1. Durante muchos siglos, el amor, la atracción sexual y todas sus emociones asociadas fueron
terreno exclusivo de poetas, novelistas y escuelas de psicoanálisis. También han sido un
marco de referencia, de encuentros y desencuentros para muchas parejas. Sin embargo, sólo
en la pasada década los neurocientíficos empezaron a abordar esas conductas como objeto de
estudio para revelar algunas de sus claves fundamentales.
Hurgar la estructura del cerebro (fruto de un proceso de millones de años de adaptación
evolutiva al medio ambiente) de los mamíferos y sobre todo el de los primates les ayudó a
descubrir que, si bien amor y atracción son pulsiones muy distintas desde la perspectiva
cultural, bioquímicamente poseen un perfil muy semejante, marca de nuestra ancestral
necesidad de propagar genes.
“El amor comenzó con conductas de apareamiento que tenían básicamente una función
biológica (reproductiva) para perpetuar la especie”, recuerda el investigador Oscar Galicia
Castillo, de la Universidad Iberoamericana. Gracias a ello, explica el académico en entrevista, y
sometido a presiones evolutivas cada vez mayores, el cerebro primate creció y alcanzó un
desarrollo que permitió a las conductas emotivas hacerse cada vez más complejas.
“Por mucho tiempo se creyó que no éramos tan animales, que el proceso de enamoramiento
era mucho más social que la atracción. Hoy sabemos que en los cerebros humanos también se
liberan una gran cantidad de sustancias muy parecidas a las que secretan otras especies, entre
ellas la serotonina y la dopamina, además de hormonas como la oxitocina y la vasopresina,
que tienen un papel muy importante en el establecimiento de vínculos emocionales poderosos”,
precisa Galicia Castillo.