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LA LEYENDA DE LA COCA
Cuando los pobres indios acampan en sus noches frías de viaje por el
altiplano o la montaña, allí junto a sus cargas y cerca de sus asnos, se
acurrucan sobre el duro suelo, forman un estrecho círculo y el más
anciano o cariñoso saca su chuspa o su tary de coca y desanudándolo
lo deja en el centro, como la mejor ofrenda a disposición de sus
compañeros. Entonces, éstos, silenciosamente, toman pequeños
puñados de la verde hoja y comienzan la concienzuda
masticación. Horas y más horas hacen el aculli, extrayendo y
tragando con cierta guía el amargo jugo.
Cuando ya todos han comenzado la masticación, parece que el espíritu
de esos parias se despertara bajo el silencio de la noche. Surgen las
confidencias sobre las impresiones, esperanzas y amarguras que
durante todo el día callaron mansamente bajo la hostil mirada de sus
amos, los blancos.
Cierta vez que yo viajaba por el altiplano, me vi obligado a pasar la
noche a la intemperie, junto a uno de esos grupos de indios
viajeros. Aterido de frío el crudo viento que soplaba por la desierta
pampa, no pude conciliar el sueño. Fue entonces que en medio del
insomnio oí referir esta leyenda.
Escuchad:
Era por el tiempo en que habían llegado a estas tierras los
conquistadores blancos.
Las jornadas siguientes a la hecatombe de Cajamarca fueron crueles y
sangrientas. Las ciudades fueron destruidas, los cultivos
abandonados, los templos profanados e incendiados, los tesoros
sagrados y reales arrebatados. Y, por todas partes en los llanos y en
las montañas los desdichados indios fugitivos, sin hogar, llorando la
muerte de sus padres, de sus hijos o de sus hermanos.
La raza, señora y dueña de tan feraces tierras yacía en la miseria, en
el dolor. El inhumano conquistador, cubierto de hierro y lanzando
rayos mortales de sus armas de fuego y cabalgando sobre briosos
corceles, perseguía por las sendas y las apachetas a sus espantadas
víctimas.
Los indios indefensos, sin amparo alguno, en vano invocaban a sus
dioses, en vano lamentaban su desdicha. Nadie, ni en el cielo ni en la
tierra, tenían compasión de ellos.
AUTOR
ANTONIO DÍAZ VILLAMIL
Antonio Díaz Villamil fue un escritor, novelista, dramaturgo e
historiador boliviano.Fue profesor de historia y geografía, director del
Colegio Bolívar en la ciudad de La Paz y director de la Escuela Nacional
de Arte Escénico.
LA LEYENDA DE HUARI
El semidiós Huari había hecho su guarida dentro los cerros de Uru Uru,
en cuyas proximidades habitaba un pueblo Uru, fiel al dios Inti (Sol).
Todas las mañanas, Huari era despertado por la primogénita y bella
hija de Inti, Huara (Aurora), enamorándose de ella. Al intentar tomarla
a la fuerza provocó la ira de Inti, quien le encerró en su guarida.
Huari tomó la forma humana e inculcó odio y envidia a los Urus,
quienes abandonaron el trabajo y dejaron de orar a Inti. Además, en
venganza, desencadenó cuatro plagas sobre el pueblo: una víbora, un
sapo y un lagarto de tamaños descomunales e innumerables y voraces
hormigas.
Pero, después de copiosa lluvia, se abrió el cielo cortado por un arcoíris,
de donde salió una Ñusta de singular belleza que se enfrentó, en
batallas épicas, a las plagas, dejando los rastros de los monstruos
petrificados por diferentes sectores. El pueblo, en agradecimiento,
decidió vestirse de diablos, personificando a Huari, dando origen así al
Carnaval.
AUTOR
ELÍAS VACAFLOR DORAKIS
Fue Diputado por Tarija 1993-1997. Autodidacta en Historia y
Archivística. Estuvo al frente del Archivo Histórico Departamental de
Tarija, dependiente de la Prefectura del Departamento, desde
diciembre de 2004; logró el financiamiento del Programa Harvard (EE.
