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Adam Smith estaba inicialmente interesado en la ética. En el libro "Teoría de los
Sentimientos Morales" se encuentra la base de su filosofía liberal y su definición del orden
natural de la sociedad. Consigue el puesto de preceptor del hijo del duque de Buccleugh con
el que inicia en 1763 un viaje de más de dos años por el continente europeo que le permite
                      conocer a F. Quesnay y R.J. Turgot.

                      En 1768 consigue el empleo de Comisario de Aduanas (como había
                      sido su padre) en Edimburgo, puesto que ocupará el resto de su vida y
                      que no pareció estar en contradicción con su espíritu librecambista. Es
                      precisamente en esta época, ya alejado de la vida académica, cuando
                      escribe "La Riqueza de las Naciones".

                      En su obra se detecta la influencia de su amigo personal Hume y de R.
                      Cantillon.

Vea también la entrada Smith en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio webLa
publicación del libro "Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las
Naciones" de Adam Smith en 1776, es considerado el origen de la Economía como ciencia.
Los clásicos escribieron en una época en la que la industria estaba conociendo un desarrollo
sin precedentes. Su preocupación principal fue el crecimiento económico y temas
relacionados como la distribución, el valor, el comercio internacional, etc. Uno de sus
objetivos principales fue la denuncia de las ideas mercantilistas restrictivas de la libre
competencia que estaban aún muy extendidas en su época. Para Adam Smith, el Estado
debía abstenerse de intervenir en la economía ya que si los hombres actuaban libremente en
la búsqueda de su propio interés, había una mano invisible que convertía sus esfuerzos en
beneficios para todos.

Nació en Kirkcaldy, Escocia. Su padre, inspector de aduanas, murió poco antes de su
nacimiento. A los 14 años ingresa en la Universidad de Glasgow donde se convierte en
discípulo del profesor de filosofía moral F. Hutchison. Después ingresa en la Universidad de
Oxford donde permanece seis años. En 1748 ocupa un puesto de profesor de literatura en la
Universidad de Edimburgo y en 1751 pasa a la de Glasgow donde substituye a Hutchison en
la cátedra de Filosofía Moral.

ESTAS FUERON SUS PALABRAS

Pero es sólo por su propio provecho que un hombre emplea su capital en apoyo de la
industria; por tanto, siempre se esforzará en usarlo en la industria cuyo producto tienda a ser
de mayor valor o en intercambiarlo por la mayor cantidad posible de dinero u otros bienes...
En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un
fin que no formaba parte de su intención. Y tampoco es lo peor para la sociedad que esto
haya sido así. Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad
mejor que cuando realmente desea hacerlo.

Adam Smith, "La Riqueza de las Naciones", Libro IV, Cap. 2
Lea estos textos en castellano, incluidos en este CD-ROM o sitio web

Fragmentos de La ía de los sentimientos morales

Adam Smith - Condorcet: Compendio de "La Riqueza de las Naciones"

"El Libro del Desarrollo" por Alfredo Vergara

"Adam Smith: economista y filósofo" por Julio H. Cole (formato PDF. Requiere Acrobat
Reader)

Elies Furio Blasco: ADAM SMITH.

Smith y el crecimiento económico.

El análisis del valor y de la distribución.

La política económica en Adam Smith.



CRECIMIENTO,        ACUMULACIÓN          Y    TENDENCIAS     PROFUNDAS:        LA ECONOMÍA
POLÍTICA.

Adam Smith

                            Smith y el crecimiento económico
 “Los mayores adelantamientos en las facultades o principios productivos del trabajo, y la
destreza, pericia y acierto con que éste se aplica y dirige en la sociedad, no parecen efectos
de otra causa que de la división del trabajo mismo.” (Smith, 1775). “Esta división del trabajo
se entenderá más fácilmente considerando el modo con que interviene en ciertas
manufacturas particulares. Especialmente en aquellas grandes manufacturas destinadas a
proveer a una demanda relativamente significativa y que emplea un número tan grande de
operarios”. Smith pone como ejemplo la fábrica de alfileres:

“... en el estado en que hoy día se halla este oficio no sólo es un artefacto particular la obra
entera o total de un alfiler, sino que incluye cierto número de ramos, de los cuales cada uno
constituye un oficio distinto y peculiar. Uno tira el metal o alambre, otro lo endereza, otro lo
corta, el cuarto lo afila, el quinto lo prepara para ponerle la cabeza; y el formar ésta requiere
dos o tres distintas operaciones; el colocarla es otra operación particular; es distinto oficio el
blanquear todo el alfiler; y muy diferente, también, el de colocarlos ordenadamente en los
papeles. Con que el importante negocio de hacer un alfiler viene a dividirse en dieciocho o
más operaciones distintas, las cuales en unas ocasiones se forjan por distintas manos y en
otras una mano sola forma tres o cuatro diferentes. ..., estas ... personas podrían hacer cada
día más de cuarenta y ocho mil alfileres, ... Pero si éstos hubieran trabajado separada e
independientemente, ..., ninguno ciertamente hubiera podido llegar a fabricar veinte alfileres
al día, y acaso ni aún uno solo, ...”

Para Smith, en todas las demás manufacturas y artefactos, los efectos de la división del
trabajo son muy semejantes a los de este oficio frívolo, aunque en muchas de ellas ni éste
puede admitir tantas subdivisiones ni reducirse a una sencillez tan exacta de operaciones. La
agricultura por su naturaleza no admite tantas subdivisiones del trabajo, ni hay entre sus
operaciones una separación tan completa como entre las manufacturas.

“Este considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad
de la Obra en consecuencia de la división del trabajo nace de tres circunstancias diferentes:
de la mayor destreza de cada operario particular, del ahorro de aquel tiempo que
comúnmente se pierde en pasar de una operación a otra de distinta especie y, por último, de
la invención de un número grande de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, habilitando
a un hombre para hacer la labor de muchos”. (Smith, 1775).

El adelantamiento en destreza hace que aumente la cantidad de producto que es capaz de
producir un operario, y la división del trabajo, al reducir la labor a una operación sola y
simple, y realizar esa misma labor a diario, aumenta considerablemente su destreza. En
cuanto a lo segundo, la ventaja que se saca de aprovechar aquel tiempo que se pierde al
pasar de una especie de labor a otra, es mucho más importante de lo que a primera vista
puede pensarse y tiene como consecuencia reducir de un modo significativo el tiempo
necesario para producir producto. En cuanto a lo tercero y último, “¿quién habrá que no
conozca lo mucho que facilita y abrevia el trabajo la aplicación y la maquinaria propia?” Para
Smith la invención de las máquinas se debe y se ve facilitada por la misma división del
trabajo. “Una gran parte de las máquinas empleadas en aquellas manufacturas en que se
halla muy subdividido el trabajo fueron en su origen inventos de algún artesano, que
embebido siempre en una simple operación hizo conspirar todas sus ideas en busca del
método y medio más fácil de hacerla y perfeccionarla.”

Esto no implica que todos los avances de la maquinaria fuesen inventados por los mismos
que las usaron. También intervinieron los que se dedican a la fabricación de maquinaria.

Smith reconoce tres orígenes distintos en la mejora de la maquinaria: en el propio puesto de
trabajo y por el propio trabajador; por el fabricante de maquinaria; y por los científicos y
técnicos en los laboratorios.

“Esta división del trabajo, que tantas ventajas trae a la sociedad, no es en su origen efecto de
una premeditación humana que prevea y se proponga, como fin intencional, aquella general
opulencia que la división dicha ocasiona: es como una consecuencia necesaria, aunque lenta
y gradual, de cierta propensión genial del hombre que tiene por objeto una utilidad menos
extensiva. La propensión es de negociar, cambiar o permutar una cosa por otra.”
“Como la mayor parte de los buenos oficios que de otros recibimos, y de que necesitamos,
los obtenemos por contrato o por compra, esta misma disposición permutativa es la causa
original de la división del trabajo.”

“No es tan grande, ..., la diferencia de los talentos naturales de los hombres, ..., cuando
llegan a alcanzar un grado de perfección, las más de las veces es efecto y no causa de la
división del trabajo.”

“Como el poder permutativo, o la facultad de cambiar una cosa por otra, es lo que motiva la
división del trabajo, lo extensivo de esta división no puede menos de regularse y ceñirse por
la extensión de aquella facultad o, en otros términos, según lo extenso que sea el mercado
público” (Smith, 1775) .

Además de la dimensión del mercado, existen otros factores que influyen en el grado de
división del trabajo. Estos son: la estandarización del producto, la estabilidad de la demanda
del producto y la certidumbre respecto al comportamiento a medio y largo plazo de la
demanda del producto. Cuanto mayor sea la estandarización u homogeneidad de los
productos fabricados mayores posibilidades habrá de utilizar maquinaria específica y también
de parcelar la producción. De ahí que mayor podrá llegar a ser la división del trabajo. No
obstante, el grado de estandarización es, en parte, una cuestión de definición. Muchos de los
productos, especialmente los industriales, pueden considerarse como una «cesta de bienes».
Por tanto, cualquier producto podrá variar entre uno en el que todos los componentes de la
cesta sean iguales a otro producto en que sean diferentes. En el primer caso, el producto
será totalmente estandarizado.

La estabilidad de la demanda del producto afectará a la división del trabajo por dos vías. Por
una parte, cuando la demanda del producto es inestable y presenta fluctuaciones, en la parte
baja del ciclo económico, ciertos factores productivos, especialmente el trabajo, dejarán de
utilizarse. Esto hará que se reduzcan las ganancias de la división del trabajo. De hecho, la
inestabilidad de la demanda puede equipararse con un nivel de demanda estable menor. Así
pues, todo lo mayor que sea la inestabilidad de la demanda del producto, menor será la
división del trabajo.

Por otra parte, en la medida en que la división del trabajo supone una inversión en capital
mayor y el capital está tan especializado que no se puede transferir a otros usos durante las
depresiones de la demanda, el desempleo periódico del capital que supone la inestabilidad
también será un freno para la división del trabajo. En general, se puede elaborar un
argumento parecido para cualquier factor de producción que se considere fijo o cuasifijo.
Cuanto mayor sea el peso de los costes fijos, mayor será la sensibilidad frente a la
inestabilidad de la demanda.

La relación entre la incertidumbre y la división del trabajo se sigue de un conjunto muy similar
de consideraciones. Incluso, cuando la demanda del producto es inestable a lo largo del
tiempo, se pueden estabilizar los programas de producción y obtener las economías de
divisibilidad mediante variaciones de las existencias, pero la inversión en existencias será
desalentada cuando las fluctuaciones sean impredecibles. No se estará dispuesto a
mantener existencias si se desconoce el comportamiento futuro de la demanda. La
incertidumbre desalentará, pues, la inversión en factores fijos que parecen acompañar a la
división del trabajo.

En resumen, la productividad es una función de la destreza, la capacidad de innovar, el
ahorro de tiempo y la especialización de los factores productivos. Cada una de éstas,
asimismo, es una función de la división del trabajo. La división del trabajo es función de la
dimensión del mercado, la estandarización del producto y la estabilidad y certidumbre de la
demanda del producto.



                       El análisis del valor y de la distribución
La importancia atribuida al mercado como regulador de la división del trabajo, exigía una
explicación de la naturaleza del proceso económico y, especialmente, una determinación del
valor. Smith, en este sentido, distingue entre valor en uso y valor en cambio: “la palabra valor
tiene dos distintas inteligencias; porque a veces significa la utilidad de algún objeto particular,
y otras aquella aptitud o poder que tiene para cambiarse por otros bienes a voluntad del que
posee la cosa” (Smith, 1776). Y, para investigar los principios que regulan el valor
permutable, investiga, en primer lugar, cuál es la medida real de dicho valor; en segundo
lugar, cuáles son los componentes del precio real; y, en tercer lugar, las circunstancias
diferentes que provocan modificaciones en el mismo.

