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A Dios, sobre todas las cosas, y a
              Mi hermana: pusiste Paris
a mis pies, sin ninguna palabra ni gesto
                          de cansancio.
“Los liberales estaban decididos a lanzarse a la guerra. Como Aureliano tenía
 en esa época nociones muy confusas sobre la diferencia entre conservadores
 y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los liberales, le decía,
       eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas de
 implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los
       hijos naturales que a los legítimos, y de despedazar el país en un sistema
federal que despojara de poderes a la autoridad suprema. Los conservadores,
   en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban
  por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los defensores de
     la fe de Cristo, del principio de autoridad y no estaban dispuestos a permitir
      que el país fuera descuartizado en entidades autónomas. Por sentimientos
          humanitarios, Aureliano simpatizaba con la actitud liberal respecto a los
    derechos de los hijos naturales, pero de todos modos no entendía cómo se
  llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con
                                                                       las manos. ”

                                                        Cien años de soledad,
                                                  GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Prologo


Este libro, no es más que una historia dibujada de la realidad. –Con un
testimonio verdadero-, pero, quizás, en algún momento puede llegar a ser la
historia directa de alguien que haya sufrido en carne propia las atrocidades de
un ridículo conflicto que ya despierta intereses internacionales, por su
antigüedad. Aunque siga solo siendo una historia imaginada, no dejara de
sucumbir en hechos totalmente reales de historia contemporánea en nuestro
país, donde existe el poder y el antipoder y en cualquier parte donde ellos
ejercen, estamos nosotros que somos carentes de esos dos poderes, incluso el
tiempo parece demostrarnos que no hay lugar en nosotros para: Poder exigir;
-aunque nos auto-denominemos democráticos- poder hacer; poder vivir, y
poder, incluso, elegir la forma de morir, y desgraciadamente, por el poder y el
antipoder, perdemos constantemente la capacidad de poder soñar para
perpetuarnos, únicamente con la resignación. Y ni que decir de intentar tomar
el poder para ejercerlo contra el antipoder, eso en nuestro país nos convierte
en personas que solo tienen el poder de ser temerarios, cuando antes los
llamábamos: patriotas.

Se debe tener presente que las personas, que crecimos haciendo caso del
poder, vimos a ese viejo antipoder, haciendo lo que mejor sabían hacer:
arremeter, para después mimetizarse en lo ancho y plano de todas nuestras
selvas, porque si algo sabe hacer el antipoder en su ancestral estrategia es:
atacar, esconderse y pregonar ideas políticas, para unos cuantos que solo
saben de sapos, reptiles y animales rastreros. Ellos piensan que el antipoder
tiene ideas salvadoras, porque les paso lo mismo: crecieron solo viendo el
poder de lo que para nosotros es el antipoder. No podemos culparlos, ni
apresurarnos a juzgarlos, porque ellos estaban en lugares, donde el poder ni se
asomaba y el antipoder, ejerciendo también su oportunismo, llego a ellos como
única esperanza y oportunidad.

Es un antiguo conflicto, o quizás un antiguo dilema, donde nadie ha sido capaz
de resolverlo, porque se han involucrado todas las cosas que alimentan las
diferencias entre unos y otros, donde ya no hay estereotipos de ninguna clase,
solamente hay prejuicios y la única forma de defenderlos y sostenerlos es la
muerte del otro prejuicio, como sea y al precio que sea, porque cuando
entramos a ser parte del conflicto nos convertimos en cifras, números y en
sujetos prejuiciosos totalmente marginados de una condición humana, donde
solo hay un instantes para acordarnos que somos prejuicios con un esporádico
uso de la razón, pero esa misma razón vuelve a ser utilizada como una
herramienta mas de lo mismo de siempre: argumento que solo sirve para
enjuiciar y silenciar el otro prejuicio que tiene como disfraz una ridícula forma
humana.
****


Algunos de los padres de nuestros padres, vieron nacer este conflicto y en su
mayoría lo alimentaron, con sus inquebrantables costumbres y sus fervorosas
creencias, que fueron manipulas con la ideología divina, donde desde muchos
pulpitos se llegó a decir que el rojo era pecado y verlo con buenos ojos también
lo era. Qué pensaría el mismo Jesús en vida, al ver que algunos de los
hombres de su iglesia, utilizaron su poder como proselitismo político, para no
darle cabida al drenaje de sus fieles con nuevas ideas, ni mucho menos a la
posible reducción de las futuras limosnas que sostenían sus grandes arcas.
Acaso no fue el mismo Jesucristo en vida, quien dijo: “Pues bien, lo del César
devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios” Afortunadamente, aun existen
algunas comunidades de la iglesia que se marginan de todo anhelo de poder,
para ayudar, de forma muy silenciosa, a las personas que se convierten en
victimas del poder y del antipoder. Perdón: de los números, las cifras y las
estadísticas, que se convierten en victimas.

No solo nuestros ancestros alimentaron el conflicto con sus creyentes oídos,
hoy por hoy nosotros, también alimentamos parte del conflicto, cuando le
rendimos culto a todos los medios de información, que nos muestran solo lo
que ellos nos quieran mostrar, porque en Colombia los dueños de la
información son unos pocos y cuando existe algún hecho que los involucra
directamente en algo, entonces pasa a ser manipulado o silenciado, mientras
nosotros seguimos engullendo todo lo que nos muestran y nos dicen, sin
darnos cuenta que volvemos a convertirnos en cifras y números, pero en esta
ocasión no tomamos el nombre de victimas, simplemente pasamos a llamarnos
de forma más “in” “rating”. Antes se le conocía como sintonía. Estamos
haciendo lo mismo que hacían los abuelos con las arcas de la iglesia, pero esta
vez en los bolsillos de otros y mientras ellos tengan atrocidades del conflicto
para mostrar todas las noches, nosotros estamos siendo medidos por la
sintonía. Perdón: “rating”.


No acepto, ni conseguiré aceptarlo, mientras viva, que los dueños de la vida en
Colombia, después de largo tiempo, sigan siendo el poder y el antipoder, solo
por orden de ellos vivimos si ellos lo desean y hasta que lo crean conveniente y
morimos si ellos firman la orden, que pareciera mas otro contrato corrupto y
lucrativo entre ellos la muerte y Caronte. No aceptaría la idea de morir a manos
del poder y del antipoder, como si mi existencia o la del cualquier persona en
Colombia fuera, capricho de ellos, o sea, la arbitrariedad de unos pocos, que
son menos que todos nosotros, pero que lamentablemente son los dueños del
poder y del antipoder y nosotros un pueblo de impotentes que día a día solo
tenemos el poder de aguantar y seguir soportando todo tipo de infamias. No
debemos seguir visualizándonos, como la victima entre la espada y la pared,
porque ese es otro rol que nunca nos recompensará, pero si hay algo mas
cruel que la muerte a manos de los dos poderes, es nuestra propia indiferencia,
que por decirlo de alguna forma es el aire que hace falta entre la espada y la
pared.


Extiendo mis cuestionamientos a mis primeros años de aprendizaje, donde era
una mente en blanco, sin estereotipos ni mucho menos prejuicios. Esas eran
palabras de adultos; de profesores o de gente con mucho más conocimiento.
Épocas en las que me enseñaron que Dios que creo el mundo, con mares,
océanos montañas, desiertos y tierras que después se convirtieron en países.
En esos países surgen las culturas y formas de estado, que después se
expanden a lo largo y ancho de la tierra. También me enseñaron que existieron
grandes lideres: “Padres de la patria”
Entre ellos el más grande de la historia Colombiana: Simón Bolívar “El
libertador” Con historias tan asombrosas como las que escuchaba de labios
de un viejo y alcohólico soñador que nos decía: “Simón Bolívar, era capaz de
estar montado en su caballo durante ocho días sin parar.” Nosotros que más
podíamos hacer: ¡imaginar el gran libertador y creer todo lo que
escuchábamos! Y hoy me gustaría saber si el caballo también era capaz de
soportarlo a él tanto tiempo. Por el anhelo de conocer mas historias de aquel
“libertador”, me encontré con otro tipo de relatos que hablaban de un hombre
totalmente energúmeno, donde sus ideas eran las únicas que servían, donde
necesitaba estar todas las noches con una prostituta diferente, o sea en leguaje
mas abierto era lo que podríamos llamar hoy en día, un putero. Pero si algo
caracterizo verdaderamente aquel padre de la patria fue su amor. Amor por el
eterno y seductor poder.

A la pira me gustaría llevarme todas esas cosas que mal-aprendí, relatos de
boca a oído que son la mayoría de la historia de la humanidad, muy distinta a la
historia que hoy registramos con sonido e imagen, y aun así, seguimos siendo
tan enfermos de poder, que somos capaces de manipular todas estas formas
de registro, para seguir engañando y sometiendo un país entero.



Esta historia nace de ver como el poder es capaz de engañar, defraudar y
matar, para sostenerse; como en segundos puede llegar a cambiar la historia,
no solo de una persona, sino de miles y miles. Es una historia que intenta
imaginar lo que piensan los que hacen la guerra por ordenes del poder y
también por ordenes del antipoder, porque es sabido que: “En la guerra mueren
dos que no se conocen ni se odian, en nombre de otros dos que se conocen y
se odian pero no se matan”

Es normal, que para poder vivir en comunidad, sea necesaria una autoridad
que gobierne, sino es la anarquía y el barullo, todo esto es la demostración
exacta de una primitiva condición humana que nos conlleva a encontrarnos con
la cruda verdad que las libertades absolutas no existen. El problema no es la
falta de una libertad absoluta, porque dentro de las normas esenciales de
convivencia hay una pequeña muestra de libertad que existe para todos y que
la debemos sostener todo el tiempo, cueste lo que cueste, aunque el antipoder
la quiera suplantar.
Al poder que nosotros democráticamente elegimos, debemos ayudarlo y
aceptarlo aunque en ocasiones no sea de nuestro agrado, porque la
democracia no es solo la política favorable a la intervención de nosotros como
pueblo es también un deber que requiere de múltiples ayudas, pero no desde la
oposición porque los opositores siempre serán los envidiosos del poder y la
oposición, sin darse cuenta se convierte en un nuevo o segundo antipoder, que
repetiría la misma historia, que ya todos conocemos.

No gozo ni de poder ni mucho menos del antipoder, pero creo que en
Colombia, erradicar con los que ejercen el antipoder que tienen ínfulas de
verdadero poder, no cambia el curso de las cosas; erradicar con el antipoder,
que se esconde en la selva, cambia el destino de todo un país. Idea cruel e
inhumana para muchos, pero cierta, si tenemos presente que esa forma de
antipoder es una piedra en el zapato, que no nos permite ser vistos como un
verdadero país en el mundo entero.




Andrés C.
Diciembre 31/2007
París.
1. HOJAS BLANCAS




15 de noviembre de 1998


Nunca escribí cartas...


No sé como comenzar, y me provoca morirme al ver estas hojas en blanco, y
mi cabeza está tan llena de tantas cosas en este momento...


Creo que lo único que se me ocurre es comenzar a contarles todo desde el
principio; de esa forma será mucho más fácil acordarme de lo sucedido para
que ustedes tengan una idea de cómo ha ocurrido todo.


Nos entregaron tres hojas blancas a cada uno, diciendo que las utilizáramos
para escribirles a nuestras familias, y que no nos demoráramos mucho
escribiendo, porque pronto pasarían a recogerlas para entregarlas a la Cruz
Roja.   Inmediatamente se armó un desorden impresionante porque todos
comenzaron a buscar en sus cosas un lapicero, un lápiz o algo que les sirviera
para escribir. Yo, por mi parte, no tengo ni la mínima idea de lo que voy a
escribir, solo me provoca salir corriendo, no me importa que estos hijos de puta
me disparen por la espalda, pero no quiero estar acá.


El Comandante Pérez, después de ver mi impotencia ante las hojas y ponerlas
entre las piernas, me propuso un trato.


-Mire, Uribe, hagamos algo.


-¿Qué, podemos hacer vos y yo en este mierdero?- le respondí furioso.


-Paisa, póngale buena cara a esta situación, hágala fácil. Yo no sé escribir muy
bien, pero sé contar historias y usted sabe escribir bien, usted me escribe mi
carta, mientras yo le hablo, y con eso después tiene una idea de cómo hacer la
suya. ¿Le parece?
El Comandante Pérez comenzó hablando despacio y con mucha fluidez. Le
contaba a su mamá cómo estaba, todo lo que pensaba en ella y en sus
hermanas, de las cosas que extrañaba de Popayán y de aquellas semanas
santas en las que trabajó arreglando iglesias, pero en ningún momento se
quejó de la situación, por el contrario, todo lo que me decía lo hacía ver como
si estuviera en un paseo. “Qué paseo” pensaba yo.


Contaba todo con muchos detalles, y eran tan precisos que no se me hacía
difícil escribirlos o imaginarme todas esas cosas que iba diciendo. En un abrir y
cerrar de ojos estuvieron listas sus tres hojas y por último le decía a su mamá:


«Viejita, esta letra tan bonita no es mía, es de un paisa que escribe mejor que
yo. Ya me estoy dando cuenta por qué me regañabas cuando no iba a la
escuela; de todas formas me enseñaste que es pecado ganar indulgencias con
padrenuestros ajenos».


Me impresionó tanta sinceridad y eso era lo que yo necesitaba para comenzar
a escribirles esta carta. Cuando terminé de escribirle su carta, le dije:


-¡No seas tan cínico, por lo menos firma la carta!


-Gracias, Uribe, sí ve que nos podemos ayudar, vea qué letra tan bonita la que
usted tiene, parece letra de solterona.


-Deje de hablar bobadas, pero, gracias, por lo menos ya sé cómo voy a repartir
las hojas y a quiénes les voy a escribir.


Antes de seguir escribiendo cualquier cosa quiero que le digan a Luisa que me
estoy volviendo loco de pensar en ella, que me hace mucha falta y que por
favor sepa esperarme. Yo sé que mi mamá también está preocupada por mí y
que antes que nada quiere mis primeras letras para ella, pero siempre seré su
hijo y ella nunca dejará de ser mi mamá. Lo que pasa es que si no escribía esto
antes que nada para Luisa, me comenzarían a salir piedras en el estómago.


El tiempo en este lugar parece infinito, por eso comenzaré contando
absolutamente todo desde el principio, así como lo hizo el Comandante Pérez
con su mamá.


Al llegar ese día a Medellín, había pensado que correría con buena suerte en
los sorteos y que después haría un paseo por la ciudad; era apenas la tercera
vez que estaba en Medellín y era mi primera vez solo. Quería conocer el
estadio y sus alrededores, y después quería comprar algunas cosas para
llevar, pero con semejante noticia lo único que quería era regresar rápido.
Recuerdo perfectamente que la balota que saqué en el sorteo para la entrada
al Ejército Nacional de Colombia decía: “16 de diciembre”. Ese día, Medellín
se convirtió en un lugar del cual quería salir inmediatamente para irme a Jericó.
No quise esperar por nadie más, y en cuanto pude tomé un taxi.


Me monté en un taxi y lo primero que me dijo el chofer fue:


-Buenos días, muchacho. ¿Para dónde vamos?


-Por favor, a la Terminal del Sur. Debo tomar un bus para ir a Jericó.


Me senté adelante, y comencé a mirar por la ventana todas las calles por las
cuales pasábamos. Pensaba en cómo le diría a mi mamá la noticia, debía
haberla llamado después de que pasara todo, para que ella después le dijera a
mi papá y él hiciera lo correspondiente, en caso de que hubiera sacado la
balota para prestar el servicio, pero para mí ya todo estaba perdido.
Yo estaba muy concentrado pensando todas esas cosas, hasta que el
conductor del taxi me preguntó:


-Cuénteme, joven: ¿Hoy era el sorteo del ejército?


-Sí señor, hoy era-, le dije yo, y después me volvió a mirar y me dijo:
-Ah, ya entiendo.


Me di vuelta para mirarlo y le pregunte:


-Perdone, ¿entiende qué?


-Su cara, es muy sencillo saber que ya tiene usted cara de recluta y que pronto
tendrá esa cabeza como un durazno, pero no se aflija, eso es cuestión de abrir
y cerrar los ojos y pronto estará de nuevo afuera.


En ese momento paramos en un semáforo, se acomodó en su silla y me volvió
a hacer otra pregunta:


-¿De dónde es usted, joven?


-De Jericó-, le respondí pensando que no tendría ni la mínima idea de dónde
quedaba.


-Ah, un pueblo muy bonito y e histórico. Acá donde me ve manejando este taxi
yo he leído mucho y también conozco muchos pueblos de Antioquia y le digo
que para mí Jericó, al igual que Jardín, Ciudad Bolívar y Santa Fe de Antioquia
son pueblos muy bonitos y otros tantos que no recuerdo en este momento.


Cuando me dijo eso, lo primero que se me ocurrió preguntarle fue que si le
gustaba ir a Jericó.


-¡Claro que me gusta!


-¡Le propongo algo!


-¿Qué?


-Que me lleve hasta Jericó y yo le pago lo que cueste de acá hasta allá, le
pago los peajes y una parada a comer algo.
Inmediatamente se quedó pensando y me dio la impresión de que se
preguntaba él mismo si yo sí tendría el dinero para todo eso, y miraba su reloj
para calcular el tiempo de ida y el de venida.


-¿Cómo te llamas?


-Me llamo Alejandro Uribe Jaramillo.


-¡Ah, carajo! De Jericó y con esos apellidos, debes ser de una familia muy
paisa.


-Si, así lo somos. Pero dígame: ¿Sí puede o no puede llevarme?


-Voy a ser sincero, Alejandro. En este oficio uno se da cuenta de que aquel
dicho de que el hábito no hace al monje es totalmente cierto; he llevado
personas muy agradables físicamente y muy buenas conversadoras y después
me han robado, como también he llevado personas que tienen más presencia
cien pesos de cilantro y después me han dejado propina.


Inmediatamente saqué del bolsillo todo lo que tenía y se lo mostré. Le causó
mucha risa y me dijo que estacionaría el taxi para llamar a la empresa y pedir
el permiso para salir de la ciudad y que también llamaría a su casa para decir
que no iría a almorzar.


-Alejandro. Esas son las cosas buenas de este trabajo, uno nunca sabe a
quién llevará o a quién conocerá con cualquier persona que se monta.


Inmediatamente se dirigió a tomar la autopista Sur. Las montañas ya se veían
cubiertas por nubes grises, y daba la impresión de que pasando Caldas estaría
lloviendo muy fuerte.


-Alejandro, yo sé que usted debe estar más aburrido que mico recién
amarrado, pero no haga este viaje más largo de lo que es con tanto silencio y
cuénteme por qué esta tan pensativo; le aseguro que si me lo dice va a sentir
un poco de descanso. Cuénteme cosas de Jericó, a mí me parece un pueblo
muy agradable.


Recuerdo que antes de hablarle de Jericó, le pregunté cómo se llamaba:


-Yo me llamo Antonio Morales, ve cómo es de bueno hablar, ya por lo menos
no se le olvidará mi nombre.


Les aseguro que nunca olvidaré el nombre de ese señor y su blanco color de
piel con unos ojos muy verdes. Tomé aire para comenzar a hablar y comencé a
contarle cosas de Jericó como si estuviera de nuevo en el colegio dando una
lección de historia.

-Don Antonio, Jericó fue fundado por don Santiago Santamaría y Bermúdez de
Castro, el 28 de septiembre de 1850, con el nombre de “Aldea de Piedras”,
luego se llamó “Felicina” y finalmente el nombre que lleva en la actualidad:
“Jericó”.


-¿Pero, por qué ha tenido todos esos nombres, Alejandro?

En ese momento me di cuenta de que ese señor no me dejaría estar en
silencio ni un solo minuto del viaje y que me tendría diciéndole cosas del
pueblo. La verdad no era mucho lo que sabía de esos tres nombres, pero le
puede decir más o menos de lo que me acordaba del colegio.

-Sé que inicialmente se llamo “Aldea de Piedras” por el río que esta cerca y
que tiene muchas piedras; después se llamó “Felicina” en homenaje a un
señor que se llamaba José Félix Restrepo y quien hizo una gran labor por los
esclavos y por último le pusieron el nombre de “Jericó” por ser la primera
ciudad que encontraron los israelitas al pisar la tierra prometida.

El trayecto transcurrió de esa misma forma durante un tiempo; don Antonio me
hacia preguntas del pueblo y yo le respondía lo que podía. En los momentos,
que de milagro, se quedaba en silencio, yo intentaba darle orden a todas mis
ideas.
Nos acaban de decir en este momento que no nos demoremos tanto con las
cartas, y me levanté para mirar a mi alrededor y quedé impactado de lo que
veía: todos tienen los ojos rojos de llorar, otros les ayudan a los que no saben
escribir mucho o a los que están heridos de una mano; otros están esperando
que alguien escriba rápido sus cartas para utilizar el lapicero y el Comandante
Pérez anda como un loco diciendo que la forma más rápida de escribir la carta
es dictándome las cartas. En cuanto pueda le hago tragar esa lengua.


Bueno, espero que todo esté bien en los negocios del viejo y en la finca, y que
mi mamá se quede tranquila; con la ayuda de Dios saldré de esta y volveré a
estar muy pronto con ustedes.

PD: La última hoja es toda para Luisa para que por favor se la entreguen a ella.

Mamá, te pido que por favor no la leas, yo sé que te mueres de curiosidad por
saber qué planes tenemos, pero espera a que todo esto pase.

 Intentaré comprar las hojas de alguien que no las necesite o cambiarlas por
algo de comida y con eso tendré para escribirles más; por el momento solo me
queda decirles que los recuerdo mucho.

Alejandro.




PARA LUISA

Luisa:

El solo escribirte me produce una tristeza impresionante, me imagino que ya te
debieron contar muchas cosas sobre lo que pasó antes de mi entrada al
ejército.



Yo solo quiero decirte que no te he dejado de pensar ni un solo minuto desde
que todo esto pasó, me imagino que mi mamá te debió contar absolutamente
lo que pasó después del día del sorteo en Medellín y si aún no lo sabes,
entonces te lo contaré:

Ese día, debí haberme quedado en Medellín y llamar a mi papá para que él se
comunicara con el Comandante de la Cuarta Brigada, a quien él conoce, y así
me pudieran sacar del grupo que tenía que presentarse el 16 de diciembre,
pero para mí el cielo se me derrumbó encima y olvidé todo. Solo quería estar
contigo antes de tenerme que ir. Cuando llegué a la finca y le conté a mi papá
lo sucedido, se puso como un toro y de inmediato se fue para Medellín a ver
qué podía hacer, pero ya era tarde, ya mi nombre estaba registrado en el
sistema nacional y no me podían sacar.



Yo no tenía la mínima idea de lo que se me vendría encima. Más que nadie
sabes que tenía ya todo listo para cuando me graduara del colegio.



Me pregunto si aún sales a caminar por la plaza y a tomar algo cerca de la
iglesia. La última vez que te pude llamar desde el batallón me gustó mucho
escucharte tan feliz y diciéndome que me estabas pensando mucho y que te
acordabas de nuestras caminadas por la plaza, pero lo que más recuerdo
siempre de ti es esa pregunta que nos metía a los dos en un mundo de sueños
y la pregunta que más recuerdo fue la que me hiciste la noche antes de
presentarme en el ejército:

-“¿Verdad que volverás y vendrás a buscarme? ¿Verdad que sí?”



La dejaste totalmente grabada en mi memoria. He podido conseguir otras
cuatro hojas a cambio de algunos favores, porque ofrecí un dinero que tenía
escondido, pero acá no sirve para nada, lo más importante es la comida y
cosas de uso personal.

Pero te aseguro que antes de que recojan todas las cartas volveré a escribirte
otra para ti y para mis viejos, por el momento te voy a dar algo que te escribí,
pensando en tus preguntas, y que siempre había querido darte para cuando me
hubieran dado alguna licencia.




¿VERDAD?

“¿VERDAD QUE SOS VOS?”

Soy yo, solo debes saber que soy un hombre y que esa sola condición puede
arruinarlo todo, pero mientras me permitas estaré dispuesto a no aparentarlo
tanto.

“¿VERDAD QUE LO HAREMOS?”