UU.)
LA LEYENDA DE LA TUNA
Esta historia se desarrolla antes de la llegada de los españoles al
continente americano, durante el Imperio Incaico.
A fin de conocer y explorar sus dominios, la autoridad máxima de los
Incas mandó a realizar expediciones en busca de nuevos ingredientes
culinarios.
Un día, el Inca ordenó llamar al guerrero más valiente y leal de su
ejército, Apu. El Inca le dijo que en las expediciones encontraron
plantas con espinas que provocan un dolor terrible al tener contacto
con ellas, además de estar protegidas por una enorme serpiente que
ataca al que osa aproximarse “…y sólo uno de los chaskis logró
sobrevivir a tal encuentro”. Entonces, Apu le contestó, muy seguro de
sí mismo, “… destruiré ese monstruo y vengaré la muerte de mis
hermanos”.
Apu arma un plan y manda al guerreo más ágil a que conduzca a la
gran serpiente a una hoguera, preparada por otros miembros del
ejército.
Una vez ahí, un soplido de la astuta serpiente frustra el plan. Luego,
lanza su veneno sobre Apu quien cae adormecido inmediatamente.
Entonces, Chunta, el guerrero más fuerte, toma a la serpiente del
vientre y la lanza contra los cactus. Al intentar escapar, la enorme
víbora se enreda en la espinosa planta, y de esa manera encuentra la
muerte.
Los guerreros llevaron la cabeza de la serpiente al Inca a fin de
tranquilizar a la población y aprovecharon para llevar un gajo de la
planta que los salvó de la muerte y que no tardó en ramificarse a lo
largo de la región y en regalar su delicioso fruto.
AUTOR
José Antonio Paredes Candia
Fue un escritor e investigador Boliviano, nació el 10 de julio de 1924
en La Paz-Bolivia. Su obra abarca desde mitos y leyendas, cuentos y
tradiciones bolivianas, hasta investigaciones del folklore del país, sus
personajes, costumbres y supersticiones
TRIBUTO AL TIO DE LA MINA
A propósito de los carnavales, cuentan los viejos mineros, que en la
vida en la mina, hay un Mal Bien y hay Mal Mal. De ahí que, uno logra
comprender la real dimensión del tributo al Diablo, más conocido como
el Tío; el dueño y señor de todos la riqueza que se esconde en las
profundidades de la cordillera. El Tío representa al Mal Bien.
Todos los días, el Tío es venerado por esos aymaras y quechuas
convertidos en mineros, que comparten cotidianamente hojas coca,
alcohol, lejía y cigarros q’uyunas, a los pies un altar construido por los
mismos mineros. Es la manera de pedir permiso, en el transito de
ingreso a la mina, la morada del Tío.
Pero la manifestación más relevante de tributo al Tío, es sin lugar a
duda, el Sábado de Carnaval. Recuerdo de niño, en el viejo
campamento minero de Pacuni, de la otrora Empresa Minera de
Caracoles, que el viernes solían llegar entre tres a cuatro toros,
preferentemente bravos que eran traídos de la comunidad de
Choquetanga.
Ese sábado, es conocido como el día de la Lujtaya. Ese día los toros
son pasteados hasta el borde de las bocaminas. Uno se van a Jach’a
Pacuni otros a Gran Recorte. Ese jornada, los mineros junto a sus
familias suben a la montaña, al mismísimo reducto del Tío.
Los toros son ch’allados con mucha devoción, con mixtura,
serpentinas, vino tinto y alcohol puro. A la par un yatiri prepara muchas
mesas, en pequeñas cajitas de papel, llenos de dulces de diferentes
formas, copal, incienso y lanas de color. Ese momento, los mineros
conversan con los toros, se encomiendan, ruegan para que el Tío nunca
deje de llevarse el estaño y que les proteja de los accidentes y la
muerte.
