afirmaciones científicas, y, por otro, por aquellos
que buscaban dar una respuesta pero desde
presupuestos inadecuados para hacer frente a
la dificultad.
12.
Sacrosanctum Concilium
La Constitución Sacrosanctum Concilium fue el primer
documento aprobado por los Padres conciliares.
«Primicia del Vaticano II» 1 la ha llamado el Papa Juan
Pablo II. Se trata ciertamente de uno de los documentos
principales del Concilio. Dentro del gran horizonte de
renovación para el Pueblo de Dios que abrió la
asamblea conciliar no podía dejar de tener un lugar
especial la vida litúrgica. Así, la iniciativa de esta
importante Constitución tiene su origen en el deseo de
renovar la vida litúrgica, a la vez que fomentarla 2 , en
continuidad con la Tradición viva de la Iglesia, a fin de
que todos sus hijos puedan participar de ella con mayor
provecho espiritual.
Con la Sacrosanctum Concilium se destacó de manera
singular el valor central que la liturgia tiene en la vida de
la Iglesia y en la vida del cristiano. Como afirma el Santo
Padre: «La Constitución ilustra bien el motivo de esta
centralidad, situándolo en el horizonte de la historia de la
salvación. Frente a las múltiples formas de oración, la
liturgia tiene una estructura propia, no sólo porque es la
oración pública de la Iglesia, sino sobre todo porque es
verdadera actualización y, en cierto
sentido, continuación, mediante los signos, de las
maravillas realizadas por Dios para la salvación del
hombre. Esto es verdad particularmente en los
sacramentos, y de modo muy especial en la
Eucaristía, en la que Cristo mismo se hace presente como
sumo sacerdote y víctima de la nueva alianza» 3 .
13. Contenido del documento
La Constitución cuenta con siete capítulos precedidos de un importante
proemio. Tiene también un apéndice sobre la revisión del calendario litúrgico.
La parte más significativa de la Constitución está desarrollada sin lugar a dudas
en el capítulo I.
El proemio es una hermosa declaración con un profundo contenido teológico.
Resulta interesante destacar que, siendo el primero de los documentos
conciliares en ser aprobado, sus primeras palabras estén dirigidas a enunciar
los objetivos del Concilio Vaticano II: «acrecentar cada vez más la vida
cristiana entre los fieles, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las
instituciones que están sujetas a cambio, promover cuanto pueda contribuir a
la unión de todos los que creen en Cristo y fortalecer todo lo que sirve para
invitar a todos al seno de la Iglesia» 5 .
Se menciona también en dicho número la intención del Concilio en materia
litúrgica: «procurar la reforma y el fomento de la liturgia» 6 . De esta manera se
ponía claramente de manifiesto la importancia de la liturgia en la vida eclesial.
Esto es expresado de manera singularmente rica en la magnífica síntesis que se
ofrece en el siguiente número de la Constitución: «la liturgia, por medio de la
cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino sacrificio
de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y
manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la
verdadera Iglesia, cuya característica es ser a la vez humana y divina, visible y
dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; de modo
que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo
invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que
buscamos» 7 .
14. El capítulo I lleva por título: «Principios
generales para la reforma y el
fomento de la sagrada liturgia». Éste
es, como se ha dicho, el capítulo
más importante --también el más
extenso--, en donde encontramos el
marco teológico de fondo para toda
la renovación y el fomento de la
liturgia.
Este capítulo está dividido en cinco
partes:
1. Naturaleza de la sagrada liturgia y
su importancia en la vida de la
Iglesia.
2. Necesidad de promover la
educación litúrgica y la participación
activa.
3. Reforma de la sagrada liturgia.
4. Fomento de la vida litúrgica en las
diócesis y en la parroquia.
5. Promoción de la acción litúrgica
pastoral.