Siempre es más fácil entre dos, incluso hacer relevos será mas gratificante y
divertido, no llegaríamos a sentirnos cansados.

“¿VERDAD QUE NO ME DEFRAUDARÁS?”

Defraudarte sería despertar todas las tristezas, sería ver derrumbar toda mi
paz.

“¿VERDAD QUE NO ME DEJARÁS?”

Aunque llegue a dejarte es imposible olvidarte y si en medio de todo llego a
dejarte sé que tus recuerdos vivirán para atormentarme.

“¿VERDAD      QUE    NOS     DEJARÁN      Y   NADIE    NOS    MOLESTARÁ?”
Somos parte de cualquier sociedad, y no puedo prometerte una vida como si
fuera una canción, pero puedo ponerle el pecho a cualquier situación.

“¿VERDAD QUE ME PODRÁS SOSTENER?”

Siempre y cuando tú también lo puedas hacer, cuando yo lo necesite…

“¿VERDAD QUE ME AMAS?”
Tanto como mi libertad, pregúntaselo a mi sueño, y te dirá que no hay lugar
para nadie más.

Sé que siempre me criticabas porque muy pocas veces te decía cosas bonitas
o porque me era difícil expresarte mis sentimientos, pero siempre las pensaba
y te las escribía, incluso cuando llegué al batallón. Comencé a hacerlo más
seguido y juntaba todos mis escritos para volverlos a leer cuando podía. Me
daba pena mostrártelos porque pensaba que te reirías de mí diciéndome que
ya estaba igual de loco a todos esos poetas que había en el pueblo, pero es
que contigo nunca se sabe, te quejabas por algo un día y al siguiente ya lo
reprochabas.


Ya nos están gritando para que entreguemos estas hojas y la mayoría no han
podido ni terminar la primera.

Le he escrito a mi mamá diciéndole que te entregue esta hoja y que no la mire,
yo sé que ella algo estaba sospechando.

Solo te pido que me esperes y verás cómo muy pronto volveremos a estar
juntos.


Te amo mucho: Alejito.

He logrado conseguir otras hojas a cambio de un pan y un almuerzo, pero no
se preocupen porque les aseguro que es mejor comerme la hoja que el pan y el
almuerzo, porque no es mayor cosa.

No sé si estas hojas las alcance a entregar y me las puedan poner junto con las
otras hojas que ya entregué, de todas formas les escribiré contándoles más
cosas, o de lo que rápidamente me acuerde. Debo esconderme un poco, para
que no me vea el Comandante Pérez con más hojas, porque sería capaz de
venir, pedirme hojas y además comienza a dictar como si yo fuera la secretaria
de él. Yo creo que ya lo está afectando este encierro.

En la anterior carta les estaba contando el viaje desde Medellín hasta el pueblo
después del sorteo; la verdad es que no sé por qué les estaba escribiendo
sobre ese señor del taxi, pero fue lo primero que alcancé a recordar; además,
con lo furioso que se puso mi papá cuando llegué a la finca, nunca les había
podido contar de ese viaje.

Después de unas horas de viaje y cuando ya estábamos por llegar a Fredonia,
comenzó a manejar más despacio, como si estuviera buscando algo, le
pregunté qué pasaba y me abrió los ojos como si se le fueran a salir.


-Bueno, Alejandro, el trato era con almuerzo y yo ya estoy que me como una
mano del hambre que tengo.

La verdad es que ese día lo hubiera podido pasar tranquilamente sin comer
nada, pero a ese señor se le veía en la cara que no había comido nada desde
el desayuno.

Encontramos un estadero, de esos que hay antes de llegar a Fredonia y
almorzamos, aunque la verdad es que quien almorzó fue él, yo no fui capaz ni
de comerme la mitad de lo que había en el plato. Después pidió un café y me
dijo:


-¿Seguimos?

Cuando fui a pagar la cuenta, me dijo que no, que él la pagaría y que lo haría
con mucho gusto. Me quedé frío, sin saber por qué.

Al montarnos de nuevo al carro, me dio la impresión de que se estaba pasando
las manos por los ojos como si se estuviera secando lágrimas, se puso el
cinturón de seguridad y con la voz cortada me dijo:

-Alejandro, esta guerra tan absurda se tiene que acabar, esto no puede
continuar así, no pueden seguir matándose los unos a los otros sin que nadie
haga nada.

Me causaba curiosidad, que siempre que me decía algo, lo hacia diciéndome
mi nombre.
Comenzamos a subir por la Cabaña y fue cuando empecé a sentir unas ganas
impresionantes de vomitar por el susto que sentía de solo llegar y tenerles que
decir que en dos meses tendría que estar presentándome nuevamente en
Medellín.
Siempre, desde que era pequeño, me parecía que la subida al pueblo era muy
larga y causaba mareo, pero esa vez, para mí, cada curva era como si fueran
dos más, hasta que en un momento le tuve que decir a don Antonio que parara
el carro, porque estaba por vomitarme.

-¡Tranquilo, Alejandro!

Me bajé del carro y busqué un lugar alejado, para no sentirme observado, ni
para causarle algún fastidio a don Antonio, pero para colmo de males, este
señor se bajó conmigo y se fue detrás de mí con una botella de agua.


- Vomite, Alejandro, ya verá cómo se va a sentir mejor.

Yo sentía como si me estuviera dando ánimos para vomitar y pensaba: quién
carajos necesita que le ayuden a vomitar, o que le den ánimos para que
continúe. Cuando terminé me dio la botella de agua con una servilleta y era la
primera vez que comenzaba a caerme bien este señor que hablaba hasta por
los codos.

Volvimos al carro y sin que yo le preguntara nada, comenzó a hablarme y a
contarme toda su vida o, mejor dicho, lo último y más triste de ella.


-Alejandro, yo tenía una empresa de plásticos, mi vida era envidiable, íbamos
todos los fines de semana a El Retiro y a Llano Grande, donde tenía una finca.
Un día cuando regresábamos a Medellín, nos hicieron parar unos hombres con
prendas militares y uno de ellos, con un bigote horrible, se me acercó a la
ventana del carro y me dijo:

-Somos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

En el carro estábamos mi esposa y mi hijo: ¡Alejandro!
Catalina, mi hija mayor, esa vez no fue con nosotros porque se fue con su
novio para la finca de la familia de él.

Nos hicieron bajar del carro e inmediatamente comenzaron a tratarnos como si
fuéramos vacas o algo por el estilo, después nos daban un discurso, que para
mí ya estaba fuera de la época y totalmente gastado y martillado por esa
manada de vagos sin oficio de la guerrilla. A mi esposa comenzaron a revisarle
el bolso y a quitarle todo lo que llevaba con ella; a mí comenzaron a hacerme
un cuestionario lo más absurdo del mundo, mientras yo observaba cómo
sacaban todo lo que teníamos en el carro, lo tiraban al suelo y después uno de
ellos se lo llevó. A mi hijo lo hicieron subirse en un camión, que estaba
estacionado, junto con otras personas.

Después de quitarnos absolutamente todo, e incluso el carro, nos hicieron
entrar, a las otras personas restantes, en un restaurante y nos dijeron que
pronto tendríamos noticias de nuestros familiares. Fue la última vez que mi
esposa y yo vimos con vida a nuestro hijo, se llamaba Alejandro igual que
usted, estaba por comenzar la universidad y era muy inteligente. Después de
eso comenzaron a llamarnos a la casa y a pedirnos millonadas por la liberación
de él, yo vendí todo cuanto pude, hicimos dos entregas de dinero y cada vez
que nos llamaban      nos pedían más, hasta que un día nos llamaron de la
Fiscalía y nos dijeron que el cuerpo de Alejandro lo habían encontrado en una
fosa común, con otros cuerpos y que debíamos pasar a hacer el
reconocimiento del cuerpo. Sentí rabia contra todo y contra nada, ya nadie
podía hacer nada por nosotros, la guerrilla lo mató al segundo día de haberlos
secuestrado y a nosotros nos seguían pidiendo dinero como si él estuviera
vivo. Lo perdí absolutamente todo y estaba con deudas hasta el cuello.

Intento nuevamente salir a flote en esta situación; mi hija tuvo que salirse de
estudiar para ponerse a trabajar y mi esposa murió un año después de lo de
Alejandro. Ella nunca pudo soportarlo ni superarlo. Hoy en día vivo con mi hija
en un pequeño apartamento en la Floresta y trabajamos muy duro para volver
a salir adelante, pero ya nadie me puede devolver a Claudia ni a mi hijo.
Me quedé mudo, no sabía qué decirle; no sabía si decirle que sentía mucho su
situación y que me perdonara por haber estado tan callado todo el viaje. Me di
cuenta de que éramos dos personas que necesitaban hablar con quien fuera y
contar sus vidas, pero lo único que se me ocurrió decirle fue:

-El nombre de Jericó fue por antojo de un obispo que se llamaba Juan de la
Cruz Gómez Plata.

Soltó una gran carcajada y me dijo que eso ya lo sabía él, y que es un dato
histórico que muy pocos saben del nombre del pueblo; cuando terminó de
reírse me dijo que él también tenía una confesión por hacerme.

-Nunca llamé a ninguna casa a decir que no iría a la hora de almuerzo, solo
llamé a Catalina para decirle que hoy llegaría más tarde.

Ya solo nos faltaban unos 15 minutos para llegar al pueblo; entonces fue
cuando yo comencé a hablarle y a contarle absolutamente todo lo que me
había pasado en el sorteo del ejército.

Cuando llegamos al pueblo, comencé a explicarle por dónde llegábamos más
rápido a la casa; en cuanto llegamos a la puerta de la casa le pregunté cuánto
le debía y me dijo que solo me pediría que hiciera todo por mantenerme vivo
en el ejército, que él ya sabía lo que valía el dinero y lo que valía una persona.
De todas formas le dejé absolutamente todo lo que tenía, sabía que él lo
necesitaba y que eso era poco, frente a lo que él hizo por mí en todo el camino.

Recuerdo que después de despedirme de don Antonio y de bajarme del carro
me paré enfrente de la puerta de la casa, me quedé un tiempo mirándola y
escuchando cómo mi mamá repetía, desde adentro, la hora, y le decía a mi
primo:


-Mira, Sergio, las cinco de la tarde ya y Alejandro ni llama ni aparece.


Toqué la puerta, y antes de dar el tercer toque habitual, la puerta se abrió y
detrás de ella mi mamá, con una angustia que la había envejecido diez años
más en una sola tarde.
Sé que no fue necesario decir nada al entrar, mi cara era toda una expresión o,
quizá, como me lo había dicho don Antonio: “ya tenía cara de recluta”.


Mamá me preguntaba repetidas veces el porqué no había llamado desde
Medellín, para que mi papá se hubiera puesto en contacto con la persona que
él conocía. Yo simplemente pensaba en cuál sería la forma más rápida de
volarme y ver a Luisa, para cuando los ánimos se calmaran en casa; en ese
mismo instante fue cuando mi papá llamó desde la finca y sin tener que
escuchar del todo a mi mamá, me hizo subir a la finca y enfatizando que ojalá
no fuera él quien tuviera que bajar a la casa para buscarme.

Cuando llegué a la finca tenía el pecho como un tambor de haber subido
corriendo, pero para ser sincero creo que era por el susto que tenía de hablar
con mi papá. Estaba como un toro, pero esa vez era distinto, tenía los ojos
rojos de haber llorado. Simplemente se limitó a pedirme todos los datos que
fueran necesarios y todos mis papeles, diciéndome que organizaría unas cosas
en la finca e inmediatamente saldría para Medellín.

Cuando nos montamos en el carro nuevamente para bajar a la casa, suspiró y
me dijo que si él no podía hacer nada con la persona que conocía, entonces
ya todo dependería de Dios y de lo prudente que yo fuera estando en el
ejército. Cuando íbamos llegando al parque principal, se pasó la calle por
donde debíamos entrar para ir a casa, fue entonces cuando yo le pregunté
para dónde íbamos.

-Yo sé que hubieras dado cualquier cosa por llegar primero donde Luisa, ella
también está muy preocupada y ha llamado a tu mamá unas ocho veces
preguntando por alguna noticia tuya. No lo hago por hacerte un gran favor de
librarte de tu mamá, porque de lo furiosa y triste que está, es ella misma la que
primero te mataría, sino porque a Luisa también le debes una explicación y
quizá la más grande de todas, y con ella debes ser más persuasivo y
convincente que con nosotros.

Pareciera mentira todo lo que he recordado y te he podido contar en un solo
instante, pero las hojas ya se me están acabando, y aún tengo tanto por decir...
Yo creo que los delegados de la Cruz Roja todavía no se han ido y podré
entregar estas otras hojas.

Increíble cómo con solo comenzar la primera línea de estas hojas ya no me
provoca parar de escribir y contarles absolutamente todas las cosas que he
comenzado a vivir estando acá. Debo hacer la letra más pequeña, para que me
rindan más las hojas y esconderme un poco sin que nadie logre ver muy bien
qué es lo que estoy haciendo, pero eso es un poco difícil, porque somos más
de 80 personas, entre soldados y policías, los que estamos en una especie de
gallinero muy pequeño.

Miro todo cuanto me rodea y me acuerdo del Gringo, el amigo del abuelo
Ignacio, cuando me mostraba todas esas fotos de los campos de concentración
en Alemania y de la Segunda Guerra Mundial. A mí me gustaba cuando entraba
a la finca de ese señor, todo parecía un museo, con todas esas fotos de
tanques de guerra y esas medallas. Recuerdo que siempre le preguntaba por
unas fotos de unas personas que se veían sentadas, encerradas, con las
cabezas peladas y totalmente desnutridas, y él solo me decía que era gente
que había tenido que sufrir mucho en esa guerra.

Hoy me veo en este lugar y me pregunto si sufrieron más ellos o nosotros en
esta estúpida guerra. Todos los días nos tratan como animales; nos dicen que
nosotros somos esclavos del Gobierno y que somos unos hijos de puta por
estar en la Policía o en el Ejército. Cuando el Ejército o la Policía les han
matado algún guerrillero en algún enfrentamiento o les han descubierto algún
laboratorio de cocaína, entonces llegan cuando todos estamos dormidos y nos
tiran agua fría y nos vuelven a decir lo mismo: “¡perros hijos de puta, esclavos
del Gobierno!”.

Ya debemos comenzar a hacer una fila para entregar las cartas y dar los datos
de las personas a las que van dirigidas las cartas. Guardaré las otras hojas
para otra oportunidad y por el momento les pido que oren mucho por mí y por
todos los que estamos acá.

Alejandro.
2. LIBRE EN LAS NOCHES

16 de noviembre de 1998

Ayer tuvimos que hacer una fila muy larga para entregar las cartas, hubo
peleas entre nosotros mismos por los puestos y nos dejaron sin comer, porque
los guerrilleros encargados de hacer la comida estaban atendiendo a los de la
Cruz Roja. Cuando me tocó entregar mis hojas, el guerrillero que estaba en la
mesa con el delegado, me preguntó por qué tenía más hojas que los demás y
si no es por el señor de la Cruz Roja, no me las hubiera recibido y es que este
lugar es tan aburridor que, mismo, los de la Cruz Roja no veían la hora de irse.

El aparente trato que nos estaban dando estos días se terminó. Nos daban
más comida y nos trataban mejor por la visita de la prensa nacional e
internacional y en especial por la Cruz Roja. Hoy ya nos dijeron que nos
alistáramos para un largo trabajito y que si había alguno muy enfermo o
cansado dijera con tiempo para que no lo fueran a pelar en el palo, o sea a
fusilar.

Cuando estaba entregando las cartas de ayer sufrí todo el tiempo pensando
que las fueran a leer y las rompieran, pero, gracias a Dios, no fue así, además
me he dado cuenta de que la mayoría de estos guerrilleros no saben ni leer, y
por eso están acá.

Después de entregar las cartas comencé nuevamente a buscar más papel,
porque algunos soldados no pudieron utilizarlo todo y a otros no les alcanzó el
tiempo, y en esa búsqueda pude conseguir cinco hojas, que al precio que las
pago espero sean bien aprovechadas, aunque no tengo ni la menor idea de
cuándo vuelva la Cruz Roja para llevar esta segunda carta.

No me atreví a contarles muchas cosas ayer por el miedo que tenía, pero hoy
comenzaré a contarles cómo han sido los días desde que llegamos a este
lugar, y también, cómo fue todo el día que nos secuestraron.

El día de la toma del puesto de policía en Mitú, el Comandante Pérez estaba
más ansioso que de costumbre y nos decía que estuviéramos en alerta porque
había rumores de un acercamiento con los guerrilleros antes de llegar a hacer
el apoyo al puesto de policía. Nos parecía extraño porque llevábamos un mes
en el monte, haciendo inspección del lugar y no los encontramos en ningún
momento, pero la      información que tenía el Comandante Pérez era que
estaban escondidos en las afueras del casco urbano, disfrazados de
campesinos y esperándonos. Pensábamos que simplemente se trataría de una
falsa información.

Me sentía lleno de miedo porque era la primera vez, después de estar seis
meses en contraguerrilla, que sabíamos que tarde o temprano los
encontraríamos. Nunca nos había tocado un enfrentamiento y muchas veces
habíamos escuchado la posibilidad de que los encontráramos en el monte,
pero nunca pensé que los fuéramos a buscar dentro de un caserío o de algún
pueblo, y es que aunque nos hubieran entrenado para ser contraguerrilla el
miedo, aquel día, se sentía en todo el grupo.

El Comandante Pérez le pidió muchas veces a Arango que se comunicara con
el comando mayor para solicitar instrucciones, pero lo único que le decían era
que debíamos seguir avanzando para hacer el apoyo, porque la guerrilla ya
había entrado en Mitú y en el puesto de policía se requería ayuda inmediata.
Todos estábamos muertos del cansancio, pero después de escuchar las
instrucciones por radio solo solicitamos cinco minutos para comer y otros diez
minutos de marcha lenta en descanso.

Comimos a cinco metros entre cada uno para no ser emboscados en conjunto,
los únicos que comieron juntos fueron el Comandante Pérez y Arango que era
el encargado de la radio. Mientras comía pensaba en todos y cada uno en la
casa, y lo que debían estar haciendo en ese mismo instante, pero mi recuerdo
fue perturbado por la señal de continuar la marcha, porque nuevamente habían
informado por radio que otro grupo de contraguerrilla con el que debíamos
encontrarnos para hacer el apoyo ya estaban combatiendo con la guerrilla a 50
Km de Mitú. Todo el tiempo supimos que era una locura entrar por un solo
frente sin apoyo y sin saber cuántos guerrilleros participaban en la toma,
porque hacíamos cuentas de cuántos guerrilleros se necesitarían para entrar a
atacar el puesto de policía y rodear la población, y la respuesta a la que todos
llegamos fue que debían ser mínimo 200 guerrilleros y nosotros simplemente
éramos una tropa de quince, pero por radio nos decían que avanzáramos
porque tendríamos el soporte del avión fantasma y de los helicópteros Black
Hawk. La orden, todo el tiempo, fue una sola y concreta: avanzar y hacerle
frente a los subversivos.

Está comenzando a oscurecer y ya debemos agruparnos para pasar lista y
para pasar por la ración de comida. Me siento perturbado, triste y culpable por
estar acá, siento que los defraudé a todos cuando decidí meterme en la
contraguerrilla, como soldado profesional, después del juramento de bandera y
me duele recordarlo, sobre todo cuando sé que estaba a solo un mes y medio
de salir, pero les aseguro que después de las primeras instrucciones del
reclutamiento y a medida que iba pasando el tiempo le tomé mucho cariño al
ejército y a la patria, porque nos enseñaron a quererla, a protegerla y a luchar
por ella, todo esto como nunca me lo habían enseñado en el colegio. Sé que
Luisa y mi mamá se preocuparon cuando les dije que haría el curso de
contraguerrilla, aunque no me hubieran dicho nada. Le pido al cielo que me
perdone por haberlas perturbado y que hubieran tenido que llorar por eso, pero
sentía que era un llamado para mí y que sería la única vez que podría hacerlo
en mi vida.

No quiero que piensen que todo el tiempo estoy secuestrado, porque no es así,
en las noches cuando nos dar orden de dormir y todo es silencio, calma y
libertad en el pensamiento, es cuando en cuestión de segundos voy a Jericó y
después estoy en todas partes: en el parque principal, en la finca, en la casa,
donde los abuelos y en la casa de Luisa. No me cuesta ningún trabajo hacer
esto todas las noches, porque miro el cielo y es el mismo que se ve desde la
finca: lleno de estrellas amontonadas y otras dispersas. Entro en todas partes y
los busco a todos y les digo que estén tranquilos que yo volveré, pero que
tardaré más en hacerlo.

Cuando entro en la finca me siento en el corredor a mirar cómo papá organiza
su caballo para salir a montar y a recorrer los terrenos, y lo miro todo el tiempo
hasta que cruza todo el jardín y después se pierde en medio de los árboles. En
la casa, me siento en la sala y miro a mamá rociar sus plantas y preparar la
comida para papá, después entro en el cuarto donde está Sergio acostado en
mi hamaca y me causa risa verlo sin tener que pelear conmigo por descansar
en ella. Donde los abuelos entro sin hacer mucho ruido, porque deben estar
mirando las noticias, y tomando la merienda, entonces me siento detrás de
ellos y veo al abuelo entablar sus diarias peleas con los noticieros y con todo lo
que dicen de los diálogos de paz y después refunfuñando a diestro y siniestro
contra el Gobierno de Pastrana. A la abuela la beso, me despido y salgo para
el parque un rato para ver con a quién me encuentro y conversar, mientras
hago tiempo, antes de ir a la casa de Luisa, porque el abuelo todo el tiempo me
decía que no debía llegar a la hora que ella me dijera, porque si lo hacía así,
entonces, ella se daría cuenta de que estaba enamorado y yo llevaría las de
perder. En el parque me siento haciendo caso del consejo del abuelo, mirando
pasar la gente que va para alguna cafetería o para misa.

Cuando ya he dejado pasar diez minutos más de la hora acordada siempre con
Luisa, y eso que no hago caso de los veinte que dice el abuelo, porque la
ansiedad y las ganas de verla me pueden, entonces atravieso el parque para ir
a su casa. Entro como de costumbre, saludando a su mamá y a su papá en el
comedor y después pidiéndoles permiso para acabar de entrar y buscarla en el
patio o en su cuarto.

Cuando entro, veo a Luisa que está sentada, esperándome, en la banca que
tienen en el patio. Siempre lo dejo para último momento todas las noches,
porque debo esperar a que todos los soldados y policías estén dormidos para
que no me vean besarla cuando llego, ni me escuchen hablar con ella y
contarle todas mis cosas. No sé cuántas noches más deba seguir haciendo
esto, pero les aseguro que el día es interminable esperando este instante y no
me cansaré de hacerlo hasta que salga de este lugar.
17 de noviembre de 1998

Anoche me dormí leyendo lo que les escribí y haciendo el viaje de todas las
noches. Hoy nos levantaron muy temprano, y como de costumbre: con gritos.
Nos dijeron que teníamos que ampliar el hotel, porque vendrían más
huéspedes y que nosotros debíamos ser buenos anfitriones. Todo esto nos lo
dijo “Peque”, él es el guerrillero que da las órdenes para los policías y soldados
secuestrados y cada vez que nos tiene que informar de algo o decirnos alguna
noticia lo hace siempre de forma irónica.

Entregaron machetes, alambre, madera, palas y picos para comenzar a
ampliar el “hotel”, y en cierta forma me agradó la idea de hacerlo, primero
porque estaríamos distraídos haciendo algo todo el día, y segundo porque ya
estábamos muy incómodos y estrechos en ese gallinero en el que nos tienen
viviendo. Nadie se quedó sin trabajo, hasta los heridos y enfermos tuvieron que
trabajar y los guerrilleros se burlaban de nosotros diciendo que ellos no eran
como el Gobierno, que la guerrilla sí tenía trabajo para todo el mundo.

El trabajo, lo repartieron según la fuerza y el tamaño de cada soldado y los que
somos más grandes y de la contraguerrilla llevamos la peor parte, porque nos
dicen que somos los más regalados con el Gobierno y que por eso tenemos
que aprender a comer mierda…

-¡Y toda junta!- pensé yo. Porque nos tocó desyerbar un terreno a punta de
machete y después cavar una zanja de un metro de ancha por otro de
profundidad y el largo es casi de 500 metros en forma circular.