La valoración y, consiguientemente, la determinación cuantitativa del producto neto, requiere
que las dos agregaciones sean reducidas a la homogeneidad mediante el cómputo en
términos de valor. La formulación de una teoría del valor llega a ser así una parte integrante
e indispensable de la teoría de la distribución (Napoleoni, 1973).

Visto así, al igual que otros muchos economistas clásicos, el análisis del valor de Smith es al
mismo tiempo un análisis de la distribución. Si el primero es consustancial a su teoría del
crecimiento económico, el segundo no puede quedar marginado. No obstante, habrá como
mínimo que esperar hasta David Ricardo para que esto se manifieste con toda su crudeza.

“El valor real de todas las distintas partes componentes del precio de las cosas viene, de esta
suerte, a medirse por la cantidad del trabajo ajeno que cada una de ellas puede adquirir, o
para cuya adquisición habilita al dueño de la cosas. El trabajo no sólo mide el valor de
aquella parte de precio que se resuelve en él, sino de las que se resuelven en ganancias del
fondo y renta de la tierra.

“En toda sociedad, pues, el precio de las cosas se resuelve por último análisis en una u otra
de estas partes, o en las tres a un tiempo, y todas tres entran en la composición de aquel
precio con más o menos ventajas, o con más o menos parte en él, según los progresos o
adelantos de la sociedad.” (Smith, 1976, p 97).
Para Smith, el trabajo es la medida real del valor en cambio de toda clase de mercancías. Y,
la cantidad de trabajo, que equilibradamente una mercancía puede disponer, está
determinada por el «precio natural» de la propia mercancía, es decir, por aquel precio que
corresponde a las tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta. Evidentemente, las
tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta son también valores de los que sería
necesario precisar por qué están, a su vez, determinados. Por ello, no se consigue formular
una teoría del valor de cambio que satisfaga aquel requisito formal esencial que consiste en
determinar los valores a partir de elementos que no dependen ellos mismos de los valores.
En este sentido, como dice Napoleoni, la teoría del valor de Smith es un fracaso.

Pero, en opinión de este mismo autor, existe un segundo sentido en el que la teoría
smithiana no es un fracaso. Lejos de ser un fracaso constituye una etapa decisiva del
pensamiento económico: en el contexto de una teoría del desarrollo capitalista, llega a
asumir el significado de criterio para la determinación de la existencia y de la intensidad del
mismo desarrollo. Es en este sentido en que el concepto de valor adquiere toda su relevancia
como término del lenguaje smithiano y del análisis clásico.

Para quedar completo el modelo smithiano, se requiere una descripción de los mecanismos
de la transformación y de los factores que gobernaban la asignación de la fuerza de trabajo
entre empleos productivos y no productivos. Su previsión de que la productividad del trabajo
subiría conforme el mercado se ampliara podía ayudarle sólo en una parte del camino hacia
una explicación de la expansión económica. El análisis más fundamental del cambio
dinámico descansaba sobre la teoría de la acumulación de capital.



                       La política económica en Adam Smith
En opinión de Barber (1967), el conjunto de conceptos e ideas económicas de Adam Smith y
sus actitudes hacia la política económica formaban parte de un todo. Consideraba el
crecimiento económico como el fin básico, cuya deseabilidad estaba más allá de todo
disputa. Y, por ello, la pertinencia de cualquier política particular debería medirse por sus
efectos sobre el crecimiento económico y, particularmente, sobre la acumulación de capital y
la especialización del trabajo.

De acuerdo con Viner (1927), La Riqueza de las Naciones contenía un ataque específico
contra ciertos tipos de actuación gubernativa de los que Smith estaba convencido, tanto a
priori como sobre una base empírica, de que actuaban contra la prosperidad nacional: las
subvenciones, los derechos de aduana, las prohibiciones respecto al comercio exterior, las
leyes de aprendizaje y establecimiento, los monopolios legales, las leyes de sucesión, que
obstaculizaban el libre comercio de la tierra.

Bajo estos criterios, la regulación y el control estatal, en términos generales, eran vistos
como perjudiciales. Pues, su efecto final era impedir una ampliación del mercado y desviar la
actividad económica de su curso natural. De modo que toda intervención gubernativa no era
bien vista. En su opinión, muchas de las actuaciones públicas que tenían objetivos
bienintencionados, acababan generando efectos contrarios. Por ejemplo las Leyes de
Pobres, al exigir la residencia en una parroquia concreta como condición para recibir, en su
caso, el subsidio, restringían la movilidad de la mano de obra y, por ello, reducían el
crecimiento económico y la generación de riqueza distribuible.

Al oponerse a muchas de las prácticas de los gobiernos de la época, Smith era coherente
con su sistema analítico. Pero las críticas a los gobiernos no se derivaban directamente de
su análisis, pues cuestionaba en ocasiones el que el laissez faire condujera al mejor de los
mundos posibles. A veces, los intereses privados no regulados -tanto como los gobiernos-
podrían comportarse de modo que suprimieran el progreso.

Este aparente conflicto conceptual, es resuelto -en opinión de Barber (1967)- mediante la
consideración de que el crecimiento económico y el orden de competencia se reforzaban
mutuamente. Los controles impedían la existencia de un ambiente de competencia, y ésta,
suponía Smith, maximiza el crecimiento. Pero el mantenimiento de la competencia exigía una
atmósfera de expansión económica. El progreso adquiría así un valor tanto instrumental
como intrínseco: era el agente catalítico esencial para convertir la potencial discordia en
armonía, y el disolvente de las barreras a la competencia efectiva. Sólo entonces podían ser
frenadas las tendencias de la oferta a actuar contra el interés público. De forma similar, se
requería de un clima de demanda creciente de mano de obra para neutralizar el poder de los
capitalistas para abusar de los trabajadores desorganizados. Si la competencia era deseable
como estímulo para el crecimiento, la expansión económica no era menos exigible para
promover de un modo efectivo la competencia. No obstante, para Smith, el crecimiento
implicaba otro supuesto que hacía innecesarias ciertas actuaciones públicas. En los
beneficios del crecimiento participaban todas las clases sociales.

En su análisis general de las funciones propias del Estado, Smith dejó bien claro que
restringiría las actividades del gobierno. De acuerdo con el sistema de la libertad natural, el
soberano tiene únicamente tres deberes: primero, el deber de proteger a la sociedad de la
violencia y la invasión de sociedades independientes; segundo, el deber de establecer una
administración de justicia exacta; y, tercero, el deber de erigir y mantener ciertas instituciones
públicas y determinadas obras públicas.

Esta tercera función suponía llevar a cabo una serie de actuaciones que ningún individuo o
pequeño grupo de individuos tendría nunca interés en mantener, ya que los beneficios que
comportaban no podrían compensar el gasto de ninguno de ellos, aunque frecuentemente
compensase con creces a la sociedad en su conjunto. Pues, las obras e instituciones
públicas de esta clase, dice, son aquéllas que tienden a facilitar el comercio y a promover la
instrucción del pueblo. Para Smith, la participación del gobierno en la educación general del
pueblo contribuiría a mejorar la industria, pues mejoraría a los ciudadanos. La educación
pública era, además, necesaria para contrarrestar los perniciosos efectos de la división del
trabajo y la desigual distribución de la riqueza.
Por otra parte, Smith -de acuerdo con Viner (1927)- hizo importante concesiones a la
posibilidad de la promoción por parte del gobierno del bienestar general mediante obras e
instituciones públicas. En muchas ocasiones, Smith apoyó las restricciones gubernativas
sobre la iniciativa privada donde no estuvieran involucradas la justicia o la defensa, y donde
el único objetivo fuese mejorar la dirección que la iniciativa privada daba a la inversión de
capital, el curso del comercio y la utilización del trabajo.

En definitiva, siguiendo a Viner, cabe reconocer que Smith no fue un abogado doctrinario del
laissez faire. Vio un amplio y elástico ámbito de actividad para el gobierno, mediante la
mejora de los niveles de competencia. Atribuyó gran capacidad para servir al bienestar
general a la iniciativa individual aplicada de modo competitivo para promover fines
individuales. Dedicó un mayor esfuerzo a su exposición de la libertad individual que a
explorar las posibilidades del Gobierno. No obstante, Smith se dio cuenta de que el interés y
la competencia traicionaban a veces el interés público al que se suponía debían servir, y
estaba preparado para que el Gobierno ejerciera alguna medida de control sobre ellos donde
fuera preciso y cuando éste demostrara tener la suficiente capacidad para acometer la tarea
David Ricardo (1772-1823)



Hijo de un banquero judío que emigró de Holanda a Inglaterra, fue, ante todo y a plenitud, un
inglés de su tiempo. Y no solo por su conversión al cuaquerismo en el momento de su
matrimonio, sino por su profunda compenetración con la realidad inglesa de inicios del nuevo
siglo.

                          A diferencia de Adam Smith, en cuyos trabajos se apoyó, Ricardo
                          se preocupó sólo en segunda instancia en averiguar las causas
                          del crecimiento o, si se prefiere el origen de "la riqueza de las
                          naciones". Aunque también se podría decir que sus
                          preocupaciones en torno al crecimiento lo llevaron a interesarse en
                          primer lugar en los factores que explican la distribución de la renta.

                        Al autor de los "Principios de economía política y tributación"
                        (1817) lo inquietaba especialmente la tendencia de la baja de los
                        beneficios. Tendencia a su entender inevitable en la economía
                        inglesa, pero que podía contrarrestarse con el desarrollo del
comercio exterior. No a la manera de Adam Smith, que destacaba el papel de las
exportaciones de manufacturas en la profundización de la división del trabajo. Sí a través de
las importaciones de cereales baratos que impedirían que suba el salario normal. Y, por
ende, facilitarían el aumento de los beneficios y la acumulación necesaria para el
crecimiento.

La entrada Ricardo en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio web

Elies Furio Blasco: DAVID RICARDO.

Teoría del valor en Ricardo.

Ricardo y los economistas posteriores.

La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo.

ESTAS FUERON SUS PALABRAS

Para la prosperidad general, no puede considerarse nunca excesiva la facilidad que se de a
la circulación e intercambio de toda clase de propiedad, ya que es por ese medio que el
capital de toda clase tiene la posibilidad de encontrar el camino hacia las manos de aquellos
que mejor lo emplearán en aumentar el producto del país.

Texto en castellano incluido en este CD-ROM

Valor y riqueza

Obras
The High Price of Bullion, A Proof of the Depreciation of Bank Notes, 1810.

Observations on some Passages in a Article in the Edinburgh Review, on the Depreciation of
the Paper Currency, 1811.

Reply to Mr. Bosanquet's Practical Observation on the Report of the Bullion Committee, 1811.

An Essay on the Influence of a Low Price of Corn on the Profits of Stock showing the
inexpediency of Restrictions on Importation; with remarks on Mr Malthus' two last
Publications" 1815

Proposals for an Economical and Secure Currency, with Observations on the profits of the
Bank of England, as they regard the Public and the Proprietors of Bank Stock, 1816.

On the Principles of Political Economy and Taxation , 1817.

Notes on Malthus' Principles of Political Economy, 1820 (publ. 1928).

"Funding System", 1820, Encyclopedia Britannica

On Protection in Agriculture, 1822.

Mr Ricardo's Speech on Mr Western's Motion, for a Committee to consider the Effects
produced by the Resumption of Cash payments, 1822.

Plan for the Establishment of a National Bank, 1824.

The Works of David Ricardo, Esq., M.P. With a Notice of the Live and Writings of the Author,
1846, editado por J.R. McCulloch.




David Ricardo

                              Teoría del valor en Ricardo


El término valor, al igual que en Adam Smith, tiene dos sentidos: valor de uso y valor de
cambio. “Poseyendo utilidad, las cosas derivan su valor en cambio de dos causas: de su
escasez y de la cantidad de trabajo necesaria para obtenerlas”. Sin embargo, la relevancia
de unas y otras es radicalmente distinta.

