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BELLA VIOLETA. 1ª Parte.
Autora:R. Pffeiffer
1. ÉRASE UNA VEZ.
Mi padre es rico. Amasó toda su fortuna llevando a la gente de un lado para otro. Nadie en la familia, que yo sepa,
había logrado llegar tan alto como él. Empezó desde cero, trabajando de jardinero, de limpiabotas, de cualquier cosa
que pudiera darle de comer a él y a su familia. Tuvo que dejar de estudiar demasiado pronto, la pobreza y el
desorden de la Postguerra ayudó a que así fuese. Aún así y a pesar de que su futuro entonces era un futuro
condenado a trabajar duro para apenas tener algo que comer, mi padre logró ahorrar lo suficiente como para
montar un pequeño negocio que pronto se convertiría en una mina de oro. Con mucho esfuerzo logró sacar adelante
su negocio de transportes. Ahora el suyo era uno de los más importantes de la ciudad.

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Aunque yo diría que su ambición por ser algo más creció a partir de que conoció a mi madre. Amor a primera vista,
eso es lo que siempre dicen ellos que fue. Aunque soy muy escéptica con esas historias de amor, debo reconocer
que lo que hay entre mi padre y mi madre es absoluta adoración.
Cuando se conocieron, ninguno de los dos tenía nada que ofrecer. El valor y coraje de mi madre fue definitivo para
mi padre. Ella trabajó duro sirviendo en las casas de los más pudientes, ahorrando hasta la última moneda, poniendo
todas sus esperanzas en su marido.
Y lo lograron.

Volvamos a mi padre, por quien siento una debilidad desmesurada. No me entendáis mal, yo quiero mucho a mi
madre, pero ella, aunque se esfuerza, es incapaz de comprender nada de lo que a mí se refiere. En cambio mi
padre, él siempre parece saber lo que pasa por mi desordenada cabeza. Su sonrisa es capaz de iluminar el dia más
triste de mi existencia. Mi encandilamiento por mi padre va más allá de lo explicable. Siempre con aquella sonrisa en
los labios  aunque las cosas no fueran del todo bien, siempre con una palabra amable, con una caricia dispuesta.
Recuerdo que de pequeña, cada vez que oía el inconfundible sonido de sus pasos cuando regresaba tras una dura
jornada de trabajo, sentía la imperiosa necesidad de correr por toda la casa feliz. Su sola presencia era lo único
capaz de llenar el hogar familiar. Ahora lo veo todo diferente, quizás bajo la intuición de quien se cree
completamente adulta, dejando atrás los adustos pero felices años de mi infancia.
Él era el mayor de seis hermanos, de padre irlandés y madre española. Mi abuelo O´Donnell emigró desde su
Irlanda natal a España antes de que estallara la Guerra Civil. Se casó y asentó en este país, y cuando estalló la
guerra, se decidió por el bando que menos fortuna tendría en esta maldita guerra.
Desapareció.

Mi abuela no volvió a saber de él. Se quedó sola, a cargo de seis hijos. Fue entonces cuando mi padre, a la edad de
trece años, comenzó a ganarse la vida. El hambre y la miseria fueron constantes en su vida incluso muchos años
después. Por eso ha aprendido a apreciar las cosas, por muy pequeñas que éstas sean.
¿Os he dicho que soy la menor de cinco hermanos? Supongo que es hora de que deje atrás los años pasados y me
acerque un poco al presente. Mis progenitores venían ambos de familia numerosa, por lo que decidieron que ellos
tendrían una también. Y lo consiguieron, tuvieron cinco retoños sanos y fuertes.
En casa pocas cosas habían cambiado, salvo las que el tiempo inevitablemente obliga a permutar. Mis tres hermanos
mayores ya se habían casado y dos de ellos incluso habían procreado, con lo cual, la casa familiar se había llenado
nuevamente de gritos y voces de demanda. Me encantaba ver a mi padre sonreír y jugar con sus recién estrenados
nietos. A veces, él mismo parecía uno más de ellos y no su abuelo.
Me daba cuenta de que mis observaciones eran minuciosas, ávidas. Puesto que ahora cursaba mis estudios en la
universidad, primer año de medicina para ser exactos, pasaba mucho tiempo alejada de mi hogar. Mi padre se había
empeñado en que estudiara en la universidad de medicina más prestigiosa que pudo encontrar, sin importarle que
eso significara alejarme demasiado de la vida que conocía y que tanto echaría de menos en los años siguientes.
Yo me pasaba la vida entre libros, yendo a clase, estudiando cuanto podía, encerrada en mis propios pensamientos
y añoranzas, soñando cada noche con volver a casa. Cosa que sólo ocurría en Navidad y, como era el caso ahora, de
las vacaciones estivales.
Cada vez que regresaba a casa tras pasar demasiado tiempo fuera para mi disconformidad, me dedicaba a examinar
cada momento, a grabar cada imagen que posteriormente me ayudaría a sustentar la dura carga de la lejanía.
La vida de mi padre a los sesenta y siete años seguía siendo la misma excepto para él. Ya lucía una brillante calva y
los pocos cabellos que habían tenido el atrevimiento de quedarse en su cabeza, se habían tornado del color de la
ceniza. A pesar de su gran afición a la cerveza y al vino, su barriga no se había visto afectada por ello, y seguía
luciendo tan delgada como siempre. Su gran altura se había cargado levemente sobre su espalda, lo que le hacía
andar algo encorvado. Por lo demás, seguía teniendo su perpetuo donaire y las sonrisas que antes me regalaba con
tanta frecuencia, ahora iban dedicadas más que nada, a los más pequeños de la casa.
Mi madre, por el contrario, había mantenido ese espíritu jovial de siempre. Se teñía el pelo cada cierto período de
tiempo y seguía peinándose y maquillándose a su estilo día a día, incluso cuando ni siquiera salía de casa. "Nunca se
sabe si vas a tener visita", decía a su favor. Sé que ella desaprobaba enérgicamente mi indiferencia a mi aspecto, y
odiaba profundamente mi tendencia a vestir vaqueros. Pero yo había aprendido a ignorarla desde muy temprana
edad, de lo contrario, sería probable que ahora estuviese escribiendo mis memorias vestida con una bata blanca y
sentada en la habitación de cualquier hospital psiquiátrico.
Y no exagero.
Hablaré ahora de mis hermanos. La mayor, Isabel, es igual que mi madre. Así que es fácil de comprender mi tortura
si digo que es como si hubiese ido al supermercado y me hubieran dado dos por el precio de una. Isabel, fiel a la
personalidad que heredó de mi madre, fue siempre una persona muy responsable y muy consciente de su aspecto.
Nunca supe si fue a la universidad porque quería estudiar una carrera o porque deseaba tener a tanta gente
alrededor que admirase su belleza.

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Tras Isabel, un año más tarde, nacería mi hermano Luis, quien heredó todos los defectos de mi padre, pero
multiplicados por tres. ¿Qué puedo decir de mi hermano sin caer en la desgracia de admitir que nació estrellado?
Quizás sería mejor preguntarle a su sufrida esposa, quien lo está mirando  ahora mientras él huele algunos de los
canapés que están encima de la mesa para volver a colocarlos en el mismo lugar. Ésa era una manía que mi madre
jamás logró quitarle, tenía la imperiosa necesidad de oler la comida antes de tragarla.
A juzgar por la expresión de mi cuñada, cada momento que sus dos hijos pequeños le permitían pensar, debía de
hacerse la misma pregunta:"¿por qué?". Luis era tremendamente despistado, y sus descuídos eran aún más
caóticos, además de ser un tozudo consolidado. Lo que no me explico es cómo Carmen, mi cuñada, fue capaz de
pasar por alto tan evidentes delitos tras seis años de noviazgo. Quizás fue el amor, pero una vez que éste
desaparece ya se sabe... Luis fue el primero en casarse, y el primero en darle un nieto a mis padres, un precioso
niño que contaba a estas alturas con cuatro años y medio.
Mi hermana Ginebra fue la única, junto conmigo, que heredó los cabellos rubios de mi abuelo. Todos los demás
tenían los rasgos morenos y latinos de la parte española de la familia. Yo siempre creía que su inmensa dulzura se
debía a su cabello dorado. No sé porqué he tenido la estúpida idea de que las personas rubias son las personas más
amables de la tierra. Quizás sólo por mi hermana, porque aunque soy rubia, jamás pienso en mi de esa manera. Ser
mamá había endulzado, aún más si cabe, su carácter. Nunca he conocido a nadie con tan buen corazón ni con tantas
ganas de hacer las cosas bien. No es de extrañar que todos tuviésemos una oculta debilidad por ella.
Mi madre, después de Ginebra, tardó cuatro años en tener a mi hermano Felipe. El más alocado de todos. Mi madre
lo achaca a que durante el embarazo le dio por bailar sin parar. Bailaba a todas horas, en la cocina, en el baño e
incluso nos contaba que era incapaz en la cama de dejar de mover los pies. Durante los últimos seis meses de
embarazo, mi padre se mudó al sofá. Lo cierto es que la energía que irradiaba Felipe se notaba incluso estando
dentro de la tripa de mi madre.
No sé si os habréis dado cuenta de que todos mis hermanos tienen nombres reales, o sea, de reyes o reinas.
Todos menos yo.

Mi madre siempre me dijo que el mío no era exactamente el de una reina, pero que era igual de importante. Mi
nombre es Jimena, y como bien habréis adivinado, es el mismo nombre que la adorada esposa del Cid Campeador.
El por qué de los nombres ni siquiera yo lo sé, pero tengo cierta sospecha de que todo había sido idea de mi madre,
tan empeñada siempre en la idea de que fuéramos como la realeza, aunque no tuviéramos ni por asomo sangre azul.
La que peor parte llevó fue Ginebra, que tuvo que aguantar constantes bromas en el colegio y el instituto,
soportando estoicamente y como pudo el que la llamaran Gin-tonic.
Tras Felipe, tuve que esperar otros siete años para ver la luz. Mi madre dice que en cuanto nací, comencé a mover
los ojos en todas direcciones y que ya entonces le parecía que yo estaba hambrienta de descubrirlo todo. Lo cierto
es que un rasgo común de mi carácter es que era muy observadora. Me gusta más examinar las cosas, admirarlas
con detenimiento y aprender de ellas. Me gusta más que incluso hablar. Desde pequeña fui más bien taciturna,
siempre parecía estar metida en mi propio mundo. Por ello, mis padres pensaron que podría tener algún tipo de
retraso. Me llevaron a un especialista, y cuál fue su sorpresa al descubrir que no sólo no tenía ningún tipo de
problema, sino que era más lista de lo normal.
Una superdotada.

Mis padres apenas podían creer lo que sus genes habían sido capaces de hacer. Y allí estaba yo, una mocosa de seis
años que parecía tener al menos diez, sonriéndoles con una seguridad pasmosa. Los siguientes años los pasé
explorando esa magnífica cualidad que Dios me había dado. Para mi nunca fue un secreto estudiar y absorbía las
cosas de manera inusitada.
Nunca supe bien si elegí estudiar medicina entre mil opciones más porque realmente lo quería o si por el contrario la
verdadera razón de todo fue mi padre. Siempre quise que estuviera orgulloso de mi, y pensé que no podía haber
mejor orgullo que el de salvar la vida de la gente. Estúpido pensamiento para una superdotada, supongo. O quizás
no.
Pronto terminaría la carrera y luego obtendría mi obligada independencia. Yo retrasaba ese momento cuanto podía,
sabía que llegaría, pero me obligaba a no pensar en ello. Dejar todo aquello atrás y crear algo tan maravilloso por mí
misma se me hacía imposible.
Deseaba con todas mis fuerzas poder parar el tiempo en ese mismo instante, mientras yo estaba aquí, apoyada en
el quicio de la puerta del enorme salón, con toda la familia reunida en casa, con los pequeñines correteando, con la
voz aguda de mi madre inundando el salón, con mi padre sentado en su sillón favorito, casi adormilado, con mis dos
hermanas mayores cuchicheando en un extremo de la estancia, alejadas de los demás, pero sobre todo de mi
hermano Luis, quien vagaba por la habitación en busca de algo que seguramente había perdido.
De repente oí que la puerta de la entrada se abría. Me volví para ver de quien se trataba. Mi hermano Felipe, el
único que faltaba en la reunión familiar, entraba ahora de la mano de su "ya veremos si última novia", irradiando
esa energía que lo caracterizaba.
–¡Hola hermanita! –dijo alegremente mientras me tiraba de los mofletes hasta casi arrancármelos.
Tras aquella poco sutil muestra de cariño hacia mi persona se adentró en el salón y les dio a todos un caluroso y
sonoro beso. Deseé que hubiera traído para mi el mismo cordial saludo, puesto que aún podía sentir las mejillas
dolorosamente ardiéndome.

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Felipe hacía un año era piloto en una compañía de vuelos comerciales, porque le encantaba el uniforme, decía él
mismo. Logicamente, debido a su trabajo, pasaba largas jornadas fuera de casa, algo que, al contrario de mi,
parecía gustarle.
Ahora estaba presentando a "su amiga", como se empeñaba en presentarlas, que por lo visto era azafata en su
propia compañía. Todos le dedicamos a la recién llegada una cordial sonrisa de bienvenida, con el pensamiento
común de cuanto duraría en la familia.
La nueva invitada era morena, con un largo pelo azabache cubriéndole los hombros. Sonreía amablemente ante cada
presentación y se movía de una manera que me recordó a un gato. Me pareció demasiada alta para mi gusto.
Mi madre salió de la cocina, seguida de la cocinera, llevando ambas sendas bandejas de canapés y bebidas de
distinto tipo. Inmediatamente reparó en la recién llegada y sin ningún tipo de reparo se dirigió hacia ella.
–Supongo que tú vienes con Felipe, ¿no? –preguntó al tiempo que abandonaba la bandeja sobre la mesa.

Ella sabía de sobra que así era, pero tenía la incesante manía de comportarse de manera extraña con las
interminables novias de mi hermano. Yo sonreí al ver lo poco que cambiaban las costumbres de mi madre, mientras
me preguntaba si hubiera reaccionado igual si en vez de Felipe hubiera sido yo quien trajera un novio a casa. Yo
nunca había presentado a alguien especial, ni siquiera había nadie particular en mi vida. Simplemente era muy
tímida y poco llamativa. Eso era todo. Yo sabía que todos habían especulado con la posibilidad de mi
homosexualidad, pero yo ni siquiera le daba importancia.
–Jimena, cariño... –oí que mi madre reclamaba mi atención, por lo que salí de mi ensimismamiento.– ¿Vas a
decidirte a entrar o por el contrario te quedarás apoyada en esa pared el resto de las vacaciones?
Sentí cómo todos dirigían su atención hacia mí, incluso mis hermanas mayores, que dejaron a un lado sus
conversaciones para mirarme. Mi sonrojo, di gracias a Dios, no debió de notarse en mis ya enrojecidas mejillas.
Como un manso corderito, acudí a la llamada de mi madre y me acerqué hasta la mesa para coger un canapé y
engullirlo, sin darme cuenta de que era de salmón ahumado hasta que fue demasiado tarde.
Era incapaz de tragármelo, sentía ganas de escupir, pero aún así mantuve aquella cosa inmóvil dentro de mi boca
intentando encontrar una solución rápida a mi infortunio. Por primera vez en mi vida, entendí la extraña manía de mi
hermano de olerlo todo y deseé ser yo quien la poseyera.

Mi madre estiró el brazo y puso delante de mi nariz una servilleta. Yo la cogí  y con gran disimulo saqué de mi boca
aquel trozo de castigo.
–Sólo tenías que haberte fijado un poco más en los platos de la mesa, para darte cuenta de que he puesto los de
salmón alejados del resto. –mi madre me habló al oído para darme una reprimenda.
–Supongo que sí. –dije con tono culpable al comprobar la veracidad de sus palabras.
Ella dio por zanjada la conversación y cambió de tercio.
–¿Qué te parece la nueva amiguita de Felipe?

–¿Así, a simple vista? –yo no soportaba los juicios hacia una persona sólo con echarle un vistazo, pero mi madre
parecía tener predilección por esta clase de criterios.
–Durará menos que la última. –sentenció comiéndose un canapé, sin apartar la vista de la atractiva novia de Felipe.
–¿Cómo puedes estar tan segura? –pregunté algo enfadada.
–No hay más que verlo, la pobre es una insulsa. Dentro de poco se verá desbordada por la energía de tu hermano y
entonces.... –abrió los brazos para más énfasis. –¡se acabó!
–A mi no me parece insulsa, sino educada. –defendí yo.
–Si Felipe tuviera tu carácter, sería la adecuada.
–¿Por qué? ¿Quizás porque somos las dos igual de insulsas? –dije a la defensiva.

–Cariño... –fue lo único que dijo mi madre en su tono más condescendiente. Luego se alejó hacia mis hermanas,
llevándoles a cada una un vaso de refresco.
Alguien tiró de la pernera de mi pantalón vaquero. Miré hacia abajo y encontré a mi sobrino mayor deseoso de mi
atención. Me arrodillé hasta quedar a su altura.
–¿Qué quieres? –le pregunté mientras le acariciaba el cabello.
Levantó el brazo y señaló la bandeja que contenía pequeños chocolates.
–¡Ah! –exclamé, fingiendo sorpresa.– Así que es esto...
Cogí la bandeja y se la alcancé. Tras unos segundos de meditar, decidió coger todos los que en su pequeña mano
cupieran, que no eran más de tres. Luego echó a correr nuevamente. Yo me erguí para encontrarme de lleno una
vez más con mi hermano Felipe.

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–Y ésta es mi hermana Jimena, la más pequeña.
–Hola. –dijo la mujer con una inmensa dulzura en la voz.

Yo la miré y ella me miró. Me pareció realmente atractiva viéndola por primera vez cara a cara, con aquellos ojos
azules y su inmensa estatura. Me sonrió y su sonrisa me pareció igual de encantadora que sus ojos.
–Soy Violeta. –dijo de nuevo.

Tomé la mano que me tendió.

–Jimena. –repuse mientras intentaba soltar la mano que ella aún aprisionaba.

–No podrás sacarle más de dos palabras seguidas. –repuso mi hermano Felipe en referencia a mí.
–No veo nada malo en ello. –dijo ella saliendo en mi defensa, algo que realmente me extrañó.
Felipe frunció los labios al mirarla.

–Créeme. –respondió. –Puede llegar a ser un martirio.

Yo no dije nada, ni siquiera hice ademán de hacerlo. Felipe tiró del brazo de Violeta y se la llevó al otro extremo,
justo donde estaba mi hermano Luis. Llevé mi atención a mi padre, que aún desde su sofá, había visto toda la
escena. Me miró y encogió los hombros, gesto que me hizo reir.
Estuve allí, en medio de la estancia, intercambiando eventualmente alguna que otra breve charla con el resto de mi
familia. Miré mi reloj de muñeca. Aún faltaba una hora antes de la cena. Decidí escaparme al invernadero, para así
tener la oportunidad de estar sola y recolectar mis pensamientos.
Me evadí del salón silenciosamente y me dirigí hacia el invernadero, mi lugar favorito en el mundo. Abrí la portezuela
de hierro y me adentré en el lugar, inhalando los más diversos aromas florales y el olor de la tierra húmeda.
Abarqué con la mirada los distintos coloridos y formas a mi paso. Me senté en el sillón colgante, justo detrás de los
rosales, las flores preferidas de mi madre.
Con tanta paz rodeándome, sentí cómo casi me vencía el sueño. Hacía un par de horas que había llegado de viaje.
Un viaje muy ajetreado y como siempre, demasiado agotador.
En la residencia universitaria apenas tenía esta soledad que tanta falta me hacía siempre, como si el continuado
trato con la gente fuera para mí insufrible. Subí los pies al sillón y me abracé a mis rodillas.
–Hace una noche ideal.

Antes incluso de levantar la vista supe a quien pertenecía la voz que había interrumpido mis preciados
pensamientos. Era Violeta.
–¿Te he asustado? Lo siento. Creí que habías oído que me acercaba.. –su disculpa sonó sincera.– Verás, tu hermano
anda como loco cuchicheando con los demás y yo sentía una cierta urgencia de escapar. Ya veo que tú también.
Se sentó a mi lado, y yo bajé las piernas inmediatamente, para así facilitarle algo más de espacio. No había
reparado en lo perfecto que parecía ser su rostro. Decidí que era hermosa.
–Tu hermano me sugirió que visitase el invernadero. Supongo que sabía que tendría a alguien con quien hablar...
Me pareció que se sentía de algún modo culpable por haber interrumpido mi tranquilidad.
–Me alegra que hayas venido. A veces este lugar puede resultar demasiado melancólico incluso para mí. –dije para
suavizar la situación.
Ella sonrió y me permitió observar su blanca y perfecta sonrisa. Se relajó echando la espalda hacia atrás y pasando
un brazo por encima del respaldo del sillón. Comenzó a mecernos a ambas.
–Es maravilloso.
Supuse que se refería al jardín.
–Si. –repuse.– Lo es.
–¿De qué color son tus ojos? –me preguntó de súbito.
Yo abrí mis orbes no para que pudiera ver mejor su color, sino porque la pregunta me había sorprendido.
–No he podido decidir aún qué color es el que los describe con más exactitud. –sentenció sin dejar de mirarme con
intensidad.

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Me atreví a mirarla fijamente. Incluso a la tenue luz del jardín, me seguía pareciendo una diosa. ¿Cuántos años
debía de tener? Estaba segura de que ya había alcanzado los treinta. Era uno de esas mujeres a los que cualquier
hombre nunca se negaría. Me pregunté si yo conseguiría alguna vez levantar pasiones como aquella belleza.
Durante la velada anterior, me había dado cuenta de que mi hermano la miraba con absoluta devoción, algo que ella
no parecía  devolver en igual proporción.
De repente me di cuenta de que la había estado mirando fijamente durante demasiado tiempo y que ella debió de
notarlo, aunque parecía querer ignorar este hecho.
–Debo irme. –dije de súbito y me levanté.

No noté que Violeta me había aprisionado una mano hasta que tiró de ella y me hizo retroceder.
–Por favor. –rogó.– Quédate un poco más.
 

Sigue -->
continuación...:
Yo miré su mano, justo la que se cerraba alrededor de la mía. Un sudor frío me recorrió la línea de la espalda.
Absorbí la calidez de su mano, el suave tacto de su piel. Me pareció que se levantaba y me daba un beso. Sólo tuve
que abrir los ojos para darme cuenta de que soñaba despierta y de que ella seguía sentado mirándome sorprendida,
quizás por mi extraña reacción. Le sonreí. ¿Qué más podía hacer?
–Yo.... –dije dubitativamente.– Yo no soy muy buena compañía...
–¿Quieres que te confiese algo? –repuso.– Disfruto más de la compañía de alguien que habla más bien poco que de
los que son habladores por naturaleza, sobre todo porque casi nada de lo que dicen resulta interesante. Estoy
segura de que tú tienes algo que decir que siempre vale la pena esperar para escuchar.
Mis piernas comenzaron a temblar y casi no me sostenían en pie. Ella debió notar mi repentina indisposición.

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–Perdona. –dijo.

La miré. ¿Me pedía disculpas? ¿Por qué? Nadie en mi corta vida me había hecho sentir tan importante aunque sólo
fuera durante unos breves segundos. Y ella no era para mí. No lo sería nunca. Ahora sí que sentí la abrumadora
necesidad de escapar.
–Gracias. –fue lo único que logré sacar de mis cuerdas vocales por último.

Luego me adentré de nuevo en el mundo de la realidad, dejando detrás quizás el mejor sueño que nunca había
tenido.
Mi madre dio la voz de aviso justo a las nueve en punto, con lo que todos los miembros de la familia nos dirigimos
al comedor tomando nuestros respectivos asientos. Me fijé que Felipe le otorgaba el que era mi habitual lugar en la
mesa a Violeta, con la única razón de mantenerla junto a él. No me quedó más remedio que sentarme en el único
sitio que quedaba libre, junto a Violeta a mi izquierda y cerca del extremo donde se sentaba mi padre. Pronto
apareció la sirvienta con la sopera.
–Es un vino espléndido. –oí que decía Violeta.

–Y lo es, ciertamente. –respondió mi padre halagado, moviendo la copa de vino tinto y mirándolo a trasluz.
–Su familia tiene unos viñedos de su propiedad. –indicó Felipe tomando parte en la conversación.
–Vaya, así que estamos ante toda una experta en vinos.
Violeta sonrió levemente antes de responder.

–En realidad, el auténtico experto es mi padre.