15. El capítulo II, «El sagrado misterio de la
Eucaristía», es una presentación sintética de
gran riqueza de la Sagrada
Eucaristía, memorial del
Señor, reactualización del sacrificio del
Calvario, banquete pascual en donde se
alimenta el cristiano del mismo Señor. Por la
grandeza del misterio que contiene este
sacramento se vuelve a insistir en la
participación consciente, piadosa y activa
de los fieles en la celebración, instruidos en
la Palabra de Dios, fortalecidos por la
gracia, aprendiendo a ofrecerse
juntamente con el Cordero que se ofrece
por manos del ministro.
Aquí se habla de la unidad de las dos
mesas: la de la Palabra y la de la Eucaristía.
Ambas están íntimamente relacionadas y
son constitutivas del único acto de culto
que es la Misa 15 . Así, la centralidad de la
Palabra de Dios y la Santísima Eucaristía
quedan propiamente destacadas y unidas.
Uno de los frutos de esta Constitución
será, por ejemplo, el Misal de Pablo VI 16 .
16. El capítulo III, titulado «Otros sacramentos y los
sacramentales», está referido precisamente a los
sacramentos, a su naturaleza y a la reforma de los
rituales para que expresen la visión litúrgica
renovada por el Concilio. Se invita allí a una vuelta
al sentido más originario y expresivo de los símbolos y
ritos de los sacramentos, para que expresen la fe, la
robustezcan y la hagan crecer. En sus numerales se
pasa revista a cada uno de los
sacramentos, invitándose a celebrarlos de
preferencia dentro de la Misa, salvo uno: el de la
reconciliación 17 . Es de notar que el Concilio, para
expresar mejor su naturaleza, invita a llamar "unción
de los enfermos" al sacramento que era
denominado "extremaunción".
También son tratados los sacramentales. Después de
reconocer su valor para la vida cristiana, se invita a
la renovación de sus rituales 18 . Mención aparte se
hace de la consagración de vírgenes, la profesión
religiosa y el ritual de las exequias 19 .
17. El capítulo IV se titula: «El Oficio divino». Se trata allí de la liturgia
de las horas como oración de toda la Iglesia, oración
sacerdotal por la cual se alaba al Padre y se intercede por la
salvación de todo el mundo 20 . Se recuerda a quienes están
obligados a la celebración de la liturgia de la horas que esta
obligación es un honor21 . Se señala el valor pastoral de esta
oración de Cristo y su Esposa la Iglesia y se recomienda la
participación de todos los fieles en la misma 22 ; así pueden
entrar en contacto con los tesoros de la Sagrada Escritura y de
la Tradición de la Iglesia.
El título del capítulo V es: «El año litúrgico». Éste es presentado
como celebración del misterio de Jesucristo que pone a los
fieles en contacto con los misterios de la redención. Así pueden
beneficiarse con el poder santificador y los méritos del Señor y
quedan llenos de la gracia de la salvación 23 . Se
precisa, además, el sentido de las celebraciones marianas y las
fiestas de los santos dentro del ciclo litúrgico. Ellas deberán ser
más expresivas del único misterio que celebramos: Jesucristo
muerto y resucitado para nuestra salvación 24 . El
domingo, fiesta primordial de los cristianos consagrada por la
resurrección de Cristo, es presentado en su genuino sentido de
día del Señor en el que se escucha la Palabra de Dios y se
celebra la Eucaristía, día de la comunidad, día de fiesta y
descanso; comprensión que ha de ser inculcada a los fieles 25 .
18. El capítulo VI, «La música
sagrada», destaca la
importancia que la música
sacra tiene para la
celebración. La Constitución
ofrece criterios globales para
comprender el significado de
la música sacra en la acción
litúrgica y su aporte en el
ámbito de la celebración. El
valor de la música nace del
hecho de que ella se expresa
esencialmente bajo la forma
del canto 26 . Se alienta la
participación de los fieles a
través del canto 27 . Se
recuerda la importancia del
canto gregoriano en la
tradición de la Iglesia
romana 28 , aunque sin excluir
otras formas de canto, a la
vez que se fomenta el canto
religioso popular 29 .