“Existen algunas cosas cuyo valor está determinado solamente por su escasez. Ningún
trabajo puede aumentar su cantidad y, por consiguiente, su valor no puede ser reducido
aumentando la oferta ... Su valor es enteramente independiente de la cantidad de trabajo
necesaria para producirlas, y varía según el grado de riqueza y las inclinaciones de los que
desean poseerlas.”

“Estas cosas, sin embargo, constituyen una parte muy pequeña de la masa de artículos que
se cambian diariamente en el mercado. La gran mayoría de estas cosas que son objeto de
deseo se obtienen por medio del trabajo; y pueden ser multiplicadas no sólo en un país, sino
en muchos, casi sin límite alguno, si estamos dispuestos a emplear el trabajo necesario para
obtenerlas.”

“Así, pues, al hablar de las cosas, de su valor en cambio y de las leyes que regulan sus
precios respectivos, nos referimos siempre a aquéllas cuya cantidad puede ser aumentada
por el esfuerzo de la industria humana y en cuya producción la competencia actúa sin
restricciones.” (Ricardo, 1821).

Aquí se encuentra uno de los fundamentos claves sobre los que se asienta la Economía
política de Ricardo y, también, de los economistas clásicos y que, posteriormente, serán
abandonados de la mano de la Economía marginalista.

La Economía política ricardiana tiene en la producción los cimientos sobre los cuales se
desarrolla todo su esquema analítico. Como nos recuerda Pasinetti (1974), la teoría del valor
ricardiana descansa fundamentalmente en los costes de producción medidos en unidades de
trabajo. Ricardo se preocupa exclusivamente de las mercancías que resultan de un proceso
de producción; y de estas mercancías lo que le preocupa no es el precio efectivo o de
mercado que resulta de desviaciones accidentales y temporales; por contra, el centro de su
preocupación es el «precio natural y primario», derivado de las condiciones técnicas de
producción. Estas condiciones técnicas remitían a la cantidad de trabajo incorporado en la
producción de las distintas mercancías. El valor (natural) relativo entre dos mercancías está
en proporción directa a la relación del trabajo incorporado.

No obstante, a este principio general, el propio Ricardo reconoce una serie de excepciones
que discute más abiertamente en su tercera edición de los Principios. Estas excepciones son
presentadas en tres grupos: a) proporciones diferentes de capital fijo y circulante; b) duración
temporal desigual del capital fijo; y, c) distinta rapidez de retorno del capital circulante.

Junto a éstas, existe un punto en que también se ve cuestionado el principio general
ricardiano, el cual fue criticado abiertamente por sus contemporáneos: incluso aunque las
cantidades relativas de trabajo necesarias para producirlas sigan siendo las mismas, una
variación en la distribución de la renta comporta un cambio en el precio relativo de dos
mercancías. Ésta será una dificultad adicional importante a la búsqueda de su patrón
invariable de valor. Dificultad que nace en parte de las relaciones terminológicas entre
acumulación y distribución.

Sin embargo, aunque reconocía estas excepciones, Ricardo mantuvo en lo fundamental su
teoría y trató de vencer los reparos apelando al orden de la magnitud de las desviaciones
causadas, que por su parte consideraba que las excepciones sólo podían provocar
insignificantes desviaciones a su regla general.

Este proceder encaja perfectamente en la actitud ricardiana de buscar siempre los
fundamentos de las cosas. Las relaciones de detalle sólo le preocupaban a la luz de las
tendencias básicas; cuando resultaban demasiado complicadas y creaban dificultades,
aquéllas que consideraba menos importantes eran congeladas mediante toscos supuestos
(Pasinetti, 1974). Pero, este modo de proceder está en parte detrás del fracaso ricardiano en
solucionar el problema que subsiste en su teoría del valor. Ahora bien que Ricardo no
consiga resolver los problemas fundamentales que plantea en sus Principios y que algunos
de ellos encuentren, de la mano de Sraffa (1960), su resolución un siglo más tarde, no
significa en modo alguno, como recuerda Napoleoni (1973), que éstos no fuesen problemas
fundamentales de la Ciencia Económica.



   La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo
La contribución más importante de David Ricardo sobre política económica se centro en las
Leyes de Cereales. Ricardo, al abogar por su abolición, se vio en la necesidad de desarrollar
todo un esquema analítico y conceptual que pudiese justificar las mismas dados los
perniciosos efectos que, en su opinión, tenían dichas leyes sobre el conjunto de la economía.
Es decir, Ricardo, al oponerse a las Leyes de Cereales, no simplemente estaba luchando a
favor de la libertad de comercio y de movimiento de recursos, sino que consideraba que
afectaban a las posibilidades de una expansión económica estable.

El mecanismo tenía su base en la interconexión existente, en el marco ricardiano, entre
distribución y crecimiento. Las Leyes de Cereales suponían un elevado precio de los mismos,
cuyas consecuencias inmediatas eran elevar los salarios y las ganancias de los
terratenientes, al poner en cultivo tierras marginales. De este modo se ejercía una presión a
la baja sobre los beneficios de los capitalistas; y, se frenaban las condiciones y posibilidades
de acumulación de capital. En definitiva, en el caso de Ricardo, al igual que sucediese en el
caso de Adam Smith, el crecimiento económico era el vector u objetivo que actuaba como
criterio para valorar la oportunidad y repercusiones de distintas actuaciones públicas.

No obstante, esa postura ricardiana, además de propiciar su desarrollo conceptual sobre la
acumulación de capital, también contribuyó a la elaboración de su teoría de la ventaja
comparativa; esto es, sus argumentos a favor del libre comercio. Formuló éstos de un modo
coherente con su enfoque general: comparando las cantidades de trabajo necesaria para
obtener los bienes en el interior de diferentes países. Si los costes de los bienes
internacionalmente comerciables -expresados desde el punto de vista del factor trabajo-
difieren entre dos países, cada uno podía beneficiarse especializándose en la producción de
aquel bien en el que tuviese ventajas comparativas. De este modo, ambos países se
beneficiaban del comercio internacional. Pero, en el trasfondo de estos argumentos no se
encuentra simplemente la necesidad de reconocer las ganancias generales de la
especialización y del comercio. Era necesario, sobre todo, advertir la importancia de que el
comercio británico discurriera por unos cauces que impidieran la erosión de los beneficios de
los capitalistas internos.

No obstante, la efectiva realización de los beneficios del comercio internacional exigía un
saneado sistema financiero internacional. Las posiciones ricardianas en materia monetaria y
financiera estaban dominadas por esta preocupación. El sistema monetario nacional debería,
en su opinión, regularse para evitar la desorganización de la división internacional del trabajo.
Los aumentos de la masa monetaria en el interior de una economía amenazaban la posición
comercial de un país, en la medida en que llevaran a aumentos de precios que hicieran las
exportaciones menos competitivas en el mercado exterior y las importaciones más atractivas
en el mercado interior.

La posición de Ricardo, en cuestiones monetarias, era bullonista. Mantuvo que la oferta
monetaria interna debería quedar ligada estrictamente con la reserva de oro del país. En este
contexto, la emisión de billetes de un país que sufriera una pérdida de oro, a través de un
saldo comercial desfavorable, se contraería automáticamente. Una reducción de la oferta
monetaria tendería a deprimir el nivel de precios, induciendo así reajustes en el comercio
exterior. Las exportaciones del país deficitario se harían más atractivas en el mercado
internacional, mientras que, al declinar los precios de los productos interiores, las
importaciones se verían dificultadas.

Respecto a las cuestiones tributarias, Ricardo las analizaba a partir de su incidencia sobre el
crecimiento económico. Aunque contrario, en términos generales, a una intervención
gubernativa en economía, reconocía ciertas funciones estatales como necesarias y que
solamente podían ser realizadas por los gobiernos..



                           Karl Marx, 1818-1883

                         Carlos Marx nació en Tréveris en 1818, hijo de un abogado judío.
                         Estudió en Bonn y en Berlín y se doctoró en Jena en 1841 con una
                         disertación sobre la filosofía de Epicuro. En vista del trato de que
                         fué objeto su amigo, el profesor de Teología Bruno Bauer, y en
                         atención a él, renunció a su intento de lograr una cátedra de
                         profesor agregado en Bonn. Marx fué primero colaborador y luego
                         director de la Rheinische Zeitung, hasta que, habiendo sido
                         suprimido este periódico, pasó a París en 1843, y allí, junto con el
neohegeliano Ruge, esforzóse por editar los Anuarios francoalemanes. Fué también en Paris
donde trabó amistad con Federico Engels.

Marx, que en sus estudios se había ocupado principalmente de la filosofía hegeliana, tuvo en
Francia ocasión de conocer el socialismo más de cerca. Expulsado del país a instancias del
Gobierno prusiano, trasladóse en 1845 a Bélgica, donde, en 1847, publicó contra Proudhon
la Misère de la philosophie y, en colaboración con Engels, escribió el Manifiesto del Partido
comunista.

La revolución de 1848 llevó a Marx de nuevo a París y a Colonia, iniciando en esta última
ciudad la publicación de la Neue Rheinische Zeitung. Allí se agregó a su círculo Lassalle.
Expulsado de Alemania y de Francia, Marx pasó a Londres en 1849. En la capital de
Inglaterra dedicóse, junto con Engels, al estudio de esta nación, la más avanzada
socialmente (1), y de sus trabajos verificados en el British Museum surgieron sus obras más
importantes. La familiarización con las condiciones de trabajo de la Gran Bretaña constituye
el tercero de los momentos cruciales en la carrera ideológica de Marx.

En 1864 pasó a ocupar un puesto destacado en la Asociación Internacional de Trabajadores,
de reciente creación; puesto que abandonó cuando el fracaso de la Commune de Paris, y la
oposición interna de los grupos anarquistas acaudillados por Bakunin le hicieron creer inútil la
persistencia en la lucha.

Karl Marx, discípulo de Ricardo, vive la primera gran crisis del capitalismo industrial en la
década de 1830 y la consecuente crisis política de 1848. Tiene por tanto que dar una
explicación de esas convulsiones. La teoría que elabora predice la evolución socioeconómica
futura e invita a los trabajadores a participar activamente acelerando la transformación del
sistema.

Partiendo de la teoría ricardiana del valor-trabajo, deduce que el salario percibido por los
trabajadores es exactamente el coste de producirlo. La plusvalía es la diferencia entre el
valor de las mercancías producidas y el valor de la fuerza de trabajo que se haya utilizado.
Las relaciones de producción en el sistema capitalista y la superestructura jurídica que
emana de ellas determinan que la plusvalía sea apropiada por la clase burguesa, los
propietarios de los medios de producción. Las fuerzas del sistema empujan a la clase
dominante a una continua acumulación de capital lo que provoca la disminución de la tasa de
beneficios a la vez que la concentración del capital en muy pocas manos. La progresiva
mecanización crea un permanente ejército industrial de reserva que mantiene los salarios al
borde de la depauperación. La contradicción entre la concentración de capital en pocas
manos y la organización por la industria de masivas estructuras disciplinadas de trabajadores
provocará necesariamente el estallido de la revolución social y la "expropiación de los
expropiadores".

                          Manifiesto del Partido Comunista
Karl Marx

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja
Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el
Poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más
avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de
comunista?

De este hecho resulta una doble enseñanza:

Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.

Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos,
sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio Partido.

Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han
redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano,
flamenco y danés.

I

Burgueses y Proletarios[1]

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días[2] es las luchas de
clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros[3] y oficiales, en
una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases
beligerantes.

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división
de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales.
En la antigua Roma hallamos patricios caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media
señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas
clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesas, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no
ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas
condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado
las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más en dos
grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la
burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de
este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en
ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la
colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de
cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la
industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del
elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la
demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la
manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del
trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno
del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la máquina revolucionaron entonces la producción
industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media
industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios jefes de verdaderos ejércitos
industriales, —los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la
navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en
el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la
navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y
relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.

  La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de
desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.

Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del
correspondiente éxito político[4]. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores
feudales; asociación armada y autónoma en la comuna[5]; en unos sitios, República urbana
independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía[6]; después durante el
periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas
y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del
establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la
hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del
Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la
clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.

Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales,
patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus
“superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre
los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del
fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las
aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple - valor de
cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y
desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por
ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y
brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se
tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote,
al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan
admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha
sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado
maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las
catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a
las Cruzadas.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello
todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el
contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes.
Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones
sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas
las anteriores.[7] Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas
antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profano, y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones
de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecer en todas partes, crear
vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la
producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha
quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido
destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias,
cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por
industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las
más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país,
sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción
productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo
aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un
intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto
a la producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La
estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las
numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización
a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías
constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a
los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no
quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la
llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su
imagen y semejanza.

 La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha
aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo,
substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo
que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o
semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el
Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la
propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de
producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada
de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi
únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras
diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un
solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha
creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones
pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas,
la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el
ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la
apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si
salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes
fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de
desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad
feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria
manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de
corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de
impulsarla[8]. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se
rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política
adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de
producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad
burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se
asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha
desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas la historia de la industria y
del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas
contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que
condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis
comerciales que, con su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante, la
cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se
destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino
incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia
social, que en cualquier época anterior hubiera aparecido absurdo, se extiende sobre la
sociedad la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente
retrotraía a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra
devastadora mundial la ha privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el
comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las
fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y[9]
de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas
para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las
fuerzas productivas salvan este obstáculo precipitan en el desorden a toda la sociedad
burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas
resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas
productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de
los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más extensas y más
violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra
la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también los hombres que empuñaron esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrollo la burguesía, es decir, el capital, desarróllase
también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de
encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos
obreros, obligados a venderse al detal, son una mercancía como cualquier otro artículo de
comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las
fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario
todo carácter substantivo y le hacen perder con ello atractivo para el obrero. Este se
convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más
sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al
obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y
para perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo[10], como el de toda mercancía, es igual
a su coste de producción por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más
bajos los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del
trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo[11] bien mediante la prolongación de la jornada,
bien por el aumento de trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de
las máquinas, etcétera

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran
fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están
organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la
vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos
de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la
máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más
mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que se proclama que no
tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el
desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres
es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las
diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de
trabajo, cuyo costo varia según la edad y el sexo.

Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el
prestamista, etcétera

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la
escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos,
porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas
industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su
habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal
suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población. El proletariado pasa
por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su
surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una
misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués
aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las
relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de
producción[12]: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen
las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida
del trabajador de la Edad Media.

En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la
competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la
consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus
propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el
proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios
enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la
monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los
pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos
de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la
burguesía.

Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los
concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquiere mayor conciencia de la
misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez
más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario,
casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia
de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada
vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al
obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero y el
burgués adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros
empiezan a formar coaliciones[13] contra los burgueses y actúan en común para la defensa
de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para choques
circunstanciales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas
no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es
favorecida por el crecimiento de lo medios de comunicación creados por la gran industria y
que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para
que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se
centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Más toda lucha de clases es una
lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus
caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los
ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase, y, por tanto, en partido político, es sin osar
socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más
fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para
obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de
la jornada de diez horas en Inglaterra.

En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de
desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente. Al principio, contra la
aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos intereses
entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la
burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al
proletariado, a reclamar su ayuda y a arrastrarle así el movimiento político. De tal manera, la
burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación[14], es decir,
armas contra ella misma.

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita en las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenazas en sus
condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de
educación.[15]

Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso
de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan
violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a
la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el “porvenir. Y así como antes una
parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se
pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han
elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase
verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el
desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el
campesino—, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia
como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía,
son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias
únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado,
defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan
sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la
vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin
embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la
reacción para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de
existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y
con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo
industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en
Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional.
Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales
se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes, trataron de consolidar la
situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de
apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino
aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación
existente hasta nuestros días. los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que
destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada
existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente[16] de la inmensa mayoría
en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual; no
puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada
por las capas de la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es
primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar
en primer lugar con su propia burguesía.

Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso
de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente,
hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado,
derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo
entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas
condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en
pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño
burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El
obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende
siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador
cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la
riqueza. Es, pues evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el
papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las
condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de
asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se
ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser
mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir
que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo incompatible con la de la sociedad.

La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la
acumulación de la riqueza en manos de particulares[17] la formación y el acrecentamiento
del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo
asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El
progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario,
sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión
revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los
pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La
burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del
proletariado son igualmente inevitables.

II

Proletarios y Comunistas

¿Qué relación mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?.

Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.

No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado.

No proclaman principios especiales[18] a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.

Los comunistas sólo se distinguen de los de más partidos proletarios en que, por una parte,
en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los interese
comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en
que, en las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la
burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.

Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto[19] de los partidos obreros
de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente,
tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la
marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación
burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.

Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.

No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases
existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La
abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica
peculiar y exclusiva del comunismo.

Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas
transformaciones históricas.

La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad
burguesa.

El rasgo distintivo del comunismo no es abolición de la propiedad en general, sino la
abolición de la propiedad burguesa.

Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada
expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los
antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros.[20]

En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de
la propiedad privada.

Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda
actividad, de toda independencia individual.

¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a la
propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que precede
a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y
está aboliéndola a diario.

¿O tal ves o referís a la propiedad privada moderna, a la propiedad burguesa?

Pero, ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el
proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al
trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo
asalariado, para explotarlo a su vez. En su forma actual, la propiedad se mueve en el
antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este
antagonismo.

Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición meramente personal en la producción,
sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en
movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en último
término, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad.

El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.

En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos
los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad
social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su carácter de
clase.

Examinemos el trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los
medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida, como tal obrero. Por
consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que
necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de ninguna manera abolir esta
apropiación personal de los productos de trabajo, indispensable a la mera reproducción de la
vida humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder
sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa
apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan sólo en la
medida en que el interés de la clase dominante exige que viva. En la sociedad burguesa, el
trabajo viviente no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la
sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y
hacer más fácil la vida de los trabajadores.

De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al presente; en la sociedad
comunista es el presente el que domina al pasado. En la sociedad burguesa el capital es
independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de
independencia y de personalidad.

¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera como la
abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de
abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.

Por la libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad
de comercio, la libertad de comprar y vender.

Desaparecido el chalaneo, desaparecerá también la libertad de chalanear. Las
declamaciones sobre la libertad de chalaneo, lo mismo que las demás bravatas liberales de
nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas al chalaneo encadenado y al burgués
sojuzgado de la Edad Media, pero no ante la abolición comunista del chalaneo, de las
relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía.

Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual
la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros.
Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes, existe para nosotros. Nos
reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a
condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.

En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo
que queremos.
Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital, en
dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser
monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede
transformarse en propiedad burguesa[21] desde ese instante la personalidad queda
suprimida.

Reconocía, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués.
Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.

El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales, no
quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno por medio de esta apropiación.

Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y
sobrevendría una indolencia general.

Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de
la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no
trabajan. toda objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay
capital.

Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de
los productos materiales han sido hechas igualmente respecto a la apropiación y a la
producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la
desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura.

La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el
adiestramiento que los transforma en máquinas.

Más no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el
criterio de vuestras naciones burguesas de libertad, cultura, derecho, etcétera. Vuestras
ideas son en sí mismas producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas,
como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase dirigida en ley; voluntad
cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra
clase.

La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la
Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro transitorio modo de producción y de
propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción—,
la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la
propiedad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para
la propiedad burguesa.

¡Queréis abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de
los comunistas.
¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro
privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero
encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en
la prostitución pública.

La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y
ambos desaparecen con la desaparición del capital.

¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este
crimen.

Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica
por la educación social.

Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones
sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad
a través de la escuela, etcétera? Los comunistas no han intentado esta injerencia de la
sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a
la influencia de la clase dominante.

Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que
unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria
destruye todo vínculo de familia para el proletario, y transforma a los niños en simples
artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.

¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres? —
nos grita a coro toda la burguesía.

Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que
los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede
por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte.

No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple
instrumento de producción.

Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses
la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los
comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha
existido.

Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus
obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en encornudarse
mutuamente.

El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría
acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente
disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la
abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las
mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y privada.

Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.

Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.

Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el
proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de
clase nacional[22], constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en
el sentido burgués.

El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con
el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial con la uniformidad
de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.

El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común del
proletariado, al menos el de los países civilizados; es una de las primeras condiciones de su
emancipación.

En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida
la explotación de una nación por otra.

Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones,
desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.

En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de
la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen detallado.

¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación
sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social,
cambia también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del
hombre?

¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con
la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más
que las ideas de la clase dominante.

Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el
hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y
la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones
de vida.

En el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando
en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la
sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las
ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado
de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia[23]

“Sin duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas,
etcétera, se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico. Pero la religión, la moral,
la filosofía, la política, el derecho, se han mantenido siempre a través de estas
transformaciones.

Existen además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etcétera, que son
comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades
eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso
contradice a todo el desarrollo histórico anterior.

¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido
hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que
revisten formas diversas en las diferentes épocas.

Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte
de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente,
no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todas las edades, a despecho de
toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas
comunes, dentro de unas formas[24] —formas de conciencia—, que no desaparecerán
completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase.

La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad
tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera
más radical con las ideas tradicionales.

Mas, dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo.

Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la elevación del
proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su
dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para
centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez
posible la suma de las fuerzas productivas.

Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del
derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción
de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles,
pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas[25] y serán
indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.

Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas
partes las siguientes medidas:

1º Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del
Estado.

2º. Fuerte impuesto progresivo.

3º. Abolición del derecho de herencia.

4º. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.

5º. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con
capital del Estado y monopolio exclusivo.

6º. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.

7º. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de
producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan
general.

8º. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente
para la agricultura.

9º. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer
gradualmente la oposición[26] entre la ciudad y el campo[27].

10º. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las
fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción
material, etcétera.

Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se
haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público
perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es violencia organizada
de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se
constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase
dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de
producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones
para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general[28], y, por tanto, su
propia dominación como clase.

En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase,
surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del
libre desenvolvimiento de todos.

III

Literatura Socialista y Comunista
I.   El Socialismo Reaccionario

a) El socialismo feudal.

Por su posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaban llamadas a escribir libelos
contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830 y en el
movimiento inglés por la reforma, habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado
advenedizo. En adelante, no podía hablarse siquiera de una lucha política seria. No les
quedaba más que lucha literaria.

Pero, también en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la Restauración[29]
había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la aristocracia
aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulará su acta de acusación
contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Dióse de esta suerte la
satisfacción de componer canciones satíricas contra su nuevo amo y de musitarle al oído
profecías más o menos siniestras.

Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del
pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e
ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad absoluta para comprender la
marcha de la historia moderna concluyó siempre por cubrirle de ridículo.

A guisa de bandera, estos señores enarbolaban un mísero zurrón de proletario, a fin de
atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía que sus posaderas estaban
ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaban en medio de grandes e irreverentes
carcajadas.

Una parte de los legitimistas franceses y la “Joven Inglaterra”[30] han dado al mundo este
espectáculo.

Cuando los campeones del feudalismo demuestran que su modo de explotación era distinto
del de la burguesía, olvidan una cosa y es que ellos explotaban en condiciones y
circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su
dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es
precisamente un retoño fatal del régimen social suyo.

Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal
acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber creado bajo su régimen
una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo orden social.

Lo que imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en general,
sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.

Por eso, en la práctica política, toman parte en todas las medidas de represión contra la
clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las ingenian para
recoger las manzanas de oro caídas del árbol de la industria y trocar el honor, el amor y la
fidelidad por el comercio en lanas, azúcar de remolacha y aguardiente[31].

