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Raúl Amaral       Escritos    Paraguayos           - Vol.     1    –
                                                            Introducción a la cultura nacional.



        Don Carlos Antonio López y la cultura nacional                                      Volver al Índice



          Don Carlos Antonio López fue un mandatario eminentemente práctico. No estaba en su
plan de gobierno, ni en su sicología, favorecer determinadas corrientes donde campeara en
forma absoluta la imaginación pura. Además de abogado era profesor de filosofía, predilección
ésta que pudo llevar a ciertos planos de la educación pública como resultado de una segura
vocación.

                                                                       En su mensaje de 1842 dice: “En
                                                             último resultado, será tomada la medida de
                                                             creer     en   obras    y     no    en   conceptos
                                                             fastuosos”.     Ahí    está    la   base   de       su
                                                             practicismo; obras fueron las que dejó, pero
                                                             como no podía abstraerse de la palabra
                                                             escrita, puesto que debía dar cuenta de sus
                                                             actos y de su pensamiento al pueblo,
                                                             también ha quedado el ejemplo de su
                                                             conducta y de su ideario.

                                                                       El primer elemento de cultura fue la
                                                             Academia Literaria, que ya estaba en
                                                             proyecto desde noviembre de 1841, como
                                                             base de la existencia futura de un Colegio
Nacional y cuyas cátedras oficiales eran de latinidad, castellano y bellas letras. Allí se explica
que en breve estará en funcionamiento la de filosofía y que gradualmente se irán consignando
las demás. “La moral civil y religiosa de los educandos -expresa el mensaje- se mejora
progresivamente y los catedráticos rinden servicio importante a la República con su asidua
contracción y tarea”.

          Don Carlos no se hizo ilusiones para renovar los intentos -largamente frustrados- de
creación de una universidad y es así que resolvió atacar el problema por el lado más sencillo y
más simple: desde la instrucción media, anexando luego un Instituto preuniversitario, como lo
fue la primera Escuela de Derecho (1850)1.

1
    Cardozo, Efraím. Breve historia del Paraguay. Buenos Aires, 1965


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        En otros párrafos del mismo documento indica que se destinó para escuela central de
primeras letras un local inmediato a la parroquia de la Encarnación. En ese establecimiento se
educan gratuitamente 233 jóvenes, siendo que los de menores recursos son socorridos para su
vestuario por la hacienda nacional. El material didáctico es allí entregado por el Estado, hecho
que ocurría tanto en la ciudad capital como en la campaña. Se educaban en 435 escuelas
primarias 25.000 alumnos.

        Pero no todo debía reducirse a aprender a leer y escribir. En el mensaje de 1857 Don
Carlos manifiesta que en las villas se proporciona a los estudiantes pobres, casa, manutención
y vestuario y que se les enseña los oficios de zapatería, tejeduría, sastrería y arte de fabricar
sombreros.

        Tres años antes, el 19 de marzo de 1854, había expresado que necesitando el país de
aprendices de artes y de fábricas de todo género, los maestros de estas profesiones serían
generosamente protegidos por el gobierno. Igualmente dispone que una comisión quede
encargada de impartir nociones de agricultura entre los indios y de procurar el mejoramiento de
las escuelas de primeras letras y de oficios mecánicos.

        Uno de los temas conocidos pero poco difundidos de su obra ha sido el referente a la
libertad de cultos. Tenía él interés en el afincamiento de una corriente de inmigración sajona,
particularidad que pertenecía, desde luego, a un estado de ánimo general en el Río de la Plata.
Por eso dice que no basta hospedar a los extranjeros -que en este caso eran los ingleses- en
nuestro suelo, ni acordarles la protección de las leyes, preciso es, entonces, favorecer el libre
ejercicio de sus cultos religiosos, y agrega que para ello, aunque se esté en principio, hay que
buscar la oportunidad de su aplicación2.

        Se ha hecho referencia a la Academia Literaria. Corresponde detenerse en las
consecuencias de la actuación de este instituto, recordando que el 30 de noviembre de 1841
los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso expiden un decreto en el cual
expresan que “la ilustración pública reclama imperiosamente los conatos de la autoridad

2
  Esta idea, anterior a la muy conocida de Alberdi, movió al historiador porteño Dr. Juan Pablo Oliver a calificar al
régimen de ambos López de prohijador de los interesas del imperialismo británico, (v. Juan Pablo Oliver:
“Rosismo, comunismo y lopizmo”, en: Boletín del instituto Juan Manuel de Rosas de investigaciones Históricas,
Buenos Aires, Año II, (2ª época), abril de 1969, p. 23/30; del mismo autor: “Fin de una polémica”, ibíd., Nº 6,
setiembre de 1969, p. 24/43. Estas pretensiones fueron contestadas, sin mucha convicción, fuerza ni
conocimientos por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Lubalde y también por Fermín Chavez y Faustino Tejedor
(v. Boletín del “Instituto Juan Manuel de Rosas” de Investigaciones Históricas. Buenos Aires. Año II 2ª época, Nº 5,
mayo de 1969, p. 22/27, 29/31. Una opinión hacia el Paraguay, no coincidente con aquellos desafueros puede
verse en: “Una entrevista con Santiago Díaz Vieyra”, v. “Azul y Blanco”, Buenos Aires, Año II, 2ª época, Nº 59, 30
de octubre de 1967, p. 20/22.


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suprema para llevar a aquélla a su debido efecto en cuanto sea posible”. También se advierte
la exigencia de impartir educación y enseñanza a quienes quieran dedicarse al culto, ya que es
evidente la escasez de aspirantes a ejercer la clerecía.

      Afirma dicho documento, en sus considerandos, que además impulsan a ello la falta de
capacidades civiles para elevar a la República al rango a que la llaman su posición y el destino,
motivo poderoso para restablecer los elementos de ilustración, enteramente extinguidos. Se
refiere a las consecuencias de la Dictadura precedente.

      La Academia Literaria funciona para alumnos externos, con los que se integrará el
plantel del futuro Colegio; se designa un director interino y a su vez otro de cátedra. Estas
serán, además de las mencionadas, de filosofía nacional, método didáctico, teología
dogmática, historia eclesiástica y oratoria sagrada, de acuerdo a la tónica de los tiempos. Se
establece, asimismo, que el catedrático de latinidad dará una conferencia semanal de
elementos de religión cristiana; el de bellas letras e idioma castellano, sobre derechos y
deberes del hombre social. Por su lado, las clases de latinidad, sostenidas específicamente por
particulares, serán reunidas bajo la inmediata orden de un director interino.

      Acierta plenamente Pérez Acosta al comentar dicho documento como creación
notoriamente inspirada por el antiguo catedrático de Filosofía y Vísperas de Teología, que era
don Carlos, cuya versación y aficiones literarias se transparentan en ella.

      El Presidente López no descuida los problemas emergentes de la enseñanza
secundaria. En su mensaje de 1844 hace saber que está pendiente la construcción del Colegio
Nacional, cuya fundación fuera ordenada por el Congreso de 1841, y es así que como solución
previa el gobierno ha establecido la citada Academia Literaria.

