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Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias.

Renuncias: Los personajes de Xena, Gabrielle, Callisto y hasta puede que Ares y las Parcas, son
propiedad de MCA/Renaissance Pictures. Su aparición en esta historia no pretende infringir
ningún copyright.
Este fanfic recurre a algunas ideas y líneas argumentales tratadas en los episodios "Callisto" y
"Remember Nothing", aunque es muy distinto de ellos.
Advertencia: En este relato se describen escenas de amor y sexo entre dos mujeres, incluido
comportamientos sadomasoquistas consensuales, por lo que no debería ser leído por menores ni
por personas a quienes este tema disguste.

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Clasificación:

Autora: Iggy

U N

P E Q U E Ñ O

C A M B I O .

Xena se desperezó en la cama, sintiendo la sensualidad de su calor. Respiraba pesadamente; de hecho, se sentía
agotada. Ella siempre la dejaba así, destrozada, sin resuello, pero feliz. Se volvió, tratando de recuperar el aliento,
para acariciar aquellos cabellos rubios y aquel cuerpo menudo pero fuerte que tanto la apasionaba. Ella también
parecía agotada; no era de extrañar después de toda una noche haciendo el amor, se dijo Xena, sonriendo. El
tintineo de la cadena y su movimiento parecieron despertarla, y se volvió hacia ella en la oscuridad. Sintió aquellas
fuertes y expertas manos acariciar su cuello y atraerla hacia sí con rudeza. Xena, como siempre, se dejó hacer, al
tiempo que susurraba: –Sí, sí, mmm... Te deseo, Callisto.

*

La cavernosa sala del templo se hallaba vacía y oscura. Una figura alta y fuerte se movía por ella sigilosamente,
hasta que de repente exclamó:
–¡Parcas, diosas del Destino, yo os convoco!

De repente, varios pebeteros se inflamaron a la vez, revelando la aparición de tres mujeres. No eran mujeres en
realidad, sino diosas. Una era joven, una niña apenas, otra adulta y la tercera, de terrible mirada, vieja. Ante ellas
se hallaba el autor de la convocatoria. También era un dios, alto y fuerte.
–¿Por qué nos convocas de nuevo, Ares? –preguntó la diosa de menor edad.

–Eso, ¿no has quedado satisfecho con nuestros servicios? –preguntó además la siguiente, con clara ironía.

–Ya sabrás que no conviene jugar demasiado con los Destinos. –remachó sin sonreír la más vieja, que esgrimía
unas tijeras.
–Uhm, bien, vuestros servicios han sido adecuados, sin embargo... –el dios de la guerra parecía dudar. De repente
pareció más decidido. –La cosa no ha salido exactamente como yo esperaba.
–¿No? ¿Acaso Xena se encontró con Gabrielle después de todo? –preguntó Cloto, la niña, con una ingenuidad que
Ares encontró sumamente falsa.
–No, no es eso... –se obligó a responder el dios, sabiendo que no convenía tomar a broma a las terribles Parcas,
señoras de los Destinos. –Como me prometisteis, Xena marchó hacia en norte en vez de hacia el sur, de modo que
jamás se encontró con Gabrielle.
–¿Entonces? –preguntó Laquesis, la adulta, con inocencia sin duda fingida.
–Pues... digamos que Xena se encontró con otra persona... La situación ha resultado distinta a la que yo esperaba.
–Pero Xena ha seguido el camino del mal, ¿no es así? –insistió Átropos, con una mirada torva que Ares apenas pudo
sostener.
–Sí, pero... Le falta carácter... Le falta personalidad. ¡No es ella! ¡No es lo que yo esperaba! Ares rememoró el
desarrollo de los acontecimientos a partir del momento en que logró de las Parcas aquel servicio. En aquel mismo
lugar, las tres diosas le habían concedido aquel cambio en la línea del destino. Harto de la nefasta influencia de
Gabrielle sobre Xena, había decidido que la única solución consistiría en cortar aquello de raíz. En consecuencia,
había obtenido que Xena, al iniciar su búsqueda del bien y la redención, marchase hacia el norte y no hacia el sur,
hacia Potidea. En consecuencia, jamás se había encontrado con Gabrielle. Hasta ahí, todo había sido perfecto. Sin
embargo...

*
Xena marchaba solitaria, caminando por un estrecho sendero. El camino era tan malo que tenía que llevar a Argo de
la rienda. Aquel territorio... le traía recuerdos, recuerdos amargos. Cerca se hallaba la villa de Cirra, y...
Oh dioses, ¿cómo podré expiar tanto mal?, se preguntó en silencio, girando sus ojos hacia el cielo.
Sus pensamientos le impidieron fijarse en lo que ocurría. Por tanto, le sorprendió la voz que escuchó de repente
ante ella.

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–Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

Bajó entonces la mirada. Delante de ella se encontraba un grupo de soldados, de considerable mal aspecto. Entre
ellos, y montada a caballo, una mujer parecía comandarlos; era la que había hablado.
–Los dioses me favorecen, eso está claro. –dijo entonces la rubia mujer, con una cruel sonrisa en su rostro. Se apeó
del caballo, mirándola con inusitada intensidad. –No lo puedo creer. Eres Xena, Xena de Anfípolis, ¿no es así? –
preguntó mientras se le acercaba con cautela.
Xena dudó, entre asustada y sorprendida. Sin embargo, al fin asintió.
–Sí, soy yo. ¿Quién eres tú?

–¿No sabes quién soy? Tsk, tsk... –chasqueó la lengua con desaprobación la mujer, al tiempo que meneaba la
cabeza. –Bueno, supongo que no tienes por qué recordarlo. Tus víctimas han sido tantas. Además, tú ni siquiera me
verías...
Acto seguido, pasó a contarle cómo, tiempo atrás, el ejército de Xena había arrasado la villa de Cirra, incendiándola
de paso, y cómo la niña que era entonces Callisto había visto arder a toda su familia. Las palabras de la mujer se
clavaban como puñales en el corazón de Xena, uno tras otro. Al fin, con una sonrisa cruel y una mirada de falsa
compasión, Callisto se acercó a Xena, acariciándole el mentón.
–Y todo por culpa tuya. Yo buscando venganza contra el mundo, y mientras tanto tú caminando por ahí tan
tranquila. Pero ahora...
La expresión de la mujer expresó una repentina furia. De un tremendo manotazo transformó la caricia en un golpe
que arrojó a Xena contra el suelo.
–¡Vamos, defiéndete! ¡Ahora ha llegado mi momento! –exclamó, mientras los bien entrenados reflejos de Xena la
ponían de nuevo en pie, al tiempo que desenvainaba la espada.
La pelea fue salvaje, y Callisto luchó con pasión demoníaca. Xena, mientras paraba y contraatacaba, notaba que sus
reacciones no eran como solían. Lo cierto era que no deseaba vencer. Quizás aquel era su destino; si buscaba
expiación a sus crímenes, tal vez la iba a encontrar allí. De esta forma, la rubia guerrera fue ganando poco a poco la
lucha, hasta que finalmente, de un tremendo golpe, la espada de Xena salió volando por los aires. Xena quedó
sorprendida, viendo su espada caer hacia atrás, fuera de su alcance. Se volvió en un intento por recuperarla, pero
Callisto, entonces, lanzó una terrible patada contra su espalda. Xena cayó de bruces, y entonces sintió una rodilla
presionando su espalda con fuerza.
–Jajaja, ¡al fin mía! –exclamó Callisto con voz salvaje, al tiempo que agarraba los brazos de Xena y los ataba a su
espalda. Xena, derrotada, no se resistió. Tal vez aquel era su destino.