A eso de las tres de la tarde, empiezan a prender fuego a los qallapos
pircados e inmediatamente son sacrificados los toros. Le extraen el
corazón en una charola ante la mirada atenta de los pasantes y los
mineros. Si el corazón brota y salta, la gente se alegra; pero si sale
muerto, todos empiezan a ch’allar con mayor intensidad, pues hay que
curar el mal augurio, son señales de que algo mal, podría pasar durante
el año que comienza.
Entre tanto, los más jóvenes se pelean entre sí, para beber la sangre
fresca de los toros, pues es una manera de perder el miedo al Tío, al
momento de ingresar a la profundidades de la mina.
La cabeza del toro, las patas y todas las menudencias son enterradas
en los nevados de la montaña, para saciar el hambre del Tío de la mina.
Y el resto de carne serán compartido, días después, por todos los
mineros del campamento.
A las sombras de la noche, por la ruta a la mina, todos los mineros
bajan bailando, envueltos en serpentinas, al ritmo de la mohoseñada,
la tarqueda y las banda del campamento, con la alegría de haber
compartido junto a sus familias, unos breves momentos bien cerca al
Tío de la Mina.
AUTOR
Marco Alberto Quispe Villa
Fue un periodista y comunicador social alteño promotor de la ciudad
de El Alto, a la que solía llamar: «pueblo de pueblos». Nacido en Viloco,
desde muy niño su familia se trasladó a la ciudad de El Alto. Una vez
ahí, Quispe estudió en el colegio Juan Capriles, de la zona Villa Dolores
EL PÁJARO DE FUEGO
Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada
volando por el aire. Si se paraba en un alero, el dueño de la morada
inmediatamente salía gritando:
-¡Auxilio! ¡Hay fuego en el techo de mi casa!...
Y al punto le arrojaban chorros de agua, con lo cual aquella llama
viva se lanzaba otra vez al cielo.
Si se paraba sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más
grande de su vida.
-¡Sálvese quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto
comenzará el incendio!...
Y escapaban despavoridos.
Una vez se lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y
levantarse de nuevo. Entonces se lo creyó una brasa encantada, pues
tocaba el agua y no se apagaba, además de tener la virtud de volar.
Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho
de fuego y más bien él soñaba con parecerse a una flor, que él
conceptuaba como la encarnación de la belleza.
-Yo soy la flor del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador
y me permite ir adonde quiero -decía alegremente.
Pero los demás pájaros no creían en su tallo imaginario, además de
que sus formas no tenían nada de común con la flor.
-¿Dónde se ha visto una flor con pico? -decían.
-¿Y una flor que cante?...
El pájaro encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se
daba a vagar, ardiendo, por los aires.
Un día se dijo:
"Me posaré sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí
creerá que soy una flor." Y se sentó sobre un ceibo partido por un
rayo.
Allí, rojo y vistoso, parecía una extraordinaria flor encarnada. Abrió
las dos alas radiantes y las elevó a los cielos semejando entonces una
flor bipétala.
Su identidad era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se
dejó caer entonces sobre unas flores silvestres que crecían al pie del
árbol y aleteó sobre ellas un largo rato. Cuando se consideró
suficientemente perfumado, voló de nuevo a la punta del ceibo y
adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró sobre
una sola patita, que semejaba muy bien el tallo de una flor.
Estuvo así muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto
se presentó una mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta
flor. El pájaro se la tragó en un santiamén y volvió a quedar inmóvil.
-¿Qué flor tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana? -
dijeron las demás mariposas, asombradas.
-Vamos a averiguar lo que pasa.
Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la misma suerte.
Todos los insectos se alarmaron ante aquella flor carnicera que se
alimentaba de mariposas, pero el pájaro estaba radiante. Y después
de saciar su apetito cogió a una mariposa azul y se la colocó al cuello
de collar. Luego se puso a cantar alegremente, olvidándose de su
oficio de flor.
-¡Pero qué raro! ¡Es una flor musical! -dijo una avispa.
-No es ella la que canta. Tiene un grillo en el corazón -contestó la
libélula.