Yo jamás probaba el vino, de hecho aborrecía aquel amargo sabor, pero saber que para Violeta era algo importante,
me impulsó a tomar mi copa y beber un sorbo. Por primera vez no me pareció del todo horripilante e incluso sentí
un auténtico placer en paladear aquel extraño sabor.
Cuando la sopa se hubo servido, mi padre, como era habitual, comenzó a bendecir la mesa. Agradeció a Dios los
bienes, la comida que nunca faltaba y el volver a tenernos una vez más a todos reunidos allí. Minutos más tarde,
sin casi haber probado la sopa, pero sí habiendo dado cuenta de dos copas de vino más, comencé a preguntarme si
mi nuevo estado de embriaguez era producido por el licor o por el contrario era debido al continuado roce del muslo
de Violeta contra el mío.
–¿Hace mucho que eres azafata? –preguntó mi madre desde el otro extremo de la mesa.
–Cuatro años. –fue la escueta respuesta de Violeta.

Creo que nuestra invitada era consciente del interrogatorio de preguntas a las que mi madre estaba a punto de
someterla. Parecía haberse preparado para aguantar el aluvión.
–¿Te gusta lo que haces?
–Por ahora está bien.

–Pero eso de viajar contínuamente y tener la maleta permanentemente hecha puede llegar a resultar agotador, ¿no?
–Bueno, puedo hacerlo, soy libre.
–Quizás ya te apetezca formar una familia. –apuntilló mi madre, cada vez más metida en su papel de investigador
malo.
–Quizás. –fue la ambigua respuesta de ella. Violeta bajó la cabeza hacia su plato.
Yo estaba segura de que estaba soportando aquello a duras penas. Bastaba una simple mirada para saber que era
una persona que odiaba hablar de si misma. Mientras, mi madre continuó su particular batalla de preguntas.
–Aunque yo creo que es el trabajo ideal para aquellos que no quieren o no están preparados para ninguna clase de
compromiso.
Juego, set y partido para mi madre. Yo levanté la vista hacia mi progenitora y la miré con cierto desprecio y
vergüenza ajena.
Felipe abrió en ese momento la boca para decir algo que, seguramente, no sería demasiado agradable a oidos de mi
madre, pero una voz lo paró. Una voz que no reconocí como mía hasta después de unos breves instantes.
–Basta, mamá.. –dije muy seria.

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Supe que acababa de hacer algo inusual en mi. Y lo supe porque ahora el resto de los comensales habían
abandonado su atención en todo lo demás para mirarme. Sabía que mis otros hermanos estaban acostumbrados a
que mi madre convirtiera cualquier cena en un campo de batalla y que incluso mis cuñados sabían que era normal,
puesto que ellos habían pasado por el mismo calvario. Pero yo no. Yo no era como los demás y una vez más volví a
demostrarlo.
Mi madre me miró, en su cara una expresión de absoluto disgusto. Pero a mí eso no me amedrentó. Todo lo
contrario, me sentí aliviada y al mismo tiempo enfadada conmigo misma por no haberlo hecho antes. Sentí que
alguien posaba una mano sobre mi muslo y que me daba un ligero apretón. Era la forma en la que Violeta me daba
las gracias.
De repente sentí ganas de reír. Acababa de conocer a aquella persona y en una sola noche había descubierto cosas
de mi misma que no sabía que existían. Y era cómico, porque había crecido dentro de mi una ilusión que siempre
sería eso, una ilusión.
Mi padre se atrevió a romper el incómodo silencio que reinaba entonces en la mesa.
–Bueno, creo que Isabel tiene algo muy importante que decir.

Todos olvidamos rápidamente el asunto anterior y dirigimos la atención hacia mi hermana mayor.
–Adelante, hija. –instó mi padre.

Isabel tomó un enorme suspiro que a mi me pareció cómico, tanto, que tuve que fingir cierta tos para no soltar un
bufido a modo de risa.
–Estoy embarazada. –dijo por fin, tras mantenernos en vilo eternos segundos.

Todos nos quedamos un instante en silencio, como asimilando la noticia. La primera en reaccionar fue Ginebra,
quien prácticamente saltó de su asiento y corrió a abrazar a Isabel. Luego la siguió Ricardo, su marido y así el resto
de nosotros, cada uno murmurando palabras de júbilo. Me di cuenta de que mi madre permanecía en su sitio,
callada. Supe que al sentimiento de malestar que yo le había regalado por mi repentina y brusca intervención, se
había sumado el hecho de que fuera mi padre y no ella el portador de tan especial noticia.
Su enfado finalmente no duró mucho y fue la última en abrazar a su hija mayor, dejando a un lado su reciente
decepción.
Mi hermana nos contó seguidamente que su marido Andrés y ella habían decidido venir a vivir a España por fin.
Andrés era vicepresidente de una compañía alemana y por ello habían ido a vivir a aquel frío país. Pero ahora, la
empresa estaba pensando en instalar una sucursal aquí y por supuesto, Andrés había pedido el traslado de
inmediato. Traslado que según mi hermana, se haría efectivo en cinco meses.
Aquella noticia nos alegró aún más a todos, que tomamos nuestros respectivos asientos una vez más para proseguir
con las aplazadas cenas. Yo supe que el anuncio no estaba previsto hasta que estuviésemos tomando el postre, pero
la tensa situación que había surgido momentos antes hizo que todo tomara un rumbo inesperado.
Precisamente, cuando llegó por fin el postre, que consistía en tarta de queso, especialidad de mi madre, a mi padre
se le ocurrió anunciar una particular idea.
–¿Qué os parece si pasamos un par de semanas en la casa de campo? Ahora que todos tenemos tiempo por
vacaciones he pensado que podría ser una buena idea.
Todos lo miramos y nos miramos entre si. Mi padre hacía muchos años que había adquirido aquella casa a las
afueras, en el campo, cerca de un enorme río, para practicar la pesca, uno de su deportes favoritos. Aún así, habían
sido pocas las ocasiones en las que había podido disfrutarla. Por mi parte, no me entusiasmaba la idea de pasar allí
dos semanas, pero sobre todo no me arrebataba la idea de estar pegada a la loción contra los mosquitos, más que
nada porque no sólo hacía huír a los mosquitos.
–¿Qué os parece? –volvió a preguntar, ya que nadie se había pronunciado por el momento.
"Decid que no..." deseé interiormente.
Isabel fue la primera en apuntarse al plan.
–A mi me parece estupendo, el aire fresco del campo me hará bien.
–¡Eso mismo pienso yo! –añadió mi padre.
Seguidamente, mis hermanos, uno por uno, comenzaron a aceptar la idea. Me pregunté si ellos secretamente
conocían mi aversión por el campo y ésa era otra manera de torturarme.
–¿Jimena? –fue mi turno.– ¿Prefieres quedarte aquí sola?
–No. –murmuré apenas audible.
–Supongo que tú también te unirás a nosotros.
Violeta, que hasta el momento había permanecido en silencio, levantó la vista hacia mi padre, pero lo que tenía que
decir lo interrumpió la voz de mi hermano Felipe.
–Por supuesto que vendrá, de otra forma me aburriría muchísimo. –le pasó un brazo sobre el hombro.

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Violeta pareció dudar, pero al final sonrió, con lo que confirmó su asistencia.
–Nosotros no podemos ir. –soltó Luis.– Quizás la próxima semana.

Yo sabía que la verdadera razón de que Luis no fuese es que su mujer odiaba aquella casa aún más que yo y que
prefería pasar aquellas semanas en compañía de sus propios padres.
Mi padre asintió y se terminó el postre. A mi lado, por el rabillo del ojo, observé que Violeta se inclinaba para
murmurarle algo a mi hermano. No pude llegar a oír lo que le decía, a pesar de que puse todo mi empeño en ello,
pero sí pude percibir la respuesta de Felipe, que fue algo así como un:"no te preocupes".
La cena por fin acabó y después del café, Violeta se levantó con disposición a irse. Yo me sentí como una estúpida
colegiala, con ganas de iniciar una pataleta ante el pensamiento de no verla más durante esa noche. Supuse que el
vino me hacía sentir cosas realmente extrañas y decidí volver a repudiarlo como antaño.
–Buenas noches a todos. –anunció.

Acto seguido, un coro de buenas noches y sonrisas se sucedió.

–Esperamos verte de nuevo, Violeta. –dijo educadamente mi padre.
–Gracias. Lo he pasado muy bien esta noche.

–Te acompaño hasta el coche. –informó mi hermano.

Yo me quedé en mi sitio, de pie, pensando en por qué mi hermano pasaría la noche en su antigua cama y no en
compañía de aquella mujer.
Violeta pasó a mi lado y me dedicó una amplia sonrisa. Se la devolví, poniendo en ello todo el empeño del que fui
capaz. Y desapareció entonces de mi vista.
Murmuré unas palabras que disculparan mi inmediata partida y subí corriendo las escaleras hacia mi habitación. Sin
encender la luz, me acerqué hasta la ventana para ver a mi hermano y a Violeta, caminando lado a lado hasta donde
ella había aparcado su coche. Intercambiaron un par de palabras y después de que Felipe se inclinara para darle
sendos besos en cada mejilla, ella entró en el coche y se fue. Sólo cuando giró para tomar la carretera y su
automóvil se perdió calle abajo, mi hermano decidió regresar dentro de casa.
Yo nunca había tenido mucho en común con el resto de mis hermanos, pero ahora mismo podía percatarme de que
Felipe y yo, por primera vez, sentíamos la misma admiración por la misma persona.
Me desvestí, sin tener otra cosa que hacer que no fuera meterme en la cama. Encendí el ventilador, las noches en
esa época del año resultaban extremadamente calurosas, y me eché sobre las sábanas limpias. La antigua
tranquilidad que obtenía siempre al estar en casa, se vio de repente alterada por las imágenes de Violeta danzando
en mi cabeza. No concilié el sueño hasta mucho después, cuando el último de los invitados se fue y la casa quedó en
completa calma.
Sólo cuatro días después cargábamos el coche familiar para pasar un tiempo en la casa de campo, como mi padre
había sugerido. Yo sólo me limité a embarcar algo de ropa, dos libros y un discman portátil, junto con mis cds
favoritos, todo ello dentro de la misma bolsa. Mi padre se limitó a preparar con ahínco y cuidado su extenso equipo
de pesca, que era lo único que parecía importarle de verdad, mientras que de todo lo demás se ocupaba mi madre.
Mi madre, desde bien temprano, había estado sumida, junto con mi hermana Isabel, a la tarea de llenar el coche de
todo tipo de objetos, la mayoría de ellos inservibles para el caso. Siempre pensé que ésa era la manera que tenía de
sentirse segura cada vez que salíamos de casa. Me senté en el asiento de atrás del coche, aferrada a mi bolsa de
viaje, esperando que pudiéramos poner rumbo a la casa de campo no muy tarde.
Era un viaje muy largo y ya casi llevábamos dos horas de retraso con respecto a la hora con la que habíamos
determinado partir. Mi padre decidió seguir mi ejemplo y se acomodó en el asiento del conductor, suspirando.
Mientras, mi madre e Isabel seguían entrando y saliendo cargadas con bolsas. Mi padre murmuró algo por lo bajo,
que yo supe que era un lamento que no se atrevía a decir en voz alta. Él odiaba esperar y su esposa era consciente
de ello.
–Teníamos que habernos ido ya. –me dijo.–. Solos tú y yo. Tu madre e Isabel podrían haber ido mañana con Felipe.
–Ya sabes cómo es mamá.
–Lo sé ahora.. –respondió en tono burlón.– Pero no cuando me casé.
Le sonreí y me permití suspirar también.
–Hace un día espléndido. Según el parte seguirá haciendo buen tiempo durante el resto de la semana.
Hice cuenta mental de que estábamos a lunes, y me pregunté cómo era posible que los metereólogos podían
asegurar algo con tantos días de antelación. Seguro que llovía, después de todo.
–Así podrás pescar cuanto quieras.

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–Eso será si tu madre se decide a terminar de una vez.
–¡Sé que estáis hablando de mi! –gritó su esposa desde atrás. –. ¡Y hubiéramos salido ya si en vez de estar ahí
sentados estuviérais ayudando algo!
–Nosotros ya hemos cumplido con nuestra parte. –respondió mi progenitor.

Mi madre nos dio la espalda indignada. Aún tuvimos que esperar más de media hora, (a mí me pareció que lo hizo a
posta), hasta que por fin se metieron en el coche. Oí que mi padre murmuraba un gracias a Dios y observé que mi
madre le regalaba un pellizco en el brazo. Isabel y yo nos miramos y nos echamos a reír.
–Son como niños. –me dijo ella.

Nos pusimos en marcha y al instante bajé del todo la ventanilla para poder sentir el aire en mi cara. Me acerqué más
aún y saqué la cabeza al exterior. Esto, desde luego, era una costumbre que mi querida madre odiaba, diciendo que
parecía un perro. Sin embargo, a mi me parecía de lo más excitante aún a mis dieciocho años. Ver pasar el paisaje a
gran velocidad, sentir el cabello golpeándote la cara, la sensación de que no llega suficiente aire a tus pulmones...
–Jimena. –oí la voz de mi madre, más grave que de costumbre.

Intenté ignorarla, pero su siguiente llamada fue imposible de pasar por alto.
–¡Jimena! –repitió, esta vez con el esperado malestar.

Metí otra vez mi cabeza dentro de las inmediaciones del coche y la miré. Me observó y arrugó la nariz. Supe que
debía de ser mis cabellos desordenados y el rubor de mis mejillas lo que le había hecho mirarme con reprobación.
–¿Quieres cerrar la ventanilla, por favor? Entra demasiado aire, y con la de tu padre me es suficiente.
Obedecí y pulsé el botón para cerrarla.

–Gracias. –sentenció mi madre y de nuevo se colocó con la vista al frente, mas satisfecha que antes, eso sí.

Me arremoliné en mi asiento y pensé que con unos cuantos años menos me hubiera permitido tener una rabieta y
rebelarme antes las demasiado estrictas órdenes de mi madre. Sospecho que mi recién estrenada madurez me lo
impidió.
Me giré hacia Isabel, que me sonreía y recordé lo ridículo de mi aspecto. Me llevé las manos a la cabeza e intenté
recomponerlo. Isabel estiró un brazo y me ayudó en la difícil tarea.
–¿Es época de truchas ahora? –preguntó mi madre.
–Ya lo creo.

–Espero que eso no signifique que te vayas a pasar todo el tiempo en ese río.

–Sé a dónde quieres llegar, pero no voy a pasarme estas semanas yendo de visitas.

–No podemos ir al campo y no visitar a Don Federico. –argumentó su esposa.– Ya sabes que de no ser por él,
Jimena se hubiera ahogado en el río.
"Estupendo", pensé, "otra vez mi miserable y avergonzante historia sale a la luz. Otra razón más para no querer ir al
campo."
–No tenemos que agradecérselo eternamente, creo que ya hemos hecho suficiente por él.
–No creo que le guste la idea de que hayamos estado en el campo y no lo hayamos visitado. –masculló mi madre
entre dientes.
–Es un maldito franquista. Tiene su casa llena de rifles y escopetas que cuida y mima más que a sus propios hijos.
¿No crees que está algo chalado, aunque sea un poco?
–¿Y qué si es un aficionado a la cinegética? No sería el único.
"¿Cinegética?", pensé. Giré para encarar a mi hermana que me miró a su vez.
–¿Cinegética? –repetí esta vez en alto para que lo pudiera oír Isabel.
Nos echamos a reír por lo bajo.
–Creo que ha vuelto a suscribirse a esas revistas culturales. –añadió Isabel, provocando otra tanda de suaves risas.
Mis padres seguían enzarzados en su discusión.
–¿Temes que te pegue un tiro?
–La verdad, sí. –repuso mi padre.– Ya no es tan joven y por lo tanto tan diestro para manejar esos espantosos
chismes.

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En ese punto, decidí ponerme los cascos para evitar oír más de la ridícula discusión. Si me preguntaran, diría que
odiaba incluso que hablaran mientras mi padre conducía, siempre más pendiente de mi madre que de la carretera.
Fijé mi atención en el paisaje, esta vez a través de la ventanilla. Miré el reloj. Aún quedaban muchas horas de viaje.
Sin duda llegaríamos al anochecer.
–¡No te olvides de la bolsa azul! –me pidió mi padre desde la escalera que daba acceso a la casa de campo.

Miré en el interior del maletero y la ví al fondo. La deslicé hasta mí y la levanté por las asas, cerrando con la otra
mano libre la portezuela del maletero. Entré en la casa, que estaba impoluta. Mi madre había avisado con antelación
para que la acomodaran para nuestra llegada.
–Vaya. –se quejó mi madre.– Esa maldita bombilla sigue sin cambiar.
–A la lámpara aún le quedan otras dos.

–Le resta mucha luz al salón. –indicó mi madre, ignorando lo que su marido había dicho un instante antes.
–Estoy contigo, mamá. –añadió Isabel.– Además, no es nada estético.
–Estética, eso es precisamente lo que le hace falta a tu padre.

–Mañana... –cedió el aludido.– bajaré al pueblo a comprar los cebos y no olvidaré añadir a la lista de importantes
una bombilla.
Se acercó a su esposa y le dio un beso conciliador en la mejilla. Yo ya subía mi bolsa rumbo a mi habitación, que
era la más pequeña de todas, pero también la más apartada. Mi habitación era lo que en un principio se pretendió
que fuera el ático, lugar designado para que mi padre guardase todos sus chismes.
Mi padre me cedió su punto estratégico cuando se dio cuenta de que a mí me encantaba aquel lugar. Así que puede
decirse que mi primera mudanza fue a los diez años. Por otra parte, mi antigua habitación le sirvió a mi padre como
nuevo cuartel general. Incluso le había parecido estupendo tener más espacio para sus cosas. No tan contentas se
quedaron mis hermanas, siempre temerosas de que alguno de aquellos asquerosos gusanos que usaba como cebo
se escaparan de su encierro, a pesar de que mi padre les aseguraba que ya estaban bien muertos.
Recuerdo que Isabel no se metía en la cama hasta que mi madre no le sacudía las sábanas hasta dos o tres veces
para asegurarse que ningún elemento foráneo se hubiera metido bajo ellas. Y fue precisamente Isabel, quien de
pequeña tenía la mala costumbre de ir descalza, "como si fuera una india" en palabras de mi madre, la que una
mañana, después de que mi padre hubiera partido a una de sus jornadas de pesca, comenzó a gritar como una
descosida. Yo no debía de tener más de diez años. Recuerdo que salí de la cama alertada por los gritos. Bajé
corriendo y encontré a Isabel, con un pie flotante y una cosa amarilla y viscosa aplastada en la planta de su pie. En
su salida matutina, a mi padre se le había caído de alguna forma uno de aquellos gusanos e Isabel había sido la
primera en descubrir su despiste. Creo que aún hoy no me ha perdonado que acabara en el suelo retorcida de la
risa.
Jamás volvió a andar descalza.
Sigue -->
continuación...:
Abrí la ventana de par en par y una ligera brisa hizo acto de presencia. Di gracias a Dios, puesto que el intenso olor
a alcafor me estaba empezando a marear.
–¡Jimena! –mi madre exigía ya mi presencia en la parte baja de la casa.
–¡Ya voy!
Bajé las escaleras y seguí el sonido de las voces femeninas que me llevaron hasta la cocina. Mi madre estaba
preparando unos sandwiches, junto con Isabel.
–¿Quieres cenar algo? –me preguntó nada más verme aparecer.
–Un bocadillo estará bien.

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Siguieron enfrascadas en la conversación que habían interrumpido brevemente tras mi llegada, sin importarles mi
desconocimiento del tema, fuera cual fuese éste. Cogí uno de los bocadillos que ya se amontonaban sobre un plato.
Miré su interior. Era de jamón. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que le di el primer
bocado. Llevaba todo el día sin comer, salvo por el café y el bollo que me había tomado para desayunar en casa
antes de partir. Tantas eran las ganas que tenía mi padre de llegar que únicamente hicimos una parada en una
gasolinera y sólo ante la amenaza de mi madre de que si no paraba era capaz de hacérselo allí mismo. Con este
pensamiento acabé mi sandwich, pero mi estómago siguió exigiéndome más, asi que cogí otro.
–Pobrecita. –dijo mi madre en referencia a mi.– Tu padre casi os mata de hambre.
–No exageres, mamá. –protestó Isabel.

–No estoy exagerando, le dije cientos de veces que parara en algún lugar para almorzar, pero él ni caso.
–Lo hubiéramos hecho de no ser porque tardaste tanto esta mañana.

Inmediatamente después de decir aquello me arrepentí. Sabía que mi madre se tomaba estas cosas a la tremenda.
Así que me preparé para el aluvión de protestas que vendrían a continuación.
–De no ser por mí y mi tardanza no estaríais cenando, ¿o es que pensaís que el pan y el embutido vino solo hasta
aquí? Él sólo es capaz de preocuparse de sus cosas, pero soy yo quien tiene que disponerlo todo para que estos días
no se conviertan en un caos. –se quejó, incluso poniendo una expresión de absoluta pena.
–Tienes razón, mamá. –dijimos Isabel y yo casi al unísono.
–Gracias.

Isabel se acercó al estante para intentar colocar unas latas en el más alto.
–Déjame a mí. –resolví al instante.

Me subí a la encimera y comencé a colocar los envases con cuidado.
–¿Qué te pareció la novia de tu hermano?
–¿Violeta? –contestó Isabel.

La sorpresa por oír aquel nombre se manifestó en mi repentinamente y de forma bastante torpe. A pesar de mis
juegos malabares, no pude evitar que una de las latas que sostenía entre las manos se me deslizara y cayera
estrepitosamente encima de la encimera.
–¿Quién si no? –continuó mi madre al tiempo que me devolvía la prófuga lata.

Me pareció que ninguna de las dos se dio cuenta de mi azoramiento y por primera vez dí gracias a Dios por haberme
hecho tan desmañada desde que nací. Puse atención a las palabras de Isabel.
–No estoy segura.

–¿Cómo que no estás segura?

–Mamá, ya sabes que no me gusta emitir juicios premeditados.
–Pero bueno. –insistió mi madre.– Algo te habrá parecido.
–Es muy guapa.
–Eso sí, desde luego. –consintió mi progenitora.
Yo ya había terminado de colocar las latas y ahora me dedicaba a la inservible tarea de ordenarlas y ponerlas con
sus etiquetas hacia afuera.
–Me pareció que a Felipe le gusta de verdad. –añadió Isabel.
–A mi también me lo pareció. Llegarán mañana, así tendremos oportunidad de conocerla mejor.
–Después del interrogatorio al que le sometiste en la cena, creo que evitará acercarse a ti todo lo que le sea posible.
–¡Vaya! –repuso mi madre pensativa.– Pensará que soy una de esas madres preguntonas y metomentodo.
–Es que eres así, mamá. –cedió Isabel con algo de condescendencia y resignación en la voz.
Mi madre le dedicó una mirada fulminante a modo de respuesta. Por mi parte, decidí que era hora de apearme, ya
que no quedaba nada que pudiera hacer allí arriba.
Mi padre eligió ese momento para hacer acto de presencia.
–Estupendo. –dijo señalando la bandeja de los bocadillos.– Justo en lo que estaba pensando.

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Tomó una servilleta y puso en ella dos sandwiches. Luego, se dirigió hacia la nevera y sacó una lata de cerveza
saliendo nuevamente de la cocina e ignorándonos a todas, como si realmente no hubiéramos estado allí.
–Odio cuando hace eso.. –señaló mi madre.

 A la mañana siguiente, unos suaves toques en mi puerta hicieron que cediera en mi empeño de seguir dormida.
–Jimena.... –reconocí la voz de mi padre susurrando mi nombre.

Me levanté y llegué hasta la puerta. La abrí con cuidado para ver que era lo que quería mi padre de mí a tan
tempranas horas de la mañana.
–¿Quieres acompañarme al pueblo?

Lo pensé un instante. En realidad sopesé mis otras opciones y tuve que admitir que me atraía mucho más viajar
hasta el pueblo que quedarme con mi madre y mi hermana toda la mañana, sin hacer otra cosa que no fuera hablar.
–Dame diez minutos para vestirme y estoy contigo de inmediato.
Me sonrió y asintió con la cabeza.
–Te esperaré abajo.