Después del mediodía, nos llamaron para almorzar, y nuevamente “Peque”
decía que teníamos que comer, porque la guerrilla, aparte de dar trabajo, daba
almuerzo, y gratis.

Hoy almorcé con Arango que, como ya les había dicho en la anterior carta, él
era el encargado del radio el día que nos secuestraron. Me contó que sueña
todo el tiempo con sus papás y con su sobrinita, y que está muy preocupado
por ella, porque él es el que le paga la guardería y cree que por estar
secuestrado ya no podrá seguir haciéndolo, yo le dije que estuviera tranquilo
que todo esto tiene que pasar rápido, porque somos muchos y que la guerrilla
no podrá tener tantos secuestrados al mismo tiempo y en el mismo lugar. No
me lo creía ni yo cuando se lo dije, pero lo más importante fue que él sí me lo
creyó. Arango es muy buen compañero y muy buena persona, y creo que por
eso se cree todo lo que uno le dice, porque en él no cabe ni la mínima malicia
de las cosas.

Después de almorzar reanudamos labores, y mientras trabajaba me llegó un
pensamiento que me enfrió todo el cuerpo y me hizo llorar por un segundo,
pero inmediatamente me sequé los ojos con la camiseta, porque no les quiero
dar el gusto de verme llorar. Me di cuenta de que si estábamos agrandando el
“hotel” como dicen los guerrilleros, es porque todo esto será más largo de lo
que cualquiera de nosotros se pueda imaginar.

Cuando comenzó a oscurecer, “Peque” dio la orden de terminar labores y
entrar en el gallinero y dijo que era mejor terminar antes que fuera de noche
porque de pronto se le volaba uno de sus invitados en la oscuridad y eso le
podría costar muy caro a él.

El trabajo de hoy tiene a todo el mundo muy cansado, pero por lo menos el día
pasó más rápido y quizá todos podamos dormir mejor. Nuevamente comienzo
a escribir más pequeño, porque ya solo me queda la hoja para Luisa y sé que
ya no hay más hojas entre todos los que estamos acá.




PARA LUISA

Luisa:

Hoy te he pensado mucho, porque me pregunto si ya tendrás en tus manos la
carta que te escribí. Sé que es demasiado prematuro para que así sea, sin
embargo, es lo único en lo que he ocupado mi pensamiento hoy. Pasé todo el
día imaginado el momento en el que los delegados de la Cruz Roja deben
entregar las cartas y cuando me llegaba tu rostro a mi memoria en medio del
trabajo y el calor del día, me decía a mí mismo que era porque estabas
desdoblando la hoja y me estabas comenzando a leer. Hoy solo espero que
todo esto pase pronto y volverte a tener de frente…

Tenerte de frente es cuestión de segundos, pero mucho más fácil con los ojos
cerrados, es inolvidable tu cabello liso, negro y largo que le da más vida a tu
rostro y a tus ojos negros, después me alejo un poco de ti para ver tu cuerpo,
ese mismo que le dio vuelco a mi corazón, cuando lo vi por vez primera
desnudo...

¿Lo recuerdas?

No puedo olvidar semejante momento, era la primera licencia de permiso que
tenía después de estar en el ejército. Ese día viajé desde el batallón con
deseos enormes de volver al pueblo, habían pasado dos meses desde que
entré al ejército, pero yo sentía como si hubiera sido mucho más tiempo; ese
segundo viaje de regreso a Jericó era con una ansiedad maravillosa, que no
se parecía en nada al viaje que tuve cuando supe que debía prestar servicio.
Recuerdo que cuando llegué a Jericó todo el mundo me saludaba de forma
muy efusiva y las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran
visto en mucho tiempo...

Me da risa acordarme de la cara de mi papá cuando toqué la puerta y me vio,
ellos no sabían que iría ese día y que estaría por quince días de permiso. Lo
primero que me dijo mi papá fue que si me había escapado y se puso blanco
como el algodón; mi mamá, en cuanto escuchó que era yo, soltó todas sus
agujas y se levantó de la mecedora de la sala donde se reunían ella y algunas
de sus mejores amigas, para el costurero de todos los sábados en la casa. Si
las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran visto en mucho
tiempo, mi mamá lo hacía como si hubiera vuelto de la Luna. Después de
abrazarme y besarme, se puso furiosa conmigo por no haber llamado a decir
que me esperaran.

-¡Alejandro, nunca podrás dejar ese vicio de aparecer como los muertos!- fue lo
primero que me dijo.
No se cansaba de mirarme y de repararme y de decirme que me veía más
delgado, a lo que inmediatamente también me preguntó si tenía hambre por el
viaje.



Me sentía feliz de volverlos a ver, de sentir el olor de la casa y de las flores del
jazmín de mi mamá, pero quería soltar inmediatamente todo y salir a
buscarte...



Mi papá, como hombre enamorado que lo ha sido toda la vida con mi mamá,
entendió muy bien mi deseo de querer verte, y me dijo que me duchara que me
cambiara, que después comeríamos y hablaríamos un rato y que por último
podría ir a buscarte.

Comíamos y mi mamá se paró detrás de mí para acariciarme la cabeza y
repitiéndome las mismas preguntas: qué si comíamos bien en el batallón; que
si era muy duro el ejército; que por qué estaba tan quemado por el sol; si me
dejaban salir a Medellín en las noches, en fin, montones de preguntas que la
única respuesta que tuvieron fue una carcajada de mi papá y de mi primo.

-¡Clara, por Dios! Lo vas a dejar sordo con tantas preguntas- fue lo único que le
dijo mi papá y después todos nos reíamos.

Cuando terminamos de comer, mi papá me estiró su mano ofreciéndome algo;
cuando me di cuenta lo que era me sentí feliz, eran las llaves de su nueva
camioneta que nunca había querido prestármela y las llaves de la puerta de la
finca.



-Ve por Luisa, llévala a comer algo y después, si quieren, van a la finca un rato.

Me sentía feliz ese sábado en la noche, primero porque podría verte y también
porque sentía que mi papá comenzaba a darme confianza en cosas en las que
antes me decía que debía madurar más.
Hoy debo confesarte que ese día hacía ensayos de lo que te diría cuando me
vieras llegar a tu casa, pero corrí con tan mala suerte que cuando estacioné
enfrente de tu casa, estabas saliendo con tu mamá y la presencia de ella nos
apaciguó todas las sensaciones y cualquier tipo de efusividad de la que
hubiéramos sido presos, hasta las mismas hormonas se me aburrieron y me
dejaron solo. De todas formas, tu mamá se alegró mucho de verme, pero yo
hubiera querido darte la sorpresa y verte sola en ese primer momento.

De nuevo me llegan los recuerdos de forma muy rápida, como si me estuvieran
dictando una película y siento cansada la mano, pero recordar todas estas
cosas me libera todo el tiempo de este lugar, nunca me imaginé que le
encontraría tanto gusto al escribir, pero me pongo triste por no saber cuánto
tiempo tardaré en poder enviar estas cartas y, además, saber si les llegan y las
pueden leer.   Ya solo me queda un lado de la hoja para escribir y seguir
contándote aquel recuerdo.

Cuando volvimos para dejar a tu mamá nuevamente en casa, recuerdo que
nos preguntó qué haríamos y a dónde iríamos, y como mi papá ya tenía
confianza en mí con su camioneta y con la finca, entonces yo tampoco dudé en
decirle que iríamos a tomar algo a la plaza del parque y que después
subiríamos a la finca. Te pusiste roja y tu mamá se quedó muda ante tanta
franqueza y sintiéndose un poco aludida lo único que se le ocurrió decirme
antes de bajarse de la camioneta y de despedirse fue:

-Alejandro, te espero mañana para almorzar.

Esperamos a que abriera la puerta y entrara en la casa, después de que tu
mamá cerrara la puerta, te diste vuelta y me mirabas con una hermosa malicia
y sospechando profundamente lo que haríamos, pero no dijiste nada, solo
sonreíste y por último suspiraste.

Vivo de recuerdos en este lugar y es quizá eso mismo lo que me ayuda a
soportar este martirio.

-¿No te alegras de verme?
¡Qué más podía preguntarte, si te quedaste callada, mientras conducía hasta la
plaza del pueblo!

Volvías a sonreír y a mirarme, era como si aún no aterrizaras del asombro de
verme, pero lo disfrutábamos mucho; yo por verte, y sobre todo porque gozaba
de verme dueño de cualquier situación contigo y de verte con nervios y mucha
felicidad.

-Sabes que no me gustan las sorpresas-. Y después, en tono más burlón
agregaste: -Además, la sorpresa te la hubieras podido llevar tú.

Abrí los ojos, porque me di cuenta de que era un juego para darme celos y
también me reí, como haciéndote entender con mi risa que poco me importaba
tu sarcástico comentario.

-Tonto, sabes que me encanta verte, pero con mi mamá tuve que disimular
tanta emoción.

Antes de arrancar para la plaza, me diste un beso, muy suave, muy sutil y
tierno, pero por Dios que fue bien provocador. Aún suspiro recordándolo.

Mientras conducía las dos cuadras hasta la plaza y para que no fuera tan
notorio aquel estado de choque en el que me dejaste después de ese beso,
entonces me saqué la espina de tu sarcástico comentario diciéndote al oído:

-¡Además, no me llevaría ninguna sorpresa, porque sé que nadie, en Jericó,
se atrevería a tocar lo que es de Alejandro Uribe Jaramillo!

Volvías a sonreír y mucho, de ver que te salía adelante con un mejor
comentario.

Ya cuando por fin llegamos y terminé de estacionar la camioneta, te acercaste
y nuevamente me diste un beso y un abrazo.

-Es cierto, nadie se le acerca a lo que es tuyo.
Siempre has sabido manejar cualquier conversación y situación entre nosotros:
Primero me hacías poner como un toro, aunque fuera en broma, y después
dabas estocadas de ternura y de honestidad y ese era el momento en el que
yo nunca podía ganarte ninguna conversación.

¿Recuerdas todo esto Luisa, lo recuerdas? Yo recuerdo todo, absolutamente
todo y te repito que lo hago todas las noches. Estando acá he vuelto a cada
uno de los momentos que tuve contigo y me da rabia cuando olvido detalles de
algún día o cuando no logro recordar con exactitud algún momento.

Nos bajamos de la camioneta, y caminamos buscando dónde nos pudiéramos
tomar algo. Me sentía observado por todo el mundo, y tú comenzaste a
comportarte como una pantera que cuida lo que es suyo ante las mujeres que
me miraban con mi corte militar, que me hace ver con más años de los que
tengo. Sé que muchas personas que conocían a mi papá me querían saludar y
preguntarme cómo estaba y no disimulaban ante el cambio físico que yo tenía,
pero me sentí incómodo y por eso fue que te pedí que no nos quedáramos a
tomar nada en la plaza y que nos fuéramos para la finca.

-Alejo, veo que el ejército te está haciendo decir las cosas mas rápido de lo
que normalmente lo hacías-. ¿Qué podía yo responderte por eso? ¡Nada!

El estar viendo hombres todo el tiempo en el ejército no era algo muy
agradable, me hacías falta y la verdad el estar en la plaza tomando algo era un
momento que estaba de más, porque lo que más anhelaba aquel día era estar
en la finca contigo, tenerte y que estuviéramos mucho tiempo solos.

Cuando llegamos a la finca, la noche ya estaba en todo su esplendor y la
neblina comenzaba a bajar poco a poco. Cuando me bajé de la camioneta,
sentía como si hubieran sido décadas sin estar en aquel lugar, me encantaba
llenarme los pulmones con aquel aire fresco y frío, pero recuerdo que poco me
duró aquel instante de paz porque en un abrir y cerrar de ojos ya tenía sobre
mi pecho a Barrabás y a Judas queriendo que los saludara, que los acariciara y
que jugara con ellos; estaban tan felices de verme, que fue poco lo que les
faltó para poder hablar.
¡Pobres perros!

-Amarra esos perros o yo no me bajo ni a tiros de acá- fue lo primero que
dijiste cuando los viste.

¿Qué te podían hacer dos labradores, que lo único que saben hacer es jugar?
Incluso hasta mi papá decía que esos perros no servían para cuidar.

Ay, Luisa...

Aquel primer momento tuyo y mío, tantas veces anhelado, idealizado y soñado
y por aquella vez, por fin, materializado.

No hubo besos, como una antesala, sabíamos muy bien que este era nuestro
momento y que estaba todo dentro del marco de lo que habíamos planeado:
una noche en la finca, sin prisa sin temores y con mucho amor.

Te desnudaste en el baño, mientras yo buscaba un candelabro en la sala, no
quería que hubiera mucha luz, pero tampoco quería estar a ciegas sin poderte
apreciar, sobre todo porque mucho antes de que comenzáramos a ser novios,
y esto como una confesión que debo hacerte, yo ya te idealizaba desnuda,
además las velas estaban dentro de lo que tú habías pedido.

Mientras me desnudaba, las piernas me temblaban horrores de los nervios y
del susto que tenía esperándote, y para reírme de mí mismo y darme confianza
me decía en voz baja: -¡Párese firme, Uribe, firme, carajo!- y más risa me daba.
Cuando ya estuve totalmente desnudo me paré frente al espejo. Me podía
apreciar con la luz de las velas, que estaban detrás de mí y ver en mi reflejo
cómo resaltaba más mi pecho ante mi cuello, mi cara y los brazos que estaban
totalmente marcados por el sol. Aquel momento conmigo mismo y bajo aquella
luz tenue me gustaba, llevaba mucho tiempo sin contemplarme y sin estar solo.

Sentí que abriste la puerta del baño y que saliste, pero seguí concentrado
mirando todo el entorno desde el espejo y esperando a que tu reflejo hiciera su
aparición en aquel marco, y que te acostaras en la cama, esperando que yo
me diera vuelta y fuera hacia ti, pero, de repente, lo primero que sentí fue la
piel de tus senos en mi espalda y después tus brazos comenzaron a abrazar
mi cuerpo y tus manos también comenzaron a acariciar mi pecho y por último
tu cara apareció acomodando tu mentón sobre mi hombro y tu negro cabello
cubrió mi brazo hasta desaparecer en el reflejo. Los dos nos quedamos en
silencio mirando por un momento esa imagen de dos personas que se veían
desnudas por primera vez. Lo único que no quedó en ese espejo esa noche
fue toda nuestra tímida intención, pero después fue testigo de un momento
lleno de intensa pasión y carente de razón.

Me encantaría poder seguir plasmando tanto recuerdo pero, nuevamente, se
me acaba el papel y el único espacio que me queda es para decirte que libero
mi corazón ante este encierro y sobre todo con esta puta impotencia de estar
acá, pero soy libre en las noches cuando escribo.

Te amo mucho: Alejito.
3. UN NUEVO CUADERNO


24 de noviembre de 1998


Conseguí un cuaderno, de esos grandes y cuadriculados que se utilizan para
llevar la contabilidad en los almacenes. Me siento feliz, es como si a mis manos
hubiera llegado un tesoro enorme o incluso parte de mi libertad, y lo pienso así
porque poder volver a escribir me hace libre, pero, bueno, nuevamente los
pondré al tanto de cómo lo conseguí y de todas las cosas que han pasado en
estos últimos siete días.


Hoy al medio día, cuando los del grupo de la ampliación del “hotel”, estábamos
almorzando, me senté a la sombra del árbol en el que he almorzado por estos
días y leía y re-leía una y otra vez la última carta que les escribí, buscando
espacios en blanco donde pudiera escribir más cosas; también lo hacía con
las cartas para Luisa e incluso con los pequeños escritos que le hice a ella
estando en el batallón y con los otros que también le escribía cuando hacía de
centinela en el monte. Leyendo y organizando todos estos papelitos, se me
acercó un guerrillero. Era la primera vez que lo veía y me dijo que si se podía
sentar a disfrutar de la sombra del árbol donde yo estaba. Con tono irónico y
haciéndole saber que no había problema le dije que ellos eran los que
mandaban acá y que incluso si él quería se podía subir a orinar desde el árbol
sin tener que pedirme permiso.


Me miró haciéndome entender que no le gustaba mi comentario pero que lo
pasaría por alto, para disfrutar de la sombra del árbol,     y que sin mucho
protocolo, comenzaría a almorzar.


Mientras él descargaba su fusil a mi lado y se sentaba para estar más cómodo,
yo doblaba las hojas y las metía en una bolsa de plástico donde siempre las
guardaba.


Por un momento me quedé concentrado mirando el fusil que quedó más cerca
de mí que de él, y pensando que lo podría tomar...
-¿Y qué haría usted después de matarme con ese fusil? No es mucho lo que
alcance a correr- me dijo.


Me sentí tonto, sin encontrar respuesta, pero no me quise evidenciar tanto en
lo que pensé, y mirando el arma y le dije: -hay cuatro posiciones difíciles de
combatir desde acá; además, su proveedor está flojo y ese fusil puede estar
defectuoso, no vale la pena tomar riesgos con un arma así.


Miró su fusil, en el suelo, para verificar lo que le había dicho y me dijo que era
un arma de dotación y que nunca la había usado, desde que se la cambiaron,
porque ese no era su interés. Después, mientras comía y revolvía su arroz con
las papás, me preguntó que si lo que guardaba en esa bolsita eran cartas.


-Sí, algunas cosas que he escrito desde que llegamos acá y otras que tenía de
antes, pero son solo historias para mi familia y mi novia.


Eso se lo dije para que no pensara que escribía haciendo inteligencia del lugar
y de las actividades de los guerrilleros.


-Tengo un cuaderno grande y totalmente limpio que tal vez le interese-, me dijo,
sin dejar de revolver su plato.


Dejé de comer, para levantar la mirada, pero ese solo movimiento delató mi
interés ante aquel ofrecimiento: “perdí, mostré las ganas!”, palabras textuales
que me hubiera dicho el abuelo Ignacio si hubiera sido testigo de ese
momento.


-¿Y ese cuaderno sería a cambio de qué?- pregunté.


-A cambio de de su correa-, me dijo, nuevamente sin dejar de revolver su plato.


Si yo en un breve instante, había analizado su fusil y las cuatro posiciones que
debía combatir, él lo había hecho conmigo y con mi indumentaria.
-Está bien, acepto el cambio-, dije, - pero los dos sabemos que es un cambio
ventajoso, sin embargo, y dadas las circunstancias lo acepto, también quiero
un lápiz, un borrador, dos lapiceros y otro cuaderno para cuando se me acabe
el primero, y aunque parezca mucho usted sabe que el cinturón vale mucho
más que lo que le estoy pidiendo- enfaticé.


Por primera vez dejó de revolver su plato y me miró como si le hubiera pedido
su comandancia o algo con mucho más valor para él.


-Está bien, eso es cierto-, repitió pensativo. -Lo busco cuando termine de
trabajar hoy en el “hotel”, para entregarle el cuaderno y las otras cosas que me
pide, pero sepa que no hago el cambio porque me guste mucho su cinturón
militar, no soy fanático de prendas de milicia ni nada por el estilo; acepto el
trueque porque fue usted el que      claramente dijo: “¿A cambio de qué?”
Si me lo hubiera pedido a cambio de nada, no hubiera tenido ningún problema
en regalárselo, pero también ratifiqué el deseo de cambiar el cuaderno por el
cinturón, por su ordinario y poco cortés comentario de “orinar desde el árbol”.
Sepa muy bien que en el plano que nos tiene la vida en este momento,
perfectamente podría orinarme en su cara, sin ningún problema, y sin
embargo, no soy tan bárbaro ni esa sería una táctica inteligente de
humillación-.


Se quedó mirándome, con ojos bien abiertos, esperando alguna respuesta y
sosteniendo con su mano izquierda la cuchara y con la otra mano el plato,
después de ver que no modulé ningún intento de respuesta, y que tampoco,
me salía aire por la boca, bajó la cabeza y volvió a repetir su rito: revolver,
comer, revolver...


Quedé mudo. Nuevamente esta bocota me había hecho quedar como un
cuero. Todo lo que respondió fue mucho más concreto e inteligente que lo que
yo hubiera podido devolverle, pero me sentía feliz, porque ya me hacía a la
idea de tener un cuaderno para poderles escribir todas las noches.
Por un largo momento me quedé mirándolo con el rabo del ojo, y analizando
toda su figura, que no era la del típico guerrillero quemado por el sol, sucio y
bigotudo que lleva mucho tiempo en el monte: era de piel muy blanca, aunque
el cabello sí lo llevaba más largo de lo normal, incluso tenía cierto parecido a la
famosa foto del Che Guevara. Supuse que no era guerrillero raso por el
comentario que hizo de su fusil y su inteligente respuesta. También me di
cuenta de que no le gustaban las armas y de que solo la cargaba por
costumbre o por protección.


Estábamos terminando de almorzar, cuando llegó Peque, el guerrillero que les
dije que era el encargado de todos los secuestrados.


-Comandante Julián, ¿cómo le parece que está quedando el hotel?


Este tipo que me había pedido permiso para sentarse en el mismo árbol era
Comandante de primera línea de las FARC, y eso lo deduje porque ya sabía
que Peque también era Comandante, pero por lo que había acabado de
escuchar, me daba a entender que semejante enano solo era Comandante de
tercera   línea, y también sabíamos todos los secuestrados que gozaba de
poco respeto e importancia entre los propios guerrilleros.


-Acá todavía no hay nada hecho, deje de preguntar por cosas que aún no
existen, más bien cuando esté listo entonces, me vuelve a hacer la pregunta,
pero por el momento no haga el ridículo, mucho menos delante de un soldado
de contraguerrilla.


Peque, que había llegado buscando palabras de adulación para él mismo con
su Comandante, tuvo que dar vuelta e irse, quizá, pensando e imaginando una
estrategia más inteligente para obtener el halago de sus superiores.


Este tipo, en algunos minutos, ya había robado toda mi atención: sabía que yo
era de contraguerrilla y yo nunca lo había visto a él, además,           tenía las
respuestas más inteligentes que no hubiera encontrado entre cien guerrilleros.
Tratando de igualar sus respuestas y sus comentarios, decidí nuevamente abrir
mi boca para decirle que Peque, después de lo que él le había dicho, se
desquitaría con nosotros, haciéndonos trabajar más duro y más tiempo.
Suspiró, levantó la cabeza y volvió a mirarme.


-¿Cómo se llama, usted, soldado?– me pregunto amistosamente.


- Uribe, soldado Uribe Jaramillo, Comandante...


-No, hombre, sea sensato con usted mismo. Su nombre, el nombre por el que
toda la vida lo han conocido y por el que le gustaría que lo sigan llamando, acá
no estamos en el batallón, ¡y yo no soy su Comandante!


Si ustedes hubieran visto la vena que se le brotó en la frente cuando me decía
eso, se hubieran impresionado de ver cómo cambiaba este hombre del blanco
al rojo, y yo, mientras lo miraba, pensaba:


¡Que no se le estalle esa vena antes de darme el cuaderno! Después, en un
tono, más parco me volvió a decir: -Todo esto es una locura, una gran locura:
usted, sus compañeros, yo y este lugar somos parte de un grave error-.


Antes de que siguiera profundizando en sus pensamientos, que estaba
haciendo en voz alta, decidí lanzarme y por primera vez en todo el día decir
algo corto e inteligente.


-Alejandro, ese es mi nombre, y el suyo es Julián, ¿cierto?


-Sí, me llamo Julián.


Se levantó y recogió todas sus cosas, incluso su destartalado fusil.


-Alejandro. ¡Ya estoy yo acá en el campamento para que Peque no haga
ningún abuso de autoridad! Y otro asunto: esta tarde cuando termine su trabajo
búsqueme en este mismo lugar, para entregarle el cuaderno junto con lo
demás.


El resto del día, me lo pasé imaginándome el tamaño del cuaderno; el color de
las hojas; la cantidad de hojas y la forma en que dividiría mis siguientes cartas.
Era eterno el tiempo pensando en un cuaderno, parecía como cuando, de
pequeño, no dormía, la víspera del primer día de clases, por la ansiedad que
producía comenzar a utilizar los nuevos cuadernos.