19. Finalmente, el capítulo VII
tiene por título: «El arte y
los objetos sagrados». Se
resalta la función del arte
al servicio de la liturgia y,
concretamente, de las
celebraciones. A través
de la belleza, el arte se
inserta en el dinamismo
celebrativo elevando el
ánimo del hombre para la
glorificación de Dios. La
Constitución ofrece una
amplia y confiada
apertura a la libertad y
originalidad expresivas en
el arte, pero siempre en el
respeto y salvaguarda de
la sacralidad.
20. Algunos aspectos centrales de la Constitución
Para aproximarnos sintéticamente a los aspectos
principales de la Sacrosanctum Concilium tomaremos
como guía unas recientes palabras del Santo Padre Juan
Pablo II recordando la importancia de la Constitución
sobre la liturgia: «Verdaderamente fueron sabias las
indicaciones que dio el Concilio para hacer que la liturgia
fuera cada vez más significativa y eficaz, adecuando los
ritos a su sentido doctrinal, infundiendo nuevo vigor a la
proclamación de la Palabra de Dios, impulsando a los
fieles a una participación más activa y promoviendo las
diversas formas de ministerio que, mientras expresan la
riqueza de los carismas y de los servicios
eclesiales, muestran de modo elocuente que la liturgia
es, a la vez, acto de Cristo y de la Iglesia. También fue
decisivo el impulso para adaptar los ritos a las diferentes
lenguas y culturas, a fin de que también en la liturgia la
Iglesia pueda expresar con plenitud su carácter
universal» 30 .
21. Liturgia y misterio pascual
«Cristo el Señor realizó esta obra de redención
humana y de glorificación perfecta de
Dios, preparada por las maravillas que Dios hizo en el
pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el
misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su
resurrección de entre los muertos y de su gloriosa
ascensión» 34 . El misterio pascual, que es el centro
de todo el designio salvífico y de su realización, es
también el centro de la liturgia. Hemos dicho que la
liturgia actualiza la historia de la salvación, ella es
memorial: recuerdo y actualización de la obra de la
redención. En la liturgia se hace presente la obra
salvadora al actualizarse el misterio pascual de
Jesucristo que es la plenitud de la historia
salvífica, plenitud y cumplimiento de una vez para
siempre (kairos). Esta centralidad del misterio pascual
en la liturgia, afirmada por el Concilio, la expresa
también el Catecismo de la Iglesia Católica, fiel
expresión de la teología conciliar, cuando afirma: «La
Liturgia cristiana no sólo recuerda los
acontecimientos que nos salvaron, sino que los
actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de
Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones
las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la
efusión del Espíritu Santo que actualiza el único
Misterio» 35 .
22. El lugar central de la liturgia en la vida de la Iglesia
De las consideraciones anteriores se deduce
claramente el lugar central que ocupa la liturgia
en la vida de la Iglesia. Esto hace que la
Constitución conciliar señale en diversas ocasiones
esta verdad. Pero, sin duda, el texto conciliar que
mejor expresa esta convicción eclesial es aquel en
que se nos dice que «la liturgia es la cumbre a la
que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»
40 . El texto señala el verdadero y constitutivo
papel que tiene la acción litúrgica en la vida de la
Iglesia, en su ser y misión, lo que pone de
manifiesto su centralidad.
En la liturgia la Iglesia realiza de modo especial su
razón de ser: comunicadora de la salvación; la
celebración de la fe es el centro de toda la
actividad eclesial. En la Iglesia todo se orienta
hacia la liturgia y todo recibe de ella su fuerza.
Como lo señalaba el Cardenal Ratzinger en el
libro-entrevista Informe sobre la fe: "El tema de la
liturgia no es en modo alguno marginal: ha sido
precisamente el Concilio el que nos ha recordado
que tocamos aquí el corazón de la fe cristiana» 41
.
23. La participación activa de todos los fieles en la liturgia
Siendo lo que es, la liturgia cumple su cometido sólo cuando
los fieles participan en ella activa, plena, conscientemente.