      El 10 de febrero de 1842, a un año de haber sido asumida por don Carlos y don Mariano
Roque Alonso la Comandancia General de Armas -paso previo al segundo consulado- inicia
sus cursos la Academia bajo la dirección del Padre Marco Antonio Maíz, tío del después ilustre
sacerdote don Fidel Maíz.

      Debe recordarse que don Carlos era muy minucioso en sus funciones de gobernante y
un infatigable “papelista” que lo documentaba todo. Durante el acto inaugural de dicho instituto,
fue repartido un prospecto en el que a la vez que se daban a conocer las normas de
enseñanza, se reglamentaba sobre la conducta de los alumnos. Para éstos estaban prohibidos
los castigos corporales.




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       Atención especial, como hemos significado, mereció la cátedra de filosofía, que era de la
predilección de don Carlos; aparte de la filosofía racional se enseñaba lógica, ética, metafísica,
ética general y particular. En los mismos términos física, y en cuanto a teología se impartía en
dos ramas: dogmática, con inclusión de historia sagrada y cronología, y moral, de la que
formaban parte la historia eclesiástica y la oratoria sagrada. Estas últimas asignaturas no
contradecían el notorio laicismo del Presidente, sino que tendían a permitir la formación de
alumnos destinados a estudios religiosos y al ejercicio del clero.

       En el manual que con respecto a los deberes y derechos del hombre social fuera
distribuido, al efecto había esta exhortación por demás elocuente: “Jóvenes: el tiempo es
nuestro, no tenemos tiranos que nos aflijan ni privilegios con que luchar, ni clases que destruir,
puede entonces la ilustración conducirnos con gloria a los brazos de la prosperidad”.

       Ante Don Carlos, vestido solemnemente de riguroso uniforme de capitán general, los
estudiantes entonaron un himno que contiene los elementos propios del neoclasicismo:

                       De Minerva el glorioso santuario
                       juventud apreciable velad
                       y la Patria sus firmes columnas
                       en vosotros por siempre hallará.

       Tras esta bella invocación, poniendo en manos juveniles el porvenir del Paraguay, el
canto expresa:

                       Ya los días terribles pasaron
                       en que alzando su cetro el terror
                       a la tierra del cielo querida
                       en oscura ignorancia sumió.

       Y Minerva termina derramando su luz “cual antorcha sagrada del sol” (dice el verso
feliz), abriendo las puertas de las ciencias a los nacionales, experimento éste muy propio de
Don Carlos, al unir poesía y practicismo al mismo tiempo. El Padre director, sin hipérbole,
expresó en su discurso inaugural que en ese día se habían fijado los fundamentos de la
felicidad paraguaya (3)3.

       Por ese entonces don Domingo Faustino Sarmiento -designado, no se sabe por qué
artilugios, padre y madre de la educación en nuestra América, según dictamen de la
3
 Ignacio Amado Berino: “La Academia Literaria como el primer esfuerzo de nuestra literatura” En: “Boletín de
Educación Paraguaya”. Revista mensual de orientación e información pedagógica. Asunción, Año III, Nº 32, abril
de 1959, p. 10/19.


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posteridad- no estaba dedicado a la pedagogía sino a centrar sus fuegos contra el tirano
porteño don Juan Manuel de Rosas. Su nombre es paradigma educacional en este Continente;
sin embargo el de Don Carlos Antonio López continúa en la oscuridad o en la “leyenda negra”,
a pesar de haber sido uno de los fervorosos educadores de su tiempo.

       Por ser los sacerdotes, en aquella época, los más inmediatos elementos de
comunicación con la comunidad, preocupó a Don Carlos la enseñanza de la religión. En 1858
se destinan 12.000 pesos, con alhajas, provenientes de los fondos dejados por el Dr. Francia
(cuyo férreo laicismo tampoco han tenido en cuenta sus contradictores rioplatenses) para
facilitar la reapertura del Seminario eclesiástico.

       En su mensaje de 1849 el Presidente López manifiesta que varios sacerdotes habían
sido ordenados por el obispo y habilitados para curatos vacantes. El plan de estudios había
sido trazado por el referido Padre Fidel Maíz -quién por aquel 1858 contaba 30 años de edad-
que desempeñaba las cátedras de teología moral y vísperas de cánones, oratoria sagrada y
liturgia eclesiástica.

       Entre 1861 y 1862 estudiaban en el Seminario entre 500 y 600 alumnos
(indudablemente que atraídos por las facilidades de la inscripción), habiéndose puesto en
práctica, también allí, el sistema “lancasteriano” -indicado por la Junta Gubernativa de 1811
para los maestros de escuela- o sea que los alumnos de los cursos superiores pasaban a ser
preceptores de quienes les sucedían.

       El Seminario funcionó hasta 1867 -sufriendo, como es lógico, las consecuencias de la
guerra y de la posterior invasión extranjera-, reabriendo sus puertas después de la posguerra
de 1870. Con anterioridad, profesores de latinidad y de gramática castellana fueron, entre
otros, los presbíteros José del Carmen Moreno, muerto en Ytororó; Bonifacio Moreno,
asesinado en Avay, por las fuerzas de la Triple Alianza (que según propias declaraciones
simbolizaban la “civilización”) y, entre otros, Francisco Solano Espinosa, mártir de Cerro Corá.

       Ya en 1854 había dejado dicho Don Carlos su inquietud en cuanto a los servicios
religiosos, la propia religión y el culto público. En ese mensaje confiesa que los sacerdotes
“ejercen una gran influencia en la moral y creencia del pueblo”. Esta influencia estaba reducida
a la mínima expresión al hacerse cargo del gobierno; el obispado se hallaba vacante, la
catedral sin su Cabildo, muy pocas iglesias de la campaña tenían el párroco correspondiente, y
por otra parte la misma jurisdicción del vicario general resultaba problemática.




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       Esta circunstancia no le había impedido de expedir el enérgico decreto del 2 de agosto
de 1851, destinado a su propio hermano, el obispo diocesano don Basilio Antonio López,
prohibiéndole terminantemente la ridícula ceremonia de los fingidos entierros “en vida”, que se
acostumbraba, con aprobación y complacencia del futuro difunto, quien ganaba así, sano y
salvo, su alma al cielo antes de tiempo.

       Entre 1851 y 1853 funcionó un curso preparatorio de aritmética elemental en Zeballos-
cué, a cargo del vecino Miguel Rojas. Debemos tener en cuenta lo que habría de significar eso
en aquella época y con tales distancias, ya que hoy mismo resulta problemático que en el
mismo lugar, más accesible por los modernos sistemas de transporte, pueda actuar un instituto
de la citada especialización.

       En 1853 el profesor francés Pierre Dupuy es autorizado por el gobierno para instalar una
escuela de matemáticas. Las clases comienzan el 2 de enero del año siguiente (en época de
Don Carlos no se concebían las “vacaciones”) con 51 alumnos, habiendo sido firmado por el
Presidente el reglamento de dicha escuela. Se enseñaba el sistema métrico decimal, álgebra y
geometría, y los exámenes eran públicos. Duró hasta dos años más tarde.