Cerré la puerta y comencé a vestirme. Como siempre, unos viejos vaqueros y una camiseta de color azul, fueron mi
elección, que conjunté con unas zapatillas de deporte. Cogí también un jersey que até a mi cintura, puesto que noté
mirando por la ventana que el día estaba algo nublado. Me dirigí hasta el baño y me aseé y peiné antes de reunirme
con mi padre.
En todo el pueblo, la tienda de Chano era la única que existía. En ella podrías encontrar los artículos más variados,
desde cebos para pescar de todas clases habidas y por haber, hasta unas tijeras de podar, víveres y un montón de
cosas más que en cualquier ciudad tendrías que desplazarte al menos a cuatro sitios para comprarlas. Ya lo decía el
cartel clavado a una de las paredes y que a mí siempre me pareció ridículo: "VÍVERES GLEZ - DE TODO"
Mi padre fue el primero en acceder al interior, seguido de mí. Chano, desde detrás del mostrador parecía estar
ultimando unas cuentas. No levantó la vista a pesar de que la campana de la puerta había sonado.
–Enseguida le atiendo. –dijo aún con la mirada puesta en su libro de cuentas.
–¿Es una nueva forma de tratar a los clientes? –bromeó mi padre.
El viejo propietario pareció reconocer la voz y miró a mi padre.
–¡O'Donnell! –gritó con júbilo.

Siento no haber mencionado antes que a mi padre se le conocía por el apellido de mi abuelo.
–¿Cómo estás, Chano?

Los dos hombres se dieron un corto abrazo y unas sonoras palmadas en la espalda.
–Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. –argumentó el viejo.

–Ya lo creo que sí, pero ya sabes, la familia es cada vez más difícil de controlar, y por desgracia he tenido unos hijos
demasiado cosmopolitas...
–Hablando de hijos, ¿es esta Jimena?
Me señaló con el dedo, en su cara una expresión de incredulidad. Mi padre me asió por los hombros y me acercó
más a él, dándome un suave apretón.
–Lo es. Todas las esperanzas que tenía de que no creciera se han esfumado para siempre..... –bromeó mi padre
haciendo reír a Chano.– Mírala, se ha convertido en toda una preciosidad.
Me sonrojé al tiempo que sonreía tímidamente.
–Supongo que vienes a buscar cebos, ¿no?
Interiormente suspiré de alivio porque la conversación en torno a mí se hubiera terminado. Mi padre se acercó hasta
el mostrador, mientras Chano le hablaba de unos nuevos cebos que había traído hacía apenas unos días. Yo sabía
que la conversación se alargaría hasta límites insospechados, por lo que decidí darme una vuelta por los pasillos de
la tienda.
No recordaba el establecimiento así, pero supuse que incluso en aquel pueblo, hacía falta de vez en cuando echar
mano de los avances. Me dirigí inmediatamente al estante de los chocolates. Con las prisas no había desayunado, así
que seleccioné uno de esos bollos esponjosos con forma de barra de pan rellenos de chocolate y lo abrí dispuesta a
comérmelo. Antes de pasar a otra estantería, pillé un par de chocolatinas y un paquete de galletas de arroz inflado.
–¿Vas a comerte todo eso? –me preguntó mi padre divertido cuando me vio llegar cargada de golosinas.

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–No, tonto.... –le dije.– Estoy llenando mi cupo de provisiones.

Dejé las cosas sobre el mostrador y seguí con mi recorrido. El bollo estaba muy bueno, pero no sé por qué, siempre
conseguían dejarte con sed. Supuse que tal vez las empresas de batidos le daban alguna comisión. Metí la pequeña
cañita en el brick de batido de fresa y seguí avanzando a través de los pasillos. Con el hambre ya resuelta, me
dediqué simplemente a dejar que pasara el tiempo.
–Hola. –oí detrás de mí.
Me giré con rapidez.

–Hola.. –dije algo confusa, puesto que la cara de aquel muchacho me era familiar.

Él me sonrió y fue entonces cuando me di cuenta de que el chico llevaba un delantal idéntico al de Chano, lo que
significaba que trabajaba allí.
–Supongo que no me recuerdas.. –me dijo algo tímido.

Puede que el batido de fresa consiguiera despertarme del todo, o puede que de repente hubiera tenido una visiòn sin
darme cuenta, lo cierto es que conseguí acordarme de él. Cuando era pequeña, aquel chico que tenía ahora en frente
solía ser mi compañero de juegos.
–¿Diego? –dije con algo de duda.

Él se rió, parecía encantado de que finalmente hubiera sido capaz de recordarlo.
–El mismo. Ha pasado mucho desde la última vez.

–Sí, empiezo a creer que demasiado. Desde que empecé en el instituto, si mal no recuerdo.
–Ahora estarás en la universidad.

–Sí.. –fue mi escueta respuesta, y comencé a juguetear con la cañita de mi batido, antes de cometer una estupidez
y empezar a contarle al chico lo desgraciada que me hacía sentir la universidad.
–Estás muy guapa.. –me dijo de repente.

Nunca nadie había flirteado conmigo, así que no sabía muy bien si aquello era un flirteo o si por el contrario era un
simple comentario amable. De todas formas, ¿hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro?
Seguí con la cara pegada a mi batido y comencé a sorber frenéticamente, mientras imaginaba mi foto en el libro
Guinness de los Records, como la mujer que ostentaba el record de sonrojos en un día.
–Sigues igual de tímida que siempre, por lo que veo.. –volvió a decir Diego.

Yo seguí plantada allí en medio, esperando a que él se decidiera cambiar de tema, algún tema en el que yo tuviera
la valentía de decir algo. Pero entonces recordé que los únicos asuntos en los que yo era capaz de expresarme sin
apenas balbucear eran los de medicina, y dudaba mucho que Diego supiera algo sobre las etapas organicistas de las
enfermedades.
Oí que mi padre me llamaba. Le sonreí a mi inesperado acompañante y sin decir nada más pasé junto a él. Su voz
me hizo darme la vuelta una vez más.
–No te olvides de pagar eso.... –bromeó señalando el cartón casi vacío que aún sostenía entre las manos.
–Vaya.... –contesté fingiendo decepción. – Esperaba que me guardaras el secreto.
Me alejé de Diego dejándolo con una interesante sonrisa en su rostro y me reuní nuevamente con mi padre.
–Media hora más, Chano, y mi hija te hubiera dejado sin provisiones.... –se rió me padre al verme llegar con
algunas cosas más que había recogido por el camino.
–Está en edad de crecer. –contestó el anciano, mientras apuntaba frenéticamente en su libretita.
Yo evité decir que era bastante probable que me quedara con mi miserable metro sesenta y cuatro e ignoré el
comentario.
–Papá, no te olvides de la bombilla.
–Ya sabía yo que por algo pensé que sería una buena idea traerte conmigo.
–Vaya, pensaba que disfrutabas de mi compañía.
–Eso también, cariño, eso también.... –se burló de mí, al tiempo que se giraba para pedirle a Chano una bombilla.

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De vuelta a casa, yo cada vez me iba sintiendo peor. Miré mi reloj, eran casi las doce del mediodía. Probablemente
Ginebra y Felipe ya habían llegado. Eso significaba que Violeta estaría allí. Mi corazón se aceleró tanto que creí
sinceramente que era el principio de un infarto. Abrí la ventanilla para que me diera el aire en la cara. Lo único que
logré fue que una nube de polvo me diera de frente. Me había olvidado que siempre tomábamos la vieja ruta que iba
al pueblo, en vez de ir por la carretera de asfalto. Otra de las excentricidades de mi padre.
–¿Te ocurre algo? –preguntó él.

–No.. –mentí, mientras me frotaba los ojos ahora irritados por la polvareda.
–Estás muy rara... ¿Hay algo que te preocupa?
–No.

Pasaron unos breves instantes. Yo esperaba que mi padre iniciara un nuevo intento para sonsacarme más
información. Sabía que me conocía demasiado bien como para no saber que algo me pasaba y yo no podía decirle
que estaba tremendamente aturdida, que no podía sacarme de la cabeza a la novia de mi hermano, que incluso
había soñado con ella y que... ¡Oh, Dios!, casi había olvidado mi sueño erótico, ése al que tanto me había aferrado
antes de que la voz de mi padre ganara la batalla esa mañana en contra de mis deseos.
–De acuerdo, si no quieres decírmelo no te voy a obligar...
–Gracias. –dije aliviada.

Me miró con el ceño fruncido.

–De modo que hay algo que no quieres decirme.

Me tapé los ojos con ambas manos. Había olvidado lo tramposo que podía llegar a ser mi padre en ocasiones.

–Papá,. –comencé con cuidado de no herir sus sentimientos. – no es que no quiera contártelo, simplemente creo
que...
–¿Es un chico?
"Frío, frío..."

–No. –murmuré, aunque me hubiese gustado gritarlo, estaba enfadada porque ni siquiera me había dejado
explicarlo.
–Te ví hablando con Diego...

–¿Y? –no tenía ni idea de a dónde quería llegar.

–¿Tienes algún novio en la universidad?, ¿estás triste porque quizás le echas de menos? –me preguntó preocupado.
–No...

–Podrías haberlo invitado. –una vez más me interrumpió.– Sabes que siempre será bienvenido.

Crucé los brazos a la altura del pecho y me arremoliné en mi asiento, intentando calmarme antes de que el incipiente
enfado que corría a través de mis venas llegara al cerebro. ¿Un novio en la universidad? Si apenas tenía amigas.
Creo que incluso les daba miedo a todos los del maldito campus. Debían tomarme por una asesina en serie o algo
así. Como si las personas a las que les cuesta relacionarse tuvieran que ser asesinos en serie por derecho
constitucional.
–Admito que hasta hoy no se me había pasado esa posibilidad por la cabeza, eres mi niña pequeña. A veces sigo
resistiéndome a que crezcas.
–Papá.... –lo llamé. Odiaba las charlas sentimentales.
–No puedes culparme porque me preocupe por ti. No quiero dejar este mundo sin ver a todos mis hijos felices.
–Yo soy feliz. –le dije, no sé si por tranquilizarlo a él o a mí misma.
–De todos tus hermanos, tú has sido siempre la que más me ha costado leer. Nunca sé más de lo que me permites
ver. –lo vi tragar antes de formular la siguiente pregunta.– ¿Sigues enfadada aún porque te envié a esa universidad
tan lejos de casa?
–No.
–Cuatro no desde el inicio de la conversación. Definitivamente algo está ocurriendo en esa cabecita tuya. Pero no
voy a insistir, cuando estés preparada o necesites mi ayuda, sabes que estaré esperando.
–Lo sé, papá, gracias.
Minutos después, paraba el Jeep a un lado de la carretera. Lo miré extrañada mientras él salía corriendo a
esconderse detrás de unos matorrales. No pude evitar echarme a reír y me pregunté si mi padre comenzaba ya a
tener problemas de próstata.

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 Al llegar a la casa, me di cuenta enseguida de que allí habían ya tres coches aparcados. Reconocí el Ford blanco de
mi hermana Ginebra, el Mercedes gris de Felipe y por supuesto, el Mazda descapotable de Violeta. Lo que más me
sorprendió fue descubrir que el color de su coche no era gris, sino azul cielo. La poca luz aquella noche hizo que me
perdiera ese detalle.
Esperé a que mi padre se pusiera a mi altura antes de encaminarnos hacia la casa. Ambos con dos bolsas a cada
mano. Mientras me acercaba, podía sentir que las palmas de mis manos comenzaban a sudar. Permití que mi padre
me adelantara y entrara primero al interior de la casa.
–¡Ya estamos aquí! –anunció a los cuatro vientos.– Me alegra ver que ya estamos todos, esta noche podremos
incluso echar unas partiditas al bingo.
Fuimos recibidos con efusivos "holas" por parte de mi madre, Isabel, Ginebra y su marido. Pero no había rastro de
Violeta ni de mi hermano Felipe.
Ginebra se acercó y le dio un sonoro beso, primero a mi padre y luego a mí. Su hija mayor la seguía muy de cerca,
agarrada a su falda. A juzgar por su expresión, hacía poco que había pasado una crisis de llanto.
Dejé las bolsas sobre la mesa y me acerqué hasta mi sobrina, de quien decían que era un calco de mí. Lo que era
seguro es que iba a ser mucho más guapa que yo. Esta niña tenía ángel, justo como su madre.
–Hola Cris. –le dije con suavidad mientras me agachaba para ponerme a su altura.
–Hola tata.... –contestó con su dulce voz infantil.
–¿Me das un beso?

Dudó un instante, para poco después darme un húmedo beso en toda la mejilla. Yo saqué una de las chocolatinas
que había comprado en la tienda y se la alcancé.
–Ten, para que no estés triste.

Su cara se iluminó de repente y me dio un gracias que sonó a "asias" más bien. Luego se alejó correteando,
seguramente buscando un lugar seguro donde dar buena cuenta de su dulce.
–¿Dónde está Felipe? –oí preguntar a mi padre.

–Creo que ha ido a enseñarle los alrededores a Violeta. –contestó Isabel.

–O a hacer manitas detrás de algún árbol. –bromeó Ginebra, haciéndo reír a todos.
A todos menos a mí.

–¿Manitas? –dijo mi padre.– Creía que eso se hacía en mis tiempos, ahora van mucho más allá que, en fin...
–Papá.... –protestó Isabel entre risas.

–¿Papá? –se burló mi progenitor.– Recuerdo que tu madre se empeñaba en dejar a vuestros novios en habitaciones
separadas. Con eso sólo lograba que nos desveláseis un par de veces por la noche con tanto ruidito disimulado de
puertas que se abrían y se cerraban.
El marido de Ginebra, que estaba bebiendo de una lata de cerveza casi se atraganta y todos nos volvimos hacia él
para ver que sus mejillas se habían puesto de un color rojo intenso. Tal vez era porque le costaba respirar por el
líquido que no había logrado tragar por el sitio adecuado.
Todos nos reímos, incluso mi madre, a pesar de que sabíamos que en su momento le había costado mucho el
aceptar que ninguna de sus hijas llegara virgen al matrimonio. Ella era una acérrima defensora de la virtud y creía
que la virginidad era casi un don divino.
La puerta se abrió entonces y como si fuera una repetición de la misma escena de hacía cinco días. Felipe entró
acompañado de Violeta. A él apenas lo miré, no podía mirar más allá de aquella mujer enfundada en unos vaqueros
tan roídos como los míos, con una camisa de seda azul y el pelo recogido en una trenza.
Me aparté de mi hermano como de la peste, temiendo que se ensañara con mis carrillos como la última vez.
–Hola, Jimena. –me dijo al pasar, prestándome tan poca atención como yo a él.
Violeta pasó a mi lado a continuación.
–Hola. –saludó ella y lo siguiente que pude ver era que se estaba acercando a mi rostro para plantarme un beso en
la mejilla.
"Dí algo, ¡idiota!", me reñí. Lo cierto que la percepción, como de cosquillas, que sus labios dejaron en mi mejilla me
onubilarían por el resto del día.
La felicidad, aunque de esa manera resultase incluso estúpida, era una sensación extraña.

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BELLA VIOLETA. 10ª
Autora:R. Pffeiffer
10. DESPACIO.
Viernes, cuatro de la tarde. Día de la boda. La parte femenina de la familia al completo estaba en casa de mi madre,
donde más tarde se celebraría el banquete, concertando  los últimos preparativos y asistiendo a la nerviosa novia.
Desde mi cómodo asiento hice rodar los ojos en cuanto nuevamente oí el llanto de Julia, que debía creer que aquello
era poco menos que un cuento de hadas. La pobre casi no había parado de sollozar en cuanto entró a la habitación
para vestirse. Incluso habían tenido que maquillarla varias veces. Me pregunté si realmente lloraba de nervios o por
todas aquellas horquillas que le habían colocado en el pelo... Lo cierto es que comenzaba a hacer que mi cabeza
quisiera estallar.

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Crucé las piernas y me dediqué a observar el arduo trabajo de mis dos hermanas mayores calmando a la novia.
Pensé que, si casarse significaba pasarlo tan mal, casi era preferible no hacerlo.
No pude evitar soltar unas risillas en cuanto vi a mi madre con una taza humeante de tila intentando hacérselo
tragar a la pobre Julia.
–Vamos...vamos..., cariño. –le decía mientras. –Tómate esto y ya verás que te vas a sentir mejor...
–Gracias... –dijo hiposa.

–Tienes que calmarte. No querrás entrar a la iglesia llorando, ¿verdad?

–Es que no puedo evitarlo, estoy tan feliz... –soltó, suspirando hasta hacer que casi se le soltara el corsé de su traje
de novia.
Por mi parte, hacía un par de horas que me había vestido y preparado para la función. Si de mí hubiera dependido,
preferiría haber ido a la iglesia directamente, pero al parecer, era costumbre que todas las mujeres se reunieran
para ayudar a la novia... Claro que yo aún estaba intentando averiguar por qué mi presencia en la casa era tan
importante, cuando lo único que había hecho era llegar y sentarme.
Mis hermanas mayores, correteaban por la casa, atendían las llamadas telefónicas y cuchicheaban entre ellas.
Parecían estar completamente en su salsa. Me giré hacia mi sobrina de catorce años que estaba sentada junto a mí,
y a la que observé durante unos instantes mientras ella jugaba con su pequeño celular.
Estiré el cuello para mirar en la pantallita. Bendita tecnología...
–Vaya... –dije. –¿Me  lo prestas luego?
Se echó a reír.

–¿Tú también te aburres?

Hice rodar los ojos y puse expresión de desespero.
–Horrores...

–Estás muy guapa, Jimena. –cumplimentó con una amplia sonrisa.
–¿Te parece?

Asintió vehemente con la cabeza.

–No tengo más remedio que fiarme de ti, siempre has tenido buen gusto... –le pellizqué la nariz.
–Ya soy muy mayor para que me hagas eso... –se quejó divertida.
–Y demasiado joven para tener novio.

En un instante, un tono rúbeo cubrió por completo sus mejillas. Era cierto lo que decían de que aquella niña se
parecía mucho a mí.
–¿Mamá te lo ha dicho?
–Sí.
–Es sólo un amigo... –dijo, como restándole importancia.
–Me parece bien que tengas un amigo especial. –subrayé la palabra. Ella siguió enfrascada en la pantalla de su
teléfono, aunque sin mover un solo dedo. –Pero no descuides el colegio por un momento...
–Pareces mamá... –comentó suspirando.
Me eché a temblar cómicamente y ella se rió.
–De acuerdo. Eso ha sido suficiente como para que no diga una palabra más...
Volví a concentrarme en la escena que se proyectaba delante de mí. La tila parecía tener efectos contradictorios en
la novia, y por enésima vez, volvió a sacudir los hombros intentando reprimir las lágrimas. Hice rodar los ojos. ¿Qué
demonios pasaba con aquella mujer? A ratos me parecía estar contemplando un capítulo de alguna telenovela.
–Julia... –la llamé fríamente. –O dejas de llorar o con esos ojos rojos e hinchados vas a parecer una yonkie. Tienes
un aspecto horrible...
El llanto, milagrosamente, cesó. La que dentro de pocas horas se convertiría en mi cuñada me miró fijamente, casi
con expresión de haber visto a un fantasma y yo le sonreí con falsedad. Mi madre me fulminó con la mirada y a ella
también le dediqué aquella misma sonrisa.

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La novia no volvió a soltar una sola lágrima y mis sentidos por fin comenzaron a calmarse. Lo mejor de todo es que
finalmente supe por qué mi presencia allí era ineludible...
–La limusina ya ha llegado... –anunció Ginebra entrando en la habitación.

–Menos mal que al menos han sido puntuales esta vez. –añadió  mi madre.

–¿Alguien va a venir conmigo? –pregunté, sintiendo ganas de repente de no llegar sola a la iglesia.
–Yo iré contigo. –clamó mi sobrina.
–Estupendo.

Aún tuve que esperar casi una hora hasta que nos pusimos en marcha. Durante todo el
camino, la charla y la compañía de Cristina logró relajar los nervios que desde el día anterior sentía en la boca del
estómago, pero según me acercaba a la ermita, mi corazón batallaba con más intensidad de la necesaria y mis ojos
buscaban cierta figura familiar.
Dentro de la iglesia, me senté junto a mis hermanas y esperé. Esperé a muchas cosas...

Me pregunté, mientras me removía frenéticamente en aquel banco, por qué diablos no cambiaban aquellos
incómodos asientos de una vez. Casi me parecía estar en la Edad Media. Podrían poner butacas como en los cines,
teniendo en cuenta lo interminables y soporíferas que eran las misas hubiera sido una buena idea.
Mis insidiosos pensamientos se concentraron entonces en la decoración del "santo" lugar. Las paredes y el altar
llenas de imágenes, de santos y vírgenes con cara de estar sufriendo mucho. Si a eso le añadimos el hecho de que
la iluminación allí dejaba mucho que desear, no me venía a la mente otra palabra con que describir lo que me
rodeaba que no fuera tétrico.
Las conversaciones en voz baja de los invitados, que casi parecía el zumbar de las abejas, llenaban la iglesia. Yo ni
siquiera había abierto la boca ni una sola vez desde que había entrado. Tampoco es que tuviera nada interesante
que decir... Suspiré y me arremoliné como pude en aquel banco. Miré el reloj, crucé las piernas y me atusé
ligeramente el pelo, todo para parecer distendida. No es que odiara las bodas, y mucho menos si era la de un
miembro de la familia, pero la espera... La espera era lo que me ponía frenética.
Fijé la vista al frente. Siendo ella la madrina, mi madre y su enorme sombrero se habían colocado cerca del altar, al
lado de mi hermano, quien no paraba de frotarse las manos nervioso. Agradecí el hecho de que al menos a él no le
diera por llorar...
Por mi parte, cada cinco segundos, seguía girando la cabeza hacia la entrada, habiendo tenido claro que Violeta aún
no había hecho acto de presencia. Comencé a sopesar la idea de que quizás no vendría ese día.
Mi hermana Isabel colocó una mano sobre mi muslo para indicarme que dejara de moverme. Intenté relajarme
echando mi cuerpo hacia atrás y respiré hondo.
La marcha nupcial comenzó a sonar y la novia entró radiante en la iglesia. Nada más atisbarla, la cara de mi
hermano se iluminó como una bombilla de navidad, algo que por otra parte no estaba del todo mal si nos permitía
tener más luz dentro de aquella caverna.

"Mmm...", me reproché a mí misma, "demasiados pensamientos sarcásticos. Recuerda que hoy tienes que estar de
buen humor". Con lo que sonreí y comencé a murmurar palabras de apreciación como el resto de los allí presentes.
La novia llegó a la altura de su casi marido y el sacerdote comenzó la ceremonia. Dejé de mirar hacia atrás, una vez
iniciado el acto, sabiendo de sobra que aquello resultaría de lo más extraño y de que tenía a mis dos hermanas, que
eran como espías, demasiado cerca de mí. Así que me concentré en mirar hacia delante aunque no pusiera atención
a ninguna de las palabras que pronunciaba el cura.
Hubo un momento, cuando la música estridente de una pequeña banda colocada en uno de los rincones sonó, en
que despegué mi trasero del banco y casi toco la bóveda del techo por el susto.
–¡Qué demon...! –exclamé ahogadamente, o al menos lo intenté antes de que el codo de Isabel se incrustara en mis
costillas.
Miré a mi hermana con cara de pocos amigos y ella me ignoró. Lógicamente.
Observé entonces a la banda musical, con un pequeño coro entonando canciones religiosas. Hasta entonces no me
había dado cuenta ni de que existían. La iglesia, desde luego, se había modernizado. Claro que ni hablar de
modernización en lo que se refería a los asientos.
Cuando llegó el momento de dar el "sí quiero", mi madre sacó rauda su pañuelo del bolso y se secó las lágrimas.
Aquello era algo que ya había visto en las anteriores bodas de mis hermanos. Ella siempre conseguía llorar en el
momento más oportuno. Bueno, estaba segura de que yo le ahorraría ese mal trago.
Todos nos levantamos del asiento una vez que los novios se dieron el beso y comenzamos a movernos entre vítores.
Ginebra puso en mi mano una bolsita con arroz dentro y me apresuró para que saliéramos al exterior.
–¡Violeta! –gritó  mi rubia hermana.

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Me giré tan rápido hacia la entrada que casi me mareé, y la vi allí, de pie justo al lado de la pila del agua bendita.
Estaba enfundada en un traje negro y largo. Un traje que parecía estar hecho únicamente para su cuerpo. La boca
se me secó y mis piernas se pusieron en huelga. De no haber sido porque los demás me empujaban para darme
prisa, me hubiera quedado en el sitio por tiempo indefinido.
Ginebra se acercó rauda a Violeta para saludarla y yo seguí caminando, aunque más despacio eso sí,  mientras
estrujaba la bolsita del arroz entre las manos. Los ojos de la azafata dejaron a mi hermana para posarse sobre mí.
Los sentí atravesarme. Pasé a su lado y le murmuré un hola demasiado bajito, aún así, ella me saludó con una
breve sonrisa.
–Salgamos fuera... –oí  a Ginebra decir.