Del mismo modo que el cura y el señor feudal marcharon siempre de la mano, el socialismo
clerical marcha unido con el socialismo feudal.

Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el
cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado?
¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne, la
vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano[32] no es más que el agua bendita con
que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.

b) El socialismo pequeño-burgués.

La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es la única
clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la sociedad
burguesa moderna. Los villanos de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños
agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesa moderna. En los países
de una industria y un comercio menos desarrollados esta clase continúa vegetando al lado
de la burguesía en auge. En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se
ha formado —y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin
cesar— una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la
burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas
del proletariado a causa de la competencia, y, con el desarrollo de la gran industria, ven
aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente
de la sociedad moderna y en que serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y
en la agricultura por capataces y empleados.

En países como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la
población, es natural que los escritores que defendían la causa del proletariado contra la
burguesía, aplicasen a su crítica del régimen burgués el rasero del pequeño burgués y del
pequeño campesino, y defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la pequeña
burguesía. Así se formó el socialismo pequeño-burgués. Sismondi es el más alto exponente
de esta literatura, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra.

Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones a las modernas relaciones
de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas. Demostró de
una manera irrefutable los efectos destructores del maquinismo y de la división del trabajo, la
concentración de los capitales y de la propiedad territorial, la super-producción, la crisis,
inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado,
la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas,
la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas
costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de
restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas
relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los
medios modernos de producción de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones
de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro
caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.

Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal; he aquí su
última palabra.

En su ulterior desarrollo esta tendencia ha caído en una decepción cobarde[33]

c) El socialismo alemán o socialismo verdadero.

La literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía
dominante y es la expresión literaria de la lucha contra dicha dominación, fue introducida en
Alemania en el momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha contra el
absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos e ingenios de salón alemanes se lanzaron
ávidamente sobre esta literatura: pero olvidaron que con la importación de la literatura
francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales
de Francia. En las condiciones alemanas. la literatura francesa perdió toda significación
práctica inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer más bien una
especulación ociosa sobre la sociedad verdadera[34], sobre la realización de la esencia
humana[35]. De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII las reivindicaciones de
la primera revolución francesa no eran más que las reivindicaciones de la “razón práctica” en
general, y las manifestaciones de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no
expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como debe
ser, de la voluntad verdaderamente humana.

Toda la labor de los literatos alemanes se redujo únicamente a poner de acuerdo las nuevas
ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente, a asimilarse las ideas
francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas.

Y se las asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera; por la traducción.

Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del
antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos. Los
literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana francesa.
Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés. Por ejemplo: bajo la crítica
francesa de las funciones del dinero, escribían: “enajenación de la esencia humana”; bajo la
crítica francesa del Estado burgués decían: “eliminación del poder de lo universal abstracto”,
y así sucesivamente.
A esta interpelación de su fraseología filosófica en la crítica francesa le dieron el nombre de
“filosofía de la acción”, “socialismo verdadero”, ciencia alemana del socialismo”,
“fundamentación filosófica del socialismo”, etcétera.

De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y
como en manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra
otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la “estrechez francesa” y haber
defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de
los intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del
hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en
el cielo brumoso de la fantasía filosófica.

Este socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de
escolar y que con tanto estrépito charlantesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo
poco a poco su inocencia pedantesca. La lucha de la burguesía alemana, y principalmente
de la burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el
movimiento liberal adquiría un carácter más serio.

De esta suerte, ofreciósele al “verdadero” socialismo la ocasión tan deseada de contraponer
al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales
contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la concurrencia burguesa, contra
la libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad
burguesa y de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que
más bien perderían todo, en este movimiento burgués. El socialismo alemán olvidó muy a
propósito que la crítica francesa, de la cual era simple eco insípido, presuponía la sociedad
burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de existencia y una
constitución política adecuada, es decir, precisamente las premisas que todavía se trataba de
conquistar en Alemania.

 Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de clérigos, de pedagogos, de
hidalgo rústicos y de burócratas, este socialismo se convirtió en una espantajo propicio
contra la burguesía que se levantaba amenazadora.

Formó el complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos
gobiernos respondieron a los alzamientos de los obreros alemanes.

Si el “verdadero” socialismo se convirtió de este modo en un arma en manos de los
gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además, directamente, un interés
reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán[36]. La clase de los pequeños
burgueses, legada por el siglo XVI, y desde entonces renaciendo sin cesar bajo diversas
formas, constituye para Alemania la verdadera base social del orden establecido.

Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y
política de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la concentración
de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado revolucionario. A la pequeña
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Adam smith, david ricardo, carlos marx, jhon m. keynes, tomas moro y robert owen.