       Consciente Don Carlos de la importancia de la enseñanza secundaria autoriza la
fundación de una Escuela Normal, inmediatamente después de la clausura de la citada escuela
de matemáticas, o sea en julio de 1855. El nuevo establecimiento -dirigido por el recién llegado
                                                      4
polígrafo español Ildefonso Antonio Bermejo- se formó sobre la base de los mejores alumnos
de la escuela de Dupuy y la del maestro Juan Pedro Escalada, de reconocido prestigio. Luego
de ocho meses de funcionamiento se dio por terminado el ensayo.

       En su mensaje de 1857, Don Carlos fue muy claro al reseñar la actividad de esa escuela
y las causas de su desaparición. Dijo allí: “Se ha hecho la prueba de una Escuela Normal con
crecido número de jóvenes y entre ellos se contaban muchos adelantados que voluntariamente
entraron a ella con deseo de aprender y ser útiles. Pero desgraciadamente se han retirado
viendo que se les destinaba a la par de los que comenzaban los estudios. No tardó de cerrarse
la escuela por la inconveniencia de las horas y falta de policía (o sea de celadores) para
contener a los jóvenes reunidos a esperar las horas de clase”. Más adelante dice: “El gobierno
no ha sido feliz en esta prueba, a pesar de todos sus esfuerzos. Muchos de esos jóvenes han
pasado a las escuelas primarias, otros a las de latinidad, y otros a estudiar elementos de

4
 Juan E. O’Leary: Ildefonso Antonio Bermejo, falsario, impostor y plagiario, Asunción, Biblioteca de las Fuerzas
Armadas de la Nación, 1953.


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geografía y de filosofía”. No era un establecimiento destinado al magisterio sino de cultura
integral. También en el colegio que dirigía el sacerdote argentino José Joaquín Palacios, ex
profesor de la Academia Literaria y de quien fueran alumnos Francisco Solano López y Fidel
Maíz, se enseñaba filosofía y bellas letras.

        En otros términos, Don Carlos reconoce que mucho se nota la falta de una imprenta y
que el gobierno la ha costeado con un impresor que ha servido en ella por tres años. Añade
que en esos momentos los impresores son todos patricios, es decir, nativos. También indica
que en ese establecimiento se edita “El Paraguayo Independiente”, destinado a combatir las
pretensiones del tirano porteño don Juan Manuel de Rosas contra la nacionalidad paraguaya y
fundado el 26 de abril de 1845. Esa publicación continuó hasta el 15 de setiembre de 1852, en
que fue reconocida, por la Confederación Argentina, nuestra independencia. En 1858 se hizo
por la imprenta del Estado una reedición en dos volúmenes.

        Anteriormente había aparecido, editado en Corrientes, pero como órgano oficial del
gobierno paraguayo el “Repertorio Nacional”, que contenía decretos, mensajes, ordenanzas y
disposiciones oficiales. Sucedió a “El Paraguayo Independiente” el “Semanario de Avisos y
Conocimientos Útiles”, con expresivo subtítulo, muy característico del pensamiento de Don
Carlos: “Periódico semanal destinado a los Negociantes, Labradores e Industriales”. El primer
número aparece el 1º de mayo de 1853, bajo la dirección del Dr. Juan Andrés Gelly, y
suspende su aparición el 2 de febrero de 1856 al alcanzar los 129 números, por enfermedad
del mencionado. Luego reaparece con la dirección de Ildefonso Antonio Bermejo desde
noviembre de 1857. Su director siguiente fue Gumersindo Benítez. Continúa apareciendo en
Luque y más tarde en Piribebuy (1868) al ser designadas, ambas ciudades, capitales durante la
guerra de la Triple Alianza. “El Eco del Paraguay” es un periódico que comenzó a editar
Bermejo el 19 de mayo de 1855 -a poco de su llegada al país- y que desapreció a mediados de
1857.

        La imprenta del Estado además tenía, o cumplió, sin proponérselo, un plan editorial que
para su época, para la cultura mediterránea que el Paraguay sobrellevaba desde dos siglos
atrás, significaba un extraordinario esfuerzo. En 1845 se publicó la primera edición del libro de
Ruy Díaz de Guzmán5; cuatro años más tarde se imprime la primera edición paraguaya -
segunda general- de “El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será” del Dr. Juan Andrés

5
 Este libro es conocido comúnmente con el título de La Argentina pero el original es: Anales del descubrimienti,
población y conquista de las Provincias del Río de la Plata ( v. Ángel Rosenblat, El nombre de la Argentina,
Buenos Aires, Eudeba 1964, p. 33).


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Gelly. Es de 1855 el “Catecismo político y social para los alumnos de la Escuela Normal”, y en
1858 se imprime el vocabulario, en varios idiomas, de algunas plantas medicinales, compuesto
por el Dr. Juan Vicente Estigarribia. Un año después aparece un “Almanaque popular” de 60 p.
y “Un paraguayo leal”, obra teatral de Bermejo. En 1862 el mismo publicará: La Iglesia Católica
en América, año en que se edita en Bruselas la edición príncipe, en francés, de La Republique
du Paraguay, del Barón Alfred du Graty, mandada a escribir por Don Carlos para su
distribución en Europa.

      Ya hemos hecho referencia a la primera institución de tipo pre-universitario: la Escuela
de Derecho, que comenzara a funcionar en marzo de 1850 bajo la dirección del Dr. Gelly y con
elementos bibliográficos extraídos de su propia biblioteca, que posteriormente donara al
Estado. Cuando el mencionado prócer viaja a Europa, en 1853 acompañando al entonces
brigadier Francisco Solano López, ya la escuela no funcionaba. En 1862, aún en tiempos de
Don Carlos, existía una Academia de Práctica Forense a cargo del juez del crimen don Zenón
Ramírez.

      Otra de las obras fundamentales fue, sin duda, el Aula de Filosofía, cuyo proyecto inicial
data de 1857. Comenzó con los alumnos de la Escuela Normal, la de Latinidad y del Seminario.
Su director fue el referido Bermejo. La cantidad y calidad de las cátedras dicen de por sí de la
importancia que se le adjudicaba a ese instituto: Gramática castellana, lógica, historia sagrada
y profana, geografía, cosmografía, literatura española, moral y teodicea, catecismo político,
derecho civil y filosofía, francés, inglés y composición literaria. El primer examen fue presidido
por el propio Don Carlos, y los subsiguientes por el obispo Urbieta, como demostración de la
trascendencia que el Estado daba a su funcionamiento.

      Sus alumnos más aventajados fueron Natalicio Talavera y Juan Crisóstomo Centurión.
Tres años después, o sea en 1860, comenzó a nuclearse el grupo romántico, que iniciaría el
primero de los nombrados con sus composiciones literarias en 1858, a los 19 años de edad.
Indudablemente la presencia de Bermejo, como con anterioridad la del Dr. Gelly, contribuyó en
mucho a crear un ambiente de cultura que fuera más allá de lo mediterráneo y aun de los
círculos de la sociedad asuncena en su condición representativa de la ciudad-puerto.

