El libro de las mil noches y una noche. Tomo XIV CrisFerCastro
La gran obra de los cuentistas árabes permanecía ignorada, pues
sólo se conocían tímidas é incompletas adaptaciones, hasta que
ahora la ha traducido y recopilado en las propias fuentes el doctor
Mardrus, dedicando años á esta labor inmensa.
… Entonces, aunque muy aterrada, la vieja se arrojó á
los pies de su ama, y le cogió la orla de su traje, cubriéndose
con ella la cabeza, y le dijo: «¡Oh gran reina! ¡por mis títulos
de nodriza que te ha criado, no te apresures á castigarle, máxime sabiendo
ya que es un pobre extranjero que afrontó muchos peligros y experimentó
muchas tribulaciones! Y sólo merced á la larga vida que le tiene decretada
el Destino pudo resistir los tormentos que saliéronle al paso. ¡Y lo más
grande y más digno de tu nobleza ¡oh reina! es que le perdones y no violes
á costa suya los derechos de la hospitalidad! Además, considera que
únicamente el amor le impulsó á esta empresa fatal; y que se debe perdonar
mucho á los enamorados. Por último, ¡oh reina mía y corona de nuestra
cabeza! has de saber que si me atreví á venir á hablarte de este joven tan
hermoso, es porque ninguno entre los hijos de los hombres sabe como él
construir versos é improvisar odas. ¡Y para comprobar mi aserto, no tendrás
mas que mostrarle al descubierto tu rostro, y verás cómo sabe celebrar tu
belleza!» Al oír estas palabras de la anciana, la reina sonrió, y dijo: «¡En
verdad que no faltaba ya mas que eso para colmar la medida!» Pero, no
obstante la severidad de su actitud, la princesa Nur había quedado
conmovida hasta el fondo de sus entrañas por la belleza de Hassán, y nada
más de su gusto que experimentar las dotes del joven, lo mismo con versos
que con lo que siempre es consecuencia de los versos. Así, pues, fingió
dejarse convencer por las palabras de su nodriza, y levantándose el velo,
mostró al descubierto su rostro.
Al ver aquello, Hassán lanzó un grito tan estridente, que se estremeció
el palacio; y cayó sin conocimiento. Y la vieja le prodigó los cuidados
oportunos y le hizo volver en sí; luego le preguntó: «¿Pero qué tienes, hijo
mío? ¿Y qué viste para turbarte de ese modo?» Y Hassán contestó: «¡Ah, lo
que he visto, ya Alah! ¡La reina es mi propia esposa, ó por lo menos, se
parece á mi esposa como la mitad de un haba partida se parece á su
hermana!» Y al oír estas palabras, la reina se echó á reír de tal manera, que
se cayó de lado, y dijo: «¡Este joven está, loco! ¡Pues no dice que soy su
esposa! ¡Por Alah! ¿Y desde cuándo son fecundadas las vírgenes sin auxilio
del varón y tienen hijos del aire del tiempo?» Luego encaróse con Hassán, y
le dijo riendo: «¡Oh querido mío! ¿Quieres decirme, al menos, para que me
entere, en qué me parezco á tu esposa y en qué no me parezco á ella?
¡Porque noto que, á pesar de todo, sientes una perplejidad grande con
respecto á mí!» El joven contestó: «¡Oh soberana de reyes, asilo de grandes
y pequeños! ¡Fué tu belleza quien me volvió loco! ¡Porque te pareces á mi esposa en los ojos más luminosos que estrellas, a las
El libro de las mil noches y una noche. Tomo XIV CrisFerCastro
La gran obra de los cuentistas árabes permanecía ignorada, pues
sólo se conocían tímidas é incompletas adaptaciones, hasta que
ahora la ha traducido y recopilado en las propias fuentes el doctor
Mardrus, dedicando años á esta labor inmensa.