  • 1. Adam Smith estaba inicialmente interesado en la ética. En el libro "Teoría de los Sentimientos Morales" se encuentra la base de su filosofía liberal y su definición del orden natural de la sociedad. Consigue el puesto de preceptor del hijo del duque de Buccleugh con el que inicia en 1763 un viaje de más de dos años por el continente europeo que le permite conocer a F. Quesnay y R.J. Turgot. En 1768 consigue el empleo de Comisario de Aduanas (como había sido su padre) en Edimburgo, puesto que ocupará el resto de su vida y que no pareció estar en contradicción con su espíritu librecambista. Es precisamente en esta época, ya alejado de la vida académica, cuando escribe "La Riqueza de las Naciones". En su obra se detecta la influencia de su amigo personal Hume y de R. Cantillon. Vea también la entrada Smith en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio webLa publicación del libro "Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones" de Adam Smith en 1776, es considerado el origen de la Economía como ciencia. Los clásicos escribieron en una época en la que la industria estaba conociendo un desarrollo sin precedentes. Su preocupación principal fue el crecimiento económico y temas relacionados como la distribución, el valor, el comercio internacional, etc. Uno de sus objetivos principales fue la denuncia de las ideas mercantilistas restrictivas de la libre competencia que estaban aún muy extendidas en su época. Para Adam Smith, el Estado debía abstenerse de intervenir en la economía ya que si los hombres actuaban libremente en la búsqueda de su propio interés, había una mano invisible que convertía sus esfuerzos en beneficios para todos. Nació en Kirkcaldy, Escocia. Su padre, inspector de aduanas, murió poco antes de su nacimiento. A los 14 años ingresa en la Universidad de Glasgow donde se convierte en discípulo del profesor de filosofía moral F. Hutchison. Después ingresa en la Universidad de Oxford donde permanece seis años. En 1748 ocupa un puesto de profesor de literatura en la Universidad de Edimburgo y en 1751 pasa a la de Glasgow donde substituye a Hutchison en la cátedra de Filosofía Moral. ESTAS FUERON SUS PALABRAS Pero es sólo por su propio provecho que un hombre emplea su capital en apoyo de la industria; por tanto, siempre se esforzará en usarlo en la industria cuyo producto tienda a ser de mayor valor o en intercambiarlo por la mayor cantidad posible de dinero u otros bienes... En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un fin que no formaba parte de su intención. Y tampoco es lo peor para la sociedad que esto haya sido así. Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo. Adam Smith, "La Riqueza de las Naciones", Libro IV, Cap. 2
  • 2. Lea estos textos en castellano, incluidos en este CD-ROM o sitio web Fragmentos de La ía de los sentimientos morales Adam Smith - Condorcet: Compendio de "La Riqueza de las Naciones" "El Libro del Desarrollo" por Alfredo Vergara "Adam Smith: economista y filósofo" por Julio H. Cole (formato PDF. Requiere Acrobat Reader) Elies Furio Blasco: ADAM SMITH. Smith y el crecimiento económico. El análisis del valor y de la distribución. La política económica en Adam Smith. CRECIMIENTO, ACUMULACIÓN Y TENDENCIAS PROFUNDAS: LA ECONOMÍA POLÍTICA. Adam Smith Smith y el crecimiento económico “Los mayores adelantamientos en las facultades o principios productivos del trabajo, y la destreza, pericia y acierto con que éste se aplica y dirige en la sociedad, no parecen efectos de otra causa que de la división del trabajo mismo.” (Smith, 1775). “Esta división del trabajo se entenderá más fácilmente considerando el modo con que interviene en ciertas manufacturas particulares. Especialmente en aquellas grandes manufacturas destinadas a proveer a una demanda relativamente significativa y que emplea un número tan grande de operarios”. Smith pone como ejemplo la fábrica de alfileres: “... en el estado en que hoy día se halla este oficio no sólo es un artefacto particular la obra entera o total de un alfiler, sino que incluye cierto número de ramos, de los cuales cada uno constituye un oficio distinto y peculiar. Uno tira el metal o alambre, otro lo endereza, otro lo corta, el cuarto lo afila, el quinto lo prepara para ponerle la cabeza; y el formar ésta requiere dos o tres distintas operaciones; el colocarla es otra operación particular; es distinto oficio el blanquear todo el alfiler; y muy diferente, también, el de colocarlos ordenadamente en los papeles. Con que el importante negocio de hacer un alfiler viene a dividirse en dieciocho o más operaciones distintas, las cuales en unas ocasiones se forjan por distintas manos y en otras una mano sola forma tres o cuatro diferentes. ..., estas ... personas podrían hacer cada día más de cuarenta y ocho mil alfileres, ... Pero si éstos hubieran trabajado separada e
  • 3. independientemente, ..., ninguno ciertamente hubiera podido llegar a fabricar veinte alfileres al día, y acaso ni aún uno solo, ...” Para Smith, en todas las demás manufacturas y artefactos, los efectos de la división del trabajo son muy semejantes a los de este oficio frívolo, aunque en muchas de ellas ni éste puede admitir tantas subdivisiones ni reducirse a una sencillez tan exacta de operaciones. La agricultura por su naturaleza no admite tantas subdivisiones del trabajo, ni hay entre sus operaciones una separación tan completa como entre las manufacturas. “Este considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad de la Obra en consecuencia de la división del trabajo nace de tres circunstancias diferentes: de la mayor destreza de cada operario particular, del ahorro de aquel tiempo que comúnmente se pierde en pasar de una operación a otra de distinta especie y, por último, de la invención de un número grande de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, habilitando a un hombre para hacer la labor de muchos”. (Smith, 1775). El adelantamiento en destreza hace que aumente la cantidad de producto que es capaz de producir un operario, y la división del trabajo, al reducir la labor a una operación sola y simple, y realizar esa misma labor a diario, aumenta considerablemente su destreza. En cuanto a lo segundo, la ventaja que se saca de aprovechar aquel tiempo que se pierde al pasar de una especie de labor a otra, es mucho más importante de lo que a primera vista puede pensarse y tiene como consecuencia reducir de un modo significativo el tiempo necesario para producir producto. En cuanto a lo tercero y último, “¿quién habrá que no conozca lo mucho que facilita y abrevia el trabajo la aplicación y la maquinaria propia?” Para Smith la invención de las máquinas se debe y se ve facilitada por la misma división del trabajo. “Una gran parte de las máquinas empleadas en aquellas manufacturas en que se halla muy subdividido el trabajo fueron en su origen inventos de algún artesano, que embebido siempre en una simple operación hizo conspirar todas sus ideas en busca del método y medio más fácil de hacerla y perfeccionarla.” Esto no implica que todos los avances de la maquinaria fuesen inventados por los mismos que las usaron. También intervinieron los que se dedican a la fabricación de maquinaria. Smith reconoce tres orígenes distintos en la mejora de la maquinaria: en el propio puesto de trabajo y por el propio trabajador; por el fabricante de maquinaria; y por los científicos y técnicos en los laboratorios. “Esta división del trabajo, que tantas ventajas trae a la sociedad, no es en su origen efecto de una premeditación humana que prevea y se proponga, como fin intencional, aquella general opulencia que la división dicha ocasiona: es como una consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de cierta propensión genial del hombre que tiene por objeto una utilidad menos extensiva. La propensión es de negociar, cambiar o permutar una cosa por otra.”
  • 4. “Como la mayor parte de los buenos oficios que de otros recibimos, y de que necesitamos, los obtenemos por contrato o por compra, esta misma disposición permutativa es la causa original de la división del trabajo.” “No es tan grande, ..., la diferencia de los talentos naturales de los hombres, ..., cuando llegan a alcanzar un grado de perfección, las más de las veces es efecto y no causa de la división del trabajo.” “Como el poder permutativo, o la facultad de cambiar una cosa por otra, es lo que motiva la división del trabajo, lo extensivo de esta división no puede menos de regularse y ceñirse por la extensión de aquella facultad o, en otros términos, según lo extenso que sea el mercado público” (Smith, 1775) . Además de la dimensión del mercado, existen otros factores que influyen en el grado de división del trabajo. Estos son: la estandarización del producto, la estabilidad de la demanda del producto y la certidumbre respecto al comportamiento a medio y largo plazo de la demanda del producto. Cuanto mayor sea la estandarización u homogeneidad de los productos fabricados mayores posibilidades habrá de utilizar maquinaria específica y también de parcelar la producción. De ahí que mayor podrá llegar a ser la división del trabajo. No obstante, el grado de estandarización es, en parte, una cuestión de definición. Muchos de los productos, especialmente los industriales, pueden considerarse como una «cesta de bienes». Por tanto, cualquier producto podrá variar entre uno en el que todos los componentes de la cesta sean iguales a otro producto en que sean diferentes. En el primer caso, el producto será totalmente estandarizado. La estabilidad de la demanda del producto afectará a la división del trabajo por dos vías. Por una parte, cuando la demanda del producto es inestable y presenta fluctuaciones, en la parte baja del ciclo económico, ciertos factores productivos, especialmente el trabajo, dejarán de utilizarse. Esto hará que se reduzcan las ganancias de la división del trabajo. De hecho, la inestabilidad de la demanda puede equipararse con un nivel de demanda estable menor. Así pues, todo lo mayor que sea la inestabilidad de la demanda del producto, menor será la división del trabajo. Por otra parte, en la medida en que la división del trabajo supone una inversión en capital mayor y el capital está tan especializado que no se puede transferir a otros usos durante las depresiones de la demanda, el desempleo periódico del capital que supone la inestabilidad también será un freno para la división del trabajo. En general, se puede elaborar un argumento parecido para cualquier factor de producción que se considere fijo o cuasifijo. Cuanto mayor sea el peso de los costes fijos, mayor será la sensibilidad frente a la inestabilidad de la demanda. La relación entre la incertidumbre y la división del trabajo se sigue de un conjunto muy similar de consideraciones. Incluso, cuando la demanda del producto es inestable a lo largo del tiempo, se pueden estabilizar los programas de producción y obtener las economías de divisibilidad mediante variaciones de las existencias, pero la inversión en existencias será
  • 5. desalentada cuando las fluctuaciones sean impredecibles. No se estará dispuesto a mantener existencias si se desconoce el comportamiento futuro de la demanda. La incertidumbre desalentará, pues, la inversión en factores fijos que parecen acompañar a la división del trabajo. En resumen, la productividad es una función de la destreza, la capacidad de innovar, el ahorro de tiempo y la especialización de los factores productivos. Cada una de éstas, asimismo, es una función de la división del trabajo. La división del trabajo es función de la dimensión del mercado, la estandarización del producto y la estabilidad y certidumbre de la demanda del producto. El análisis del valor y de la distribución La importancia atribuida al mercado como regulador de la división del trabajo, exigía una explicación de la naturaleza del proceso económico y, especialmente, una determinación del valor. Smith, en este sentido, distingue entre valor en uso y valor en cambio: “la palabra valor tiene dos distintas inteligencias; porque a veces significa la utilidad de algún objeto particular, y otras aquella aptitud o poder que tiene para cambiarse por otros bienes a voluntad del que posee la cosa” (Smith, 1776). Y, para investigar los principios que regulan el valor permutable, investiga, en primer lugar, cuál es la medida real de dicho valor; en segundo lugar, cuáles son los componentes del precio real; y, en tercer lugar, las circunstancias diferentes que provocan modificaciones en el mismo. La valoración y, consiguientemente, la determinación cuantitativa del producto neto, requiere que las dos agregaciones sean reducidas a la homogeneidad mediante el cómputo en términos de valor. La formulación de una teoría del valor llega a ser así una parte integrante e indispensable de la teoría de la distribución (Napoleoni, 1973). Visto así, al igual que otros muchos economistas clásicos, el análisis del valor de Smith es al mismo tiempo un análisis de la distribución. Si el primero es consustancial a su teoría del crecimiento económico, el segundo no puede quedar marginado. No obstante, habrá como mínimo que esperar hasta David Ricardo para que esto se manifieste con toda su crudeza. “El valor real de todas las distintas partes componentes del precio de las cosas viene, de esta suerte, a medirse por la cantidad del trabajo ajeno que cada una de ellas puede adquirir, o para cuya adquisición habilita al dueño de la cosas. El trabajo no sólo mide el valor de aquella parte de precio que se resuelve en él, sino de las que se resuelven en ganancias del fondo y renta de la tierra. “En toda sociedad, pues, el precio de las cosas se resuelve por último análisis en una u otra de estas partes, o en las tres a un tiempo, y todas tres entran en la composición de aquel precio con más o menos ventajas, o con más o menos parte en él, según los progresos o adelantos de la sociedad.” (Smith, 1976, p 97).
  • 6. Para Smith, el trabajo es la medida real del valor en cambio de toda clase de mercancías. Y, la cantidad de trabajo, que equilibradamente una mercancía puede disponer, está determinada por el «precio natural» de la propia mercancía, es decir, por aquel precio que corresponde a las tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta. Evidentemente, las tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta son también valores de los que sería necesario precisar por qué están, a su vez, determinados. Por ello, no se consigue formular una teoría del valor de cambio que satisfaga aquel requisito formal esencial que consiste en determinar los valores a partir de elementos que no dependen ellos mismos de los valores. En este sentido, como dice Napoleoni, la teoría del valor de Smith es un fracaso. Pero, en opinión de este mismo autor, existe un segundo sentido en el que la teoría smithiana no es un fracaso. Lejos de ser un fracaso constituye una etapa decisiva del pensamiento económico: en el contexto de una teoría del desarrollo capitalista, llega a asumir el significado de criterio para la determinación de la existencia y de la intensidad del mismo desarrollo. Es en este sentido en que el concepto de valor adquiere toda su relevancia como término del lenguaje smithiano y del análisis clásico. Para quedar completo el modelo smithiano, se requiere una descripción de los mecanismos de la transformación y de los factores que gobernaban la asignación de la fuerza de trabajo entre empleos productivos y no productivos. Su previsión de que la productividad del trabajo subiría conforme el mercado se ampliara podía ayudarle sólo en una parte del camino hacia una explicación de la expansión económica. El análisis más fundamental del cambio dinámico descansaba sobre la teoría de la acumulación de capital. La política económica en Adam Smith En opinión de Barber (1967), el conjunto de conceptos e ideas económicas de Adam Smith y sus actitudes hacia la política económica formaban parte de un todo. Consideraba el crecimiento económico como el fin básico, cuya deseabilidad estaba más allá de todo disputa. Y, por ello, la pertinencia de cualquier política particular debería medirse por sus efectos sobre el crecimiento económico y, particularmente, sobre la acumulación de capital y la especialización del trabajo. De acuerdo con Viner (1927), La Riqueza de las Naciones contenía un ataque específico contra ciertos tipos de actuación gubernativa de los que Smith estaba convencido, tanto a priori como sobre una base empírica, de que actuaban contra la prosperidad nacional: las subvenciones, los derechos de aduana, las prohibiciones respecto al comercio exterior, las leyes de aprendizaje y establecimiento, los monopolios legales, las leyes de sucesión, que obstaculizaban el libre comercio de la tierra. Bajo estos criterios, la regulación y el control estatal, en términos generales, eran vistos como perjudiciales. Pues, su efecto final era impedir una ampliación del mercado y desviar la actividad económica de su curso natural. De modo que toda intervención gubernativa no era
  • 7. bien vista. En su opinión, muchas de las actuaciones públicas que tenían objetivos bienintencionados, acababan generando efectos contrarios. Por ejemplo las Leyes de Pobres, al exigir la residencia en una parroquia concreta como condición para recibir, en su caso, el subsidio, restringían la movilidad de la mano de obra y, por ello, reducían el crecimiento económico y la generación de riqueza distribuible. Al oponerse a muchas de las prácticas de los gobiernos de la época, Smith era coherente con su sistema analítico. Pero las críticas a los gobiernos no se derivaban directamente de su análisis, pues cuestionaba en ocasiones el que el laissez faire condujera al mejor de los mundos posibles. A veces, los intereses privados no regulados -tanto como los gobiernos- podrían comportarse de modo que suprimieran el progreso. Este aparente conflicto conceptual, es resuelto -en opinión de Barber (1967)- mediante la consideración de que el crecimiento económico y el orden de competencia se reforzaban mutuamente. Los controles impedían la existencia de un ambiente de competencia, y ésta, suponía Smith, maximiza el crecimiento. Pero el mantenimiento de la competencia exigía una atmósfera de expansión económica. El progreso adquiría así un valor tanto instrumental como intrínseco: era el agente catalítico esencial para convertir la potencial discordia en armonía, y el disolvente de las barreras a la competencia efectiva. Sólo entonces podían ser frenadas las tendencias de la oferta a actuar contra el interés público. De forma similar, se requería de un clima de demanda creciente de mano de obra para neutralizar el poder de los capitalistas para abusar de los trabajadores desorganizados. Si la competencia era deseable como estímulo para el crecimiento, la expansión económica no era menos exigible para promover de un modo efectivo la competencia. No obstante, para Smith, el crecimiento implicaba otro supuesto que hacía innecesarias ciertas actuaciones públicas. En los beneficios del crecimiento participaban todas las clases sociales. En su análisis general de las funciones propias del Estado, Smith dejó bien claro que restringiría las actividades del gobierno. De acuerdo con el sistema de la libertad natural, el soberano tiene únicamente tres deberes: primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia y la invasión de sociedades independientes; segundo, el deber de establecer una administración de justicia exacta; y, tercero, el deber de erigir y mantener ciertas instituciones públicas y determinadas obras públicas. Esta tercera función suponía llevar a cabo una serie de actuaciones que ningún individuo o pequeño grupo de individuos tendría nunca interés en mantener, ya que los beneficios que comportaban no podrían compensar el gasto de ninguno de ellos, aunque frecuentemente compensase con creces a la sociedad en su conjunto. Pues, las obras e instituciones públicas de esta clase, dice, son aquéllas que tienden a facilitar el comercio y a promover la instrucción del pueblo. Para Smith, la participación del gobierno en la educación general del pueblo contribuiría a mejorar la industria, pues mejoraría a los ciudadanos. La educación pública era, además, necesaria para contrarrestar los perniciosos efectos de la división del trabajo y la desigual distribución de la riqueza.