*

–Pero a partir de ese momento, las cosas no fueron como yo planeaba. –insistió Ares.

–Xena ha seguido el camino de Callisto, y no el de Gabrielle... –afirmó Cloto, insistiendo en su fingida inocencia
infantil para enfado de su interlocutor.
–Sí, desde luego. Sin embargo, le falta todo lo que necesito de ella.
–La querías por el camino del mal, ¿no es cierto? –le reprendió Laquesis.
–Sí, sí, sí... Pero le falta todo. Carácter, confianza, personalidad... ¡No es la misma Xena!
–No puedes jugar con los destinos como si fueran a darte todos tus deseos, Ares. Cuando introduces un cambio,
todo lo demás cambia. Por ejemplo, ¿no se te ha ocurrido pensar en qué fue de Gabrielle al no encontrar a Xena
para salvarla? –insistió Átropos con severidad. –Oh bueno, creo que fue esclavizada y eso la llevó por el camino del
mal. Pero me da lo mismo. ¡Yo es a Xena a la que quiero, a la Xena de antes! ¡La quiero volcada al mal, pero
ambiciosa y dura! No como ahora, como... –Ares meneó la cabeza, haciendo un gesto con la mano y recordando
cómo había ido todo tras el encuentro entre Xena y Callisto... como seguía en aquellos momentos.

*
Xena sintió cómo Callisto se apartaba de ella de nuevo. Intentó moverse, pero la cadena se había enredado y le
tiraba. Extendió una mano para alargarla, cuando Callisto se volvió de nuevo hacia ella. Sus dientes relucían en
medio de su sonrisa, pese a la oscuridad.
–¿Te molesta la cadena, amor?
–No, no, está bien así, mi ama. –respondió ella.
Callisto le dio entonces una bofetada, no demasiado fuerte.
–Ya te he dicho que no hace falta que me llames así cuando estemos solas. Sólo delante de mis soldados.

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–Sí, mi... Sí, Callisto... –respondió ella, viendo la sonrisa ensancharse.

Cuando despertó ya era de día. Callisto se había levantado y vestido con su armadura, y la miraba desde arriba
sonriendo. Xena todavía estaba desnuda, salvo por el collar que fijaba a su cuello la cadena. Callisto sabía que era
innecesaria; ella jamás escaparía de su lado, pero sin duda lo consideraba un conveniente recordatorio de su
situación.
Callisto no había sido dura con ella después de capturarla y convertirla en su esclava personal, no demasiado. No
después de todo lo que había sufrido por mi culpa, se dijo Xena. Oh, a veces usaba el látigo, como demostraban las
lívidas marcas en su espalda. Pero, pese al dolor, Xena se sentía extrañamente satisfecha de aquellas ocasiones.
Sabía que para Callisto eran una fuente de enorme satisfacción, y a ella le permitían sentir que expiaba sus culpas
de una forma evidente. –Vamos, vístete zorra, tengo algún trabajito para ti. –la reconvino ella, tirando de la cadena
fija a la cabecera de la cama, al tiempo que la soltaba de su collar.

*

–Sí, desde luego, Callisto la usa como su asesina personal, y ella mata a quien ella le ordena. Junto a Callisto, no
hay duda que sigue el camino del mal, pero...
–¿Pero? –Cloto miró a Ares con una sonrisa divertida.

–¡Pero no es la líder guerrera que yo quiero! –explotó Ares.

–Creo que tendrás que conformarte con eso, Ares. –insistió Laquesis.

–Puff... –Ares parecía derrotado. –Quizás algún otro cambio... –Los Destinos tienen sus propios caminos, Ares. Tal
vez quieras ver cómo siguen las cosas a partir de ahora... –La sonrisa de la vieja Átropos, tan poco habitual, no
tenía nada de amable mientras señalaba la mágica pila de agua de los Destinos.

*

Ya libre aunque con el collar permanentemente en torno a su cuello, Xena se vistió con su oscura armadura. Cogió
su espada y su chakram – Callisto le había permitido conservar sus armas – y se apresuró tras ella.
A Callisto no le gustaba comparecer ante sus hombres con ella a su lado. Sin duda se debía a la diferencia de
estatura. Por tanto, Xena se mantuvo tras ella, a una distancia prudente. Los guerreros de su ejército, rufianes más
bien, formaban un corro alrededor de su líder, esperando órdenes.
–Hay alguien a quien debemos eliminar. Me está haciendo la competencia, y ya estoy harta. La cosa será sencilla:
atacaréis a su ejército, mientras Xena se desliza tras él y la liquida. ¿Habéis entendido?
Los soldados gruñeron su asentimiento. Xena comprobó que el favoritismo que mostraba Callisto hacia ella
provocaba el resentimiento de algunos de ellos, pero desde luego nadie osó protestar.
–¿Xena? –Callisto la llamaba, apenas volviendo la cabeza hacia atrás.
–¿Sí, mi ama? –se apresuró ella, bajando la vista hacia el suelo.
–Marcharás junto a nosotros, y en cuanto yo te diga te desviarás, rodearás su ejército y matarás a su líder. ¿Está
claro?
Aquel no era un camino hacia el bien, Xena lo sabía desde hacía tiempo. Sin embargo, era un camino de expiación.
Ella era la responsable de que Callisto fuera como era, y a ella como culpable de su situación le correspondía tratar
de complacerla en todo. Asintió.
–Sí, mi ama, como ordenes.
Entonces sintió la fuerte mano de Callisto bajo su mentón. La obligó a levantar la vista – ella la había mantenido
respetuosamente baja – mientras con el otro brazo en torno a su cintura la atraía hacia sí. Delante de todos sus
hombres la besó con fuerza, introduciendo su lengua en su boca, a la vez que manoseaba su trasero levantando su
falda de cuero. Xena oyó los jadeos de asombro, risotadas y alguna maldición por lo bajo de los soldados, pero no se
resistió. En cuanto Callisto se apartó un poco, sintió que la empujaba hacia atrás con rudeza.
–Muy bien, ¡pues vamos! –exclamó entonces, sin fijarse ya en ella.
Callisto montó en su caballo. Xena marchaba a su lado, a pie, pues a Callisto no le gustaba que cabalgase, a menos
que fuera imprescindible. Ambas encabezaban la marcha con la fila de hombres tras ellas por el estrecho sendero.
Apenas habían avanzado durante un rato, cuando a la vuelta de un recodo se encontraron de frente con un
numeroso grupo armado.
La expresión de alarma de Callisto fue suficiente para Xena. Habían sido tomadas por sorpresa, y el plan se había
venido abajo. Quedó quieta, pendiente de la reacción de Callisto, sin fijarse apenas en sus oponentes.
–Maldita seas... ¿Crees que puedes tomarme el pelo? Una de las dos sobra aquí, y esa eres tú... –decía Callisto,
claramente enojada.

