Este cuento de Mario Benedetti narra el encuentro de dos personas que se sienten excluidas de la sociedad debido a sus rostros considerados feos. En la cola del cine se conocen y reconocen la soledad del otro. Deciden hablar en una confitería, donde comparten sus sentimientos de rechazo hacia sus propias apariencias y su deseo de ser aceptados. Terminan encontrando consuelo el uno en el otro a través del entendimiento mutuo y la aceptación de sus defectos físicos.
PRÓLOGO
La combi de servicio urbano me deja a siete cuadras de mi trabajo. En esos 10 minutos aproximadamente de camino, me asaltan argumentos para microcuentos, cuentos, algunas veces capítulos para las novelas que nunca escribo o versos para iniciar poemas. Los micros son los que más chance tienen de escribirse, pero antes tienen que salvar la valla de las ocho horas de trabajo y tentar que, en los diez minutos de descanso que me tomo antes de emprender el camino a casa, puedan imprimirse en tinta virtual y quedar a la espera de su publicación.
Vivo fascinado por esa experiencia, la de improviso ser atrapado por un argumento que me deja anonadado, no porque crea que va a ser famoso y recorrerán el mundo labrándome laureles. Ni ahí que lo pienso. Lo que me deja pasmado e incrédulo, es que la realidad muchas veces es más impresionante que el tratar de inventar un nuevo argumento. De ahí que nacen estos microcuentos, de esa impactante fascinación que tengo diariamente por la realidad. Una realidad que vivo intensamente, sabiendo que, en cualquier momento, puede acabarse como el desconectar un aparato eléctrico, como apagar una vela.
La fotografía es una manera también de comprobar la fascinante inmediatez que produce la vida. Un solo instante en que se refleja la maravillosa sensación de Eternidad, de plenitud del momento, uno que nunca se repetirá, que es único, que te deja totalmente convencido de que la vida, si bien es corta, es maravillosa en el ahora. Las fotos que acompañan este libro son muestra de la forma en que vivo: maravillado en el instante, feliz en la brevedad, en esa insoportable brevedad, en ese regalo inconmensurable que es el existir.
Arequipa, Junio del 2014
La Novela Juvenil "Palabras de la nostálgica Soledad" es una novela escrita por una estudiantes de décimo grado como resultado del proyecto "Huellas Literarias"
Esta semana, tras los embates del viento, traigo hojas nuevas que reemplacen las perdidas.
Mens sana in corpore sano. Equilibrio.
Sostiene Castellio que es propicio el escepticismo, y un buen vino que nos devuelva el coraje. Como demostró Oscar Wilde, un 'genio de la paradoja y de lo excéntrico', un 'sutil' cazado en esta ocasión por Erein.
MisCelanea nos descubre al natural, aprovechando la ciercera y arrancando las caretas que utilizamos a diario.
Más desnudos nos ve ElFer, arrastrados por la marea de necios que nos han 'empujado' al abismo del que ahora parece que asomamos.
Y volvemos al principio, 'Arza, quillo, ariquitaun', al equilibrio, con Pacorro en la pista, Mens sana in corpore sano.
Difícil resistirse. Y ya sabes, si encuentras algo mejor, mándamelo :-)
Marilú tiene una particularidad: es una mujer bella y atractiva a sus casi veintidós años de edad. En ella la naturaleza fue generosa y le obsequió tez morena, ojos grandes, volumen, firmeza, tersura y hasta brillo. Una hembra de este pelaje sacaría provecho en cuanto de hacer caer a su presa se trata, pero Marilú aún no esta versada en las prácticas de conquista; con todo, es un ser exquisito que disfruta el umbral del conocimiento consiente de saberse muy atrayente.
Yo soy unos cinco años menor que Marilú. Si alguien puede describir lo maravillosa que es ella, ese soy yo: puedo decirte todo lo que provoca, incluso describirlo con lujo de detalle; puedo hacer que imagines lo grandioso de su aspecto, y hasta hacer que la desees; hacerte una descripción minuciosa de sus movimientos, de sus agradables sonidos e incluso de su relajada presencia, porque cuando se queda quieta tiene ese aire que da la serenidad de alguien que sabe que va a ser eternizada en un lienzo.
IMÁGENES SUBLIMINALES EN LAS PUBLICACIONES DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁClaude LaCombe
Recuerdo perfectamente la primera vez que oí hablar de las imágenes subliminales de los Testigos de Jehová. Fue en los primeros años del foro de religión “Yahoo respuestas” (que, por cierto, desapareció definitivamente el 30 de junio de 2021). El tema del debate era el “arte religioso”. Todos compartíamos nuestros puntos de vista sobre cuadros como “La Mona Lisa” o el arte apocalíptico de los adventistas, cuando repentinamente uno de los participantes dijo que en las publicaciones de los Testigos de Jehová se ocultaban imágenes subliminales demoniacas.
Lo que pasó después se halla plasmado en la presente obra.
Presentación de la conferencia sobre la basílica de San Pedro en el Vaticano realizada en el Ateneo Cultural y Mercantil de Onda el jueves 2 de mayo de 2024.
1. Semana 10
La noche de los feos
Mario Benedetti: fue un destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico.
Datos del libro: 1944 Madrid, alianza editorial
Género: cuento. Cuentos commpoletos
Ambos somos feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le
hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz,
ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación
por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. Quizá eso nos haya
unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que
cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos
hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos conocimos sin simpatía de las
soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas:
esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo-
tenían a alguien. Recorrí la hendidura de su
pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se
sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa
a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme,
pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca
bien formada. Era la oreja de su lado normal. Durante
una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la
suave heroína. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. Quizá
debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se
detuvo y me miró. La invité a que charláramos en la confitería. De pronto aceptó.
A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los
gestos de asombro. Tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Un rostro
horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen
en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe
mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece
compartirse el mundo. Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella
tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse su lindo
pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
2. Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la
prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos
hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y
convertirse en un casi equivalente de la hipocresía.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan
equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es
inteligente,
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
¿Sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me
entiende?"
"No." "¡Tiene
que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea.
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vamos", dijo. No sólo
apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba.
Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus
manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo
mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No
éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió
lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente
y convencida caricia.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y
repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina
doble.
“En la obra hace la apariencia de la soledad que ambos tenían en su interior la única
razón, se acercaron para hablar de ellos mismos que eran igual de feos y se daban a
conocer lo que cada uno sentía por su propio rostro.”