Me coloqué junto a los demás y esperamos a que salieran los novios para lanzarles el arroz. Todo el júbilo que podía
respirar a mi alrededor no era equitativo a lo que sentía por dentro.
Violeta debió de quedarse dentro de la iglesia porque mis ojos no podían encontrarla. Algo me decía que quizás se
estaba escondiendo de mí.
El feliz matrimonio apareció por fin y una densa lluvia de arroz cayó sobre ellos, tan densa era, que durante
segundos casi no se podía diferenciar sus figuras bajo todos aquellos granos.
Seguidamente, el comité al completo partió hacia la casa de mi madre, en cuyos jardines se había dispuesto los
arreglos para el banquete. No volví a ver a Violeta mientras me alejaba de la iglesia y cuando llegué a la casa,
enseguida requirieron mi presencia para las fotos.
No sé para cuántas instántaneas tuve que posar, pero estaba segura de que habían sido miles. Incluso me
retrataron con familiares de los que ni siquiera recordaba el nombre. La única que parecía disfrutar era Isabel, quien
para cada toma ponía una expresión diferente. Era una fuente inagotable de posturas y sonrisas.
Desde la distancia observé que Violeta, que sostenía una copa en la mano, tenía su atención puesta en mí. Cuando
nuestras miradas se encontraron, ella se giró despacio y  me dio la espalda. La voz del fotógrafo me sacó del trance
cuando nos pidió que rotáramos hacia un lado. Me sentía como una completa marioneta.
–Comienzo a cansarme de tanto sonreír. –comentó Ginebra en voz baja.
–Pues no sonrías. –le  susurré de vuelta.

–¿Y parecerme a ti...?
–Muy graciosa.

–Violeta está preciosa... –añadió de súbito, con una sonrisilla maléfica.
–No sabía que pudieras ser tan diabólica.

Emitió un sonido que me hizo saber que estaba sofocando la risa. Creo que secretamente le encantaba
martirizarme.
–Pórtate bien, hermanita...

–¿Antes o después de estrangularte? –dije, sin que por un momento se borrara la falsa sonrisa de mi rostro. Era
increíble las cosas que uno podía decir sin mover apenas un músculo.

Las mesas para el banquete estaban dispuestas en círculo y pensadas para que cada una de ellas albergara a seis
comensales. A mí me tocó una con Ginebra, su marido, Cristina, que escogió una silla contigua a la mía, mi hermano
Luis y su esposa.
La de Violeta, que estaba demasiado alejada de la mía, estaba compuesta por compañeros de trabajo de Felipe.
Algunas de aquellas caras me resultaban familiares.
Jugué con el menú entre las manos, repasando distraídamente lo que íbamos a tomar. Examiné la inacabable lista
de los entrantes y fui directamente al primer y segundo plato. "Lomo de venado asado con crema fina de manzana y
hongos salteados, besugo con refrito de almejas y cama de cebolleta trufada..." . ¿De dónde sacaban esos nombres?
Ni siquiera parecía comestible...
Suspiré y solté el pequeño menú con desgana sobre la mesa. Los camareros comenzaron a pulular por las mesas a
toda prisa para servir los entrantes.
–Buen vino... –murmuró mi cuñado Ricardo tomando la botella de Rioja entre las manos.
Uno de los camareros le cogió la botella y comenzó a servirnos el vino. Puse la mano sobre mi copa y decliné la
oferta. Con gran parsimonia y rigidez, posó la botella de vino sobre la mesa y me sirvió agua mineral.
–Gracias. –le  dije.

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–¿No vas a tomar vino? –preguntó  Ginebra.
Negué con la cabeza.

–Estoy redescubriendo el inmenso placer del agua mineral. Sin olor, sin sabor, sin nada...

Me miró con una ceja alzada, incrédula de no verme probar una gota de alcohol. Aún así lo dejó estar.
–Cristina, para ti sólo una copa, ¿de acuerdo?
Su hija asintió con resignación.

–Mamá parece estar felicísima... –comenté ausente,observando a la susodicha sentada a la gran mesa nupcial,
posesivamente al lado de Felipe.
–Le encanta ser casi el centro de toda la atención cuando se reúne la familia...
–Lo sé.

Tomé un trozo de queso y lo mordisqueé. Mi mirada, como siempre, girada hacia un punto... Violeta se había
sentado de cara a mí y pude observarla charlando animadamente con sus compañeros. Aparentemente, se había
olvidado de que yo existía, puesto que no levantó la vista ni una sola vez.
La enorme orquesta comenzó a tocar una suave música mientras comíamos. El sol ya estaba a punto de ponerse y
las luces del jardín se encendieron iluminándolo todo casi de forma irreal. Algunas mesas comenzaron a vitorear y
aplaudir a los novios cuando estos se dieron el tan esperado beso. Mi hermano se levantó de su asiento entonces
para dirigirnos unas palabras.
Me giré hacia él, poniendo un brazo sobre el respaldo de la silla y le puse toda mi atención.

–Antes que nada, –comenzó él –quisiera agradeceros el que estéis aquí. Este es quizás el día más especial de mi
vida y compartir mi felicidad con la gente que quiero era importante. Sin embargo, hay alguien que ya no está con
nosotros y a quien sin duda le hubiera encantado estar aquí. –levantó su copa, visiblemente emocionado. –Por mi
padre.
Todos levantaron su copa y brindaron. Mi hermano se volvió a sentar y mi ardorosa cuñada lo tomó por el cuello
para volver a darle un beso con propiedad. Pude observar que mi madre tenía los ojos brillantes por las lágrimas
que habían hecho acto de presencia. La orquesta entonces continuó tocando y todo pareció volver a la normalidad.
Me giré hacia mi sobrina, quien me regaló una amplia sonrisa y a la que correspondí con iguales ganas.

–Prueba esto... –me indicó ofreciéndome algo que parecía estar empanado. Lo tomé y mastiqué no muy segura de si
iba a gustarme. Para mi sorpresa, estaba bueno, aunque no tenía ni la menor idea de lo que era.
–Se le echa mucho de menos. –comentó mi cuñado.

–Sí. –respondió Ginebra. –Es imposible no acordarse de él en un día como hoy...
–Estoy seguro de que esté donde esté, estará feliz. –sugirió Luis.

"Eso es una soberbia estupidez", grité para mis adentros, "¿qué podría hacerle más feliz que el estar con su familia?
". Supuse que para ellos pensar tal cosa les daba cierta serenidad, todo lo contrario que a mí, siempre muy
consciente de que mi padre estaba ahora varios metros bajo tierra. Me dije que lo mejor sería ignorar aquellos
comentarios de ahí en adelante. Tan sólo me hacían sentir más enfadada con el mundo entero.
Sonreí sarcásticamente y levanté la vista una vez más hacia Violeta. Ella me miraba también y, por primera vez, no
apartó sus ojos de mí.
Me dediqué a comer todo lo que se me ponía al alcance casi sin pronunciar palabra. Tan sólo me apetecía hablar con
mi sobrina y reírme con sus ocurrencias. Era mucho mejor eso que oír aquellas historias varipintas y sin gracia
alguna que contaban todos a mi alrededor como contagiados por lograr ser la estrella de la función.
Otra lluvia de flashes se sucedieron, entre gritos de "¡vivan los novios!", cuando llegó el momento de cortar la tarta.
Luego la feliz pareja pasó por cada mesa ofreciendo esos minúsculos e inservibles regalitos, una especie de ramito
con un lazo azul por parte de ella y habanos por parte de él.
Me quedé sentada en la mesa a solas, el resto se había levantado una vez acabada la cena para formar pequeños
grupitos de charla por todo el jardín, con la única compañía de mi copa de champán, bebiendo pequeños sorbos de la
agradable bebida. Sabía que para mí no habrían muchas de aquellas esa noche, por mucho que deseara que así
fuera, así que no me quedaba otro remedio que economizarla.
Acaricié la copa, con la mirada fija puesta en ella como si estuviera en trance. Una multitud de burbujas subían hasta
la superficie y desaparecían allí. Me di cuenta de que si pasaba mi tiempo mirando a las burbujas de una copa de
champán era porque quería esconderme de algo y no sólo de las conversaciones familiares.
–¿Te encuentras bien?
Levanté la vista y observé a mi madre cerca de mí. Se había despojado de su enorme sombrero.

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–Sí.

–¿Y qué haces ahí sola? –volvió a preguntar, cambiando el peso de un pie a otro.
Me encogí de hombros y aparté la mirada.

–Pensar... Y huir de tía Eloísa. Esa vieja siempre se empeña en preguntarme que cuando  voy a casarme...
Mi madre emitió un bufido a modo de risa e hizo que volviera a mirarla. Parecía realmente divertida.
–¿Qué? –pregunté extrañada.

–Nada... –dijo,aunque con falsedad en la voz. –No le hagas caso a tu tía, ya sabes que está un poco... –hizo un
gesto con las manos, sugiriendo que aquella anciana estaba tarada. Algo que era bastante cierto.
Fue como si la susodicha pudiera oírnos desde la distancia porque lentamente comenzó a avanzar hacia nosotras con
ayuda de su bastón... Un bastón, me fijé, que estaba casi tan encorvado como ella. Cómo había logrado vivir tanto
fumando tres cajetillas de tabaco diarios era otro de esos milagros de la Naturaleza. Era la hermana mayor de mi
padre y tan metomentodo como una anciana puede llegar a serlo. Estoy segura de que aún creía vivir en los años
cuarenta.
–Mamá. –llamé quedamente,sin quitarle la vista a la añosa. –Viene hacia aquí...

–Esa mujer tiene un sexto sentido... –masculló, acto seguido abrió los brazos para recibir a su cuñada. –¡Eloísa ...!
–Una boda preciosa, Martina. –indicó a mi madre nada más llegar. – Y los novios están guapísimos...
–Gracias. Pensaba pasar ahora
esto...                                        

por

tu

mesa,

es

que

con

tantos

invitados

ya

sabes

como es

Mi madre, para mentir, era de las mejores. Tenías que conocerla muy bien y saber que cuando no era cierto lo que
decía, pestañeaba con más frecuencia de lo necesario.
–Lo sé, lo sé... –hizo un aspaviento con la mano libre. –Hay tanta gente reunida...

Su atención se centró entonces en mí. Aunque era evidente que su primer objetivo había sido yo. La palabra
tempestad comenzó a danzar curiosamente dentro de mi cabeza. De haber podido esconderme debajo de la mesa,
aún levantando las sospechas de los presentes, lo hubiera hecho con gusto. Pero aquella quisquillosa mujer ya había
decidido extender sus garras hacia mí desde mucho antes. Me giré hacia los lados buscando una solución, alguna vía
de escape, pero todos estaban ajenos a mi infortunio.
–Jimena, estás muy cambiada desde la última vez... –hizo gesto de pensar. –¿Cuándo fue? No te vi en el funeral de
tu padre...
La primera bomba ya había caído.

–No asistí al funeral, Eloísa. Pero eso creo que fue evidente...
–Te entiendo...
"¿En serio...?".

–Sé que habrá sido muy duro para ti... Pero a veces hay que afrontar las cosas por mucho que nos cueste...
–¡Oh,vaya! –metió baza mi madre en cuanto me vio fruncir el ceño y apretar los labios para contener una insidiosa
frase. –Parece que la orquesta ya se está colocando en el salón. ¡Va a empezar el baile!
–¿Aún no estás prometida, Jimena? –continuó mi tía, haciendo caso omiso a mi madre. Estaba demasiado cerca de
lograr su objetivo que no era otro que el de torturarme.
Tomé la copa con fuerza y me bebí el champán de un trago.
–Eloísa... –comenzó mi madre con sobriedad. –Jimena es lesbiana.
Me atraganté. Era eso o expulsar el líquido que aún habitaba en mi boca.Por otra parte, la idea de lanzarlo contra
aquella anciana viuda se me hizo apetitosa. Lástima que lo pensara tan tarde. Tosí como una descosida al tiempo
que tomaba una servilleta y me secaba los labios.
¿Mi madre se había vuelto loca? Iba a lograr que le diera un ataque a aquella encorvada mujer...
–¿Qué religión es ésa? –dijo, subiendo el tono de voz hasta casi parecer una soprano. Se volvió hacia mi madre con
una rapidez pasmosa. – ¿Tu hija no es católica?
¡Oh, Señor!
 

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Sigue -->
continuación...:
Como mandaba la tradición, los novios abrieron el baile. Todos nos mudamos hacia el salón casi en estampida para
no perdernos ningún detalle de la velada que estaba a punto de comenzar.
Uno de los camareros pasó a mi lado y me apresuré a coger la que sería la última copa de champán para mí. Me
apoyé en mi esquina favorita y observé todo el espectáculo de las múltiples parejas que se habían unido para bailar.
Algunos lo hacían pésimamente, pero aquel no era precisamente un día de inhibiciones. Mi hermano Luis y su mujer,
que, por cierto, después de su tercer parto se había ensanchado hasta límites insospechados, habían sido de los
primeros en tomar sitio en la pista de baile. Hubiera jurado que Luis era incapaz de dar tres pasos sin hacerse un lío
con los pies, pero viéndolo hoy hasta parecía Fred Astaire.

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Busqué a Violeta, escaneando el lugar cuidadosamente. La encontré charlando con el mismo grupo con el que había
cenado justo al otro extremo del salón. Me permití observarla aunque, por el contínuo tráfico de gente, me ví
obligada a hacerlo intermitentemente. Parecía estar escuchando con atención puesto que asentía con la cabeza una
y otra vez. A veces incluso sonreía levemente.
Se había recogido el pelo, dejando su largo y hermoso cuello al desnudo. Admirarla me estaba dejando sin
respiración. Su belleza no era comparable a nada de lo que hubiera visto jamás. Pensé en lo mucho que deseaba
acercarme a ella y, sobre todo, en lo mucho que deseaba tocarla, aunque sólo fuera el más leve de los roces.
Me di cuenta de que mi madre, otra vez, estaba dirigiendo su atención hacia mí, así que comencé una conversación
forzada con uno de mis primos lejanos del que apenas recordaba el nombre. Todo valía cuando se trataba de alejar
a mi progenitora y sus sospechas de mí.
Después de pasar más de una hora allí, metida en varias conversaciones y rechazando sendas proposiciones para
bailar, decidí escabullirme hasta el invernadero. Lo que finalmente me decidió a hacerlo fue que por dos veces había
descubierto a mi tía Eloísa mirándome sospechosamente con aquellos acusadores ojillos suyos. Aquella mujer no se
daba nunca por vencida. Tal vez había logrado que alguien la iluminara con el verdadero significado de la palabra
lesbiana y ahora estaba imaginándome como una zorra pervertida...
Además, tenía la loca esperanza de que Violeta me siguiera para así poder tener unos instantes a solas.

La música del salón llegaba hasta aquel lugar con nitidez. Caminé por la escalinata de lonjas, deseando que a
ninguna pareja con un repentino ardor amoroso se le hubiera ocurrido meterse allí. Cuando se hizo evidente que
estaba sola, fui hasta el viejo sillón colgante y me senté tomado un pequeño sorbo de mi copa de champán. Eché la
cabeza hacia atrás y crucé las piernas balanceándome lentamente. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos, Violeta
estaba allí, de pie, a varios metros de mí.
Esperé unos segundos, segura de que que aquello era producto de mi dilatada imaginación y que su imagen se
desvanecería de un momento a otro. Pero ella no se disipó, aunque tampoco hizo cualquier mínimo movimiento que
me indicara que era real.
–Estoy segura de que me esperabas... –dijo al fin.
Me levanté y di dos pasos hacia delante.
–Sí.

–Sabía que en cualquier momento vendrías a esconderte aquí. Pocas cosas cambian con el paso del tiempo...

Me sorprendió su serenidad. Tragué saliva con algo de dificultad cuando comenzó a acercarse. Se fijó en mi copa y
yo la miré entonces también.
–Es la segunda... –comencé, sintiendo la imperiosa necesidad de darle explicaciones. –Esta noche no he...
–Lo sé. –me cortó en seco. –Te he estado observando.

Estaba completamente falta de palabras. No sabía qué decirle ni cómo actuar y la tensión en el ambiente comenzaba
a tener efectos contraproducentes en mi estómago cuando sentí los primeros síntomas de que estaba a punto de
rebelarse contra mí.
–Estás preciosa... –continuó ella, la única de las dos que parecía tener algo de compostura.
–Tú también. –"Brillante frase, muy original".

–Sólo he venido para saber cómo estás. –dio dos pasos más y se colocó junto a mi hombro, mirando más allá de
mí. –Ha pasado mucho tiempo...
–Sí...
–Ha sido una bonita fiesta, lástima que deba irme dentro de poco.
–¿Vas a irte ya? –pregunté, demasiado disconforme como para poder evitar hacer la pregunta con serenidad.
–Sí.
Alzó un brazo para colocarse un furtivo mechón de pelo tras la oreja rozando mi hombro desnudo. Ni siquiera supe
con certeza si había sido ella o el aire, pero contuve la respiración. Debió de ser sonoramente, puesto que Violeta 
giró la cabeza por primera vez hacia mí.
–Respira, Jimena, o lograrás asfixiarte.
Su tono sarcástico me sacó de un plumazo de mi ensimismamiento. Violeta parecía estar dolida. Eso era algo que ya
esperaba pero comprobarlo fue bastante doloroso. Me aparté de ella, dándole la espalda, y me acerqué hasta el
pequeño muro que delimitaba los jardines. Deposité allí mi copa y me abracé a mí misma.
–¿Has venido a despedirte? –pregunté con la voz atorada.
–Algo así. Aunque no lo creas, me he alegrado mucho de verte.
–¿Y por qué no iba a creérmelo? –dije con algo de malestar.

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Violeta pareció sonreír sarcásticamente, pero no dijo nada. Simplemente se dio la vuelta dispuesta a irse.
–Esto no ha sido tan buena idea, después de todo. Será mejor que me marche...
Me puse cara a la salida y la vi andar despacio.

–Por supuesto, márchate. Ya eres toda una experta en hacer eso.
Violeta paró en seco.

–¿Quieres que me quede? –se dio la vuelta.
¿A qué demonios estaba jugando?

–No quiero que te vayas. –repuse.

Levantó una ceja y sonrió de medio lado.

–¿Es que me has echado de menos? Yo diría que te las has arreglado muy bien todo este tiempo sin mí... –prosiguió
con su tono sarcástico. Algo me indicó que aquellas palabras tenían mucho que ver con el hecho de haberme visto
cenando con Manuela.
–¿Te sorprende el que no te haya perseguido como antaño? ¿Quizás el no haberte suplicado?
–No juegues conmigo, Jimena. –fue una amenaza en toda regla.

Suspiré. Deseaba dejar de lado nuestras diferencias por un instante y hacer lo que más deseaba hacer. Nunca había
tenido demasiada fuerza de voluntad, y mucho menos si era algo referente a la azafata. Así que fui la primera en
rendirme.
–Violeta...
–¿Qué?
–Ven.

Eso fue todo lo que ella parecía necesitar oír. Como si hasta ese momento fuese inconsciente o dudara de si yo la
seguía deseando. No podía imaginar cómo Violeta era capaz de pensar algo así. Ella era mi vida. Lo era todo.
Se acercó a mí dando pasos agigantados. La esperé allí todo lo erguida y tranquila que pude fingir, porque lo que
realmente pasó fue que mis piernas comenzaron a flaquear con cada paso que ella daba. Abrí la boca cuando
respirar por la nariz se me hizo insuficiente.
Cuando se arrimó a mí tanto que la tela de nuestros respectivos vestidos se rozaban, sentí que estaba al borde de
un colapso y cuando bajó su cabeza para colocar su boca sobre la mía, tuvo que pasar un brazo por mi cintura para
evitar que mi cuerpo se escurrieran cuando por fin mis piernas cedieron.
Pero no fue un beso de amor. No lo fue.

Alguna vez ella me había besado así y yo supe, en cuanto mordió dolorosamente uno de mis labios, que estaba 
depositando toda la frustración que yo le hacía sentir. Pero no me importó, en vez de eso, me abracé aún más a su
cuello y la atraje hacia mí.
Abrí la boca y su lengua la llenó por completo.
Me obligó a dar pasos hacia atrás, hasta que la pared más próxima nos detuvo. Entonces levantó mi vestido por uno
de los laterales, acariciando toda la piel a la que tenía acceso su mano.
Supe, en ese momento, que me había echado tanto de menos como yo a ella. No había ninguna duda en cómo me
besaba o me acariciaba, en su forma de intentar poseerme...
La ayudé, soltando su cuello para recoger el traje en mi cintura con ambas manos. Fue entonces cuando por primera
vez se rompió nuestro beso. Respirábamos con tanto arrebato que me era imposible oír la música del salón. Las 
manos de Violeta se posaron en mi estómago, trazando círculos, acariciando los costados. Sentí que mi piel se
erizaba bajo sus caricias.
Sus dedos juguetearon con la banda elástica de las minúsculas braguitas que llevaba puestas mientras sus ojos
azules no dejaban de mirarme ni un momento. Tiró de ellas hacia abajo y rodaron hasta mis rodillas. Comencé
entonces a sacudir las piernas y cuando llegaron a mis tobillos me las saqué primero de una pierna y luego de la
otra, lánzándolas lejos de mí con el pie.
Violeta me observó profundamente. Alzó su mano para tocarme el rostro, guió sus dedos por el puente de mi nariz,
trazó mis labios, la barbilla...
–Contigo todo son preguntas sin respuesta. –dijo. –Pensé que podría venir aquí hoy y fingir que no existías, pensé
que era lo suficientemente fuerte para hacerlo, pero siempre logras demoler cada defensa que me impongo. Y me
pregunto cómo lo haces. Me pregunto, si una vez que se te conoce, puede haber una cura posible...

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Una de sus manos bajó hasta perderse entre mis piernas. Exhalé por el dolor de sentirla nuevamente allí.
–Nadie que tenga algo contigo puede ganar una sola batalla contra ti...

Aferré su muñeca para que no pudiera moverla de donde estaba y la obligué a cambiar nuestras posiciones, con lo
que ella quedó contra la pared y yo apoyada contra su pecho, con mis piernas abiertas y sus manos aún en mi
centro. Pero no me moví y ella tampoco.
–¿No es aquí donde quieres estar? –me aferré a su mano aún más. – ¿No es esto lo que quieres?

Aquello comenzaba a parecerse peligrosamente a una batalla que ambas lidiábamos por obtener el control, por
subyugar a la otra. Y ninguna se mostraba dispuesta a rendirse primero.
Me moví contra ella, hundí el rostro en su cuello. Ella respondió tomando mi boca de nuevo salvajemente. Mis
caderas se movieron furiosas y Violeta me ayudó a guardar el equilibrio sujetándome por la cintura con la mano
libre. Acaricié sus pechos cubiertos por la tela de su vestido y ella gimió contra mis labios. Cerré los ojos en cuanto
la sensación de que estaba a punto de caer por un precipicio me inundó.
La miré. Había logrado atrapar a Violeta en mi círculo vicioso, la había atraído a mi red y la estaba devorando hasta
conseguir que tampoco ella se reconociera en sí misma. Ése era el momento, aún estaba a tiempo...
Cuando volví tomar sus labios, certifiqué egoístamente que ella sería mía por el resto de su vida. No habría marcha
atrás, si es que alguna vez la hubo.
Violeta paró en seco todo proceder y me aparté en cuanto lo noté. Ella negó con la cabeza y poco a poco se separó,
ambas seguíamos jadeando furiosamente. Se puso ambas manos en la cara, cubriendo por completo el rostro.
Suspiró varias veces, todo ello bajo mi denso escrutinio.
–Esto no está bien... –dijo.

Comencé a recomponer mi ropa hasta lograr tener mi antigua apariencia.

–Quién dice lo que está bien o está mal... –comenté mientras, con total despreocupación.
–Lo digo yo. –sentenció seria.

Me quedé en el sitio, mientras ella se alejaba por última vez desapareciendo tras la portezuela de hierro. Me apoyé
sobre la pared, vencida. ¿Cuál era el siguiente paso? Si lo supiera no me habría quedado como una completa imbécil
apoyada en aquella pared. Esperé hasta que mi respiración se normalizó y cuando lo hizo, di dos pasos al frente,
notando algo entre mis piernas y recordando que había dejado mis bragas en algún sitio de aquel invernadero.
Comencé a buscarlas frenéticamente, pero parecían haberse evaporado.
–Maldita sea... –rezongué.