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Entonces, Xena se volvió para mirar a la persona a la que se dirigía, y que encabezaba al otro ejército montada
también a caballo. Por un instante, quedó desconcertada. Aquella mujer... Sin saber por qué, Xena acabó con la
boca abierta, paralizada. Una mujer, una chica apenas, era la comandante de aquel grupo. Era rubia, hermosa, de
ojos verdes y parecía de la misma estatura que Callisto. Se sintió mareada cuando sus miradas se cruzaron. Su
expresión era decidida y autoritaria, y sin embargo, cuando le sostuvo la mirada, esa expresión pareció dulcificarse
por un breve instante. Se sentía como si algo fallase, como si aquel encuentro fuese algo traído por el destino...
–¡Prepárate para morir, Gabrielle! –exclamó entonces Callisto, obligándola a salir de su ensimismamiento. –¡Mátala,
Xena! –la azuzó entonces.
La así llamada Gabrielle no pareció perder la calma, sino que se volvió como para ordenar a sus hombres que no
intervinieran. Sólo entonces cargó hacia ella, espoleando a su caballo.
En el encuentro, Xena logró parar el tremendo golpe de espada. Después, lanzando un tajo hacia su rodilla,
consiguió hacer descabalgar a su contrincante, que salió lanzada por encima de su caballo en cuanto lo hizo frenar
con brusquedad para evitar su tajo. Aterrizó tras dar una vuelta en el aire, sobre sus pies y sonriendo con
suficiencia.
–No sé quién eres, pero no podrás conmigo, guapa. –le dijo, acercándosele con prudencia.

–Es mi esclava y asesina personal, Gabrielle. –oyó Xena a Callisto tras ella. –Acabará contigo fácilmente, te lo
aseguro.
Las risas de Callisto no distrajeron a Gabrielle, que se lanzó a fondo con su espada en alto. Entrechocaron con
fuerza. Xena comprendió que se enfrentaba a una más que digna rival. Además, mientras peleaba se notaba incapaz
de concentrarse. Era algo similar a la vez en que había sido vencida por Callisto. Sentía algo extraño, pero
inconcreto. Jamás había visto a aquella chica, y sin embargo... Era incapaz de definir su sensación, mezcla de dejà–
vu y comprensión a punto de alcanzar pero siempre evasiva. Sintió que llevaba las de perder, y no fue la única.
Escuchó los jadeos de decepción de Callisto en cuanto fue evidente que la otra mujer estaba siendo superior.
–¡Acaba con ella, maldita estúpida! ¿Qué estás haciendo? ¡Esta noche probarás el látigo como nunca antes lo has
probado! ¡Todo lo anterior te parecerán caricias!
Las exclamaciones de Callisto no tuvieron el efecto deseado, sino más bien el contrario. La terminaron de
desconcentrar, de modo que el fin Gabrielle atravesó sus defensas y la alcanzó en un costado. No era un golpe
asesino, pero la hizo sangrar. Gabrielle aprovechó su instante de desconcierto para darle un terrible golpe con el
plano de la espada en la cabeza. Xena se desplomó, aturdida pero todavía consciente.
De esta forma, tendida en el suelo y con la brecha de su cuero cabelludo manando sangre, Xena pudo seguir los
acontecimientos que siguieron, si bien de forma poco clara. En todo caso, pudo escuchar el grito de rabia de Callisto,
agudo como un cuchillo, en el momento que se lanzaba contra su oponente. La lucha no fue rápida, aunque Xena no
lograba mantener una consciencia total. Callisto peleó con la fuerza salvaje que la caracterizaba, pero también llevó
las de perder. Xena no lograba ver lo que ocurría, pues su cabeza estaba tendida de lado sobre el suelo y apenas
lograba moverla, pero oía los gritos y el brutal entrechocar de las espadas. Sin embargo, sí que escuchó el terrible y
característico sonido de una espada penetrando un cuerpo y desgarrándolo por dentro. Callisto se desplomó entonces
a su lado, mirándola. De sus labios escapó un hilillo de sangre, al tiempo que tendía una mano hacia ella y
susurraba: –Xena...
Entonces la vida abandonó su cuerpo, y quedó muerta. Xena vio entonces a Gabrielle irguiéndose sobre su víctima, y
exclamando:
–¡Ahora, escoria, sois mi ejército! ¿Entendido?
Tras una breve vacilación, se escucharon los vítores de aquellos oportunistas rufianes, que aclamaron:
–¡Gabrielle! ¡Gabrielle! ¡Gabrielle! –Muy bien, sois mi ejército... –Xena notó que la tomaban por el pelo y la
obligaban a volver la vista hacia arriba. –... y ella es mía.
*
–¡¡No puede ser, no puede ser, no puede seeeeeer!! ¡Esto es horrible! –Ares se había apartado de la pila de los
Destinos, claramente desesperado. –¡Otra vez esa... esa... esa jodida zorra! ¿Es que jamás conseguiré librarme de
ella? –prosiguió, alzando sus manos engarfidas ante de su rostro.
–Pero es una Gabrielle muy distinta, Ares. –repuso Cloto con calma. –¿No te gusta?
–Uhm, bueno... –el dios de la guerra pareció reflexionar desconcertado.
–Ha llevado una vida cruel, y ahora es muy diferente a como era cuando su vida se cruzó con la de Xena. –expuso
en tono sospechosamente razonable Laquesis.
–Sea como sea, no me interesan ni Callisto ni Gabrielle. ¡Quiero a Xena, y la quiero como era antes! –se desesperó
de nuevo Ares. –Tal vez Gabrielle te sea de ayuda ahora. ¿No quieres verlo? –intervino Átropos con una expresión
que Ares no logró interpretar, entre una sonrisa y una mueca de desaprobación.

*

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La arrastraron entre dos hasta una tienda no muy diferente de la de Callisto. Una amplia cama la acogió, siempre la
supervisión de aquella extraña mujer, Gabrielle.
–Dejadla boca abajo, eso es. –les dijo a los dos hombres. En cuanto lo hubieron hecho dio nuevas órdenes:

–Preparadlo todo para marchar mañana por la mañana. Ahora todas las villas que estaban bajo Callisto son
nuestras, si nos movemos deprisa. Les exigiremos tributo o las saquearemos, así que tenedlo todo listo. Y ahora
marchaos.
Debieron ser reacios a cumplir su última orden, porque Xena la volvió a escuchar, en un tono irritado.
–¿No me habéis oído? ¡Marchaos y dejadme sola!

Esta vez debieron obedecer, porque ya no volvió a escuchar más órdenes. En cambio, Xena notó cómo unas manos
la despojaban de su armadura, lo que le produjo una punzada de dolor en el costado.
–¿Te duele? Oh, sí, parece que tienes una herida… –De nuevo el dolor la dejó sin aliento. –No es profunda. No te
preocupes, no necesita puntos, tan sólo un vendaje.
La mujer la atendió, lavando y vendando la herida. Una inspección de su cabeza reveló que aquella herida era
incluso menor, pues ya no sangraba. Xena se sentía más aturdida y desorientada que dolorida, aunque el recuerdo
de Callisto muerta la atormentaba. Entonces notó cómo las manos de Gabrielle recorrían su expuesta espalda,
deteniéndose aquí y allá.
–¿Ella te hizo esto? –preguntó, pasando las yemas de sus dedos por las cicatrices de su espalda.
–Sí...