Ya desde el proemio, en la Constitución se alienta a una
participación más activa de los fieles en la liturgia como una
manera de incrementar su vida cristiana. Es éste un aspecto
central de la renovación litúrgica del Concilio. El texto,
después de mencionar la importancia de la liturgia en la
vida de la Iglesia, afirma que para lograr mayor eficacia «es
necesario que los fieles accedan a la sagrada liturgia con
recta disposición de ánimo, pongan su alma de acuerdo
con su voz y cooperen con la gracia divina para no recibirla
en vano» 42 .
La Constitución incentiva la colaboración de todos para
promover una educación litúrgica y a la vez llama a mejorar
la participación en la liturgia. Se pide una participación
plena, consciente y activa de todo el pueblo para que en
ella beban el espíritu genuinamente cristiano 43 .
Conviene notar que esa participación tiene como fin una
vida más cristiana, por lo que no se reduce al momento
celebrativo sino que se verificará en una vivencia
auténticamente cristiana de quienes participan en la
celebración litúrgica.
24. En vistas al Tercer Milenio
La llegada del Tercer Milenio de nuestra fe nos
lleva a revisarnos como Iglesia. El Papa Juan
Pablo II nos ha llamado a prepararnos
adecuadamente para celebrar el Gran Jubileo
del año 2000, en el que recordaremos el misterio
central de nuestra fe: la encarnación del Verbo
Eterno, quien se hizo Hijo de Mujer para la
redención de la humanidad 48 . En esta
preparación tienen un lugar muy importante las
enseñanzas del Concilio. El Santo Padre nos
recuerda que la mejor preparación para el
Tercer Milenio es el renovado compromiso de
aplicar, lo más fielmente posible, las enseñanzas
del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda
la Iglesia, ya que con el Vaticano II se ha
iniciado, en el sentido más amplio de la
palabra, la inmediata preparación del Gran
Jubileo del 2000 49 .
En la aplicación de las enseñanzas del Concilio
debemos poner en un lugar central a la
liturgia, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia.
Estamos ante un asunto muy
importante, pues, como nos dice
la Sacrosanctum Concilium, aunque la liturgia no
agota toda la acción de la Iglesia, es acción
sagrada por excelencia.
25. Lumen Gentium
es una de las cuatro
constituciones promulgadas
por el Concilio Vaticano II. El
título de la constitución (en
latín, luz de las gentes o luz
de las naciones), como se
acostumbra con los títulos
de la inmensa mayoría de
los documentos de
importancia de la Iglesia
católica, refiere a las
primeras palabras del
mismo documento: «Cristo
es la luz de los pueblos»
(Lumen gentium 1). Junto
con Dei Verbum (la
constitución sobre la
Revelación Divina), Lumen
gentium es una de las dos
constituciones dogmáticas
del Concilio Vaticano II.
26. Dos hitos fundamentales
Para situarnos debidamente ante la Lumen gentium
aún hace falta hacer referencia a dos importantes
documentos. Uno de ellos es el radiomensaje de
Juan XXIII, en vísperas del Concilio, conocido como
Ecclesia Christi lumen gentium, del 11 de setiembre
de 1962.
En verdad impresiona sobremanera leer
retrospectivamente el contenido de este texto y
correlacionarlo con los documentos del Concilio. En
lo que respecta a la Constitución que estamos
considerando, vale la pena recoger un párrafo de
aquel radiomensaje: «¿Qué otra cosa es, en
efecto, un Concilio Ecuménico sino la renovación
de este encuentro de la faz de Cristo resucitado, rey
glorioso e inmortal, radiante sobre la Iglesia
toda, para salud, para alegría y para resplandor de
las humanas gentes?» 4 . Los parámetros que pone
en esta ocasión son la búsqueda de la
Iglesia, como ella es, «en su estructura interior --
vitalidad ad intra--, cuando presenta ante todo a
sus hijos los tesoros de la fe iluminante y de la gracia
santificadora» 5 ; y de la Iglesia considerada «en las
relaciones de su vitalidad ad extra» 6 ante cuyas
necesidades debe responder con su enseñanza 7 .