      La última tentativa de esta época fue “La Aurora”, pequeña revista de los alumnos del
Aula de Filosofía, cuyo primer número consta de un folleto de 40 páginas, aparecido el 1º de
octubre de 1860 como “enciclopedia popular y mensual”. El último se publicó en abril de 1861.
Fueron sus colaboradores principales: Juan José Brizuela, que había publicado en Buenos



                                                                                                     8
Raúl Amaral       Escritos    Paraguayos           - Vol.   1   –
                                                           Introducción a la cultura nacional.


Aires, Ojeada histórica sobre el Paraguay (1857) seguida de Vapuleo de un traidor, en
respuesta a unas cartas que contra el Presidente López diera a conocer, en la capital
argentina, Luciano Recalde; el guaireño Gumersindo Benítez, con “Estudios Sociales” y
“Algunas reflexiones sobre la imprenta”; Mauricio Benítez, “Estudios morales y científicos” y “La
primera musa en América”; el sacerdote Mariano del Rosario Aguiar, “Estudios religiosos”;
después José del Rosario Medina, capellán del ejército muerto en Cerro Corá, que publicó
“Estudios filosóficos”; José Mateo Collar, que había nacido en Mbuyapey, colaboró con “Moral
privada” y “Necesidad de la ciencia para la existencia y organización de una sociedad”; a Juan
Bautista González, que era barrareño, se le deben estudios religiosos, recreativos e históricos y
de bellas artes literarias; Américo Varela firmó trabajos sobre temas morales, sociales,
máximas y pensamientos. Allí colaboró también Marcelina Almeida, en prosa y verso,
constituyéndose en una precursora. Todos estos autores habían nacido entre 1830 y 1835.

          En resumen: ¿Qué se le debe a Don Carlos en el plano de la cultura nacional? ¿Qué es
lo que debemos mirar, como resultado de su esfuerzo, a esta altura del tiempo y con
proyección continental? El Paraguay le debe, ante todo, la formación del Estado moderno, la
intransigente defensa de su soberanía, la afirmación de su independencia -reflejada en todos
los órdenes-, su reincorporación a nivel internacional y su ingreso a la cultura americana.

          Don Carlos, a diferencia de Rivadavia en la Argentina, no quiso practicar una especie de
“despotismo ilustrado”, imponiendo al país instituciones y leyes ajenas a la índole de su pueblo.
Correspondía usar con mucha prudencia tanto los atributos del poder como del andamiaje
jurídico recién inaugurado. Se trataba de organismos novísimos, con escasa o nula tradición,
de los que pausadamente tendría que ser beneficiaria la Nación hasta encontrar el cauce
normal.

          La mayoría de sus medidas de gobierno, aun aquellas que rozan el quehacer de la
cultura, tienen carácter transitorio, lo señaló él mismo en sus mensajes y supo
afirmarlo, en el prólogo de su libro, el Dr. Gelly. Había que adecuarlas a la época
sin violentar el ritmo histórico y la misma realidad social. Era ese “Paraguay-niño”,
al que alguna vez se refirió el Dr. Ramón Zubizarreta 6, el que Don Carlos habría de
conducir de la mano para ascender las gradas de una nueva historia.

          Vista en lo inmediato, se trata de una tarea modesta, sencillamente evolutiva, sin el
estrépito producido en otros países. pero situándonos en una perspectiva geo-política (y

6
    Raúl Amaral, Ramón Zubizarreta, precursor y maestro, Asunción, 1972.


                                                                                                             9
Raúl Amaral     Escritos    Paraguayos           - Vol.   1   –
                                                    Introducción a la cultura nacional.


también geo-cultural), debemos comprender que lo hizo en la medida de su escenario y de su
época, y que se condujo, eso sí, con una dignidad ejemplar.

         En el capítulo de la cultura, nacen bajo su mandato la enseñanza pública, el periodismo,
la actividad social y teatral, anuncios prometedores del romanticismo paraguayo, puesto en
acción y crecido por impulso de las corrientes de ideas que él representaba. Queda dicho, en
este orden, que su nombre, como el del Dr. Gelly y el de Mariano Antonio Molas, es el de un
precursor que facilitó, en grado mayor que los mencionados, el advenimiento de la efusión
romántica nativa en función literaria.

         Para Don Carlos la cultura no era desvelo o actividad particular, sino también obligación
de gobierno. Y como todo quedara centrado en esa órbita tendríamos que pensar en la
existencia -bien que paradógica- de un “romanticismo de Estado”, que se insinuara en los
tramos iniciales del mandato del después Mariscal Francisco Solano López -un romántico nato-
. Oficiales eran los elementos e instrumentos de formación de sus integrantes, por lo menos
entre el primer grupo y Natalicio Talavera (los nacidos entre 1826 y 1839), “romanticismo de
Estado” no concebido a sabiendas por su precursor, pero sí alentado en sus posibilidades que
aunque parecían nebulosa difusa entre 1842 y 1862, hallaron forma y expresión mucho más
tarde.

         La guerra cortó ese “despegue” del Paraguay hacia el ámbito rioplatense del que era
raíz fundacional. Desde entonces -hasta bien entrado el siglo XX- su proceso cultural queda
enquistado y con él el incipiente romanticismo, más de intención y de espíritu que de obra
efectiva. Este romanticismo, al no concretarse totalmente en el plano literario, estalló como
fuerza humana temperamental durante la guerra de la Triple Alianza, donde quedaron al
desnudo y al descubierto sus hondas raíces, que de haber hallado adecuado nivel en la paz,
otra hubiera sido esa página condicionada y trunca de su historia, en que hoy debemos
fijarnos.

         Esa labor cultural de Don Carlos estaba centrada en la idea de un destino con grandeza,
o sea la retoma étnico-cultural del Paraguay americano (los añejos límites geográficos de la
Provincia Gigante de las Indias), reducido, en su porvenir, a un aglutinamiento panlingüístico,
con el que no contaron, por cierto, los incipientes románticos ni aún el retrasado aunque
evidente posromanticismo, en lo que va de 1870 a 1900.

                                                                                              (1972)




                                                                                                      10
Raúl Amaral     Escritos    Paraguayos           - Vol.   1   –
                                                Introducción a la cultura nacional.




A) Bibliografía sobre Don Carlos

Justo Pastor Benítez, Carlos Antonio López, Buenos Aires, Ayacucho, 1949.
Arturo Bray, “Don Carlos Antonio” (En: Hombres y épocas del Paraguay, 2ª. ed., Buenos Aires,
      1959, p. 45/66).
Julio César Cháves. El Presidente López. Vida y gobierno de Don Carlos. Buenos Aires, 1ª.
      ed., Ayacucho 1955; 2ª. ed. Buenos Aires, Depalma, 1968.
Juan Silvano Godoi: “El blasón de los López”. Carta a Arturo Rebaudi (En: “Paraguay”,
      Asunción, 31 de marzo de 1923, p. 1/3).
Natalicio González: “Don Carlos Antonio López”: (En: CARLOS ANTONIO LÓPEZ, La
      emancipación paraguaya, Asunción-Buenos Aires, Guarania, 1942, p. 7/29).
Juan E. O’Leary: “La formación intelectual del Patriarca” (En: “La Unión”, Asunción, 27 de
      setiembre de 1931).
Juan Francisco Pérez Acosta: Carlos Antonio López “obrero máximo”, Buenos Aires, Guarania,
      1948.
Justo Prieto, Dos vidas ejemplares, Buenos Aires, 1939.
Luciano Recalde: “Carta primera del Presidente Carlos Antonio López del Paraguay”, 2ª. ed.,
      Buenos Aires, 1957.


