El rey estaba preocupado por la naturaleza humana y pidió consejo a un sabio ermitaño. El ermitaño dijo que las leyes no son suficientes para mejorar a la gente y que se necesita cultivar ciertas actitudes. El rey decidió establecer la pena de muerte para quien mienta, pero el ermitaño demostró que incluso la verdad es subjetiva cuando le dijo al guardia que iba camino a la horca.