Desistí de mi búsqueda cuando había escaneado las inmediaciones al menos cuatro veces sin hallar rastro de la
prenda. Antes de salir de nuevo hacia el salón, respiré hondo y ensayé una expresión de completa relajación.
La fiesta seguía en todo su apogeo. Todo el mundo parecía ajeno a lo que pasaba a su alrededor. Busqué a Violeta.
Ni rastro de ella. Lo curioso de todo es que no me sorprendió.
Me dirigí directamente hacia el baño, sintiéndome demasiada incómoda aún con la evidencia de mi excitación entre
las piernas.
Nada más reaparecer, me di cuenta de que mi hermana Ginebra se acercaba hasta mí con dos copas de champán,
ofreciéndome una en cuanto bajé las escaleras y me puse a su altura.
–¿Cómo te va? –preguntó inocentemente.
–Bien, supongo. –tomé un sorbo.
–Se ha ido, Jimena. –anunció en cuanto me vio girar los ojos en todas direcciones. –Hace unos diez minutos... Se
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  • 1. BELLA VIOLETA. 1ª Parte. Autora:R. Pffeiffer 1. ÉRASE UNA VEZ. Mi padre es rico. Amasó toda su fortuna llevando a la gente de un lado para otro. Nadie en la familia, que yo sepa, había logrado llegar tan alto como él. Empezó desde cero, trabajando de jardinero, de limpiabotas, de cualquier cosa que pudiera darle de comer a él y a su familia. Tuvo que dejar de estudiar demasiado pronto, la pobreza y el desorden de la Postguerra ayudó a que así fuese. Aún así y a pesar de que su futuro entonces era un futuro condenado a trabajar duro para apenas tener algo que comer, mi padre logró ahorrar lo suficiente como para montar un pequeño negocio que pronto se convertiría en una mina de oro. Con mucho esfuerzo logró sacar adelante su negocio de transportes. Ahora el suyo era uno de los más importantes de la ciudad. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Aunque yo diría que su ambición por ser algo más creció a partir de que conoció a mi madre. Amor a primera vista, eso es lo que siempre dicen ellos que fue. Aunque soy muy escéptica con esas historias de amor, debo reconocer que lo que hay entre mi padre y mi madre es absoluta adoración. Cuando se conocieron, ninguno de los dos tenía nada que ofrecer. El valor y coraje de mi madre fue definitivo para mi padre. Ella trabajó duro sirviendo en las casas de los más pudientes, ahorrando hasta la última moneda, poniendo todas sus esperanzas en su marido. Y lo lograron. Volvamos a mi padre, por quien siento una debilidad desmesurada. No me entendáis mal, yo quiero mucho a mi madre, pero ella, aunque se esfuerza, es incapaz de comprender nada de lo que a mí se refiere. En cambio mi padre, él siempre parece saber lo que pasa por mi desordenada cabeza. Su sonrisa es capaz de iluminar el dia más triste de mi existencia. Mi encandilamiento por mi padre va más allá de lo explicable. Siempre con aquella sonrisa en los labios  aunque las cosas no fueran del todo bien, siempre con una palabra amable, con una caricia dispuesta. Recuerdo que de pequeña, cada vez que oía el inconfundible sonido de sus pasos cuando regresaba tras una dura jornada de trabajo, sentía la imperiosa necesidad de correr por toda la casa feliz. Su sola presencia era lo único capaz de llenar el hogar familiar. Ahora lo veo todo diferente, quizás bajo la intuición de quien se cree completamente adulta, dejando atrás los adustos pero felices años de mi infancia. Él era el mayor de seis hermanos, de padre irlandés y madre española. Mi abuelo O´Donnell emigró desde su Irlanda natal a España antes de que estallara la Guerra Civil. Se casó y asentó en este país, y cuando estalló la guerra, se decidió por el bando que menos fortuna tendría en esta maldita guerra. Desapareció. Mi abuela no volvió a saber de él. Se quedó sola, a cargo de seis hijos. Fue entonces cuando mi padre, a la edad de trece años, comenzó a ganarse la vida. El hambre y la miseria fueron constantes en su vida incluso muchos años después. Por eso ha aprendido a apreciar las cosas, por muy pequeñas que éstas sean. ¿Os he dicho que soy la menor de cinco hermanos? Supongo que es hora de que deje atrás los años pasados y me acerque un poco al presente. Mis progenitores venían ambos de familia numerosa, por lo que decidieron que ellos tendrían una también. Y lo consiguieron, tuvieron cinco retoños sanos y fuertes. En casa pocas cosas habían cambiado, salvo las que el tiempo inevitablemente obliga a permutar. Mis tres hermanos mayores ya se habían casado y dos de ellos incluso habían procreado, con lo cual, la casa familiar se había llenado nuevamente de gritos y voces de demanda. Me encantaba ver a mi padre sonreír y jugar con sus recién estrenados nietos. A veces, él mismo parecía uno más de ellos y no su abuelo. Me daba cuenta de que mis observaciones eran minuciosas, ávidas. Puesto que ahora cursaba mis estudios en la universidad, primer año de medicina para ser exactos, pasaba mucho tiempo alejada de mi hogar. Mi padre se había empeñado en que estudiara en la universidad de medicina más prestigiosa que pudo encontrar, sin importarle que eso significara alejarme demasiado de la vida que conocía y que tanto echaría de menos en los años siguientes. Yo me pasaba la vida entre libros, yendo a clase, estudiando cuanto podía, encerrada en mis propios pensamientos y añoranzas, soñando cada noche con volver a casa. Cosa que sólo ocurría en Navidad y, como era el caso ahora, de las vacaciones estivales. Cada vez que regresaba a casa tras pasar demasiado tiempo fuera para mi disconformidad, me dedicaba a examinar cada momento, a grabar cada imagen que posteriormente me ayudaría a sustentar la dura carga de la lejanía. La vida de mi padre a los sesenta y siete años seguía siendo la misma excepto para él. Ya lucía una brillante calva y los pocos cabellos que habían tenido el atrevimiento de quedarse en su cabeza, se habían tornado del color de la ceniza. A pesar de su gran afición a la cerveza y al vino, su barriga no se había visto afectada por ello, y seguía luciendo tan delgada como siempre. Su gran altura se había cargado levemente sobre su espalda, lo que le hacía andar algo encorvado. Por lo demás, seguía teniendo su perpetuo donaire y las sonrisas que antes me regalaba con tanta frecuencia, ahora iban dedicadas más que nada, a los más pequeños de la casa. Mi madre, por el contrario, había mantenido ese espíritu jovial de siempre. Se teñía el pelo cada cierto período de tiempo y seguía peinándose y maquillándose a su estilo día a día, incluso cuando ni siquiera salía de casa. "Nunca se sabe si vas a tener visita", decía a su favor. Sé que ella desaprobaba enérgicamente mi indiferencia a mi aspecto, y
  • 2. odiaba profundamente mi tendencia a vestir vaqueros. Pero yo había aprendido a ignorarla desde muy temprana edad, de lo contrario, sería probable que ahora estuviese escribiendo mis memorias vestida con una bata blanca y sentada en la habitación de cualquier hospital psiquiátrico. Y no exagero. Hablaré ahora de mis hermanos. La mayor, Isabel, es igual que mi madre. Así que es fácil de comprender mi tortura si digo que es como si hubiese ido al supermercado y me hubieran dado dos por el precio de una. Isabel, fiel a la personalidad que heredó de mi madre, fue siempre una persona muy responsable y muy consciente de su aspecto. Nunca supe si fue a la universidad porque quería estudiar una carrera o porque deseaba tener a tanta gente alrededor que admirase su belleza. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Tras Isabel, un año más tarde, nacería mi hermano Luis, quien heredó todos los defectos de mi padre, pero multiplicados por tres. ¿Qué puedo decir de mi hermano sin caer en la desgracia de admitir que nació estrellado? Quizás sería mejor preguntarle a su sufrida esposa, quien lo está mirando  ahora mientras él huele algunos de los canapés que están encima de la mesa para volver a colocarlos en el mismo lugar. Ésa era una manía que mi madre jamás logró quitarle, tenía la imperiosa necesidad de oler la comida antes de tragarla. A juzgar por la expresión de mi cuñada, cada momento que sus dos hijos pequeños le permitían pensar, debía de hacerse la misma pregunta:"¿por qué?". Luis era tremendamente despistado, y sus descuídos eran aún más caóticos, además de ser un tozudo consolidado. Lo que no me explico es cómo Carmen, mi cuñada, fue capaz de pasar por alto tan evidentes delitos tras seis años de noviazgo. Quizás fue el amor, pero una vez que éste desaparece ya se sabe... Luis fue el primero en casarse, y el primero en darle un nieto a mis padres, un precioso niño que contaba a estas alturas con cuatro años y medio. Mi hermana Ginebra fue la única, junto conmigo, que heredó los cabellos rubios de mi abuelo. Todos los demás tenían los rasgos morenos y latinos de la parte española de la familia. Yo siempre creía que su inmensa dulzura se debía a su cabello dorado. No sé porqué he tenido la estúpida idea de que las personas rubias son las personas más amables de la tierra. Quizás sólo por mi hermana, porque aunque soy rubia, jamás pienso en mi de esa manera. Ser mamá había endulzado, aún más si cabe, su carácter. Nunca he conocido a nadie con tan buen corazón ni con tantas ganas de hacer las cosas bien. No es de extrañar que todos tuviésemos una oculta debilidad por ella. Mi madre, después de Ginebra, tardó cuatro años en tener a mi hermano Felipe. El más alocado de todos. Mi madre lo achaca a que durante el embarazo le dio por bailar sin parar. Bailaba a todas horas, en la cocina, en el baño e incluso nos contaba que era incapaz en la cama de dejar de mover los pies. Durante los últimos seis meses de embarazo, mi padre se mudó al sofá. Lo cierto es que la energía que irradiaba Felipe se notaba incluso estando dentro de la tripa de mi madre. No sé si os habréis dado cuenta de que todos mis hermanos tienen nombres reales, o sea, de reyes o reinas. Todos menos yo. Mi madre siempre me dijo que el mío no era exactamente el de una reina, pero que era igual de importante. Mi nombre es Jimena, y como bien habréis adivinado, es el mismo nombre que la adorada esposa del Cid Campeador. El por qué de los nombres ni siquiera yo lo sé, pero tengo cierta sospecha de que todo había sido idea de mi madre, tan empeñada siempre en la idea de que fuéramos como la realeza, aunque no tuviéramos ni por asomo sangre azul. La que peor parte llevó fue Ginebra, que tuvo que aguantar constantes bromas en el colegio y el instituto, soportando estoicamente y como pudo el que la llamaran Gin-tonic. Tras Felipe, tuve que esperar otros siete años para ver la luz. Mi madre dice que en cuanto nací, comencé a mover los ojos en todas direcciones y que ya entonces le parecía que yo estaba hambrienta de descubrirlo todo. Lo cierto es que un rasgo común de mi carácter es que era muy observadora. Me gusta más examinar las cosas, admirarlas con detenimiento y aprender de ellas. Me gusta más que incluso hablar. Desde pequeña fui más bien taciturna, siempre parecía estar metida en mi propio mundo. Por ello, mis padres pensaron que podría tener algún tipo de retraso. Me llevaron a un especialista, y cuál fue su sorpresa al descubrir que no sólo no tenía ningún tipo de problema, sino que era más lista de lo normal. Una superdotada. Mis padres apenas podían creer lo que sus genes habían sido capaces de hacer. Y allí estaba yo, una mocosa de seis años que parecía tener al menos diez, sonriéndoles con una seguridad pasmosa. Los siguientes años los pasé explorando esa magnífica cualidad que Dios me había dado. Para mi nunca fue un secreto estudiar y absorbía las cosas de manera inusitada. Nunca supe bien si elegí estudiar medicina entre mil opciones más porque realmente lo quería o si por el contrario la verdadera razón de todo fue mi padre. Siempre quise que estuviera orgulloso de mi, y pensé que no podía haber mejor orgullo que el de salvar la vida de la gente. Estúpido pensamiento para una superdotada, supongo. O quizás no. Pronto terminaría la carrera y luego obtendría mi obligada independencia. Yo retrasaba ese momento cuanto podía, sabía que llegaría, pero me obligaba a no pensar en ello. Dejar todo aquello atrás y crear algo tan maravilloso por mí misma se me hacía imposible. Deseaba con todas mis fuerzas poder parar el tiempo en ese mismo instante, mientras yo estaba aquí, apoyada en el quicio de la puerta del enorme salón, con toda la familia reunida en casa, con los pequeñines correteando, con la voz aguda de mi madre inundando el salón, con mi padre sentado en su sillón favorito, casi adormilado, con mis dos
  • 3. hermanas mayores cuchicheando en un extremo de la estancia, alejadas de los demás, pero sobre todo de mi hermano Luis, quien vagaba por la habitación en busca de algo que seguramente había perdido. De repente oí que la puerta de la entrada se abría. Me volví para ver de quien se trataba. Mi hermano Felipe, el único que faltaba en la reunión familiar, entraba ahora de la mano de su "ya veremos si última novia", irradiando esa energía que lo caracterizaba. –¡Hola hermanita! –dijo alegremente mientras me tiraba de los mofletes hasta casi arrancármelos. Tras aquella poco sutil muestra de cariño hacia mi persona se adentró en el salón y les dio a todos un caluroso y sonoro beso. Deseé que hubiera traído para mi el mismo cordial saludo, puesto que aún podía sentir las mejillas dolorosamente ardiéndome. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Felipe hacía un año era piloto en una compañía de vuelos comerciales, porque le encantaba el uniforme, decía él mismo. Logicamente, debido a su trabajo, pasaba largas jornadas fuera de casa, algo que, al contrario de mi, parecía gustarle. Ahora estaba presentando a "su amiga", como se empeñaba en presentarlas, que por lo visto era azafata en su propia compañía. Todos le dedicamos a la recién llegada una cordial sonrisa de bienvenida, con el pensamiento común de cuanto duraría en la familia. La nueva invitada era morena, con un largo pelo azabache cubriéndole los hombros. Sonreía amablemente ante cada presentación y se movía de una manera que me recordó a un gato. Me pareció demasiada alta para mi gusto. Mi madre salió de la cocina, seguida de la cocinera, llevando ambas sendas bandejas de canapés y bebidas de distinto tipo. Inmediatamente reparó en la recién llegada y sin ningún tipo de reparo se dirigió hacia ella. –Supongo que tú vienes con Felipe, ¿no? –preguntó al tiempo que abandonaba la bandeja sobre la mesa. Ella sabía de sobra que así era, pero tenía la incesante manía de comportarse de manera extraña con las interminables novias de mi hermano. Yo sonreí al ver lo poco que cambiaban las costumbres de mi madre, mientras me preguntaba si hubiera reaccionado igual si en vez de Felipe hubiera sido yo quien trajera un novio a casa. Yo nunca había presentado a alguien especial, ni siquiera había nadie particular en mi vida. Simplemente era muy tímida y poco llamativa. Eso era todo. Yo sabía que todos habían especulado con la posibilidad de mi homosexualidad, pero yo ni siquiera le daba importancia. –Jimena, cariño... –oí que mi madre reclamaba mi atención, por lo que salí de mi ensimismamiento.– ¿Vas a decidirte a entrar o por el contrario te quedarás apoyada en esa pared el resto de las vacaciones? Sentí cómo todos dirigían su atención hacia mí, incluso mis hermanas mayores, que dejaron a un lado sus conversaciones para mirarme. Mi sonrojo, di gracias a Dios, no debió de notarse en mis ya enrojecidas mejillas. Como un manso corderito, acudí a la llamada de mi madre y me acerqué hasta la mesa para coger un canapé y engullirlo, sin darme cuenta de que era de salmón ahumado hasta que fue demasiado tarde. Era incapaz de tragármelo, sentía ganas de escupir, pero aún así mantuve aquella cosa inmóvil dentro de mi boca intentando encontrar una solución rápida a mi infortunio. Por primera vez en mi vida, entendí la extraña manía de mi hermano de olerlo todo y deseé ser yo quien la poseyera. Mi madre estiró el brazo y puso delante de mi nariz una servilleta. Yo la cogí  y con gran disimulo saqué de mi boca aquel trozo de castigo. –Sólo tenías que haberte fijado un poco más en los platos de la mesa, para darte cuenta de que he puesto los de salmón alejados del resto. –mi madre me habló al oído para darme una reprimenda. –Supongo que sí. –dije con tono culpable al comprobar la veracidad de sus palabras. Ella dio por zanjada la conversación y cambió de tercio. –¿Qué te parece la nueva amiguita de Felipe? –¿Así, a simple vista? –yo no soportaba los juicios hacia una persona sólo con echarle un vistazo, pero mi madre parecía tener predilección por esta clase de criterios. –Durará menos que la última. –sentenció comiéndose un canapé, sin apartar la vista de la atractiva novia de Felipe. –¿Cómo puedes estar tan segura? –pregunté algo enfadada. –No hay más que verlo, la pobre es una insulsa. Dentro de poco se verá desbordada por la energía de tu hermano y entonces.... –abrió los brazos para más énfasis. –¡se acabó! –A mi no me parece insulsa, sino educada. –defendí yo. –Si Felipe tuviera tu carácter, sería la adecuada. –¿Por qué? ¿Quizás porque somos las dos igual de insulsas? –dije a la defensiva. –Cariño... –fue lo único que dijo mi madre en su tono más condescendiente. Luego se alejó hacia mis hermanas,
  • 4. llevándoles a cada una un vaso de refresco. Alguien tiró de la pernera de mi pantalón vaquero. Miré hacia abajo y encontré a mi sobrino mayor deseoso de mi atención. Me arrodillé hasta quedar a su altura. –¿Qué quieres? –le pregunté mientras le acariciaba el cabello. Levantó el brazo y señaló la bandeja que contenía pequeños chocolates. –¡Ah! –exclamé, fingiendo sorpresa.– Así que es esto... Cogí la bandeja y se la alcancé. Tras unos segundos de meditar, decidió coger todos los que en su pequeña mano cupieran, que no eran más de tres. Luego echó a correr nuevamente. Yo me erguí para encontrarme de lleno una vez más con mi hermano Felipe. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m –Y ésta es mi hermana Jimena, la más pequeña. –Hola. –dijo la mujer con una inmensa dulzura en la voz. Yo la miré y ella me miró. Me pareció realmente atractiva viéndola por primera vez cara a cara, con aquellos ojos azules y su inmensa estatura. Me sonrió y su sonrisa me pareció igual de encantadora que sus ojos. –Soy Violeta. –dijo de nuevo. Tomé la mano que me tendió. –Jimena. –repuse mientras intentaba soltar la mano que ella aún aprisionaba. –No podrás sacarle más de dos palabras seguidas. –repuso mi hermano Felipe en referencia a mí. –No veo nada malo en ello. –dijo ella saliendo en mi defensa, algo que realmente me extrañó. Felipe frunció los labios al mirarla. –Créeme. –respondió. –Puede llegar a ser un martirio. Yo no dije nada, ni siquiera hice ademán de hacerlo. Felipe tiró del brazo de Violeta y se la llevó al otro extremo, justo donde estaba mi hermano Luis. Llevé mi atención a mi padre, que aún desde su sofá, había visto toda la escena. Me miró y encogió los hombros, gesto que me hizo reir. Estuve allí, en medio de la estancia, intercambiando eventualmente alguna que otra breve charla con el resto de mi familia. Miré mi reloj de muñeca. Aún faltaba una hora antes de la cena. Decidí escaparme al invernadero, para así tener la oportunidad de estar sola y recolectar mis pensamientos. Me evadí del salón silenciosamente y me dirigí hacia el invernadero, mi lugar favorito en el mundo. Abrí la portezuela de hierro y me adentré en el lugar, inhalando los más diversos aromas florales y el olor de la tierra húmeda. Abarqué con la mirada los distintos coloridos y formas a mi paso. Me senté en el sillón colgante, justo detrás de los rosales, las flores preferidas de mi madre. Con tanta paz rodeándome, sentí cómo casi me vencía el sueño. Hacía un par de horas que había llegado de viaje. Un viaje muy ajetreado y como siempre, demasiado agotador. En la residencia universitaria apenas tenía esta soledad que tanta falta me hacía siempre, como si el continuado trato con la gente fuera para mí insufrible. Subí los pies al sillón y me abracé a mis rodillas. –Hace una noche ideal. Antes incluso de levantar la vista supe a quien pertenecía la voz que había interrumpido mis preciados pensamientos. Era Violeta. –¿Te he asustado? Lo siento. Creí que habías oído que me acercaba.. –su disculpa sonó sincera.– Verás, tu hermano anda como loco cuchicheando con los demás y yo sentía una cierta urgencia de escapar. Ya veo que tú también. Se sentó a mi lado, y yo bajé las piernas inmediatamente, para así facilitarle algo más de espacio. No había reparado en lo perfecto que parecía ser su rostro. Decidí que era hermosa. –Tu hermano me sugirió que visitase el invernadero. Supongo que sabía que tendría a alguien con quien hablar... Me pareció que se sentía de algún modo culpable por haber interrumpido mi tranquilidad. –Me alegra que hayas venido. A veces este lugar puede resultar demasiado melancólico incluso para mí. –dije para suavizar la situación. Ella sonrió y me permitió observar su blanca y perfecta sonrisa. Se relajó echando la espalda hacia atrás y pasando un brazo por encima del respaldo del sillón. Comenzó a mecernos a ambas. –Es maravilloso.
  • 5. Supuse que se refería al jardín. –Si. –repuse.– Lo es. –¿De qué color son tus ojos? –me preguntó de súbito. Yo abrí mis orbes no para que pudiera ver mejor su color, sino porque la pregunta me había sorprendido. –No he podido decidir aún qué color es el que los describe con más exactitud. –sentenció sin dejar de mirarme con intensidad. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Me atreví a mirarla fijamente. Incluso a la tenue luz del jardín, me seguía pareciendo una diosa. ¿Cuántos años debía de tener? Estaba segura de que ya había alcanzado los treinta. Era uno de esas mujeres a los que cualquier hombre nunca se negaría. Me pregunté si yo conseguiría alguna vez levantar pasiones como aquella belleza. Durante la velada anterior, me había dado cuenta de que mi hermano la miraba con absoluta devoción, algo que ella no parecía  devolver en igual proporción. De repente me di cuenta de que la había estado mirando fijamente durante demasiado tiempo y que ella debió de notarlo, aunque parecía querer ignorar este hecho. –Debo irme. –dije de súbito y me levanté. No noté que Violeta me había aprisionado una mano hasta que tiró de ella y me hizo retroceder. –Por favor. –rogó.– Quédate un poco más.   Sigue -->