-Eso es absurdo -dijo la langosta.
-¡Y qué perfume tan exquisito!... -siguió diciendo la libélula.
-¡Y qué color!... ¡Si parece un lucero!...
-Bueno, esta flor se parece a muchas cosas. Iremos a examinarla... -
dijeron las avispas desconfiadas.
Volaron sobre "la flor" y la rodearon.
-Libaremos su miel, que debe ser deliciosa...
Pero, apenas se acercó la primera avispa, el pájaro levantó el pico y
ésta retrocedió asombrada.
-¡Vengan todas! ¡No es una flor, sino un pájaro disfrazado!...
-¡Hay que matarlo a flechazos! ¡Es un peligroso impostor!
Y las avispas desenvainaron sus espadas y se lanzaron sobre el ave.
En ese momento el ceibo se estremeció, como volviendo de otra vida,
y habló así:
-¡Hermanas avispas, no sacrifiquen a esa flor bellísima!...
Las atacantes pararon el asalto y se miraron unas a otras, llenas de
sorpresa.
-¡El árbol muerto ha revivido! -exclamaron a coro.
-¡Y esa flor extraordinaria fue quien hizo el milagro de resucitarme! -
confesó el ceibo viejo.
-¡Pero si no es una flor sino un pájaro disfrazado!...
-Aunque así sea. Él me revivió con una mentira piadosa. Al sentirlo en
mis ramas creía que era una flor mía y me dije jubiloso: "Aún puedo
florecer". Entonces la vida comenzó a circular otra vez por mis gajos
muertos. Y aquí me tienen nuevamente, cubierto de flores...
Y en efecto, el ceibo repentinamente se había llenado de grandes
flores rojas, tan grandes como el pájaro.
-¡Te perdonamos todo por haber resucitado una vida con sólo una
hermosa mentira! -dijeron entonces las avispas, guardando sus
aguijones, y se dedicaron a libar la miel de las nuevas flores del
ceibo.
AUTOR
Óscar González Alfaro conocido como Oscar Alfaro nacido el 5 de
septiembre de 1921 en San lorenzo – Tarija. Fue un poeta, cuentista,
profesor y periodista tarijeño, que se distinguió por su dedicación a la
literatura infantil y juvenil.

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  • 1. LA LEYENDA DE LA COCA Cuando los pobres indios acampan en sus noches frías de viaje por el altiplano o la montaña, allí junto a sus cargas y cerca de sus asnos, se acurrucan sobre el duro suelo, forman un estrecho círculo y el más anciano o cariñoso saca su chuspa o su tary de coca y desanudándolo lo deja en el centro, como la mejor ofrenda a disposición de sus compañeros. Entonces, éstos, silenciosamente, toman pequeños puñados de la verde hoja y comienzan la concienzuda masticación. Horas y más horas hacen el aculli, extrayendo y tragando con cierta guía el amargo jugo. Cuando ya todos han comenzado la masticación, parece que el espíritu de esos parias se despertara bajo el silencio de la noche. Surgen las confidencias sobre las impresiones, esperanzas y amarguras que durante todo el día callaron mansamente bajo la hostil mirada de sus amos, los blancos. Cierta vez que yo viajaba por el altiplano, me vi obligado a pasar la noche a la intemperie, junto a uno de esos grupos de indios viajeros. Aterido de frío el crudo viento que soplaba por la desierta pampa, no pude conciliar el sueño. Fue entonces que en medio del insomnio oí referir esta leyenda. Escuchad: Era por el tiempo en que habían llegado a estas tierras los conquistadores blancos. Las jornadas siguientes a la hecatombe de Cajamarca fueron crueles y sangrientas. Las ciudades fueron destruidas, los cultivos abandonados, los templos profanados e incendiados, los tesoros sagrados y reales arrebatados. Y, por todas partes en los llanos y en las montañas los desdichados indios fugitivos, sin hogar, llorando la muerte de sus padres, de sus hijos o de sus hermanos. La raza, señora y dueña de tan feraces tierras yacía en la miseria, en el dolor. El inhumano conquistador, cubierto de hierro y lanzando rayos mortales de sus armas de fuego y cabalgando sobre briosos corceles, perseguía por las sendas y las apachetas a sus espantadas víctimas. Los indios indefensos, sin amparo alguno, en vano invocaban a sus dioses, en vano lamentaban su desdicha. Nadie, ni en el cielo ni en la tierra, tenían compasión de ellos.