… Entonces, aunque muy aterrada, la vieja se arrojó á
los pies de su ama, y le cogió la orla de su traje, cubriéndose
con ella la cabeza, y le dijo: «¡Oh gran reina! ¡por mis títulos
de nodriza que te ha criado, no te apresures á castigarle, máxime sabiendo
ya que es un pobre extranjero que afrontó muchos peligros y experimentó
muchas tribulaciones! Y sólo merced á la larga vida que le tiene decretada
el Destino pudo resistir los tormentos que saliéronle al paso. ¡Y lo más
grande y más digno de tu nobleza ¡oh reina! es que le perdones y no violes
á costa suya los derechos de la hospitalidad! Además, considera que
únicamente el amor le impulsó á esta empresa fatal; y que se debe perdonar
mucho á los enamorados. Por último, ¡oh reina mía y corona de nuestra
cabeza! has de saber que si me atreví á venir á hablarte de este joven tan
hermoso, es porque ninguno entre los hijos de los hombres sabe como él
construir versos é improvisar odas. ¡Y para comprobar mi aserto, no tendrás
mas que mostrarle al descubierto tu rostro, y verás cómo sabe celebrar tu
belleza!» Al oír estas palabras de la anciana, la reina sonrió, y dijo: «¡En
verdad que no faltaba ya mas que eso para colmar la medida!» Pero, no
obstante la severidad de su actitud, la princesa Nur había quedado
conmovida hasta el fondo de sus entrañas por la belleza de Hassán, y nada
más de su gusto que experimentar las dotes del joven, lo mismo con versos
que con lo que siempre es consecuencia de los versos. Así, pues, fingió
dejarse convencer por las palabras de su nodriza, y levantándose el velo,
mostró al descubierto su rostro.
Al ver aquello, Hassán lanzó un grito tan estridente, que se estremeció
el palacio; y cayó sin conocimiento. Y la vieja le prodigó los cuidados
oportunos y le hizo volver en sí; luego le preguntó: «¿Pero qué tienes, hijo
mío? ¿Y qué viste para turbarte de ese modo?» Y Hassán contestó: «¡Ah, lo
que he visto, ya Alah! ¡La reina es mi propia esposa, ó por lo menos, se
parece á mi esposa como la mitad de un haba partida se parece á su
hermana!» Y al oír estas palabras, la reina se echó á reír de tal manera, que
se cayó de lado, y dijo: «¡Este joven está, loco! ¡Pues no dice que soy su
esposa! ¡Por Alah! ¿Y desde cuándo son fecundadas las vírgenes sin auxilio
del varón y tienen hijos del aire del tiempo?» Luego encaróse con Hassán, y
le dijo riendo: «¡Oh querido mío! ¿Quieres decirme, al menos, para que me
entere, en qué me parezco á tu esposa y en qué no me parezco á ella?
¡Porque noto que, á pesar de todo, sientes una perplejidad grande con
respecto á mí!» El joven contestó: «¡Oh soberana de reyes, asilo de grandes
y pequeños! ¡Fué tu belleza quien me volvió loco! ¡Porque te pareces á mi esposa en los ojos más luminosos que estrellas, a las
Cuento de amor creado en el marco de la Especialización en Entornos Virtuales del Aprendizaje, en VIRTUAL EDUCA. Comisión C83 de la materia Herramientas tecnológicas, por Isabel Benítez de Candia, desde Pilar, Paraguay.
Mafalda está más viva que nunca. Reaparece siempre fresca y renovada en sus nuevos libros y periódicos. Hace cine y televisión. Viaja en la imaginación colectiva de infinidad de naciones que son muy diferentes entre ellas culturalmente. Y llega a los lugares más insospechados, volviéndose familiar a generaciones que no tienen nada que ver con la que vio nacer a Mafalda
1. Acuérdate de respirar
-¡Maldito seas, tú y todos tus dioses paganos!
Bast Calfer, un humilde hijo de sirvienta, maldecía al rey a pleno pulmón en la
sala del trono. -¡Has matado a mi madre! ¡ASESINO!
Los desgarradores gritos del joven retumbaron por los bellos tapices y altos
muros que conformaban la estancia. La osadía de Bast pilló desprevenidos a
los guardias, pero no le dejaron pronunciar más palabra antes de abalanzarse
sobre él.
-¿Cómo te atreves?- El hombre sentado a la derecha del rey, dejó su asiento
y se dirigió a Bast, recreándose en cada palabra. –Sucio embustero mal
nacido. ¿Cómo te atreves a acusar a tu rey de tal disparate?