27. Y, junto a este texto, la programática primera
encíclica del Papa Pablo VI, la Ecclesiam suam, del
6 de agosto de 1964. En ella el Papa Pablo plantea
como eje prioritario de toda tarea eclesial la
profundización de la Iglesia «en la conciencia que
ella ha de tener de sí misma, del tesoro de verdad
del que es heredera y depositaria, y de la misión
que debe cumplir en el mundo» 8 . A partir de esa
conciencia el Pueblo de Dios debe lanzarse hacia
la renovación de sí; con el horizonte de la
perfección «en su concepción ideal, el
pensamiento divino, la Iglesia ha de tender a la
perfección en su expresión real, en su existencia
terrenal» 9 . Y desde la conciencia de sí y desde el
esfuerzo por la perfección, debe ir al encuentro del
mundo, no para confundirse con él sino para
cumplir con su misión a través de un diálogo
consciente del «anuncio que debe difundir. Es el
deber de la evangelización» 10 . En este diálogo la
«Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace
mensaje; la Iglesia se hace coloquio» 11 . Las
reflexiones que comparte el Papa se tornan
horizonte y vida dentro del dinamismo conciliar. A
treinta años de finalizado el Concilio, y cuando se
habla de hermenéutica conciliar, los mensajes de
los dos Papas del Concilio constituyen valiosísimos
instrumentos para ahondar y mejor comprender el
Concilio y su dinámica para hoy y para mañana.
28. La estructura de la Lumen gentium
La estructura de la Constitución es sumamente clara. Está dividida en
ocho capítulos que forman a su vez cuatro parejas temáticas, cada
una de las cuales ha sido presentada bajo la figura de las dos tablas
de un díptico. Brevemente pasaremos revista a los mismos para
hacernos una idea global de la Constitución.
Es importante señalar cómo ya desde la misma estructura de la
Lumen gentium se percibe una opción por la comunión, la síntesis, la
dinámica de la armonía y complementariedad, todo lo cual irá
permitiendo la integración de la pluralidad de elementos en la
unidad del Pueblo peregrino como concreción de la esencia de la
Iglesia.
3.1. El primer díptico está integrado por el capítulo I que se llama El
misterio de la Iglesia, centrado más en su origen y naturaleza; y por el
capítulo II, llamado El Pueblo de Dios, que muestra a la Iglesia en su
despliegue y peregrinar histórico en la realización de su misión.
3.2. El segundo díptico incluye el capítulo III que, titulado La
constitución jerárquica de la Iglesia y en particular del
episcopado, presenta la visión de la estructura orgánica de la Iglesia
fundamentalmente desarrollando las notas de su constitución
jerárquica. Ella es a su vez complementada mediante el capítulo IV
que se llama Los laicos, completando con ello la visión de la
estructura originaria querida por el mismo Señor Jesús en la visión
conjunta del Cuerpo místico o Pueblo de Dios.
29. 3.3. El tercer díptico presenta la vocación a la santidad en la
Iglesia. El Concilio va a desarrollar este llamado a la perfección
de la vida cristiana tanto en su dimensión universal, en la que
están incluidos todos los fieles del Pueblo de Dios, en el capítulo
V, titulado La vocación universal a la santidad en la
Iglesia, como tratando en el capítulo VI sobre aquellos que
dentro de la vocación general tienen un llamado a una
especial consagración por el ejercicio de los consejos
evangélicos de castidad perfecta, pobreza y obediencia, Los
religiosos.
3.4. Y el cuarto díptico nos sitúa ante la perspectiva teleológica
de la vida cristiana, ante la dinámica de su peregrinar y la meta
a la que se dirige. Para ello en el capítulo VII, titulado Carácter
escatológico de la Iglesia peregrina y su unión con la Iglesia del
cielo, muestra cómo la Iglesia peregrina en la tierra pero no se
agota en la historia; se proyecta desde su origen mismo hacia
la plenitud que sólo alcanzará en el triunfo final de Cristo. Y
finalmente el capítulo VIII en que con el título de La
Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de
Cristo y de la Iglesia, se muestra como una gema preciosa la
iluminadora reflexión de las maternales relaciones de Santa
María y la Iglesia. En ella la Madre aparece como la concreción
ya realizada de toda esta dinámica eclesial recorrida en la
Constitución. Precisamente sus misterios muestran
paradigmáticamente el recto sentido del caminar y su meta.