Creo que también comienza a afectarme este encierro, como al Comandante
Pérez.


Al terminar la jornada, fui rápidamente al árbol para buscar al Comandante
Julián, cuando llegué estaba él esperándome con las cosas que habíamos
acordado e inmediatamente me dispuse a quitarme el cinturón...


-¡No, hombre! No se lo quite, he decidido que ya no lo necesito y no lo quiero,
pero usted sí necesita este cuaderno. Escriba todo lo que quiera, todo lo que
necesite escribir, haga de cuenta que usted es el apóstol Juan y que lo que va
a escribir son nuevas revelaciones apocalípticas de todo lo que acá se ve.


El cuaderno que me entregó está perfecto para comenzar a escribirles más
cartas, aunque no sé, aún, cómo hacer que estas les lleguen a ustedes.


Bueno, así fue como hoy conseguí este cuaderno y la felicidad que tengo es
tanta que hasta el sueño y el cansancio no los siento, lo único que me pregunto
es por qué el Comandante decidió darme este cuaderno, cuando acá hay
tantos que quisieran tener una solo hoja para escribirles a sus familias.
Intentaré dormirme, porque ya es tarde y mañana nuevamente estaremos
trabajando en el “hotel”.
25 de noviembre de 1998


Hoy no hemos comenzado a trabajar, porque llueve muy duro todo el tiempo y
el día está muy oscuro, pero donde estoy sentado puedo seguir escribiendo,
mientras llueve, y sin que nadie me vea.


Anoche, mientras me dormía, me acordé de que era el aniversario de la muerte
del padre García Herreros, porque después de que él murió, todos los 24 de
noviembre siguientes, la abuela nos ponía a Sergio y a mí a rezar el rosario
con ella y nos decía que cuando estuviéramos en una necesidad muy grande
le pidiéramos todo a él, porque había sido un padre muy santo en vida. Siendo
sincero con la abuela, ella debe saber que nos aguantábamos el rosario y las
mil letanías con las que ella lo rezaba, porque después había dulce de coco,
una muy buena comida y una partidita de parqués. Anoche, pero sin rosario ni
comida ni parqués ni dulce de coco, le pedía al padrecito por todos los que
estamos secuestrados... es muy duro estar así.


He decidido que mientras escampa, les seguiré contando cómo fue el día del
enfrentamiento en Mitú y pasaré al cuaderno todo lo que tengo en papeles muy
pequeños, de forma más organizada y también algunos escritos que le había
hecho a Luisa.


Seguimos caminando más rápido para llegar a una colina y establecer una
mejor comunicación con el comando. El Comandante Pérez, cada cinco
minutos, le preguntaba a Arango si había alguna novedad o alguna nueva
orden.


El equipo que cada uno de nosotros cargábamos era de unos 23 kilos y el calor
y la humedad hacían mas difícil la marcha por un terreno pantanoso.
Cuando llegamos a la colina, el Comandante Pérez logró comunicarse de
nuevo con el comando y las órdenes eran las mismas y mucho más enfáticas:
“Seguir avanzando hacia el casco urbano de Mitú, para hacerle frente a los
guerrilleros”. Después de esta misma orden, otra vez nos garantizaban el
apoyo del avión fantasma y de los helicópteros.
El Comandante, ese día, nos dijo que él tenia muchas dudas sobre esta
operación, porque en un área con población civil de por medio en un
enfrentamiento, no se podría hacer uso de los helicópteros ni del avión
fantasma, o sea que el apoyo no servía en de nada, pero que, como grupo de
contraguerrilla que éramos, debíamos cumplir la orden e intentar ayudar a los
policías que soportaban el ataque.


Antes de comenzar a bajar la colina, Arango interrumpió las palabras del
Comandante para entregarle el radio. Todos lo mirábamos impacientemente
para saber qué debíamos hacer. Su cara se transformaba en una máscara de
angustia a medida que respondía “¡Aceleraremos el paso! ¡Haré todo lo que
me ordenen! ¡Sí señor, sí señor, así lo haremos, sí señor…!” Cuando terminó,
simplemente le devolvió el radio a Arango y nos dijo:


-¡Necesitan urgentemente nuestro apoyo en ese lugar!


No dijo nada más, pero todos sabíamos que no habían sido muy buenas
noticias. Sabíamos que estábamos a un poco menos de una hora de las
afueras de Mitú y que debíamos caminar rápidamente para llegar, pero no
habíamos vuelto a tener noticia del otro grupo de contraguerrilla, con el cual
nos debíamos agrupar. Solo sabíamos que ya estaba en enfrentamiento a
cinco kilómetros de Mitú.


Sigue lloviendo muy fuerte, pareciera que en vez de escampar, cada vez
aumentara más, pero por experiencia propia sabemos que en la selva una
tempestad de estas puede durar varios días.


Miro todo esto a mi alrededor: soldados y policías que aprovechan la lluvia para
dormir un poco más, otros que conversan y se ríen, no sé de qué se ríen, pero
lo hacen, otros que se esconden para fumar y hasta los dedos se alcanzan a
quemar por aprovechar hasta la última parte de un cigarrillo. ¡Hay tanto por
mirar acá, o mejor dicho tanto por no querer mirar!, razón tuvo el Comandante
Julián cuando me dijo que escribiera sobre este nuevo Apocalipsis, pero me
pregunto qué será lo que quiso decir cuando dijo que todo esto era un error,
que tanto él como nosotros éramos un error en este lugar.


Me gustaría volverlo a encontrar y poder hablar un poco más con él, porque el
resto de Comandantes guerrilleros la verdad que son todos unos comemierdas
y bien brutos, no sirven sino para matar y asustar a todos los campesinos.
Mamá, tú pensarás que no es así, y que ellos también son personas con
sentimientos, porque para ti y para la abuela no hay nadie malo, pero te
aseguro que después de ver las cosas que son capaces de hacer tú misma
cambiarías de opinión, sobre todo, si hubieras escuchado la historia del señor
del taxi que te conté en la primera carta que se llevaron los de la Cruz Roja...


No me acordaba de eso, con tanta emoción por el cuaderno, no me acordaba
de las cartas que enviamos con los delegados de la Cruz Roja.


¿Ya les habrán entregado las cartas? Me imagino que con todo esto que está
pasando, más rabia debes tener conmigo, mamá, por haber entrado en la
contraguerrilla, pero ya te expliqué que el sentimiento que comencé a sentir era
muy fuerte y que quería hacer el curso de contraguerrilla. Si así como te
imagino estás, entonces no me quiero ni imaginar a la abuela y a Luisa por lo
mismo.


Ha comenzado a escampar un poco, creo que dentro de poco llegará Peque,
dando órdenes a todo el mundo para comenzar a trabajar. Por esa escena, que
tuvo con su propio Comandante y delante de mí, ha comenzado a tratarme con
más dureza y como con cierta rabia que lo único que me produce es risa, y
para que sepan o tengan una idea del tipo de persona que es se los voy a
describir: es bien bajito, debe medir 1.62 m, y siendo muy generoso con los dos
centímetros que le dan sus botas de caucho, porque sin zapatos debe ser
ridículo. Tiene un bigote que en la mitad se divide bruscamente, quizá de
pequeño tuvo problemas de labio leporino, debe ser por lo mismo que al hablar
se le siente como si todas las palabras las dijera con una SD y se le escucha
muy gracioso porque es como si fuera un acento de payaso, además, cualquier
orden que da es para todos nosotros un chiste. Si les hablara de su uniforme y
de cómo se ve caminado con sus cosas, necesitaría otra hoja entera, porque el
uniforme le queda bien grande, las botas le llegan casi hasta la cintura y el fusil
le queda como si llevara a alguien más grande en su espalda.


Mientras termina de llover del todo, seguiré pasando al cuaderno unos escritos
que tímidamente hacía para Luisa, y por la noche les volveré a escribir cómo
terminó este día con mi nuevo cuaderno.


Nuevamente, otra noche más y en este momento acabamos de llegar de
trabajar en el “hotel” y hoy con mucho más trabajo que ayer. Me siento muerto
de cansancio, por cargar agua, todo el día, pero cada momento que pasa, lo
pienso, y automáticamente también lo escribo en mi cabeza, para después
pasarlo al cuaderno.


Después de que escampó, tuvimos que sacar con baldes toda el agua de la
lluvia de esta mañana, que llenó las zanjas que habíamos hecho para el “hotel”.
Todo el trabajo que habíamos hecho ayer se perdió por la lluvia, y como por
variar, en la tarde nuevamente comenzó a llover mucho más fuerte y tuvimos
que parar.


Esta mañana, mientras llovía, también me disponía a organizar unas cartas y
unos escritos en el cuaderno y después llego el Comandante Julián al quiosco
donde nos escampábamos y se sentó de nuevo a mi lado para conversar un
rato. Comenzamos a conversar de muchas cosas, pero en un principio me
sentí intimidado y, en otros momentos, también interrogado, pero no dejó de
ser amable y educado al momento de hablar.


Estoy demasiado cansado, por toda el agua que me tocó cargar para
desocupar las zanjas, pero les contaré un poco mi segundo encuentro con el
Comandante Julián...
Llegó caminando despacio y se dirigió directamente adonde yo estaba
sentado. Me tomó por sorpresa porque yo estaba muy concentrado intentando
acordarme de cuál era el orden de todos los escritos que tenía en la bolsa,
para después volverlos a pasar al cuaderno.


-¿Cómo le va con el nuevo cuaderno?, ¿muchas cosas por escribir y contar?


Levanté rápidamente la cabeza, sosteniendo los papeles en una mano y en la
otra el cuaderno, para poder responderle.


-Solo hago provecho de la lluvia y paso al cuaderno algunos escritos que tengo
dispersos en papeles, pero intento organizarlos de forma coherente, para que
en algún momento mi familia los pueda leer, al igual que Luisa.


-¿Luisa?– me preguntó, como queriendo afirmar lo que él mismo había
pensado. -¿Es su novia?


-Sí, Comandante.


-Que le quede nuevamente muy claro, Alejandro, yo no soy su Comandante ni
usted es mi soldado.
4. COMANDANTE JULIÁN


Me pide que no le diga Comandante, pero es muy difícil no decirle así, incluso
cuando los otros secuestrados lo llaman Comandante Julián. Después de
decirme, nuevamente, que lo llamara por su nombre, tomó una silla, se sentó
poniendo el espaldar de frente a él para apoyar los brazos, descargó su
destartalado fusil junto a su pierna derecha y por último sacó un paquete de
cigarrillos que tenía en el bolsillo de la camisa. Todos los que estaban detrás
de él se quedaron mirando el cigarrillo. Cuando terminó de hacer la primera
aspiración del cigarrillo, sonrió, porque sabía que todos, a su espalda, lo
miraban deseosos de fumar, aunque fuera de su propio cigarrillo. Volvió a sacar
el paquete y lo lanzó hacia atrás.


-¡Repartan el paquete entre todos!- les dijo sin mirar dónde caía, quién lo
sujetaba y cómo lo repartía.


Lázaro es un policía con ocho tiros en el estómago, y por eso le dicen así, era
el que más cerca estaba del Comandante cuando arrojó los cigarrillos. Alcanzó
a sujetar el paquete, sin dejarlo llegar al suelo, y en cuestión de segundos,
todos se agruparon sobre él, para pedirle cigarrillos. Me quedé totalmente
perplejo mirando la velocidad con la que salían todos del letargo, para estirar la
mano y pedir cigarrillos; ni para la comida hay tanto espectáculo acá. No
terminaba de ver cómo se iban en grupos de hasta tres personas por cada
cigarrillo, cuando el Comandante me hablaba…


-Alejandro, ¿sorprendido? El letargo que produce este lugar es algo
asombroso: puede llegar a provocar un espectáculo en las           escenas que
normalmente son comunes en las demás personas, y generar una alta
indiferencia en las cosas que verdaderamente nos deberían asombrar. Ese es
un gran problema, llega el momento donde perdemos todo la capacidad de
asombrarnos de las cosas y es cuando tomamos actitudes de indiferencia con
muchas de ellas. Con lo mismo que usted se sorprende en este momento, me
sorprendía yo en los primero años de universidad, cuando veía por televisión
cómo el M19 robaba camiones de leche para llevarlos a la periferia de Bogotá
y repartir la leche entre los más pobres. Por cosas como esas y deseando no
perder mi capacidad de asombro ante las indiferencias sociales, fue que
terminé metido en este cuento y que hoy me tiene lleno de apatía ante muchas
cosas. ¿Quiere que le cuente todo, Alejandro?


Les aseguro que no sabía por qué quería contarme todo lo que me contó, pero
aunque esta noche no duerma por escribirles toda su historia, lo haré, para que
no se me olvide nada, no importa que mañana Peque me ponga a cargar
mucha más agua que la que cargué hoy.


Cerré el cuaderno, guardé los papeles de la bolsa y puse los lapiceros sobre la
mesa, para adoptar una actitud de atención sobre toda su historia.


Aspiró por última vez su cigarrillo, como queriendo llenar todos sus pulmones
de ese cancerígeno humo y finalmente lo lanzó al suelo con brusquedad para
apagarlo con sus botas.


-He sido un idealista de la igualdad social y le puedo decir abiertamente que lo
ha sido también mi personalidad, porque desde pequeño me preguntaba, por
qué hay personas con más cosas que otras y por qué esas personas explotan
indiscriminadamente a los que no tienen, o por qué, simplemente, no los
ayudan. Soy consciente de que las oportunidades no son las mismas para
todos y de que también son muchos los que se forjan sus destinos, pero le
puedo asegurar algo, Alejandro: en este país son muchos los que tienen y que
explotan al que no tiene.


Me miró como si me estuviera pidiendo algún tipo de aprobación para continuar
contándome lo que él pensaba, mientras yo me colgaba de sus últimas
palabras, algo que ya conocía de memoria: el discurso de la desigualdad
social. Para mí, era el típico pensamiento del guerrillero con el cerebro lavado,
pero dentro de todo esto había dos cosas que yo compartía: la explotación del
que tiene con el que no tiene, y la de otras personas que, solas, llegan a
construir su capital, con el trabajo de todos los días, como lo había hecho el
abuelo. Me percaté de que aún me miraba, cambié de postura, para que
entendiera que me interesaba todo lo que me estaba diciendo y pudiera
continuar.


-Pero ¿cómo llegó usted acá, Comandante?- le pregunté, sin tener presente
cuál fuera a ser su respuesta.


 -Alejandro, cuando yo entré a la universidad, me encontré con muchas
personas que idealizaban los mismos cambios. En la universidad se sentía
todos los días, todo el tiempo un ambiente de revolución, pero déjeme aclararle
que era esa revolución social que tenía argumentos, no puedo decir que era
una revolución con ideología, porque no existen ideas concretas para hacer
revolución, existen pensamientos que producen revoluciones y también la
revolución que después genera todo tipo de pensamientos. ¿Me entiende,
Alejandro?- me pregunto rápidamente.


-¡Le entendí, Comandante!- Veía que tenía totalmente claro lo que pensaba y
muy estructuradas y organizadas sus ideas.


-En esa época fue cuando el M19 hizo todas aquellas cosas, recuerdo que fue
en la segunda mitad de la década del 70. Yo era aún demasiado joven y
apenas comenzaba mi carrera de Psicología, pero ver todos esos cambios y
esas cosas me deleitaba. En la universidad se escuchaban rumores de
personas que eran líderes revolucionarios, pero por permanecer en el
anonimato y por la forma en la que hacían propaganda subversiva, no me
interesaban mucho ni me llamaban la atención. Continué normalmente mis
estudios de Psicología durante algún tiempo y llevaba una vida muy normal
como la de cualquier universitario de universidad pública. Pero acá está su
respuesta, Alejandro.


Y yo pensaba que todo lo que me había dicho, era ya su respuesta.
-Un día, había terminado de estudiar, tranquilamente, para un examen en la
biblioteca de la universidad, pero al igual que hoy, ese día llovía fuertemente y
debía esperar para poder irme a casa. Cuando estaba en la puerta, a punto de
salir, llegó un compañero y me dijo que había hablado por mí con las personas
indicadas, para poder ir a una reunión de presentación del M19 y que ellos me
habían aceptado por mi promedio académico, pero que debía decidir
rápidamente porque en pocos minutos nos buscarían en una cafetería que
estaba afuera de la universidad. Inicialmente, dudé en ir, de todas formas,
siempre había querido tener la oportunidad de algún contacto con alguien de
ese grupo por las cosas que mostraban en las noticias.


“Llegamos a la cafetería, donde debíamos encontrarnos con otras personas
que también eran simpatizantes del grupo y que por una u otra razón querían
ser parte de un cambio para el país o para sus propias vidas, y el M19 gozaba
de muy buena fama en las universidades, tanto en las públicas como en las
privadas, era para todos nosotros la personificación del cambio de una nueva
sociedad, donde todos tendrían por igual y donde se le robaba al rico
acaparador, para darle al necesitado. Algo muy perfecto. Solamente, en la
teoría.


”Cuando estábamos en la puerta de la cafetería, teníamos la idea de que
aquella persona que reclutaba gente joven para el M19 llegaría caminando y
que sería un estudiante más como cualquiera de nosotros. Estando en esa
espera, nos mirábamos tímidamente entre todos porque cada uno sabía por
qué había ido, y los que se conocían entre sí comenzaban a presentar a los
que íbamos por primera vez; después de algunos minutos llego una camioneta
negra, y de otra mesa se levantó un señor muy bien presentado, con aspecto
de empresario, y con una agenda en la mano. Se acercó a la mesa donde
estábamos nosotros, dio dos golpes sobre ella y nos dijo: -Muchachos, llegaron
por nosotros-. Nadie se había percatado de su presencia, pero tampoco nos
tomó por sorpresa. Rápidamente caminó dirigiéndose a la camioneta, para
subirse al lado del chofer y, para desconcierto de todos, detrás había otra
camioneta.
“En el transcurso del recorrido nadie decía nada, solo mirábamos por las
ventanas la gente que se encontraba en nuestro camino. Después de veinte
minutos de trayecto llegamos a una casa vieja en el centro de Bogotá. Nos
hicieron pasar a lo que era la sala de la casa y después nos ofrecieron
comida”.


El Comandante Julián contaba su historia, como si yo le estuviera pidiendo
detalles de todo lo ocurrido, pero me agradaba, sobre todo por sentir pasar el
tiempo de otra forma y sin tener que estar recibiendo las órdenes de Peque. En
momentos me acercaba, disimuladamente, un poco más para poder
escucharlo, porque la lluvia caía tan fuerte que me dificultaba escuchar.


Hizo una pausa para mirar el campamento y también para saber quiénes
estaban cerca de nosotros.


-Creo que tendremos más tiempo, Alejandro, aún         llueve muy fuerte, pero,
¿usted todavía me quiere seguir escuchando?–. Fue una pregunta amable,
como si no quisiera aburrirme con su historia.


-¡Claro que sí, Comandante!–. Se lo dije para que no volviera a hacer ninguna
interrupción en su historia.


-Bueno, entonces, continúo-, dijo con un gesto de agrado, por sentir que su
historia era interesante para mí. -Después de haber comido, llegaron dos
hombres y, al igual que el primero, estaban muy bien vestidos, se presentaron
y comenzaron con una reseña histórica del M19.


-¿Usted sabe algo de esa historia, Alejandro?- Me sentí apenado por no saber
historia contemporánea del país, pero sin dudar le respondí que no sabía, que
lo único que sabía del M19 era que se habían tomado el Palacio de Justicia en
Bogotá.


-Bueno, veo que lo que usted tiene como referente histórico del M19 fue la
acción más sonada, y quizá lo último que lograron hacer a gran escala.
Recuerdo que fue el 6 de noviembre de 1985, fue una acción ejecutada por el
Comandante Andrés Amarales y Lucho Otero, y la noche anterior nos
informaron de que algunos de nuestros compañeros harían historia por el
pueblo de Colombia, citando a juicio al presidente Belisario Betancur, pero no
entraron en detalles.


“Al día siguiente, nos dijeron que el primer objetivo, o sea, la entrada al Palacio
de Justicia, había sido logrado. Después, cuando oí las noticias y veía como el
ejército había decidido entrar al Palacio y la forma tan heroica como mis
compañeros se defendían y todo lo que estaba pasando, sentía un viaje de
sangre caliente por mi cuerpo, al mismo tiempo que sentía rabia. Yo quería
estar allá, quería ser parte de un plan de esa magnitud, porque a pesar de que
me sentía identificado con sus ideales, nunca me imaginé que el grupo fuera a
ejecutar una acción con semejante audacia y sobre todo con tanto interés de la
opinión pública a lo largo de todos estos años.


“Los días siguientes a la toma del Palacio de Justicia, me sentía viviendo el
verdadero cambio, la verdadera lucha por los derechos de igualdad para todos,
incluso ni asistí al entierro de mi padre que había muerto por esos días,
porque para mí estaba primero la lucha, que el sentimiento familiar. ¡Qué
equivocado estaba, Alejandro! ¿Cómo pude llegar a estar tan equivocado?”


Me planteó la pregunta, desviando su mirada hacia la lluvia que aún
continuaba. Cualquiera que hubiera escuchado toda su historia, se hubiera
percatado de un instante de nostalgia por la memoria de su padre. Personas
que son protagonistas de cualquier tipo de revolución no se permiten instantes
sentimentales o de tristeza, por eso, y en pocos segundos, retomó la narración
de su historia, con el mismo tono de voz. Seguro y muy fluido.


“Retomando un poco la historia, solo puedo decirle que antes que estos
señores terminaran su exposición histórica sobre los planes realizados por
parte del M19, yo ya quería ser parte de ellos. Cuando terminó la reunión nos
decían que no era un juego, que incluso podrían estar de por medio nuestras
vidas y las de nuestros familiares, y aún así no me importó. Ya sin más detalles
entré en las filas urbanas y con el tiempo llegué a ser Comandante.


“Cuando se instauró la primera orden de captura en mi contra, por distribución
de propaganda subversiva, todos me felicitaban, me decían que esa era mi
principal causa para continuar en filas. Fue cuando tuve que dejar la
universidad y también mi casa, porque hasta allá llegó una vez la policía para
buscarme”.


 No me atrevía ni a moverme un centímetro de la silla, para no distraer al
Comandante de su relato, aunque los dos ya comenzábamos a darnos cuenta
de que pronto terminaría de llover y tendríamos cosas por hacer, pero aún así,
él continuaba...


“Las cosas se pusieron muy difíciles en los grupos urbanos, después de la
toma del Palacio, la policía nos buscaba por todas las periferias de la ciudad y
el ejército hacía lo mismo en las montañas; fue, entonces, cuando se decidió
que todo el mundo se trasladaría a la montaña, porque corríamos riesgo en la
ciudad.


“Inicialmente, la vida en la montaña no me gustaba, me hacía sentir que la
causa perdía protagonismo y que la gente dejaría de creer en nosotros por
estar escondidos en el monte, pero de todas formas continué y en esa época,
pensar en una evasión era ir en contra de mis propios principios. Creo que esa
necesidad de replegarnos totalmente al monte fue lo que, en cierta forma, mató
al grupo, porque éramos una guerrilla urbana, pero, para mí, lo que
verdaderamente aniquiló al M19, fue cuando se comenzaron a escuchar
rumores de que la acción del Palacio de Justicia había sido patrocinada por los
carteles de la mafia, con la necesidad de destruir los expedientes de algunos
de sus capos y que, incluso, el Comandante Carlos Pizarro se había llegado a
reunir con el jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, para hablar sobre cómo
se realizaría la toma del Palacio de Justicia, y también para acordar la cantidad
de dinero que el M19 recibiría por ejecutar el plan.
“Días después, llegamos a saber que el Comandante Andrés Amarales
supuestamente habría sido sacado vivo del Palacio de Justicia por miembros
de las Fuerzas Armadas y luego habría sido reintroducido al mismo y
presentado como muerto en combate”.

-Alejandro, ¿puede usted imaginar por qué pudieron hacer eso con el
Comandante y con otras personas que salieron vivas y después aparecieron
muertas dentro del Palacio de Justicia?- Yo estaba sumergido en todo su
relato, como para estar a la altura de una pregunta como esa.

-No lo sé, Comandante, de hecho nadie lo sabe- fue lo único que pude acertar.

