1. El último resucitado
El barco negrero asomó sus velas en el mar de Cartagena y Pedro Claver fue avisado inmediatamente
de su presencia. El padre Claver experimentó un hondo estremecimiento como si su alma se hubiera
convertido en un galeón cargado de dolor. Rápidamente preparó lo necesario para la aplicación de
los sacramentos, y en una bolsa introdujo esencias y perfumes, medicamentos, una garrafa de vino,
bizcochos y dátiles. Abandono el convento acompanado por el hermano Nicolás González y por el
esclavo negro Andrés Sacabuche, de Angola, que le servía de intérprete.
Al muelle llegó primero la pestilencia y luego lo hizo el velero. Pedro Claver saltó a bordo y penetró
en la cala y el bajo puente atestado de hombres y mujeres. Eran los sobrevivientes de un grupo muy
grande que habia sido cazado en las costas de África.
Los negros y la negras observaban asombrados a aquel hombre de rostro pálido y ojos grandes y
húmedos de gacela, que pronunciaban palabras extranas y colocaba sus manos consoladoras sobre
las llagas y las heridas. Andrés Sacabuche gritaba una y otra vez.
-El padre Claver es nuestro amigo. Él es nuestro amigo.
El capitán negrero y sus hombres reunieron en tierra a los cautivos. Casi todos estaban enfermos.
Algunos tenían el cuerpo cubierto de úlceras y en otros, los hierros que los aprisionaban les habían
cortado las carnes hasta el hueso. Una mujer muy joven acunaba en sus brazos a un recién nacido.
Pedro Claver le aplicó las aguas del bautismo y exclamó:
-Os llamaréis Juan.
Al oírlo, Andrés Sacabuche pensó:
-Le debería permitir que creciera para que la vida le diera un nombre. Uno se gana su nombre con el
tiempo. Yo me llamo Andrés que no sé lo que quiere decir. Yo soy Oauono, que significa León que
Piensa.
En ese instante, uno de los prisioneroa, joven y de recia contextura, emitió un gemido y cayó a tierra.
El padre Claver y sus amigos corrieron a su lado. Luego de palparlo y examinarlo cuidadosamente, el
hermano Nicolás dijo:
-Está muerto.
Pedro Claver como si no lo hubiera oído, ordenó su traslado a un rancho de techo de palma que
levantaba sus temblorosas e improvisadas varas a poca distancia de la playa. El capitán negrero
masculló:
-Maldita suerte. Era una buena pieza. Por él habrían pagado un muy buen precio.
Pedro Claver se despojó de su capa y sobre ella fue colodo el difunto. Luego, el padre Claver lavó el
aire con un frasco de perfume, limpió el cuerpo inerte con vinagre rosado y agua bendita.
Después, de rodillas, se dispuso a orar. El hermano Nicolás siguió su ejemplo y pensó:
-El padre Claver desea devolverle la vida. Lo quiere resucitar.
Pedro Claver colocó sus manos sobre el cuerpo del negro y le pidió a Dios el don de la vida.
Contempló ese rostro oscuro y fuerte y pensó en las tierras lejanas llenas de nisterio en la que ese
hombre había nacido. Le llegaron a la memoria los relatos del padre Alonso de Sandovaly rememoró
las palabras que construían historias maravillosas y extranas sobre Etiopía, donde existían hombres
2. sin cabeza y con los ojos y la boca en el pecho, y se dejó llevar por los relatos que hablaban de los
sciopedesque poseen un solo pie enorme y veloz que supera a los lebreles en la carrera, y los
ithiophagosque vuelana como los pájaros, y el pueblo que habitan en los confines del río Brisón,
gentes tan altas como gigantescos árboles de la palabra, y la existencia –de la cual daba fe fray Jua de
lo Santos- del negro que tenía una edad de trescientos ochenta anos. Ese negro conservaba la
memoria de diez y nueve reyes que habían reinado en Orón. El longevo se había casado ocho veces,
tenía un hijo de noventa anos, no había padecido en su ivda enfermedad alguna, los dientes se le
habían caído tres veces y le habían vuelto a nacer. Aparentaba una edad de treinata y cinco anos, sin
senales de vejez y según fray Juan, era alto de cuerpo, grueso y gentil hombre.
Pedro Claver sintió en sus manos las picaduras de los mosquitos y sonrió dulcemente mientras decía
en voz baja:
-Comed bien y en paz. Vosotros también sois criaturas de Dios.
El padre Claver se irguió, esparció en el aire unospolvos aromados y no pudo ahuyentar las imagenes
de los dragones africanos que crian en sus cerebros piedras preciosas. Se puso de rodillas, invocó a
Dios y ala Virgen, y oró con fuerza, con ternura, con humildad. Ya estaba acayendo la tarde cuando el
cuerpo del finado fue sacudido por un violento temblor. Despertó pronunciando palabras que
hablaban de un camino de espejos y de un salto se puso de pie.
La noticia se esparció con rapidez y muchos acudieron a comprobar el prodigio. Entre los que
llegaron a percatarse del milagro estaba el capitán negrero que tomó al hombre de la mano y
exclamó:
Bendito sea Dios. Me lo llevo para venderlo esta misma noche a don Gaspar Ruíz. Él necesita esclavos
jóvenes y fuertes para el laboreo de sus minas.
Pedro Claver abrazó al esclavo y le dio la bendición. El hermano Nicolás se hincó de rodillas y elevó
una oración a Dios y a la Virgen. El negro Andrés Sacabuche, de Angola, se unió al rezo y sin perder
de vista al resucitado que se alejaba escoltado por el capitan susurro:
-Senor Dios, mientras esta situación en la que nos encontramos los negros, no cambie, que el buen
padre Claver no resucite a ningún esclavo que no lo vuelva hacer nunca jamás.
Jairo Anibal Nino