  • 2. AUTOR ANTONIO DÍAZ VILLAMIL Antonio Díaz Villamil fue un escritor, novelista, dramaturgo e historiador boliviano.Fue profesor de historia y geografía, director del Colegio Bolívar en la ciudad de La Paz y director de la Escuela Nacional de Arte Escénico. LA LEYENDA DE HUARI El semidiós Huari había hecho su guarida dentro los cerros de Uru Uru, en cuyas proximidades habitaba un pueblo Uru, fiel al dios Inti (Sol). Todas las mañanas, Huari era despertado por la primogénita y bella hija de Inti, Huara (Aurora), enamorándose de ella. Al intentar tomarla a la fuerza provocó la ira de Inti, quien le encerró en su guarida. Huari tomó la forma humana e inculcó odio y envidia a los Urus, quienes abandonaron el trabajo y dejaron de orar a Inti. Además, en venganza, desencadenó cuatro plagas sobre el pueblo: una víbora, un sapo y un lagarto de tamaños descomunales e innumerables y voraces hormigas. Pero, después de copiosa lluvia, se abrió el cielo cortado por un arcoíris, de donde salió una Ñusta de singular belleza que se enfrentó, en batallas épicas, a las plagas, dejando los rastros de los monstruos petrificados por diferentes sectores. El pueblo, en agradecimiento, decidió vestirse de diablos, personificando a Huari, dando origen así al Carnaval. AUTOR ELÍAS VACAFLOR DORAKIS Fue Diputado por Tarija 1993-1997. Autodidacta en Historia y Archivística. Estuvo al frente del Archivo Histórico Departamental de Tarija, dependiente de la Prefectura del Departamento, desde diciembre de 2004; logró el financiamiento del Programa Harvard (EE. UU.)
  • 3. LA LEYENDA DE LA TUNA Esta historia se desarrolla antes de la llegada de los españoles al continente americano, durante el Imperio Incaico. A fin de conocer y explorar sus dominios, la autoridad máxima de los Incas mandó a realizar expediciones en busca de nuevos ingredientes culinarios. Un día, el Inca ordenó llamar al guerrero más valiente y leal de su ejército, Apu. El Inca le dijo que en las expediciones encontraron plantas con espinas que provocan un dolor terrible al tener contacto con ellas, además de estar protegidas por una enorme serpiente que ataca al que osa aproximarse “…y sólo uno de los chaskis logró sobrevivir a tal encuentro”. Entonces, Apu le contestó, muy seguro de sí mismo, “… destruiré ese monstruo y vengaré la muerte de mis hermanos”. Apu arma un plan y manda al guerreo más ágil a que conduzca a la gran serpiente a una hoguera, preparada por otros miembros del ejército. Una vez ahí, un soplido de la astuta serpiente frustra el plan. Luego, lanza su veneno sobre Apu quien cae adormecido inmediatamente. Entonces, Chunta, el guerrero más fuerte, toma a la serpiente del vientre y la lanza contra los cactus. Al intentar escapar, la enorme víbora se enreda en la espinosa planta, y de esa manera encuentra la muerte. Los guerreros llevaron la cabeza de la serpiente al Inca a fin de tranquilizar a la población y aprovecharon para llevar un gajo de la planta que los salvó de la muerte y que no tardó en ramificarse a lo largo de la región y en regalar su delicioso fruto. AUTOR José Antonio Paredes Candia Fue un escritor e investigador Boliviano, nació el 10 de julio de 1924 en La Paz-Bolivia. Su obra abarca desde mitos y leyendas, cuentos y tradiciones bolivianas, hasta investigaciones del folklore del país, sus personajes, costumbres y supersticiones
