1. HACED ESTO EN MEMORIA MÍA
La lectura sobre la que reflexionamos hoy contiene algunas de
las palabras más santas y más queridas del evangelio: “Este es mi
cuerpo…ésta es mi sangre”. Vamos a reflexionar sobre estas
palabras que escuchamos en cada misa.
Jesús, después de haber entregado su cuerpo y su sangre, dijo a
sus discípulos: “Haced esto en conmemoración mía”. ¿Qué
significa ésto? ¿Qué quería decir Jesús? ¿Simplemente “repetid
exactamente los gestos que yo he hecho”? También ésto. Pero el
sentido es más profundo: haced también vosotros lo esencial de
lo que yo he hecho; ofreced también vosotros vuestro cuerpo y
vuestra sangre. Es una ocasión estupenda para descubrir que todos
nosotros somos sacerdotes. A causa del bautismo hemos sido
consagrados sacerdotes, de un sacerdocio real y universal, distinto
del ministerial pero también verdadero, profundo, real.
Nosotros también podemos decir estas palabras de Jesús
durante la misa: “Tomad y comed: éste es mi cuerpo… Tomad y
bebed: ésta es mi sangre”. En el momento de la consagración
normalmente nos centramos en el misterio de la presencia de Cristo
en el pan y el vino consagrados aislándonos de algún modo de lo
que hay alrededor. Escuchamos las palabras de Jesús de boca del
sacerdote y hacemos la representación mental de la escena del
cenáculo. Pero esto no es suficiente porque no podemos aniquilar
veinte siglos y remontarnos simplemente al Jesús histórico de ese
momento porque ese Jesús ha muerto, ya no existe, y la misa no
es celebrada por un muerto, sino por un viviente.
El sujeto, el sumo y eterno sacerdote que celebra la eucaristía es
el Jesús resucitado. Y este Jesús resucitado, nos dice la doctrina
de la Iglesia a partir de San Agustín, es Cabeza y cuerpo juntos;
es decir, Jesús y su cuerpo que es la Iglesia. Por lo tanto, es
también la Iglesia la que repite estas palabras: “Tomad y comed:
éste es mi cuerpo”. Y si la Iglesia es sujeto somos también cada
uno de nosotros el sujeto de este “mi cuerpo”; este YO es el sujeto
grande que es Jesús, es el sujeto pequeño que es la Iglesia y
es el sujeto pequeñísimo que somos cada uno de nosotros.
Desde el día que descubrí esto ya no tengo que aislarme más de mi
alrededor en el momento de la consagración sino que más bien
tengo que mirar a las personas que celebran conmigo la eucaristía
o traer a la memoria a las personas que tengo que servir cada día.
Y pensando en ellos mientras se consagra el cuerpo y la sangre de
Cristo he de decir: Hermanos y hermanas, tomad y comed: este es
mi cuerpo, también mi cuerpo, el de este pequeño y pecador siervo
2. de Jesús que me quiero dar a vosotros; tomad y bebed: esta es mi
sangre que junto a Jesús yo quiero dar por vosotros.
En cada misa sobre el altar hay dos cuerpos de Cristo: el Cristo
real que nació de la Virgen María, que murió y resucitó, y el cuerpo
de Cristo que es la Iglesia, el cuerpo místico. Si el primero está
presente realmente, el segundo está presente místicamente, lo que
significa que está presente en función de su unión indestructible con
la Cabeza que es Cristo. Esta es la causa de que en la plegaria
eucarística haya dos epíclesis (invocaciones del Espíritu Santo):
una, antes de la consagración, sobre el pan y el vino para que se
conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo; la otra, sobre la
Iglesia para que el Espíritu Santo haga de nosotros el Cuerpo de
Cristo, el cuerpo místico de Cristo.
Ahora bien, si nosotros hemos de ofrecer nuestro cuerpo y
nuestra sangre unidos al sacrificio de Cristo, es importante saber
qué significa el cuerpo y la sangre en la eucaristía.
Para nuestra cultura occidental el cuerpo es una de las tres
partes de nuestra persona: cuerpo, alma y espíritu, siguiendo los
conceptos de la herencia cultural griega. Sin embargo, para Jesús,
siguiendo la tradición bíblica, el cuerpo en la biblia no indica una
tercera parte del hombre, significa todo el hombre en cuanto vive
su vida en una dimensión corpórea, en cuanto no es un puro
espíritu. Cuerpo significa la vida vivida concreta. Cuando Jesús dijo
“tomad y comed, éste es mi cuerpo” Él nos estaba dando su vida,
desde el primer momento en que fue concebido en el seno de la
Virgen María hasta el último aliento, con todo lo que había formado
parte de ella. Jesús lo daba todo porque cuerpo indica todo, la vida.
Por otro lado, cuando hablamos de la sangre en nuestra cultura
occidental estamos hablando de una parte de una tercera parte del
hombre (es sólo una parte del cuerpo). Sin embargo, para Jesús (y,
por tanto, para la Biblia) la sangre es la sede de la vida; y
derramar la sangre indica, por consiguiente, morir. Así, cuando
Jesús dice: Tomad y bebed; ésta es mi sangre que será derramada
por vosotros y por todos los hombres” nos está entregado su
muerte.
En definitiva, la eucaristía es el sacramento de la vida y de la
muerte de Jesús. En él Jesús nos lo da todo después de habernos
amado hasta el extremo.
¿Y qué damos nosotros cuando decimos con Jesús “éste es mi
cuerpo”. Damos el tiempo, que es la dimensión terrena de un
espíritu que vive en un cuerpo. Damos nuestros talentos,
carismas, capacidades… incluida una sonrisa porque sólo puede
sonreír un espíritu que vive en un cuerpo.
3. Y cuando decimos con Jesús “ésta es mi sangre” estamos
ofreciendo nuestra muerte, pero no sólo la muerte final que es un
momento, sino todo lo que es muerte en nuestra vida:
enfermedades, fracasos, pruebas… todo lo que nos mortifica.
Todo esto es materia de eucaristía.
Pensemos en cómo la eucaristía podría verdaderamente
transformar nuestra vida si la viviéramos con esta conciencia,
sabiéndonos sacerdotes por nuestro bautismo y entregando nuestra
vida y nuestra muerte a los demás junto a la ofrenda de Jesucristo.
¡Qué distinta puede ser nuestra celebración y el fruto de ella para
nuestra vida diaria! Igualmente para aquellas personas a quienes
sus circunstancias o sus enfermedades les impiden hacer casi nada
este modo de vivir la eucaristía puede hacerle encontrar el sentido
de su vida.
Hermanos y hermanas, nosotros no estamos sólo llamados a
celebrar la eucaristía sino a ser eucaristía junto a Jesús. Pidamos
al Espíritu Santo que nos enseñe a decir de corazón estas
palabras de la consagración como las dijo un día Jesús. Amén.
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