  • 6. continuación...: Yo miré su mano, justo la que se cerraba alrededor de la mía. Un sudor frío me recorrió la línea de la espalda. Absorbí la calidez de su mano, el suave tacto de su piel. Me pareció que se levantaba y me daba un beso. Sólo tuve que abrir los ojos para darme cuenta de que soñaba despierta y de que ella seguía sentado mirándome sorprendida, quizás por mi extraña reacción. Le sonreí. ¿Qué más podía hacer? –Yo.... –dije dubitativamente.– Yo no soy muy buena compañía... –¿Quieres que te confiese algo? –repuso.– Disfruto más de la compañía de alguien que habla más bien poco que de los que son habladores por naturaleza, sobre todo porque casi nada de lo que dicen resulta interesante. Estoy segura de que tú tienes algo que decir que siempre vale la pena esperar para escuchar. Mis piernas comenzaron a temblar y casi no me sostenían en pie. Ella debió notar mi repentina indisposición. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m –Perdona. –dijo. La miré. ¿Me pedía disculpas? ¿Por qué? Nadie en mi corta vida me había hecho sentir tan importante aunque sólo fuera durante unos breves segundos. Y ella no era para mí. No lo sería nunca. Ahora sí que sentí la abrumadora necesidad de escapar. –Gracias. –fue lo único que logré sacar de mis cuerdas vocales por último. Luego me adentré de nuevo en el mundo de la realidad, dejando detrás quizás el mejor sueño que nunca había tenido. Mi madre dio la voz de aviso justo a las nueve en punto, con lo que todos los miembros de la familia nos dirigimos al comedor tomando nuestros respectivos asientos. Me fijé que Felipe le otorgaba el que era mi habitual lugar en la mesa a Violeta, con la única razón de mantenerla junto a él. No me quedó más remedio que sentarme en el único sitio que quedaba libre, junto a Violeta a mi izquierda y cerca del extremo donde se sentaba mi padre. Pronto apareció la sirvienta con la sopera. –Es un vino espléndido. –oí que decía Violeta. –Y lo es, ciertamente. –respondió mi padre halagado, moviendo la copa de vino tinto y mirándolo a trasluz. –Su familia tiene unos viñedos de su propiedad. –indicó Felipe tomando parte en la conversación. –Vaya, así que estamos ante toda una experta en vinos. Violeta sonrió levemente antes de responder. –En realidad, el auténtico experto es mi padre. Yo jamás probaba el vino, de hecho aborrecía aquel amargo sabor, pero saber que para Violeta era algo importante, me impulsó a tomar mi copa y beber un sorbo. Por primera vez no me pareció del todo horripilante e incluso sentí un auténtico placer en paladear aquel extraño sabor. Cuando la sopa se hubo servido, mi padre, como era habitual, comenzó a bendecir la mesa. Agradeció a Dios los bienes, la comida que nunca faltaba y el volver a tenernos una vez más a todos reunidos allí. Minutos más tarde, sin casi haber probado la sopa, pero sí habiendo dado cuenta de dos copas de vino más, comencé a preguntarme si mi nuevo estado de embriaguez era producido por el licor o por el contrario era debido al continuado roce del muslo de Violeta contra el mío. –¿Hace mucho que eres azafata? –preguntó mi madre desde el otro extremo de la mesa. –Cuatro años. –fue la escueta respuesta de Violeta. Creo que nuestra invitada era consciente del interrogatorio de preguntas a las que mi madre estaba a punto de someterla. Parecía haberse preparado para aguantar el aluvión. –¿Te gusta lo que haces? –Por ahora está bien. –Pero eso de viajar contínuamente y tener la maleta permanentemente hecha puede llegar a resultar agotador, ¿no? –Bueno, puedo hacerlo, soy libre. –Quizás ya te apetezca formar una familia. –apuntilló mi madre, cada vez más metida en su papel de investigador malo. –Quizás. –fue la ambigua respuesta de ella. Violeta bajó la cabeza hacia su plato. Yo estaba segura de que estaba soportando aquello a duras penas. Bastaba una simple mirada para saber que era una persona que odiaba hablar de si misma. Mientras, mi madre continuó su particular batalla de preguntas.
  • 7. –Aunque yo creo que es el trabajo ideal para aquellos que no quieren o no están preparados para ninguna clase de compromiso. Juego, set y partido para mi madre. Yo levanté la vista hacia mi progenitora y la miré con cierto desprecio y vergüenza ajena. Felipe abrió en ese momento la boca para decir algo que, seguramente, no sería demasiado agradable a oidos de mi madre, pero una voz lo paró. Una voz que no reconocí como mía hasta después de unos breves instantes. –Basta, mamá.. –dije muy seria. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Supe que acababa de hacer algo inusual en mi. Y lo supe porque ahora el resto de los comensales habían abandonado su atención en todo lo demás para mirarme. Sabía que mis otros hermanos estaban acostumbrados a que mi madre convirtiera cualquier cena en un campo de batalla y que incluso mis cuñados sabían que era normal, puesto que ellos habían pasado por el mismo calvario. Pero yo no. Yo no era como los demás y una vez más volví a demostrarlo. Mi madre me miró, en su cara una expresión de absoluto disgusto. Pero a mí eso no me amedrentó. Todo lo contrario, me sentí aliviada y al mismo tiempo enfadada conmigo misma por no haberlo hecho antes. Sentí que alguien posaba una mano sobre mi muslo y que me daba un ligero apretón. Era la forma en la que Violeta me daba las gracias. De repente sentí ganas de reír. Acababa de conocer a aquella persona y en una sola noche había descubierto cosas de mi misma que no sabía que existían. Y era cómico, porque había crecido dentro de mi una ilusión que siempre sería eso, una ilusión. Mi padre se atrevió a romper el incómodo silencio que reinaba entonces en la mesa. –Bueno, creo que Isabel tiene algo muy importante que decir. Todos olvidamos rápidamente el asunto anterior y dirigimos la atención hacia mi hermana mayor. –Adelante, hija. –instó mi padre. Isabel tomó un enorme suspiro que a mi me pareció cómico, tanto, que tuve que fingir cierta tos para no soltar un bufido a modo de risa. –Estoy embarazada. –dijo por fin, tras mantenernos en vilo eternos segundos. Todos nos quedamos un instante en silencio, como asimilando la noticia. La primera en reaccionar fue Ginebra, quien prácticamente saltó de su asiento y corrió a abrazar a Isabel. Luego la siguió Ricardo, su marido y así el resto de nosotros, cada uno murmurando palabras de júbilo. Me di cuenta de que mi madre permanecía en su sitio, callada. Supe que al sentimiento de malestar que yo le había regalado por mi repentina y brusca intervención, se había sumado el hecho de que fuera mi padre y no ella el portador de tan especial noticia. Su enfado finalmente no duró mucho y fue la última en abrazar a su hija mayor, dejando a un lado su reciente decepción. Mi hermana nos contó seguidamente que su marido Andrés y ella habían decidido venir a vivir a España por fin. Andrés era vicepresidente de una compañía alemana y por ello habían ido a vivir a aquel frío país. Pero ahora, la empresa estaba pensando en instalar una sucursal aquí y por supuesto, Andrés había pedido el traslado de inmediato. Traslado que según mi hermana, se haría efectivo en cinco meses. Aquella noticia nos alegró aún más a todos, que tomamos nuestros respectivos asientos una vez más para proseguir con las aplazadas cenas. Yo supe que el anuncio no estaba previsto hasta que estuviésemos tomando el postre, pero la tensa situación que había surgido momentos antes hizo que todo tomara un rumbo inesperado. Precisamente, cuando llegó por fin el postre, que consistía en tarta de queso, especialidad de mi madre, a mi padre se le ocurrió anunciar una particular idea. –¿Qué os parece si pasamos un par de semanas en la casa de campo? Ahora que todos tenemos tiempo por vacaciones he pensado que podría ser una buena idea. Todos lo miramos y nos miramos entre si. Mi padre hacía muchos años que había adquirido aquella casa a las afueras, en el campo, cerca de un enorme río, para practicar la pesca, uno de su deportes favoritos. Aún así, habían sido pocas las ocasiones en las que había podido disfrutarla. Por mi parte, no me entusiasmaba la idea de pasar allí dos semanas, pero sobre todo no me arrebataba la idea de estar pegada a la loción contra los mosquitos, más que nada porque no sólo hacía huír a los mosquitos. –¿Qué os parece? –volvió a preguntar, ya que nadie se había pronunciado por el momento. "Decid que no..." deseé interiormente. Isabel fue la primera en apuntarse al plan. –A mi me parece estupendo, el aire fresco del campo me hará bien.
  • 8. –¡Eso mismo pienso yo! –añadió mi padre. Seguidamente, mis hermanos, uno por uno, comenzaron a aceptar la idea. Me pregunté si ellos secretamente conocían mi aversión por el campo y ésa era otra manera de torturarme. –¿Jimena? –fue mi turno.– ¿Prefieres quedarte aquí sola? –No. –murmuré apenas audible. –Supongo que tú también te unirás a nosotros. Violeta, que hasta el momento había permanecido en silencio, levantó la vista hacia mi padre, pero lo que tenía que decir lo interrumpió la voz de mi hermano Felipe. –Por supuesto que vendrá, de otra forma me aburriría muchísimo. –le pasó un brazo sobre el hombro. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Violeta pareció dudar, pero al final sonrió, con lo que confirmó su asistencia. –Nosotros no podemos ir. –soltó Luis.– Quizás la próxima semana. Yo sabía que la verdadera razón de que Luis no fuese es que su mujer odiaba aquella casa aún más que yo y que prefería pasar aquellas semanas en compañía de sus propios padres. Mi padre asintió y se terminó el postre. A mi lado, por el rabillo del ojo, observé que Violeta se inclinaba para murmurarle algo a mi hermano. No pude llegar a oír lo que le decía, a pesar de que puse todo mi empeño en ello, pero sí pude percibir la respuesta de Felipe, que fue algo así como un:"no te preocupes". La cena por fin acabó y después del café, Violeta se levantó con disposición a irse. Yo me sentí como una estúpida colegiala, con ganas de iniciar una pataleta ante el pensamiento de no verla más durante esa noche. Supuse que el vino me hacía sentir cosas realmente extrañas y decidí volver a repudiarlo como antaño. –Buenas noches a todos. –anunció. Acto seguido, un coro de buenas noches y sonrisas se sucedió. –Esperamos verte de nuevo, Violeta. –dijo educadamente mi padre. –Gracias. Lo he pasado muy bien esta noche. –Te acompaño hasta el coche. –informó mi hermano. Yo me quedé en mi sitio, de pie, pensando en por qué mi hermano pasaría la noche en su antigua cama y no en compañía de aquella mujer. Violeta pasó a mi lado y me dedicó una amplia sonrisa. Se la devolví, poniendo en ello todo el empeño del que fui capaz. Y desapareció entonces de mi vista. Murmuré unas palabras que disculparan mi inmediata partida y subí corriendo las escaleras hacia mi habitación. Sin encender la luz, me acerqué hasta la ventana para ver a mi hermano y a Violeta, caminando lado a lado hasta donde ella había aparcado su coche. Intercambiaron un par de palabras y después de que Felipe se inclinara para darle sendos besos en cada mejilla, ella entró en el coche y se fue. Sólo cuando giró para tomar la carretera y su automóvil se perdió calle abajo, mi hermano decidió regresar dentro de casa. Yo nunca había tenido mucho en común con el resto de mis hermanos, pero ahora mismo podía percatarme de que Felipe y yo, por primera vez, sentíamos la misma admiración por la misma persona. Me desvestí, sin tener otra cosa que hacer que no fuera meterme en la cama. Encendí el ventilador, las noches en esa época del año resultaban extremadamente calurosas, y me eché sobre las sábanas limpias. La antigua tranquilidad que obtenía siempre al estar en casa, se vio de repente alterada por las imágenes de Violeta danzando en mi cabeza. No concilié el sueño hasta mucho después, cuando el último de los invitados se fue y la casa quedó en completa calma. Sólo cuatro días después cargábamos el coche familiar para pasar un tiempo en la casa de campo, como mi padre había sugerido. Yo sólo me limité a embarcar algo de ropa, dos libros y un discman portátil, junto con mis cds favoritos, todo ello dentro de la misma bolsa. Mi padre se limitó a preparar con ahínco y cuidado su extenso equipo de pesca, que era lo único que parecía importarle de verdad, mientras que de todo lo demás se ocupaba mi madre. Mi madre, desde bien temprano, había estado sumida, junto con mi hermana Isabel, a la tarea de llenar el coche de todo tipo de objetos, la mayoría de ellos inservibles para el caso. Siempre pensé que ésa era la manera que tenía de sentirse segura cada vez que salíamos de casa. Me senté en el asiento de atrás del coche, aferrada a mi bolsa de viaje, esperando que pudiéramos poner rumbo a la casa de campo no muy tarde. Era un viaje muy largo y ya casi llevábamos dos horas de retraso con respecto a la hora con la que habíamos determinado partir. Mi padre decidió seguir mi ejemplo y se acomodó en el asiento del conductor, suspirando. Mientras, mi madre e Isabel seguían entrando y saliendo cargadas con bolsas. Mi padre murmuró algo por lo bajo, que yo supe que era un lamento que no se atrevía a decir en voz alta. Él odiaba esperar y su esposa era consciente de ello.
  • 9. –Teníamos que habernos ido ya. –me dijo.–. Solos tú y yo. Tu madre e Isabel podrían haber ido mañana con Felipe. –Ya sabes cómo es mamá. –Lo sé ahora.. –respondió en tono burlón.– Pero no cuando me casé. Le sonreí y me permití suspirar también. –Hace un día espléndido. Según el parte seguirá haciendo buen tiempo durante el resto de la semana. Hice cuenta mental de que estábamos a lunes, y me pregunté cómo era posible que los metereólogos podían asegurar algo con tantos días de antelación. Seguro que llovía, después de todo. –Así podrás pescar cuanto quieras. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m –Eso será si tu madre se decide a terminar de una vez. –¡Sé que estáis hablando de mi! –gritó su esposa desde atrás. –. ¡Y hubiéramos salido ya si en vez de estar ahí sentados estuviérais ayudando algo! –Nosotros ya hemos cumplido con nuestra parte. –respondió mi progenitor. Mi madre nos dio la espalda indignada. Aún tuvimos que esperar más de media hora, (a mí me pareció que lo hizo a posta), hasta que por fin se metieron en el coche. Oí que mi padre murmuraba un gracias a Dios y observé que mi madre le regalaba un pellizco en el brazo. Isabel y yo nos miramos y nos echamos a reír. –Son como niños. –me dijo ella. Nos pusimos en marcha y al instante bajé del todo la ventanilla para poder sentir el aire en mi cara. Me acerqué más aún y saqué la cabeza al exterior. Esto, desde luego, era una costumbre que mi querida madre odiaba, diciendo que parecía un perro. Sin embargo, a mi me parecía de lo más excitante aún a mis dieciocho años. Ver pasar el paisaje a gran velocidad, sentir el cabello golpeándote la cara, la sensación de que no llega suficiente aire a tus pulmones... –Jimena. –oí la voz de mi madre, más grave que de costumbre. Intenté ignorarla, pero su siguiente llamada fue imposible de pasar por alto. –¡Jimena! –repitió, esta vez con el esperado malestar. Metí otra vez mi cabeza dentro de las inmediaciones del coche y la miré. Me observó y arrugó la nariz. Supe que debía de ser mis cabellos desordenados y el rubor de mis mejillas lo que le había hecho mirarme con reprobación. –¿Quieres cerrar la ventanilla, por favor? Entra demasiado aire, y con la de tu padre me es suficiente. Obedecí y pulsé el botón para cerrarla. –Gracias. –sentenció mi madre y de nuevo se colocó con la vista al frente, mas satisfecha que antes, eso sí. Me arremoliné en mi asiento y pensé que con unos cuantos años menos me hubiera permitido tener una rabieta y rebelarme antes las demasiado estrictas órdenes de mi madre. Sospecho que mi recién estrenada madurez me lo impidió. Me giré hacia Isabel, que me sonreía y recordé lo ridículo de mi aspecto. Me llevé las manos a la cabeza e intenté recomponerlo. Isabel estiró un brazo y me ayudó en la difícil tarea. –¿Es época de truchas ahora? –preguntó mi madre. –Ya lo creo. –Espero que eso no signifique que te vayas a pasar todo el tiempo en ese río. –Sé a dónde quieres llegar, pero no voy a pasarme estas semanas yendo de visitas. –No podemos ir al campo y no visitar a Don Federico. –argumentó su esposa.– Ya sabes que de no ser por él, Jimena se hubiera ahogado en el río. "Estupendo", pensé, "otra vez mi miserable y avergonzante historia sale a la luz. Otra razón más para no querer ir al campo." –No tenemos que agradecérselo eternamente, creo que ya hemos hecho suficiente por él. –No creo que le guste la idea de que hayamos estado en el campo y no lo hayamos visitado. –masculló mi madre entre dientes. –Es un maldito franquista. Tiene su casa llena de rifles y escopetas que cuida y mima más que a sus propios hijos. ¿No crees que está algo chalado, aunque sea un poco? –¿Y qué si es un aficionado a la cinegética? No sería el único.
  • 10. "¿Cinegética?", pensé. Giré para encarar a mi hermana que me miró a su vez. –¿Cinegética? –repetí esta vez en alto para que lo pudiera oír Isabel. Nos echamos a reír por lo bajo. –Creo que ha vuelto a suscribirse a esas revistas culturales. –añadió Isabel, provocando otra tanda de suaves risas. Mis padres seguían enzarzados en su discusión. –¿Temes que te pegue un tiro? –La verdad, sí. –repuso mi padre.– Ya no es tan joven y por lo tanto tan diestro para manejar esos espantosos chismes. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m En ese punto, decidí ponerme los cascos para evitar oír más de la ridícula discusión. Si me preguntaran, diría que odiaba incluso que hablaran mientras mi padre conducía, siempre más pendiente de mi madre que de la carretera. Fijé mi atención en el paisaje, esta vez a través de la ventanilla. Miré el reloj. Aún quedaban muchas horas de viaje. Sin duda llegaríamos al anochecer. –¡No te olvides de la bolsa azul! –me pidió mi padre desde la escalera que daba acceso a la casa de campo. Miré en el interior del maletero y la ví al fondo. La deslicé hasta mí y la levanté por las asas, cerrando con la otra mano libre la portezuela del maletero. Entré en la casa, que estaba impoluta. Mi madre había avisado con antelación para que la acomodaran para nuestra llegada. –Vaya. –se quejó mi madre.– Esa maldita bombilla sigue sin cambiar. –A la lámpara aún le quedan otras dos. –Le resta mucha luz al salón. –indicó mi madre, ignorando lo que su marido había dicho un instante antes. –Estoy contigo, mamá. –añadió Isabel.– Además, no es nada estético. –Estética, eso es precisamente lo que le hace falta a tu padre. –Mañana... –cedió el aludido.– bajaré al pueblo a comprar los cebos y no olvidaré añadir a la lista de importantes una bombilla. Se acercó a su esposa y le dio un beso conciliador en la mejilla. Yo ya subía mi bolsa rumbo a mi habitación, que era la más pequeña de todas, pero también la más apartada. Mi habitación era lo que en un principio se pretendió que fuera el ático, lugar designado para que mi padre guardase todos sus chismes. Mi padre me cedió su punto estratégico cuando se dio cuenta de que a mí me encantaba aquel lugar. Así que puede decirse que mi primera mudanza fue a los diez años. Por otra parte, mi antigua habitación le sirvió a mi padre como nuevo cuartel general. Incluso le había parecido estupendo tener más espacio para sus cosas. No tan contentas se quedaron mis hermanas, siempre temerosas de que alguno de aquellos asquerosos gusanos que usaba como cebo se escaparan de su encierro, a pesar de que mi padre les aseguraba que ya estaban bien muertos. Recuerdo que Isabel no se metía en la cama hasta que mi madre no le sacudía las sábanas hasta dos o tres veces para asegurarse que ningún elemento foráneo se hubiera metido bajo ellas. Y fue precisamente Isabel, quien de pequeña tenía la mala costumbre de ir descalza, "como si fuera una india" en palabras de mi madre, la que una mañana, después de que mi padre hubiera partido a una de sus jornadas de pesca, comenzó a gritar como una descosida. Yo no debía de tener más de diez años. Recuerdo que salí de la cama alertada por los gritos. Bajé corriendo y encontré a Isabel, con un pie flotante y una cosa amarilla y viscosa aplastada en la planta de su pie. En su salida matutina, a mi padre se le había caído de alguna forma uno de aquellos gusanos e Isabel había sido la primera en descubrir su despiste. Creo que aún hoy no me ha perdonado que acabara en el suelo retorcida de la risa. Jamás volvió a andar descalza. Sigue -->
  • 11. continuación...: Abrí la ventana de par en par y una ligera brisa hizo acto de presencia. Di gracias a Dios, puesto que el intenso olor a alcafor me estaba empezando a marear. –¡Jimena! –mi madre exigía ya mi presencia en la parte baja de la casa. –¡Ya voy! Bajé las escaleras y seguí el sonido de las voces femeninas que me llevaron hasta la cocina. Mi madre estaba preparando unos sandwiches, junto con Isabel. –¿Quieres cenar algo? –me preguntó nada más verme aparecer. –Un bocadillo estará bien. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Siguieron enfrascadas en la conversación que habían interrumpido brevemente tras mi llegada, sin importarles mi desconocimiento del tema, fuera cual fuese éste. Cogí uno de los bocadillos que ya se amontonaban sobre un plato. Miré su interior. Era de jamón. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que le di el primer bocado. Llevaba todo el día sin comer, salvo por el café y el bollo que me había tomado para desayunar en casa antes de partir. Tantas eran las ganas que tenía mi padre de llegar que únicamente hicimos una parada en una gasolinera y sólo ante la amenaza de mi madre de que si no paraba era capaz de hacérselo allí mismo. Con este pensamiento acabé mi sandwich, pero mi estómago siguió exigiéndome más, asi que cogí otro. –Pobrecita. –dijo mi madre en referencia a mi.– Tu padre casi os mata de hambre. –No exageres, mamá. –protestó Isabel. –No estoy exagerando, le dije cientos de veces que parara en algún lugar para almorzar, pero él ni caso. –Lo hubiéramos hecho de no ser porque tardaste tanto esta mañana. Inmediatamente después de decir aquello me arrepentí. Sabía que mi madre se tomaba estas cosas a la tremenda. Así que me preparé para el aluvión de protestas que vendrían a continuación. –De no ser por mí y mi tardanza no estaríais cenando, ¿o es que pensaís que el pan y el embutido vino solo hasta aquí? Él sólo es capaz de preocuparse de sus cosas, pero soy yo quien tiene que disponerlo todo para que estos días no se conviertan en un caos. –se quejó, incluso poniendo una expresión de absoluta pena. –Tienes razón, mamá. –dijimos Isabel y yo casi al unísono. –Gracias. Isabel se acercó al estante para intentar colocar unas latas en el más alto. –Déjame a mí. –resolví al instante. Me subí a la encimera y comencé a colocar los envases con cuidado. –¿Qué te pareció la novia de tu hermano? –¿Violeta? –contestó Isabel. La sorpresa por oír aquel nombre se manifestó en mi repentinamente y de forma bastante torpe. A pesar de mis juegos malabares, no pude evitar que una de las latas que sostenía entre las manos se me deslizara y cayera estrepitosamente encima de la encimera. –¿Quién si no? –continuó mi madre al tiempo que me devolvía la prófuga lata. Me pareció que ninguna de las dos se dio cuenta de mi azoramiento y por primera vez dí gracias a Dios por haberme hecho tan desmañada desde que nací. Puse atención a las palabras de Isabel. –No estoy segura. –¿Cómo que no estás segura? –Mamá, ya sabes que no me gusta emitir juicios premeditados. –Pero bueno. –insistió mi madre.– Algo te habrá parecido. –Es muy guapa. –Eso sí, desde luego. –consintió mi progenitora. Yo ya había terminado de colocar las latas y ahora me dedicaba a la inservible tarea de ordenarlas y ponerlas con sus etiquetas hacia afuera. –Me pareció que a Felipe le gusta de verdad. –añadió Isabel.
  • 12. –A mi también me lo pareció. Llegarán mañana, así tendremos oportunidad de conocerla mejor. –Después del interrogatorio al que le sometiste en la cena, creo que evitará acercarse a ti todo lo que le sea posible. –¡Vaya! –repuso mi madre pensativa.– Pensará que soy una de esas madres preguntonas y metomentodo. –Es que eres así, mamá. –cedió Isabel con algo de condescendencia y resignación en la voz. Mi madre le dedicó una mirada fulminante a modo de respuesta. Por mi parte, decidí que era hora de apearme, ya que no quedaba nada que pudiera hacer allí arriba. Mi padre eligió ese momento para hacer acto de presencia. –Estupendo. –dijo señalando la bandeja de los bocadillos.– Justo en lo que estaba pensando. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Tomó una servilleta y puso en ella dos sandwiches. Luego, se dirigió hacia la nevera y sacó una lata de cerveza saliendo nuevamente de la cocina e ignorándonos a todas, como si realmente no hubiéramos estado allí. –Odio cuando hace eso.. –señaló mi madre.  A la mañana siguiente, unos suaves toques en mi puerta hicieron que cediera en mi empeño de seguir dormida. –Jimena.... –reconocí la voz de mi padre susurrando mi nombre. Me levanté y llegué hasta la puerta. La abrí con cuidado para ver que era lo que quería mi padre de mí a tan tempranas horas de la mañana. –¿Quieres acompañarme al pueblo? Lo pensé un instante. En realidad sopesé mis otras opciones y tuve que admitir que me atraía mucho más viajar hasta el pueblo que quedarme con mi madre y mi hermana toda la mañana, sin hacer otra cosa que no fuera hablar. –Dame diez minutos para vestirme y estoy contigo de inmediato. Me sonrió y asintió con la cabeza. –Te esperaré abajo. Cerré la puerta y comencé a vestirme. Como siempre, unos viejos vaqueros y una camiseta de color azul, fueron mi elección, que conjunté con unas zapatillas de deporte. Cogí también un jersey que até a mi cintura, puesto que noté mirando por la ventana que el día estaba algo nublado. Me dirigí hasta el baño y me aseé y peiné antes de reunirme con mi padre. En todo el pueblo, la tienda de Chano era la única que existía. En ella podrías encontrar los artículos más variados, desde cebos para pescar de todas clases habidas y por haber, hasta unas tijeras de podar, víveres y un montón de cosas más que en cualquier ciudad tendrías que desplazarte al menos a cuatro sitios para comprarlas. Ya lo decía el cartel clavado a una de las paredes y que a mí siempre me pareció ridículo: "VÍVERES GLEZ - DE TODO" Mi padre fue el primero en acceder al interior, seguido de mí. Chano, desde detrás del mostrador parecía estar ultimando unas cuentas. No levantó la vista a pesar de que la campana de la puerta había sonado. –Enseguida le atiendo. –dijo aún con la mirada puesta en su libro de cuentas. –¿Es una nueva forma de tratar a los clientes? –bromeó mi padre. El viejo propietario pareció reconocer la voz y miró a mi padre. –¡O'Donnell! –gritó con júbilo. Siento no haber mencionado antes que a mi padre se le conocía por el apellido de mi abuelo. –¿Cómo estás, Chano? Los dos hombres se dieron un corto abrazo y unas sonoras palmadas en la espalda. –Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. –argumentó el viejo. –Ya lo creo que sí, pero ya sabes, la familia es cada vez más difícil de controlar, y por desgracia he tenido unos hijos demasiado cosmopolitas... –Hablando de hijos, ¿es esta Jimena? Me señaló con el dedo, en su cara una expresión de incredulidad. Mi padre me asió por los hombros y me acercó más a él, dándome un suave apretón. –Lo es. Todas las esperanzas que tenía de que no creciera se han esfumado para siempre..... –bromeó mi padre haciendo reír a Chano.– Mírala, se ha convertido en toda una preciosidad.