–¿Por qué? ¿Cómo pudo hacerte esto? –La voz de Gabrielle parecía extrañada, aunque también asqueada.

–¿Por qué? Es lo natural... Yo era su esclava, y a veces me castigaba... –Xena se sentía avergonzada, no sabía de
qué, pero no le gustaban aquellas preguntas.
–¿Así por las buenas? No lo entiendo... Una mujer como tú... ¿Cómo se lo permitías?

–¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez me lo merecía? –Xena sintió hervir la indignación en su interior. Se
revolvió para mirar a aquella mujer a los ojos, despreciando el dolor de su costado.
Sin embargo, no descubrió la mirada de desprecio que había esperado ver. En cambio, se encontró con unos ojos
verdes y cálidos que no mostraban otra cosa más que compasión. Seguía con ambas manos posadas sobre su
espalda, y parecía querer comprender, sin conseguirlo.
–No... no lo entiendo... –dijo, en efecto. –Yo he sido esclava, y jamás... Sólo sentía rabia en mi interior, y deseos de
vengarme. También me hicieron cosas como esas. Ahora ya no podrán, desde luego.
Xena se reclinó sobre su espalda, notando que su peto había quedado sobre la cama. Sin embargo, no se cubrió,
sino que miró desafiante a la mujer.
–Es como si te conociera de siempre... –No era aquello lo que había querido decir. Había surgido de su garganta sin
voluntad aparente, aunque cuando lo escuchó supo que era verdad.
–A mí me ocurre algo parecido... –le respondió Gabrielle. –Es extraño...
Las dos quedaron sin saber qué decir. Al fin, para romper el embarazoso silencio, Xena carraspeó y dijo:
–Bueno, como dijiste, ahora soy tu esclava. Puesto que ya estoy mejor, sírvete disponer lo que gustes.
Dicho esto se incorporó sobre sus codos, con la intención de levantarse. Pero se encontró con las manos de
Gabrielle, que la empujaron de vuelta hacia atrás, contra el almohadón.
–Yo no tengo esclavos. Ya lo fui, y no me gusta para nada.
–No lo entiendo. Sin embargo, sí que saqueas villas y luchas y matas.
–Intento protegerme y proteger a los míos. Una cosa que aprendí cuando era esclava de un señor de la guerra es
que para parecer fuerte hay que demostrarlo con violencia.
Xena notó que una de las manos que la habían empujado se hallaba todavía contra uno de sus pechos. Miró la
mano, y luego a la cara de su propietaria, que sonreía.
–Después de todo, sí que quieres algo de mí...
–Sólo si tú también lo quieres...
–No sé si merezco que me pregunten eso.

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–¡Calla! No digas eso. ¿Acaso te gustaba lo que esa mujer...? –De alguna forma, mientras pronunciaba su última
frase, la comprensión fue alumbrando la expresión de Gabrielle, de modo que no necesitó terminarla. –Está bien... –
sonrió la rubia mujer, masajeando con suavidad el pecho atrapado entre sus dedos. –Si es lo que quieres...
Por toda respuesta, el pezón de Xena se fue irguiendo entre sus dedos. Gabrielle se situó encima de ella entonces, y
tomó unas cuantas vendas de las que sobraron. Con suavidad, cogió una de las manos de Xena y la guió hasta la
cabecera de la cama, mientras esta se limitaba a asistir pasiva, respirando con pesadez creciente. Allí procedió a
atar la muñeca con firmeza. Con deliberada lentitud hizo lo propio con la otra, hasta que Xena quedó bien amarrada.
Ya se hallaba entre sus muslos, su ropa caída junto a la cama, cuando Xena susurró:

–Creo... creo que eres distinta de Callisto. Puedes cambiar hacia el bien. Lo sé. Es como... Siento como si ya
hubiéramos hecho esto antes, o como si estuviéramos destinadas... –Creo que tienes razón... en todo. –dijo
Gabrielle acallando a la hermosa mujer bajo ella con un profundo beso.

*

–¡No lo puedo aguantar! ¡¡Esto es el colmo!! –Ares se apartó de la pila de nuevo, con expresión asqueada.

–¿Te molesta, Ares? Ya hacía algo similar, o peor, con Callisto. –le preguntó Cloto, sin que ni en su voz ni expresión
se notase el menor rubor ante lo que había visto. Porque no era una verdadera niña, se dijo Ares. Era tan vieja
como el Destino.
–¡No es eso, por los dioses! –exclamó. –Es que... ¡ahora es Xena la que va a llevar a Gabrielle por el camino del
bien! Por favor... Ya me lo sé, lo he visto hasta hartarme, y me conozco el juego... Qué desastre, nada sale ni
medianamente bien...
–Te dimos lo que nos pediste, Ares. Que Xena no se encontrase con Gabrielle cuando lo hizo. Sin embargo, los
cambios en los Destinos producen otros cambios, y estos otros... No puedes controlarlo todo para que salga como
quieres, Ares. Tal vez están destinadas a estar juntas y a compartir ese senda, sea cual sea la línea del destino que
elijas. –le reconvino con severidad Laquesis.
–Oh, está bien. Me habéis liado con vuestras artimañas, lo sé. Dejémoslo.

–Si nuestros cambios no son de tu agrado, lo mejor será que lo dejemos todo como estaba. –terció Átropos, riendo
con voz cascada de anciana. –Aunque lo mejor sería consultar con las interesadas antes. –¡Haced lo que queráis! ¡Yo
ya estoy harto! –exclamó Ares, dándose la vuelta y desvaneciéndose.

*

Cuando las tres Parcas hicieron su aparición en la tienda, Gabrielle se hallaba abrazada a Xena, descansando
apoyada en su costado. Esta, por su parte, todavía estaba amarrada a la cabecera de la cama, aunque parecía
realmente satisfecha. Respiraba con pesadez, y exhibía una curiosa sonrisa. La aparición sobresaltó, como es
natural, a ambas mujeres. Sin embargo se rehicieron pronto, y Gabrielle preguntó:
–¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí?

