1. En defensa del amor romántico
¿El amor es una construcción cultural o una necesidad biológica, un mero impulso para
replicar nuestra herencia genética? El autor describe las tesis biologicistas que buscan
simplificar los significados del sentimiento amoroso y les opone el impulso creativo del
hombre, que se recrea en cada enamoramiento.
Por Julio Muñoz Rubio*
Para Flint, Jack, Luis, Zaira, Ale, Diana,
Fannygato y Joyce, quienes reivindican
el romance hasta sus últimas consecuencias.
Hace más de tres décadas, concretamenteen 1975 y 1976, aparecieron publicados un par
de libros vulgarmente basados en la teoría darwinista de la evolución. El primero se tituló
Sociobiología: La nueva síntesis del entomólogo norteamericano Edward O. Wilson; el
segundo fue El gen egoísta, del zoólogo británico Richard Dawkins. Ambos libros, obras
capitales de la sociobiología dieron la vuelta al mundo provocando enconados debates.
Años después, a partir de la década de los años noventa, han aparecido publicaciones de
autores como Steve Pinker, Matt Rildey o Leda Cosmides quienes se encuentran entre los
fundadores de la llamada
psicología evolutiva, hija predilecta de la sociobiología. Tanto una como otra de estas
disciplinas afirman que toda conducta social humana está determinada biológicamente y
es el resultado de adaptaciones producidas por los mecanismos evolutivos de selección
natural. Aunque llenas de vulgaridad, estas ramas de la biología evolutiva han abierto las
puertas a investigaciones que buscan encontrar una respuesta al problema de las causas
de fondo del comportamiento humano.*
Tales investigaciones parten del principio de que si los seres humanos somos en primera
instancia entes biológicos, entonces todas nuestras respuestas a los estímulos
ambientales deben verse desde la óptica de esa constitución natura l. Así, el papel de la
historia y de la cultura quedan relegados a un segundo plano, predominando una visión
reduccionista, que explica la naturaleza humana en función de copias de genes y
estímulos físico-químicos. Las características psicológicas y culturales se heredan y
seleccionan de la misma manera que las características morfológicas y fisiológicas.
Las personas que defienden estas tesis ven en la evolución un proceso lineal en el cual lo
único que se presenta es una adición cuantitativa de lo ya existente en las etapas previas;
no admiten que en la variación de las especies se presenten cambios cualitativos que,
entre otras muchas cosas, permitan explicar al ser humano no únicamente de acuerdo
con las leyes biológicas, sino además, en función de otras leyes propias y únicas para esta
especie.
Esa visión lineal y reduccionista de la evolución es equivocada. A lo largo de la historia
del mundo vivo han existido cambios tales que el producto que resulta de ellos ya no
puede juzgarse en función de las reglas de lo que antes existía, sino que tienen que
formularse otras distintas. Así es en el caso del paso de la reproducción asexual a la
sexual, de la aparición de la fotosíntesis, en la aparición de la multicelularidad o de las
respiraciones aerobia y anaerobia. Dentro de la evolución siempre aparecen nuevas
formas de evolución.
¿Biologizar la cultura?
Pero dentro de la visión reduccionista de la biología, el ser humano es una especie que en
esencia se comporta como cualquiera otra especie biológica. De esta manera, toda
conducta humana se observa dirigida al cumplimiento de un objetivo supremo, que es el
de todos los seres vivos: el de la reproducción biológica y a través de ella de la
supervivencia de la especie. Ante la inevitabilidad de la muerte individual, el ser humano
debe, conscientemente o no, buscar la replicación de sus genes para transmitirlos a las
generaciones subsiguientes. Consecuente con esta visión que nos despoja de nuestra
voluntad, nuestra conciencia y nuestra responsabilidad para construir una vida propia, el
ya citado Richard Dawkins, exclamó al inicio de su best seller El gen egoísta: “Somos
máquinas de supervivencia —robots ciegamente programados para preservar las
moléculas egoístas conocidas como genes”.