  • 13. Me sonrojé al tiempo que sonreía tímidamente. –Supongo que vienes a buscar cebos, ¿no? Interiormente suspiré de alivio porque la conversación en torno a mí se hubiera terminado. Mi padre se acercó hasta el mostrador, mientras Chano le hablaba de unos nuevos cebos que había traído hacía apenas unos días. Yo sabía que la conversación se alargaría hasta límites insospechados, por lo que decidí darme una vuelta por los pasillos de la tienda. No recordaba el establecimiento así, pero supuse que incluso en aquel pueblo, hacía falta de vez en cuando echar mano de los avances. Me dirigí inmediatamente al estante de los chocolates. Con las prisas no había desayunado, así que seleccioné uno de esos bollos esponjosos con forma de barra de pan rellenos de chocolate y lo abrí dispuesta a comérmelo. Antes de pasar a otra estantería, pillé un par de chocolatinas y un paquete de galletas de arroz inflado. –¿Vas a comerte todo eso? –me preguntó mi padre divertido cuando me vio llegar cargada de golosinas. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m –No, tonto.... –le dije.– Estoy llenando mi cupo de provisiones. Dejé las cosas sobre el mostrador y seguí con mi recorrido. El bollo estaba muy bueno, pero no sé por qué, siempre conseguían dejarte con sed. Supuse que tal vez las empresas de batidos le daban alguna comisión. Metí la pequeña cañita en el brick de batido de fresa y seguí avanzando a través de los pasillos. Con el hambre ya resuelta, me dediqué simplemente a dejar que pasara el tiempo. –Hola. –oí detrás de mí. Me giré con rapidez. –Hola.. –dije algo confusa, puesto que la cara de aquel muchacho me era familiar. Él me sonrió y fue entonces cuando me di cuenta de que el chico llevaba un delantal idéntico al de Chano, lo que significaba que trabajaba allí. –Supongo que no me recuerdas.. –me dijo algo tímido. Puede que el batido de fresa consiguiera despertarme del todo, o puede que de repente hubiera tenido una visiòn sin darme cuenta, lo cierto es que conseguí acordarme de él. Cuando era pequeña, aquel chico que tenía ahora en frente solía ser mi compañero de juegos. –¿Diego? –dije con algo de duda. Él se rió, parecía encantado de que finalmente hubiera sido capaz de recordarlo. –El mismo. Ha pasado mucho desde la última vez. –Sí, empiezo a creer que demasiado. Desde que empecé en el instituto, si mal no recuerdo. –Ahora estarás en la universidad. –Sí.. –fue mi escueta respuesta, y comencé a juguetear con la cañita de mi batido, antes de cometer una estupidez y empezar a contarle al chico lo desgraciada que me hacía sentir la universidad. –Estás muy guapa.. –me dijo de repente. Nunca nadie había flirteado conmigo, así que no sabía muy bien si aquello era un flirteo o si por el contrario era un simple comentario amable. De todas formas, ¿hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro? Seguí con la cara pegada a mi batido y comencé a sorber frenéticamente, mientras imaginaba mi foto en el libro Guinness de los Records, como la mujer que ostentaba el record de sonrojos en un día. –Sigues igual de tímida que siempre, por lo que veo.. –volvió a decir Diego. Yo seguí plantada allí en medio, esperando a que él se decidiera cambiar de tema, algún tema en el que yo tuviera la valentía de decir algo. Pero entonces recordé que los únicos asuntos en los que yo era capaz de expresarme sin apenas balbucear eran los de medicina, y dudaba mucho que Diego supiera algo sobre las etapas organicistas de las enfermedades. Oí que mi padre me llamaba. Le sonreí a mi inesperado acompañante y sin decir nada más pasé junto a él. Su voz me hizo darme la vuelta una vez más. –No te olvides de pagar eso.... –bromeó señalando el cartón casi vacío que aún sostenía entre las manos. –Vaya.... –contesté fingiendo decepción. – Esperaba que me guardaras el secreto. Me alejé de Diego dejándolo con una interesante sonrisa en su rostro y me reuní nuevamente con mi padre. –Media hora más, Chano, y mi hija te hubiera dejado sin provisiones.... –se rió me padre al verme llegar con algunas cosas más que había recogido por el camino.
  • 14. –Está en edad de crecer. –contestó el anciano, mientras apuntaba frenéticamente en su libretita. Yo evité decir que era bastante probable que me quedara con mi miserable metro sesenta y cuatro e ignoré el comentario. –Papá, no te olvides de la bombilla. –Ya sabía yo que por algo pensé que sería una buena idea traerte conmigo. –Vaya, pensaba que disfrutabas de mi compañía. –Eso también, cariño, eso también.... –se burló de mí, al tiempo que se giraba para pedirle a Chano una bombilla. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m De vuelta a casa, yo cada vez me iba sintiendo peor. Miré mi reloj, eran casi las doce del mediodía. Probablemente Ginebra y Felipe ya habían llegado. Eso significaba que Violeta estaría allí. Mi corazón se aceleró tanto que creí sinceramente que era el principio de un infarto. Abrí la ventanilla para que me diera el aire en la cara. Lo único que logré fue que una nube de polvo me diera de frente. Me había olvidado que siempre tomábamos la vieja ruta que iba al pueblo, en vez de ir por la carretera de asfalto. Otra de las excentricidades de mi padre. –¿Te ocurre algo? –preguntó él. –No.. –mentí, mientras me frotaba los ojos ahora irritados por la polvareda. –Estás muy rara... ¿Hay algo que te preocupa? –No. Pasaron unos breves instantes. Yo esperaba que mi padre iniciara un nuevo intento para sonsacarme más información. Sabía que me conocía demasiado bien como para no saber que algo me pasaba y yo no podía decirle que estaba tremendamente aturdida, que no podía sacarme de la cabeza a la novia de mi hermano, que incluso había soñado con ella y que... ¡Oh, Dios!, casi había olvidado mi sueño erótico, ése al que tanto me había aferrado antes de que la voz de mi padre ganara la batalla esa mañana en contra de mis deseos. –De acuerdo, si no quieres decírmelo no te voy a obligar... –Gracias. –dije aliviada. Me miró con el ceño fruncido. –De modo que hay algo que no quieres decirme. Me tapé los ojos con ambas manos. Había olvidado lo tramposo que podía llegar a ser mi padre en ocasiones. –Papá,. –comencé con cuidado de no herir sus sentimientos. – no es que no quiera contártelo, simplemente creo que... –¿Es un chico? "Frío, frío..." –No. –murmuré, aunque me hubiese gustado gritarlo, estaba enfadada porque ni siquiera me había dejado explicarlo. –Te ví hablando con Diego... –¿Y? –no tenía ni idea de a dónde quería llegar. –¿Tienes algún novio en la universidad?, ¿estás triste porque quizás le echas de menos? –me preguntó preocupado. –No... –Podrías haberlo invitado. –una vez más me interrumpió.– Sabes que siempre será bienvenido. Crucé los brazos a la altura del pecho y me arremoliné en mi asiento, intentando calmarme antes de que el incipiente enfado que corría a través de mis venas llegara al cerebro. ¿Un novio en la universidad? Si apenas tenía amigas. Creo que incluso les daba miedo a todos los del maldito campus. Debían tomarme por una asesina en serie o algo así. Como si las personas a las que les cuesta relacionarse tuvieran que ser asesinos en serie por derecho constitucional. –Admito que hasta hoy no se me había pasado esa posibilidad por la cabeza, eres mi niña pequeña. A veces sigo resistiéndome a que crezcas. –Papá.... –lo llamé. Odiaba las charlas sentimentales. –No puedes culparme porque me preocupe por ti. No quiero dejar este mundo sin ver a todos mis hijos felices. –Yo soy feliz. –le dije, no sé si por tranquilizarlo a él o a mí misma.
  • 15. –De todos tus hermanos, tú has sido siempre la que más me ha costado leer. Nunca sé más de lo que me permites ver. –lo vi tragar antes de formular la siguiente pregunta.– ¿Sigues enfadada aún porque te envié a esa universidad tan lejos de casa? –No. –Cuatro no desde el inicio de la conversación. Definitivamente algo está ocurriendo en esa cabecita tuya. Pero no voy a insistir, cuando estés preparada o necesites mi ayuda, sabes que estaré esperando. –Lo sé, papá, gracias. Minutos después, paraba el Jeep a un lado de la carretera. Lo miré extrañada mientras él salía corriendo a esconderse detrás de unos matorrales. No pude evitar echarme a reír y me pregunté si mi padre comenzaba ya a tener problemas de próstata. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m  Al llegar a la casa, me di cuenta enseguida de que allí habían ya tres coches aparcados. Reconocí el Ford blanco de mi hermana Ginebra, el Mercedes gris de Felipe y por supuesto, el Mazda descapotable de Violeta. Lo que más me sorprendió fue descubrir que el color de su coche no era gris, sino azul cielo. La poca luz aquella noche hizo que me perdiera ese detalle. Esperé a que mi padre se pusiera a mi altura antes de encaminarnos hacia la casa. Ambos con dos bolsas a cada mano. Mientras me acercaba, podía sentir que las palmas de mis manos comenzaban a sudar. Permití que mi padre me adelantara y entrara primero al interior de la casa. –¡Ya estamos aquí! –anunció a los cuatro vientos.– Me alegra ver que ya estamos todos, esta noche podremos incluso echar unas partiditas al bingo. Fuimos recibidos con efusivos "holas" por parte de mi madre, Isabel, Ginebra y su marido. Pero no había rastro de Violeta ni de mi hermano Felipe. Ginebra se acercó y le dio un sonoro beso, primero a mi padre y luego a mí. Su hija mayor la seguía muy de cerca, agarrada a su falda. A juzgar por su expresión, hacía poco que había pasado una crisis de llanto. Dejé las bolsas sobre la mesa y me acerqué hasta mi sobrina, de quien decían que era un calco de mí. Lo que era seguro es que iba a ser mucho más guapa que yo. Esta niña tenía ángel, justo como su madre. –Hola Cris. –le dije con suavidad mientras me agachaba para ponerme a su altura. –Hola tata.... –contestó con su dulce voz infantil. –¿Me das un beso? Dudó un instante, para poco después darme un húmedo beso en toda la mejilla. Yo saqué una de las chocolatinas que había comprado en la tienda y se la alcancé. –Ten, para que no estés triste. Su cara se iluminó de repente y me dio un gracias que sonó a "asias" más bien. Luego se alejó correteando, seguramente buscando un lugar seguro donde dar buena cuenta de su dulce. –¿Dónde está Felipe? –oí preguntar a mi padre. –Creo que ha ido a enseñarle los alrededores a Violeta. –contestó Isabel. –O a hacer manitas detrás de algún árbol. –bromeó Ginebra, haciéndo reír a todos. A todos menos a mí. –¿Manitas? –dijo mi padre.– Creía que eso se hacía en mis tiempos, ahora van mucho más allá que, en fin... –Papá.... –protestó Isabel entre risas. –¿Papá? –se burló mi progenitor.– Recuerdo que tu madre se empeñaba en dejar a vuestros novios en habitaciones separadas. Con eso sólo lograba que nos desveláseis un par de veces por la noche con tanto ruidito disimulado de puertas que se abrían y se cerraban. El marido de Ginebra, que estaba bebiendo de una lata de cerveza casi se atraganta y todos nos volvimos hacia él para ver que sus mejillas se habían puesto de un color rojo intenso. Tal vez era porque le costaba respirar por el líquido que no había logrado tragar por el sitio adecuado. Todos nos reímos, incluso mi madre, a pesar de que sabíamos que en su momento le había costado mucho el aceptar que ninguna de sus hijas llegara virgen al matrimonio. Ella era una acérrima defensora de la virtud y creía que la virginidad era casi un don divino. La puerta se abrió entonces y como si fuera una repetición de la misma escena de hacía cinco días. Felipe entró acompañado de Violeta. A él apenas lo miré, no podía mirar más allá de aquella mujer enfundada en unos vaqueros tan roídos como los míos, con una camisa de seda azul y el pelo recogido en una trenza.
  • 16. Me aparté de mi hermano como de la peste, temiendo que se ensañara con mis carrillos como la última vez. –Hola, Jimena. –me dijo al pasar, prestándome tan poca atención como yo a él. Violeta pasó a mi lado a continuación. –Hola. –saludó ella y lo siguiente que pude ver era que se estaba acercando a mi rostro para plantarme un beso en la mejilla. "Dí algo, ¡idiota!", me reñí. Lo cierto que la percepción, como de cosquillas, que sus labios dejaron en mi mejilla me onubilarían por el resto del día. La felicidad, aunque de esa manera resultase incluso estúpida, era una sensación extraña. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m sigue...
  • 17. BELLA VIOLETA. 10ª Autora:R. Pffeiffer 10. DESPACIO. Viernes, cuatro de la tarde. Día de la boda. La parte femenina de la familia al completo estaba en casa de mi madre, donde más tarde se celebraría el banquete, concertando  los últimos preparativos y asistiendo a la nerviosa novia. Desde mi cómodo asiento hice rodar los ojos en cuanto nuevamente oí el llanto de Julia, que debía creer que aquello era poco menos que un cuento de hadas. La pobre casi no había parado de sollozar en cuanto entró a la habitación para vestirse. Incluso habían tenido que maquillarla varias veces. Me pregunté si realmente lloraba de nervios o por todas aquellas horquillas que le habían colocado en el pelo... Lo cierto es que comenzaba a hacer que mi cabeza quisiera estallar. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Crucé las piernas y me dediqué a observar el arduo trabajo de mis dos hermanas mayores calmando a la novia. Pensé que, si casarse significaba pasarlo tan mal, casi era preferible no hacerlo. No pude evitar soltar unas risillas en cuanto vi a mi madre con una taza humeante de tila intentando hacérselo tragar a la pobre Julia. –Vamos...vamos..., cariño. –le decía mientras. –Tómate esto y ya verás que te vas a sentir mejor... –Gracias... –dijo hiposa. –Tienes que calmarte. No querrás entrar a la iglesia llorando, ¿verdad? –Es que no puedo evitarlo, estoy tan feliz... –soltó, suspirando hasta hacer que casi se le soltara el corsé de su traje de novia. Por mi parte, hacía un par de horas que me había vestido y preparado para la función. Si de mí hubiera dependido, preferiría haber ido a la iglesia directamente, pero al parecer, era costumbre que todas las mujeres se reunieran para ayudar a la novia... Claro que yo aún estaba intentando averiguar por qué mi presencia en la casa era tan importante, cuando lo único que había hecho era llegar y sentarme. Mis hermanas mayores, correteaban por la casa, atendían las llamadas telefónicas y cuchicheaban entre ellas. Parecían estar completamente en su salsa. Me giré hacia mi sobrina de catorce años que estaba sentada junto a mí, y a la que observé durante unos instantes mientras ella jugaba con su pequeño celular. Estiré el cuello para mirar en la pantallita. Bendita tecnología... –Vaya... –dije. –¿Me  lo prestas luego? Se echó a reír. –¿Tú también te aburres? Hice rodar los ojos y puse expresión de desespero. –Horrores... –Estás muy guapa, Jimena. –cumplimentó con una amplia sonrisa. –¿Te parece? Asintió vehemente con la cabeza. –No tengo más remedio que fiarme de ti, siempre has tenido buen gusto... –le pellizqué la nariz. –Ya soy muy mayor para que me hagas eso... –se quejó divertida. –Y demasiado joven para tener novio. En un instante, un tono rúbeo cubrió por completo sus mejillas. Era cierto lo que decían de que aquella niña se parecía mucho a mí. –¿Mamá te lo ha dicho? –Sí. –Es sólo un amigo... –dijo, como restándole importancia. –Me parece bien que tengas un amigo especial. –subrayé la palabra. Ella siguió enfrascada en la pantalla de su teléfono, aunque sin mover un solo dedo. –Pero no descuides el colegio por un momento... –Pareces mamá... –comentó suspirando. Me eché a temblar cómicamente y ella se rió.
  • 18. –De acuerdo. Eso ha sido suficiente como para que no diga una palabra más... Volví a concentrarme en la escena que se proyectaba delante de mí. La tila parecía tener efectos contradictorios en la novia, y por enésima vez, volvió a sacudir los hombros intentando reprimir las lágrimas. Hice rodar los ojos. ¿Qué demonios pasaba con aquella mujer? A ratos me parecía estar contemplando un capítulo de alguna telenovela. –Julia... –la llamé fríamente. –O dejas de llorar o con esos ojos rojos e hinchados vas a parecer una yonkie. Tienes un aspecto horrible... El llanto, milagrosamente, cesó. La que dentro de pocas horas se convertiría en mi cuñada me miró fijamente, casi con expresión de haber visto a un fantasma y yo le sonreí con falsedad. Mi madre me fulminó con la mirada y a ella también le dediqué aquella misma sonrisa. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m La novia no volvió a soltar una sola lágrima y mis sentidos por fin comenzaron a calmarse. Lo mejor de todo es que finalmente supe por qué mi presencia allí era ineludible... –La limusina ya ha llegado... –anunció Ginebra entrando en la habitación. –Menos mal que al menos han sido puntuales esta vez. –añadió  mi madre. –¿Alguien va a venir conmigo? –pregunté, sintiendo ganas de repente de no llegar sola a la iglesia. –Yo iré contigo. –clamó mi sobrina. –Estupendo. Aún tuve que esperar casi una hora hasta que nos pusimos en marcha. Durante todo el camino, la charla y la compañía de Cristina logró relajar los nervios que desde el día anterior sentía en la boca del estómago, pero según me acercaba a la ermita, mi corazón batallaba con más intensidad de la necesaria y mis ojos buscaban cierta figura familiar. Dentro de la iglesia, me senté junto a mis hermanas y esperé. Esperé a muchas cosas... Me pregunté, mientras me removía frenéticamente en aquel banco, por qué diablos no cambiaban aquellos incómodos asientos de una vez. Casi me parecía estar en la Edad Media. Podrían poner butacas como en los cines, teniendo en cuenta lo interminables y soporíferas que eran las misas hubiera sido una buena idea. Mis insidiosos pensamientos se concentraron entonces en la decoración del "santo" lugar. Las paredes y el altar llenas de imágenes, de santos y vírgenes con cara de estar sufriendo mucho. Si a eso le añadimos el hecho de que la iluminación allí dejaba mucho que desear, no me venía a la mente otra palabra con que describir lo que me rodeaba que no fuera tétrico. Las conversaciones en voz baja de los invitados, que casi parecía el zumbar de las abejas, llenaban la iglesia. Yo ni siquiera había abierto la boca ni una sola vez desde que había entrado. Tampoco es que tuviera nada interesante que decir... Suspiré y me arremoliné como pude en aquel banco. Miré el reloj, crucé las piernas y me atusé ligeramente el pelo, todo para parecer distendida. No es que odiara las bodas, y mucho menos si era la de un miembro de la familia, pero la espera... La espera era lo que me ponía frenética. Fijé la vista al frente. Siendo ella la madrina, mi madre y su enorme sombrero se habían colocado cerca del altar, al lado de mi hermano, quien no paraba de frotarse las manos nervioso. Agradecí el hecho de que al menos a él no le diera por llorar... Por mi parte, cada cinco segundos, seguía girando la cabeza hacia la entrada, habiendo tenido claro que Violeta aún no había hecho acto de presencia. Comencé a sopesar la idea de que quizás no vendría ese día. Mi hermana Isabel colocó una mano sobre mi muslo para indicarme que dejara de moverme. Intenté relajarme echando mi cuerpo hacia atrás y respiré hondo. La marcha nupcial comenzó a sonar y la novia entró radiante en la iglesia. Nada más atisbarla, la cara de mi hermano se iluminó como una bombilla de navidad, algo que por otra parte no estaba del todo mal si nos permitía tener más luz dentro de aquella caverna. "Mmm...", me reproché a mí misma, "demasiados pensamientos sarcásticos. Recuerda que hoy tienes que estar de buen humor". Con lo que sonreí y comencé a murmurar palabras de apreciación como el resto de los allí presentes. La novia llegó a la altura de su casi marido y el sacerdote comenzó la ceremonia. Dejé de mirar hacia atrás, una vez iniciado el acto, sabiendo de sobra que aquello resultaría de lo más extraño y de que tenía a mis dos hermanas, que eran como espías, demasiado cerca de mí. Así que me concentré en mirar hacia delante aunque no pusiera atención a ninguna de las palabras que pronunciaba el cura. Hubo un momento, cuando la música estridente de una pequeña banda colocada en uno de los rincones sonó, en que despegué mi trasero del banco y casi toco la bóveda del techo por el susto. –¡Qué demon...! –exclamé ahogadamente, o al menos lo intenté antes de que el codo de Isabel se incrustara en mis costillas.