  • 4. TRIBUTO AL TIO DE LA MINA A propósito de los carnavales, cuentan los viejos mineros, que en la vida en la mina, hay un Mal Bien y hay Mal Mal. De ahí que, uno logra comprender la real dimensión del tributo al Diablo, más conocido como el Tío; el dueño y señor de todos la riqueza que se esconde en las profundidades de la cordillera. El Tío representa al Mal Bien. Todos los días, el Tío es venerado por esos aymaras y quechuas convertidos en mineros, que comparten cotidianamente hojas coca, alcohol, lejía y cigarros q’uyunas, a los pies un altar construido por los mismos mineros. Es la manera de pedir permiso, en el transito de ingreso a la mina, la morada del Tío. Pero la manifestación más relevante de tributo al Tío, es sin lugar a duda, el Sábado de Carnaval. Recuerdo de niño, en el viejo campamento minero de Pacuni, de la otrora Empresa Minera de Caracoles, que el viernes solían llegar entre tres a cuatro toros, preferentemente bravos que eran traídos de la comunidad de Choquetanga. Ese sábado, es conocido como el día de la Lujtaya. Ese día los toros son pasteados hasta el borde de las bocaminas. Uno se van a Jach’a Pacuni otros a Gran Recorte. Ese jornada, los mineros junto a sus familias suben a la montaña, al mismísimo reducto del Tío. Los toros son ch’allados con mucha devoción, con mixtura, serpentinas, vino tinto y alcohol puro. A la par un yatiri prepara muchas mesas, en pequeñas cajitas de papel, llenos de dulces de diferentes formas, copal, incienso y lanas de color. Ese momento, los mineros conversan con los toros, se encomiendan, ruegan para que el Tío nunca deje de llevarse el estaño y que les proteja de los accidentes y la muerte. A eso de las tres de la tarde, empiezan a prender fuego a los qallapos pircados e inmediatamente son sacrificados los toros. Le extraen el corazón en una charola ante la mirada atenta de los pasantes y los mineros. Si el corazón brota y salta, la gente se alegra; pero si sale muerto, todos empiezan a ch’allar con mayor intensidad, pues hay que curar el mal augurio, son señales de que algo mal, podría pasar durante el año que comienza. Entre tanto, los más jóvenes se pelean entre sí, para beber la sangre fresca de los toros, pues es una manera de perder el miedo al Tío, al momento de ingresar a la profundidades de la mina.
  • 5. La cabeza del toro, las patas y todas las menudencias son enterradas en los nevados de la montaña, para saciar el hambre del Tío de la mina. Y el resto de carne serán compartido, días después, por todos los mineros del campamento. A las sombras de la noche, por la ruta a la mina, todos los mineros bajan bailando, envueltos en serpentinas, al ritmo de la mohoseñada, la tarqueda y las banda del campamento, con la alegría de haber compartido junto a sus familias, unos breves momentos bien cerca al Tío de la Mina. AUTOR Marco Alberto Quispe Villa Fue un periodista y comunicador social alteño promotor de la ciudad de El Alto, a la que solía llamar: «pueblo de pueblos». Nacido en Viloco, desde muy niño su familia se trasladó a la ciudad de El Alto. Una vez ahí, Quispe estudió en el colegio Juan Capriles, de la zona Villa Dolores EL PÁJARO DE FUEGO Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada volando por el aire. Si se paraba en un alero, el dueño de la morada inmediatamente salía gritando: -¡Auxilio! ¡Hay fuego en el techo de mi casa!... Y al punto le arrojaban chorros de agua, con lo cual aquella llama viva se lanzaba otra vez al cielo. Si se paraba sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más grande de su vida. -¡Sálvese quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto comenzará el incendio!... Y escapaban despavoridos. Una vez se lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y levantarse de nuevo. Entonces se lo creyó una brasa encantada, pues tocaba el agua y no se apagaba, además de tener la virtud de volar. Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho de fuego y más bien él soñaba con parecerse a una flor, que él conceptuaba como la encarnación de la belleza. -Yo soy la flor del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador y me permite ir adonde quiero -decía alegremente. Pero los demás pájaros no creían en su tallo imaginario, además de que sus formas no tenían nada de común con la flor. -¿Dónde se ha visto una flor con pico? -decían.