B) Bibliografía de Don Carlos

Carlos Antonio López, Catecismo político y social para los alumnos de la Escuela Normal, 1ª.
     ed., Asunción, 1855; 2ª. ed., Asunción, 1955.
Mensajes. Asunción, Imprenta Nacional, 1931.
La emancipación paraguaya. Prólogo de Natalicio González, Asunción, Guarania, 1943.




                                                                                                  11

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  • 1. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. Don Carlos Antonio López y la cultura nacional Volver al Índice Don Carlos Antonio López fue un mandatario eminentemente práctico. No estaba en su plan de gobierno, ni en su sicología, favorecer determinadas corrientes donde campeara en forma absoluta la imaginación pura. Además de abogado era profesor de filosofía, predilección ésta que pudo llevar a ciertos planos de la educación pública como resultado de una segura vocación. En su mensaje de 1842 dice: “En último resultado, será tomada la medida de creer en obras y no en conceptos fastuosos”. Ahí está la base de su practicismo; obras fueron las que dejó, pero como no podía abstraerse de la palabra escrita, puesto que debía dar cuenta de sus actos y de su pensamiento al pueblo, también ha quedado el ejemplo de su conducta y de su ideario. El primer elemento de cultura fue la Academia Literaria, que ya estaba en proyecto desde noviembre de 1841, como base de la existencia futura de un Colegio Nacional y cuyas cátedras oficiales eran de latinidad, castellano y bellas letras. Allí se explica que en breve estará en funcionamiento la de filosofía y que gradualmente se irán consignando las demás. “La moral civil y religiosa de los educandos -expresa el mensaje- se mejora progresivamente y los catedráticos rinden servicio importante a la República con su asidua contracción y tarea”. Don Carlos no se hizo ilusiones para renovar los intentos -largamente frustrados- de creación de una universidad y es así que resolvió atacar el problema por el lado más sencillo y más simple: desde la instrucción media, anexando luego un Instituto preuniversitario, como lo fue la primera Escuela de Derecho (1850)1. 1 Cardozo, Efraím. Breve historia del Paraguay. Buenos Aires, 1965 1
  • 2. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. En otros párrafos del mismo documento indica que se destinó para escuela central de primeras letras un local inmediato a la parroquia de la Encarnación. En ese establecimiento se educan gratuitamente 233 jóvenes, siendo que los de menores recursos son socorridos para su vestuario por la hacienda nacional. El material didáctico es allí entregado por el Estado, hecho que ocurría tanto en la ciudad capital como en la campaña. Se educaban en 435 escuelas primarias 25.000 alumnos. Pero no todo debía reducirse a aprender a leer y escribir. En el mensaje de 1857 Don Carlos manifiesta que en las villas se proporciona a los estudiantes pobres, casa, manutención y vestuario y que se les enseña los oficios de zapatería, tejeduría, sastrería y arte de fabricar sombreros. Tres años antes, el 19 de marzo de 1854, había expresado que necesitando el país de aprendices de artes y de fábricas de todo género, los maestros de estas profesiones serían generosamente protegidos por el gobierno. Igualmente dispone que una comisión quede encargada de impartir nociones de agricultura entre los indios y de procurar el mejoramiento de las escuelas de primeras letras y de oficios mecánicos. Uno de los temas conocidos pero poco difundidos de su obra ha sido el referente a la libertad de cultos. Tenía él interés en el afincamiento de una corriente de inmigración sajona, particularidad que pertenecía, desde luego, a un estado de ánimo general en el Río de la Plata. Por eso dice que no basta hospedar a los extranjeros -que en este caso eran los ingleses- en nuestro suelo, ni acordarles la protección de las leyes, preciso es, entonces, favorecer el libre ejercicio de sus cultos religiosos, y agrega que para ello, aunque se esté en principio, hay que buscar la oportunidad de su aplicación2. Se ha hecho referencia a la Academia Literaria. Corresponde detenerse en las consecuencias de la actuación de este instituto, recordando que el 30 de noviembre de 1841 los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso expiden un decreto en el cual expresan que “la ilustración pública reclama imperiosamente los conatos de la autoridad 2 Esta idea, anterior a la muy conocida de Alberdi, movió al historiador porteño Dr. Juan Pablo Oliver a calificar al régimen de ambos López de prohijador de los interesas del imperialismo británico, (v. Juan Pablo Oliver: “Rosismo, comunismo y lopizmo”, en: Boletín del instituto Juan Manuel de Rosas de investigaciones Históricas, Buenos Aires, Año II, (2ª época), abril de 1969, p. 23/30; del mismo autor: “Fin de una polémica”, ibíd., Nº 6, setiembre de 1969, p. 24/43. Estas pretensiones fueron contestadas, sin mucha convicción, fuerza ni conocimientos por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Lubalde y también por Fermín Chavez y Faustino Tejedor (v. Boletín del “Instituto Juan Manuel de Rosas” de Investigaciones Históricas. Buenos Aires. Año II 2ª época, Nº 5, mayo de 1969, p. 22/27, 29/31. Una opinión hacia el Paraguay, no coincidente con aquellos desafueros puede verse en: “Una entrevista con Santiago Díaz Vieyra”, v. “Azul y Blanco”, Buenos Aires, Año II, 2ª época, Nº 59, 30 de octubre de 1967, p. 20/22. 2
  • 3. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. suprema para llevar a aquélla a su debido efecto en cuanto sea posible”. También se advierte la exigencia de impartir educación y enseñanza a quienes quieran dedicarse al culto, ya que es evidente la escasez de aspirantes a ejercer la clerecía. Afirma dicho documento, en sus considerandos, que además impulsan a ello la falta de capacidades civiles para elevar a la República al rango a que la llaman su posición y el destino, motivo poderoso para restablecer los elementos de ilustración, enteramente extinguidos. Se refiere a las consecuencias de la Dictadura precedente. La Academia Literaria funciona para alumnos externos, con los que se integrará el plantel del futuro Colegio; se designa un director interino y a su vez otro de cátedra. Estas serán, además de las mencionadas, de filosofía nacional, método didáctico, teología dogmática, historia eclesiástica y oratoria sagrada, de acuerdo a la tónica de los tiempos. Se establece, asimismo, que el catedrático de latinidad dará una conferencia semanal de elementos de religión cristiana; el de bellas letras e idioma castellano, sobre derechos y deberes del hombre social. Por su lado, las clases de latinidad, sostenidas específicamente por particulares, serán reunidas bajo la inmediata orden de un director interino. Acierta plenamente Pérez Acosta al comentar dicho documento como creación notoriamente inspirada por el antiguo catedrático de Filosofía y Vísperas de Teología, que era don Carlos, cuya versación y aficiones literarias se transparentan en ella. El Presidente López no descuida los problemas emergentes de la enseñanza secundaria. En su mensaje de 1844 hace saber que está pendiente la construcción del Colegio Nacional, cuya fundación fuera ordenada por el Congreso de 1841, y es así que como solución previa el gobierno ha establecido la citada Academia Literaria. El 10 de febrero de 1842, a un año de haber sido asumida por don Carlos y don Mariano Roque Alonso la Comandancia General de Armas -paso previo al segundo consulado- inicia sus cursos la Academia bajo la dirección del Padre Marco Antonio Maíz, tío del después ilustre sacerdote don Fidel Maíz. Debe recordarse que don Carlos era muy minucioso en sus funciones de gobernante y un infatigable “papelista” que lo documentaba todo. Durante el acto inaugural de dicho instituto, fue repartido un prospecto en el que a la vez que se daban a conocer las normas de enseñanza, se reglamentaba sobre la conducta de los alumnos. Para éstos estaban prohibidos los castigos corporales. 3