30. . Iglesia, ¿qué dices de ti misma?
La preocupación central de los Papas del Concilio y de los
Padres conciliares fue ciertamente la conciencia de la Iglesia
sobre sí misma. No para quedarse ensimismada sino para vivir
más plenamente su misterio, en sí misma como Pueblo de Dios en
marcha y de cara al mundo.
Había una pregunta que resonó con gran fuerza al final de la
primera sesión conciliar y que no dejará de acompañar las
intensas jornadas de trabajo de las cuatro etapas conciliares:
Iglesia, ¿qué dices de ti misma? Las labores conciliares
encontrarán en esta pregunta una especie de marco de trabajo,
el gran telón de fondo para sus reflexiones. El Cardenal Montini 20
formulará una respuesta en dos direcciones: ¿Qué es la Iglesia? y
¿Qué hace la Iglesia? --recogiendo los planteamientos de Juan
XXIII y un discurso del Cardenal Suenens 21 --. Se explicitaban así
las dos dimensiones de la identidad de la Iglesia en el ser y el
quehacer, que serán a la postre las claves articuladoras de la
enseñanza conciliar.
En primer lugar se debe destacar la exigente coherencia que
lleva a la pregunta sobre la fidelidad a la propia identidad y
misión. El punto de partida de esto se descubre en algo que es
fundamental para el Pueblo de Dios: Ecclesia semper
reformanda. La Iglesia ponía en primer lugar la consideración de
la necesidad de renovarse permanentemente en su fidelidad al
Señor Jesús y al designio divino 22 . Así pues, la invitación a la
renovación de la Iglesia, no perfecta en su expresión humana,
aunque siempre tendiendo a la perfección 23 , ofreció la
oportunidad para mirarla más en profundidad, en el espejo de la
Revelación, y comprender con mayor hondura su misión.
31. Puesto en palabras del Papa Juan XXIII: se trataba de impulsar con vigor una
renovación para conseguir para la Iglesia un aggiornamento 24 --concepto que
podría ser traducido al castellano como puesta al día--. Se pueden distinguir dos
momentos del dinamismo que puso en marcha el Papa Roncalli. Renovación
profunda que es volver a las mismas fuentes, a los fundamentos y a los valores
permanentes del Evangelio, en fidelidad a la tradición viva que hemos
heredado. Renovación que también libere de los elementos accidentales para
salir al encuentro del ser humano de estos difíciles y contradictorios tiempos de
transformaciones culturales 25 y ofrecerle la Buena Nueva, al Señor Jesús, el
mismo ayer, hoy y siempre 26 .
Todo esto llevó a que el proyecto del Concilio se enrumbara hacia una mejor y
más plena comprensión del misterio de la Iglesia teniendo en cuenta además su
relación con los tiempos actuales, en función de hacer que resplandezca con
fidelidad la luz del Señor Jesús para los seres humanos en camino al Tercer
Milenio. El Concilio sería planteado, en consecuencia, con una orientación más
pastoral que puramente doctrinal 27 , lo que no quiere decir que no porte
fundamentales elementos doctrinales. Es decir que se ensayaba una
aproximación a la Iglesia ya no sólo como "objeto", sino como "sujeto". Son muy
ilustrativas las reflexiones que hacía el entonces Cardenal Wojtyla sobre el
particular: «La Iglesia es verdad de fe y objeto de uno de los artículos del Credo:
"Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica". Si la óptica del
Concilio fuera "puramente doctrinal", a lo mejor la doctrina acerca de la verdad
de la fe que se refiere a la Iglesia se habría desarrollado de otra manera. Pero
precisamente en este punto tenía el Concilio que ser eminentemente pastoral.