Las tres dueñas de los Destinos pasaron a explicarles las manipulaciones ocurridas en sus vidas, y cómo habían sido
completamente trastocadas por obra de aquel mínimo cambio operado por Ares. Las dos atendieron, entre
asombradas y curiosas.
–Ahora entiendo por qué tenía esa sensación... La primera vez que te vi... –dijo Gabrielle, todavía abrazada a Xena.
Esta asintió y dijo:
–A mí me ocurrió lo mismo. Fue como si... Como si siempre hubieras estado ahí...
–Entonces, ¿queréis volver a vuestro destino original? –preguntó Cloto.
–Desde luego, vuestro amor permanecerá. –intervino Laquesis.
–Y será más "normal"... –terció Átropos, con un cierto retintín de desaprobación en su voz..
–Mmm... Creo que... –Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de Gabrielle. Se había puesto en pie, y miraba a
Xena aún desnuda y amarrada a la cama, al tiempo que se lamía el labio superior. –No estoy muy segura...
FIN
TU OPINIÓN EN EL FORO

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Un pequeño cambio de Iggy

  • 1. Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias. Renuncias: Los personajes de Xena, Gabrielle, Callisto y hasta puede que Ares y las Parcas, son propiedad de MCA/Renaissance Pictures. Su aparición en esta historia no pretende infringir ningún copyright. Este fanfic recurre a algunas ideas y líneas argumentales tratadas en los episodios "Callisto" y "Remember Nothing", aunque es muy distinto de ellos. Advertencia: En este relato se describen escenas de amor y sexo entre dos mujeres, incluido comportamientos sadomasoquistas consensuales, por lo que no debería ser leído por menores ni por personas a quienes este tema disguste. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Clasificación: Autora: Iggy U N P E Q U E Ñ O C A M B I O . Xena se desperezó en la cama, sintiendo la sensualidad de su calor. Respiraba pesadamente; de hecho, se sentía agotada. Ella siempre la dejaba así, destrozada, sin resuello, pero feliz. Se volvió, tratando de recuperar el aliento, para acariciar aquellos cabellos rubios y aquel cuerpo menudo pero fuerte que tanto la apasionaba. Ella también parecía agotada; no era de extrañar después de toda una noche haciendo el amor, se dijo Xena, sonriendo. El tintineo de la cadena y su movimiento parecieron despertarla, y se volvió hacia ella en la oscuridad. Sintió aquellas fuertes y expertas manos acariciar su cuello y atraerla hacia sí con rudeza. Xena, como siempre, se dejó hacer, al tiempo que susurraba: –Sí, sí, mmm... Te deseo, Callisto. * La cavernosa sala del templo se hallaba vacía y oscura. Una figura alta y fuerte se movía por ella sigilosamente, hasta que de repente exclamó: –¡Parcas, diosas del Destino, yo os convoco! De repente, varios pebeteros se inflamaron a la vez, revelando la aparición de tres mujeres. No eran mujeres en realidad, sino diosas. Una era joven, una niña apenas, otra adulta y la tercera, de terrible mirada, vieja. Ante ellas se hallaba el autor de la convocatoria. También era un dios, alto y fuerte. –¿Por qué nos convocas de nuevo, Ares? –preguntó la diosa de menor edad. –Eso, ¿no has quedado satisfecho con nuestros servicios? –preguntó además la siguiente, con clara ironía. –Ya sabrás que no conviene jugar demasiado con los Destinos. –remachó sin sonreír la más vieja, que esgrimía unas tijeras. –Uhm, bien, vuestros servicios han sido adecuados, sin embargo... –el dios de la guerra parecía dudar. De repente pareció más decidido. –La cosa no ha salido exactamente como yo esperaba. –¿No? ¿Acaso Xena se encontró con Gabrielle después de todo? –preguntó Cloto, la niña, con una ingenuidad que Ares encontró sumamente falsa. –No, no es eso... –se obligó a responder el dios, sabiendo que no convenía tomar a broma a las terribles Parcas, señoras de los Destinos. –Como me prometisteis, Xena marchó hacia en norte en vez de hacia el sur, de modo que jamás se encontró con Gabrielle. –¿Entonces? –preguntó Laquesis, la adulta, con inocencia sin duda fingida. –Pues... digamos que Xena se encontró con otra persona... La situación ha resultado distinta a la que yo esperaba. –Pero Xena ha seguido el camino del mal, ¿no es así? –insistió Átropos, con una mirada torva que Ares apenas pudo
  • 2. sostener. –Sí, pero... Le falta carácter... Le falta personalidad. ¡No es ella! ¡No es lo que yo esperaba! Ares rememoró el desarrollo de los acontecimientos a partir del momento en que logró de las Parcas aquel servicio. En aquel mismo lugar, las tres diosas le habían concedido aquel cambio en la línea del destino. Harto de la nefasta influencia de Gabrielle sobre Xena, había decidido que la única solución consistiría en cortar aquello de raíz. En consecuencia, había obtenido que Xena, al iniciar su búsqueda del bien y la redención, marchase hacia el norte y no hacia el sur, hacia Potidea. En consecuencia, jamás se había encontrado con Gabrielle. Hasta ahí, todo había sido perfecto. Sin embargo... * Xena marchaba solitaria, caminando por un estrecho sendero. El camino era tan malo que tenía que llevar a Argo de la rienda. Aquel territorio... le traía recuerdos, recuerdos amargos. Cerca se hallaba la villa de Cirra, y... Oh dioses, ¿cómo podré expiar tanto mal?, se preguntó en silencio, girando sus ojos hacia el cielo. Sus pensamientos le impidieron fijarse en lo que ocurría. Por tanto, le sorprendió la voz que escuchó de repente ante ella. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m –Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Bajó entonces la mirada. Delante de ella se encontraba un grupo de soldados, de considerable mal aspecto. Entre ellos, y montada a caballo, una mujer parecía comandarlos; era la que había hablado. –Los dioses me favorecen, eso está claro. –dijo entonces la rubia mujer, con una cruel sonrisa en su rostro. Se apeó del caballo, mirándola con inusitada intensidad. –No lo puedo creer. Eres Xena, Xena de Anfípolis, ¿no es así? – preguntó mientras se le acercaba con cautela. Xena dudó, entre asustada y sorprendida. Sin embargo, al fin asintió. –Sí, soy yo. ¿Quién eres tú? –¿No sabes quién soy? Tsk, tsk... –chasqueó la lengua con desaprobación la mujer, al tiempo que meneaba la cabeza. –Bueno, supongo que no tienes por qué recordarlo. Tus víctimas han sido tantas. Además, tú ni siquiera me verías... Acto seguido, pasó a contarle cómo, tiempo atrás, el ejército de Xena había arrasado la villa de Cirra, incendiándola de paso, y cómo la niña que era entonces Callisto había visto arder a toda su familia. Las palabras de la mujer se clavaban como puñales en el corazón de Xena, uno tras otro. Al fin, con una sonrisa cruel y una mirada de falsa compasión, Callisto se acercó a Xena, acariciándole el mentón. –Y todo por culpa tuya. Yo buscando venganza contra el mundo, y mientras tanto tú caminando por ahí tan tranquila. Pero ahora... La expresión de la mujer