-Claro que sí lo saben, Alejandro, pero nunca lo han dicho, ni lo dirán, pero la
hipótesis a la cual llegué después de todos estos años es simple: Si el
narcotráfico pudo comprar esa acción, obviamente también podía comprar
policías, por mucho menos,      para que eliminaran todo tipo de testigos o
pruebas que los relacionaran directamente a ellos. Así lo veo yo, pero, como ya
le dije, es una simple hipótesis personal.

Dejaba de llover, cada vez más, pero el Comandante estaba dispuesto a
terminar de contar su historia y yo también seguía dispuesto a escucharla.
¿Qué más podíamos hacer?

-“En el monte, todos los días nos sentíamos perdidos, y así estuvimos durante
algunos años, pero seguíamos creyendo en el cambio, entonces se decidió
que uno de los requisitos para entregar las armas era la creación de una
Asamblea Nacional Constituyente, para que garantizara el desarrollo de otros
partidos políticos y espacios a las minorías, porque la vieja Constitución solo
permitía los partidos tradicionales. El Gobierno del presidente Virgilio Barco se
opuso todo el tiempo, pero, entonces, los estudiantes de las universidades,
hicieron un movimiento nacional, para que en las votaciones generales del 11
de marzo de 1990, se incluyera una “Séptima Papeleta” para que el poder
ejecutivo conformara una Asamblea Nacional Constituyente.