  • 6. -¿Y una flor que cante?... El pájaro encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se daba a vagar, ardiendo, por los aires. Un día se dijo: "Me posaré sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí creerá que soy una flor." Y se sentó sobre un ceibo partido por un rayo. Allí, rojo y vistoso, parecía una extraordinaria flor encarnada. Abrió las dos alas radiantes y las elevó a los cielos semejando entonces una flor bipétala. Su identidad era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se dejó caer entonces sobre unas flores silvestres que crecían al pie del árbol y aleteó sobre ellas un largo rato. Cuando se consideró suficientemente perfumado, voló de nuevo a la punta del ceibo y adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró sobre una sola patita, que semejaba muy bien el tallo de una flor. Estuvo así muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto se presentó una mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta flor. El pájaro se la tragó en un santiamén y volvió a quedar inmóvil. -¿Qué flor tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana? - dijeron las demás mariposas, asombradas. -Vamos a averiguar lo que pasa. Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la misma suerte. Todos los insectos se alarmaron ante aquella flor carnicera que se alimentaba de mariposas, pero el pájaro estaba radiante. Y después de saciar su apetito cogió a una mariposa azul y se la colocó al cuello de collar. Luego se puso a cantar alegremente, olvidándose de su oficio de flor. -¡Pero qué raro! ¡Es una flor musical! -dijo una avispa. -No es ella la que canta. Tiene un grillo en el corazón -contestó la libélula. -Eso es absurdo -dijo la langosta. -¡Y qué perfume tan exquisito!... -siguió diciendo la libélula. -¡Y qué color!... ¡Si parece un lucero!... -Bueno, esta flor se parece a muchas cosas. Iremos a examinarla... - dijeron las avispas desconfiadas. Volaron sobre "la flor" y la rodearon. -Libaremos su miel, que debe ser deliciosa... Pero, apenas se acercó la primera avispa, el pájaro levantó el pico y ésta retrocedió asombrada. -¡Vengan todas! ¡No es una flor, sino un pájaro disfrazado!... -¡Hay que matarlo a flechazos! ¡Es un peligroso impostor! Y las avispas desenvainaron sus espadas y se lanzaron sobre el ave. En ese momento el ceibo se estremeció, como volviendo de otra vida,
  • 7. y habló así: -¡Hermanas avispas, no sacrifiquen a esa flor bellísima!... Las atacantes pararon el asalto y se miraron unas a otras, llenas de sorpresa. -¡El árbol muerto ha revivido! -exclamaron a coro. -¡Y esa flor extraordinaria fue quien hizo el milagro de resucitarme! - confesó el ceibo viejo. -¡Pero si no es una flor sino un pájaro disfrazado!... -Aunque así sea. Él me revivió con una mentira piadosa. Al sentirlo en mis ramas creía que era una flor mía y me dije jubiloso: "Aún puedo florecer". Entonces la vida comenzó a circular otra vez por mis gajos muertos. Y aquí me tienen nuevamente, cubierto de flores... Y en efecto, el ceibo repentinamente se había llenado de grandes flores rojas, tan grandes como el pájaro. -¡Te perdonamos todo por haber resucitado una vida con sólo una hermosa mentira! -dijeron entonces las avispas, guardando sus aguijones, y se dedicaron a libar la miel de las nuevas flores del ceibo. AUTOR Óscar González Alfaro conocido como Oscar Alfaro nacido el 5 de septiembre de 1921 en San lorenzo – Tarija. Fue un poeta, cuentista, profesor y periodista tarijeño, que se distinguió por su dedicación a la literatura infantil y juvenil.