expresó una repentina furia. De un tremendo manotazo transformó la caricia en un golpe que arrojó a Xena contra el suelo. –¡Vamos, defiéndete! ¡Ahora ha llegado mi momento! –exclamó, mientras los bien entrenados reflejos de Xena la ponían de nuevo en pie, al tiempo que desenvainaba la espada. La pelea fue salvaje, y Callisto luchó con pasión demoníaca. Xena, mientras paraba y contraatacaba, notaba que sus reacciones no eran como solían. Lo cierto era que no deseaba vencer. Quizás aquel era su destino; si buscaba expiación a sus crímenes, tal vez la iba a encontrar allí. De esta forma, la rubia guerrera fue ganando poco a poco la lucha, hasta que finalmente, de un tremendo golpe, la espada de Xena salió volando por los aires. Xena quedó sorprendida, viendo su espada caer hacia atrás, fuera de su alcance. Se volvió en un intento por recuperarla, pero Callisto, entonces, lanzó una terrible patada contra su espalda. Xena cayó de bruces, y entonces sintió una rodilla presionando su espalda con fuerza. –Jajaja, ¡al fin mía! –exclamó Callisto con voz salvaje, al tiempo que agarraba los brazos de Xena y los ataba a su espalda. Xena, derrotada, no se resistió. Tal vez aquel era su destino. * –Pero a partir de ese momento, las cosas no fueron como yo planeaba. –insistió Ares. –Xena ha seguido el camino de Callisto, y no el de Gabrielle... –afirmó Cloto, insistiendo en su fingida inocencia infantil para enfado de su interlocutor. –Sí, desde luego. Sin embargo, le falta todo lo que necesito de ella. –La querías por el camino del mal, ¿no es cierto? –le reprendió Laquesis. –Sí, sí, sí... Pero le falta todo. Carácter, confianza, personalidad... ¡No es la misma Xena! –No puedes jugar con los destinos como si fueran a darte todos tus deseos, Ares. Cuando introduces un cambio,
  • 3. todo lo demás cambia. Por ejemplo, ¿no se te ha ocurrido pensar en qué fue de Gabrielle al no encontrar a Xena para salvarla? –insistió Átropos con severidad. –Oh bueno, creo que fue esclavizada y eso la llevó por el camino del mal. Pero me da lo mismo. ¡Yo es a Xena a la que quiero, a la Xena de antes! ¡La quiero volcada al mal, pero ambiciosa y dura! No como ahora, como... –Ares meneó la cabeza, haciendo un gesto con la mano y recordando cómo había ido todo tras el encuentro entre Xena y Callisto... como seguía en aquellos momentos. * Xena sintió cómo Callisto se apartaba de ella de nuevo. Intentó moverse, pero la cadena se había enredado y le tiraba. Extendió una mano para alargarla, cuando Callisto se volvió de nuevo hacia ella. Sus dientes relucían en medio de su sonrisa, pese a la oscuridad. –¿Te molesta la cadena, amor? –No, no, está bien así, mi ama. –respondió ella. Callisto le dio entonces una bofetada, no demasiado fuerte. –Ya te he dicho que no hace falta que me llames así cuando estemos solas. Sólo delante de mis soldados. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m –Sí, mi... Sí, Callisto... –respondió ella, viendo la sonrisa ensancharse. Cuando despertó ya era de día. Callisto se había levantado y vestido con su armadura, y la miraba desde arriba sonriendo. Xena todavía estaba desnuda, salvo por el collar que fijaba a su cuello la cadena. Callisto sabía que era innecesaria; ella jamás escaparía de su lado, pero sin duda lo consideraba un conveniente recordatorio de su situación. Callisto no había sido dura con ella después de capturarla y convertirla en su esclava personal, no demasiado. No después de todo lo que había sufrido por mi culpa, se dijo Xena. Oh, a veces usaba el látigo, como demostraban las lívidas marcas en su espalda. Pero, pese al dolor, Xena se sentía extrañamente satisfecha de aquellas ocasiones. Sabía que para Callisto eran una fuente de enorme satisfacción, y a ella le permitían sentir que expiaba sus culpas de una forma evidente. –Vamos, vístete zorra, tengo algún trabajito para ti. –la reconvino ella, tirando de la cadena fija a la cabecera de la cama, al tiempo que la soltaba de su collar. * –Sí, desde luego, Callisto la usa como su asesina personal, y ella mata a quien ella le ordena. Junto a Callisto, no hay duda que sigue el camino del mal, pero... –¿Pero? –Cloto miró a Ares con una sonrisa divertida. –¡Pero no es la líder guerrera que yo quiero! –explotó Ares. –Creo que tendrás que conformarte con eso, Ares. –insistió Laquesis. –Puff... –Ares parecía derrotado. –Quizás algún otro cambio... –Los Destinos tienen sus propios caminos, Ares. Tal vez quieras ver cómo siguen las cosas a partir de ahora... –La sonrisa de la vieja Átropos, tan poco habitual, no tenía nada de amable mientras señalaba la mágica pila de agua de los Destinos. * Ya libre aunque con el collar permanentemente en torno a su cuello, Xena se vistió con su oscura armadura. Cogió su espada y su chakram – Callisto le había permitido conservar sus armas – y se apresuró tras ella. A Callisto no le gustaba comparecer ante sus hombres con ella a su lado. Sin duda se debía a la diferencia de estatura. Por tanto, Xena se mantuvo tras ella, a una distancia prudente. Los guerreros de su ejército, rufianes más bien, formaban un corro alrededor de su líder, esperando órdenes. –Hay alguien a quien debemos eliminar. Me está haciendo la competencia, y ya estoy harta. La cosa será sencilla: atacaréis a su ejército, mientras Xena se desliza tras él y la liquida. ¿Habéis entendido? Los soldados gruñeron su asentimiento. Xena comprobó que el favoritismo que mostraba Callisto hacia ella provocaba el resentimiento de algunos de ellos, pero desde luego nadie osó protestar. –¿Xena? –Callisto la llamaba, apenas volviendo la cabeza hacia atrás. –¿Sí, mi ama? –se apresuró ella, bajando la vista hacia el suelo. –Marcharás junto a nosotros, y en cuanto yo te diga te desviarás, rodearás su ejército y matarás a su líder. ¿Está claro? Aquel no era un camino hacia el bien, Xena lo sabía desde hacía tiempo. Sin embargo, era un camino de expiación. Ella era la responsable de que Callisto fuera como era, y a ella como culpable de su situación le correspondía tratar de complacerla en todo. Asintió. –Sí, mi ama, como ordenes.