  • 19. Miré a mi hermana con cara de pocos amigos y ella me ignoró. Lógicamente. Observé entonces a la banda musical, con un pequeño coro entonando canciones religiosas. Hasta entonces no me había dado cuenta ni de que existían. La iglesia, desde luego, se había modernizado. Claro que ni hablar de modernización en lo que se refería a los asientos. Cuando llegó el momento de dar el "sí quiero", mi madre sacó rauda su pañuelo del bolso y se secó las lágrimas. Aquello era algo que ya había visto en las anteriores bodas de mis hermanos. Ella siempre conseguía llorar en el momento más oportuno. Bueno, estaba segura de que yo le ahorraría ese mal trago. Todos nos levantamos del asiento una vez que los novios se dieron el beso y comenzamos a movernos entre vítores. Ginebra puso en mi mano una bolsita con arroz dentro y me apresuró para que saliéramos al exterior. –¡Violeta! –gritó  mi rubia hermana. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Me giré tan rápido hacia la entrada que casi me mareé, y la vi allí, de pie justo al lado de la pila del agua bendita. Estaba enfundada en un traje negro y largo. Un traje que parecía estar hecho únicamente para su cuerpo. La boca se me secó y mis piernas se pusieron en huelga. De no haber sido porque los demás me empujaban para darme prisa, me hubiera quedado en el sitio por tiempo indefinido. Ginebra se acercó rauda a Violeta para saludarla y yo seguí caminando, aunque más despacio eso sí,  mientras estrujaba la bolsita del arroz entre las manos. Los ojos de la azafata dejaron a mi hermana para posarse sobre mí. Los sentí atravesarme. Pasé a su lado y le murmuré un hola demasiado bajito, aún así, ella me saludó con una breve sonrisa. –Salgamos fuera... –oí  a Ginebra decir. Me coloqué junto a los demás y esperamos a que salieran los novios para lanzarles el arroz. Todo el júbilo que podía respirar a mi alrededor no era equitativo a lo que sentía por dentro. Violeta debió de quedarse dentro de la iglesia porque mis ojos no podían encontrarla. Algo me decía que quizás se estaba escondiendo de mí. El feliz matrimonio apareció por fin y una densa lluvia de arroz cayó sobre ellos, tan densa era, que durante segundos casi no se podía diferenciar sus figuras bajo todos aquellos granos. Seguidamente, el comité al completo partió hacia la casa de mi madre, en cuyos jardines se había dispuesto los arreglos para el banquete. No volví a ver a Violeta mientras me alejaba de la iglesia y cuando llegué a la casa, enseguida requirieron mi presencia para las fotos. No sé para cuántas instántaneas tuve que posar, pero estaba segura de que habían sido miles. Incluso me retrataron con familiares de los que ni siquiera recordaba el nombre. La única que parecía disfrutar era Isabel, quien para cada toma ponía una expresión diferente. Era una fuente inagotable de posturas y sonrisas. Desde la distancia observé que Violeta, que sostenía una copa en la mano, tenía su atención puesta en mí. Cuando nuestras miradas se encontraron, ella se giró despacio y  me dio la espalda. La voz del fotógrafo me sacó del trance cuando nos pidió que rotáramos hacia un lado. Me sentía como una completa marioneta. –Comienzo a cansarme de tanto sonreír. –comentó Ginebra en voz baja. –Pues no sonrías. –le  susurré de vuelta. –¿Y parecerme a ti...? –Muy graciosa. –Violeta está preciosa... –añadió de súbito, con una sonrisilla maléfica. –No sabía que pudieras ser tan diabólica. Emitió un sonido que me hizo saber que estaba sofocando la risa. Creo que secretamente le encantaba martirizarme. –Pórtate bien, hermanita... –¿Antes o después de estrangularte? –dije, sin que por un momento se borrara la falsa sonrisa de mi rostro. Era increíble las cosas que uno podía decir sin mover apenas un músculo. Las mesas para el banquete estaban dispuestas en círculo y pensadas para que cada una de ellas albergara a seis comensales. A mí me tocó una con Ginebra, su marido, Cristina, que escogió una silla contigua a la mía, mi hermano Luis y su esposa. La de Violeta, que estaba demasiado alejada de la mía, estaba compuesta por compañeros de trabajo de Felipe. Algunas de aquellas caras me resultaban familiares.
  • 20. Jugué con el menú entre las manos, repasando distraídamente lo que íbamos a tomar. Examiné la inacabable lista de los entrantes y fui directamente al primer y segundo plato. "Lomo de venado asado con crema fina de manzana y hongos salteados, besugo con refrito de almejas y cama de cebolleta trufada..." . ¿De dónde sacaban esos nombres? Ni siquiera parecía comestible... Suspiré y solté el pequeño menú con desgana sobre la mesa. Los camareros comenzaron a pulular por las mesas a toda prisa para servir los entrantes. –Buen vino... –murmuró mi cuñado Ricardo tomando la botella de Rioja entre las manos. Uno de los camareros le cogió la botella y comenzó a servirnos el vino. Puse la mano sobre mi copa y decliné la oferta. Con gran parsimonia y rigidez, posó la botella de vino sobre la mesa y me sirvió agua mineral. –Gracias. –le  dije. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m –¿No vas a tomar vino? –preguntó  Ginebra. Negué con la cabeza. –Estoy redescubriendo el inmenso placer del agua mineral. Sin olor, sin sabor, sin nada... Me miró con una ceja alzada, incrédula de no verme probar una gota de alcohol. Aún así lo dejó estar. –Cristina, para ti sólo una copa, ¿de acuerdo? Su hija asintió con resignación. –Mamá parece estar felicísima... –comenté ausente,observando a la susodicha sentada a la gran mesa nupcial, posesivamente al lado de Felipe. –Le encanta ser casi el centro de toda la atención cuando se reúne la familia... –Lo sé. Tomé un trozo de queso y lo mordisqueé. Mi mirada, como siempre, girada hacia un punto... Violeta se había sentado de cara a mí y pude observarla charlando animadamente con sus compañeros. Aparentemente, se había olvidado de que yo existía, puesto que no levantó la vista ni una sola vez. La enorme orquesta comenzó a tocar una suave música mientras comíamos. El sol ya estaba a punto de ponerse y las luces del jardín se encendieron iluminándolo todo casi de forma irreal. Algunas mesas comenzaron a vitorear y aplaudir a los novios cuando estos se dieron el tan esperado beso. Mi hermano se levantó de su asiento entonces para dirigirnos unas palabras. Me giré hacia él, poniendo un brazo sobre el respaldo de la silla y le puse toda mi atención. –Antes que nada, –comenzó él –quisiera agradeceros el que estéis aquí. Este es quizás el día más especial de mi vida y compartir mi felicidad con la gente que quiero era importante. Sin embargo, hay alguien que ya no está con nosotros y a quien sin duda le hubiera encantado estar aquí. –levantó su copa, visiblemente emocionado. –Por mi padre. Todos levantaron su copa y brindaron. Mi hermano se volvió a sentar y mi ardorosa cuñada lo tomó por el cuello para volver a darle un beso con propiedad. Pude observar que mi madre tenía los ojos brillantes por las lágrimas que habían hecho acto de presencia. La orquesta entonces continuó tocando y todo pareció volver a la normalidad. Me giré hacia mi sobrina, quien me regaló una amplia sonrisa y a la que correspondí con iguales ganas. –Prueba esto... –me indicó ofreciéndome algo que parecía estar empanado. Lo tomé y mastiqué no muy segura de si iba a gustarme. Para mi sorpresa, estaba bueno, aunque no tenía ni la menor idea de lo que era. –Se le echa mucho de menos. –comentó mi cuñado. –Sí. –respondió Ginebra. –Es imposible no acordarse de él en un día como hoy... –Estoy seguro de que esté donde esté, estará feliz. –sugirió Luis. "Eso es una soberbia estupidez", grité para mis adentros, "¿qué podría hacerle más feliz que el estar con su familia? ". Supuse que para ellos pensar tal cosa les daba cierta serenidad, todo lo contrario que a mí, siempre muy consciente de que mi padre estaba ahora varios metros bajo tierra. Me dije que lo mejor sería ignorar aquellos comentarios de ahí en adelante. Tan sólo me hacían sentir más enfadada con el mundo entero. Sonreí sarcásticamente y levanté la vista una vez más hacia Violeta. Ella me miraba también y, por primera vez, no apartó sus ojos de mí. Me dediqué a comer todo lo que se me ponía al alcance casi sin pronunciar palabra. Tan sólo me apetecía hablar con mi sobrina y reírme con sus ocurrencias. Era mucho mejor eso que oír aquellas historias varipintas y sin gracia alguna que contaban todos a mi alrededor como contagiados por lograr ser la estrella de la función. Otra lluvia de flashes se sucedieron, entre gritos de "¡vivan los novios!", cuando llegó el momento de cortar la tarta.
  • 21. Luego la feliz pareja pasó por cada mesa ofreciendo esos minúsculos e inservibles regalitos, una especie de ramito con un lazo azul por parte de ella y habanos por parte de él. Me quedé sentada en la mesa a solas, el resto se había levantado una vez acabada la cena para formar pequeños grupitos de charla por todo el jardín, con la única compañía de mi copa de champán, bebiendo pequeños sorbos de la agradable bebida. Sabía que para mí no habrían muchas de aquellas esa noche, por mucho que deseara que así fuera, así que no me quedaba otro remedio que economizarla. Acaricié la copa, con la mirada fija puesta en ella como si estuviera en trance. Una multitud de burbujas subían hasta la superficie y desaparecían allí. Me di cuenta de que si pasaba mi tiempo mirando a las burbujas de una copa de champán era porque quería esconderme de algo y no sólo de las conversaciones familiares. –¿Te encuentras bien? Levanté la vista y observé a mi madre cerca de mí. Se había despojado de su enorme sombrero. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m –Sí. –¿Y qué haces ahí sola? –volvió a preguntar, cambiando el peso de un pie a otro. Me encogí de hombros y aparté la mirada. –Pensar... Y huir de tía Eloísa. Esa vieja siempre se empeña en preguntarme que cuando  voy a casarme... Mi madre emitió un bufido a modo de risa e hizo que volviera a mirarla. Parecía realmente divertida. –¿Qué? –pregunté extrañada. –Nada... –dijo,aunque con falsedad en la voz. –No le hagas caso a tu tía, ya sabes que está un poco... –hizo un gesto con las manos, sugiriendo que aquella anciana estaba tarada. Algo que era bastante cierto. Fue como si la susodicha pudiera oírnos desde la distancia porque lentamente comenzó a avanzar hacia nosotras con ayuda de su bastón... Un bastón, me fijé, que estaba casi tan encorvado como ella. Cómo había logrado vivir tanto fumando tres cajetillas de tabaco diarios era otro de esos milagros de la Naturaleza. Era la hermana mayor de mi padre y tan metomentodo como una anciana puede llegar a serlo. Estoy segura de que aún creía vivir en los años cuarenta. –Mamá. –llamé quedamente,sin quitarle la vista a la añosa. –Viene hacia aquí... –Esa mujer tiene un sexto sentido... –masculló, acto seguido abrió los brazos para recibir a su cuñada. –¡Eloísa ...! –Una boda preciosa, Martina. –indicó a mi madre nada más llegar. – Y los novios están guapísimos... –Gracias. Pensaba pasar ahora esto...                                         por tu mesa, es que con tantos invitados ya sabes como es Mi madre, para mentir, era de las mejores. Tenías que conocerla muy bien y saber que cuando no era cierto lo que decía, pestañeaba con más frecuencia de lo necesario. –Lo sé, lo sé... –hizo un aspaviento con la mano libre. –Hay tanta gente reunida... Su atención se centró entonces en mí. Aunque era evidente que su primer objetivo había sido yo. La palabra tempestad comenzó a danzar curiosamente dentro de mi cabeza. De haber podido esconderme debajo de la mesa, aún levantando las sospechas de los presentes, lo hubiera hecho con gusto. Pero aquella quisquillosa mujer ya había decidido extender sus garras hacia mí desde mucho antes. Me giré hacia los lados buscando una solución, alguna vía de escape, pero todos estaban ajenos a mi infortunio. –Jimena, estás muy cambiada desde la última vez... –hizo gesto de pensar. –¿Cuándo fue? No te vi en el funeral de tu padre... La primera bomba ya había caído. –No asistí al funeral, Eloísa. Pero eso creo que fue evidente... –Te entiendo... "¿En serio...?". –Sé que habrá sido muy duro para ti... Pero a veces hay que afrontar las cosas por mucho que nos cueste... –¡Oh,vaya! –metió baza mi madre en cuanto me vio fruncir el ceño y apretar los labios para contener una insidiosa frase. –Parece que la orquesta ya se está colocando en el salón. ¡Va a empezar el baile! –¿Aún no estás prometida, Jimena? –continuó mi tía, haciendo caso omiso a mi madre. Estaba demasiado cerca de lograr su objetivo que no era otro que el de torturarme. Tomé la copa con fuerza y me bebí el champán de un trago.
  • 22. –Eloísa... –comenzó mi madre con sobriedad. –Jimena es lesbiana. Me atraganté. Era eso o expulsar el líquido que aún habitaba en mi boca.Por otra parte, la idea de lanzarlo contra aquella anciana viuda se me hizo apetitosa. Lástima que lo pensara tan tarde. Tosí como una descosida al tiempo que tomaba una servilleta y me secaba los labios. ¿Mi madre se había vuelto loca? Iba a lograr que le diera un ataque a aquella encorvada mujer... –¿Qué religión es ésa? –dijo, subiendo el tono de voz hasta casi parecer una soprano. Se volvió hacia mi madre con una rapidez pasmosa. – ¿Tu hija no es católica? ¡Oh, Señor!   V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Sigue -->
  • 23. continuación...: Como mandaba la tradición, los novios abrieron el baile. Todos nos mudamos hacia el salón casi en estampida para no perdernos ningún detalle de la velada que estaba a punto de comenzar. Uno de los camareros pasó a mi lado y me apresuré a coger la que sería la última copa de champán para mí. Me apoyé en mi esquina favorita y observé todo el espectáculo de las múltiples parejas que se habían unido para bailar. Algunos lo hacían pésimamente, pero aquel no era precisamente un día de inhibiciones. Mi hermano Luis y su mujer, que, por cierto, después de su tercer parto se había ensanchado hasta límites insospechados, habían sido de los primeros en tomar sitio en la pista de baile. Hubiera jurado que Luis era incapaz de dar tres pasos sin hacerse un lío con los pies, pero viéndolo hoy hasta parecía Fred Astaire. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Busqué a Violeta, escaneando el lugar cuidadosamente. La encontré charlando con el mismo grupo con el que había cenado justo al otro extremo del salón. Me permití observarla aunque, por el contínuo tráfico de gente, me ví obligada a hacerlo intermitentemente. Parecía estar escuchando con atención puesto que asentía con la cabeza una y otra vez. A veces incluso sonreía levemente. Se había recogido el pelo, dejando su largo y hermoso cuello al desnudo. Admirarla me estaba dejando sin respiración. Su belleza no era comparable a nada de lo que hubiera visto jamás. Pensé en lo mucho que deseaba acercarme a ella y, sobre todo, en lo mucho que deseaba tocarla, aunque sólo fuera el más leve de los roces. Me di cuenta de que mi madre, otra vez, estaba dirigiendo su atención hacia mí, así que comencé una conversación forzada con uno de mis primos lejanos del que apenas recordaba el nombre. Todo valía cuando se trataba de alejar a mi progenitora y sus sospechas de mí. Después de pasar más de una hora allí, metida en varias conversaciones y rechazando sendas proposiciones para bailar, decidí escabullirme hasta el invernadero. Lo que finalmente me decidió a hacerlo fue que por dos veces había descubierto a mi tía Eloísa mirándome sospechosamente con aquellos acusadores ojillos suyos. Aquella mujer no se daba nunca por vencida. Tal vez había logrado que alguien la iluminara con el verdadero significado de la palabra lesbiana y ahora estaba imaginándome como una zorra pervertida... Además, tenía la loca esperanza de que Violeta me siguiera para así poder tener unos instantes a solas. La música del salón llegaba hasta aquel lugar con nitidez. Caminé por la escalinata de lonjas, deseando que a ninguna pareja con un repentino ardor amoroso se le hubiera ocurrido meterse allí. Cuando se hizo evidente que estaba sola, fui hasta el viejo sillón colgante y me senté tomado un pequeño sorbo de mi copa de champán. Eché la cabeza hacia atrás y crucé las piernas balanceándome lentamente. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos, Violeta estaba allí, de pie, a varios metros de mí. Esperé unos segundos, segura de que que aquello era producto de mi dilatada imaginación y que su imagen se desvanecería de un momento a otro. Pero ella no se disipó, aunque tampoco hizo cualquier mínimo movimiento que me indicara que era real. –Estoy segura de que me esperabas... –dijo al fin. Me levanté y di dos pasos hacia delante. –Sí. –Sabía que en cualquier momento vendrías a esconderte aquí. Pocas cosas cambian con el paso del tiempo... Me sorprendió su serenidad. Tragué saliva con algo de dificultad cuando comenzó a acercarse. Se fijó en mi copa y yo la miré entonces también. –Es la segunda... –comencé, sintiendo la imperiosa necesidad de darle explicaciones. –Esta noche no he... –Lo sé. –me cortó en seco. –Te he estado observando. Estaba completamente falta de palabras. No sabía qué decirle ni cómo actuar y la tensión en el ambiente comenzaba a tener efectos contraproducentes en mi estómago cuando sentí los primeros síntomas de que estaba a punto de rebelarse contra mí. –Estás preciosa... –continuó ella, la única de las dos que parecía tener algo de compostura. –Tú también. –"Brillante frase, muy original". –Sólo he venido para saber cómo estás. –dio dos pasos más y se colocó junto a mi hombro, mirando más allá de mí. –Ha pasado mucho tiempo... –Sí... –Ha sido una bonita fiesta, lástima que deba irme dentro de poco. –¿Vas a irte ya? –pregunté, demasiado disconforme como para poder evitar hacer la pregunta con serenidad. –Sí.
  • 24. Alzó un brazo para colocarse un furtivo mechón de pelo tras la oreja rozando mi hombro desnudo. Ni siquiera supe con certeza si había sido ella o el aire, pero contuve la respiración. Debió de ser sonoramente, puesto que Violeta  giró la cabeza por primera vez hacia mí. –Respira, Jimena, o lograrás asfixiarte. Su tono sarcástico me sacó de un plumazo de mi ensimismamiento. Violeta parecía estar dolida. Eso era algo que ya esperaba pero comprobarlo fue bastante doloroso. Me aparté de ella, dándole la espalda, y me acerqué hasta el pequeño muro que delimitaba los jardines. Deposité allí mi copa y me abracé a mí misma. –¿Has venido a despedirte? –pregunté con la voz atorada. –Algo así. Aunque no lo creas, me he alegrado mucho de verte. –¿Y por qué no iba a creérmelo? –dije con algo de malestar. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Violeta pareció sonreír sarcásticamente, pero no dijo nada. Simplemente se dio la vuelta dispuesta a irse. –Esto no ha sido tan buena idea, después de todo. Será mejor que me marche... Me puse cara a la salida y la vi andar despacio. –Por supuesto, márchate. Ya eres toda una experta en hacer eso. Violeta paró en seco. –¿Quieres que me quede? –se dio la vuelta. ¿A qué demonios estaba jugando? –No quiero que te vayas. –repuse. Levantó una ceja y sonrió de medio lado. –¿Es que me has echado de menos? Yo diría que te las has arreglado muy bien todo este tiempo sin mí... –prosiguió con su tono sarcástico. Algo me indicó que aquellas palabras tenían mucho que ver con el hecho de haberme visto cenando con Manuela. –¿Te sorprende el que no te haya perseguido como antaño? ¿Quizás el no haberte suplicado? –No juegues conmigo, Jimena. –fue una amenaza en toda regla. Suspiré. Deseaba dejar de lado nuestras diferencias por un instante y hacer lo que más deseaba hacer. Nunca había tenido demasiada fuerza de voluntad, y mucho menos si era algo referente a la azafata. Así que fui la primera en rendirme. –Violeta... –¿Qué? –Ven. Eso fue todo lo que ella parecía necesitar oír. Como si hasta ese momento fuese inconsciente o dudara de si yo la seguía deseando. No podía imaginar cómo Violeta era capaz de pensar algo así. Ella era mi vida. Lo era todo. Se acercó a mí dando pasos agigantados. La esperé allí todo lo erguida y tranquila que pude fingir, porque lo que realmente pasó fue que mis piernas comenzaron a flaquear con cada paso que ella daba. Abrí la boca cuando respirar por la nariz se me hizo insuficiente. Cuando se arrimó a mí tanto que la tela de nuestros respectivos vestidos se rozaban, sentí que estaba al borde de un colapso y cuando bajó su cabeza para colocar su boca sobre la mía, tuvo que pasar un brazo por mi cintura para evitar que mi cuerpo se escurrieran cuando por fin mis piernas cedieron. Pero no fue un beso de amor. No lo fue. Alguna vez ella me había besado así y yo supe, en cuanto mordió dolorosamente uno de mis labios, que estaba  depositando toda la frustración que yo le hacía sentir. Pero no me importó, en vez de eso, me abracé aún más a su cuello y la atraje hacia mí. Abrí la boca y su lengua la llenó por completo. Me obligó a dar pasos hacia atrás, hasta que la pared más próxima nos detuvo. Entonces levantó mi vestido por uno de los laterales, acariciando toda la piel a la que tenía acceso su mano. Supe, en ese momento, que me había echado tanto de menos como yo a ella. No había ninguna duda en cómo me besaba o me acariciaba, en su forma de intentar poseerme... La ayudé, soltando su cuello para recoger el traje en mi cintura con ambas manos. Fue entonces cuando por primera
  • 25. vez se rompió nuestro beso. Respirábamos con tanto arrebato que me era imposible oír la música del salón. Las  manos de Violeta se posaron en mi estómago, trazando círculos, acariciando los costados. Sentí que mi piel se erizaba bajo sus caricias. Sus dedos juguetearon con la banda elástica de las minúsculas braguitas que llevaba puestas mientras sus ojos azules no dejaban de mirarme ni un momento. Tiró de ellas hacia abajo y rodaron hasta mis rodillas. Comencé entonces a sacudir las piernas y cuando llegaron a mis tobillos me las saqué primero de una pierna y luego de la otra, lánzándolas lejos de mí con el pie. Violeta me observó profundamente. Alzó su mano para tocarme el rostro, guió sus dedos por el puente de mi nariz, trazó mis labios, la barbilla... –Contigo todo son preguntas sin respuesta. –dijo. –Pensé que podría venir aquí hoy y fingir que no existías, pensé que era lo suficientemente fuerte para hacerlo, pero siempre logras demoler cada defensa que me impongo. Y me pregunto cómo lo haces. Me pregunto, si una vez que se te conoce, puede haber una cura posible... V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Una de sus manos bajó hasta perderse entre mis piernas. Exhalé por el dolor de sentirla nuevamente allí. –Nadie que tenga algo contigo puede ganar una sola batalla contra ti... Aferré su muñeca para que no pudiera moverla de donde estaba y la obligué a cambiar nuestras posiciones, con lo que ella quedó contra la pared y yo apoyada contra su pecho, con mis piernas abiertas y sus manos aún en mi centro. Pero no me moví y ella tampoco. –¿No es aquí donde quieres estar? –me aferré a su mano aún más. – ¿No es esto lo que quieres? Aquello comenzaba a parecerse peligrosamente a una batalla que ambas lidiábamos por obtener el control, por subyugar a la otra. Y ninguna se mostraba dispuesta a rendirse primero. Me moví contra ella, hundí el rostro en su cuello. Ella respondió tomando mi boca de nuevo salvajemente. Mis caderas se movieron furiosas y Violeta me ayudó a guardar el equilibrio sujetándome por la cintura con la mano libre. Acaricié sus pechos cubiertos por la tela de su vestido y ella gimió contra mis labios. Cerré los ojos en cuanto la sensación de que estaba a punto de caer por un precipicio me inundó. La miré. Había logrado atrapar a Violeta en mi círculo vicioso, la había atraído a mi red y la estaba devorando hasta conseguir que tampoco ella se reconociera en sí misma. Ése era el momento, aún estaba a tiempo... Cuando volví tomar sus labios, certifiqué egoístamente que ella sería mía por el resto de su vida. No habría marcha atrás, si es que alguna vez la hubo. Violeta paró en seco todo proceder y me aparté en cuanto lo noté. Ella negó con la cabeza y poco a poco se separó, ambas seguíamos jadeando furiosamente. Se puso ambas manos en la cara, cubriendo por completo el rostro. Suspiró varias veces, todo ello bajo mi denso escrutinio. –Esto no está bien... –dijo. Comencé a recomponer mi ropa hasta lograr tener mi antigua apariencia. –Quién dice lo que está bien o está mal... –comenté mientras, con total despreocupación. –Lo digo yo. –sentenció seria. Me quedé en el sitio, mientras ella se alejaba por última vez desapareciendo tras la portezuela de hierro. Me apoyé sobre la pared, vencida. ¿Cuál era el siguiente paso? Si lo supiera no me habría quedado como una completa imbécil apoyada en aquella pared. Esperé hasta que mi respiración se normalizó y cuando lo hizo, di dos pasos al frente, notando algo entre mis piernas y recordando que había dejado mis bragas en algún sitio de aquel invernadero. Comencé a buscarlas frenéticamente, pero parecían haberse evaporado. –Maldita sea... –rezongué. Desistí de mi búsqueda cuando había escaneado las inmediaciones al menos cuatro veces sin hallar rastro de la prenda. Antes de salir de nuevo hacia el salón, respiré hondo y ensayé una expresión de completa relajación. La fiesta seguía en todo su apogeo. Todo el mundo parecía ajeno a lo que pasaba a su alrededor. Busqué a Violeta. Ni rastro de ella. Lo curioso de todo es que no me sorprendió. Me dirigí directamente hacia el baño, sintiéndome demasiada incómoda aún con la evidencia de mi excitación entre las piernas. Nada más reaparecer, me di cuenta de que mi hermana Ginebra se acercaba hasta mí con dos copas de champán, ofreciéndome una en cuanto bajé las escaleras y me puse a su altura. –¿Cómo te va? –preguntó inocentemente. –Bien, supongo. –tomé un sorbo. –Se ha ido, Jimena. –anunció en cuanto me vio girar los ojos en todas direcciones. –Hace unos diez minutos... Se