“Después del logro de La Constituyente, realizamos la entrega de armas en el
campamento de Santo Domingo, eso fue el 8 de marzo de 1990. Aún lo
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  • 1. A Dios, sobre todas las cosas, y a Mi hermana: pusiste Paris a mis pies, sin ninguna palabra ni gesto de cansancio.
  • 2. “Los liberales estaban decididos a lanzarse a la guerra. Como Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre la diferencia entre conservadores y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los liberales, le decía, eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas de implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos naturales que a los legítimos, y de despedazar el país en un sistema federal que despojara de poderes a la autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas. Por sentimientos humanitarios, Aureliano simpatizaba con la actitud liberal respecto a los derechos de los hijos naturales, pero de todos modos no entendía cómo se llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con las manos. ” Cien años de soledad, GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
  • 3. Prologo Este libro, no es más que una historia dibujada de la realidad. –Con un testimonio verdadero-, pero, quizás, en algún momento puede llegar a ser la historia directa de alguien que haya sufrido en carne propia las atrocidades de un ridículo conflicto que ya despierta intereses internacionales, por su antigüedad. Aunque siga solo siendo una historia imaginada, no dejara de sucumbir en hechos totalmente reales de historia contemporánea en nuestro país, donde existe el poder y el antipoder y en cualquier parte donde ellos ejercen, estamos nosotros que somos carentes de esos dos poderes, incluso el tiempo parece demostrarnos que no hay lugar en nosotros para: Poder exigir; -aunque nos auto-denominemos democráticos- poder hacer; poder vivir, y poder, incluso, elegir la forma de morir, y desgraciadamente, por el poder y el antipoder, perdemos constantemente la capacidad de poder soñar para perpetuarnos, únicamente con la resignación. Y ni que decir de intentar tomar el poder para ejercerlo contra el antipoder, eso en nuestro país nos convierte en personas que solo tienen el poder de ser temerarios, cuando antes los llamábamos: patriotas. Se debe tener presente que las personas, que crecimos haciendo caso del poder, vimos a ese viejo antipoder, haciendo lo que mejor sabían hacer: arremeter, para después mimetizarse en lo ancho y plano de todas nuestras selvas, porque si algo sabe hacer el antipoder en su ancestral estrategia es: atacar, esconderse y pregonar ideas políticas, para unos cuantos que solo saben de sapos, reptiles y animales rastreros. Ellos piensan que el antipoder tiene ideas salvadoras, porque les paso lo mismo: crecieron solo viendo el poder de lo que para nosotros es el antipoder. No podemos culparlos, ni apresurarnos a juzgarlos, porque ellos estaban en lugares, donde el poder ni se asomaba y el antipoder, ejerciendo también su oportunismo, llego a ellos como única esperanza y oportunidad. Es un antiguo conflicto, o quizás un antiguo dilema, donde nadie ha sido capaz de resolverlo, porque se han involucrado todas las cosas que alimentan las diferencias entre unos y otros, donde ya no hay estereotipos de ninguna clase, solamente hay prejuicios y la única forma de defenderlos y sostenerlos es la muerte del otro prejuicio, como sea y al precio que sea, porque cuando entramos a ser parte del conflicto nos convertimos en cifras, números y en sujetos prejuiciosos totalmente marginados de una condición humana, donde solo hay un instantes para acordarnos que somos prejuicios con un esporádico uso de la razón, pero esa misma razón vuelve a ser utilizada como una herramienta mas de lo mismo de siempre: argumento que solo sirve para enjuiciar y silenciar el otro prejuicio que tiene como disfraz una ridícula forma humana.
  • 4. **** Algunos de los padres de nuestros padres, vieron nacer este conflicto y en su mayoría lo alimentaron, con sus inquebrantables costumbres y sus fervorosas creencias, que fueron manipulas con la ideología divina, donde desde muchos pulpitos se llegó a decir que el rojo era pecado y verlo con buenos ojos también lo era. Qué pensaría el mismo Jesús en vida, al ver que algunos de los hombres de su iglesia, utilizaron su poder como proselitismo político, para no darle cabida al drenaje de sus fieles con nuevas ideas, ni mucho menos a la posible reducción de las futuras limosnas que sostenían sus grandes arcas. Acaso no fue el mismo Jesucristo en vida, quien dijo: “Pues bien, lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios” Afortunadamente, aun existen algunas comunidades de la iglesia que se marginan de todo anhelo de poder, para ayudar, de forma muy silenciosa, a las personas que se convierten en victimas del poder y del antipoder. Perdón: de los números, las cifras y las estadísticas, que se convierten en victimas. No solo nuestros ancestros alimentaron el conflicto con sus creyentes oídos, hoy por hoy nosotros, también alimentamos parte del conflicto, cuando le rendimos culto a todos los medios de información, que nos muestran solo lo que ellos nos quieran mostrar, porque en Colombia los dueños de la información son unos pocos y cuando existe algún hecho que los involucra directamente en algo, entonces pasa a ser manipulado o silenciado, mientras nosotros seguimos engullendo todo lo que nos muestran y nos dicen, sin darnos cuenta que volvemos a convertirnos en cifras y números, pero en esta ocasión no tomamos el nombre de victimas, simplemente pasamos a llamarnos de forma más “in” “rating”. Antes se le conocía como sintonía. Estamos haciendo lo mismo que hacían los abuelos con las arcas de la iglesia, pero esta vez en los bolsillos de otros y mientras ellos tengan atrocidades del conflicto para mostrar todas las noches, nosotros estamos siendo medidos por la sintonía. Perdón: “rating”. No acepto, ni conseguiré aceptarlo, mientras viva, que los dueños de la vida en Colombia, después de largo tiempo, sigan siendo el poder y el antipoder, solo por orden de ellos vivimos si ellos lo desean y hasta que lo crean conveniente y morimos si ellos firman la orden, que pareciera mas otro contrato corrupto y lucrativo entre ellos la muerte y Caronte. No aceptaría la idea de morir a manos del poder y del antipoder, como si mi existencia o la del cualquier persona en Colombia fuera, capricho de ellos, o sea, la arbitrariedad de unos pocos, que son menos que todos nosotros, pero que lamentablemente son los dueños del poder y del antipoder y nosotros un pueblo de impotentes que día a día solo tenemos el poder de aguantar y seguir soportando todo tipo de infamias. No debemos seguir visualizándonos, como la victima entre la espada y la pared, porque ese es otro rol que nunca nos recompensará, pero si hay algo mas cruel que la muerte a manos de los dos poderes, es nuestra propia indiferencia,
  • 5. que por decirlo de alguna forma es el aire que hace falta entre la espada y la pared. Extiendo mis cuestionamientos a mis primeros años de aprendizaje, donde era una mente en blanco, sin estereotipos ni mucho menos prejuicios. Esas eran palabras de adultos; de profesores o de gente con mucho más conocimiento. Épocas en las que me enseñaron que Dios que creo el mundo, con mares, océanos montañas, desiertos y tierras que después se convirtieron en países. En esos países surgen las culturas y formas de estado, que después se expanden a lo largo y ancho de la tierra. También me enseñaron que existieron grandes lideres: “Padres de la patria” Entre ellos el más grande de la historia Colombiana: Simón Bolívar “El libertador” Con historias tan asombrosas como las que escuchaba de labios de un viejo y alcohólico soñador que nos decía: “Simón Bolívar, era capaz de estar montado en su caballo durante ocho días sin parar.” Nosotros que más podíamos hacer: ¡imaginar el gran libertador y creer todo lo que escuchábamos! Y hoy me gustaría saber si el caballo también era capaz de soportarlo a él tanto tiempo. Por el anhelo de conocer mas historias de aquel “libertador”, me encontré con otro tipo de relatos que hablaban de un hombre totalmente energúmeno, donde sus ideas eran las únicas que servían, donde necesitaba estar todas las noches con una prostituta diferente, o sea en leguaje mas abierto era lo que podríamos llamar hoy en día, un putero. Pero si algo caracterizo verdaderamente aquel padre de la patria fue su amor. Amor por el eterno y seductor poder. A la pira me gustaría llevarme todas esas cosas que mal-aprendí, relatos de boca a oído que son la mayoría de la historia de la humanidad, muy distinta a la historia que hoy registramos con sonido e imagen, y aun así, seguimos siendo tan enfermos de poder, que somos capaces de manipular todas estas formas de registro, para seguir engañando y sometiendo un país entero. Esta historia nace de ver como el poder es capaz de engañar, defraudar y matar, para sostenerse; como en segundos puede llegar a cambiar la historia, no solo de una persona, sino de miles y miles. Es una historia que intenta imaginar lo que piensan los que hacen la guerra por ordenes del poder y también por ordenes del antipoder, porque es sabido que: “En la guerra mueren dos que no se conocen ni se odian, en nombre de otros dos que se conocen y se odian pero no se matan” Es normal, que para poder vivir en comunidad, sea necesaria una autoridad que gobierne, sino es la anarquía y el barullo, todo esto es la demostración exacta de una primitiva condición humana que nos conlleva a encontrarnos con la cruda verdad que las libertades absolutas no existen. El problema no es la falta de una libertad absoluta, porque dentro de las normas esenciales de convivencia hay una pequeña muestra de libertad que existe para todos y que la debemos sostener todo el tiempo, cueste lo que cueste, aunque el antipoder la quiera suplantar.
  • 6. Al poder que nosotros democráticamente elegimos, debemos ayudarlo y aceptarlo aunque en ocasiones no sea de nuestro agrado, porque la democracia no es solo la política favorable a la intervención de nosotros como pueblo es también un deber que requiere de múltiples ayudas, pero no desde la oposición porque los opositores siempre serán los envidiosos del poder y la oposición, sin darse cuenta se convierte en un nuevo o segundo antipoder, que repetiría la misma historia, que ya todos conocemos. No gozo ni de poder ni mucho menos del antipoder, pero creo que en Colombia, erradicar con los que ejercen el antipoder que tienen ínfulas de verdadero poder, no cambia el curso de las cosas; erradicar con el antipoder, que se esconde en la selva, cambia el destino de todo un país. Idea cruel e inhumana para muchos, pero cierta, si tenemos presente que esa forma de antipoder es una piedra en el zapato, que no nos permite ser vistos como un verdadero país en el mundo entero. Andrés C. Diciembre 31/2007 París.
  • 7. 1. HOJAS BLANCAS 15 de noviembre de 1998 Nunca escribí cartas... No sé como comenzar, y me provoca morirme al ver estas hojas en blanco, y mi cabeza está tan llena de tantas cosas en este momento... Creo que lo único que se me ocurre es comenzar a contarles todo desde el principio; de esa forma será mucho más fácil acordarme de lo sucedido para que ustedes tengan una idea de cómo ha ocurrido todo. Nos entregaron tres hojas blancas a cada uno, diciendo que las utilizáramos para escribirles a nuestras familias, y que no nos demoráramos mucho escribiendo, porque pronto pasarían a recogerlas para entregarlas a la Cruz Roja. Inmediatamente se armó un desorden impresionante porque todos comenzaron a buscar en sus cosas un lapicero, un lápiz o algo que les sirviera para escribir. Yo, por mi parte, no tengo ni la mínima idea de lo que voy a escribir, solo me provoca salir corriendo, no me importa que estos hijos de puta me disparen por la espalda, pero no quiero estar acá. El Comandante Pérez, después de ver mi impotencia ante las hojas y ponerlas entre las piernas, me propuso un trato. -Mire, Uribe, hagamos algo. -¿Qué, podemos hacer vos y yo en este mierdero?- le respondí furioso. -Paisa, póngale buena cara a esta situación, hágala fácil. Yo no sé escribir muy bien, pero sé contar historias y usted sabe escribir bien, usted me escribe mi carta, mientras yo le hablo, y con eso después tiene una idea de cómo hacer la suya. ¿Le parece?
  • 8. El Comandante Pérez comenzó hablando despacio y con mucha fluidez. Le contaba a su mamá cómo estaba, todo lo que pensaba en ella y en sus hermanas, de las cosas que extrañaba de Popayán y de aquellas semanas santas en las que trabajó arreglando iglesias, pero en ningún momento se quejó de la situación, por el contrario, todo lo que me decía lo hacía ver como si estuviera en un paseo. “Qué paseo” pensaba yo. Contaba todo con muchos detalles, y eran tan precisos que no se me hacía difícil escribirlos o imaginarme todas esas cosas que iba diciendo. En un abrir y cerrar de ojos estuvieron listas sus tres hojas y por último le decía a su mamá: «Viejita, esta letra tan bonita no es mía, es de un paisa que escribe mejor que yo. Ya me estoy dando cuenta por qué me regañabas cuando no iba a la escuela; de todas formas me enseñaste que es pecado ganar indulgencias con padrenuestros ajenos». Me impresionó tanta sinceridad y eso era lo que yo necesitaba para comenzar a escribirles esta carta. Cuando terminé de escribirle su carta, le dije: -¡No seas tan cínico, por lo menos firma la carta! -Gracias, Uribe, sí ve que nos podemos ayudar, vea qué letra tan bonita la que usted tiene, parece letra de solterona. -Deje de hablar bobadas, pero, gracias, por lo menos ya sé cómo voy a repartir las hojas y a quiénes les voy a escribir. Antes de seguir escribiendo cualquier cosa quiero que le digan a Luisa que me estoy volviendo loco de pensar en ella, que me hace mucha falta y que por favor sepa esperarme. Yo sé que mi mamá también está preocupada por mí y que antes que nada quiere mis primeras letras para ella, pero siempre seré su hijo y ella nunca dejará de ser mi mamá. Lo que pasa es que si no escribía esto
  • 9. antes que nada para Luisa, me comenzarían a salir piedras en el estómago. El tiempo en este lugar parece infinito, por eso comenzaré contando absolutamente todo desde el principio, así como lo hizo el Comandante Pérez con su mamá. Al llegar ese día a Medellín, había pensado que correría con buena suerte en los sorteos y que después haría un paseo por la ciudad; era apenas la tercera vez que estaba en Medellín y era mi primera vez solo. Quería conocer el estadio y sus alrededores, y después quería comprar algunas cosas para llevar, pero con semejante noticia lo único que quería era regresar rápido. Recuerdo perfectamente que la balota que saqué en el sorteo para la entrada al Ejército Nacional de Colombia decía: “16 de diciembre”. Ese día, Medellín se convirtió en un lugar del cual quería salir inmediatamente para irme a Jericó. No quise esperar por nadie más, y en cuanto pude tomé un taxi. Me monté en un taxi y lo primero que me dijo el chofer fue: -Buenos días, muchacho. ¿Para dónde vamos? -Por favor, a la Terminal del Sur. Debo tomar un bus para ir a Jericó. Me senté adelante, y comencé a mirar por la ventana todas las calles por las cuales pasábamos. Pensaba en cómo le diría a mi mamá la noticia, debía haberla llamado después de que pasara todo, para que ella después le dijera a mi papá y él hiciera lo correspondiente, en caso de que hubiera sacado la balota para prestar el servicio, pero para mí ya todo estaba perdido. Yo estaba muy concentrado pensando todas esas cosas, hasta que el conductor del taxi me preguntó: -Cuénteme, joven: ¿Hoy era el sorteo del ejército? -Sí señor, hoy era-, le dije yo, y después me volvió a mirar y me dijo:
  • 10. -Ah, ya entiendo. Me di vuelta para mirarlo y le pregunte: -Perdone, ¿entiende qué? -Su cara, es muy sencillo saber que ya tiene usted cara de recluta y que pronto tendrá esa cabeza como un durazno, pero no se aflija, eso es cuestión de abrir y cerrar los ojos y pronto estará de nuevo afuera. En ese momento paramos en un semáforo, se acomodó en su silla y me volvió a hacer otra pregunta: -¿De dónde es usted, joven? -De Jericó-, le respondí pensando que no tendría ni la mínima idea de dónde quedaba. -Ah, un pueblo muy bonito y e histórico. Acá donde me ve manejando este taxi yo he leído mucho y también conozco muchos pueblos de Antioquia y le digo que para mí Jericó, al igual que Jardín, Ciudad Bolívar y Santa Fe de Antioquia son pueblos muy bonitos y otros tantos que no recuerdo en este momento. Cuando me dijo eso, lo primero que se me ocurrió preguntarle fue que si le gustaba ir a Jericó. -¡Claro que me gusta! -¡Le propongo algo! -¿Qué? -Que me lleve hasta Jericó y yo le pago lo que cueste de acá hasta allá, le pago los peajes y una parada a comer algo.
  • 11. Inmediatamente se quedó pensando y me dio la impresión de que se preguntaba él mismo si yo sí tendría el dinero para todo eso, y miraba su reloj para calcular el tiempo de ida y el de venida. -¿Cómo te llamas? -Me llamo Alejandro Uribe Jaramillo. -¡Ah, carajo! De Jericó y con esos apellidos, debes ser de una familia muy paisa. -Si, así lo somos. Pero dígame: ¿Sí puede o no puede llevarme? -Voy a ser sincero, Alejandro. En este oficio uno se da cuenta de que aquel dicho de que el hábito no hace al monje es totalmente cierto; he llevado personas muy agradables físicamente y muy buenas conversadoras y después me han robado, como también he llevado personas que tienen más presencia cien pesos de cilantro y después me han dejado propina. Inmediatamente saqué del bolsillo todo lo que tenía y se lo mostré. Le causó mucha risa y me dijo que estacionaría el taxi para llamar a la empresa y pedir el permiso para salir de la ciudad y que también llamaría a su casa para decir que no iría a almorzar. -Alejandro. Esas son las cosas buenas de este trabajo, uno nunca sabe a quién llevará o a quién conocerá con cualquier persona que se monta. Inmediatamente se dirigió a tomar la autopista Sur. Las montañas ya se veían cubiertas por nubes grises, y daba la impresión de que pasando Caldas estaría lloviendo muy fuerte. -Alejandro, yo sé que usted debe estar más aburrido que mico recién amarrado, pero no haga este viaje más largo de lo que es con tanto silencio y cuénteme por qué esta tan pensativo; le aseguro que si me lo dice va a sentir
  • 12. un poco de descanso. Cuénteme cosas de Jericó, a mí me parece un pueblo muy agradable. Recuerdo que antes de hablarle de Jericó, le pregunté cómo se llamaba: -Yo me llamo Antonio Morales, ve cómo es de bueno hablar, ya por lo menos no se le olvidará mi nombre. Les aseguro que nunca olvidaré el nombre de ese señor y su blanco color de piel con unos ojos muy verdes. Tomé aire para comenzar a hablar y comencé a contarle cosas de Jericó como si estuviera de nuevo en el colegio dando una lección de historia. -Don Antonio, Jericó fue fundado por don Santiago Santamaría y Bermúdez de Castro, el 28 de septiembre de 1850, con el nombre de “Aldea de Piedras”, luego se llamó “Felicina” y finalmente el nombre que lleva en la actualidad: “Jericó”. -¿Pero, por qué ha tenido todos esos nombres, Alejandro? En ese momento me di cuenta de que ese señor no me dejaría estar en silencio ni un solo minuto del viaje y que me tendría diciéndole cosas del pueblo. La verdad no era mucho lo que sabía de esos tres nombres, pero le puede decir más o menos de lo que me acordaba del colegio. -Sé que inicialmente se llamo “Aldea de Piedras” por el río que esta cerca y que tiene muchas piedras; después se llamó “Felicina” en homenaje a un señor que se llamaba José Félix Restrepo y quien hizo una gran labor por los esclavos y por último le pusieron el nombre de “Jericó” por ser la primera ciudad que encontraron los israelitas al pisar la tierra prometida. El trayecto transcurrió de esa misma forma durante un tiempo; don Antonio me hacia preguntas del pueblo y yo le respondía lo que podía. En los momentos, que de milagro, se quedaba en silencio, yo intentaba darle orden a todas mis ideas.
  • 13. Nos acaban de decir en este momento que no nos demoremos tanto con las cartas, y me levanté para mirar a mi alrededor y quedé impactado de lo que veía: todos tienen los ojos rojos de llorar, otros les ayudan a los que no saben escribir mucho o a los que están heridos de una mano; otros están esperando que alguien escriba rápido sus cartas para utilizar el lapicero y el Comandante Pérez anda como un loco diciendo que la forma más rápida de escribir la carta es dictándome las cartas. En cuanto pueda le hago tragar esa lengua. Bueno, espero que todo esté bien en los negocios del viejo y en la finca, y que mi mamá se quede tranquila; con la ayuda de Dios saldré de esta y volveré a estar muy pronto con ustedes. PD: La última hoja es toda para Luisa para que por favor se la entreguen a ella. Mamá, te pido que por favor no la leas, yo sé que te mueres de curiosidad por saber qué planes tenemos, pero espera a que todo esto pase. Intentaré comprar las hojas de alguien que no las necesite o cambiarlas por algo de comida y con eso tendré para escribirles más; por el momento solo me queda decirles que los recuerdo mucho. Alejandro. PARA LUISA Luisa: El solo escribirte me produce una tristeza impresionante, me imagino que ya te debieron contar muchas cosas sobre lo que pasó antes de mi entrada al ejército. Yo solo quiero decirte que no te he dejado de pensar ni un solo minuto desde que todo esto pasó, me imagino que mi mamá te debió contar absolutamente
  • 14. lo que pasó después del día del sorteo en Medellín y si aún no lo sabes, entonces te lo contaré: Ese día, debí haberme quedado en Medellín y llamar a mi papá para que él se comunicara con el Comandante de la Cuarta Brigada, a quien él conoce, y así me pudieran sacar del grupo que tenía que presentarse el 16 de diciembre, pero para mí el cielo se me derrumbó encima y olvidé todo. Solo quería estar contigo antes de tenerme que ir. Cuando llegué a la finca y le conté a mi papá lo sucedido, se puso como un toro y de inmediato se fue para Medellín a ver qué podía hacer, pero ya era tarde, ya mi nombre estaba registrado en el sistema nacional y no me podían sacar. Yo no tenía la mínima idea de lo que se me vendría encima. Más que nadie sabes que tenía ya todo listo para cuando me graduara del colegio. Me pregunto si aún sales a caminar por la plaza y a tomar algo cerca de la iglesia. La última vez que te pude llamar desde el batallón me gustó mucho escucharte tan feliz y diciéndome que me estabas pensando mucho y que te acordabas de nuestras caminadas por la plaza, pero lo que más recuerdo siempre de ti es esa pregunta que nos metía a los dos en un mundo de sueños y la pregunta que más recuerdo fue la que me hiciste la noche antes de presentarme en el ejército: -“¿Verdad que volverás y vendrás a buscarme? ¿Verdad que sí?” La dejaste totalmente grabada en mi memoria. He podido conseguir otras cuatro hojas a cambio de algunos favores, porque ofrecí un dinero que tenía escondido, pero acá no sirve para nada, lo más importante es la comida y cosas de uso personal. Pero te aseguro que antes de que recojan todas las cartas volveré a escribirte otra para ti y para mis viejos, por el momento te voy a dar algo que te escribí,
  • 15. pensando en tus preguntas, y que siempre había querido darte para cuando me hubieran dado alguna licencia. ¿VERDAD? “¿VERDAD QUE SOS VOS?” Soy yo, solo debes saber que soy un hombre y que esa sola condición puede arruinarlo todo, pero mientras me permitas estaré dispuesto a no aparentarlo tanto. “¿VERDAD QUE LO HAREMOS?” Siempre es más fácil entre dos, incluso hacer relevos será mas gratificante y divertido, no llegaríamos a sentirnos cansados. “¿VERDAD QUE NO ME DEFRAUDARÁS?” Defraudarte sería despertar todas las tristezas, sería ver derrumbar toda mi paz. “¿VERDAD QUE NO ME DEJARÁS?” Aunque llegue a dejarte es imposible olvidarte y si en medio de todo llego a dejarte sé que tus recuerdos vivirán para atormentarme. “¿VERDAD QUE NOS DEJARÁN Y NADIE NOS MOLESTARÁ?” Somos parte de cualquier sociedad, y no puedo prometerte una vida como si fuera una canción, pero puedo ponerle el pecho a cualquier situación. “¿VERDAD QUE ME PODRÁS SOSTENER?” Siempre y cuando tú también lo puedas hacer, cuando yo lo necesite… “¿VERDAD QUE ME AMAS?”
  • 16. Tanto como mi libertad, pregúntaselo a mi sueño, y te dirá que no hay lugar para nadie más. Sé que siempre me criticabas porque muy pocas veces te decía cosas bonitas o porque me era difícil expresarte mis sentimientos, pero siempre las pensaba y te las escribía, incluso cuando llegué al batallón. Comencé a hacerlo más seguido y juntaba todos mis escritos para volverlos a leer cuando podía. Me daba pena mostrártelos porque pensaba que te reirías de mí diciéndome que ya estaba igual de loco a todos esos poetas que había en el pueblo, pero es que contigo nunca se sabe, te quejabas por algo un día y al siguiente ya lo reprochabas. Ya nos están gritando para que entreguemos estas hojas y la mayoría no han podido ni terminar la primera. Le he escrito a mi mamá diciéndole que te entregue esta hoja y que no la mire, yo sé que ella algo estaba sospechando. Solo te pido que me esperes y verás cómo muy pronto volveremos a estar juntos. Te amo mucho: Alejito. He logrado conseguir otras hojas a cambio de un pan y un almuerzo, pero no se preocupen porque les aseguro que es mejor comerme la hoja que el pan y el almuerzo, porque no es mayor cosa. No sé si estas hojas las alcance a entregar y me las puedan poner junto con las otras hojas que ya entregué, de todas formas les escribiré contándoles más cosas, o de lo que rápidamente me acuerde. Debo esconderme un poco, para que no me vea el Comandante Pérez con más hojas, porque sería capaz de venir, pedirme hojas y además comienza a dictar como si yo fuera la secretaria de él. Yo creo que ya lo está afectando este encierro. En la anterior carta les estaba contando el viaje desde Medellín hasta el pueblo después del sorteo; la verdad es que no sé por qué les estaba escribiendo
  • 17. sobre ese señor del taxi, pero fue lo primero que alcancé a recordar; además, con lo furioso que se puso mi papá cuando llegué a la finca, nunca les había podido contar de ese viaje. Después de unas horas de viaje y cuando ya estábamos por llegar a Fredonia, comenzó a manejar más despacio, como si estuviera buscando algo, le pregunté qué pasaba y me abrió los ojos como si se le fueran a salir. -Bueno, Alejandro, el trato era con almuerzo y yo ya estoy que me como una mano del hambre que tengo. La verdad es que ese día lo hubiera podido pasar tranquilamente sin comer nada, pero a ese señor se le veía en la cara que no había comido nada desde el desayuno. Encontramos un estadero, de esos que hay antes de llegar a Fredonia y almorzamos, aunque la verdad es que quien almorzó fue él, yo no fui capaz ni de comerme la mitad de lo que había en el plato. Después pidió un café y me dijo: -¿Seguimos? Cuando fui a pagar la cuenta, me dijo que no, que él la pagaría y que lo haría con mucho gusto. Me quedé frío, sin saber por qué. Al montarnos de nuevo al carro, me dio la impresión de que se estaba pasando las manos por los ojos como si se estuviera secando lágrimas, se puso el cinturón de seguridad y con la voz cortada me dijo: -Alejandro, esta guerra tan absurda se tiene que acabar, esto no puede continuar así, no pueden seguir matándose los unos a los otros sin que nadie haga nada. Me causaba curiosidad, que siempre que me decía algo, lo hacia diciéndome mi nombre.
  • 18. Comenzamos a subir por la Cabaña y fue cuando empecé a sentir unas ganas impresionantes de vomitar por el susto que sentía de solo llegar y tenerles que decir que en dos meses tendría que estar presentándome nuevamente en Medellín. Siempre, desde que era pequeño, me parecía que la subida al pueblo era muy larga y causaba mareo, pero esa vez, para mí, cada curva era como si fueran dos más, hasta que en un momento le tuve que decir a don Antonio que parara el carro, porque estaba por vomitarme. -¡Tranquilo, Alejandro! Me bajé del carro y busqué un lugar alejado, para no sentirme observado, ni para causarle algún fastidio a don Antonio, pero para colmo de males, este señor se bajó conmigo y se fue detrás de mí con una botella de agua. - Vomite, Alejandro, ya verá cómo se va a sentir mejor. Yo sentía como si me estuviera dando ánimos para vomitar y pensaba: quién carajos necesita que le ayuden a vomitar, o que le den ánimos para que continúe. Cuando terminé me dio la botella de agua con una servilleta y era la primera vez que comenzaba a caerme bien este señor que hablaba hasta por los codos. Volvimos al carro y sin que yo le preguntara nada, comenzó a hablarme y a contarme toda su vida o, mejor dicho, lo último y más triste de ella. -Alejandro, yo tenía una empresa de plásticos, mi vida era envidiable, íbamos todos los fines de semana a El Retiro y a Llano Grande, donde tenía una finca. Un día cuando regresábamos a Medellín, nos hicieron parar unos hombres con prendas militares y uno de ellos, con un bigote horrible, se me acercó a la ventana del carro y me dijo: -Somos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. En el carro estábamos mi esposa y mi hijo: ¡Alejandro!
  • 19. Catalina, mi hija mayor, esa vez no fue con nosotros porque se fue con su novio para la finca de la familia de él. Nos hicieron bajar del carro e inmediatamente comenzaron a tratarnos como si fuéramos vacas o algo por el estilo, después nos daban un discurso, que para mí ya estaba fuera de la época y totalmente gastado y martillado por esa manada de vagos sin oficio de la guerrilla. A mi esposa comenzaron a revisarle el bolso y a quitarle todo lo que llevaba con ella; a mí comenzaron a hacerme un cuestionario lo más absurdo del mundo, mientras yo observaba cómo sacaban todo lo que teníamos en el carro, lo tiraban al suelo y después uno de ellos se lo llevó. A mi hijo lo hicieron subirse en un camión, que estaba estacionado, junto con otras personas. Después de quitarnos absolutamente todo, e incluso el carro, nos hicieron entrar, a las otras personas restantes, en un restaurante y nos dijeron que pronto tendríamos noticias de nuestros familiares. Fue la última vez que mi esposa y yo vimos con vida a nuestro hijo, se llamaba Alejandro igual que usted, estaba por comenzar la universidad y era muy inteligente. Después de eso comenzaron a llamarnos a la casa y a pedirnos millonadas por la liberación de él, yo vendí todo cuanto pude, hicimos dos entregas de dinero y cada vez que nos llamaban nos pedían más, hasta que un día nos llamaron de la Fiscalía y nos dijeron que el cuerpo de Alejandro lo habían encontrado en una fosa común, con otros cuerpos y que debíamos pasar a hacer el reconocimiento del cuerpo. Sentí rabia contra todo y contra nada, ya nadie podía hacer nada por nosotros, la guerrilla lo mató al segundo día de haberlos secuestrado y a nosotros nos seguían pidiendo dinero como si él estuviera vivo. Lo perdí absolutamente todo y estaba con deudas hasta el cuello. Intento nuevamente salir a flote en esta situación; mi hija tuvo que salirse de estudiar para ponerse a trabajar y mi esposa murió un año después de lo de Alejandro. Ella nunca pudo soportarlo ni superarlo. Hoy en día vivo con mi hija en un pequeño apartamento en la Floresta y trabajamos muy duro para volver a salir adelante, pero ya nadie me puede devolver a Claudia ni a mi hijo.