No era posible tratar a la Iglesia solamente como "objeto". Era necesario
expresarla también como "sujeto". Semejante intención acompañaba
ciertamente la primera pregunta que se hizo el Concilio: Ecclesia, quid dicis de
te ipsa?: Iglesia, ¿qué dices de ti misma? Esta pregunta dirigida a la Iglesia-
sujeto, se enderezaba también a cuantos constituyen este sujeto» 28 . La Lumen
gentium es la respuesta que, con el divino auxilio, el Pueblo de Dios se da a sí
mismo de cara a las tareas de vivir la fe y la evangelización que presenta el
mundo hodierno y el milenio adveniente.
32. La Gaudium et spes
es el nombre de la única
constitución pastoral del
Concilio Vaticano II. Trata
sobre «la Iglesia en el mundo
contemporáneo». Fue
aprobada por los padres
conciliares el 7 de diciembre
de 1965 y solemnemente
promulgada por el papa
Pablo VI ese mismo día.
Se logró aprobar tras varios
años de trabajos sea de la
asamblea conciliar
propiamente dicha sea de las
comisiones que se fueron
subsiguiendo en la formulación
de la redacción ya que las
temáticas que afrontaba eran
de especial actualidad en
esos años del siglo XX.
33. La antropología teológica de la Gaudium et spes
Conviene, pues, detenerse un poco en los lineamientos
antropoteológicos de la Constitución conciliar. Ella
arranca de las tradicionales preguntas antropológicas
presentes de mil formas diversas en todas las culturas:
«¿Qué es el hombre? ¿Cuál el sentido del dolor, del
mal, de la muerte, que, a pesar de tan grandes
progresos, subsisten todavía? ¿Para qué aquellas
victorias, obtenidas a tan caro precio? ¿Qué puede el
hombre dar a la sociedad? ¿Qué puede esperar de
ella? ¿Qué vendrá detrás de esta vida terrestre?» 10 .
Pero no lo hace con un espíritu especulativo, por
curiosidad o por competencia en relación a la
reflexión científica y filosófica, tampoco como una
forma de esclarecer su propia posición para
diferenciarse del mundo y de los que no comparten la
fe en Cristo, es decir, para tomar partido en el
debate, sino por solidaridad con todos los hombres, por
la conciencia de su misión universal de salvación, por
amor al destino de cada uno y de la humanidad en su
conjunto. Por ello se esfuerza en descubrir lo que ocurre
al interior del corazón humano, sus anhelos y
debilidades. Así, tras enunciar algunos de los bienes
sociales que busca el hombre actual, señala que «tras
todas estas exigencias se oculta una aspiración más
profunda y universal: el individuo y el grupo tienen
hambre de una vida plena y libre, digna del
hombre, dispuestos a someter a su propio servicio todo
lo que el mundo de hoy les puede ofrecer en tan gran
abundancia» 11 .
34. La realidad del pecado, que recuerda Gaudium et spes a
continuación, no se puede disociar, en consecuencia, de la
condición libre de la vida humana y la supone. Señala la
Constitución: «Pero el hombre, constituido por Dios en un estado
de justicia desde el mismo comienzo de su historia, abusó, sin
embargo, de su libertad por persuasión del Maligno, alzándose
contra Dios y pretendiendo conseguir su fin fuera de Dios... Al
negarse a reconocer a Dios como su principio, transtornó,
además, su debida ordenación a un fin último y, al mismo
tiempo, dañó todo el programa trazado para sus relaciones
consigo mismo, con todos los hombres y con toda la creación»
14 . Como se ve, el pecado es una forma de incomprensión de
la naturaleza de la libertad humana. Como ha desarrollado
extensamente el magisterio pontificio posterior, particularmente
la encíclica Veritatis splendor, la libertad del hombre sólo puede
corresponder a un «estado de justicia» si se deja orientar por la
verdad como su fin propio. La libertad no puede verse, en
consecuencia, como un atributo de la condición humana cuyo
sentido y orientación han quedado indeterminados y el hombre
puede determinarlos a voluntad, sino desde el plan del Creador,
como el modo específico de participar en la vocación al amor.
Como ha señalado Familiaris consortio, «Dios ha creado al
hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por
amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor» 15 .