  • 8. Por otra parte, Smith -de acuerdo con Viner (1927)- hizo importante concesiones a la posibilidad de la promoción por parte del gobierno del bienestar general mediante obras e instituciones públicas. En muchas ocasiones, Smith apoyó las restricciones gubernativas sobre la iniciativa privada donde no estuvieran involucradas la justicia o la defensa, y donde el único objetivo fuese mejorar la dirección que la iniciativa privada daba a la inversión de capital, el curso del comercio y la utilización del trabajo. En definitiva, siguiendo a Viner, cabe reconocer que Smith no fue un abogado doctrinario del laissez faire. Vio un amplio y elástico ámbito de actividad para el gobierno, mediante la mejora de los niveles de competencia. Atribuyó gran capacidad para servir al bienestar general a la iniciativa individual aplicada de modo competitivo para promover fines individuales. Dedicó un mayor esfuerzo a su exposición de la libertad individual que a explorar las posibilidades del Gobierno. No obstante, Smith se dio cuenta de que el interés y la competencia traicionaban a veces el interés público al que se suponía debían servir, y estaba preparado para que el Gobierno ejerciera alguna medida de control sobre ellos donde fuera preciso y cuando éste demostrara tener la suficiente capacidad para acometer la tarea
  • 9. David Ricardo (1772-1823) Hijo de un banquero judío que emigró de Holanda a Inglaterra, fue, ante todo y a plenitud, un inglés de su tiempo. Y no solo por su conversión al cuaquerismo en el momento de su matrimonio, sino por su profunda compenetración con la realidad inglesa de inicios del nuevo siglo. A diferencia de Adam Smith, en cuyos trabajos se apoyó, Ricardo se preocupó sólo en segunda instancia en averiguar las causas del crecimiento o, si se prefiere el origen de "la riqueza de las naciones". Aunque también se podría decir que sus preocupaciones en torno al crecimiento lo llevaron a interesarse en primer lugar en los factores que explican la distribución de la renta. Al autor de los "Principios de economía política y tributación" (1817) lo inquietaba especialmente la tendencia de la baja de los beneficios. Tendencia a su entender inevitable en la economía inglesa, pero que podía contrarrestarse con el desarrollo del comercio exterior. No a la manera de Adam Smith, que destacaba el papel de las exportaciones de manufacturas en la profundización de la división del trabajo. Sí a través de las importaciones de cereales baratos que impedirían que suba el salario normal. Y, por ende, facilitarían el aumento de los beneficios y la acumulación necesaria para el crecimiento. La entrada Ricardo en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio web Elies Furio Blasco: DAVID RICARDO. Teoría del valor en Ricardo. Ricardo y los economistas posteriores. La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo. ESTAS FUERON SUS PALABRAS Para la prosperidad general, no puede considerarse nunca excesiva la facilidad que se de a la circulación e intercambio de toda clase de propiedad, ya que es por ese medio que el capital de toda clase tiene la posibilidad de encontrar el camino hacia las manos de aquellos que mejor lo emplearán en aumentar el producto del país. Texto en castellano incluido en este CD-ROM Valor y riqueza Obras
  • 10. The High Price of Bullion, A Proof of the Depreciation of Bank Notes, 1810. Observations on some Passages in a Article in the Edinburgh Review, on the Depreciation of the Paper Currency, 1811. Reply to Mr. Bosanquet's Practical Observation on the Report of the Bullion Committee, 1811. An Essay on the Influence of a Low Price of Corn on the Profits of Stock showing the inexpediency of Restrictions on Importation; with remarks on Mr Malthus' two last Publications" 1815 Proposals for an Economical and Secure Currency, with Observations on the profits of the Bank of England, as they regard the Public and the Proprietors of Bank Stock, 1816. On the Principles of Political Economy and Taxation , 1817. Notes on Malthus' Principles of Political Economy, 1820 (publ. 1928). "Funding System", 1820, Encyclopedia Britannica On Protection in Agriculture, 1822. Mr Ricardo's Speech on Mr Western's Motion, for a Committee to consider the Effects produced by the Resumption of Cash payments, 1822. Plan for the Establishment of a National Bank, 1824. The Works of David Ricardo, Esq., M.P. With a Notice of the Live and Writings of the Author, 1846, editado por J.R. McCulloch. David Ricardo Teoría del valor en Ricardo El término valor, al igual que en Adam Smith, tiene dos sentidos: valor de uso y valor de cambio. “Poseyendo utilidad, las cosas derivan su valor en cambio de dos causas: de su escasez y de la cantidad de trabajo necesaria para obtenerlas”. Sin embargo, la relevancia de unas y otras es radicalmente distinta. “Existen algunas cosas cuyo valor está determinado solamente por su escasez. Ningún trabajo puede aumentar su cantidad y, por consiguiente, su valor no puede ser reducido aumentando la oferta ... Su valor es enteramente independiente de la cantidad de trabajo
  • 11. necesaria para producirlas, y varía según el grado de riqueza y las inclinaciones de los que desean poseerlas.” “Estas cosas, sin embargo, constituyen una parte muy pequeña de la masa de artículos que se cambian diariamente en el mercado. La gran mayoría de estas cosas que son objeto de deseo se obtienen por medio del trabajo; y pueden ser multiplicadas no sólo en un país, sino en muchos, casi sin límite alguno, si estamos dispuestos a emplear el trabajo necesario para obtenerlas.” “Así, pues, al hablar de las cosas, de su valor en cambio y de las leyes que regulan sus precios respectivos, nos referimos siempre a aquéllas cuya cantidad puede ser aumentada por el esfuerzo de la industria humana y en cuya producción la competencia actúa sin restricciones.” (Ricardo, 1821). Aquí se encuentra uno de los fundamentos claves sobre los que se asienta la Economía política de Ricardo y, también, de los economistas clásicos y que, posteriormente, serán abandonados de la mano de la Economía marginalista. La Economía política ricardiana tiene en la producción los cimientos sobre los cuales se desarrolla todo su esquema analítico. Como nos recuerda Pasinetti (1974), la teoría del valor ricardiana descansa fundamentalmente en los costes de producción medidos en unidades de trabajo. Ricardo se preocupa exclusivamente de las mercancías que resultan de un proceso de producción; y de estas mercancías lo que le preocupa no es el precio efectivo o de mercado que resulta de desviaciones accidentales y temporales; por contra, el centro de su preocupación es el «precio natural y primario», derivado de las condiciones técnicas de producción. Estas condiciones técnicas remitían a la cantidad de trabajo incorporado en la producción de las distintas mercancías. El valor (natural) relativo entre dos mercancías está en proporción directa a la relación del trabajo incorporado. No obstante, a este principio general, el propio Ricardo reconoce una serie de excepciones que discute más abiertamente en su tercera edición de los Principios. Estas excepciones son presentadas en tres grupos: a) proporciones diferentes de capital fijo y circulante; b) duración temporal desigual del capital fijo; y, c) distinta rapidez de retorno del capital circulante. Junto a éstas, existe un punto en que también se ve cuestionado el principio general ricardiano, el cual fue criticado abiertamente por sus contemporáneos: incluso aunque las cantidades relativas de trabajo necesarias para producirlas sigan siendo las mismas, una variación en la distribución de la renta comporta un cambio en el precio relativo de dos mercancías. Ésta será una dificultad adicional importante a la búsqueda de su patrón invariable de valor. Dificultad que nace en parte de las relaciones terminológicas entre acumulación y distribución. Sin embargo, aunque reconocía estas excepciones, Ricardo mantuvo en lo fundamental su teoría y trató de vencer los reparos apelando al orden de la magnitud de las desviaciones
  • 12. causadas, que por su parte consideraba que las excepciones sólo podían provocar insignificantes desviaciones a su regla general. Este proceder encaja perfectamente en la actitud ricardiana de buscar siempre los fundamentos de las cosas. Las relaciones de detalle sólo le preocupaban a la luz de las tendencias básicas; cuando resultaban demasiado complicadas y creaban dificultades, aquéllas que consideraba menos importantes eran congeladas mediante toscos supuestos (Pasinetti, 1974). Pero, este modo de proceder está en parte detrás del fracaso ricardiano en solucionar el problema que subsiste en su teoría del valor. Ahora bien que Ricardo no consiga resolver los problemas fundamentales que plantea en sus Principios y que algunos de ellos encuentren, de la mano de Sraffa (1960), su resolución un siglo más tarde, no significa en modo alguno, como recuerda Napoleoni (1973), que éstos no fuesen problemas fundamentales de la Ciencia Económica. La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo La contribución más importante de David Ricardo sobre política económica se centro en las Leyes de Cereales. Ricardo, al abogar por su abolición, se vio en la necesidad de desarrollar todo un esquema analítico y conceptual que pudiese justificar las mismas dados los perniciosos efectos que, en su opinión, tenían dichas leyes sobre el conjunto de la economía. Es decir, Ricardo, al oponerse a las Leyes de Cereales, no simplemente estaba luchando a favor de la libertad de comercio y de movimiento de recursos, sino que consideraba que afectaban a las posibilidades de una expansión económica estable. El mecanismo tenía su base en la interconexión existente, en el marco ricardiano, entre distribución y crecimiento. Las Leyes de Cereales suponían un elevado precio de los mismos, cuyas consecuencias inmediatas eran elevar los salarios y las ganancias de los terratenientes, al poner en cultivo tierras marginales. De este modo se ejercía una presión a la baja sobre los beneficios de los capitalistas; y, se frenaban las condiciones y posibilidades de acumulación de capital. En definitiva, en el caso de Ricardo, al igual que sucediese en el caso de Adam Smith, el crecimiento económico era el vector u objetivo que actuaba como criterio para valorar la oportunidad y repercusiones de distintas actuaciones públicas. No obstante, esa postura ricardiana, además de propiciar su desarrollo conceptual sobre la acumulación de capital, también contribuyó a la elaboración de su teoría de la ventaja comparativa; esto es, sus argumentos a favor del libre comercio. Formuló éstos de un modo coherente con su enfoque general: comparando las cantidades de trabajo necesaria para obtener los bienes en el interior de diferentes países. Si los costes de los bienes internacionalmente comerciables -expresados desde el punto de vista del factor trabajo- difieren entre dos países, cada uno podía beneficiarse especializándose en la producción de aquel bien en el que tuviese ventajas comparativas. De este modo, ambos países se beneficiaban del comercio internacional. Pero, en el trasfondo de estos argumentos no se
  • 13. encuentra simplemente la necesidad de reconocer las ganancias generales de la especialización y del comercio. Era necesario, sobre todo, advertir la importancia de que el comercio británico discurriera por unos cauces que impidieran la erosión de los beneficios de los capitalistas internos. No obstante, la efectiva realización de los beneficios del comercio internacional exigía un saneado sistema financiero internacional. Las posiciones ricardianas en materia monetaria y financiera estaban dominadas por esta preocupación. El sistema monetario nacional debería, en su opinión, regularse para evitar la desorganización de la división internacional del trabajo. Los aumentos de la masa monetaria en el interior de una economía amenazaban la posición comercial de un país, en la medida en que llevaran a aumentos de precios que hicieran las exportaciones menos competitivas en el mercado exterior y las importaciones más atractivas en el mercado interior. La posición de Ricardo, en cuestiones monetarias, era bullonista. Mantuvo que la oferta monetaria interna debería quedar ligada estrictamente con la reserva de oro del país. En este contexto, la emisión de billetes de un país que sufriera una pérdida de oro, a través de un saldo comercial desfavorable, se contraería automáticamente. Una reducción de la oferta monetaria tendería a deprimir el nivel de precios, induciendo así reajustes en el comercio exterior. Las exportaciones del país deficitario se harían más atractivas en el mercado internacional, mientras que, al declinar los precios de los productos interiores, las importaciones se verían dificultadas. Respecto a las cuestiones tributarias, Ricardo las analizaba a partir de su incidencia sobre el crecimiento económico. Aunque contrario, en términos generales, a una intervención gubernativa en economía, reconocía ciertas funciones estatales como necesarias y que solamente podían ser realizadas por los gobiernos.. Karl Marx, 1818-1883 Carlos Marx nació en Tréveris en 1818, hijo de un abogado judío. Estudió en Bonn y en Berlín y se doctoró en Jena en 1841 con una disertación sobre la filosofía de Epicuro. En vista del trato de que fué objeto su amigo, el profesor de Teología Bruno Bauer, y en atención a él, renunció a su intento de lograr una cátedra de profesor agregado en Bonn. Marx fué primero colaborador y luego director de la Rheinische Zeitung, hasta que, habiendo sido suprimido este periódico, pasó a París en 1843, y allí, junto con el neohegeliano Ruge, esforzóse por editar los Anuarios francoalemanes. Fué también en Paris donde trabó amistad con Federico Engels. Marx, que en sus estudios se había ocupado principalmente de la filosofía hegeliana, tuvo en Francia ocasión de conocer el socialismo más de cerca. Expulsado del país a instancias del
  • 14. Gobierno prusiano, trasladóse en 1845 a Bélgica, donde, en 1847, publicó contra Proudhon la Misère de la philosophie y, en colaboración con Engels, escribió el Manifiesto del Partido comunista. La revolución de 1848 llevó a Marx de nuevo a París y a Colonia, iniciando en esta última ciudad la publicación de la Neue Rheinische Zeitung. Allí se agregó a su círculo Lassalle. Expulsado de Alemania y de Francia, Marx pasó a Londres en 1849. En la capital de Inglaterra dedicóse, junto con Engels, al estudio de esta nación, la más avanzada socialmente (1), y de sus trabajos verificados en el British Museum surgieron sus obras más importantes. La familiarización con las condiciones de trabajo de la Gran Bretaña constituye el tercero de los momentos cruciales en la carrera ideológica de Marx. En 1864 pasó a ocupar un puesto destacado en la Asociación Internacional de Trabajadores, de reciente creación; puesto que abandonó cuando el fracaso de la Commune de Paris, y la oposición interna de los grupos anarquistas acaudillados por Bakunin le hicieron creer inútil la persistencia en la lucha. Karl Marx, discípulo de Ricardo, vive la primera gran crisis del capitalismo industrial en la década de 1830 y la consecuente crisis política de 1848. Tiene por tanto que dar una explicación de esas convulsiones. La teoría que elabora predice la evolución socioeconómica futura e invita a los trabajadores a participar activamente acelerando la transformación del sistema. Partiendo de la teoría ricardiana del valor-trabajo, deduce que el salario percibido por los trabajadores es exactamente el coste de producirlo. La plusvalía es la diferencia entre el valor de las mercancías producidas y el valor de la fuerza de trabajo que se haya utilizado. Las relaciones de producción en el sistema capitalista y la superestructura jurídica que emana de ellas determinan que la plusvalía sea apropiada por la clase burguesa, los propietarios de los medios de producción. Las fuerzas del sistema empujan a la clase dominante a una continua acumulación de capital lo que provoca la disminución de la tasa de beneficios a la vez que la concentración del capital en muy pocas manos. La progresiva mecanización crea un permanente ejército industrial de reserva que mantiene los salarios al borde de la depauperación. La contradicción entre la concentración de capital en pocas manos y la organización por la industria de masivas estructuras disciplinadas de trabajadores provocará necesariamente el estallido de la revolución social y la "expropiación de los expropiadores". Manifiesto del Partido Comunista Karl Marx Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
  • 15. ¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el Poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista? De este hecho resulta una doble enseñanza: Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa. Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido. Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés. I Burgueses y Proletarios[1] La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días[2] es las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros[3] y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes. En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales. La moderna sociedad burguesas, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
  • 16. El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición. El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller. Pero los mercados crecían sin cesar la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la máquina revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios jefes de verdaderos ejércitos industriales, —los burgueses modernos. La gran industria ha creado el mercado mundial ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media. La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio. Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente éxito político[4]. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna[5]; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía[6]; después durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre
  • 17. los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple - valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados. La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero. La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas. La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.[7] Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profano, y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecer en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país,
  • 18. sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal. Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza. La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente. La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera. La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social? Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de