Así pues, asistimos a una biologización incesante y galopante de todos los valores y
sentimientos humanos. Y uno de los muchos aspectos de la conducta que han sido
biologizados es el de los sentimientos amorosos.Resulta ser que hemos vivido engañados
2. por las malas interpretaciones de nuestra conducta; resulta ser que en realidad el amor
no existe, así lo han expresado los partidarios contemporáneos del biologicismo, como
todos los arriba citados y otros más como George Alcock o Helen Fisher (autora de un
intragable libro intitulado La naturaleza del amor), quienes sostienen que el amor se
explica exclusivamente en función de intereses biológicosreproductivos, traducidos como
estímulos neuro-químicos; que no existe en realidad ninguna esfera propia del ser
humano para expresar la atracción subjetiva, la admiración por las cualidades de otra
persona, el deseo de aproximarse a ella, ya sea física o espiritualmente, que los ritos de
coqueteo o ligue son órdenes dictadas por los ácidos nucleicos para conseguir pareja
reproductiva; todo esto significa que el reconocimiento a la belleza, al talento, la
sensibilidad de las personas; el deseo de su compañía para cultivar esas habilidad es o
para gozar del placer de una relación sexual, no son una actividad peculiar humana,
autónoma de su ser biológico, sino son más bien engaños, verdaderosseñuelos fabricados
por nuestros genes para garantizar la mejor forma de replicación de sí mismos. El ser
humano, pues, no tendría una cultura o en el mejor de los casos, ésta existiría, como una
forma de expresión de las necesidades genéticas.
El amor es un fin
Resulta así que Dafnis y Cloe, Romeo y Julieta, Lotte y Werther, Tristán e Isolda y desde
luego Longo, Shakespeare, Goethe y Wagner, no pueden explicarse como resultado de la
creatividad, como resultado del impulso espiritual que es un fin para el ser humano. De
acuerdo con la visión biologicista, las emociones por ellos expresadas no serían fin es de
la existencia humana. Resulta ser que, para estos simplistas intérpretes de la evolución,
milenios de exaltación de las pasiones más elevadas y sublimes, expresadas a través del
arte, la épica y la filosofía, eran en realidad reivindicación de la bio logía de conexiones
nerviosas, de la síntesis de hormonas o de la replicación de hebras de ácidos ribo y
desoxirribonucleicos. A la basura pueden irse John y Yoko, Marco Antonio y Cleopatra,
Bosie y Oscar Wilde, Anaís y June, junto con todos los resultados de sus encendidas e
indestructibles pasiones. Este tipo de conclusiones biologicistas, cubiertas con el manto
de lo científico, coadyuvan en la tarea patriarcal-judeocristiana-capitalista de aplastar y
negar la esfera de los deseos o someterla a intereses externos al humano y convertirnos
en entes funcionales al servicio de esos intereses:Dios, dinero, propiedad privada, patria,
estado, familia, genes. Nunca el ser humano mismo, íntegro, pleno, libre, dueño de sí
mismo. Nunca un ser humano completo, responsable, sensible, consciente.
Por eso desde los tiempos de la publicación de la Sociobiología de Edward Wilson, otros
evolucionistas, como Richard Lewontin o Stephen Jay Gould, encabezando a un grupo
numeroso de críticos del determinismo biológico, expresaron que “La razón de la
supervivencia de estas recurrentes teorías deterministas es que consistentemente
tienden a proveer de una justificación genética del status quo y de los privilegios de raza,
clase o sexo existentes para ciertos grupos”.
Ahí es donde debe buscarse la razón de ser de la reducción al absurdo del sentimiento
amoroso,pero en última instancia para todas y todos los que estamos o hemos estado
apasionadamente enamorados al menos alguna vez en nuestras vidas,** la bioquímica y
biofísica de nuestros sistemas nerviosos nos tiene absolutamente sin cuidado. Gracias a
tantos osados investigadores por sus “descubrimientos científicos” sobre la naturaleza
biológica del amor, pero desafortunadamente para ellos, frente a la presencia o la
ausencia de los seres amados, frente a su proximidad o lejanía, tales descubrimientos
resultan absolutamente irrelevantes. Tanto el amor romántico como la teoría de la
evolución sobrevivirán afortunadamente a todos los intentos de falsificación y
vulgarización.
* Doctor en Filosofía de la Ciencia. Investigador del Centro de Investigación
Interdisciplinaria en Ciencias
y Humanidades, de la UNAM.
RESALTADO DE AMARILLO: TESIS
RESALTADO DE VERDE: CONCLUSIÓN
RESALTADO DE CELESTE: ARGUMENTO
RESALTADO DE FUCSIA: CONTRAARGUMENTO
RESALTADO DE NARANJA: FALACIA