  • 4. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. Atención especial, como hemos significado, mereció la cátedra de filosofía, que era de la predilección de don Carlos; aparte de la filosofía racional se enseñaba lógica, ética, metafísica, ética general y particular. En los mismos términos física, y en cuanto a teología se impartía en dos ramas: dogmática, con inclusión de historia sagrada y cronología, y moral, de la que formaban parte la historia eclesiástica y la oratoria sagrada. Estas últimas asignaturas no contradecían el notorio laicismo del Presidente, sino que tendían a permitir la formación de alumnos destinados a estudios religiosos y al ejercicio del clero. En el manual que con respecto a los deberes y derechos del hombre social fuera distribuido, al efecto había esta exhortación por demás elocuente: “Jóvenes: el tiempo es nuestro, no tenemos tiranos que nos aflijan ni privilegios con que luchar, ni clases que destruir, puede entonces la ilustración conducirnos con gloria a los brazos de la prosperidad”. Ante Don Carlos, vestido solemnemente de riguroso uniforme de capitán general, los estudiantes entonaron un himno que contiene los elementos propios del neoclasicismo: De Minerva el glorioso santuario juventud apreciable velad y la Patria sus firmes columnas en vosotros por siempre hallará. Tras esta bella invocación, poniendo en manos juveniles el porvenir del Paraguay, el canto expresa: Ya los días terribles pasaron en que alzando su cetro el terror a la tierra del cielo querida en oscura ignorancia sumió. Y Minerva termina derramando su luz “cual antorcha sagrada del sol” (dice el verso feliz), abriendo las puertas de las ciencias a los nacionales, experimento éste muy propio de Don Carlos, al unir poesía y practicismo al mismo tiempo. El Padre director, sin hipérbole, expresó en su discurso inaugural que en ese día se habían fijado los fundamentos de la felicidad paraguaya (3)3. Por ese entonces don Domingo Faustino Sarmiento -designado, no se sabe por qué artilugios, padre y madre de la educación en nuestra América, según dictamen de la 3 Ignacio Amado Berino: “La Academia Literaria como el primer esfuerzo de nuestra literatura” En: “Boletín de Educación Paraguaya”. Revista mensual de orientación e información pedagógica. Asunción, Año III, Nº 32, abril de 1959, p. 10/19. 4
  • 5. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. posteridad- no estaba dedicado a la pedagogía sino a centrar sus fuegos contra el tirano porteño don Juan Manuel de Rosas. Su nombre es paradigma educacional en este Continente; sin embargo el de Don Carlos Antonio López continúa en la oscuridad o en la “leyenda negra”, a pesar de haber sido uno de los fervorosos educadores de su tiempo. Por ser los sacerdotes, en aquella época, los más inmediatos elementos de comunicación con la comunidad, preocupó a Don Carlos la enseñanza de la religión. En 1858 se destinan 12.000 pesos, con alhajas, provenientes de los fondos dejados por el Dr. Francia (cuyo férreo laicismo tampoco han tenido en cuenta sus contradictores rioplatenses) para facilitar la reapertura del Seminario eclesiástico. En su mensaje de 1849 el Presidente López manifiesta que varios sacerdotes habían sido ordenados por el obispo y habilitados para curatos vacantes. El plan de estudios había sido trazado por el referido Padre Fidel Maíz -quién por aquel 1858 contaba 30 años de edad- que desempeñaba las cátedras de teología moral y vísperas de cánones, oratoria sagrada y liturgia eclesiástica. Entre 1861 y 1862 estudiaban en el Seminario entre 500 y 600 alumnos (indudablemente que atraídos por las facilidades de la inscripción), habiéndose puesto en práctica, también allí, el sistema “lancasteriano” -indicado por la Junta Gubernativa de 1811 para los maestros de escuela- o sea que los alumnos de los cursos superiores pasaban a ser preceptores de quienes les sucedían. El Seminario funcionó hasta 1867 -sufriendo, como es lógico, las consecuencias de la guerra y de la posterior invasión extranjera-, reabriendo sus puertas después de la posguerra de 1870. Con anterioridad, profesores de latinidad y de gramática castellana fueron, entre otros, los presbíteros José del Carmen Moreno, muerto en Ytororó; Bonifacio Moreno, asesinado en Avay, por las fuerzas de la Triple Alianza (que según propias declaraciones simbolizaban la “civilización”) y, entre otros, Francisco Solano Espinosa, mártir de Cerro Corá. Ya en 1854 había dejado dicho Don Carlos su inquietud en cuanto a los servicios religiosos, la propia religión y el culto público. En ese mensaje confiesa que los sacerdotes “ejercen una gran influencia en la moral y creencia del pueblo”. Esta influencia estaba reducida a la mínima expresión al hacerse cargo del gobierno; el obispado se hallaba vacante, la catedral sin su Cabildo, muy pocas iglesias de la campaña tenían el párroco correspondiente, y por otra parte la misma jurisdicción del vicario general resultaba problemática. 5