  • 4. Entonces sintió la fuerte mano de Callisto bajo su mentón. La obligó a levantar la vista – ella la había mantenido respetuosamente baja – mientras con el otro brazo en torno a su cintura la atraía hacia sí. Delante de todos sus hombres la besó con fuerza, introduciendo su lengua en su boca, a la vez que manoseaba su trasero levantando su falda de cuero. Xena oyó los jadeos de asombro, risotadas y alguna maldición por lo bajo de los soldados, pero no se resistió. En cuanto Callisto se apartó un poco, sintió que la empujaba hacia atrás con rudeza. –Muy bien, ¡pues vamos! –exclamó entonces, sin fijarse ya en ella. Callisto montó en su caballo. Xena marchaba a su lado, a pie, pues a Callisto no le gustaba que cabalgase, a menos que fuera imprescindible. Ambas encabezaban la marcha con la fila de hombres tras ellas por el estrecho sendero. Apenas habían avanzado durante un rato, cuando a la vuelta de un recodo se encontraron de frente con un numeroso grupo armado. La expresión de alarma de Callisto fue suficiente para Xena. Habían sido tomadas por sorpresa, y el plan se había venido abajo. Quedó quieta, pendiente de la reacción de Callisto, sin fijarse apenas en sus oponentes. –Maldita seas... ¿Crees que puedes tomarme el pelo? Una de las dos sobra aquí, y esa eres tú... –decía Callisto, claramente enojada. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Entonces, Xena se volvió para mirar a la persona a la que se dirigía, y que encabezaba al otro ejército montada también a caballo. Por un instante, quedó desconcertada. Aquella mujer... Sin saber por qué, Xena acabó con la boca abierta, paralizada. Una mujer, una chica apenas, era la comandante de aquel grupo. Era rubia, hermosa, de ojos verdes y parecía de la misma estatura que Callisto. Se sintió mareada cuando sus miradas se cruzaron. Su expresión era decidida y autoritaria, y sin embargo, cuando le sostuvo la mirada, esa expresión pareció dulcificarse por un breve instante. Se sentía como si algo fallase, como si aquel encuentro fuese algo traído por el destino... –¡Prepárate para morir, Gabrielle! –exclamó entonces Callisto, obligándola a salir de su ensimismamiento. –¡Mátala, Xena! –la azuzó entonces. La así llamada Gabrielle no pareció perder la calma, sino que se volvió como para ordenar a sus hombres que no intervinieran. Sólo entonces cargó hacia ella, espoleando a su caballo. En el encuentro, Xena logró parar el tremendo golpe de espada. Después, lanzando un tajo hacia su rodilla, consiguió hacer descabalgar a su contrincante, que salió lanzada por encima de su caballo en cuanto lo hizo frenar con brusquedad para evitar su tajo. Aterrizó tras dar una vuelta en el aire, sobre sus pies y sonriendo con suficiencia. –No sé quién eres, pero no podrás conmigo, guapa. –le dijo, acercándosele con prudencia. –Es mi esclava y asesina personal, Gabrielle. –oyó Xena a Callisto tras ella. –Acabará contigo fácilmente, te lo aseguro. Las risas de Callisto no distrajeron a Gabrielle, que se lanzó a fondo con su espada en alto. Entrechocaron con fuerza. Xena comprendió que se enfrentaba a una más que digna rival. Además, mientras peleaba se notaba incapaz de concentrarse. Era algo similar a la vez en que había sido vencida por Callisto. Sentía algo extraño, pero inconcreto. Jamás había visto a aquella chica, y sin embargo... Era incapaz de definir su sensación, mezcla de dejà– vu y comprensión a punto de alcanzar pero siempre evasiva. Sintió que llevaba las de perder, y no fue la única. Escuchó los jadeos de decepción de Callisto en cuanto fue evidente que la otra mujer estaba siendo superior. –¡Acaba con ella, maldita estúpida! ¿Qué estás haciendo? ¡Esta noche probarás el látigo como nunca antes lo has probado! ¡Todo lo anterior te parecerán caricias! Las exclamaciones de Callisto no tuvieron el efecto deseado, sino más bien el contrario. La terminaron de desconcentrar, de modo que el fin Gabrielle atravesó sus defensas y la alcanzó en un costado. No era un golpe asesino, pero la hizo sangrar. Gabrielle aprovechó su instante de desconcierto para darle un terrible golpe con el plano de la espada en la cabeza. Xena se desplomó, aturdida pero todavía consciente. De esta forma, tendida en el suelo y con la brecha de su cuero cabelludo manando sangre, Xena pudo seguir los acontecimientos que siguieron, si bien de forma poco clara. En todo caso, pudo escuchar el grito de rabia de Callisto, agudo como un cuchillo, en el momento que se lanzaba contra su oponente. La lucha no fue rápida, aunque Xena no lograba mantener una consciencia total. Callisto peleó con la fuerza salvaje que la caracterizaba, pero también llevó las de perder. Xena no lograba ver lo que ocurría, pues su cabeza estaba tendida de lado sobre el suelo y apenas lograba moverla, pero oía los gritos y el brutal entrechocar de las espadas. Sin embargo, sí que escuchó el terrible y característico sonido de una espada penetrando un cuerpo y desgarrándolo por dentro. Callisto se desplomó entonces a su lado, mirándola. De sus labios escapó un hilillo de sangre, al tiempo que tendía una mano hacia ella y susurraba: –Xena... Entonces la vida abandonó su cuerpo, y quedó muerta. Xena vio entonces a Gabrielle irguiéndose sobre su víctima, y exclamando: –¡Ahora, escoria, sois mi ejército! ¿Entendido? Tras una breve vacilación, se escucharon los vítores de aquellos oportunistas rufianes, que aclamaron: –¡Gabrielle! ¡Gabrielle! ¡Gabrielle! –Muy bien, sois mi ejército... –Xena notó que la tomaban por el pelo y la obligaban a volver la vista hacia arriba. –... y ella es mía.
  • 5. * –¡¡No puede ser, no puede ser, no puede seeeeeer!! ¡Esto es horrible! –Ares se había apartado de la pila de los Destinos, claramente desesperado. –¡Otra vez esa... esa... esa jodida zorra! ¿Es que jamás conseguiré librarme de ella? –prosiguió, alzando sus manos engarfidas ante de su rostro. –Pero es una Gabrielle muy distinta, Ares. –repuso Cloto con calma. –¿No te gusta? –Uhm, bueno... –el dios de la guerra pareció reflexionar desconcertado. –Ha llevado una vida cruel, y ahora es muy diferente a como era cuando su vida se cruzó con la de Xena. –expuso en tono sospechosamente razonable Laquesis. –Sea como sea, no me interesan ni Callisto ni Gabrielle. ¡Quiero a Xena, y la quiero como era antes! –se desesperó de nuevo Ares. –Tal vez Gabrielle te sea de ayuda ahora. ¿No quieres verlo? –intervino Átropos con una expresión que Ares no logró interpretar, entre una sonrisa y una mueca de desaprobación. * V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m La arrastraron entre dos hasta una tienda no muy diferente de la de Callisto. Una amplia cama la acogió, siempre la supervisión de aquella extraña mujer, Gabrielle. –Dejadla boca abajo, eso es. –les dijo a los dos hombres. En cuanto lo hubieron hecho dio nuevas órdenes: –Preparadlo todo para marchar mañana por la mañana. Ahora todas las villas que estaban bajo Callisto son nuestras, si nos movemos deprisa. Les exigiremos tributo o las saquearemos, así que tenedlo todo listo. Y ahora marchaos. Debieron ser reacios a cumplir su última orden, porque Xena la volvió a escuchar, en un tono irritado. –¿No me habéis oído? ¡Marchaos y dejadme sola! Esta vez debieron obedecer, porque ya no volvió a escuchar más órdenes. En cambio, Xena notó cómo unas manos la despojaban de su armadura, lo que le produjo una punzada de dolor en el costado. –¿Te duele? Oh, sí, parece que tienes una herida… –De nuevo el dolor la dejó sin aliento. –No es profunda. No te preocupes, no necesita puntos, tan sólo un vendaje. La mujer la atendió, lavando y vendando la herida. Una