  • 19. desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla[8]. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron. En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa. Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera aparecido absurdo, se extiende sobre la sociedad la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraía a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la ha privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y[9] de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas. Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñaron esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
  • 20. En la misma proporción en que se desarrollo la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detal, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado. El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter substantivo y le hacen perder con ello atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo[10], como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajos los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo[11] bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento de trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etcétera La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que se proclama que no tiene otro fin que el lucro. Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo costo varia según la edad y el sexo. Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población. El proletariado pasa
  • 21. por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento. Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción[12]: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media. En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía. Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquiere mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero y el burgués adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones[13] contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para choques circunstanciales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación. A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es favorecida por el crecimiento de lo medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Más toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
  • 22. Esta organización del proletariado en clase, y, por tanto, en partido político, es sin osar socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra. En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente. Al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrastrarle así el movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación[14], es decir, armas contra ella misma. Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita en las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenazas en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.[15] Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el “porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico. De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado. El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.
  • 23. Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes, trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente. Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente[16] de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual; no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial. Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía. Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación. Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser
  • 24. mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo incompatible con la de la sociedad. La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares[17] la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables. II Proletarios y Comunistas ¿Qué relación mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?. Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales[18] a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los de más partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los interese comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto[19] de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado. Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La
  • 25. abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa. El rasgo distintivo del comunismo no es abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros.[20] En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada. Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda actividad, de toda independencia individual. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que precede a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola a diario. ¿O tal ves o referís a la propiedad privada moderna, a la propiedad burguesa? Pero, ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo asalariado, para explotarlo a su vez. En su forma actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo. Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición meramente personal en la producción, sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en último término, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social. En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad
  • 26. social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su carácter de clase. Examinemos el trabajo asalariado. El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida, como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación personal de los productos de trabajo, indispensable a la mera reproducción de la vida humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva. En la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores. De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina al pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de independencia y de personalidad. ¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera como la abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa. Por la libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender. Desaparecido el chalaneo, desaparecerá también la libertad de chalanear. Las declamaciones sobre la libertad de chalaneo, lo mismo que las demás bravatas liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas al chalaneo encadenado y al burgués sojuzgado de la Edad Media, pero no ante la abolición comunista del chalaneo, de las relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía. Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes, existe para nosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos.
  • 27. Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa[21] desde ese instante la personalidad queda suprimida. Reconocía, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida. El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales, no quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno por medio de esta apropiación. Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. toda objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital. Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de los productos materiales han sido hechas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura. La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas. Más no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el criterio de vuestras naciones burguesas de libertad, cultura, derecho, etcétera. Vuestras ideas son en sí mismas producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase dirigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase. La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro transitorio modo de producción y de propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción—, la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa. ¡Queréis abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de los comunistas.
  • 28. ¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública. La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital. ¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen. Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la educación social. Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etcétera? Los comunistas no han intentado esta injerencia de la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante. Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario, y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo. ¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres? — nos grita a coro toda la burguesía. Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte. No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción. Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido. Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en encornudarse mutuamente. El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente
  • 29. disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y privada. Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de clase nacional[22], constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués. El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden. El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común del proletariado, al menos el de los países civilizados; es una de las primeras condiciones de su emancipación. En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí. En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen detallado. ¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambia también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre? ¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante. Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de vida. En el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las
  • 30. ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia[23] “Sin duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas, etcétera, se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico. Pero la religión, la moral, la filosofía, la política, el derecho, se han mantenido siempre a través de estas transformaciones. Existen además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etcétera, que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior. ¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas. Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todas las edades, a despecho de toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas formas[24] —formas de conciencia—, que no desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase. La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales. Mas, dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo. Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas[25] y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción. Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
  • 31. Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas: 1º Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado. 2º. Fuerte impuesto progresivo. 3º. Abolición del derecho de herencia. 4º. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos. 5º. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo. 6º. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte. 7º. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general. 8º. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura. 9º. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición[26] entre la ciudad y el campo[27]. 10º. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción material, etcétera. Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general[28], y, por tanto, su propia dominación como clase. En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos. III Literatura Socialista y Comunista
  • 32. I. El Socialismo Reaccionario a) El socialismo feudal. Por su posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaban llamadas a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830 y en el movimiento inglés por la reforma, habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante, no podía hablarse siquiera de una lucha política seria. No les quedaba más que lucha literaria. Pero, también en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la Restauración[29] había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulará su acta de acusación contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Dióse de esta suerte la satisfacción de componer canciones satíricas contra su nuevo amo y de musitarle al oído profecías más o menos siniestras. Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad absoluta para comprender la marcha de la historia moderna concluyó siempre por cubrirle de ridículo. A guisa de bandera, estos señores enarbolaban un mísero zurrón de proletario, a fin de atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía que sus posaderas estaban ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaban en medio de grandes e irreverentes carcajadas. Una parte de los legitimistas franceses y la “Joven Inglaterra”[30] han dado al mundo este espectáculo. Cuando los campeones del feudalismo demuestran que su modo de explotación era distinto del de la burguesía, olvidan una cosa y es que ellos explotaban en condiciones y circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es precisamente un retoño fatal del régimen social suyo. Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber creado bajo su régimen una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo orden social. Lo que imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario. Por eso, en la práctica política, toman parte en todas las medidas de represión contra la clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las ingenian para
  • 33. recoger las manzanas de oro caídas del árbol de la industria y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el comercio en lanas, azúcar de remolacha y aguardiente[31]. Del mismo modo que el cura y el señor feudal marcharon siempre de la mano, el socialismo clerical marcha unido con el socialismo feudal. Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano[32] no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia. b) El socialismo pequeño-burgués. La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los villanos de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesa moderna. En los países de una industria y un comercio menos desarrollados esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en auge. En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se ha formado —y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin cesar— una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia, y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y en que serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces y empleados. En países como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la población, es natural que los escritores que defendían la causa del proletariado contra la burguesía, aplicasen a su crítica del régimen burgués el rasero del pequeño burgués y del pequeño campesino, y defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la pequeña burguesía. Así se formó el socialismo pequeño-burgués. Sismondi es el más alto exponente de esta literatura, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra. Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones a las modernas relaciones de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores del maquinismo y de la división del trabajo, la concentración de los capitales y de la propiedad territorial, la super-producción, la crisis, inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
  • 34. Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos de producción de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico. Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal; he aquí su última palabra. En su ulterior desarrollo esta tendencia ha caído en una decepción cobarde[33] c) El socialismo alemán o socialismo verdadero. La literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía dominante y es la expresión literaria de la lucha contra dicha dominación, fue introducida en Alemania en el momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha contra el absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos e ingenios de salón alemanes se lanzaron ávidamente sobre esta literatura: pero olvidaron que con la importación de la literatura francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de Francia. En las condiciones alemanas. la literatura francesa perdió toda significación práctica inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer más bien una especulación ociosa sobre la sociedad verdadera[34], sobre la realización de la esencia humana[35]. De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII las reivindicaciones de la primera revolución francesa no eran más que las reivindicaciones de la “razón práctica” en general, y las manifestaciones de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como debe ser, de la voluntad verdaderamente humana. Toda la labor de los literatos alemanes se redujo únicamente a poner de acuerdo las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente, a asimilarse las ideas francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas. Y se las asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera; por la traducción. Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos. Los literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés. Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones del dinero, escribían: “enajenación de la esencia humana”; bajo la crítica francesa del Estado burgués decían: “eliminación del poder de lo universal abstracto”, y así sucesivamente.
  • 35. A esta interpelación de su fraseología filosófica en la crítica francesa le dieron el nombre de “filosofía de la acción”, “socialismo verdadero”, ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, etcétera. De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y como en manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la “estrechez francesa” y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en el cielo brumoso de la fantasía filosófica. Este socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de escolar y que con tanto estrépito charlantesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca. La lucha de la burguesía alemana, y principalmente de la burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el movimiento liberal adquiría un carácter más serio. De esta suerte, ofreciósele al “verdadero” socialismo la ocasión tan deseada de contraponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesa y de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que más bien perderían todo, en este movimiento burgués. El socialismo alemán olvidó muy a propósito que la crítica francesa, de la cual era simple eco insípido, presuponía la sociedad burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de existencia y una constitución política adecuada, es decir, precisamente las premisas que todavía se trataba de conquistar en Alemania. Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de clérigos, de pedagogos, de hidalgo rústicos y de burócratas, este socialismo se convirtió en una espantajo propicio contra la burguesía que se levantaba amenazadora. Formó el complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos gobiernos respondieron a los alzamientos de los obreros alemanes. Si el “verdadero” socialismo se convirtió de este modo en un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además, directamente, un interés reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán[36]. La clase de los pequeños burgueses, legada por el siglo XVI, y desde entonces renaciendo sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania la verdadera base social del orden establecido. Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y política de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la concentración de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado revolucionario. A la pequeña