  • 20. Me quedé mudo, no sabía qué decirle; no sabía si decirle que sentía mucho su situación y que me perdonara por haber estado tan callado todo el viaje. Me di cuenta de que éramos dos personas que necesitaban hablar con quien fuera y contar sus vidas, pero lo único que se me ocurrió decirle fue: -El nombre de Jericó fue por antojo de un obispo que se llamaba Juan de la Cruz Gómez Plata. Soltó una gran carcajada y me dijo que eso ya lo sabía él, y que es un dato histórico que muy pocos saben del nombre del pueblo; cuando terminó de reírse me dijo que él también tenía una confesión por hacerme. -Nunca llamé a ninguna casa a decir que no iría a la hora de almuerzo, solo llamé a Catalina para decirle que hoy llegaría más tarde. Ya solo nos faltaban unos 15 minutos para llegar al pueblo; entonces fue cuando yo comencé a hablarle y a contarle absolutamente todo lo que me había pasado en el sorteo del ejército. Cuando llegamos al pueblo, comencé a explicarle por dónde llegábamos más rápido a la casa; en cuanto llegamos a la puerta de la casa le pregunté cuánto le debía y me dijo que solo me pediría que hiciera todo por mantenerme vivo en el ejército, que él ya sabía lo que valía el dinero y lo que valía una persona. De todas formas le dejé absolutamente todo lo que tenía, sabía que él lo necesitaba y que eso era poco, frente a lo que él hizo por mí en todo el camino. Recuerdo que después de despedirme de don Antonio y de bajarme del carro me paré enfrente de la puerta de la casa, me quedé un tiempo mirándola y escuchando cómo mi mamá repetía, desde adentro, la hora, y le decía a mi primo: -Mira, Sergio, las cinco de la tarde ya y Alejandro ni llama ni aparece. Toqué la puerta, y antes de dar el tercer toque habitual, la puerta se abrió y detrás de ella mi mamá, con una angustia que la había envejecido diez años más en una sola tarde.
  • 21. Sé que no fue necesario decir nada al entrar, mi cara era toda una expresión o, quizá, como me lo había dicho don Antonio: “ya tenía cara de recluta”. Mamá me preguntaba repetidas veces el porqué no había llamado desde Medellín, para que mi papá se hubiera puesto en contacto con la persona que él conocía. Yo simplemente pensaba en cuál sería la forma más rápida de volarme y ver a Luisa, para cuando los ánimos se calmaran en casa; en ese mismo instante fue cuando mi papá llamó desde la finca y sin tener que escuchar del todo a mi mamá, me hizo subir a la finca y enfatizando que ojalá no fuera él quien tuviera que bajar a la casa para buscarme. Cuando llegué a la finca tenía el pecho como un tambor de haber subido corriendo, pero para ser sincero creo que era por el susto que tenía de hablar con mi papá. Estaba como un toro, pero esa vez era distinto, tenía los ojos rojos de haber llorado. Simplemente se limitó a pedirme todos los datos que fueran necesarios y todos mis papeles, diciéndome que organizaría unas cosas en la finca e inmediatamente saldría para Medellín. Cuando nos montamos en el carro nuevamente para bajar a la casa, suspiró y me dijo que si él no podía hacer nada con la persona que conocía, entonces ya todo dependería de Dios y de lo prudente que yo fuera estando en el ejército. Cuando íbamos llegando al parque principal, se pasó la calle por donde debíamos entrar para ir a casa, fue entonces cuando yo le pregunté para dónde íbamos. -Yo sé que hubieras dado cualquier cosa por llegar primero donde Luisa, ella también está muy preocupada y ha llamado a tu mamá unas ocho veces preguntando por alguna noticia tuya. No lo hago por hacerte un gran favor de librarte de tu mamá, porque de lo furiosa y triste que está, es ella misma la que primero te mataría, sino porque a Luisa también le debes una explicación y quizá la más grande de todas, y con ella debes ser más persuasivo y convincente que con nosotros. Pareciera mentira todo lo que he recordado y te he podido contar en un solo instante, pero las hojas ya se me están acabando, y aún tengo tanto por decir...
  • 22. Yo creo que los delegados de la Cruz Roja todavía no se han ido y podré entregar estas otras hojas. Increíble cómo con solo comenzar la primera línea de estas hojas ya no me provoca parar de escribir y contarles absolutamente todas las cosas que he comenzado a vivir estando acá. Debo hacer la letra más pequeña, para que me rindan más las hojas y esconderme un poco sin que nadie logre ver muy bien qué es lo que estoy haciendo, pero eso es un poco difícil, porque somos más de 80 personas, entre soldados y policías, los que estamos en una especie de gallinero muy pequeño. Miro todo cuanto me rodea y me acuerdo del Gringo, el amigo del abuelo Ignacio, cuando me mostraba todas esas fotos de los campos de concentración en Alemania y de la Segunda Guerra Mundial. A mí me gustaba cuando entraba a la finca de ese señor, todo parecía un museo, con todas esas fotos de tanques de guerra y esas medallas. Recuerdo que siempre le preguntaba por unas fotos de unas personas que se veían sentadas, encerradas, con las cabezas peladas y totalmente desnutridas, y él solo me decía que era gente que había tenido que sufrir mucho en esa guerra. Hoy me veo en este lugar y me pregunto si sufrieron más ellos o nosotros en esta estúpida guerra. Todos los días nos tratan como animales; nos dicen que nosotros somos esclavos del Gobierno y que somos unos hijos de puta por estar en la Policía o en el Ejército. Cuando el Ejército o la Policía les han matado algún guerrillero en algún enfrentamiento o les han descubierto algún laboratorio de cocaína, entonces llegan cuando todos estamos dormidos y nos tiran agua fría y nos vuelven a decir lo mismo: “¡perros hijos de puta, esclavos del Gobierno!”. Ya debemos comenzar a hacer una fila para entregar las cartas y dar los datos de las personas a las que van dirigidas las cartas. Guardaré las otras hojas para otra oportunidad y por el momento les pido que oren mucho por mí y por todos los que estamos acá. Alejandro.
  • 23. 2. LIBRE EN LAS NOCHES 16 de noviembre de 1998 Ayer tuvimos que hacer una fila muy larga para entregar las cartas, hubo peleas entre nosotros mismos por los puestos y nos dejaron sin comer, porque los guerrilleros encargados de hacer la comida estaban atendiendo a los de la Cruz Roja. Cuando me tocó entregar mis hojas, el guerrillero que estaba en la mesa con el delegado, me preguntó por qué tenía más hojas que los demás y si no es por el señor de la Cruz Roja, no me las hubiera recibido y es que este lugar es tan aburridor que, mismo, los de la Cruz Roja no veían la hora de irse. El aparente trato que nos estaban dando estos días se terminó. Nos daban más comida y nos trataban mejor por la visita de la prensa nacional e internacional y en especial por la Cruz Roja. Hoy ya nos dijeron que nos alistáramos para un largo trabajito y que si había alguno muy enfermo o cansado dijera con tiempo para que no lo fueran a pelar en el palo, o sea a fusilar. Cuando estaba entregando las cartas de ayer sufrí todo el tiempo pensando que las fueran a leer y las rompieran, pero, gracias a Dios, no fue así, además me he dado cuenta de que la mayoría de estos guerrilleros no saben ni leer, y por eso están acá. Después de entregar las cartas comencé nuevamente a buscar más papel, porque algunos soldados no pudieron utilizarlo todo y a otros no les alcanzó el tiempo, y en esa búsqueda pude conseguir cinco hojas, que al precio que las pago espero sean bien aprovechadas, aunque no tengo ni la menor idea de cuándo vuelva la Cruz Roja para llevar esta segunda carta. No me atreví a contarles muchas cosas ayer por el miedo que tenía, pero hoy comenzaré a contarles cómo han sido los días desde que llegamos a este lugar, y también, cómo fue todo el día que nos secuestraron. El día de la toma del puesto de policía en Mitú, el Comandante Pérez estaba más ansioso que de costumbre y nos decía que estuviéramos en alerta porque
  • 24. había rumores de un acercamiento con los guerrilleros antes de llegar a hacer el apoyo al puesto de policía. Nos parecía extraño porque llevábamos un mes en el monte, haciendo inspección del lugar y no los encontramos en ningún momento, pero la información que tenía el Comandante Pérez era que estaban escondidos en las afueras del casco urbano, disfrazados de campesinos y esperándonos. Pensábamos que simplemente se trataría de una falsa información. Me sentía lleno de miedo porque era la primera vez, después de estar seis meses en contraguerrilla, que sabíamos que tarde o temprano los encontraríamos. Nunca nos había tocado un enfrentamiento y muchas veces habíamos escuchado la posibilidad de que los encontráramos en el monte, pero nunca pensé que los fuéramos a buscar dentro de un caserío o de algún pueblo, y es que aunque nos hubieran entrenado para ser contraguerrilla el miedo, aquel día, se sentía en todo el grupo. El Comandante Pérez le pidió muchas veces a Arango que se comunicara con el comando mayor para solicitar instrucciones, pero lo único que le decían era que debíamos seguir avanzando para hacer el apoyo, porque la guerrilla ya había entrado en Mitú y en el puesto de policía se requería ayuda inmediata. Todos estábamos muertos del cansancio, pero después de escuchar las instrucciones por radio solo solicitamos cinco minutos para comer y otros diez minutos de marcha lenta en descanso. Comimos a cinco metros entre cada uno para no ser emboscados en conjunto, los únicos que comieron juntos fueron el Comandante Pérez y Arango que era el encargado de la radio. Mientras comía pensaba en todos y cada uno en la casa, y lo que debían estar haciendo en ese mismo instante, pero mi recuerdo fue perturbado por la señal de continuar la marcha, porque nuevamente habían informado por radio que otro grupo de contraguerrilla con el que debíamos encontrarnos para hacer el apoyo ya estaban combatiendo con la guerrilla a 50 Km de Mitú. Todo el tiempo supimos que era una locura entrar por un solo frente sin apoyo y sin saber cuántos guerrilleros participaban en la toma, porque hacíamos cuentas de cuántos guerrilleros se necesitarían para entrar a atacar el puesto de policía y rodear la población, y la respuesta a la que todos
  • 25. llegamos fue que debían ser mínimo 200 guerrilleros y nosotros simplemente éramos una tropa de quince, pero por radio nos decían que avanzáramos porque tendríamos el soporte del avión fantasma y de los helicópteros Black Hawk. La orden, todo el tiempo, fue una sola y concreta: avanzar y hacerle frente a los subversivos. Está comenzando a oscurecer y ya debemos agruparnos para pasar lista y para pasar por la ración de comida. Me siento perturbado, triste y culpable por estar acá, siento que los defraudé a todos cuando decidí meterme en la contraguerrilla, como soldado profesional, después del juramento de bandera y me duele recordarlo, sobre todo cuando sé que estaba a solo un mes y medio de salir, pero les aseguro que después de las primeras instrucciones del reclutamiento y a medida que iba pasando el tiempo le tomé mucho cariño al ejército y a la patria, porque nos enseñaron a quererla, a protegerla y a luchar por ella, todo esto como nunca me lo habían enseñado en el colegio. Sé que Luisa y mi mamá se preocuparon cuando les dije que haría el curso de contraguerrilla, aunque no me hubieran dicho nada. Le pido al cielo que me perdone por haberlas perturbado y que hubieran tenido que llorar por eso, pero sentía que era un llamado para mí y que sería la única vez que podría hacerlo en mi vida. No quiero que piensen que todo el tiempo estoy secuestrado, porque no es así, en las noches cuando nos dar orden de dormir y todo es silencio, calma y libertad en el pensamiento, es cuando en cuestión de segundos voy a Jericó y después estoy en todas partes: en el parque principal, en la finca, en la casa, donde los abuelos y en la casa de Luisa. No me cuesta ningún trabajo hacer esto todas las noches, porque miro el cielo y es el mismo que se ve desde la finca: lleno de estrellas amontonadas y otras dispersas. Entro en todas partes y los busco a todos y les digo que estén tranquilos que yo volveré, pero que tardaré más en hacerlo. Cuando entro en la finca me siento en el corredor a mirar cómo papá organiza su caballo para salir a montar y a recorrer los terrenos, y lo miro todo el tiempo hasta que cruza todo el jardín y después se pierde en medio de los árboles. En la casa, me siento en la sala y miro a mamá rociar sus plantas y preparar la
  • 26. comida para papá, después entro en el cuarto donde está Sergio acostado en mi hamaca y me causa risa verlo sin tener que pelear conmigo por descansar en ella. Donde los abuelos entro sin hacer mucho ruido, porque deben estar mirando las noticias, y tomando la merienda, entonces me siento detrás de ellos y veo al abuelo entablar sus diarias peleas con los noticieros y con todo lo que dicen de los diálogos de paz y después refunfuñando a diestro y siniestro contra el Gobierno de Pastrana. A la abuela la beso, me despido y salgo para el parque un rato para ver con a quién me encuentro y conversar, mientras hago tiempo, antes de ir a la casa de Luisa, porque el abuelo todo el tiempo me decía que no debía llegar a la hora que ella me dijera, porque si lo hacía así, entonces, ella se daría cuenta de que estaba enamorado y yo llevaría las de perder. En el parque me siento haciendo caso del consejo del abuelo, mirando pasar la gente que va para alguna cafetería o para misa. Cuando ya he dejado pasar diez minutos más de la hora acordada siempre con Luisa, y eso que no hago caso de los veinte que dice el abuelo, porque la ansiedad y las ganas de verla me pueden, entonces atravieso el parque para ir a su casa. Entro como de costumbre, saludando a su mamá y a su papá en el comedor y después pidiéndoles permiso para acabar de entrar y buscarla en el patio o en su cuarto. Cuando entro, veo a Luisa que está sentada, esperándome, en la banca que tienen en el patio. Siempre lo dejo para último momento todas las noches, porque debo esperar a que todos los soldados y policías estén dormidos para que no me vean besarla cuando llego, ni me escuchen hablar con ella y contarle todas mis cosas. No sé cuántas noches más deba seguir haciendo esto, pero les aseguro que el día es interminable esperando este instante y no me cansaré de hacerlo hasta que salga de este lugar.
  • 27. 17 de noviembre de 1998 Anoche me dormí leyendo lo que les escribí y haciendo el viaje de todas las noches. Hoy nos levantaron muy temprano, y como de costumbre: con gritos. Nos dijeron que teníamos que ampliar el hotel, porque vendrían más huéspedes y que nosotros debíamos ser buenos anfitriones. Todo esto nos lo dijo “Peque”, él es el guerrillero que da las órdenes para los policías y soldados secuestrados y cada vez que nos tiene que informar de algo o decirnos alguna noticia lo hace siempre de forma irónica. Entregaron machetes, alambre, madera, palas y picos para comenzar a ampliar el “hotel”, y en cierta forma me agradó la idea de hacerlo, primero porque estaríamos distraídos haciendo algo todo el día, y segundo porque ya estábamos muy incómodos y estrechos en ese gallinero en el que nos tienen viviendo. Nadie se quedó sin trabajo, hasta los heridos y enfermos tuvieron que trabajar y los guerrilleros se burlaban de nosotros diciendo que ellos no eran como el Gobierno, que la guerrilla sí tenía trabajo para todo el mundo. El trabajo, lo repartieron según la fuerza y el tamaño de cada soldado y los que somos más grandes y de la contraguerrilla llevamos la peor parte, porque nos dicen que somos los más regalados con el Gobierno y que por eso tenemos que aprender a comer mierda… -¡Y toda junta!- pensé yo. Porque nos tocó desyerbar un terreno a punta de machete y después cavar una zanja de un metro de ancha por otro de profundidad y el largo es casi de 500 metros en forma circular. Después del mediodía, nos llamaron para almorzar, y nuevamente “Peque” decía que teníamos que comer, porque la guerrilla, aparte de dar trabajo, daba almuerzo, y gratis. Hoy almorcé con Arango que, como ya les había dicho en la anterior carta, él era el encargado del radio el día que nos secuestraron. Me contó que sueña todo el tiempo con sus papás y con su sobrinita, y que está muy preocupado por ella, porque él es el que le paga la guardería y cree que por estar secuestrado ya no podrá seguir haciéndolo, yo le dije que estuviera tranquilo
  • 28. que todo esto tiene que pasar rápido, porque somos muchos y que la guerrilla no podrá tener tantos secuestrados al mismo tiempo y en el mismo lugar. No me lo creía ni yo cuando se lo dije, pero lo más importante fue que él sí me lo creyó. Arango es muy buen compañero y muy buena persona, y creo que por eso se cree todo lo que uno le dice, porque en él no cabe ni la mínima malicia de las cosas. Después de almorzar reanudamos labores, y mientras trabajaba me llegó un pensamiento que me enfrió todo el cuerpo y me hizo llorar por un segundo, pero inmediatamente me sequé los ojos con la camiseta, porque no les quiero dar el gusto de verme llorar. Me di cuenta de que si estábamos agrandando el “hotel” como dicen los guerrilleros, es porque todo esto será más largo de lo que cualquiera de nosotros se pueda imaginar. Cuando comenzó a oscurecer, “Peque” dio la orden de terminar labores y entrar en el gallinero y dijo que era mejor terminar antes que fuera de noche porque de pronto se le volaba uno de sus invitados en la oscuridad y eso le podría costar muy caro a él. El trabajo de hoy tiene a todo el mundo muy cansado, pero por lo menos el día pasó más rápido y quizá todos podamos dormir mejor. Nuevamente comienzo a escribir más pequeño, porque ya solo me queda la hoja para Luisa y sé que ya no hay más hojas entre todos los que estamos acá. PARA LUISA Luisa: Hoy te he pensado mucho, porque me pregunto si ya tendrás en tus manos la carta que te escribí. Sé que es demasiado prematuro para que así sea, sin embargo, es lo único en lo que he ocupado mi pensamiento hoy. Pasé todo el día imaginado el momento en el que los delegados de la Cruz Roja deben entregar las cartas y cuando me llegaba tu rostro a mi memoria en medio del trabajo y el calor del día, me decía a mí mismo que era porque estabas
  • 29. desdoblando la hoja y me estabas comenzando a leer. Hoy solo espero que todo esto pase pronto y volverte a tener de frente… Tenerte de frente es cuestión de segundos, pero mucho más fácil con los ojos cerrados, es inolvidable tu cabello liso, negro y largo que le da más vida a tu rostro y a tus ojos negros, después me alejo un poco de ti para ver tu cuerpo, ese mismo que le dio vuelco a mi corazón, cuando lo vi por vez primera desnudo... ¿Lo recuerdas? No puedo olvidar semejante momento, era la primera licencia de permiso que tenía después de estar en el ejército. Ese día viajé desde el batallón con deseos enormes de volver al pueblo, habían pasado dos meses desde que entré al ejército, pero yo sentía como si hubiera sido mucho más tiempo; ese segundo viaje de regreso a Jericó era con una ansiedad maravillosa, que no se parecía en nada al viaje que tuve cuando supe que debía prestar servicio. Recuerdo que cuando llegué a Jericó todo el mundo me saludaba de forma muy efusiva y las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran visto en mucho tiempo... Me da risa acordarme de la cara de mi papá cuando toqué la puerta y me vio, ellos no sabían que iría ese día y que estaría por quince días de permiso. Lo primero que me dijo mi papá fue que si me había escapado y se puso blanco como el algodón; mi mamá, en cuanto escuchó que era yo, soltó todas sus agujas y se levantó de la mecedora de la sala donde se reunían ella y algunas de sus mejores amigas, para el costurero de todos los sábados en la casa. Si las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran visto en mucho tiempo, mi mamá lo hacía como si hubiera vuelto de la Luna. Después de abrazarme y besarme, se puso furiosa conmigo por no haber llamado a decir que me esperaran. -¡Alejandro, nunca podrás dejar ese vicio de aparecer como los muertos!- fue lo primero que me dijo.
  • 30. No se cansaba de mirarme y de repararme y de decirme que me veía más delgado, a lo que inmediatamente también me preguntó si tenía hambre por el viaje. Me sentía feliz de volverlos a ver, de sentir el olor de la casa y de las flores del jazmín de mi mamá, pero quería soltar inmediatamente todo y salir a buscarte... Mi papá, como hombre enamorado que lo ha sido toda la vida con mi mamá, entendió muy bien mi deseo de querer verte, y me dijo que me duchara que me cambiara, que después comeríamos y hablaríamos un rato y que por último podría ir a buscarte. Comíamos y mi mamá se paró detrás de mí para acariciarme la cabeza y repitiéndome las mismas preguntas: qué si comíamos bien en el batallón; que si era muy duro el ejército; que por qué estaba tan quemado por el sol; si me dejaban salir a Medellín en las noches, en fin, montones de preguntas que la única respuesta que tuvieron fue una carcajada de mi papá y de mi primo. -¡Clara, por Dios! Lo vas a dejar sordo con tantas preguntas- fue lo único que le dijo mi papá y después todos nos reíamos. Cuando terminamos de comer, mi papá me estiró su mano ofreciéndome algo; cuando me di cuenta lo que era me sentí feliz, eran las llaves de su nueva camioneta que nunca había querido prestármela y las llaves de la puerta de la finca. -Ve por Luisa, llévala a comer algo y después, si quieren, van a la finca un rato. Me sentía feliz ese sábado en la noche, primero porque podría verte y también porque sentía que mi papá comenzaba a darme confianza en cosas en las que antes me decía que debía madurar más.
  • 31. Hoy debo confesarte que ese día hacía ensayos de lo que te diría cuando me vieras llegar a tu casa, pero corrí con tan mala suerte que cuando estacioné enfrente de tu casa, estabas saliendo con tu mamá y la presencia de ella nos apaciguó todas las sensaciones y cualquier tipo de efusividad de la que hubiéramos sido presos, hasta las mismas hormonas se me aburrieron y me dejaron solo. De todas formas, tu mamá se alegró mucho de verme, pero yo hubiera querido darte la sorpresa y verte sola en ese primer momento. De nuevo me llegan los recuerdos de forma muy rápida, como si me estuvieran dictando una película y siento cansada la mano, pero recordar todas estas cosas me libera todo el tiempo de este lugar, nunca me imaginé que le encontraría tanto gusto al escribir, pero me pongo triste por no saber cuánto tiempo tardaré en poder enviar estas cartas y, además, saber si les llegan y las pueden leer. Ya solo me queda un lado de la hoja para escribir y seguir contándote aquel recuerdo. Cuando volvimos para dejar a tu mamá nuevamente en casa, recuerdo que nos preguntó qué haríamos y a dónde iríamos, y como mi papá ya tenía confianza en mí con su camioneta y con la finca, entonces yo tampoco dudé en decirle que iríamos a tomar algo a la plaza del parque y que después subiríamos a la finca. Te pusiste roja y tu mamá se quedó muda ante tanta franqueza y sintiéndose un poco aludida lo único que se le ocurrió decirme antes de bajarse de la camioneta y de despedirse fue: -Alejandro, te espero mañana para almorzar. Esperamos a que abriera la puerta y entrara en la casa, después de que tu mamá cerrara la puerta, te diste vuelta y me mirabas con una hermosa malicia y sospechando profundamente lo que haríamos, pero no dijiste nada, solo sonreíste y por último suspiraste. Vivo de recuerdos en este lugar y es quizá eso mismo lo que me ayuda a soportar este martirio. -¿No te alegras de verme?
  • 32. ¡Qué más podía preguntarte, si te quedaste callada, mientras conducía hasta la plaza del pueblo! Volvías a sonreír y a mirarme, era como si aún no aterrizaras del asombro de verme, pero lo disfrutábamos mucho; yo por verte, y sobre todo porque gozaba de verme dueño de cualquier situación contigo y de verte con nervios y mucha felicidad. -Sabes que no me gustan las sorpresas-. Y después, en tono más burlón agregaste: -Además, la sorpresa te la hubieras podido llevar tú. Abrí los ojos, porque me di cuenta de que era un juego para darme celos y también me reí, como haciéndote entender con mi risa que poco me importaba tu sarcástico comentario. -Tonto, sabes que me encanta verte, pero con mi mamá tuve que disimular tanta emoción. Antes de arrancar para la plaza, me diste un beso, muy suave, muy sutil y tierno, pero por Dios que fue bien provocador. Aún suspiro recordándolo. Mientras conducía las dos cuadras hasta la plaza y para que no fuera tan notorio aquel estado de choque en el que me dejaste después de ese beso, entonces me saqué la espina de tu sarcástico comentario diciéndote al oído: -¡Además, no me llevaría ninguna sorpresa, porque sé que nadie, en Jericó, se atrevería a tocar lo que es de Alejandro Uribe Jaramillo! Volvías a sonreír y mucho, de ver que te salía adelante con un mejor comentario. Ya cuando por fin llegamos y terminé de estacionar la camioneta, te acercaste y nuevamente me diste un beso y un abrazo. -Es cierto, nadie se le acerca a lo que es tuyo.
  • 33. Siempre has sabido manejar cualquier conversación y situación entre nosotros: Primero me hacías poner como un toro, aunque fuera en broma, y después dabas estocadas de ternura y de honestidad y ese era el momento en el que yo nunca podía ganarte ninguna conversación. ¿Recuerdas todo esto Luisa, lo recuerdas? Yo recuerdo todo, absolutamente todo y te repito que lo hago todas las noches. Estando acá he vuelto a cada uno de los momentos que tuve contigo y me da rabia cuando olvido detalles de algún día o cuando no logro recordar con exactitud algún momento. Nos bajamos de la camioneta, y caminamos buscando dónde nos pudiéramos tomar algo. Me sentía observado por todo el mundo, y tú comenzaste a comportarte como una pantera que cuida lo que es suyo ante las mujeres que me miraban con mi corte militar, que me hace ver con más años de los que tengo. Sé que muchas personas que conocían a mi papá me querían saludar y preguntarme cómo estaba y no disimulaban ante el cambio físico que yo tenía, pero me sentí incómodo y por eso fue que te pedí que no nos quedáramos a tomar nada en la plaza y que nos fuéramos para la finca. -Alejo, veo que el ejército te está haciendo decir las cosas mas rápido de lo que normalmente lo hacías-. ¿Qué podía yo responderte por eso? ¡Nada! El estar viendo hombres todo el tiempo en el ejército no era algo muy agradable, me hacías falta y la verdad el estar en la plaza tomando algo era un momento que estaba de más, porque lo que más anhelaba aquel día era estar en la finca contigo, tenerte y que estuviéramos mucho tiempo solos. Cuando llegamos a la finca, la noche ya estaba en todo su esplendor y la neblina comenzaba a bajar poco a poco. Cuando me bajé de la camioneta, sentía como si hubieran sido décadas sin estar en aquel lugar, me encantaba llenarme los pulmones con aquel aire fresco y frío, pero recuerdo que poco me duró aquel instante de paz porque en un abrir y cerrar de ojos ya tenía sobre mi pecho a Barrabás y a Judas queriendo que los saludara, que los acariciara y que jugara con ellos; estaban tan felices de verme, que fue poco lo que les faltó para poder hablar.
  • 34. ¡Pobres perros! -Amarra esos perros o yo no me bajo ni a tiros de acá- fue lo primero que dijiste cuando los viste. ¿Qué te podían hacer dos labradores, que lo único que saben hacer es jugar? Incluso hasta mi papá decía que esos perros no servían para cuidar. Ay, Luisa... Aquel primer momento tuyo y mío, tantas veces anhelado, idealizado y soñado y por aquella vez, por fin, materializado. No hubo besos, como una antesala, sabíamos muy bien que este era nuestro momento y que estaba todo dentro del marco de lo que habíamos planeado: una noche en la finca, sin prisa sin temores y con mucho amor. Te desnudaste en el baño, mientras yo buscaba un candelabro en la sala, no quería que hubiera mucha luz, pero tampoco quería estar a ciegas sin poderte apreciar, sobre todo porque mucho antes de que comenzáramos a ser novios, y esto como una confesión que debo hacerte, yo ya te idealizaba desnuda, además las velas estaban dentro de lo que tú habías pedido. Mientras me desnudaba, las piernas me temblaban horrores de los nervios y del susto que tenía esperándote, y para reírme de mí mismo y darme confianza me decía en voz baja: -¡Párese firme, Uribe, firme, carajo!- y más risa me daba. Cuando ya estuve totalmente desnudo me paré frente al espejo. Me podía apreciar con la luz de las velas, que estaban detrás de mí y ver en mi reflejo cómo resaltaba más mi pecho ante mi cuello, mi cara y los brazos que estaban totalmente marcados por el sol. Aquel momento conmigo mismo y bajo aquella luz tenue me gustaba, llevaba mucho tiempo sin contemplarme y sin estar solo. Sentí que abriste la puerta del baño y que saliste, pero seguí concentrado mirando todo el entorno desde el espejo y esperando a que tu reflejo hiciera su aparición en aquel marco, y que te acostaras en la cama, esperando que yo me diera vuelta y fuera hacia ti, pero, de repente, lo primero que sentí fue la
  • 35. piel de tus senos en mi espalda y después tus brazos comenzaron a abrazar mi cuerpo y tus manos también comenzaron a acariciar mi pecho y por último tu cara apareció acomodando tu mentón sobre mi hombro y tu negro cabello cubrió mi brazo hasta desaparecer en el reflejo. Los dos nos quedamos en silencio mirando por un momento esa imagen de dos personas que se veían desnudas por primera vez. Lo único que no quedó en ese espejo esa noche fue toda nuestra tímida intención, pero después fue testigo de un momento lleno de intensa pasión y carente de razón. Me encantaría poder seguir plasmando tanto recuerdo pero, nuevamente, se me acaba el papel y el único espacio que me queda es para decirte que libero mi corazón ante este encierro y sobre todo con esta puta impotencia de estar acá, pero soy libre en las noches cuando escribo. Te amo mucho: Alejito.
  • 36. 3. UN NUEVO CUADERNO 24 de noviembre de 1998 Conseguí un cuaderno, de esos grandes y cuadriculados que se utilizan para llevar la contabilidad en los almacenes. Me siento feliz, es como si a mis manos hubiera llegado un tesoro enorme o incluso parte de mi libertad, y lo pienso así porque poder volver a escribir me hace libre, pero, bueno, nuevamente los pondré al tanto de cómo lo conseguí y de todas las cosas que han pasado en estos últimos siete días. Hoy al medio día, cuando los del grupo de la ampliación del “hotel”, estábamos almorzando, me senté a la sombra del árbol en el que he almorzado por estos días y leía y re-leía una y otra vez la última carta que les escribí, buscando espacios en blanco donde pudiera escribir más cosas; también lo hacía con las cartas para Luisa e incluso con los pequeños escritos que le hice a ella estando en el batallón y con los otros que también le escribía cuando hacía de centinela en el monte. Leyendo y organizando todos estos papelitos, se me acercó un guerrillero. Era la primera vez que lo veía y me dijo que si se podía sentar a disfrutar de la sombra del árbol donde yo estaba. Con tono irónico y haciéndole saber que no había problema le dije que ellos eran los que mandaban acá y que incluso si él quería se podía subir a orinar desde el árbol sin tener que pedirme permiso. Me miró haciéndome entender que no le gustaba mi comentario pero que lo pasaría por alto, para disfrutar de la sombra del árbol, y que sin mucho protocolo, comenzaría a almorzar. Mientras él descargaba su fusil a mi lado y se sentaba para estar más cómodo, yo doblaba las hojas y las metía en una bolsa de plástico donde siempre las guardaba. Por un momento me quedé concentrado mirando el fusil que quedó más cerca de mí que de él, y pensando que lo podría tomar...