inspección de su cabeza reveló que aquella herida era incluso menor, pues ya no sangraba. Xena se sentía más aturdida y desorientada que dolorida, aunque el recuerdo de Callisto muerta la atormentaba. Entonces notó cómo las manos de Gabrielle recorrían su expuesta espalda, deteniéndose aquí y allá. –¿Ella te hizo esto? –preguntó, pasando las yemas de sus dedos por las cicatrices de su espalda. –Sí... –¿Por qué? ¿Cómo pudo hacerte esto? –La voz de Gabrielle parecía extrañada, aunque también asqueada. –¿Por qué? Es lo natural... Yo era su esclava, y a veces me castigaba... –Xena se sentía avergonzada, no sabía de qué, pero no le gustaban aquellas preguntas. –¿Así por las buenas? No lo entiendo... Una mujer como tú... ¿Cómo se lo permitías? –¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez me lo merecía? –Xena sintió hervir la indignación en su interior. Se revolvió para mirar a aquella mujer a los ojos, despreciando el dolor de su costado. Sin embargo, no descubrió la mirada de desprecio que había esperado ver. En cambio, se encontró con unos ojos verdes y cálidos que no mostraban otra cosa más que compasión. Seguía con ambas manos posadas sobre su espalda, y parecía querer comprender, sin conseguirlo. –No... no lo entiendo... –dijo, en efecto. –Yo he sido esclava, y jamás... Sólo sentía rabia en mi interior, y deseos de vengarme. También me hicieron cosas como esas. Ahora ya no podrán, desde luego. Xena se reclinó sobre su espalda, notando que su peto había quedado sobre la cama. Sin embargo, no se cubrió, sino que miró desafiante a la mujer. –Es como si te conociera de siempre... –No era aquello lo que había querido decir. Había surgido de su garganta sin voluntad aparente, aunque cuando lo escuchó supo que era verdad. –A mí me ocurre algo parecido... –le respondió Gabrielle. –Es extraño... Las dos quedaron sin saber qué decir. Al fin, para romper el embarazoso silencio, Xena carraspeó y dijo: –Bueno, como dijiste, ahora soy tu esclava. Puesto que ya estoy mejor, sírvete disponer lo que gustes.
  • 6. Dicho esto se incorporó sobre sus codos, con la intención de levantarse. Pero se encontró con las manos de Gabrielle, que la empujaron de vuelta hacia atrás, contra el almohadón. –Yo no tengo esclavos. Ya lo fui, y no me gusta para nada. –No lo entiendo. Sin embargo, sí que saqueas villas y luchas y matas. –Intento protegerme y proteger a los míos. Una cosa que aprendí cuando era esclava de un señor de la guerra es que para parecer fuerte hay que demostrarlo con violencia. Xena notó que una de las manos que la habían empujado se hallaba todavía contra uno de sus pechos. Miró la mano, y luego a la cara de su propietaria, que sonreía. –Después de todo, sí que quieres algo de mí... –Sólo si tú también lo quieres... –No sé si merezco que me pregunten eso. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m –¡Calla! No digas eso. ¿Acaso te gustaba lo que esa mujer...? –De alguna forma, mientras pronunciaba su última frase, la comprensión fue alumbrando la expresión de Gabrielle, de modo que no necesitó terminarla. –Está bien... – sonrió la rubia mujer, masajeando con suavidad el pecho atrapado entre sus dedos. –Si es lo que quieres... Por toda respuesta, el pezón de Xena se fue irguiendo entre sus dedos. Gabrielle se situó encima de ella entonces, y tomó unas cuantas vendas de las que sobraron. Con suavidad, cogió una de las manos de Xena y la guió hasta la cabecera de la cama, mientras esta se limitaba a asistir pasiva, respirando con pesadez creciente. Allí procedió a atar la muñeca con firmeza. Con deliberada lentitud hizo lo propio con la otra, hasta que Xena quedó bien amarrada. Ya se hallaba entre sus muslos, su ropa caída junto a la cama, cuando Xena susurró: –Creo... creo que eres distinta de Callisto. Puedes cambiar hacia el bien. Lo sé. Es como... Siento como si ya hubiéramos hecho esto antes, o como si estuviéramos destinadas... –Creo que tienes razón... en todo. –dijo Gabrielle acallando a la hermosa mujer bajo ella con un profundo beso. * –¡No lo puedo aguantar! ¡¡Esto es el colmo!! –Ares se apartó de la pila de nuevo, con expresión asqueada. –¿Te molesta, Ares? Ya hacía algo similar, o peor, con Callisto. –le preguntó Cloto, sin que ni en su voz ni expresión se notase el menor rubor ante lo que había visto. Porque no era una verdadera niña, se dijo Ares. Era tan vieja como el Destino. –¡No es eso, por los dioses! –exclamó. –Es que... ¡ahora es Xena la que va a llevar a Gabrielle por el camino del bien! Por favor... Ya me lo sé, lo he visto hasta hartarme, y me conozco el juego... Qué desastre, nada sale ni medianamente bien... –Te dimos lo que nos pediste, Ares. Que Xena no se encontrase con Gabrielle cuando lo hizo. Sin embargo, los cambios en los Destinos producen otros cambios, y estos otros... No puedes controlarlo todo para que salga como quieres, Ares. Tal vez están destinadas a estar juntas y a compartir ese senda, sea cual sea la línea del destino que elijas. –le reconvino con severidad Laquesis. –Oh, está bien. Me habéis liado con vuestras artimañas, lo sé. Dejémoslo. –Si nuestros cambios no son de tu agrado, lo mejor será que lo dejemos todo como estaba. –terció Átropos, riendo con voz cascada de anciana. –Aunque lo mejor sería consultar con las interesadas antes. –¡Haced lo que queráis! ¡Yo ya estoy harto! –exclamó Ares, dándose la vuelta y desvaneciéndose. * Cuando las tres Parcas hicieron su aparición en la tienda, Gabrielle se hallaba abrazada a Xena, descansando apoyada en su costado. Esta, por su parte, todavía estaba amarrada a la cabecera de la cama, aunque parecía realmente satisfecha. Respiraba con pesadez, y exhibía una curiosa sonrisa. La aparición sobresaltó, como es natural, a ambas mujeres. Sin embargo se rehicieron pronto, y Gabrielle preguntó: –¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí? Las tres dueñas de los Destinos pasaron a explicarles las manipulaciones ocurridas en sus vidas, y cómo habían sido completamente trastocadas por obra de aquel mínimo cambio operado por Ares. Las dos atendieron, entre asombradas y curiosas. –Ahora entiendo por qué tenía esa sensación... La primera vez que te vi... –dijo Gabrielle, todavía abrazada a Xena. Esta asintió y dijo: –A mí me ocurrió lo mismo. Fue como si... Como si siempre hubieras estado ahí... –Entonces, ¿queréis volver a vuestro destino original? –preguntó Cloto.
  • 7. –Desde luego, vuestro amor permanecerá. –intervino Laquesis. –Y será más "normal"... –terció Átropos, con un cierto retintín de desaprobación en su voz.. –Mmm... Creo que... –Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de Gabrielle. Se había puesto en pie, y miraba a Xena aún desnuda y amarrada a la cama, al tiempo que se lamía el labio superior. –No estoy muy segura... FIN TU OPINIÓN EN EL FORO V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m