  • 6. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. Esta circunstancia no le había impedido de expedir el enérgico decreto del 2 de agosto de 1851, destinado a su propio hermano, el obispo diocesano don Basilio Antonio López, prohibiéndole terminantemente la ridícula ceremonia de los fingidos entierros “en vida”, que se acostumbraba, con aprobación y complacencia del futuro difunto, quien ganaba así, sano y salvo, su alma al cielo antes de tiempo. Entre 1851 y 1853 funcionó un curso preparatorio de aritmética elemental en Zeballos- cué, a cargo del vecino Miguel Rojas. Debemos tener en cuenta lo que habría de significar eso en aquella época y con tales distancias, ya que hoy mismo resulta problemático que en el mismo lugar, más accesible por los modernos sistemas de transporte, pueda actuar un instituto de la citada especialización. En 1853 el profesor francés Pierre Dupuy es autorizado por el gobierno para instalar una escuela de matemáticas. Las clases comienzan el 2 de enero del año siguiente (en época de Don Carlos no se concebían las “vacaciones”) con 51 alumnos, habiendo sido firmado por el Presidente el reglamento de dicha escuela. Se enseñaba el sistema métrico decimal, álgebra y geometría, y los exámenes eran públicos. Duró hasta dos años más tarde. Consciente Don Carlos de la importancia de la enseñanza secundaria autoriza la fundación de una Escuela Normal, inmediatamente después de la clausura de la citada escuela de matemáticas, o sea en julio de 1855. El nuevo establecimiento -dirigido por el recién llegado 4 polígrafo español Ildefonso Antonio Bermejo- se formó sobre la base de los mejores alumnos de la escuela de Dupuy y la del maestro Juan Pedro Escalada, de reconocido prestigio. Luego de ocho meses de funcionamiento se dio por terminado el ensayo. En su mensaje de 1857, Don Carlos fue muy claro al reseñar la actividad de esa escuela y las causas de su desaparición. Dijo allí: “Se ha hecho la prueba de una Escuela Normal con crecido número de jóvenes y entre ellos se contaban muchos adelantados que voluntariamente entraron a ella con deseo de aprender y ser útiles. Pero desgraciadamente se han retirado viendo que se les destinaba a la par de los que comenzaban los estudios. No tardó de cerrarse la escuela por la inconveniencia de las horas y falta de policía (o sea de celadores) para contener a los jóvenes reunidos a esperar las horas de clase”. Más adelante dice: “El gobierno no ha sido feliz en esta prueba, a pesar de todos sus esfuerzos. Muchos de esos jóvenes han pasado a las escuelas primarias, otros a las de latinidad, y otros a estudiar elementos de 4 Juan E. O’Leary: Ildefonso Antonio Bermejo, falsario, impostor y plagiario, Asunción, Biblioteca de las Fuerzas Armadas de la Nación, 1953. 6
  • 7. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. geografía y de filosofía”. No era un establecimiento destinado al magisterio sino de cultura integral. También en el colegio que dirigía el sacerdote argentino José Joaquín Palacios, ex profesor de la Academia Literaria y de quien fueran alumnos Francisco Solano López y Fidel Maíz, se enseñaba filosofía y bellas letras. En otros términos, Don Carlos reconoce que mucho se nota la falta de una imprenta y que el gobierno la ha costeado con un impresor que ha servido en ella por tres años. Añade que en esos momentos los impresores son todos patricios, es decir, nativos. También indica que en ese establecimiento se edita “El Paraguayo Independiente”, destinado a combatir las pretensiones del tirano porteño don Juan Manuel de Rosas contra la nacionalidad paraguaya y fundado el 26 de abril de 1845. Esa publicación continuó hasta el 15 de setiembre de 1852, en que fue reconocida, por la Confederación Argentina, nuestra independencia. En 1858 se hizo por la imprenta del Estado una reedición en dos volúmenes. Anteriormente había aparecido, editado en Corrientes, pero como órgano oficial del gobierno paraguayo el “Repertorio Nacional”, que contenía decretos, mensajes, ordenanzas y disposiciones oficiales. Sucedió a “El Paraguayo Independiente” el “Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles”, con expresivo subtítulo, muy característico del pensamiento de Don Carlos: “Periódico semanal destinado a los Negociantes, Labradores e Industriales”. El primer número aparece el 1º de mayo de 1853, bajo la dirección del Dr. Juan Andrés Gelly, y suspende su aparición el 2 de febrero de 1856 al alcanzar los 129 números, por enfermedad del mencionado. Luego reaparece con la dirección de Ildefonso Antonio Bermejo desde noviembre de 1857. Su director siguiente fue Gumersindo Benítez. Continúa apareciendo en Luque y más tarde en Piribebuy (1868) al ser designadas, ambas ciudades, capitales durante la guerra de la Triple Alianza. “El Eco del Paraguay” es un periódico que comenzó a editar Bermejo el 19 de mayo de 1855 -a poco de su llegada al país- y que desapreció a mediados de 1857. La imprenta del Estado además tenía, o cumplió, sin proponérselo, un plan editorial que para su época, para la cultura mediterránea que el Paraguay sobrellevaba desde dos siglos atrás, significaba un extraordinario esfuerzo. En 1845 se publicó la primera edición del libro de Ruy Díaz de Guzmán5; cuatro años más tarde se imprime la primera edición paraguaya - segunda general- de “El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será” del Dr. Juan Andrés 5 Este libro es conocido comúnmente con el título de La Argentina pero el original es: Anales del descubrimienti, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata ( v. Ángel Rosenblat, El nombre de la Argentina, Buenos Aires, Eudeba 1964, p. 33). 7
  • 8. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. Gelly. Es de 1855 el “Catecismo político y social para los alumnos de la Escuela Normal”, y en 1858 se imprime el vocabulario, en varios idiomas, de algunas plantas medicinales, compuesto por el Dr. Juan Vicente Estigarribia. Un año después aparece un “Almanaque popular” de 60 p. y “Un paraguayo leal”, obra teatral de Bermejo. En 1862 el mismo publicará: La Iglesia Católica en América, año en que se edita en Bruselas la edición príncipe, en francés, de La Republique du Paraguay, del Barón Alfred du Graty, mandada a escribir por Don Carlos para su distribución en Europa. Ya hemos hecho referencia a la primera institución de tipo pre-universitario: la Escuela de Derecho, que comenzara a funcionar en marzo de 1850 bajo la dirección del Dr. Gelly y con elementos bibliográficos extraídos de su propia biblioteca, que posteriormente donara al Estado. Cuando el mencionado prócer viaja a Europa, en 1853 acompañando al entonces brigadier Francisco Solano López, ya la escuela no funcionaba. En 1862, aún en tiempos de Don Carlos, existía una Academia de Práctica Forense a cargo del juez del crimen don Zenón Ramírez. Otra de las obras fundamentales fue, sin duda, el Aula de Filosofía, cuyo proyecto inicial data de 1857. Comenzó con los alumnos de la Escuela Normal, la de Latinidad y del Seminario. Su director fue el referido Bermejo. La cantidad y calidad de las cátedras dicen de por sí de la importancia que se le adjudicaba a ese instituto: Gramática castellana, lógica, historia sagrada y profana, geografía, cosmografía, literatura española, moral y teodicea, catecismo político, derecho civil y filosofía, francés, inglés y composición literaria. El primer examen fue presidido por el propio Don Carlos, y los subsiguientes por el obispo Urbieta, como demostración de la trascendencia que el Estado daba a su funcionamiento. Sus alumnos más aventajados fueron Natalicio Talavera y Juan Crisóstomo Centurión. Tres años después, o sea en 1860, comenzó a nuclearse el grupo romántico, que iniciaría el primero de los nombrados con sus composiciones literarias en 1858, a los 19 años de edad. Indudablemente la presencia de Bermejo, como con anterioridad la del Dr. Gelly, contribuyó en mucho a crear un ambiente de cultura que fuera más allá de lo mediterráneo y aun de los círculos de la sociedad asuncena en su condición representativa de la ciudad-puerto. La última tentativa de esta época fue “La Aurora”, pequeña revista de los alumnos del Aula de Filosofía, cuyo primer número consta de un folleto de 40 páginas, aparecido el 1º de octubre de 1860 como “enciclopedia popular y mensual”. El último se publicó en abril de 1861. Fueron sus colaboradores principales: Juan José Brizuela, que había publicado en Buenos 8
