El autor argumenta que los menores de edad no deberían tener el derecho al voto porque carecen de la madurez y el conocimiento necesarios para tomar una decisión política tan importante. Señala que a los 16 años los jóvenes no entienden conceptos como sufragar, no les interesan las noticias o la política, y son fácilmente influenciables por las promesas de los políticos. Concluye que el voto no debería ser obligatorio y que solo deberían votar quienes realmente se han informado sobre los candidatos y las propuestas.