  • 37. -¿Y qué haría usted después de matarme con ese fusil? No es mucho lo que alcance a correr- me dijo. Me sentí tonto, sin encontrar respuesta, pero no me quise evidenciar tanto en lo que pensé, y mirando el arma y le dije: -hay cuatro posiciones difíciles de combatir desde acá; además, su proveedor está flojo y ese fusil puede estar defectuoso, no vale la pena tomar riesgos con un arma así. Miró su fusil, en el suelo, para verificar lo que le había dicho y me dijo que era un arma de dotación y que nunca la había usado, desde que se la cambiaron, porque ese no era su interés. Después, mientras comía y revolvía su arroz con las papás, me preguntó que si lo que guardaba en esa bolsita eran cartas. -Sí, algunas cosas que he escrito desde que llegamos acá y otras que tenía de antes, pero son solo historias para mi familia y mi novia. Eso se lo dije para que no pensara que escribía haciendo inteligencia del lugar y de las actividades de los guerrilleros. -Tengo un cuaderno grande y totalmente limpio que tal vez le interese-, me dijo, sin dejar de revolver su plato. Dejé de comer, para levantar la mirada, pero ese solo movimiento delató mi interés ante aquel ofrecimiento: “perdí, mostré las ganas!”, palabras textuales que me hubiera dicho el abuelo Ignacio si hubiera sido testigo de ese momento. -¿Y ese cuaderno sería a cambio de qué?- pregunté. -A cambio de de su correa-, me dijo, nuevamente sin dejar de revolver su plato. Si yo en un breve instante, había analizado su fusil y las cuatro posiciones que debía combatir, él lo había hecho conmigo y con mi indumentaria.
  • 38. -Está bien, acepto el cambio-, dije, - pero los dos sabemos que es un cambio ventajoso, sin embargo, y dadas las circunstancias lo acepto, también quiero un lápiz, un borrador, dos lapiceros y otro cuaderno para cuando se me acabe el primero, y aunque parezca mucho usted sabe que el cinturón vale mucho más que lo que le estoy pidiendo- enfaticé. Por primera vez dejó de revolver su plato y me miró como si le hubiera pedido su comandancia o algo con mucho más valor para él. -Está bien, eso es cierto-, repitió pensativo. -Lo busco cuando termine de trabajar hoy en el “hotel”, para entregarle el cuaderno y las otras cosas que me pide, pero sepa que no hago el cambio porque me guste mucho su cinturón militar, no soy fanático de prendas de milicia ni nada por el estilo; acepto el trueque porque fue usted el que claramente dijo: “¿A cambio de qué?” Si me lo hubiera pedido a cambio de nada, no hubiera tenido ningún problema en regalárselo, pero también ratifiqué el deseo de cambiar el cuaderno por el cinturón, por su ordinario y poco cortés comentario de “orinar desde el árbol”. Sepa muy bien que en el plano que nos tiene la vida en este momento, perfectamente podría orinarme en su cara, sin ningún problema, y sin embargo, no soy tan bárbaro ni esa sería una táctica inteligente de humillación-. Se quedó mirándome, con ojos bien abiertos, esperando alguna respuesta y sosteniendo con su mano izquierda la cuchara y con la otra mano el plato, después de ver que no modulé ningún intento de respuesta, y que tampoco, me salía aire por la boca, bajó la cabeza y volvió a repetir su rito: revolver, comer, revolver... Quedé mudo. Nuevamente esta bocota me había hecho quedar como un cuero. Todo lo que respondió fue mucho más concreto e inteligente que lo que yo hubiera podido devolverle, pero me sentía feliz, porque ya me hacía a la idea de tener un cuaderno para poderles escribir todas las noches.
  • 39. Por un largo momento me quedé mirándolo con el rabo del ojo, y analizando toda su figura, que no era la del típico guerrillero quemado por el sol, sucio y bigotudo que lleva mucho tiempo en el monte: era de piel muy blanca, aunque el cabello sí lo llevaba más largo de lo normal, incluso tenía cierto parecido a la famosa foto del Che Guevara. Supuse que no era guerrillero raso por el comentario que hizo de su fusil y su inteligente respuesta. También me di cuenta de que no le gustaban las armas y de que solo la cargaba por costumbre o por protección. Estábamos terminando de almorzar, cuando llegó Peque, el guerrillero que les dije que era el encargado de todos los secuestrados. -Comandante Julián, ¿cómo le parece que está quedando el hotel? Este tipo que me había pedido permiso para sentarse en el mismo árbol era Comandante de primera línea de las FARC, y eso lo deduje porque ya sabía que Peque también era Comandante, pero por lo que había acabado de escuchar, me daba a entender que semejante enano solo era Comandante de tercera línea, y también sabíamos todos los secuestrados que gozaba de poco respeto e importancia entre los propios guerrilleros. -Acá todavía no hay nada hecho, deje de preguntar por cosas que aún no existen, más bien cuando esté listo entonces, me vuelve a hacer la pregunta, pero por el momento no haga el ridículo, mucho menos delante de un soldado de contraguerrilla. Peque, que había llegado buscando palabras de adulación para él mismo con su Comandante, tuvo que dar vuelta e irse, quizá, pensando e imaginando una estrategia más inteligente para obtener el halago de sus superiores. Este tipo, en algunos minutos, ya había robado toda mi atención: sabía que yo era de contraguerrilla y yo nunca lo había visto a él, además, tenía las respuestas más inteligentes que no hubiera encontrado entre cien guerrilleros.
  • 40. Tratando de igualar sus respuestas y sus comentarios, decidí nuevamente abrir mi boca para decirle que Peque, después de lo que él le había dicho, se desquitaría con nosotros, haciéndonos trabajar más duro y más tiempo. Suspiró, levantó la cabeza y volvió a mirarme. -¿Cómo se llama, usted, soldado?– me pregunto amistosamente. - Uribe, soldado Uribe Jaramillo, Comandante... -No, hombre, sea sensato con usted mismo. Su nombre, el nombre por el que toda la vida lo han conocido y por el que le gustaría que lo sigan llamando, acá no estamos en el batallón, ¡y yo no soy su Comandante! Si ustedes hubieran visto la vena que se le brotó en la frente cuando me decía eso, se hubieran impresionado de ver cómo cambiaba este hombre del blanco al rojo, y yo, mientras lo miraba, pensaba: ¡Que no se le estalle esa vena antes de darme el cuaderno! Después, en un tono, más parco me volvió a decir: -Todo esto es una locura, una gran locura: usted, sus compañeros, yo y este lugar somos parte de un grave error-. Antes de que siguiera profundizando en sus pensamientos, que estaba haciendo en voz alta, decidí lanzarme y por primera vez en todo el día decir algo corto e inteligente. -Alejandro, ese es mi nombre, y el suyo es Julián, ¿cierto? -Sí, me llamo Julián. Se levantó y recogió todas sus cosas, incluso su destartalado fusil. -Alejandro. ¡Ya estoy yo acá en el campamento para que Peque no haga ningún abuso de autoridad! Y otro asunto: esta tarde cuando termine su trabajo
  • 41. búsqueme en este mismo lugar, para entregarle el cuaderno junto con lo demás. El resto del día, me lo pasé imaginándome el tamaño del cuaderno; el color de las hojas; la cantidad de hojas y la forma en que dividiría mis siguientes cartas. Era eterno el tiempo pensando en un cuaderno, parecía como cuando, de pequeño, no dormía, la víspera del primer día de clases, por la ansiedad que producía comenzar a utilizar los nuevos cuadernos. Creo que también comienza a afectarme este encierro, como al Comandante Pérez. Al terminar la jornada, fui rápidamente al árbol para buscar al Comandante Julián, cuando llegué estaba él esperándome con las cosas que habíamos acordado e inmediatamente me dispuse a quitarme el cinturón... -¡No, hombre! No se lo quite, he decidido que ya no lo necesito y no lo quiero, pero usted sí necesita este cuaderno. Escriba todo lo que quiera, todo lo que necesite escribir, haga de cuenta que usted es el apóstol Juan y que lo que va a escribir son nuevas revelaciones apocalípticas de todo lo que acá se ve. El cuaderno que me entregó está perfecto para comenzar a escribirles más cartas, aunque no sé, aún, cómo hacer que estas les lleguen a ustedes. Bueno, así fue como hoy conseguí este cuaderno y la felicidad que tengo es tanta que hasta el sueño y el cansancio no los siento, lo único que me pregunto es por qué el Comandante decidió darme este cuaderno, cuando acá hay tantos que quisieran tener una solo hoja para escribirles a sus familias. Intentaré dormirme, porque ya es tarde y mañana nuevamente estaremos trabajando en el “hotel”.
  • 42. 25 de noviembre de 1998 Hoy no hemos comenzado a trabajar, porque llueve muy duro todo el tiempo y el día está muy oscuro, pero donde estoy sentado puedo seguir escribiendo, mientras llueve, y sin que nadie me vea. Anoche, mientras me dormía, me acordé de que era el aniversario de la muerte del padre García Herreros, porque después de que él murió, todos los 24 de noviembre siguientes, la abuela nos ponía a Sergio y a mí a rezar el rosario con ella y nos decía que cuando estuviéramos en una necesidad muy grande le pidiéramos todo a él, porque había sido un padre muy santo en vida. Siendo sincero con la abuela, ella debe saber que nos aguantábamos el rosario y las mil letanías con las que ella lo rezaba, porque después había dulce de coco, una muy buena comida y una partidita de parqués. Anoche, pero sin rosario ni comida ni parqués ni dulce de coco, le pedía al padrecito por todos los que estamos secuestrados... es muy duro estar así. He decidido que mientras escampa, les seguiré contando cómo fue el día del enfrentamiento en Mitú y pasaré al cuaderno todo lo que tengo en papeles muy pequeños, de forma más organizada y también algunos escritos que le había hecho a Luisa. Seguimos caminando más rápido para llegar a una colina y establecer una mejor comunicación con el comando. El Comandante Pérez, cada cinco minutos, le preguntaba a Arango si había alguna novedad o alguna nueva orden. El equipo que cada uno de nosotros cargábamos era de unos 23 kilos y el calor y la humedad hacían mas difícil la marcha por un terreno pantanoso. Cuando llegamos a la colina, el Comandante Pérez logró comunicarse de nuevo con el comando y las órdenes eran las mismas y mucho más enfáticas:
  • 43. “Seguir avanzando hacia el casco urbano de Mitú, para hacerle frente a los guerrilleros”. Después de esta misma orden, otra vez nos garantizaban el apoyo del avión fantasma y de los helicópteros. El Comandante, ese día, nos dijo que él tenia muchas dudas sobre esta operación, porque en un área con población civil de por medio en un enfrentamiento, no se podría hacer uso de los helicópteros ni del avión fantasma, o sea que el apoyo no servía en de nada, pero que, como grupo de contraguerrilla que éramos, debíamos cumplir la orden e intentar ayudar a los policías que soportaban el ataque. Antes de comenzar a bajar la colina, Arango interrumpió las palabras del Comandante para entregarle el radio. Todos lo mirábamos impacientemente para saber qué debíamos hacer. Su cara se transformaba en una máscara de angustia a medida que respondía “¡Aceleraremos el paso! ¡Haré todo lo que me ordenen! ¡Sí señor, sí señor, así lo haremos, sí señor…!” Cuando terminó, simplemente le devolvió el radio a Arango y nos dijo: -¡Necesitan urgentemente nuestro apoyo en ese lugar! No dijo nada más, pero todos sabíamos que no habían sido muy buenas noticias. Sabíamos que estábamos a un poco menos de una hora de las afueras de Mitú y que debíamos caminar rápidamente para llegar, pero no habíamos vuelto a tener noticia del otro grupo de contraguerrilla, con el cual nos debíamos agrupar. Solo sabíamos que ya estaba en enfrentamiento a cinco kilómetros de Mitú. Sigue lloviendo muy fuerte, pareciera que en vez de escampar, cada vez aumentara más, pero por experiencia propia sabemos que en la selva una tempestad de estas puede durar varios días. Miro todo esto a mi alrededor: soldados y policías que aprovechan la lluvia para dormir un poco más, otros que conversan y se ríen, no sé de qué se ríen, pero lo hacen, otros que se esconden para fumar y hasta los dedos se alcanzan a quemar por aprovechar hasta la última parte de un cigarrillo. ¡Hay tanto por
  • 44. mirar acá, o mejor dicho tanto por no querer mirar!, razón tuvo el Comandante Julián cuando me dijo que escribiera sobre este nuevo Apocalipsis, pero me pregunto qué será lo que quiso decir cuando dijo que todo esto era un error, que tanto él como nosotros éramos un error en este lugar. Me gustaría volverlo a encontrar y poder hablar un poco más con él, porque el resto de Comandantes guerrilleros la verdad que son todos unos comemierdas y bien brutos, no sirven sino para matar y asustar a todos los campesinos. Mamá, tú pensarás que no es así, y que ellos también son personas con sentimientos, porque para ti y para la abuela no hay nadie malo, pero te aseguro que después de ver las cosas que son capaces de hacer tú misma cambiarías de opinión, sobre todo, si hubieras escuchado la historia del señor del taxi que te conté en la primera carta que se llevaron los de la Cruz Roja... No me acordaba de eso, con tanta emoción por el cuaderno, no me acordaba de las cartas que enviamos con los delegados de la Cruz Roja. ¿Ya les habrán entregado las cartas? Me imagino que con todo esto que está pasando, más rabia debes tener conmigo, mamá, por haber entrado en la contraguerrilla, pero ya te expliqué que el sentimiento que comencé a sentir era muy fuerte y que quería hacer el curso de contraguerrilla. Si así como te imagino estás, entonces no me quiero ni imaginar a la abuela y a Luisa por lo mismo. Ha comenzado a escampar un poco, creo que dentro de poco llegará Peque, dando órdenes a todo el mundo para comenzar a trabajar. Por esa escena, que tuvo con su propio Comandante y delante de mí, ha comenzado a tratarme con más dureza y como con cierta rabia que lo único que me produce es risa, y para que sepan o tengan una idea del tipo de persona que es se los voy a describir: es bien bajito, debe medir 1.62 m, y siendo muy generoso con los dos centímetros que le dan sus botas de caucho, porque sin zapatos debe ser ridículo. Tiene un bigote que en la mitad se divide bruscamente, quizá de pequeño tuvo problemas de labio leporino, debe ser por lo mismo que al hablar se le siente como si todas las palabras las dijera con una SD y se le escucha
  • 45. muy gracioso porque es como si fuera un acento de payaso, además, cualquier orden que da es para todos nosotros un chiste. Si les hablara de su uniforme y de cómo se ve caminado con sus cosas, necesitaría otra hoja entera, porque el uniforme le queda bien grande, las botas le llegan casi hasta la cintura y el fusil le queda como si llevara a alguien más grande en su espalda. Mientras termina de llover del todo, seguiré pasando al cuaderno unos escritos que tímidamente hacía para Luisa, y por la noche les volveré a escribir cómo terminó este día con mi nuevo cuaderno. Nuevamente, otra noche más y en este momento acabamos de llegar de trabajar en el “hotel” y hoy con mucho más trabajo que ayer. Me siento muerto de cansancio, por cargar agua, todo el día, pero cada momento que pasa, lo pienso, y automáticamente también lo escribo en mi cabeza, para después pasarlo al cuaderno. Después de que escampó, tuvimos que sacar con baldes toda el agua de la lluvia de esta mañana, que llenó las zanjas que habíamos hecho para el “hotel”. Todo el trabajo que habíamos hecho ayer se perdió por la lluvia, y como por variar, en la tarde nuevamente comenzó a llover mucho más fuerte y tuvimos que parar. Esta mañana, mientras llovía, también me disponía a organizar unas cartas y unos escritos en el cuaderno y después llego el Comandante Julián al quiosco donde nos escampábamos y se sentó de nuevo a mi lado para conversar un rato. Comenzamos a conversar de muchas cosas, pero en un principio me sentí intimidado y, en otros momentos, también interrogado, pero no dejó de ser amable y educado al momento de hablar. Estoy demasiado cansado, por toda el agua que me tocó cargar para desocupar las zanjas, pero les contaré un poco mi segundo encuentro con el Comandante Julián...
  • 46. Llegó caminando despacio y se dirigió directamente adonde yo estaba sentado. Me tomó por sorpresa porque yo estaba muy concentrado intentando acordarme de cuál era el orden de todos los escritos que tenía en la bolsa, para después volverlos a pasar al cuaderno. -¿Cómo le va con el nuevo cuaderno?, ¿muchas cosas por escribir y contar? Levanté rápidamente la cabeza, sosteniendo los papeles en una mano y en la otra el cuaderno, para poder responderle. -Solo hago provecho de la lluvia y paso al cuaderno algunos escritos que tengo dispersos en papeles, pero intento organizarlos de forma coherente, para que en algún momento mi familia los pueda leer, al igual que Luisa. -¿Luisa?– me preguntó, como queriendo afirmar lo que él mismo había pensado. -¿Es su novia? -Sí, Comandante. -Que le quede nuevamente muy claro, Alejandro, yo no soy su Comandante ni usted es mi soldado.
  • 47. 4. COMANDANTE JULIÁN Me pide que no le diga Comandante, pero es muy difícil no decirle así, incluso cuando los otros secuestrados lo llaman Comandante Julián. Después de decirme, nuevamente, que lo llamara por su nombre, tomó una silla, se sentó poniendo el espaldar de frente a él para apoyar los brazos, descargó su destartalado fusil junto a su pierna derecha y por último sacó un paquete de cigarrillos que tenía en el bolsillo de la camisa. Todos los que estaban detrás de él se quedaron mirando el cigarrillo. Cuando terminó de hacer la primera aspiración del cigarrillo, sonrió, porque sabía que todos, a su espalda, lo miraban deseosos de fumar, aunque fuera de su propio cigarrillo. Volvió a sacar el paquete y lo lanzó hacia atrás. -¡Repartan el paquete entre todos!- les dijo sin mirar dónde caía, quién lo sujetaba y cómo lo repartía. Lázaro es un policía con ocho tiros en el estómago, y por eso le dicen así, era el que más cerca estaba del Comandante cuando arrojó los cigarrillos. Alcanzó a sujetar el paquete, sin dejarlo llegar al suelo, y en cuestión de segundos, todos se agruparon sobre él, para pedirle cigarrillos. Me quedé totalmente perplejo mirando la velocidad con la que salían todos del letargo, para estirar la mano y pedir cigarrillos; ni para la comida hay tanto espectáculo acá. No terminaba de ver cómo se iban en grupos de hasta tres personas por cada cigarrillo, cuando el Comandante me hablaba… -Alejandro, ¿sorprendido? El letargo que produce este lugar es algo asombroso: puede llegar a provocar un espectáculo en las escenas que normalmente son comunes en las demás personas, y generar una alta indiferencia en las cosas que verdaderamente nos deberían asombrar. Ese es un gran problema, llega el momento donde perdemos todo la capacidad de asombrarnos de las cosas y es cuando tomamos actitudes de indiferencia con muchas de ellas. Con lo mismo que usted se sorprende en este momento, me
  • 48. sorprendía yo en los primero años de universidad, cuando veía por televisión cómo el M19 robaba camiones de leche para llevarlos a la periferia de Bogotá y repartir la leche entre los más pobres. Por cosas como esas y deseando no perder mi capacidad de asombro ante las indiferencias sociales, fue que terminé metido en este cuento y que hoy me tiene lleno de apatía ante muchas cosas. ¿Quiere que le cuente todo, Alejandro? Les aseguro que no sabía por qué quería contarme todo lo que me contó, pero aunque esta noche no duerma por escribirles toda su historia, lo haré, para que no se me olvide nada, no importa que mañana Peque me ponga a cargar mucha más agua que la que cargué hoy. Cerré el cuaderno, guardé los papeles de la bolsa y puse los lapiceros sobre la mesa, para adoptar una actitud de atención sobre toda su historia. Aspiró por última vez su cigarrillo, como queriendo llenar todos sus pulmones de ese cancerígeno humo y finalmente lo lanzó al suelo con brusquedad para apagarlo con sus botas. -He sido un idealista de la igualdad social y le puedo decir abiertamente que lo ha sido también mi personalidad, porque desde pequeño me preguntaba, por qué hay personas con más cosas que otras y por qué esas personas explotan indiscriminadamente a los que no tienen, o por qué, simplemente, no los ayudan. Soy consciente de que las oportunidades no son las mismas para todos y de que también son muchos los que se forjan sus destinos, pero le puedo asegurar algo, Alejandro: en este país son muchos los que tienen y que explotan al que no tiene. Me miró como si me estuviera pidiendo algún tipo de aprobación para continuar contándome lo que él pensaba, mientras yo me colgaba de sus últimas palabras, algo que ya conocía de memoria: el discurso de la desigualdad social. Para mí, era el típico pensamiento del guerrillero con el cerebro lavado, pero dentro de todo esto había dos cosas que yo compartía: la explotación del que tiene con el que no tiene, y la de otras personas que, solas, llegan a
  • 49. construir su capital, con el trabajo de todos los días, como lo había hecho el abuelo. Me percaté de que aún me miraba, cambié de postura, para que entendiera que me interesaba todo lo que me estaba diciendo y pudiera continuar. -Pero ¿cómo llegó usted acá, Comandante?- le pregunté, sin tener presente cuál fuera a ser su respuesta. -Alejandro, cuando yo entré a la universidad, me encontré con muchas personas que idealizaban los mismos cambios. En la universidad se sentía todos los días, todo el tiempo un ambiente de revolución, pero déjeme aclararle que era esa revolución social que tenía argumentos, no puedo decir que era una revolución con ideología, porque no existen ideas concretas para hacer revolución, existen pensamientos que producen revoluciones y también la revolución que después genera todo tipo de pensamientos. ¿Me entiende, Alejandro?- me pregunto rápidamente. -¡Le entendí, Comandante!- Veía que tenía totalmente claro lo que pensaba y muy estructuradas y organizadas sus ideas. -En esa época fue cuando el M19 hizo todas aquellas cosas, recuerdo que fue en la segunda mitad de la década del 70. Yo era aún demasiado joven y apenas comenzaba mi carrera de Psicología, pero ver todos esos cambios y esas cosas me deleitaba. En la universidad se escuchaban rumores de personas que eran líderes revolucionarios, pero por permanecer en el anonimato y por la forma en la que hacían propaganda subversiva, no me interesaban mucho ni me llamaban la atención. Continué normalmente mis estudios de Psicología durante algún tiempo y llevaba una vida muy normal como la de cualquier universitario de universidad pública. Pero acá está su respuesta, Alejandro. Y yo pensaba que todo lo que me había dicho, era ya su respuesta.
  • 50. -Un día, había terminado de estudiar, tranquilamente, para un examen en la biblioteca de la universidad, pero al igual que hoy, ese día llovía fuertemente y debía esperar para poder irme a casa. Cuando estaba en la puerta, a punto de salir, llegó un compañero y me dijo que había hablado por mí con las personas indicadas, para poder ir a una reunión de presentación del M19 y que ellos me habían aceptado por mi promedio académico, pero que debía decidir rápidamente porque en pocos minutos nos buscarían en una cafetería que estaba afuera de la universidad. Inicialmente, dudé en ir, de todas formas, siempre había querido tener la oportunidad de algún contacto con alguien de ese grupo por las cosas que mostraban en las noticias. “Llegamos a la cafetería, donde debíamos encontrarnos con otras personas que también eran simpatizantes del grupo y que por una u otra razón querían ser parte de un cambio para el país o para sus propias vidas, y el M19 gozaba de muy buena fama en las universidades, tanto en las públicas como en las privadas, era para todos nosotros la personificación del cambio de una nueva sociedad, donde todos tendrían por igual y donde se le robaba al rico acaparador, para darle al necesitado. Algo muy perfecto. Solamente, en la teoría. ”Cuando estábamos en la puerta de la cafetería, teníamos la idea de que aquella persona que reclutaba gente joven para el M19 llegaría caminando y que sería un estudiante más como cualquiera de nosotros. Estando en esa espera, nos mirábamos tímidamente entre todos porque cada uno sabía por qué había ido, y los que se conocían entre sí comenzaban a presentar a los que íbamos por primera vez; después de algunos minutos llego una camioneta negra, y de otra mesa se levantó un señor muy bien presentado, con aspecto de empresario, y con una agenda en la mano. Se acercó a la mesa donde estábamos nosotros, dio dos golpes sobre ella y nos dijo: -Muchachos, llegaron por nosotros-. Nadie se había percatado de su presencia, pero tampoco nos tomó por sorpresa. Rápidamente caminó dirigiéndose a la camioneta, para subirse al lado del chofer y, para desconcierto de todos, detrás había otra camioneta.
  • 51. “En el transcurso del recorrido nadie decía nada, solo mirábamos por las ventanas la gente que se encontraba en nuestro camino. Después de veinte minutos de trayecto llegamos a una casa vieja en el centro de Bogotá. Nos hicieron pasar a lo que era la sala de la casa y después nos ofrecieron comida”. El Comandante Julián contaba su historia, como si yo le estuviera pidiendo detalles de todo lo ocurrido, pero me agradaba, sobre todo por sentir pasar el tiempo de otra forma y sin tener que estar recibiendo las órdenes de Peque. En momentos me acercaba, disimuladamente, un poco más para poder escucharlo, porque la lluvia caía tan fuerte que me dificultaba escuchar. Hizo una pausa para mirar el campamento y también para saber quiénes estaban cerca de nosotros. -Creo que tendremos más tiempo, Alejandro, aún llueve muy fuerte, pero, ¿usted todavía me quiere seguir escuchando?–. Fue una pregunta amable, como si no quisiera aburrirme con su historia. -¡Claro que sí, Comandante!–. Se lo dije para que no volviera a hacer ninguna interrupción en su historia. -Bueno, entonces, continúo-, dijo con un gesto de agrado, por sentir que su historia era interesante para mí. -Después de haber comido, llegaron dos hombres y, al igual que el primero, estaban muy bien vestidos, se presentaron y comenzaron con una reseña histórica del M19. -¿Usted sabe algo de esa historia, Alejandro?- Me sentí apenado por no saber historia contemporánea del país, pero sin dudar le respondí que no sabía, que lo único que sabía del M19 era que se habían tomado el Palacio de Justicia en Bogotá. -Bueno, veo que lo que usted tiene como referente histórico del M19 fue la acción más sonada, y quizá lo último que lograron hacer a gran escala.
  • 52. Recuerdo que fue el 6 de noviembre de 1985, fue una acción ejecutada por el Comandante Andrés Amarales y Lucho Otero, y la noche anterior nos informaron de que algunos de nuestros compañeros harían historia por el pueblo de Colombia, citando a juicio al presidente Belisario Betancur, pero no entraron en detalles. “Al día siguiente, nos dijeron que el primer objetivo, o sea, la entrada al Palacio de Justicia, había sido logrado. Después, cuando oí las noticias y veía como el ejército había decidido entrar al Palacio y la forma tan heroica como mis compañeros se defendían y todo lo que estaba pasando, sentía un viaje de sangre caliente por mi cuerpo, al mismo tiempo que sentía rabia. Yo quería estar allá, quería ser parte de un plan de esa magnitud, porque a pesar de que me sentía identificado con sus ideales, nunca me imaginé que el grupo fuera a ejecutar una acción con semejante audacia y sobre todo con tanto interés de la opinión pública a lo largo de todos estos años. “Los días siguientes a la toma del Palacio de Justicia, me sentía viviendo el verdadero cambio, la verdadera lucha por los derechos de igualdad para todos, incluso ni asistí al entierro de mi padre que había muerto por esos días, porque para mí estaba primero la lucha, que el sentimiento familiar. ¡Qué equivocado estaba, Alejandro! ¿Cómo pude llegar a estar tan equivocado?” Me planteó la pregunta, desviando su mirada hacia la lluvia que aún continuaba. Cualquiera que hubiera escuchado toda su historia, se hubiera percatado de un instante de nostalgia por la memoria de su padre. Personas que son protagonistas de cualquier tipo de revolución no se permiten instantes sentimentales o de tristeza, por eso, y en pocos segundos, retomó la narración de su historia, con el mismo tono de voz. Seguro y muy fluido. “Retomando un poco la historia, solo puedo decirle que antes que estos señores terminaran su exposición histórica sobre los planes realizados por parte del M19, yo ya quería ser parte de ellos. Cuando terminó la reunión nos decían que no era un juego, que incluso podrían estar de por medio nuestras
  • 53. vidas y las de nuestros familiares, y aún así no me importó. Ya sin más detalles entré en las filas urbanas y con el tiempo llegué a ser Comandante. “Cuando se instauró la primera orden de captura en mi contra, por distribución de propaganda subversiva, todos me felicitaban, me decían que esa era mi principal causa para continuar en filas. Fue cuando tuve que dejar la universidad y también mi casa, porque hasta allá llegó una vez la policía para buscarme”. No me atrevía ni a moverme un centímetro de la silla, para no distraer al Comandante de su relato, aunque los dos ya comenzábamos a darnos cuenta de que pronto terminaría de llover y tendríamos cosas por hacer, pero aún así, él continuaba... “Las cosas se pusieron muy difíciles en los grupos urbanos, después de la toma del Palacio, la policía nos buscaba por todas las periferias de la ciudad y el ejército hacía lo mismo en las montañas; fue, entonces, cuando se decidió que todo el mundo se trasladaría a la montaña, porque corríamos riesgo en la ciudad. “Inicialmente, la vida en la montaña no me gustaba, me hacía sentir que la causa perdía protagonismo y que la gente dejaría de creer en nosotros por estar escondidos en el monte, pero de todas formas continué y en esa época, pensar en una evasión era ir en contra de mis propios principios. Creo que esa necesidad de replegarnos totalmente al monte fue lo que, en cierta forma, mató al grupo, porque éramos una guerrilla urbana, pero, para mí, lo que verdaderamente aniquiló al M19, fue cuando se comenzaron a escuchar rumores de que la acción del Palacio de Justicia había sido patrocinada por los carteles de la mafia, con la necesidad de destruir los expedientes de algunos de sus capos y que, incluso, el Comandante Carlos Pizarro se había llegado a reunir con el jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, para hablar sobre cómo se realizaría la toma del Palacio de Justicia, y también para acordar la cantidad de dinero que el M19 recibiría por ejecutar el plan.
  • 54. “Días después, llegamos a saber que el Comandante Andrés Amarales supuestamente habría sido sacado vivo del Palacio de Justicia por miembros de las Fuerzas Armadas y luego habría sido reintroducido al mismo y presentado como muerto en combate”. -Alejandro, ¿puede usted imaginar por qué pudieron hacer eso con el Comandante y con otras personas que salieron vivas y después aparecieron muertas dentro del Palacio de Justicia?- Yo estaba sumergido en todo su relato, como para estar a la altura de una pregunta como esa. -No lo sé, Comandante, de hecho nadie lo sabe- fue lo único que pude acertar. -Claro que sí lo saben, Alejandro, pero nunca lo han dicho, ni lo dirán, pero la hipótesis a la cual llegué después de todos estos años es simple: Si el narcotráfico pudo comprar esa acción, obviamente también podía comprar policías, por mucho menos, para que eliminaran todo tipo de testigos o pruebas que los relacionaran directamente a ellos. Así lo veo yo, pero, como ya le dije, es una simple hipótesis personal. Dejaba de llover, cada vez más, pero el Comandante estaba dispuesto a terminar de contar su historia y yo también seguía dispuesto a escucharla. ¿Qué más podíamos hacer? -“En el monte, todos los días nos sentíamos perdidos, y así estuvimos durante algunos años, pero seguíamos creyendo en el cambio, entonces se decidió que uno de los requisitos para entregar las armas era la creación de una Asamblea Nacional Constituyente, para que garantizara el desarrollo de otros partidos políticos y espacios a las minorías, porque la vieja Constitución solo permitía los partidos tradicionales. El Gobierno del presidente Virgilio Barco se opuso todo el tiempo, pero, entonces, los estudiantes de las universidades, hicieron un movimiento nacional, para que en las votaciones generales del 11 de marzo de 1990, se incluyera una “Séptima Papeleta” para que el poder ejecutivo conformara una Asamblea Nacional Constituyente. “Después del logro de La Constituyente, realizamos la entrega de armas en el campamento de Santo Domingo, eso fue el 8 de marzo de 1990. Aún lo