-Mi madre era una buena mujer, trabajó honradamente en las cocinas del
castillo toda su vida-. Bast se dirigía al rey con tal rabia que le rechinaban los
dientes. La cara de la reina, sentada a la izquierda del trono, era un poema. El
rey miraba con los ojos entre cerrados y una media sonrisa en los labios. -¡Di
algo canalla! Las sirvientas lo saben, me lo dijeron. Tú la mataste después de
haberte emborrachado. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué tuviste que fijarte en ella?!
-Silencio-. El rey no se dignó a hablar, pues fue el hombre a su derecha quien
empezó. -Ya hemos escuchado suficiente. Por injurias a la corona, yo, Sir
Arthur Weils, mano del rey, te condeno a ser decapitado mañana al alba.
Lleváoslo de aquí.
El muchacho se resistió pataleando y maldiciendo hasta el último pelo del rey,
pero nada podía hacer contra los seis guardias armados que le dirigían en
volandas a su amargo destino. Él sabía lo que iba a suceder desde el momento
que salió disparado al encuentro del rey. Sabía dónde y cómo encontrarlo,
pues había crecido en aquel castillo. Y ahora sabía exactamente a donde le
llevaban, mas que le encerraran en las mazmorras no apagaría sus ansias de
venganza. Ya cautivo, siguió gritando durante horas, hasta que el agotamiento
ganó la partida. Sollozando deslizo la espalda por el muro hasta caer al
húmedo suelo, acurrucándose, envuelto en las tinieblas de la oscuridad. En las
tinieblas de su alma.
De repente, una risita femenina proveniente de todas direcciones resonó
sobresaltando a Bast, que escudriño a su alrededor tratando de adivinar cuál
era su origen.
-Todo este espectáculo, para al final entregarte a la muerte. Lamentable.
Por más que intentaba identificar aquella voz cantarina, todo le era en vano con
tal oscuridad.
2. -Morirás, igual que tu madre. ¿De verdad te merecía la pena?
-¡No te atrevas a mencionar a mi madre!
Otra risita llenó el aire.
-¿De veras? ¿Y qué vas a hacer para impedirlo?
La atmosfera fría le traspaso el pecho, y como si fuera una mano le agarró el
corazón. Mientras la desolación se apoderaba de él. -Soy un miserable.
Aquellas palabras le volvieron a desmoronar, sumiéndolo en sollozos. Todo
estaba mal. Habían asesinado a una mujer inocente y era a él al que habían
encerrado y condenado a muerte. Pero ¿qué podía hacer frente a un rey? No
era más que una hormiga en un panal de abejas.
Débilmente comenzó a vislumbrarse una tenue silueta.
-¿Sabes? La gente incapaz de sentir culpa suele pasárselo muy bien.
Por fin, la propietaria de la misteriosa voz se mostró, irradiando una funesta luz
rojiza. Era muy joven, casi una niña, pero su mirada parecía venir de épocas
antiguas. Se acercó a él, y se sentó justo en frente. El joven se serenó y habló.
-Demonio ¿qué quieres de mí? Si quieres mi alma, llévatela, pero déjame
tranquilo.
-Palabras de un hombre que no tiene nada que perder, muy evocador.
Aunque quisiera tu alma, no podría llevármela. Lo único que quiero es
satisfacer mi inocente curiosidad. ¿Qué crees que te diferencia de tu rey?
-Yo jamás asesinaría a nadie por diversión, ni dejaría a mi pueblo morirse de
hambre mientras visto las mejores sedas.
-Tú no tienes impunidad como él, ¿pero y si la tuvieras?
-¡Yo no soy un monstruo!
Reinó el silencio durante varios segundos, hasta que Bast continuó:
-Ya veo. Se necesita padecer para entender verdaderamente el sufrimiento.
La visitante se incorporó sobrenaturalmente como si dos manos tirasen hacia
arriba de sus axilas.
-Lástima que tu papel en este mundo acabe aquí, podrías haber hecho
grandes cosas. A llegado el momento de irme, mi valiente amigo. No nos
volveremos a ver-. Pero antes de marcharse, se volvió con una mirada pícara y
malvada. -Y una última cosa: cuando estés andando hacia la guillotina y veas
como la muerte se acerca, acuérdate de respirar.