  • 9. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. Aires, Ojeada histórica sobre el Paraguay (1857) seguida de Vapuleo de un traidor, en respuesta a unas cartas que contra el Presidente López diera a conocer, en la capital argentina, Luciano Recalde; el guaireño Gumersindo Benítez, con “Estudios Sociales” y “Algunas reflexiones sobre la imprenta”; Mauricio Benítez, “Estudios morales y científicos” y “La primera musa en América”; el sacerdote Mariano del Rosario Aguiar, “Estudios religiosos”; después José del Rosario Medina, capellán del ejército muerto en Cerro Corá, que publicó “Estudios filosóficos”; José Mateo Collar, que había nacido en Mbuyapey, colaboró con “Moral privada” y “Necesidad de la ciencia para la existencia y organización de una sociedad”; a Juan Bautista González, que era barrareño, se le deben estudios religiosos, recreativos e históricos y de bellas artes literarias; Américo Varela firmó trabajos sobre temas morales, sociales, máximas y pensamientos. Allí colaboró también Marcelina Almeida, en prosa y verso, constituyéndose en una precursora. Todos estos autores habían nacido entre 1830 y 1835. En resumen: ¿Qué se le debe a Don Carlos en el plano de la cultura nacional? ¿Qué es lo que debemos mirar, como resultado de su esfuerzo, a esta altura del tiempo y con proyección continental? El Paraguay le debe, ante todo, la formación del Estado moderno, la intransigente defensa de su soberanía, la afirmación de su independencia -reflejada en todos los órdenes-, su reincorporación a nivel internacional y su ingreso a la cultura americana. Don Carlos, a diferencia de Rivadavia en la Argentina, no quiso practicar una especie de “despotismo ilustrado”, imponiendo al país instituciones y leyes ajenas a la índole de su pueblo. Correspondía usar con mucha prudencia tanto los atributos del poder como del andamiaje jurídico recién inaugurado. Se trataba de organismos novísimos, con escasa o nula tradición, de los que pausadamente tendría que ser beneficiaria la Nación hasta encontrar el cauce normal. La mayoría de sus medidas de gobierno, aun aquellas que rozan el quehacer de la cultura, tienen carácter transitorio, lo señaló él mismo en sus mensajes y supo afirmarlo, en el prólogo de su libro, el Dr. Gelly. Había que adecuarlas a la época sin violentar el ritmo histórico y la misma realidad social. Era ese “Paraguay-niño”, al que alguna vez se refirió el Dr. Ramón Zubizarreta 6, el que Don Carlos habría de conducir de la mano para ascender las gradas de una nueva historia. Vista en lo inmediato, se trata de una tarea modesta, sencillamente evolutiva, sin el estrépito producido en otros países. pero situándonos en una perspectiva geo-política (y 6 Raúl Amaral, Ramón Zubizarreta, precursor y maestro, Asunción, 1972. 9
  • 10. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. también geo-cultural), debemos comprender que lo hizo en la medida de su escenario y de su época, y que se condujo, eso sí, con una dignidad ejemplar. En el capítulo de la cultura, nacen bajo su mandato la enseñanza pública, el periodismo, la actividad social y teatral, anuncios prometedores del romanticismo paraguayo, puesto en acción y crecido por impulso de las corrientes de ideas que él representaba. Queda dicho, en este orden, que su nombre, como el del Dr. Gelly y el de Mariano Antonio Molas, es el de un precursor que facilitó, en grado mayor que los mencionados, el advenimiento de la efusión romántica nativa en función literaria. Para Don Carlos la cultura no era desvelo o actividad particular, sino también obligación de gobierno. Y como todo quedara centrado en esa órbita tendríamos que pensar en la existencia -bien que paradógica- de un “romanticismo de Estado”, que se insinuara en los tramos iniciales del mandato del después Mariscal Francisco Solano López -un romántico nato- . Oficiales eran los elementos e instrumentos de formación de sus integrantes, por lo menos entre el primer grupo y Natalicio Talavera (los nacidos entre 1826 y 1839), “romanticismo de Estado” no concebido a sabiendas por su precursor, pero sí alentado en sus posibilidades que aunque parecían nebulosa difusa entre 1842 y 1862, hallaron forma y expresión mucho más tarde. La guerra cortó ese “despegue” del Paraguay hacia el ámbito rioplatense del que era raíz fundacional. Desde entonces -hasta bien entrado el siglo XX- su proceso cultural queda enquistado y con él el incipiente romanticismo, más de intención y de espíritu que de obra efectiva. Este romanticismo, al no concretarse totalmente en el plano literario, estalló como fuerza humana temperamental durante la guerra de la Triple Alianza, donde quedaron al desnudo y al descubierto sus hondas raíces, que de haber hallado adecuado nivel en la paz, otra hubiera sido esa página condicionada y trunca de su historia, en que hoy debemos fijarnos. Esa labor cultural de Don Carlos estaba centrada en la idea de un destino con grandeza, o sea la retoma étnico-cultural del Paraguay americano (los añejos límites geográficos de la Provincia Gigante de las Indias), reducido, en su porvenir, a un aglutinamiento panlingüístico, con el que no contaron, por cierto, los incipientes románticos ni aún el retrasado aunque evidente posromanticismo, en lo que va de 1870 a 1900. (1972) 10
  • 11. Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la cultura nacional. A) Bibliografía sobre Don Carlos Justo Pastor Benítez, Carlos Antonio López, Buenos Aires, Ayacucho, 1949. Arturo Bray, “Don Carlos Antonio” (En: Hombres y épocas del Paraguay, 2ª. ed., Buenos Aires, 1959, p. 45/66). Julio César Cháves. El Presidente López. Vida y gobierno de Don Carlos. Buenos Aires, 1ª. ed., Ayacucho 1955; 2ª. ed. Buenos Aires, Depalma, 1968. Juan Silvano Godoi: “El blasón de los López”. Carta a Arturo Rebaudi (En: “Paraguay”, Asunción, 31 de marzo de 1923, p. 1/3). Natalicio González: “Don Carlos Antonio López”: (En: CARLOS ANTONIO LÓPEZ, La emancipación paraguaya, Asunción-Buenos Aires, Guarania, 1942, p. 7/29). Juan E. O’Leary: “La formación intelectual del Patriarca” (En: “La Unión”, Asunción, 27 de setiembre de 1931). Juan Francisco Pérez Acosta: Carlos Antonio López “obrero máximo”, Buenos Aires, Guarania, 1948. Justo Prieto, Dos vidas ejemplares, Buenos Aires, 1939. Luciano Recalde: “Carta primera del Presidente Carlos Antonio López del Paraguay”, 2ª. ed., Buenos Aires, 1957. B) Bibliografía de Don Carlos Carlos Antonio López, Catecismo político y social para los alumnos de la Escuela Normal, 1ª. ed., Asunción, 1855; 2ª. ed., Asunción, 1955. Mensajes. Asunción, Imprenta Nacional, 1931. La emancipación paraguaya. Prólogo de Natalicio González, Asunción, Guarania, 1943. 11